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EL INDÍGENA EN EL SIGLO XXI

s un jueves por la mañana y las voces atraviesan las paredes de madera:


- Sobrino, ¿has visto el clima?
-Sí, tío. Toda esta semana ha estado raro. Hay lluvias con sol. Muchos truenos y rayos,
parece que viene una gran tormenta pero no llega.

- ¡¡¡Jummm!!! El cielo está muy oscuro y los vientos son muy fuertes. Las madrugadas y las
mañanas están muy frías.
- ¿Has escuchado el canto de los pájaros nocturnos?
-¡Sí! Cantan a cualquier hora.
-Tío, ¿usted cree que ya llegó al pueblo?
-Sí, sobrino. Alguien lo ha traído.
Este es un fragmento de una conversación que escuché entre mi padre y su tío abuelo.
Efectivamente, hacía como una semana el clima había cambiado rara y radicalmente, con
lluvias interminables bajo un sol abrasador. Vientos que mecían a los aguajes,
amenazándoles con arrancarles de raíz. Truenos y rayos en pleno mediodía sin ningún atisbo
de alguna tormenta. Aquella conversación se quedó grabada en mi piel porque ese fin de
semana el doctor del centro de salud confirmó los primeros casos de COVID-19. La noticia
se transformó en miedo, tristeza e incertidumbre en la familia y en el pueblo. La pandemia
había desembarcado y el clima lo había advertido, lo teníamos en las calles y los contagios
subían exponencialmente. Al escribir este artículo, el mundo indígena enfrenta este virus
desarmado, con sus fronteras cerradas y con cerca de una decena de muertos.

Por miles de años, los indígenas del continente americano hemos alzado los ojos al cielo en
busca de guía y de respuestas. El viento ha llevado y traído noticias. La lluvia y la tierra nos
han dado alimento en abundancia. La luna ha alumbrado las noches de grandes celebraciones
y bailes, de rituales, de agradecimiento y de júbilo. Los médicos y curanderos han encontrado
en el monte las medicinas y la cura para distintas enfermedades que nos han aquejado. El
conocimiento indígena aún sigue sorprendiendo a la comunidad científica, que no logra
entender de dónde la obtuvimos. El mundo indígena continúa siendo enigmático para el
mundo occidental y para el mundo “occidentado”.

Dicen los abuelos que nosotros somos el fruto de la tierra. Que una noche muy oscura al
primer hombre, llamado Monaduta, le fue entregada una cerbatana con su respectivo
proyectil y sopló con tal energía que hizo una abertura desde el corazón de la tierra hasta la
superficie. Por allí, los primeros humanos se arrastraron hasta llegar acá. En esos años el
cielo y la tierra estaban tan cerca que Monaduta, a golpe de puño, separó la tierra del cielo y
logró erguirse.

Dicen que los primeros humanos tenían cola y que la primera avispa, la más ancestral de
todas y con sus cuchillas en las patas, la cortó al amanecer. Dicen también que aquellos que
la avispa no pudo cortar se convirtieron en monos y que muchos otros quedaron atrapados
hasta ahora en la profundidad de la tierra. También dicen que nuestros primeros ancestros no
sabían hablar. Uno de esos primeros días en la tierra se encontraron con la gran Anaconda y
los humanos, sorprendidos, exclamaron ¡Nuio! ¡Nuio! He ahí la primera palabra sobre la
tierra. Desde aquel momento y hasta hoy, los primeros uitotos de la Garza Blanca no
necesitaron a la Real Academia de la Lengua Española para comunicarse. Ellos tenían la gran
tarea de vencer al malvado dios Tucán, pues había corrompido el corazón de los seres vivos y
gobernaba con gran ferocidad. Esos primeros humanos, bajo el liderazgo de Muinájega y
Janánigi, vencieron el mal e instauraron el bien entre los seres vivos de aquellos remotos
tiempos.

“¿Qué es un indígena en estos tiempos? Es un ser humano con una gran tarea. Si usted no es
ndígena, le invitamos a ser indígena y a construir algo nuevo, un país más grande, fuerte, más
digno, donde nos sintamos orgullosos de haber hecho algo para cambiar nuestro espacio y
nuestro mundo.”

Dicen las abuelas del Clan de la Garza Blanca que Buiñaiño, diosa de todos los seres del
agua, apareció de la nada sobre la gran Amazonía. Que ella misma se creó. Que ella misma
se inventó. Dicen que las primeras mujeres no salieron de la costilla del varón, sino que en
una noche oscura cayeron del universo sobre el agua, como el rocío. Algunas de ellas
gustaron tanto de ese nuevo mundo que se quedaron hasta hoy allí, pero otras se desplazaron
hasta la tierra recién formada y tomaron formas de árboles, lianas, aves, hojas, flores,
insectos. Dicen también que ellas son más fuertes que el varón, que tienen el poder de
mantener la descendencia y hablar con el agua para no sentir dolor en el momento del
nacimiento de un nuevo ser. Dicen que las primeras mujeres que cayeron sobre el agua
transformaron al bebe en agua y que, ya transformado, nada lo pudo detener para salir a este
mundo y llegar sin complicaciones. Porque el agua es el elemento que nada ni nadie puede
detener; es como el tiempo, roe cualquier otro elemento de la naturaleza.

Dicen que en aquellas épocas, cuando la tierra estaba joven, los dioses habitaban la selva
enseñándonos a cazar, a curar, a hablar y a criar a sus hijos. En esos dorados tiempos, los
uitotos privilegiados recibieron la sabiduría de sus dioses.

Dicen que el gallo, la gallina, el machete, el perro, el espejo y el alcohol fueron los primeros
instrumentos de dominación. Después vendrían la cruz y la Constitución peruana. Aquellos
primeros años del siglo 20 aparecieron los famosos barones del caucho con una determinante
misión: obtener millonarias ganancias a cualquier precio. Eso, como ya todos nos vamos
enterando, tuvo un costo de más de 40 mil vidas humanas. Es el genocidio más grande
sucedido en el Perú después de la sangrienta conquista española. Con mucha razón, mi
abuela Martha López los llamaba: “los perturbadores de nuestra paz”.

¿Qué es un indígena en estos tiempos?


Es una persona que conoce su pasado, lo respira, lo vive, lo disfruta, se siente orgullosa de él
y lo comparte. Que tiene una misión y una responsabilidad con sus ancestros. Que lucha y
busca mejorar las condiciones de vida de su comunidad. Que guarda sus mitos, historias,
leyendas y cantos como un diamante invaluable. Que se entristece y lucha para que su pueblo
no esté al borde de la extinción. Que respeta, protege y escucha a sus ancianos. Que clama un
lugar en la historia del país. Que tiene ilusiones. Que cree que el país cambiará para bien, que
al fin tendrán un gobierno que realmente los incluya. Que protesta cuando sus conocimientos
son apropiados y manipulados por agentes externos. Que no se avergüenza ni reniega de su
pasado. Que protege su espacio natural. Es un ser humano con una gran tarea.

Pero muchas de estas tareas y responsabilidades no pueden ser asumidas solo por la sociedad
indígena. No en estos tiempos. Si queremos que el mundo indígena sobreviva a los embates
del mundo contemporáneo, todos debemos hacer de esa lucha, nuestra su lucha; y de su
resistencia, nuestra resistencia. Empezando por los que están vinculados al mundo
amazónico: investigadores, curadores, artistas, periodistas, diseñadores, médicos, los que se
“inspiran” y hacen “homenajes”; también los que se apropian de sus conocimientos.

¡Todos! Señores: si ustedes no son indígenas, les invitamos a ser indígenas y a construir algo
nuevo, un país más grande, fuerte, más digno, donde nos sintamos orgullosos de haber hecho
algo para cambiar nuestro espacio y nuestro mundo.

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