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INTRODUCCIÓN..................................................................................................................
CAPITULO I. GENERALIDADES.......................................................................................
PERÚ. 12
FUTURO......................................................................................................................................
REFERENCIAS....................................................................................................................
INTRODUCCIÓN
Dicha sociedad política se traza como objetivo la consecución del bien común
con respeto de la dignidad humana. Para tal efecto, configura un Estado Constitucional
de Derecho; el cual exige que el cuerpo político y el pueblo que lo compone adecúen su
actuación a los cánones de la Constitución y los preceptos jurídicos elaborados
conforme a ella.
A. ESTADO:
Promulgada el 29 de diciembre de 1993, el Perú es una república
democrática, social, independiente y soberana. El Estado es uno e
indivisible. Su Gobierno es unitario, representativo, y descentralizado y se
organiza según el principio de la separación de los poderes.
ESTADO DEMOCRÁTICO DE DERECHO. FORMA DE GOBIERNO
Artículo 43º. La República del Perú es democrática, social,
independiente y soberana. El Estado es uno e indivisible. Su gobierno
es unitario, representativo y descentralizado, y se organiza según el
principio de la separación de poderes.
Aspectos teleológicos del Estado social y democrático de Derecho
El Estado social y democrático de Derecho, como alternativa política frente
al Estado liberal, asume los fundamentos de este, pero además le imprime
funciones de carácter social. Pretende que los principios que lo sustentan y
justifican tengan una base y un contenido material. Y es que la libertad
reclama condiciones materiales mínimas para hacer factible su ejercicio. Por
ejemplo, la propiedad privada no solo debe ser inviolable, sino que debe
ejercerse en armonía con el bien común, y dentro de los límites de la ley.
La seguridad e igualdad jurídicas requieren de una estructura económica
adecuada que haga posible estos principios.
La configuración del Estado social y democrático de Derecho requiere de
dos aspectos básicos: la existencia de condiciones materiales para alcanzar
sus presupuestos, lo que exige una relación directa con las posibilidades
reales y objetivas del Estado y con una participación activa de los
ciudadanos en el quehacer estatal; y la identificación del Estado con los fines
de su contenido social, de forma tal que pueda evaluar, con criterio prudente,
tanto los contextos que justifiquen su accionar como su abstención, evitando
tornarse en obstáculo para el desarrollo social.
La exégesis del régimen económico constitucional, a la luz del principio del
Estado social y democrático de Derecho (artículo 43 de la Constitución), que
encuentra en el bien común (que es idéntico al interés de la sociedad) su ratio
fundamental, bien puede ser traducida en la expresión contenida en la
Encíclica Maler la magistra, según la cual: "En materia económica es
indispensable que toda actividad sea regida por la justicia y la caridad como
leyes supremas del orden social. (u.). (Es necesario establecer) un orden
jurídico, tanto nacional como internacional, que, bajo el influjo rector de la
justicia social y por medio de un cuadro de instituciones públicas o privadas,
permita a los hombres dedicados a las tareas económicas armonizar
adecuadamente su propio interés particular con el bien común" (Iters. N°s.
39- 40).
Supuestos fundamentales de nuestro Estado social y democrático
de Derecho.
García Pelayo asevera que esta modalidad estadual, históricamente, es el
intento de adaptación del Estado tradicional o Estado Liberal Mínimo a las
condiciones sociales de la civilización industrial y posindustrial, con sus
nuevos y complejos problemas, pero también con sus grandes posibilidades
técnicas, económicas y organizativas, en un contexto de respeto a los
derechos fundamentales (GARCÍA PELA YO, p.18).
Las nuevas funciones del Estado moderno tienen que ver con aspectos
económicos, sociales, políticos y jurídicos.
Supuestos económicos
La economía social de mercado es una condición importante del Estado
social y democrático de Derecho. Por ello debe ser ejercida con
responsabilidad social y bajo el presupuesto de los valores constitucionales
de la libertad y la justicia. A tal efecto está caracterizada, fundamentalmente,
por los tres elementos siguientes:
Bienestar social; lo que debe traducirse en empleos productivos, trabajo
digno y reparto justo del ingreso.
Supuestos sociales
Se trata del Estado de la integración social, dado que se busca conciliar los
intereses de la sociedad, desterrando los antagonismos clasistas del sistema
industrial. Al respecto, García Pelayo sostiene que la unidad entre el Estado
social y la comunidad nacional hace posible otra característica de dicho tipo
de Estado, a saber, su capacidad para producir la integración de la sociedad
nacional, o sea, el proceso constante, renovado, de conversión de una
pluralidad en una unidad, sin perjuicio de la capacidad de autodeterminación
de las partes (GARCÍA PELA YO, p. 45).
Supuestos políticos
Igualdad
Debe reconocerse también una vinculación positiva del legislador con los
derechos fundamentales, de forma tal que los poderes públicos sean capaces
de revertir las condiciones de desigualdad o, lo que es lo mismo, reponer las
condiciones de igualdad que pudieran estarse manifestando en la realidad
social, a contracorriente de las aspiraciones constitucionales. Dicho juicio,
desde luego, es aplicable también al ámbito económico, en el que, por
mandato expreso de la Norma Fundamental, el Estado tiene la obligación de
adoptar las medidas orientadas a brindar oportunidades de superación a los
sectores que sufren cualquier desigualdad (artículo 59).
Sin embargo -como hemos tenido ocasión de anotar-, no son los únicos
deberes que merecen una atención preferente por parte del Estado, por lo
que el 44 de la Constitución no establece, en estricto, un numerus clausus
de deberes primordiales. Y no podrías puesto que, frente a esos deberes
primordiales, los nuevos deberes del Estado social y democrático de
Derecho.
Artículo 45. Origen y ejercicio del poder estatal
El poder del Estado emana del pueblo. Quienes lo ejercen lo hacen con
las limitaciones y responsabilidades que la Constitución y las leyes
establecen. Ninguna persona, organización, Fuerza Armada, Policía
Nacional o sector de la población puede arrogar se el ejercicio de ese
poder. Hacerlo constituye rebelión o sedición.
Ray Meloni García
La primera parte de este artículo ratifica la doctrina política y la forma
de gobierno adoptada por el Estado peruano, consagrada además
expresamente en el propio Preámbulo y en el artículo 43 de nuestra
Constitución.
Dicho precepto enuncia que el poder del Estado deriva del pueblo -su
detentador originario- y que quienes lo ejercen están sometidos a los
límites y responsabilidades que establece el ordenamiento jurídico. Es
decir, el artículo 45 corrobora que el Estado peruano es una República
democrática.
Como bien afirma Marcial Rubio, el Perú será una república porque
tiene organización basada en autoridades todas emergentes de la
sociedad, sin privilegio alguno de carácter monárquico, guiado por los
principios antedichos; y será democrático porque la manera de asignar el
poder es la de decisión del pueblo a través de elecciones periódicas y con
posibilidad de participación mediante procedimientos de democracia
directa.
Nuestra Constitución reconoce expresamente, a través de distintos
artículos, la obediencia al mandato del pueblo ya sus representantes. De
la lectura de los principios filosóficos que inspiran nuestra Constitución,
se advierte que nos encontramos dentro de un marco normativo
constitucional que consagra una democracia representativa, a través de la
cual el pueblo elige y los gobernantes elegidos ejercen el poder en
representación del pueblo. En resumen, los representantes no son los
titulares del poder y lo ejercen exclusivamente en representación del
pueblo que los elige.
Víctor García Toma
convierte al Gobierno en el responsable de las decisiones que adopte en
nombre de la ciudadanía. En puridad, es un mecanismo de presencia
ciudadana indirecta en los asuntos concernientes a la estructuración y
dirección del sistema político, en virtud del cual una persona o grupo de
personas se encuentran facultadas de asumir la conducción del Estado
por encargo de la comunidad política a la que pertenecen.
En el hecho de que el poder radique en el pueblo está la esencia de la
legitimidad republicana, como en la legitimidad monárquica la esencia
está en que el poder radica en una familia dinástica. En la monarquía hay
que cuidar que el heredero sea, indubitablemente, hijo del rey. En la
legitimidad republicana, hay que cuidar que la voluntad del pueblo sea
expresada fielmente. Por eso, las elecciones tienen que ser libres y
limpias. Las elecciones fraudulentas -como la confusión de sangres en la
monarquía producen hijos adulterino s cuyo título se impugna.
Ahora, si bien el poder deriva o proviene del pueblo, dicho poder no es
ejercido cotidianamente de manera directa por todos los ciudadanos926
sino de manera indirecta o por delegación a través de sus representantes.
En épocas pasadas también existieron instituciones de democracia directa
en la realidad peruana. Así, conforme nos ilustra Francisco Miró
Quesada, el cama chico era un sistema de asamblea popular, en donde las
mujeres y los hombres del ayllu se reunían para debatir públicamente sus
problemas políticos, económicos y sociales, para elegir al curaca, y para
ser consultados. El cama chico era la única institución, junto con la
asamblea germana, en donde las mujeres participaban en una elección o
en una consulta en iguales condiciones que los hombres.
En la actualidad, está convencionalmente aceptado y además reconocido
por nuestra Constitución que los representantes del Estado elegidos por
el pueblo no tienen prerrogativas absolutas, ni pueden ejercer sus
facultades en forma desmedida. Antes bien, las ejercen con el margen
razonable de autonomía para cumplir a cabalidad su función, pero dentro
de las propias limitaciones que establece el sistema jurídico, y
obviamente, asumiendo la responsabilidad -previamente tipificada en la
Constitución y las leyes- por los actos indebidos que estos cometan.
De otro lado, la segunda parte del artículo 45 de nuestra Constitución
condena las acciones desplegadas por terceros que atenten o pretenden
apropiarse ilegítimamente del poder, el cual solo corresponde al pueblo a
través de los representantes que este libremente elige.
Es importante mencionar que todos los ciudadanos en circunstancias de
normalidad y equilibrio político, social y económico, debemos,
obediencia al gobierno ya sus autoridades elegidas en forma democrática.
El presidente de la República y las autoridades elegidas en cumplimiento
de los procedimientos establecidos en la Constitución y las leyes son los
únicos legitimados para ejercer la representación del Estado, y ningún
civil o militar puede atentar contra el ejercicio legítimo de ese poder o
modificar el régimen constitucional.
El pueblo no gobierna sino por medio de sus representantes y
autoridades creadas por la Constitución.
Ahora bien, cuando alguien se levanta en armas y vulnera el principio
básico de representatividad del gobierno -enunciado en la primera parte
del artículo 45- comete el delito político de sedición o rebelión, según
corresponda. Ordinariamente, la Constitución no contiene definiciones
sobre los delitos políticos que condena, sino que nos remite en forma
obligatoria a normas de inferior jerarquía a efectos encontrar su
verdadero alcance. De conformidad con lo señalado por Luis A. Bramont
Arias, la noción de delito político ha sido establecida de conformidad con
los criterios que han servido para distinguidos del delito común: objetivo,
subjetivo y mixto. Para el criterio objetivo, el delito político se determina
atendiendo al derecho que lesiona, al bien o interés jurídico lesionado o
puesto en peligro.
El criterio subjetivo se basa en el fin que el agente persigue, en su
personalidad y en los motivos de su conducta. El sistema mixto se basa
en el bien o interés atacado y en el móvil del autor o fin que se persigue.
En el Perú es difícil de olvidar el nombre de Ollanta Humala. Dicho
personaje en octubre del 2000, cuando aún poseía el grado de teniente
coronel del Ejército Peruano, acompañado de un grupo de reservistas, se
levantó en armas contra el entonces presidente Alberto Fujimori
exigiendo su inmediata renuncia. En aquellos momentos se escucharon
críticas y apologías apasionadas a la conducta desarrollada por Ollanta
Humala y los reservistas que lo apoyaron. Se escucharon voces que
consideraban que Ol1anta había hecho ejercicio legítimo de su derecho
de insurgencia en defensa del orden constitucional. Otros, por el
contrario, repudiaron la conducta de Ollanta y calificaron su conducta
como una rebelión o sedición. Lo cierto es que durante el gobierno de
transición del presidente Valentín Paniagua, Ollanta y su hermano
Antauro depusieron sus armas y se entregaron, luego de lo cual fueron
finalmente amnistiados.
El delito de sedición está tipificado en el artículo 347 del Código
Penal:
"El que, sin desconocer al gobierno legalmente constituido, se alza en
armas para impedir que la autoridad ejerza libremente sus funciones o
para evitar el cumplimiento de las leyes o resoluciones o impedir las
elecciones generales, parlamentarias, regionales o locales, será reprimido
con pena privativa de libertad no menor de cinco ni mayor de diez años".
En este caso, tal como señala Marcial Rubio, el agravio no está dirigido
directamente contra los poderes del Estado o contra la Constitución sino
contra el ejercicio de la autoridad. Es una desobediencia activa. También
ocurre cuando se pretende sabotear las elecciones que, en realidad, no
son sino el procedimiento democrático para determinar quién ejercerá el
poder legítimamente. Finalmente, es menester recordar, que, tanto en los
casos de sedición como de rebelión, el tipo penal exige que el
levantamiento del sujeto activo se produzca con armas.
Artículo 46 Usurpación del gobierno y derecho de insurgencia
Nadie debe obediencia a un gobierno usurpador, ni a quienes
asumen funciones públicas en violaci6n de la Constituci6n y de
las leyes. La poblaci6n civil tiene el derecho de insurgencia en
defensa del orden constitucional. Son nulos los actos de quienes
usurpan funciones públicas.
Fernando Velezmoro Pinto
La existencia de este tipo de cláusulas tiene por finalidad evitar los
golpes de Estado, o técnicamente hablando, rupturas del orden
constitucional. Sin embargo, y tal como opina Bernales, pese a su
inveterada presencia en nuestros Textos Constitucionales, no han podido
impedir el uso desnudo de la fuerza para derrocar gobernantes, usurpar
funciones o modificar fácticamente la distribución del poder de los
órganos del Estado, tal como ocurrió el 5 de abril de 1992930, por citar
el ejemplo más reciente.
Si lo que se pretende es que no existan golpes de Estado lo menos
adecuado parece ser proscribirlas a través de amenazas como las del
presente artículo (sancionando con nulidad sus actos y legitimando la
insurgencia) o como las mencionadas en el artículo 307 de la
Constitución de 1979, que en su oportunidad no impidieron el autogolpe
de Fujimori, o las que se encuentran presente en los proyectos de reforma
constitucional preparados por el Congreso de la República932 en el año
2002. Y es que la solución para esta clase de rupturas institucionales es la
toma de medidas en los planos económicos y sociales que solucionen los
reales problemas del país, tan antiguas como la república, y que impidan
la f1lantrópica pretensión de ciertas personas (civiles o militares) para
intentar solucionados fuera de los cauces democráticos preestablecidos.
Esta norma hace referencia a los momentos de ruptura constitucional, es
decir, estamos ante una norma jurídica que pretende incidir sobre los
momentos en los que la Constitución, y a través de ella todo el
ordenamiento, está en suspenso. Al margen de la viabilidad de esta
opción y de sus reales efectos normativos, de la que más adelante nos
ocuparemos, estamos pues ante un tema con ribetes eminentemente
políticos. La Constitución, como sabemos, a diferencia del resto de
normas jurídicas, comparte su naturaleza jurídica con la política. Esta es
una característica intrínseca al concepto de Constitución, y la convierten
por ello en una norma sui géneris. Si bien la evolución del
constitucionalismo ha favorecido la juridificación del concepto de
Constitución, en buena medida gracias a la creación de la jurisdicción
constitucional, dicho proceso no ha significado el desconocimiento de su
naturaleza política, puesto que, como bien señala Pérez Roy 934), el
Derecho Constitucional arranca de la política y acaba en la política.
La desobediencia, la resistencia y la insurgencia, importan en buena
cuenta una respuesta política, en tanto que no se articulan mediante
mecanismos jurídicos, a otro fenómeno político: el quebrantamiento del
orden jurídico para la detentación del poder del Estado. Y es que, si la
soberanía del Estado importa siempre una relación entre gobernantes y
gobernados de manera vertical caracterizada por la obediencia de estos
últimos, ¿cómo se comprende entonces que una norma jurídica propugne
la ruptura de dicha relación?
La respuesta a esta pregunta solo se comprende si se tiene en cuenta los
presupuestos de la obediencia y el poder del Estado, en una palabra, en la
legitimidad de dicho poder. Tal concepto solamente puede ser entendido
desde una perspectiva histórica ubicada en los albores del
constitucionalismo.
La legitimidad constitucional
Si bien las relaciones de poder (mando-obediencia) han existido desde la
antigüedad, las bases que sustentan el poder del actual Estado
constitucional solo se entienden desde las formulaciones doctrinarias de
la edad moderna, así como de los acontecimientos históricos de la baja
edad media inglesa y de la época prerrevolucionaria francesa. En efecto,
solamente desde las construcciones teóricas del pactum suijetionisse
entiende que el ejercicio del poder del monarca y la obligación de
obedecer de no es algo que pertenezcan al derecho divino sino que se
sustentan en un hipotético pacto entre este y el pueblo, pacto por el cual
las personas entregan el poder al rey y se comprometen a obedecerle.
Dicho pacto se podía entender de dos maneras: o tal entrega implicaba la
renuncia incondicionada, irrevocable y definitiva de todos sus derechos
(traslativo), o importaba que el pueblo reservaba el derecho a revocar el
pacto cuando el monarca no cumpliera con sus obligaciones (concessio).
Se encuentra aquí el germen del derecho de resistencia, en la medida que
se entiende que, como correlato del pacto, si una de las partes incumple
la otra parte tiene expedito el derecho para incumplir también la suya,
que en otros términos significa la desobediencia al monarca cuando este
no cumple sus obligaciones por la cuales se le concedió el poder.
Sin embargo, la gran limitación de la doctrina del pactum suijetionis
estriba en que no cuestiona el origen del poder. Discuten sí la actuación
del monarca y la posibilidad de su permanencia, pero siguen concibiendo
la raíz teológica del poder: esto es que el origen del mismo es divino.
Pacto social y Constitución
El contractualismo supuso la asunción de un nuevo orden legal a través
de su consagración en el proceso independentista de las colonias inglesas
en Norteamérica y la revolución francesa, especialmente en lo atinente a
la legitimidad del Estado organizado a través de instrumentos jurídicos.
En ambos países se hace patente la idea de organizar el poder a través de
una Constitución; sin embargo, no debe perderse de vista que mientras
en las trece colonias el pacto social para la creación de la sociedad
política coincide con la declaración de independencia y la fundación de
nuevos Estados, Francia ya existía como Estado antes del primer grito de
revolución, aun cuando dicho acto supuso la ruptura con el Anden
Régimen.
Cierto es que en Norteamérica el pacto social coincide con su primera
organización como Estado y con la dación de su Constitución. Lo
contrario ocurre en Francia, donde el proceso revolucionario conlleva la
ruptura del antiguo orden como consecuencia del quebrantamiento dé
parte del monarca del pacto social ya celebrado, hipotéticamente
hablando, siglos atrás. Importa, pues, para Francia una nueva forma de
organización política, más no la primera. Es más el propio hecho de la
revolución francesa supone ya el ejercicio del derecho de resistencia
formulado por la doctrina del pactum suijetionis.
Al igual que en las trece colonias, las incipientes repúblicas
latinoamericanas nacieron por contrato social. Claro está que no estamos
hablando de acto concreto como sí ocurrió en Norteamérica, sino de la
constatación histórica de un consenso en la instauración de una república
independiente de la metrópoli española, es decir, de la instauración de
una nueva sociedad política distinta y autónoma a cualquier otra
existente. Tal pacto social se encuentra pues en la independencia y su
forma de organización política en nuestras primeras Constituciones. De
allí que casi todos nuestras Constituciones históricas recojan una cláusula
similar al actual artículo 45: "El poder del Estado emana del pueblo.
PROCURADORES PUBLICOS
Artículo 47 La defensa de los intereses del Estado está a cargo de
los procuradores públicos conforme a ley. El Estado está
exonerado del pago de gastos judiciales.
Fernando Vidal Ramírez
La norma tiene su antecedente próximo en la Constitución Política de
1979, que en su artículo 147 establecía: "La defensa de los intereses del
Estado está a cargo de los procuradores públicos permanentes o
eventuales que dependen del Poder Ejecutivo. Son libremente nombrados
y removidos por este". Según Marcial Rubio946 su antecedente más
remoto se encuentra en la Constitución de 1867, cuyo artículo 97 preveía
un Fiscal General Administrativo como consultor del Gobierno y
defensor de los intereses fiscales.
Pero la institución de la Procuraduría Pública no se originó en la
Constitución de 1979, pues ha existido desde antiguo, ya que la defensa
del Estado se encargaba a abogados que la asuman como función
pública, como procuradores públicos, y también a abogados que eran
llamados para casos especiales y que la desempeñaban desde sus bufetes,
como procuradores ad hoc.
La institución de la Procuraduría Pública estuvo normada por
disposiciones legales dispersas hasta la promulgación del Decreto Ley
N° 17537, publicada el 18 de marzo de 1969 por el Gobierno del general
Velasco Alvarado, que vino a normar la representación y defensa del
Estado y dio creación al Consejo de Defensa Judicial del Estado.
El Decreto Ley N° 17537 no es, obviamente, una ley de desarrollo
constitucional. Pero al no ser derogado al iniciarse la vigencia de la
Constitución de 1979 y ponerse en vigor la Ley N° 23230, promulgada el
15 de diciembre de 1980, que otorgó al Poder Ejecutivo la facultad de
derogar o modificar la legislación expedida a partir del 3 de octubre de
1968; el Decreto Ley N° 17537 ha pasado por el tamiz de la
constitucionalidad aunque, desde entonces a la actualidad, se le han
introducido diversas modificaciones y ha sido objeto de
reglamentaciones, lo que nos permite considerar que las Procuradurías
Públicas tienen un régimen legal. Dentro de este régimen quedan
comprendidos los procuradores públicos ad hoc nombrados para casos
especiales.
Con arreglo a su régimen legal, la representación y defensa del Estado la
ejercen los procuradores públicos a cargo de cada Ministerio y de las
entidades públicas a las que les corresponda, quienes pueden intervenir
en todas las instancias y jurisdicciones, sean la ordinaria, la militar o la
constitucional, pudiendo ejercer la defensa como demandantes o como
demandados, como denunciantes o como parte civil, debiendo actuar con
independencia de criterio. Pueden prestar declaración de parte y, por su
propia iniciativa, solicitar medidas cautelares y emplazamientos para
anticipar la prueba. Pueden interponer, en general, todos los recursos que
franquean las leyes, pero, para allanarse a una demanda, desistirse o
transigir requieren de la autorización de la autoridad administrativa que
les otorgó el nombramiento.
El Consejo de Defensa Judicial del Estado, del que dependen
funcionalmente los procuradores, lo preside el Ministro de Justicia o el
funcionario que él designe.
Tiene como atribuciones, entre otras, la de emitir pronunciamientos por
escrito sobre las cuestiones legales que interesen a la defensa judicial del
Estado; la de servir de órgano de centralización estadística,
asesoramiento y coordinación técnica, así como de interpretación
administrativa de los principios legales que interesen a la defensa judicial
del Estado; la de formular los proyectos de ley que considere necesarios
para la mejor defensa del Estado; la de absolver las consultas que le
formulen los procuradores públicos; la de recibir anualmente los
informes de los procuradores públicos sobre los procesos en los que
intervienen y ordenar su publicación en la Memoria Anual de la Defensa
del Estado.
El régimen legal que venimos exponiendo establece que el Estado solo
puede ser demandado en la capital de la República, sin que se admita
excepción alguna, lo que debe entenderse, consideramos, únicamente al
Gobierno Central y no a los Gobiernos Regionales y Locales. En caso de
demandas fuera de la capital de la República, además del equipo auxiliar
de abogados adscrito a cada Procuraduría, puede nombrarse también
procuradores ad hoc que se hagan cargo de la defensa.
Por último, la norma bajo comentario exonera al Estado del pago de los
gastos judiciales, elevando a la categoría de precepto constitucional la
exoneración. La norma es polémica, no tiene antecedente en la
Constitución de 1979 pero recepta las exoneraciones que establece lo que
hemos venido considerando como el régimen legal de las Procuradurías
Públicas.