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Yolanda Pantin: “Está en mi naturaleza darle voz a las cosas”

Entrevista por Daniuska González González

I.

Yolanda Pantin, “está sobre el poema/ recogido sobre sí/ forma un muro contra el
mundo…/ está sobre el poema/ protegido por la página/ y el orden que supone/ su inocente
mirada…/ está bajo el poema/ amalgama de palabras/ por momentos difíciles”. Para Yolanda
Pantin “el libro es un paisaje inacabado/ la letra una obsesión abominable… La letra abre con
sangre/ un terror una hondonada”. En Yolanda Pantin, siempre, “El poema está por verse”.
Leer la poesía de Yolanda Pantin es entrar al ser, como escribiera Octavio Paz;
ponernos fuera de nosotros y, simultáneamente, regresar a nuestro origen, retornar a sí
mismos; enfrentarnos a través de esos versos de silencios y arraigos, a una imagen donde nos
representamos y a la vez nos desconocemos. A una imagen que no resulta hecha más que por
palabras, que no “pretenden hermosear, santificar o idealizar” el mundo, sino “volverlo
sagrado”.
Descubrir la poesía de Yolanda Pantin presupone ir a la tibieza cierta de la infancia;
a las heridas que laceran la piel del pasado; a esos fragmentos que la vida concedió y que
después, ella misma, se encarga de convertir en recuerdos, y únicamente así permanecen.
Una poesía que, como la de Casa o Lobo, “le entran a uno deseos de irse entre los muros,/
pegado a las paredes”; donde “Uno siente por dentro golpes de pico y pala”; donde “Bastaría
la muerte. La estampida anunciada de la voz al desencuentro”.

II- “Quien fuera. Todo aquel nombrado”

- ¿En qué momento se dijo: “soy poeta”?


- Cuando llego a la Escuela de Letras de la Universidad Católica Andrés Bello. Yo venía de
estudiar varios años en las escuelas de artes plásticas de Maracay y de Valencia, cuando
decido que no tengo talento para las artes plásticas y entro a una carrera que consideraba afín
con mi vocación artística: Letras. Yo había sido una lectora voraz, como suelen ser algunos
adolescentes, esos niños huraños que buscan refugios, mundos alternos. Dedicaba horas del

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día a la lectura. Leía cualquier cosa, lo que cayera en mis manos. En la casa de mis abuelos,
en Turmero, había una pequeña pero selecta biblioteca con dos colecciones muy importantes
para mí, una de novelas y otra de una enciclopedia llamada El tesoro de la Juventud, en una
edición de principios de siglo, cosa que hacía la lectura todavía más atractiva, porque tenía
muchas ilustraciones en blanco y negro, fotografías y grabado. Esa fue mi iniciación.
Respecto a la poesía, siendo muy joven, me sentía atrapada por esas atmósferas que se
derivan de cierta poesía declaratoria, Darío, Espronceda, Walter Scott, poemas que contaban
lindas historias, muy románticas.
Ya en la Escuela de Letras, lo que allí determinó mi inclinación por la poesía de una
manera, digamos, más distanciada pero igual de apasionada, fue el haber tomado, en segundo
año de la carrera, un seminario sobre Vallejo con el profesor Hugo Achugar. Entendí de la
mano de Achugar que la poesía, más allá de la fascinación que podía producirme a otros
niveles, recordando mis lecturas adolescentes, es un problema de lenguaje, un edificio de
palabras, un aparato formal que yo podría también modelar.
Pero simultáneamente, ocurrieron cosas en mi vida personal que marcaron ya para
siempre mi vocación literaria y que hicieron de la poesía una suerte de destino elegido, si
puede así decirse: la muerte trágica de dos de mis hermanos, el enfrentamiento brutal con la
muerte. Es así como se sella el pacto y la poesía deriva en absoluta necesidad, absoluta
necesidad de leer y de escribir poesía.

- Los inicios de su vocación poética: primeros poemas, primeras lecturas en público.


- La historia continúa y se complejiza todavía más. Entré tarde a Calicanto. Cuando llegué
me encontré con un grupo numeroso de narradores, poetas y ensayistas. Nunca abrí la boca
en el taller, nunca dije nada, jamás de los jamases, pero tuve el valor, a pesar de mi extrema
timidez, de compartir los primeros poemas de Casa o Lobo con el grupo. La recepción de los
textos fue muy buena, yo estaba contenta. Antonia Palacios me apoyó y me estimuló
muchísimo, y también los miembros del taller.
De Calicanto se desprende el grupo Tráfico. No recuerdo haber leído públicamente
poemas de Casa o Lobo. Recuerdo haber leído horribles poemas que nunca publiqué, ya
como miembro del nuevo grupo. Me tomé muy en serio: “el poema en la calle”, como decía
el manifiesto.

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- Y a propósito de grupos literarios, ¿cuáles piensa que fueron los aportes de Tráfico a
su poesía?
- La posibilidad de explorar otros mundos y así tener la engañosa pero agradable sensación
de ser libre. La posibilidad de escuchar a los otros en un baño, en un automercado. Mirar
como el que escucha, decía Igor Barreto en aquel tiempo. Correo del Corazón es el libro de
esa época.
Fui la primera, junto con Igor Barreto, en abandonar el grupo. En mi caso particular,
sentía que la propuesta de Tráfico ponía límites a mi curiosidad, a la ilusión de que la poesía
pudiera abarcar otros mundos, la imaginación, el sueño, lo que no estaba en la propuesta del
grupo, la literatura como centro y referencia. Todo.
Al abandonar Tráfico, los vampiros comienzan a aparecer. Creo que ese pequeño
detalle es muy sintomático. Aunque lo que digo tampoco es cierto, porque Casa o Lobo está
poblada de murciélagos, como poblados estaban de ellos los techos de la vieja casa de mis
abuelos en Turmero. Había murciélagos y también vampiros.
Yo vivía en un haras de caballos de carrera y si no se tomaban precauciones para
ahuyentar a esos bichos, al día siguiente en el cuello de los caballos aparecía un collar de
sangre que se escurría hasta el pecho.

- En usted, ¿tiene la escritura de la poesía lugares preferidos, horas determinadas?


- Escribo siempre en las mañanas, aunque el poema te asalta en cualquier momento, pero
trabajo en las mañanas. Mis últimos poemas lo he escrito en la Autopista del Este, rumbo a
mi trabajo. No he dejado de trabajar nunca, ahora me doy cuenta. Hace siete años trabajo en
la escritura de una novela que he llamado Los Hornos. Después de tanto tiempo, acabo de
concluir la primera parte, apenas cincuenta páginas escritas. En los próximos siete años,
trabajaré en la segunda parte, otras cincuenta páginas. Una novela corta. Trabajo en ella
obsesiva y cotidianamente, palabra por palabra, coma por coma. Así distraigo el horror de la
página en blanco.
Desde que trabajo en el Museo Alejandro Otero tengo poco tiempo para escribir. El
poco tiempo que tengo se lo dedico más al ensayo, a la reflexión. Me ha tocado escribir varios
artículos últimamente, Estoy en un momento muy particular de mi vida, una suerte de tregua,
de paréntesis. Con respecto a lo que he escrito, he tenido la impresión de que esa materia de

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vida que sirvió de base para los versos que he producido, al final, tiene un modesto cuerpo
físico. Puedo tomar en mis manos los libros que he escrito, sopesarlos y decir: “Aquí hay
como un kilo de papeles, kilo y medio cuando mucho”.
Tengo poco tiempo, es cierto, y sin ese tiempo de ocio no hay escritura posible, a no
ser que sea tan grande la necesidad que me obligue a escribir, como dice mi jefa, “en el turno
de la madrugada”; pero tampoco siento esa necesidad avasallante.
Mi libro inédito La Quietud recoge todos estos años de vida, es como una suerte de
testamento. Está casi concluido, faltan detalles. Después no sé qué cosas nuevas se van a
abrir. Lo que sí es cierto es que se cerró un capítulo muy largo de mi vida y de mi escritura.
Algo cambió dentro de mí. De momento, estoy muy atenta a los ruidos de los nuevos tiempos.
Yo tengo un cuaderno, un diario de anotaciones rápidas, de sueños, de cosas que
pueden ser poemas. Es una herramienta de trabajo muy útil. La mayoría de los poemas de La
Quietud salieron de ese cuaderno casi sin darme cuenta. Trato de escribir todos los días en
él, cualquier cosa, lo que sea. Así se ejercita la mano, pienso. Y la voluntad también. Tengo
manías. Con respecto a ese cuaderno, en realidad no es uno, son varios, todos iguales,
cuadernos comprados en París. Deben ser iguales: de tapa dura, esquineros y lomo de tela,
azules. Son como hermosos tractores, muy fuertes, muy sólidos. Los he llamado Mis diarios
azules.

III- “Todo es verdad: todo es mentira: todo es espejo”

En uno de sus ensayos Chesterton expresó que todo pasaba, pero siempre quedaba el
asombro, sobre todo el asombro ante lo cotidiano. Los poemarios de Yolanda Pantin
reverencian precisamente al asombro, al desconcierto frente a la vida: la existencia gris; la
sensación de que pertenecemos a la muerte; lo inseguro de nuestro tiempo; el miedo que
pende sobre las cabezas, acusador.
Íntimas referencias y desamparos pueblan los versos de la poeta, que aguardan
evocaciones, emotividades. Desde Casa o Lobo hasta Los Bajos Sentimientos, aparece la
noche del temor, del sobresalto, de la soledad, que sustenta un tono elegíaco y a la vez
desolado, de aridez apocalíptica.
Sin más, “La palabra a golpes desprendida. Volcada de revés”.

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- Posterior a editarse Casa o Lobo, comentó que el estilo en que fue concebido se había
apoderado de su interior poético hasta el límite de decir “basta” y marchar a la
búsqueda, a través de un brusco rompimiento, de otros discursos creativos. Me interesa
conocer si ahora, a dieciséis años de su publicación, Casa o Lobo ejerce sobre su poesía
algún influjo o si constituye, por el contrario, ese primer libro, casi mágico, que luego
nos invita a la reflexión porque pudimos escribirlo mejor.
- El centro neurálgico de toda mi escritura es lo que sostiene a Casa o Lobo: la pérdida, todo
lo que tiene que ver con mi infancia, con un paisaje del cual no queda, como dice, ni el
recuerdo. Lo que está en Casa o Lobo está en todos mis libros. Después de dieciséis años de
oficio me doy cuenta de que el único tema, y si no el único, al menos el más importante, es
el de “la infancia tan hondamente perdida”. He vuelto atrás, sobre lo mismo, muchas veces,
siempre. Creo que soy autora de un solo libro donde hay diversos matices, claves de lectura
y escritura, sobre todo, muy distintas. Ya en la época de Casa o Lobo, después de publicar el
poemario, Luis Alberto Crespo me decía que yo había abandonado la experiencia
bruscamente, que había abandonado por temor el libro, que no lo había terminado. Eso es y
no es cierto, sino, ¿cómo se explican las claves hermanas, por ejemplo, que hay entre Casa
o Lobo y El Cielo de París, libros escritos en periodos muy distintos, con años de por medio?

- ¿Existe en La Canción Fría conmiseración hacia la vida, hacia el hombre, hacia todo?
- Lo que dices lo percibo más en Correo del Corazón. La Canción Fría es más distanciada.
Pero puede que tengas razón. Tendría que pensarlo.

- “El escritor está sobre la piedra”, uno de los versos de Poemas del Escritor: ¿Qué
significa esa piedra que usted poetiza, de qué connotación la reviste?
- La nada, el vacío, la aridez que era para mí, en ese momento, la vida. Una piedra sobre la
que no crece nada.
- El Cielo de París: ¿poesía de vernos al desnudo ante la muerte, de sentirnos atrapados
por ella?
- Sí, absolutamente. El Cielo de París es un poco mi respuesta a la muerte. Perplejidad, dolor.
El problema es cómo nombrar eso que te quita la palabra. O nombrar lo que no tiene nombre.
En la articulación de ese discurso que quiere y no puede hablar de la muerte, me ayudaron
como muletas, algunos poemas, algunos poetas que están citados en el poema y que forman

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con lo escrito por mí, un tejido de palabras. Yo sola no hubiese podido enfrentar el tema, tuve
que buscar ayuda. Lo demás es lo que está allí, un poema entrecortado, jadeante, jirones de
palabras, ráfagas de pensamiento, visiones siniestras.

- ¿Reconocería en Los Bajos Sentimientos un libro perverso? ¿Acaso una parábola que
desenmascara al hombre de sus disfraces?
- Me imagino que lo de perverso tiene que ver con la oscuridad de estos tiempos, con el
enfrentamiento con el mal, y lo que esto significa para una persona común y corriente del
colectivo: estar ante lo que tiene la fuerza de destruirnos. “El día que conocí a Susan Howe”
es un poema que resume el libro, allí hablo de la guerra en un país que puede ser éste o
cualquier otro, de la crueldad, de cuerpos despedazados, de pesadillas, de lo que queda
cuando pasa el río del odio.

- ¿Por qué su poesía hurga en lo gris, en los elementos que esquiva el ser humano?
Hablo, por ejemplo, de La Canción Fría, de Los Bajos Sentimientos y de El Cielo de
París.
-Yo diría negro en lugar de gris. Lo gris lo relaciono con la pobreza espiritual que está, por
ejemplo, en Correo del Corazón, eso tan mediocre, tan de clase media. Pero si hablas del gris
de la niebla, pudiera ser… He tratado de ser muy fiel a lo que soy, a lo que he sido y a lo que
he pensado y sentido. La poesía me ha servido de instrumento para indagar dentro de mi
interior, dentro de esa niebla tan espesa a la que quizás aludes. He tratado de ver en ese
bosque los claros. Insisto en eso, digamos, en la parte oscura, en la Sombra de mí y del mundo
que percibo, porque no puedo evitarlo, porque está en mi naturaleza darle voz a esas cosas
para dejarlas atrás, para que no me perturben. Los fantasmas viven en esa niebla, borrosa,
espesa, ambigua. La escritura poética es, también, terapéutica. Pero de eso se ha hablado
mucho y yo no tengo nada nuevo que agregar.
- Durante mi lectura de su poesía, observé que la muerte, soterrada o libre, presente o
aparentemente ausente, se erigía en la línea de cohesión de su poética. ¿Coincidiría en
este criterio? ¿Acaso resultaría un miedo su presencia?
- La muerte no es para mí un hecho abstracto. Le tengo temor porque destruyó a mi familia,
la muerte de mis hermanos. Ha pasado mucho tiempo, pero siempre queda un miedo, el miedo
al dolor de mi madre, algo que está en toda mi poesía.

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- ¿Por qué razones penetra su poesía en el juego con la ironía?
- Un mecanismo de defensa frente al horror, poner un poco de distancia a eso tan difícil que
es la vida y sus cosas.

- Le señalo, por si estamos de acuerdo, que en su obra se revela un trabajo profundo


hacia las sensaciones y los sentimientos, hacia las aprehensiones, y no hacia la metáfora,
la cual, como apuntara Sábato, es el único modo de expresar el mundo subjetivo.
- Es cierto. La metáfora es lo que encubre y no revela. Quizás esté diciendo un disparate,
porque ciertamente le tengo gran respeto y también mucho temor a la capacidad de
metaforizar. En mi elección, he querido ser contundente, más directa y llana, la cosa vista
como cosa. Mi poesía busca esa desnudez.

- El teatro y la poesía: manifestaciones que convergen levemente, que apenas se


entrecruzan. ¿Qué la tentó, entonces, a escribir para las escenas?
- No me tentó nada. La escena y los personajes surgieron solos, como necesidad. La
necesidad del diálogo, de salir del cerco de la poesía, de la única voz asfixiante, del monólogo
de la poesía. Si tuviese tiempo, escribiría para teatro. Me gusta mucho dialogar. Me gustan
mucho las personas.

IV- “Para entrar a la luz vencidos por la sombra”

- En su poesía, la literatura venezolana cuenta con una de las voces más sólidas y
depuradas, de un oficio maduro y pleno, que no ha merecido, sin embargo, un premio
de peso. ¿Indiferencia suya o injusticia literaria?
- No sé, no lo he buscado. El Premio Fundarte me ayudó, sobre todo, porque en ese tiempo
no me encontraba nada bien. Las cosas vienen en la vida cuando tienen que venir. En todo
caso, es agradable que te reconozcan, claro que sí. Yo he sido varias veces “mencionada”
En su momento eso me dio fuerzas, sobre todo tomando en cuenta lo viciado del
medio. Que te mencionen es un triunfo, quizás más que el que te premien, digo yo. Depende
de cómo lo mires. Se me mencionó cuando Casa o Lobo en el Premio “Francisco Lazo
Martí”, que ganó Gabriel Jiménez Emán, y con Correo del Corazón en la Bienal “José Rafael

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Pocaterra”, que ganó Teófilo Tortolero. La Canción Fría quedó un par de veces finalista en
el Premio Fundarte.

- ¿En algún momento ha reflexionado acerca de que el poeta venezolano es una voz
silenciada en el ámbito literario internacional? ¿Se pudieran mencionar culpables?
- Sí; por una parte, la indiferencia y la apatía de todos nosotros, con una dosis de soberbia; y
por otra parte, la política cultural del Gobierno que ha sido nefasta. Todo eso junto,
indiferencia, apatía, soberbia y un Estado incapaz, han traído como consecuencia el silencio
total. Hemos devenido en fenómeno de invisibilidad, como gusta de decir ahora la academia
norteamericana. La invisibilidad de los venezolanos.

- Y de la actual poesía del país, ¿qué opina?


- Yo espero muchísimo de la nueva generación de poetas que conozco. Por muchas razones,
aunque la que más me entusiasma es la que percibo en lo escrito como una marca de radical
diferencia frente a la generación que los antecede, la nuestra, la mía. Somos totalmente
diferentes. Entre el mundo de los muchachos que digo y el nuestro hay un abismo y eso en
la poesía que escriben se transparenta, ese abismo, esa distancia. Esos jóvenes tienen una
percepción muy distinta de la realidad. Para empezar, son urbanos, no han visto en su vida
ni techos rojos ni patios con gallinas. No les interesan tampoco. Siendo la nuestra, como lo
creo, una generación de transición servirá como puente para que otros puedan expresarse sin
tener que rendir tantas cuentas, ni saldar viejas deudas, ni nada.

V.

“Bastaría el desalojo de la piel/ intacta. Absortos, manchados al fin, en el fondo/ de


nosotros mismos…/ Gime quien alcanza la sangre o la/ medita posible: Bastaría la muerte”,
marca sus huellas el pasado en Yolanda Pantin. Recuerdos y otra vez recuerdos, como almas
que penan por no morir a pesar de haber muerto.
La poesía entonces como lumbre eterna, que revive con sus brasas la casa paterna, la
cal de las paredes, los relinchos del caballo lejano, el patio como salutación al sol, los
hermanos que cantan sin saber de la muerte. Lo que ya no está. Lo que se ha ido. “Ni somos.

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Ni aún seremos parte.” Mientras, Yolanda Pantin escribe, disimulando que “este miedo de
morir aplastados, sin que nos oigan”, es apenas el comienzo del olvido.

Entrevista publicada en Ateneo. Revista de Literatura y Arte número 4, Venezuela, 1997

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