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De noche, en el mar, las únicas luces que brillan son las de los

barcos. Alrededor de ellos hay una noche oscura y grande,


toda de agua, sin calles y sin casas.
El capitán, los pasajeros y los tripulantes miran la oscuridad
hasta que, de pronto, ven otra luz, muy lejos. Parece encender-
se y apagarse. Hace señales que significan:
-Están llegando a un puerto. ¡Bienvenidos! ¡Aquí está la tierra
y la gente!
Es la luz de un faro a la entrada de un puerto. El fa ro es una
torre con una enorme lámpara en la punta; la luz se filtra por
vidrios muy gruesos. El faro es muy alto, para que sus seña les
puedan verse desde lejos.
Hace dos mil años, en Egipto, en la isla de Faros, había un fa-
ro blanco, de mármol, más olto que una casa de diez p isos. Era
el faro del puerto de Alejandría.

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Ahora, todas las noches, más de veinte mil faros se encien-
den en las costas del mundo.
Algunos indican la entrada a un puerto. Otros están en costas
rocosas o en islas e indican: ¡PELIGRO!
El lenguaje del faro está formado con señales de luz. Cada
faro hace sus señales propias, su forma de prenderse y apagar-
se es diferente de las de todos los demás; el capitán del barco
entiende las señales y, gracias a ellas, puede reconocer un faro
de otro.
Los faros no funcionan solos: siempre hay uno o dos guar-
dianes cuidando que la luz brille toda la noche. No lo aban-
donan ni lo descuidan nunca. Saben que si se apaga, un bar-
co puede estrellarse contra las rocas o equivocar el rumbo.
El guardián o guardafaro que atiende un faro solitario, en
una isla o sobre una roca, trabaja lejos de todos y su función no
es fácil. Sin embargo, la seguridad de los navE?gantes está, mu-
chas veces, en sus manos.

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