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Capítulo V
LA POTENCIA
Aparece más claramente cómo la prueba a posteriori de la Ética da lugar a una prueba a
priori. Basta constatar que Dios, teniendo todos los atributos, posee a priori todas las condicio-
nes bajo las que se afirma de alguna cosa una potencia: tiene pues una potencia
«absolutamente infinita» de existir, existe «absolutamente» y por sí misma. Más aún,
veremos que Dios, teniendo un atributo que es el pensamiento, posee igualmente una
potencia absoluta infinita de pensar.17 En todo esto los atributos parecen tener un rol
esencialmente dinámico. No que ellos mismos sean potencias. Pero tomados colectivamente,
son las condiciones bajo las que se atribuye a la substancia absoluta una potencia
absolutamente -infinita de existir y de actuar, idéntica a su esencia formal. Tomados
distributivamente, son las condiciones bajo las que se atribuye a seres finitos una potencia
idéntica a su esencia formal, en tanto esta esencia está contenida en tal o tal atributo. Por
otra parte, el atributo pensado tomado en sí mismo es la condición bajo la que se refiere a la
substancia absoluta una potencia absolutamente infinita de pensar idéntica a su esencia
objetiva; bajo la que, también, se atribuye a las ideas una potencia de conocer idéntica a la
esencia objetiva que las define respectivamente. Es en este sentido que los seres finitos son
condicionados, siendo necesariamente modificaciones de la substancia o modos de un
atributo; la substancia es como la totalidad no condicionada, porque posee o cumple a priori
la infinidad de las condiciones; los atributos son condiciones comunes, comunes a la
substancia que los posee colectivamente y a los modos que los implican distributivamente.
Como dice Spinoza, no es a través de atributos humanos (bondad, justicia, caridad...) que
Dios «comunica» a las criaturas humanas las perfecciones que poseen.18 Al contrario, es a
través de sus propios atributos que Dios comunica a todas las criaturas la potencia que les es
propia.
El Tratado político expone una prueba a posteriori de la misma familia que la de los
Principios y de la Ética; los seres finitos no existen y no se conservan por su propia potencia;
para existir y conservarse, tienen necesidad de la potencia de un ser capaz de conservarse a
sí mismo y de existir por sí; la potencia por la que existe un ser finito, se conserva y actúa, es,
pues, la potencia de Dios mismo.19 Desde ciertos ángulos se podría creer que tal texto tiende
a suprimir toda potencia propia de las criaturas. No hay tal. Todo el spinozismo se conforma
para reconocer a los seres finitos una potencia de existir, de actuar y de perseverar; y el
contexto mismo del Tratado político subraya que las cosas tienen una potencia propia, idénti-
ca a su esencia y constitutiva de su «derecho». Spinoza no quiere decir que un ser que no
existe por sí no tiene potencia; quiere decir que no hay potencia propia sino en cuanto es la
parte de un todo, es decir una parte de la potencia de un ser que, él, existe por sí. (Toda la
prueba a posteriori descansa sobre ese razonamiento, que va de lo condicionado a lo no con-
dicionado.) Spinoza dice, en la Ética: la potencia del hombre es «una parte de la potencia
infinita de Dios».20 Pero la parte se revela irreductible, grado de potencia original y distinto de
todos los demás. Somos una parte de la potencia de Dios, pero precisamente en la medida en
que esta potencia es «explicada» por nuestra esencia misma.21 La participación en Spinoza
siempre será pensada como una participación de potencias. Pero jamás la participación de
potencias suprime la distinción de las esencias. Jamás Spinoza confunde una esencia de modo
y una esencia de substancia: mi potencia permanece mi propia esencia, la potencia de Dios
permanece su propia esencia, en el momento mismo en que mi potencia es una parte de la
potencia de Dios.22
¿Cómo es posible esto? ¿Cómo conciliar la distinción de esencias y la participación de
potencias? Si la potencia o la esencia de Dios puede ser «explicada» por una esencia finita, es
porque los atributos son formas comunes a Dios del que constituyen la esencia, y a las cosas
finitas de las que contienen las esencias. La potencia de Dios se divide ó se explica en cada
atributo según las esencias comprendidas en ese atributo. Es en este sentido que la relación todo-parte
tiende a confundirse con la relación atributo-modo, substancia-modificación. Las cosas finitas son partes de la
potencia divina porque son los modos de los atributos de Dios. Pero la reducción de las
«criaturas» al estado de modos, lejos de retirarles toda potencia propia, muestra al contrario
como una parte de potencia les corresponde en propiedad, conforme a su esencia. La identi-
dad de la potencia y de la esencia se afirma igualmente (bajó las mismas condiciones) de los
modos y de la substancia. Estas condiciones son los atributos, por los que la substancia posee
una omnipotencia idéntica a su esencia, bajó la que los modos poseen una parte de esa
potencia, idéntica a su esencia. Es por ello que los modos, implicando esos mismos atributos
que constituyen la esencia de Dios, se dice que «explican» ó «expresan» la potencia divina.23
Reducir las cosas a modos de una substancia única no es un medió de hacer de ellas
apariencias, fantasmas, como Leibniz creía o simulaba creer, sino que, al contrario, el único
medió, según Spinoza, de hacer de ellas seres «naturales», dotados de fuerza ó de potencia.