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El documento describe un lugar llamado El Paraíso donde los ancianos vivían cómodamente con todas sus necesidades cubiertas y recibiendo tratamiento médico avanzado. Sin embargo, una anciana llamada Laura se sentía solitaria lejos de su familia. Ella pidió al Consejo que dirigía El Paraíso poder volver con su familia para pasar sus últimos días rodeada de sus seres queridos en lugar de vivir en un "paraíso artificial", a pesar de que su vida sería más corta. El Consejo accedió a estudiar su caso si su familia estaba disp
El documento describe un lugar llamado El Paraíso donde los ancianos vivían cómodamente con todas sus necesidades cubiertas y recibiendo tratamiento médico avanzado. Sin embargo, una anciana llamada Laura se sentía solitaria lejos de su familia. Ella pidió al Consejo que dirigía El Paraíso poder volver con su familia para pasar sus últimos días rodeada de sus seres queridos en lugar de vivir en un "paraíso artificial", a pesar de que su vida sería más corta. El Consejo accedió a estudiar su caso si su familia estaba disp
El documento describe un lugar llamado El Paraíso donde los ancianos vivían cómodamente con todas sus necesidades cubiertas y recibiendo tratamiento médico avanzado. Sin embargo, una anciana llamada Laura se sentía solitaria lejos de su familia. Ella pidió al Consejo que dirigía El Paraíso poder volver con su familia para pasar sus últimos días rodeada de sus seres queridos en lugar de vivir en un "paraíso artificial", a pesar de que su vida sería más corta. El Consejo accedió a estudiar su caso si su familia estaba disp
Hace mucho, mucho tiempo, los gobernantes del país mandaron a
construir un lugar para que los ancianos fueran a vivir a él cuando llegaran a la edad de la sabiduría. El sitio era tan grande como un pueblo. Le llamaban El Paraíso. En ese lugar, las personas mayores se encontraban muy a gusto, pues no tenían preocupaciones de ningún tipo, tenían muchas comodidades y el entorno era maravilloso. Las comidas eran apetitosas y variadas y los espacios comunes, amplios y luminosos. Además, los cuidaba un maravilloso equipo de médicos que contaba con tratamientos y técnicas innovadoras que los mantenían fuertes y sanos. En El Paraíso cada uno hacía lo que quería: unos pintaban, otros cosían, tallaban madera, jugaban juegos de mesa, escuchaban música o paseaban por los jardines. Solo tenían una obligación: debían dedicar dos horas al día a grabar la historia de su vida. En el lugar había una biblioteca gigantesca. A mitad del siglo XXII, los avances científicos permitían codificar la información en una microlámina de cuarzo en la que quedaba grabada la información a medida que la persona hablaba. La llamaban CIBI, Información Biográfica en Cuarzo. Este invento, además de ahorrar espacio, ofrecía imágenes holográficas de la persona que contaba su historia. Con frecuencia, jóvenes estudiantes de todo el mundo acudían allí en busca de consejo y experiencia. Sin embargo, había una anciana, Laura, a quien el lugar no le parecía tan perfecto. A pesar de todas las comodidades, se sentía triste y solitaria. Un día decidió hablar con el Consejo que dirigía El Paraíso. —Pero ¿por qué no disfruta del tiempo de vida que le queda? —le preguntó el presidente del Consejo. ¿Qué le hace falta? —Extraño mucho a mis hijos y nietos. No quiero vivir lejos de ellos. Los necesito. Aunque tengo de todo, no me siento feliz aquí. —Qué extraño —dijo uno de los miembros del Consejo—. Debería sentirse feliz en este lugar. Es un logro de la sociedad del siglo XXII. ¿Qué vino a plantearnos? ¿Cuál es su idea? —Quiero volver con mi familia y escribir para ellos la historia de mi vida. Quiero morir rodeada de los míos, no vivir en un paraíso artificial. —Laura —le dijo otro de los miembros—, usted sabe perfectamente que su vida se acortará muchísimo sin los tratamientos que recibe aquí. —Sí. Lo sé. Acabo de cumplir ciento cuarenta años. ¿Para qué quiero vivir otros cuarenta o cincuenta más en esta burbuja? —Porque es una burbuja muy hermosa, si así es como usted llama a su nuevo hogar —respondió alguien más. —Estudiaremos su caso —interrumpió el presidente—, y si su familia está dispuesta a cuidarla hasta el último momento de su vida, podrá irse. —Gracias —dijo Laura—. Esperaré su respuesta. Y sin decir más, salió de la sala y se fue a su habitación. Laura pasó el resto del día esperando la llamada del Consejo. Cuando al final de la tarde sonó un pitido en el visor de la pulsera que llevaba en la muñeca, el corazón empezó a latirle con tanta fuerza que pensó que le iba a dar un ataque. El mensaje era corto: «Venga lo antes posible». Camino al despacho, Laura pensó que aceptaría sin protestar la respuesta de su familia, pues no podía obligarlos a cuidar de ella.