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Pontificia Universidad Javeriana

Facultad de Filosofía
Seminario Juan Duns Escoto: Tratado acerca del Primer Principio
Relatoría parágrafos 75-80
Profesor: Héctor Salinas
Estudiante: Juan Andres Vaca Velasco

Del concepto de infinito en Escoto, de su posible no contradicción con el ser y


de cuatro de sus pruebas de la infinitud de Dios

Introducción

La relatoría presente se ocupa de la sección del Tratado que va del parágrafo 75 al 80. En
esta, Escoto presenta cuatro demostraciones de que el Primer Principio es infinito. La primera
se basa en la naturaleza del entendimiento de Dios; la segunda, en su simplicidad esencial; la
tercera, en su eminencia perfectísima; la cuarta, en el fin último de nuestra voluntad. Además
de las pruebas per se, claro, hay que hacer notar sus puntos fundamentales y accesorios,
fuertes y/o débiles. Particularmente, al hablar de la tercera, hay que hablar de una suerte de
transformación del argumento anselmiano. En el orden indicado, pues, también procederé.

Primera y segunda prueba

La primera prueba es del siguiente modo: No hay un solo acto finito de entender que sea
sustancial. Sin embargo, el acto de entender del Primer Principio es sustancial. Por lo tanto,
este acto no puede ser finito, por lo que, de hecho, necesariamente es infinito. Por último,
como el acto de entender del Primer Principio y este son idénticos, Dios es infinito. Viendo
el argumento únicamente bajo el plano lógico, aceptando sus premisas como verdaderas,
notamos que este sería, de hecho, concluyente. Ahora bien, vamos a ver si las premisas sí son
verdaderas. La menor, como lo dice el mismo Escoto, consta de las conclusiones quinta y
séptima del capítulo cuarto. En especial, de la séptima: Ningún acto de entender puede ser
un accidente de la naturaleza primera. Aquí hay algo clave y es que el entendimiento divino,
como ya se ha visto, es necesario por sí mismo, y al ser de este modo, es incausable, por lo
que se identifica con la naturaleza primera. Si el entendimiento del primer principio es
infinito, efectivamente, también lo es esta naturaleza. Nótese aquí la sutil relación con la
primera prueba de esta conclusión. Sin embargo, lo que distingue completamente la que
estamos analizando (la tercera) de la primera es su premisa mayor. Y acaso, la complica. Yo
la puse así para ver más fácilmente la forma del argumento: No hay un solo acto finito de
entender que sea sustancial. De hecho, se podría decir que esta es la base del argumento. Sin
embargo, francamente no entiendo la prueba de esta premisa. Pido ayuda en este punto.

La segunda prueba es quizás un poco menos difícil de entender. Dice así: Toda sustancia
finita pertenece a un género. La naturaleza primera no pertenece a ninguno. Entonces, como
no es una sustancia finita, es infinita. Esta razón, como la anterior, concluye. Su base, como
dije en la introducción, es la simplicidad esencial del Primer Principio. Este hecho, es decir,
que Dios es simple, que está implícito en la premisa menor, se probó ya al comienzo del
capítulo cuarto, cuando Escoto nos dice la conclusión primera. Recordando un poco, al ser
inefectible, la primera naturaleza carece de materia y forma. A su vez, sus perfecciones no
son realmente distintas. Ahora bien, esta prueba de la simplicidad esencial trae consigo un
corolario muy fecundo: “La naturaleza primera no cae bajo género alguno, porque en la
naturaleza esencialmente simple todo es absolutamente idéntico.” (Escoto, 1989, nn. 50).
Así, se ha de aceptar la premisa menor del argumento. Lo nuevo en este caso viene, como
también en la prueba analizada en el anterior párrafo, de la premisa mayor: Toda sustancia
finita pertenece a un género. Esto es verdad prácticamente por definición: las sustancias
finitas coinciden entre sí en el concepto común de “sustancia” y, sin embargo, difieren entre
sí porque tienen diferencias formales. En palabras del cristiano, al ser estas diferencias finitas,
hay cierto grado de identidad, pero no plenamente, por lo que en ellas hay composición, y
así: potencia y acto, género y diferencia. (nn. 77).

Lamentablemente, en estas dos pruebas no pude ahondar mucho más de lo apenas necesario,
por lo que la invitación a la discusión y, más que nada, a la clarificación de ellas, es
especialmente amplia. Hay que recalcar, sin embargo, que estas son para Escoto, sin duda,
pruebas inequívocas. Esto resulta bien importante porque a las dos procedentes, el mismo
filósofo no les atribuye el mismo valor demostrativo.

Tercera prueba

Esta tercera prueba es la vía de la eminencia. La reproduzco así: Es incompatible con lo más
eminente que haya algo más perfecto que él. Sin embargo, sí es compatible con lo finito que
haya algo más perfecto que él. Por lo tanto, lo más eminente es por necesidad infinito.
Básicamente, si puede haber algo que exceda a lo finito, entonces es imposible que lo más
eminente sea finito. Hay una forma alternativa del mismo argumento. Reproduzco aquí la
manera en la que la propone, parafraseando a Escoto, Gilson:

Si ser infinito no repugna a su naturaleza, un ser no es perfecto a menos que sea


infinito; en efecto, podría ser infinito; por lo tanto, si por hipótesis, no lo es, él no es
perfecto. De ahí resulta que el ser supremamente eminente en el orden del ser, y en
consecuencia todo ser perfecto, es un ser infinito. (Escoto: Introducción a sus
posiciones fundamentales, pg 171).

Aquí hay que tener en cuenta una clave de lectura y aprovecho para hacer un paréntesis. El
sentido de infinitud acá usado es el sentido de “infinitud intensiva”. Acaso un tema
relativamente nuevo es el siguiente: El proceso imaginativo de Escoto para dar con
conceptos. Pues bien, como dice Francis Catania, en su artículo John Duns Scotus on Ens
infinitum, si queremos entender a qué se refiere el filósofo cuando habla de “ser infinito”, se
hace necesario realizar, en obediencia al franciscano, un proceso imaginativo, teniendo en
mente la univocidad del término ser, que nos lleve de una infinitud cuantitativa (extensiva, y
que tiene composición), a una infinitud intensiva. La traducción no es feliz, pero, hablamos
de “un ser que es infinito intensivamente, un ser infinito en entidad” (pg 42)1. No me queda
muy claro, sin embargo, si este sentido es el que debemos adoptar únicamente para el análisis
del argumento, o siempre que queramos referirnos a Dios, ya que, de hecho, y como ya se ha
dicho en el seminario, “Ser infinito” es el nombre más apropiado que podemos decir de Él.
Y es que, además, sin este sentido mencionado, no se llega a la demostración de que, de
hecho, existe un ser infinito.

Dicho lo anterior, podemos decir, como es de esperar, que la prueba también es válida si
hablamos exclusivamente en términos de lógica. Simple y elegante, como siempre. Pero yo
dije antes que el Doctor Sutil, a esta prueba y a la siguiente, no le da el mismo valor que a
las otras. Y la verdad es que yo menos. Veamos por qué. La premisa fundamental del
argumento es que “la infinidad no repugna al ser”. Las demás proposiciones son evidentes o
ya probadas anteriormente en el Tratado, pero esta no, y, de hecho, es muy problemática. No
puede, naturalmente, ser probada a priori: La incompatibilidad o conformidad positiva entre
ser e infinito no se pueden analizar conceptualmente: por un lado, el término “ser” es el más
simple y anterior a todos; por otro, el infinito se entiende a través de lo finito. Pero esto es lo
de menos. El mismo Ayuntis dice que las razones que da Escoto en favor de “la infinidad no
repugna al ser” son persuasivas, no demostrativas. En el Tratado dice: “Como hay que
declarar posible todo aquello cuya imposibilidad no es manifiesta, así también hay que
declarar composible o compatible todo aquello cuya incomposibilidad no aparece.” (nn.78).
En un principio, se podría decir que, según eso, este argumento es inductivo, es decir,
probable. Sin embargo, yo modestamente soy un poco más duro con Escoto. Hay que prestar
especial atención a cómo se expresa. “Declarar” puede resultar un verbo ambiguo: Por un
lado, se puede entender como cuando se hace un supuesto en ciencias, con lo cual,
igualmente, hay que ser muy precavido. Por otro, como “afirmar”. En ambos casos, yo
percibo un error epistemológico. Si no se ha demostrado que algo, por ejemplo Dios, no
existe, no se puede decir que Dios no existe. En cambio, si se demuestra que Dios existe, se
acabó la discusión. Ahora bien, el franciscano da su primera razón persuasiva, basado en esa
“máxima” antes citada: La finitud no es de la noción del ser ni es propiedad convertible con
el ser, por lo tanto, no se haya incompatibilidad entre infinitud y ser. Esto es cierto, pero,
según yo, no se debería declarar nada más. Por supuesto, esto también está abierto a la
discusión. En especial esto, porque esta premisa problemática le permite a Escoto hacer
muchas cosas.

La siguiente es a propósito del proceso imaginativo descrito brevemente más arriba: “No
repugna a la cantidad la infinidad a su modo, que consiste en recibir una parte después de
otra. Luego tampoco repugna a la entidad la infinidad a su modo, que consiste en ser
simultáneamente perfecta.” (nn.78). En favor de esta premisa da cuatro razones, de la tercera
prescindo y cito apenas la última, que es de especial interés porque algo análogo vamos a
encontrar en la cuarta prueba.

1
…, but is “infinite in entity,” a being that is “intensively infinite.”. John Duns Scotus on Ens infinitum,
Francis J. Catania.
La cuarta razón se basa en el objeto del entendimiento, pero propiamente hablando, del
entendimiento humano. Es ya bien conocido cuál es ese objeto: el ser. Y este entendimiento,
según Escoto, no repugna el entender el ser infinito, de hecho, este parece ser el inteligible
más perfecto. Por lo que se concluye: no hay repugnancia entre la infinidad y el ser. Añade:
En el caso contrario, sería sorprendente que la repugnancia no fuese inmediatamente patente,
como una discrepancia en el sonido ofende tan fácilmente al oído. En palabras de Gilson:
“Más aún, no es posible asociar estos dos términos sin percibir su notable acuerdo…” (pg
172). Como veremos en la cuarta prueba, el hecho de que la infinidad no repugne al ser será
también muy importante, sobre todo en cuanto al entendimiento, del que se habla en esta
cuarta razón, se refiere.

“Coloración” del argumento anselmiano

A la fórmula de San Anselmo “Dios es el ser mayor que el cual nada puede concebirse”,
Escoto le añade: “sin contradicción”. La pregunta que tendríamos que hacernos es, primero,
a qué se refiere con “colorear” la razón anselmiana, lo que nos daría la respuesta tan añorada
de qué es lo que intenta hacer Escoto en este punto de su Tratado. A secas, es muy difícil
saberlo, por lo que en este punto en particular me apoyo mucho sobre Gilson. Y tampoco es
que sea mucho más fácil así. En todo caso, parece que (y lo siguiente es mío) esa adición es
como un condicional fundamental, que el mismo filósofo explica: de ser contradictoria la
definición, no podría pensarse. Luego de esto, dice el filósofo francés, Escoto primero quiere
demostrar que, efectivamente, no hay contradicción. Naturalmente, lo hace apelando a la
misma premisa de antes: La infinidad no repugna al ser. Claro, si esto es verdad, entonces el
nombre de “Dios”, que expresa la definición de eso de que hablamos, la cual es “aquello
mayor de lo cual nada puede concebirse”, tiene sentido. Entonces, Dios, como ser esencial,
se da en realidad. A continuación, como yo lo veo, viene un poco de lucidez escotista. De
nuevo con Gilson: El Doctor Sutil no se queda únicamente en el ser esencial, que está solo
en la mente, en donde acaso sí se quedó Anselmo. El primero, tras haber establecido que es
posible (no contradictorio) tal concepto de Dios, se propone ahora demostrar que este ser no
solo es esencial, sino existente (existente fuera del pensamiento). El argumento es el
siguiente: Si este ser, que es posible, no tuviera existencia extramental, sería contradictorio.
Lo digo en otras palabras: Es inconcebible que solo exista ese ser esencial así entendido. La
pregunta del millón es “¿Qué es lo contradictorio?”. Lo contradictorio es que este tipo de ser
exista por otra causa (que en el caso del imposible hipotético, la otra causa sería la mente
humana), pues antes que Él, nada existe, nada causa (pg 173-174). Añade Escoto: Un
cogitable que existe es mayor que todo cogitable que existe sólo en el entendimiento (nn. 79).
¿Puede aquí haber algo que decir de la “infinitud intensiva” del Primer Principio?

Solo para redondear la cuestión, Gilson hace notar que Escoto pretendía mostrar que, en su
transformación (porque, según esta lectura, lo transforma) del argumento de Anselmo, el
primer efectivo debía ser considerado como incausable, algo que ya había demostrado. Esto
también puede dar la ocasión para discutir que, como tal vez también se dijo antes en el
seminario, si acaso la infinitud del Primer Principio se funda, de alguna manera, en que es
incausable. La palabra que yo voy a usar aquí es, sin embargo, algo distinta: Si es incausable,
es por necesidad eterno. Pero esto, claramente, está para la discusión.

Cuarta prueba

Como dije antes, el hecho de que la infinidad no repugne al ser es importantísimo para la
cuarta prueba. La razón es que esta se basa en la finalidad de la voluntad humana. La prueba
dice que nuestra voluntad ama algo mayor que todo fin finito, como el entendimiento puede
entenderlo. Claramente, como el entendimiento puede entenderlo, ya que lo que no tiene
entendimiento, como hemos visto, no puede tener voluntad. En primer lugar, pues, se debe
cumplir que el fin último, que se presume infinito, al ser infinito, no repugne a la noción de
ser. Pero el argumento va más allá. Según Escoto, nuestra voluntad, que es libre, tiene una
inclinación natural a amar en grado sumo este bien infinito. Una inclinación natural se da
cuando, sin hábito, pronta y deleitosamente, se busca algo. Inquiere el Doctor Sutil: “¿Cómo
no odiaría naturalmente el bien infinito, si fuese opuesto a su objeto, como odia naturalmente
el no-ser?” (nn. 80). Las palabras de Gilson también dan luces en todo este respecto. Según
él, si bien Escoto siempre ha dicho que el ser humano no puede tener un conocimiento distinto
y completo de Dios, siempre ha dicho, también, que sí está ordenado naturalmente a Él como
su fin. De nuevo, el conocimiento más perfecto que podemos adquirir nosotros de Dios, es
que es el Ser infinito. En la medida en que el ser humano se da cuenta de su inclinación
natural, puede entonces saber que hay un ser infinito. Pero mucho más, de nuevo, recalca
Gilson, no puede saber (pg 170). A modo de cierre, entonces, y como un recordatorio más,
si bien se puede adquirir este conocimiento, se ha de ser consciente de sus límites. En
palabras del mismo Escoto:

“Infinito” expresa un modo intrínseco de ese ser (que se concibe como infinito). Por
tanto, cuando digo “Ser infinito” no me refiero a un concepto per accidens
(compuesto) de sujeto y propiedad. Más bien, me refiero a un concepto per se de un
sujeto en un cierto grado de perfección, en este caso, infinita (perfección), así se
entiende la simplicidad del concepto “ser infinito”. (Ord. I d.3)2

Así pues, que se pueda decir qué más sea Dios positiva, propia y simplemente, no es factible
para Escoto.

Bibliografía

2
La traducción es mía, de una traducción del latín de Catania: “infinite” expresses a mode intrinsic to that
entity (that is conceived as infinite). As a result, when I say “infinite being” I do not have, as it were, a per
accidens concept [composed] of subject and property; rather, [I have] a per se concept of a subject in a certain
grade of perfection, namely, infinite [perfection.]. .. And in this way the simplicity of this concept, infinite
being, is made clear. Pg 45
1. Juan Duns Escoto (1989) “Tratado acerca del Primer principio”, trad. Félix
Alluntis.
Madrid, España: Biblioteca de Autores Cristianos.

2. Francis J. Catania (1993) “John Duns Scotus on Ens Infinitum”.


American Catholic Philosophical Quarterly.

3. Gilson Étienne (2007) “Juan Duns Escoto: Introducción a sus proposiciones más
fundamentales”, EUNSA, España.

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