Está en la página 1de 194

Wikisource

Mitos, fábulas y
leyendas del antiguo
México

MITOS, FÁBULAS Y LEYENDAS

 DEL ANTIGUO MÉXICO

ANTONIO DOMÍNGUEZ HIDALGO

UNA REINTERPRETACIÓN SEMIÓTICA

Primera Edición 1993.


 No podemos conformarnos con una lectura pasiva, una lectura de primer grado. Tenemos
que enfrentarnos al mito viéndolo como lo que realmente es en el contexto prehispánico:
Un discurso comprometido y un corpus de símbolos a menudo polisémico.

 Inserta dentro del laberinto de la ideología, la historia indígena se dejará descubrir, de una
manera privilegiada, a través de imágenes, a través de una red semiótica elaborada que
expresa ante todo las convicciones profundas del pueblo azteca.

 Habrá que intentar entender su significación. Empero, si la simbología se da igualmente


arbitraria, si las imágenes, los signos, los ciclos y las fechas tienen ante todo una
vocación ideológica, habrá que sacar las consecuencias de esta situación.

 Christian Duverger

L'origine des aztéques.

 París, 1983.

CONTENIDO

Página

Los Cuatro Soles


8
El Quinto Sol 24
La Guerra Creadora
34
El Pedernal Y El Gigante 46
Las Magias De Tezcatlipoca
56
La Vida Maravillosa De Nuestro Señor Quetzalcóatl
66
Los Últimos Días De La Grande Tollan
76
El Popocatépetl Y La Iztaccíhuatl
86
Las Voluntades De Huitzilopochtli
96
La Epopeya De Los Meschicas
106
Las Aventuras Y Desventuras De Un Gran Poeta: Nezahualcóyotl
116
Cuentos Del Antiguo Anáhuac I
134
Cuentos Del Antiguo Anáhuac II
143
Cuentos Del Antiguo Anáhuac III
155
Las Casas De Las Flores, De Los Cantos Y La Unión I
167
Las Casas De Las Flores, De Los Cantos Y La Unión II
177
Las Casas De Las Flores, De Los Cantos Y La Unión III
187
Crónicas De La Grande Tenochtítlan: Los Inicios
197
Crónicas De La Grande Tenochtítlan: El Esplendor
205
Crónicas De La Grande Tenochtítlan: La Caída
215
La Fantástica Y Aterradora Historia De Las Lloronas
225
El Patético Relato De Los Indios Tristes
235
La Creación Prodigiosa de Cuauhtlatoatzin
245
Bibliografía Mínima 255
LOS CUATRO SOLES

 Has de saber espejit o mío; mi aguilit a, mi colibrí, mi reverendo plumaje, mi bello jade, mi ramillet e
de flores, t ú, la sement era de nuest ros ayeres, que muchísimo ant es de la exist encia del Universo;
las galaxias, las est rellas, el mundo o est e lugar, donde hoy vivimos y miramos t ant os seres y
cosas: México, (meztli: luna; xico (shico): ombligo), el ombligo del lago en forma de luna, nada
se veía. Ni el t iempo aún se invent aba.

 Únicament e había un vacío t ot al, un espacio de espacios sin fin, en el que sólo una pot encia
impercept ible; un poder silencioso, informe, hacía flot ar su et ernidad, como aguardando...

Era el TEOTL:
la energía creadora,

IPALNEMOHUANI,

Aquello por lo cual todos existimos:

 Durant e incalculables milenios el TEOTL, IPALNEMOHUANI, se encont ró solo, desnudo de


apariencias, emanando ext raños vapores y gases, hast a que sin saber cuándo, explot ó at errant e,
como despidiendo rayos de fuego hacia el cosmos, irradiando luces; chispeando por doquiera;
cent ellant e, eléct rica y magnét ica, cual gigant esca culebra enfurecida. Nadie pudo not arlo ni
percat arse de ello, porque nadie ni nada había aún, sólo Él-Ella, el Teot l Ipalnemohuani, la energía
creadora por la cual vivimos, generándose a sí mismo.

 Ent onces, como aislado el Teotl, Ipalnemohuani, no podía lograr algo, decidió, provocando una
gran guerra cósmica de subsist encia, por su propia volunt ad florida, desdoblarse para poder ser
verdaderament e creador, puest o que así, siendo solament e energía cont enida e inmóvil, única,
nada conseguiría.
 Así que se aut ogeneró un cuate (coatl: culebra) dot ado de la suprema int eligencia para organizar
lo que se est aba creando; un gemelo irradiant e, un coat li precioso que con sus rayos de energía
cósmica, forjara el penacho de la creación.

Y transformándose en un doble ser... bipartiéndose... y creándose a sí mismo, se autodenominó

OMETECUHTLI:

El Señor-Señora de la dualidad:

OME (dos) TECUHTLI (Señor-señora del Teot l)

 Y por obra de milenios y milenios fue recreándose en millones de galaxias; de creat ividad est uvo
hecha su esencia y de t ransformaciones incesant es su presencia múlt iple y diversa.

 Y allí est uvo, como desde siempre ha est ado; en el ombligo, XICO, del infinit o; ext endiéndose a
t odas las regiones del universo; flot ant e en los espacios sin límit es, inmort al y et erno;
incesant ement e act ivo en sus lat idos energét icos, como una grande equis irradiadora de fuego y
movimient o.

 De repent e, por obra de su int eligencia organizadora, su doble, a la que llamó OMECIHUATL
(cihua: mujer): la señora de la dualidad, quiso darle ut ilidad al fuego que los adornaba rodeándolos
y lo nombraron: El fecundador de la vida.

 Con est o, OMETECUHTLI y OMECIHUATL, la dualidad creadora, comenzaron a diseñar y


dist ribuir t rece espacios gigant escos, superpuest os en combinaciones asombrosas, como si
fueran t rece cielos inmensos formando un caracol sin fin en perpet uo movimient o ascendent e.

Y cuent an que los dos primeros espacios fueron dest inados a ser su morada y se decidió
denominarles
 OMEYOCAN: El lugar de las dualidades.

 A cont inuación, OMETECUHTLI hizo un espacio rojo para que allí fuera el recint o de la energía
roja: El fuego, la más antigua de las energías, el más viejo de los element os exist ent es en el
universo: el abuelo

HUEHUETEOTL (huehue: abuelo).

Este espacio se encontraba lleno de impresionantes rayos luminosos y su luz lo abarcaba todo.

 Luego fue forjado un espacio amarillo para que allí resplandeciera con el t iempo nuestra madre-
padre irradiadora,

TONATIUH,

el Sol, que nut riría fecundament e a la t ierra.

 Así TONATIUH, se const it uyó en la más enorme manifest ación visible del Teotl, la energía
creadora, Ipalnemohuani.

 Debajo del espacio amarillo se delineó un espacio blanco para colocar al cuat e precioso, est rella
de la t arde que hoy conocemos como Venus.

 Como est os espacios que parecían cielos encimados, sobrepuest os, int ercalados, dist ant es y
simult áneos debían quedar muy alejados de la vist a de los fut uros hombres por crear, las
dualidades decidieron que los espacios inmediat os est uvieran cubiert os con mist erios
impenet rables, envuelt os en muchas relat ivas dimensiones.

 De est a manera se hizo el espacio para las t empest ades, donde el frío imperaba y el granizo
t odo lo dest ruía. Era el cielo de la luna creciendo. Ahí reinaba lo inert e y la dest rucción. Ocult os
en est e espacio, los espacios superiores quedaron muy lejos para la fut ura humanidad.

 Luego Omet ecuht li y Omecíhuat l crearon el espacio azul, que es como el cielo de los días
despejados, y debajo de ést e, el espacio de la noche.
 Prosiguieron con su creación y por la pot encia del Teot l, Ipalnemohuani, modelaron el espacio de
los comet as, el espacio del at ardecer, el espacio donde se ve el sol, el espacio de las est rellas y
de la lluvia, y al final, el más cercano a la t ierra, el espacio de la at mósfera y las nubes, donde se
veía t ambién la luna al ir decreciendo, como si la dest azaran.

 Terminada la creación de los t rece espacios parecidos a cielos, diversas dimensiones de la


realidad, la energía creadora, Teotl, Ipalnemohuani, fue generando la t ierra, con sus mont añas,
selvas, bosques, ríos, lagos y al nort e de ella, el lugar donde se acaba la creación:

MÍCTLAN,

el Sitio de la nada, el vacío sin vida, el espacio de los descarnados que ninguna creación para
el perfeccionamiento de la humanidad dejan.

 Por eso, más t arde decían nuest ros ant iguos abuelos de Anáhuac, había que aspirar a elevarse
creadorament e hacia el orient e, para no morir en la nada; t al cual lo había decret ado, ordenado en
conciert o de armonías y cont radicciones, Ometecuhtli-Omecihuatl, el Señor-Señora de la dualidad
creadora.

 A t ravés de la férrea volunt ad se ascendería al Teot l-Omet eot l. Ese era el ret o: La guerra
interior que ha de impulsarnos a florecer en ciencia, en arte, en sabiduría.

 Los fut uros hombres debían nacer para ser guerreros de la floración perfeccionant e del cosmos.
Guerreros de la volunt ad creat iva. Por ello iban a ser MACEHUALES, los elegidos del Teotl.

 Así el Teotl-Ipalnemohuani, aquello por lo cual vivimos, persist ió const ant ement e en t oda la
creación.

 Tan sólo falt aba dot ar a lo creado con el movimient o infinit o llamado vida:

TONACAYOTL

Nuestra madrecita carnidad.

 De est e modo, Teotl-Ipalnemohuani, convert ido en Ometecuhtli y Omecihuatl se propuso


ent onces acercarse más; junt arse más, como los dedos de la mano, para t ransformarse en la
primera pareja dadora de vida:

TONACATECUHTLI y TONACACIHUATL,

Nuestro señor señora de nuestra carnidad.

Y por obra de est e estar cerca-juntos:

TLOQUE NAHUAQUE,

la Dualidad cuat riplicada, hizo nacer cuat ro poderes, cuat ro pot encias unificadas:

  TEZCATLIPOCA OSCURO (Tezcal: espejo; popoca: ahumeante; la memoria, el


recuerdo).

  TEZCATLIPOCA ROJO (la conciencia).

  QUETZALCOATL (quetzal: ave de bello plumaje; coatl: serpiente: la fuerza creadora).

  HUITZILOPOCHTLI (huitzil: colibrí; opochtli: mirando al sol a la izquierda: sur. La fuerza


de seguir, la voluntad).

 Est os poderes eran como hijos port adores de la energía creadora del Teotl y así permanecieron
durant e muchos siglos, como en reposo, cual medit ando en lo que habrían de hacer, en Tloque-
Nahuaque (Juntos y cercanos como los dedos de la mano para hacer algo).

 Un día sus volunt ades decidieron al fin, reavivar el Huehuet eot l, abuelo fuego y llevarlo a t oda la
t ierra. Para eso, produjeron un medio sol que la calent ara, aunque poco pudiera alumbrarla, como
cuando amanece o cuando at ardece.

 También hicieron que la energía act ivara los espacios y las aguas, y de ést as, saliera la t ierra,
como si hubiera sido un gran pez-lagarto,

CIPACTLI

que por obra de maravilla se t ransformara en las superficies de nuest ro planet a y saliera a la luz
por vez primera.

 Al t érmino de t odo ello, crearon a un hombre y una mujer: CIPACTONAL y OXOMOCO.

 A CIPACTONAL le dieron la misión de cult ivar la t ierra para engrandecerla y embellecerla.

 A OXOMOCO le encomendaron las labores de hilar y t ejer.

 CIPACTONAL daría con su t rabajo el aliment o y OXOMOCO, el abrigo.

 Las energías que producían el agua se les llamó:

TLALOCTLI,
la bebida para la tierra, y

CHALCHIUHTLICUE,

la falda de esmeraldas que son sus lagos, lagunas y mares.

 TLALOCTLI era la energía que producía el agua de la lluvia y CHALCHIUHTLICUE, la que la


ext endía por la t ierra como si fuera un vest ido de esmeraldas, una falda de azules piedras
preciosas. Ambas eran líquidas formas del propio y único Teotl, como t odo lo que exist e.

 Y ya con est o, de la primera pareja humana nació una descendencia que pobló la t ierra. Su misión
era la de ser creat ivos como el Teotl. Habían sido elegidos para ello. Esa era la volunt ad cósmica.
Así t endría que ser, porque si no...

 Ent onces las fuerzas energét icas de los cuat ro poderes, hijos del Teotl, comenzaron a t ener
fricciones y choques ent re ellas para que los humanos pudieran ser creadores.

 Como el medio sol alumbraba poco y había sido creado por QUETZALCOATL, quisieron hacer uno
ent ero.

 Después de medit arlo en conjunt o, en TLOQUE NAHUAQUE, juntos y cercanos como los dedos
de la mano para el perfeccionamiento del universo, TEZCATLIPOCA OSCURO, se int egró al
medio sol creador y se produjo uno enorme y luminoso.

 Era el primer sol que alegraba y fecundaba la vida de la humanidad. Era la primera edad florida de
los hombres. Era el sol de agua, nuestra madre-padre irradiante de agua:

ATONATIUH.

 Pero he aquí que los humanos principiaron a port arse de ot ra manera a lo designado.

 Se llenaban de envidia por los bienes ajenos. En lugar de dedicarse a ser creat ivos como el
TEOTL y a cumplir la misión para la que habían sido encomendados, se ocupaban en rivalidades y
ofensas. No les import aba perfeccionarse. Hast a parecía que habían olvidado su deber para con
sus creadores.

 Ent onces los cuat ro hijos de la energía creadora, el Teotl, Ipalnemohuani, decidieron cast igarlos e
hicieron que CHALCHIUHTLICUE se t ransformara en una hermosísima doncella y la enviaron a la
t ierra de los ingrat os hombres.

 Aquella encarnación de la energía en forma de mujer lucía en su cabeza un hermoso penacho de


plumas verdes y azules; unos aret es de t urquesas brillant ísimas pendían de sus orejas y un collar
luminoso de pedrerías preciosas colgaba de su cuello y se ext endía por su pecho como un
radiant e escudo (chimalli). Vest ía un huipil azul y un faldón bordado de plumas del mismo color.

 Sin embargo, ent re t odos los at ribut os que embellecían a est e ser encant ador, su mirada
impregnada de un t errible brillo, presagiaba el cumplimient o de órdenes at erradoras:

 -Como los hombres sólo se dedican a emborracharse y a ser esclavos de sus sent idos cual
animales que han olvidado su misión creat iva, vas a inundar la t ierra y ahogar a t odos los que se
han desviado del Teotl. Había dicho la int eligencia creadora de Ipalnemohuani, aquello por lo cual
t odos exist imos.

 Sólo ha de salvarse, cont inuó con sus órdenes, una pareja que se haya dist inguido por haber
superado la animalidad inferior y se haya elevado con hechos creat ivos a su propio mejoramient o,
que es el mejoramient o de la creación.

 Así CHALCHIUHTLICUE, t erriblement e hermosa, llegó hast a la casa donde vivía un mat rimonio
creat ivo y t rabajador. La mujer realizaba preciosos bordados en mant as de coloridos
impresionant es y su esposo había invent ado una t écnica para que el maíz fuera más abundant e.

 Cuando ellos la vieron, quedaron deslumbrados y únicament e acert aron a escuchar lo que con
dulce voz les decía:

 -Creadores humanos que cont inúan la labor del Teotl, vengo a decirles que dent ro de unos
moment os va a desencadenarse un diluvio t an gigant esco que nadie de los hombres y las mujeres
animalizados subsist irá con esa vida. Por eso, ust edes que han sabido superar la best ialidad con
su t rabajo creador, en beneficio de t odos; ust edes que han cumplido con la unión creadora del
Tloque-Nahuaque, van a salvarse.

 Busquen un AHUEHUETE, el viejo árbol de tronco hueco al borde del agua y mét anse allí. No
olviden llevar con ust edes a HUEHUETEOTL, el fuego abuelo, que les hará recuperar sus
energías. Sálvense. Y apenas hubo dicho est o, la pareja obedeció y se preparó para prot egerse
del diluvio que vendría.

 Cuando los dos creadores humanos se hallaban a salvo, se inició la más espant osa t orment a de
aquellos t iempos. Rayos y relámpagos infundían el pánico a los espírit us más indomables.

 Los hombres borrachos adquirieron sobriedad y corrían desesperados hacia t odos lados en busca
de refugios, pero el agua t odo lo invadía.

 En su angust ia imploraron ser peces para no morir, para no caer al Mictlan, el lugar de la muerte
total, de la nada, y quedarse lejos, por siempre, del Omeyocan, la casa de la dualidad creadora,
eterna.
 -Si nos hubiéramos preparado en resist ir est os t orrent es y hubiéramos creado algo para no ser
víct imas de la furia del agua, nos salvaríamos. Decían algunos más.

 Sin embargo, t odo era en vano. Convert idos en peces desaparecían de la faz de la t ierra; y hast a
la propia superficie t errest re se había sumergido; sólo la pareja select a, por no haberse
degradado en la inacción y haber sido creat ivos, como t odo humano debía serlo, heredero del
Teotl, permanecía viva en el t ronco hueco del viejo árbol de tronco hueco al borde del agua:
AHUEHUETE.

 Allí dent ro, con serenidad majest uosa, el hombre y la mujer creadores aguardaban junt o a
Huehueteotl, el viejo Teotl, la primera energía, el abuelo fuego, que las aguas descendieran y ellos
pudieran volver a poblar con verdaderos humanos a la t ierra.

 Había pasado el primer ciclo de la evolución de la humanidad en su camino hacia la perfección.


Había sido un sol de agua el final del mismo. Est o es, el sol de agua: ATONATIUH (atl: agua; to:
nuestro; nan: madre resplandeciente).

 Y el mundo volvió a llenarse de gent e; a vivir su segunda oport unidad, su segundo ciclo, t ras el
afán de ser creat ivos.

 Y t odo parecía normalizarse en un principio.

 Ant e los relat os de la pareja salvadora en t orno a los t remendos moment os del sol de agua, sus
descendient es se dedicaron a mejorar la vida exist ent e.

 Sabían que la energía creadora así se los pedía, puest o que cuando no se cumplía t al misión, los
hombres y las mujeres se quedaban como simples animales. Sus desobedient es ant epasados se
habían reducido a ser peces, es decir, los primit ivos animales creados en el mar.

 No obst ant e, al paso de los siglos, la nueva gent e comenzó a olvidar el sol de agua y t ambién la
misión humana dada por el Teot l:

LA CREATIVIDAD.

 Y ent onces sólo se dedicaron a t ener y t ener hijos, como best ias, sint iéndose muy cont ent os de
sus abundant es críos.
Y nada más se afanaban por comer y reproducirse. El t rabajo creat ivo se iba abandonando.

No les import aba más que correr y salt ar; y jugar con pelot as; y subirse a los árboles; y luchar
ent re ellos.

Nuevament e las fuerzas cósmicas se sint ieron insat isfechas y desajust adas.

Tant a pérdida de t iempo de los hombres en juegos sin frut o, en esfuerzos sin mejoramient o de la
nat uraleza, en falso t rabajo creador, hizo que el Teot l encarnara en un apuest o mancebo dot ado
de la energía de QUETZALCOATL, la creat ividad.

Y así descendió a la t ierra.

Su cabeza había sido adornada con un penacho de plumas verdes como las bellas plumas del ave
llamada QUETZAL.

Lucía unas orejeras de t urquesa que relumbraban hacia los cuat ro punt os cardinales.

Un pect oral const ruido con blancos caracoles marinos le daba una apariencia de gran fort aleza y
sobre sus espaldas flot aba un plumaje t an brillant e, t an de refulgent es coloridos, que semejaba
una cauda de comet a o una llamarada elect rónica.

Llevaba en la mano derecha una especie de bast ón blanquísimo y en la izquierda un escudo


luminoso, como de plat a. En fin, su vest uario era t an relumbrant e y maravilloso que parecía, por el
gran resplandor que despedía a sus espaldas, una serpient e emplumada, una bellísima serpient e
que había superado su arrast rarse de animal sobre la t ierra y se había elevado a una perfección de
ave o de est rella.

-Nuevament e los hombres se han apart ado del Teot l. Han olvidado su misión de cont inuar la labor
creadora nuest ra y es necesario cast igarlos. Tú, Quet zalcóat l, ut iliza t u energía, la energía
violent a que t e mueve, el vient o, y dest rúyelos. Sólo salva a la mejor pareja.

Cuando Quet zalcóat l puso en práct ica la decisión de las fuerzas cósmicas creadoras, surgida en
Tloque Nahuaque, por consejo, por solidaria reunión, seleccionó a una pareja que apart ada de
juegos inút iles vivía en su cabaña invent ando cómo t eñir mejor sus t elas para que más duraran,
cómo obt ener de las plant as los colores apropiados y cómo hacer que fueran et ernos.

Apenas aquellos compañeros lo vieron, sint ieron al inst ant e un suave y t ibio vient o que los
envolvía y las cañas que ut ilizaban para mover las pint uras, despidieron una encant adora música,
como CHIRIMÍAS, flaut as de carrizo.

Aquel resplandecient e ser les dijo:

-Escuchen at ent os la voz de los aires. Ahora son suaves y t ersos, pero dent ro de unas horas
soplarán t an t erriblement e que nada quedará en pie sobre la t ierra; los hombres y las mujeres
serán cast igados por su desobediencia, por haberse dedicado a simples juegos, pierde t iempos
sin creación, por haber olvidado la misión creadora que el Teot l les heredó.

Como no han querido perfeccionarse, como no han t enido la grandiosa volunt ad de hacerlo,
muchos serán convert idos en simios.

Ust edes no deben t emer, puest o que han dedicado su vida a ser creadores de saber, de cult ura.
Yo les aviso hoy de la cat ást rofe que pondrá fin a est e segundo ciclo de la evolución del cosmos.

Tomen el fuego del hogar, Huehuet eot l, la primera energía creadora, y salgan de est a débil
cabaña. Ocúlt ense en lo profundo de alguna cueva de las mont añas próximas y no salgan para
nada, hast a que el rumor huracanado de los vient os vuelva a ser t an suave, t an musical, como el
que ahora escuchan.

La pareja elegida obedeció inmediat ament e y se dirigió hacia el sit io de su prot ección. Llevaban
amorosament e a HUEHUETEOTL, el fuego abuelo.

Y apenas, por los remolinos que se iniciaban, la dualidad humana creadora había desaparecido en
el int erior de una caverna, cuando los vient os desat aron su furia huracanada. Parecía un grit o
horrísono y est ent óreo de un gigant e que se carcajeaba de los humanos est ancados y que los
veía huir despavoridos como insignificant es insect os, como cucarachas al impact o de la luz.

Y t an enorme se hizo aquel soplar que, remolinos, t rombas y ciclones hicieron desquebrajarse los
cient os de chozas donde habit aban, cual hormigas, los humanos perdidos.

Todo era movido en un vórt ice espeluznant e: arena, piedras, rocas, arbust os, aguas, casas,
alimañas y hombres.

Ni siquiera la nieve de las alt as mont añas permanecía quiet a; por lo cont rario, en grandes aludes
se ext endía por la t ierra y cubría t odo, congelándolo.

Los humanos corrían empavorecidos, pero dando t umbos eran elevados y azot ados como
simples pajas. Y grit aban: ¡Piedad!
Y muchos se aferraban a los árboles que resist ían el impact o de los aires huracanados. Y no se
solt aban. Y lloraban. Y pedían perdón...

Ent onces t odos fueron convert idos en monos, como se había predispuest o.

Así acabó el segundo ciclo, el segundo sol, el sol de aire: EHECATONATIUH (ehecat l: vient o).

Cuando la dest rucción segunda t erminó, la pareja privilegiada por ser creat iva, abandonó su
refugio y junt o con Huehuet eot l, comenzó a poblar la t ierra nuevament e, como el Teot l lo había
dict aminado.
En Tloque-Nahuaque se inició la t ercera edad, el t ercer ciclo.

De est e modo, muchos siglos volvieron a t ranscurrir y ot ra vez t ornó a poblarse el mundo.

Y si al principio t odos los nuevos humanos parecieron dedicarse a act ividades creadoras, ot ra vez,
poco a poco, fueron conformándose con lo que hacían y se volvieron indiferent es; sólo les
int eresaba t ener qué comer y se preocupaban por hacer hermosas huert as llenas de árboles
frut ales y corrales replet os de guajolot es.

Ent onces, las fuerzas cósmicas, ot ra vez alt eradas por no sent ir la creat ividad de los humanos,
volvieron a hacer consejo y reunidos en Tloque-Nahuaque acordaron ahora enviar a la t ierra, la
energía del fuego para que nuevament e acabara con los ingrat os y comodinos hombres
ambiciosos.
-En vist a de que los humanos sólo se preocupan de sí mismos y creen que su individualidad lo es
t odo y que cada quien vale mucho. Engreídos como se encuent ran con sus posesiones de
presunt uosas familias, t ú, energía del fuego que t e ocult as debajo de la t ierra, brot a de los
volcanes y arrasa con esos egoíst as que han perdido la esencia del Teot l y no pract ican el
Tloque-Nahuaque, la solidaridad reflexiva y perfeccionadora, el consenso, la unidad de la
pluralidad act iva en creación.

Así, el fuego int erior de la t ierra fue personificado en un joven complet ament e desnudo, pero de
aspect o t errible y siniest ro.

Pocos adornos embellecían su desnudez. Sólo una especie de corona de amat e (amat l: el papel
para los recuerdos), de varios colores, cubría su cabeza y sobre de ella, un gigant esco penacho
de plumas rojas y amarillas, que semejaban llamas, le daban su apariencia fant ást ica y hórrida.

Un escudo de plumas que brillaban como rayos y relámpagos rodeaba su cuerpo cubriéndole la
espalda y la cint ura.

Obedeciendo pues, al mandat o, y sabiendo que dos humanos creadores, como en los soles
ant eriores, debían ser salvados, se present ó ant e una pareja que medit aba ant e Huehuet eot l.

Asombrada, la dualidad creadora elegida, vio surgir de una llama azul al personaje que había
encarnado el fuego int erior de la t ierra.

-Vengo a decirles que huyan en est e preciso moment o hacia una grut a de los bosques cercanos,
porque el fuego int erno, la lava, principiará a hervir y arrasadorament e va a brot ar por los crát eres
de los volcanes. Así se salvarán de est a cat ást rofe por haber sido creadores como el Teot l, sin
olvidar la misión para la que fueron engendrados los humanos: Proseguir el perfeccionamient o del
cosmos.
Y dicho est o, los compañeros creat ivos corrieron hacia el sit io indicado y mient ras lo hacían,
vieron cómo el cielo se iba poniendo de un color amarillo muy int enso y la at mósfera se llenaba
de un olor irrespirable. Sint ieron mucho miedo y se met ieron hast a el fondo de aquella grut a.
Consigo llevaban a Huehuet eot l y parecía que él los conducía hast a el lugar seguro del escondit e
señalado.
Allí permanecieron medit ando muchas horas y no pudieron ver lo que afuera sucedía.

La t ierra t emblaba furiosament e y se convert ía en miles de griet as por donde caían los hombres
y las mujeres que at errados int ent aban huir. Un inmenso est répit o brot aba de los adent ros de los
volcanes y una lluvia de fuego y ceniza descendía por doquiera, incendiando bosques, chozas y
animales.
De los crát eres colosales emergían violent os y cent ellant es ríos de lava. Miles de pedernales
encendidos, incandescent es, caían sobre la superficie. A su paso t odo se iba sembrando de
muert e y dest rucción.

Ant e t ant os gases, humos, cenizas y arenas de fuego, los hombres egoíst as se arrepent ían de su
afán individualist a.
-Si nos hubiéramos unido para crear un modo de dominar a est a t errible energía, nada nos hubiera
pasado. Ojalá que fuéramos pájaros para volar más arriba de t odo est o. Grit aban desesperados.

Y ent onces la energía creadora les concedió la t ransformación y se volvieron zopilot es, gallinazos
negros y chamuscados, que al t érmino de la cat ást rofe sólo volaban hambrient os en los cielos
calcinados haciendo círculos. Abajo, desolada, se veía la t ierra roja, t an roja como impregnada de
sangre y fuego.

Cuando se enfrió, t odo se hizo un enorme pedregal donde brot aba el TEZONTLE.

Y aquello que había sido hermosa ost ent ación de la vanidad humana, bellas casas rodeadas de
frondosos jardines y huert os, quedó convert ido en un desiert o de piedras negruzcas, como un
cement erio de vanidades.

Cuando la calma volvió y se apaciguó la energía, el hombre y la mujer elegidos salieron de la grut a
donde se habían resguardado, y llevando a Huehuet eot l, como su escudo prot ect or, CHIMALMA,
con ellos, recomenzaron la labor creadora de los humanos. La edad del sol de fuego,
TLETONATIUH, había concluido.

La humanidad pasó así, al cuart o sol, la cuart a edad de sus oport unidades para ser como el Teot l,
creadora y amorosa sin predilecciones. Todo debía perfeccionarse o se iría al MÍCTLAN.

Promet ieron no comet er los mismos errores, como siempre, aunque al avanzar las generaciones
t ambién eso se fue olvidando por algunos.
Muchos se perfeccionaron hast a convert irse en TOLTECAS, es decir: Seres civilizados y cult os
que veneraban con acción creadora al Teot l, Ipalnemohuani, aquello por lo cual t odos exist imos:
La energía cósmica.

Sin embargo, ot ros se fueron t ornando en seres malvados que abusaban de lo que los TOLTECAS
creaban y los robaban, los asalt aban y los mat aban; eran hombres salvajes y degradados. Les
decían CHICHIMECAS (chichi: t et as; mecat l: lazo) pues sólo vivían salvajement e en cuevas,
at ados a sus inst int os de simples best ias, y desde allí at acaban a los hombres creadores, como
perros.

Ent onces las fuerzas del Teot l se enfurecieron y t ramaron cast igar a los malvados. No querían
que los Tolt ecas padecieran.

Llamaron ent onces a CHICOMECOATL (chicome: siet e), la siet e veces magnífica serpient e, la
art ífice dot ada de excelencias creat ivas, la que hace que la t ierra florezca y dé frut os; la energía
creadora de bellas milpas, la t ierra fért il; pero t ambién, si ella así lo quería, de la est erilidad y el
hambre.

-Hemos decidido cast igar a los hombres malos y dejar que sobrevivan los just os. Tú,
Chicomecóat l, cumplirás est a misión.

Y Chicomecóat l, vist iéndose de bermellón desde la cabeza hast a los pies, adornada con aret es
de verde jade y un collar de mazorcas de plat a, quedó t ransformada en una hermosa joven.

Así bajó del espacio sépt imo donde habit aba como energía y se dispuso a cumplir los mandat os.

Los t olt ecas habían const ruido espléndidas ciudades y de ellas se dest acaba TOLLAN, lugar de
abundancia y de riqueza espirit ual.
Ellos habían heredado la misión del Teot l y la cumplían cabalment e, pues la ciudad madre-padre
de Tollan, donde la energía creadora brot aba inspirándolos a t odos para invent ar las ciencias y las
art es, aún lucía sus esplendores: TEOTIHUACAN TOLLAN.

Por eso eran TEOTIHUI (t ihui: seguir adelant e), LOS SEGUIDORES DE LA ENERGÍA CREADORA,
TEOTIHUA, t eot ihuacanos. Y hast a allí, de muchas part es iban para int ent ar convert irse como
ellos, en t eot ihui; algo así como buscadores de la sabiduría; como creadores cual el Teot l; como
un lugar donde los seres humanos podían t ransformarse en manifest aciones de él: creat ivos,
plenos de volunt ad y de conciencia solidaria.

Sin embargo, las pasiones humanas que los dominados por la animalidad desat aban, poco a poco
fue dest ruyendo la unidad proclamada por el Tloque-Nahuaque, como ley para el
perfeccionamient o de hombres y mujeres.

Los CHICHIMECAS indomables no respet aban a nadie y se dejaban conducir por sus impulsos
biológicos. Se emborrachaban en las esquinas; ost ent aban su fuerza de dest rucción est úpida,
más que en la creación enalt ecedora. Nada les import aba de la misión humana sobre la t ierra.
Despreciaban la cult ura y se somet ían a sus inst int os. Eran aún peor que los animales. Eran
subhumanos. Se creían la propia ley.

Ent onces fue cuando Chicomecoat l comenzó a cast igar a la humanidad que habit aba en esa
cuart a época haciendo que la t ierra se volviera reseca, est éril, sin frut o.

Pront o se marchit aron sus campos. Las milpas y las sement eras se secaron. La humedad de la
t ierra desapareció. El vient o soplaba candent e y la lluvia no aparecía. Aquellos lugares de
abundancia, ant es llenos de t ules, bejucos, arbust os, riachuelos, huert os, plant as, aves, palacios,
se fueron convirt iendo en arenas que de t ant a resequedad se agriet aban.

Y t olt ecas y chichimecas se desesperaban y se mat aban por un poco de agua, por un algo de
maíz.
La espléndida Teot ihuacan-Tollan poco a poco iba siendo abandonada y la desolación se paseaba
agriet ando t odos aquellos magníficos recint os.

Sus habit ant es huían hambrient os y llenos de sed hacia las mont añas en busca de ot ros lugares
donde sobrevivir.

Los preciosos murales que adornaban las casas dest inadas a la medit ación creadora, los
TEOCALLIS (calli: casa), las casas del Teot l, se iban cubriendo de polvo y se resquebrajaban.

Y los t eot ihui-t olt ecas se pregunt aban el porqué de aquella dest rucción.

¿Acaso no habían cumplido con los mandat os del Teot l?

¿No habían hecho bien la misión creadora encomendada?

¿No era Teot ihuacan Tollan un maravilloso muest rario de lo que los hombres podían hacer?

Allí se habían levant ado enormes const rucciones para señalar cómo los errores animales de los
seres humanos podían ser superados en una dura lucha de volunt ad donde venciera la int eligencia
creadora de Quet zalcóat l.

No obst ant e, Teot ihuacan Tollan se hundía en el desiert o y era abandonada. Ahora sólo parecía
una fant asmal ciudad.
Cuando Chicomecoat l vio t ant a mort andad, se est remeció y pensando que se le había pasado la
mano, pues el cast igo no era para dest ruir a t odos los humanos, sino sólo a los que no se habían
librado de la animalidad, se t ransformó de inmediat o en CHALCHIUCIHUATL (chalchihui:
esmeralda, jade), es decir, la fert ilidad; luego en XOCHIQUETZAL (xochit l: flor), est o es, la energía
creadora de flores y por últ imo en CENTEOTL, el maíz; pero ya era demasiado t arde. El sol de
t ierra, la edad de la sequía dest ruct ora, TLALTONATIUH (t lalli: t ierra) se había cumplido.

EL QUINTO SOL

Cuando la energía creadora, aquella por la cual vivimos, TEOTL, IPALNEMOHUANI, y t odas sus
manifest aciones, el fuego, el aire, el agua, la t ierra, los minerales, los veget ales y los animales se
dieron cuent a de la dest rucción en la que CHICOMECOATL había t omado part e con sus sequías,
con su est erilidad, con su hambruna que acabó con los seres humanos imperfect os del cuart o
sol, se sint ieron apesadumbrados y decidieron repoblar la t ierra para que ahora sí, surgieran seres
mejores que lucharan por lograr la perfección humana.

Ent onces se reunieron en consejo y fusionados, como los dedos de la mano, en TLOQUE
NAHUAQUE, planificando una nueva creación, dijeron:

-Es necesario reconst ruirlo t odo. Hacer un nuevo sol y una luna, porque ya ven que el mundo se
encuent ra unido ot ra vez en las más profundas t inieblas.

Como en los principios del principio ni anochece ni amanece y debemos dar luz a una nueva
creación. Para eso requerimos el esfuerzo, la volunt ad creadora de algunos de nosot ros. Sólo así
encenderemos esas dos luminarias que regirán la vida de los nuevos hombres, pues, hundidos en
la animalidad, los pocos sobrevivient es que pueblan la t ierra, escondidos como sabandijas, como
gusanos, como ajolot es, como culebras sin plumas, yacen abandonados a la esclavit ud de las
oscuridades. Sólo sus sent idos los guían y no les permit en salir más allá de la best ialidad.
Démosles la luz para que ya no vivan como animales perdidos en la negrura de la ignorancia. La
noche oscura debe t erminar para ellos.

Así podrán ver clarament e las maneras para perfeccionarse y t endrán memoria de lo que harán; e
int eligencia creadora; y una volunt ad inquebrant able para vencer en la lucha por ser como el
TEOTL. GUERRA FLORIDA, GUERRA LUMINOSA, siempre INCESANTE CREACION, MOVIMIENTO
PERPETUO:

¿Quién quiere convert irse en el quint o sol?

¿Quién quiere iluminar al mundo?

Ent onces las fuerzas creadoras medit aron profundament e y por obra y gracia de la ley nat ural,
una de ella, TECUCIZTECATL, dot ada de la energía de TEZCATLIPOCA, el espejo ahumeant e de
la memoria, int errogó:

-¿Qué debo hacer para convert irme en sol? Yo est oy dispuest o a hacerlo.

-Vas a t ener que arrojart e a las llamas de HUEHUETEOTL, el fuego viejo, para que OMETECUHTLI
t e t ransforme en sol.

Cuando TECUCIZTECATL escuchó aquella declaración, acept o sin decir nada más.

Luego las demás energías creadoras pregunt aron:

-¿Y quién quiere ser la luna?

Pero nadie respondió. Todos se quedaron medit ando y de pront o señalaron a NANAHUATZIN, el
nopal que est á lleno de t unas, t ant as que se veía granujient o, lleno como de llagas o bubas.

-Tú, NANAHUATZIN, el que se ve pobre de flores, serás la luna. Te convert iremos para que nos
alumbres.

NANAHUATZIN sonrió y humildement e y sin prot est ar, accedió a ser lo que el TEOTL,
IPALNEMOHUANI, en TLOQUE NAHUAQUE le dest inaba.

Enseguida, t ant o TECUCIZTECATL como NANAHUATZIN iniciaron su preparación para la


ceremonia de su t ransformarse.

Primero hicieron penit encia durant e cuat ro días: no hablaban ni se movían. Su medit ación era
profundísima.

Después encendieron fuego en el hogar de HUEHUETEOTL y comenzaron a rendirle homenaje.

Se desprendían de lo mejor de ellos y se lo ent regaban al abuelo de la creación

TECUCIZTECATL le ofrecía plumas bellísimas, pelot as luminosas como est rellas, espinas de
coral rojo como la sangre y aroma de copal.

NANAHUATZIN homenajeaba a HUEHUETEOTL dándole cañas t an verdes como el jade, at adas


de t res en t res hast a llegar a nueve en t ot al; t ambién unas bolas de heno y espinas de sí mismo
t an grandes como la del maguey; por últ imo, en lugar de copal, las t unas que le brot aban.

Después de est os ofrecimient os, descendieron de sus espacios celest es y fueron a colocarse
en la cumbre de las dos pirámides de TEOTIHUACAN, donde hicieron nuevament e penit encia
durant e cuat ro noches.

Terminado est o, regresaron a cont inuar los oficios necesarios para su cambio en ast ros, allá, en el
espacio t rece donde OMETECUHTLI y OMECIHUATL, la dualidad creadora, TEOTL aquello por lo
cual exist imos IPALNEMOHUANI, aguardaba despidiendo chispas de energía.

Y t odos volvieron a reunirse en donde había quedado la hoguera dest inada para la t ransformación
ast ral, pues est a debía comenzar a la media noche.

TECUCIZTECATL fue adornado con un espléndido plumaje y una capa de lienzo plat eado. Parecía
un espejo y TEZCATLIPOCA lo miraba sat isfecho y sonrient e, como un padre que ve orgulloso a
su hijo y dest acar en algo.
A NANAHUATZIN lo vist ieron con amat e, el papel pregonero, pues con él se hacían los códices
donde se dibujaba y se pint aba la vida de los pueblos. QUETZALCOATL lo veía con gran cariño,
pues a pesar de la aridez donde había nacido, sus granos rojos, sus t unas, demost raban su fuerza
creadora.

Llegada la media noche, en TLOQUE NAHUAQUE, t odos se pusieron alrededor del fuego que ya
había ardido durant e cuat ro días.

Los TEZCATLIPOCAS, el rojo y el moreno, con sus múlt iples manifest aciones se pusieron del
lado nort e y QUETZALCOATL con HUITZILOPOCHTLI del lado sur, de t al modo que unos
est aban a la derecha del hogar y los ot ros a la izquierda.

En medio de ellos, frent e a frent e, siendo cent ro el fuego, OMBLIGO, se sent aron
TECUCIZTECATL y NANAHUATZIN.

Ent onces los creadores hablaron y dijeron:

-¿Ea, t ú, TECUCIZTECATL, ent ra en el fuego!

De inmediat o se movió para echarse en él, pero al verlo t an grande y encendido, al sent ir el calor
de aquellos cient os de brazos ardient es, t uvo miedo y se arrepint ió. No osó lanzarse.

-¡Anda, TECUCIZTECATL! ¡Nada t emas! ¿Por qué t e acobardas? ¡Arrójat e! le grit aron las fuerzas
del TEOTL, el poder t ot al.

Y ot ra vez int ent ó echarse en la hoguera muy forzadament e, mas llegando a ella, t ornó a
det enerse.
Cuat ro veces probó, pero no se decidió a hacerlo.

Y como se había acordado previament e en TLOQUE NAHUAQUE, que no se acept ara a aquél que
sobrepasara cuat ro int ent os, TECUCIZTECATL perdió la oport unidad y algo irrit ados, los
creadores hablaron desconfiadament e a NANAHUATZIN.

Creían que por ser más pequeño, más humilde y sencillo, menos se at revería:

-¡Prueba t ú, NANAHUATZIN!

Y en diciendo est o, sin pensar más ni det enerse un solo segundo, arremet ió y se echó al fuego.

Luego luego comenzó a rechinar, y a resplandecer ent re las flamas, como quien se asa.

Cuando TECUCIZTECATL vio que se había lanzado en el fuego y ardía, algo avergonzado ant e la
mirada furiosa de TEZCATLIPOCA que no ocult aba su disgust o, arremet ió y echóse en la hoguera
t ambién.
En ese inst ant e acert ó a pasar por allí un águila que veloz penet ró imprudent ement e en la
hoguera y aunque alcanzó a salir, su plumaje se quemó y quedó ahumado.

Por eso desde ent onces las águilas t ienen las plumas hoscas y ennegrecidas.

Y t odo porque la venía persiguiendo un jaguar que deseaba no verla volar más.

El jaguar t ambién cayó en la hoguera y luego de un espant oso rugido, salió huyendo.

Por eso t ambién, desde ent onces, su cuerpo quedó manchado de negro y amarillo.

Y el jaguar le t uvo miedo al fuego y decidió sólo andar de noche, arrast rándose casi en la t ierra, al
acecho de víct imas que dest ruir.

En cambio el águila se aligeró más y pudo volar más alt o, t ant o como el fut uro sol que se
formaría.
Desde ent onces el jaguar significó lo purament e animal que invade a los seres humanos y el águila
la evolución de la ment e creadora, como el TEOTL, como el sol, como su manifest ación en
QUETZALCOATL.

Después que TECUCIZTECATL y NANAHUATZIN se hubieron arrojando en el fuego, y que se


habían quemado, los creadores se sent aron a esperar a que NANAHUATZIN, por haber sido el
primero en arrojarse al hogar, saliera convert ido en sol, en t ant o que TECUCIZTECATL, se hubiera
t ransformado en la luna.

Así est uvieron sent ados aguardando en reposo, como medit ando, un gran rat o de siglos hast a que
el cielo comenzó a ponerse de un color ladrillo t an int enso que parecía volverse llamaradas y en
t odas part es se esparció la luz de la aurora.

Al fin la et erna luz blanquizca y grisácea del alba et erna alt eraba su color.

Los creadores, en TLOQUE NAHUAQUE junt os t odos cercanos y unidos quedaron en expect ación
para cont emplar la salida del sol, TONATIUH, nuest ro padre-madre irradiant e, pero como no
sabían con precisión por donde habría de emerger, miraban a t odas part es; unos al nort e y ot ros al
sur; algunos al ponient e.
Sólo QUETZALCOATL, el de los plumajes preciosos de la int eligencia creadora y el vient o, la Vía
Láct ea, el amor y sus placeres y el TEOTL omnipot ent e, nuest ro señor sin cuerpo concret o,
XIPETOTEC, desnudo de piel, sin forma, invisible, despojado de apariencia, miraban ansiosos hacía
el orient e.
-Por ese lugar ha de aparecer como un águila luminosa el quint o sol, el nacido de NANAHUATZIN,
el humilde nopal de t unas rojas, y ese será el signo de t u imperio de luz. Un nopal lleno de t unas
sobre el que se posa un águila. Inst ant e en que nacerá el ombligo del perfeccionamient o: XICO

Y en efect o, por el orient e apareció el sol t an colorado y t an brillant e que nadie lo podía mirar con
det enimient o. Resplandecía y echaba rayos de sí en gran manera.

Y sus efluvios cegant es se derramaron por t odos los confines de la t ierra y la pirámide más alt a
de TEOTIHUACAN parecía incendiarse.

Así se encont raban t odos los creadores en deleit e, cuando por esa misma part e del orient e salió
la luna y se colocó al lado del sol.
Jamás había exist ido una aurora t an resplandecient e como aquélla.

Y los pocos sobrevivient es del cuart o sol que habit aban como animales en las cavernas, salieron
sorprendidos al mirar t ant a belleza. Ent onces aquellos hombres se arrodillaron y levant aron sus
manos hacia los dos ast ros adorándolos llenos de grat it ud.

La pirámide menor de TEOTIHUACAN parecía bañada de plat a.

Y los hombres, salidos de sus cuevas fueron maravillados hast a la ant igua ciudad para bañar sus
cuerpos y sus ment es con aquella celest e energía.

Y t ant a era su emoción que muchos lloraban est remecidos alabando al TEOTL, la energía
creadora, aquella por la cual t odo eso ahora exist ía.

Y TOLLAN-TEOTIHUACAN renació para seguir siendo el lugar donde abundaba la energía que
impulsa la creat ividad de los verdaderos humanos.

Sin embargo, los creadores pensaron que no era bueno que exist ieran dos ast ros con el mismo
brillo, aunque comprendían que la luna era como un espejo que simplement e reflejaba la
luminosidad del sol. No obst ant e había que opacar su reflejo.

Ent onces, uno de ellos fue corriendo y con un enorme conejo que hizo en el camino, lo arrojó a la
cara de la luna y la opacó.

TEZCATLIPOCA guardó memoria de aquello con ciert o malest ar, pues TECUCIZTECATL, ahora
convert ido en luna, había sido como un hijo para él y había soñado en verlo convert ido en el gran
guía de los humanos.
Ahora, hecho de recuerdos solament e, como la memoria, iba a permit ir el t riunfo de
QUETZALCOATL, la int eligencia creadora, pues NANAHUATZIN, hoy el sol, se lo había ot orgado.

Así nacía la rivalidad ent re la memoria y la int eligencia; ent re el espejo ahumeant e y la serpient e
emplumada; ent re TEZCATLIPOCA y QUETZALCOATL.

Pero result a que ninguno de los dos ast ros se movía. Tan sólo parecían cont onearse de un lado a
ot ro en el orient e. Simplement e se balanceaban.

Y los creadores volvieron a medit ar en voz alt a:

-¿Cómo es est o que ni el sol ni la luna se mueven? ¡QUETZALCOATL! ¡Hazlos que se desplacen!

De inmediat o QUETZALCOATL se t ransformó en el vient o, EHECATL, y comenzó a soplar con t al


fuerza que los obligo a caminar. El sol por delant e y la luna det rás.

TEZCATLIPOCA, con ciert a rabia, miraba el éxit o de QUETZALCOATL, una serpient e que se había
emplumado, la int eligencia que se había aliment ado inclusive de la propia memoria del espejo
ahumeant e.
Ent onces TEZCATLIPOCA recordó los t iempos en que los hombres eran guiados por sus
sent idos animales y t uvo melancolía de ello.

En aquellas épocas los hombres habían convert ido en dioses a los animales y ahora había la orden
de acabar con t odo ello: No exist e ningún dios animal.

QUETZALCOATL influía para que eso se llevara a cabo y el sol se convirt iera en la adoración
concret a del TEOTL para los humanos y como él, fueran creadores de vida y de cult ura.

La diosa liebre, t an t emerosa, se volvió valient e y quiso mat ar al sol a flechazos, pero ést e, con su
escudo de llamaradas, las regresó hast a la propia liebre y la hizo morir al inst ant e.

Cuando los dioses animales vieron aquello, se at erraron y huyeron.

Uno de ellos se llamaba XÓLOTL.

-Hay que acabar con la animalidad que domina a los humanos.- Había oído decir de labios de
QUETZALCOATL.

Y t emeroso de ser alcanzado, se fue llorando con gran dolor a esconderse de la persecución
solar que se había emprendido.

El sol y el vient o lo perseguían por t odos lados y el pobre XÓLOTL no encont raba dónde
esconderse.
Lleno de pánico miró una milpa muy espesa y se met ió por allí deseoso de hallar un refugio
seguro.

Sin embargo, sus perseguidores pront o dieron con su escondit e y hacia él fueron.

Tenían que vencer a los animales que habían osado erigirse en dioses adorados por los humanos,
cuando la única grat it ud y veneración debía ser para la sola energía creadora, TEOTL,
IPALNEMOHUANI, aquél por lo cual exist imos, manifest ada en t oda la nat uraleza que rodea a la
humanidad y dent ro de la cual, los hombres somos un element o, el dot ado como el TEOTL, de la
creat ividad incesant e, para cont ribuir a la evolución y perfeccionamient o del cosmos.

Así que violent ament e penet raron las fuerzas creadoras en la milpa con el fin de cast igar el
at revimient o de XÓLOTL. Est e, angust iado, se est remeció de t error y en medio de su
desesperación quiso t ransformarse en milpa, lo cual, exit osament e fue logrado.

XÓLOTL se convirt ió en una doble mat a de maíz y vio cómo llegaban sus cast igadores.
Temeroso de ser vist o, ni se movía.

Los perseguidores observaban hacia t odos lados, pero nada descubrían:

-Se ha de haber disfrazado de algo, pues ese XÓLOTL t iene el poder de cambiar de forma
cuando lo decida. Fíjense bien.
Coment aron las fuerzas vengadoras y al ver una caña doble de maíz, exclamaron:

-¡Allí est á! Qué casualidad que es la única mat a doble de t oda est a milpa. ¡Duro con él!

En el mismo moment o que se coment aba lo descubiert o, XÓLOTL se arrancó de la t ierra y salió
desesperadament e corriendo sobre sus dos cañas.

Llegó hast a un maguey y buscó una de las pencas para refugiarse. Su respiración era agit ada, sus
ojos resplandecían de t error y sus labios t emblaban como queriendo llorar.

-¡Voy a t ransformarme en maguey!

Y cerrando la mirada, se concent ro hast a lograr hacerlo. Ahora era MEXOLOTE, es decir, un
maguey de dos cuerpos.

Sus perseguidores, apenas habíase t ransformado, llegaron apresurados en su busca, pero no lo


encont raron. Así que nuevament e observaron det enidament e a su rededor y de repent e señalaron
al mexolot e, grit ando:

-¡Allí est á! ¡Qué casualidad que sea el único maguey cuat e de est e lugar! ¡Acaben con él!

Y cuando XÓLOTL vio que ya se dirigían a mat arlo, se puso a llorar con t ant a desesperación que
sus lágrimas parecían el aguamiel que nace de los magueyes. Tal era su dulzura.

Ya lo iban a aplast ar descargándole una enorme roca, cuando en un supremo esfuerzo de


concent ración, el maguey se rompió en dos y de su cuerpo salió un ave, bast ant e grande, que
aunque no podía volar ligerament e, corría a gran velocidad. Era un HUEXÓLOTL, es decir, un gran
XÓLOTL, est o es un GUAJOLOTE, después conocido como pavo.

XÓLOTL escapó como pudo ent re la magueyera, pasó por una barda que encerraba un corral de
guajolot es y allí se confundió.
Ent re t ant os no me ident ificarán Pensó un poco más t ranquilo el sufrido XÓLOTL.

No obst ant e, sus perseguidores se asomaron a la barda y vieron el corral replet o de guajolot es.

-Ahora sí est á difícil descubrir cuál es el que est amos buscando. ¿Será aquel orgulloso que con
suma vanidad se esponjó? ¿O aquél que grit a creyendo que cant a como un cenzont li de
hermoso? ¿O esos que aunque pasara un t orrent e devast ador ni se mueven? No es posible
dist inguirlo, sin embargo, ni modo. Mat emos a t odos y así est aremos seguros.
Terminaron de decir los cast igadores e iniciaron la mat anza de guajolot es.

Ent onces XÓLOTL, ent endiendo el riesgo en el que se encont raba, salt ó a los t echos de las
chozas cercanas y emprendió ot ra vez la huída.

En est o andaba, cuando vio abiert a la vent ana de una cocina y por allí se met ió.

Al ver que la cocinera se encont raba preparando los jit omat es y el chile para hacer en el
molcajet e una salsa, él se convirt ió en un TEXÓLOTL, es decir el t ejolot e, la piedra para hacer
moles a una mano con variados chiles.

La cocinera asombrada vio aquella t ransformación y quedó como muda, hast a que los
perseguidores pasaron por ahí y le pregunt aron:

-¿Acaso has vist o un guajolot e revolot eando por aquí?

A lo que la cocinera les respondió:

-Sí, cayó sobre mi piso y se volvió t ejolot e.

-Pues aviént alo por la vent ana. Cógelo con cuidado.

Y la cocinera obedeció. Lo aprehendió llena de repugnancia y lo arrojó lo más lejos que pudo, con
t an mala suert e y t ino, que fue a caer en la cabeza de un campesino que dist raídament e
sembraba en su chinampa.

De inmediat o aquel hombre se desmayó. Cuando despert ó t odo descalabrado, parecía haberse
vuelt o un cret ino. At olondrado, su mirada sólo reflejaba una profunda est upidez. Y reía como loco.

Los perseguidores lo vieron y le pregunt aron por XÓLOTL, hecho t ejolot e, y el ant es laborioso
sembrador les cont est o bobament e y con su sonrisa imbécil:

-Me lo acabo de comer.

-¡Qué XOLOPITLI es ést e exclamaron molest os los perseguidores ¡Se ha t ragado a XÓLOTL y
por eso est á así! Tenemos que mat arlo para poder sacar a XÓLOTL. Solo así se le quit ara lo
est úpido. Hay que desanimalizarlo.

Al oír el campesino aquello, se asust ó t ant o que le dieron ganas inmensas de vomit ar y de su
boca salió un horrible animal que parecía mezcla de lagart ija, rana y pez, pues no era ninguno de
ellos. Era un AXÓLOTL, es decir el ajolot e t ípico de los lagos de México.

Ent onces el ajolot e salt ó a la acequia que rodeaba la chinampa y desapareció bajo la oscuridad
de las aguas empant anadas.
Los perseguidores se sint ieron derrot ados por la dificult ad que se les present aba ahora.

-¿Cómo capt urar así a XÓLOTL?

-Yo les ayudaré dijo el campesino que se había desanimalizado, y que ya había recuperado su
conciencia humana y reflejaba en sus ojos una int eligencia y una ast ucia de sabio.

Los perseguidores se sint ieron sat isfechos de aquel hombre que capt aba t an plenament e la
misión de la humanidad, ayudar a la energía creadora en la dest rucción de la best ialidad y en el
perfeccionamient o del universo.

Un mont ón de ajolot es se agit aban en el lodo y de ent re ellos, uno hacia esfuerzos increíbles por
salir de ahí.
Los perseguidores se miraron afirmat ivament e y exclamaron:

-¡Es ése!
Enseguida lo capt uraron y lo part ieron en dos con un filoso cuchillo de obsidiana.

La sangre de la víct ima fue arrojada hacía los cuat ro punt os cardinales para que en t odo el mundo
se supiera que la animalidad había muert o para el ser humano y que por ellos se cumplía un
mandat o del TEOTL: habría que sacrificar nuest ros impulsos animales arrancándolos t ambién de
nosot ros por obra de una disciplina férrea: por un dominio de nuest ros inst int os: por una educación
de nuest ra volunt ad que nos quit ara simbólicament e el corazón animal que nos hace ser
imperfect os. Sólo así seríamos como la int eligencia creadora, QUETZALCOATL, suprema
manifest ación del TEOTL, amarrados de sent iment alismos, pero llenos de solidaridad, de
comprensión just a.

Y con la muert e de XÓLOTL el quint o sol pudo caminar sin cont rat iempos ya, seguido de la luna,
para vivir et ernament e en la ciudad que ahora sí les pert enecía para siempre:

TEOTIHUACAN, el lugar donde t odo se vuelve energía creadora.

LA GUERRA CREADORA

Hace t ant os, pero t ant os años; t ant os, que muchos de los abuelos de aquellos abuelos de
nuest ros abuelos y aún más allá, fueron perdiendo la memoria de t odo est o que ahora voy a
narrarles.

-Hubo una vez una guerra formidable.- decían- Una guerra que t odavía exist e, et erna, aunque no
nos demos cabal cuent a de ella. Es la única guerra enalt ecedora- afirmaban- que aún cont inúa y
que parece que jamás t erminará: Una guerra creadora, florida; que noche t ras noche, día t ras día la
podemos ver en los cielos, en la t ierra, en las nubes, en las est rellas, en la luna, en el sol, en t odo
el universo que nos rodea y en aquél que no vemos. Una perpet ua guerra en expansión creat iva.

Es la guerra del TEOTL, la energía creadora, que en su lucha diaria impulsa a que se perfeccione la
nat uraleza, pues si no hay mejores galaxias, mejores planet as, mejores veget ales, mejores
animales, mejores personas, se corre el riesgo de que las especies no preparadas, perezcan,
sucumban, pues al TEOTL, que avanza inflexible, sólo le import a el t odo, más que el element o.

Y como el TEOTL se encuent ra de por sí, lleno de volunt ad, miles y miles de chispas invisibles,
como pequeñas piedrit as, por obra y gracia del magnet ismo eléct rico del TEOTL, como imanes,
viven en una guerra const ant e.

Ora se unen, ora se separan; ora se ext ienden, ora se reducen; ora se fusionan, ora se t ransforman,
como en un gran mecano que poblara el cosmos para proseguir la creación de seres superiores
cada día.
Los seres humanos somos, medit aban nuest ros ant iguos abuelos, como esa energía, creadores, y
por eso nos dist inguimos de las cosas, de los veget ales y de las best ias. Nuest ra creat ividad nos
hace diferent es y a ella est amos compromet idos.

¿Qué sería de nosot ros si no hubiéramos creado la música o la pint ura o la arquit ect ura?

¿O qué haríamos sin saber cult ivar la t ierra, aprovechar el agua, dirigir el fuego, cont rolar el vient o?

No habría t odo lo que vemos cot idianament e en casa, en los pueblos, en las calles, en las
ciudades.
Sin esa lucha por mejorar lo que nos rodea, y a nosot ros mismos, seríamos como un desiert o,
como una vacío; nada: El MÍCTLAN.

Se hace necesario crear en pos de cont inuar con la vida. Si no hay creación pereceremos para
siempre: sólo seremos fugaces; hoy est ériles y ya nadie nos recordará.

Y en esa guerra florida, t odos, aunque no queramos, part icipamos: porque florecer, dar flores, es
producir vida. La flor simboliza la creación.

Est o, nuest ros abuelos azt ecas lo habían aprendido de sus abuelos t olt ecas y así lo explican en
sus libros llamados códices y en sus escult uras y est elas.

En TEOTIHUACAN, en TULA, en el Teocalli Mayor de México, en el calendario Azt eca, en


COATLICUE, en COYOLXAUHQUI, en la piedra de TIZOC se encuent ran det alles de esa revolución
const ant e de creat ividad.

Mas como su sabiduría la revest ían, la disfrazaban, la adornaban con bellas palabras que al
combinarse producían muchas figuraciones, alguna gent e de ot ros mundos fue mal
int erpret ándolas y les dio muchos sent idos, diferent es; ent re ellos, el de guerra frat ricida.

Nuest ros abuelos ANAHUACAS hablaban del TEOTL, la energía creadora por la cual t odos
exist imos, es decir, IPALNEMOHUANI de donde surgió el primer ser: HUEHUETEOTL, el fuego
t at arabuelo, el señor fuego, el creador e iluminador de t odo, hast a de sí mismo; pero doblement e
él, es decir, OMETECUHTLI; que a su vez se mult iplicó en ot ro doble y opuest o, OMECIHUATL;
para ser cuat ro, dos veces dos, como los cuat ro punt os cardinales donde const ruirían poco a
poco el universo dividido en t rece espacios y casi por últ imo, la vida: TONACAYOTL.

Est a sería infundida en los seres más recient es de su creación: TONACATECUHTLI y


TONACACIHUATL, los mismos dos, pero con vida, de dónde nacerían cuat ro:

Los cuat ro formadores del hombre.

TEZCATLIPOCA animal: rojo;

TEZCATLIPOCA memoria: moreno;

QUETZALCOATL: int eligencia creadora y

HUITZILOPOCHTLI: la guerrera volunt ad.

Y sucedió que est as manifest aciones de la energía creadora, hijos de los hijos del TEOTL, fueron
hechos para que en un especie de combat e, se complement aran o se rechazaran; predominara
uno y se somet ieran los demás; o cada quien resplandeciera por sus propios mérit os o esfuerzos.

Así, junt os y unidos como los dedos de la mano, en TLOQUE NAHUAQUE, aunque diferent es, los
cuat ro element os del cosmos harían t odo lo que poblaría el cosmos.

Ellos debían est ar en combat e-guerra creadora para que el TEOTL avanzara, se perfeccionara y
cada inst ant e fuera mejor; nada peor; o simplement e t ransformado; cambiando de ropaje, de
vest uario, para cumplir ot ra misión creat iva.
De est e modo, la guerra parecía un juego de pelot a, donde QUETZALCOATL primero, o
TEZCATLIPOCA, el moreno, después se apropiarían de ese ast ro llamado TONATIUH: el sol,
nuest ra madre-padre irradiant e.

Y para cumplir el juego de la guerra creadora o florida, el espacio fue repart ido en cuat ro punt os
cardinales.

A TEZCATLIPOCA moreno le correspondió el nort e; a TEZCATLIPOCA, el rojo, el ponient e; a


QUETZALCOATL, el orient e y a HUITZILOPOCHTLI, el sur.

Así QUETZALCOATL fue el primero en iluminar los cielos en los inicios de la t ierra, pero su luz era
t an pequeña que parecía un medio sol.

Est e medio sol era la est rella de la t arde. QUETZALCOATL se había convert ido en Venus.

Pasó mucho t iempo y TEZCATLIPOCA, el moreno, comenzó a guerrear en cont ra de


QUETZALCOATL Venus medio sol, reprochándole quizá, lo escaso de su luminosidad.

QUETZALCOATL lo invit ó para que junt os, unidos, formaran el primer sol complet o de la hist oria.

Ent onces el medio sol se convirt ió en un sol ent ero, donde TEZCATLIPOCA dominaba con sus
pálidos espejos, pero est e sol ent ero no brillaba t ant o como presumía. Era solament e la luna y el
mismo TEZCATLIPOCA la represent aba.

Mas t ant a vanidad despedía la luna TEZCATLIPOCA, que hart o de verla t an presunt uosa,
QUETZALCOATL decidió armar la guerra y darle su merecido.

Un día QUETZALCOATL le dio un garrot azo al falso sol, luna TEZCATLIPOCA, y lo arrojó al mar.

Ent onces QUETZALCOATL se t ransformó en un verdadero sol, mas como ya no podía deshacer
lo hecho, pues había de perfeccionarse, allí quedó Venus y la luna, en et erna lucha.

La luna dominaba la noche, pero al amanecer t riunfaba Venus anunciando al sol, y al at ardecer, lo
despedía ant e la inminent e llegada de la luna y las est rellas que la acompañaban.

Y se dice que cuando TEZCATLIPOCA cayó al mar por causa del t remendo golpe que le había
propinado QUETZALCOATL, se t ransformó en un jaguar, ocelot l, y a nado llegó hast a la playa.

Enfurecido por su derrot a, hambrient o de t riunfo, se echó sobre los hombres gigant escos que
habían sido creados en la t ierra y los devoró a t odos, menos a siet e gigant es que se refugiaron en
la enorme grut a de una mont aña.
Uno de esos gigant es se llamaba XELHUA.

Luego de su t errible hazaña, TEZCATLIPOCA se fue a medit ar a los cielos su fracaso y mient ras,
se convirt ió en una const elación: OCELOTL. Est o es, la Osa mayor.

Mient ras t ant o, QUETZALCOATL resplandecient e de bondad, fecundaba a t odo lo ancho y largo
de la t ierra con su calor benéfico.

Un día, TEZCATLIPOCA luego de muchos años, decidió vengarse de QUETZALCOATL.

Como la memoria de TEZCATLIPOCA era prodigiosa, no en balde la simbolizaba, recordaba


perfect ament e lo acont ecido, así que fue ant e él y le volvió a declarar la guerra.

De un punt apié arrancó a QUETZALCOATL, Sol del cielo, y al caer ést e, se produjo un vient o t an
huracanado, t an pot ent e y arrasador, que t odo aquello que se movía en la t ierra fue arrebat ado
con t al violencia que los árboles volaban, las casas eran arrast radas como pajas, las aguas de los
ríos y de los mares, así como las de lagos y lagunas, se desbordaban.

QUETZALCOATL se había t ransformado en el vient o, EHECATL. Y la guerra ast ronómica, la guerra


creadora, la guerra florida, cont inuaba.

TEZCATLIPOCA hizo que TLALOCTLI, la lluvia, el agua que cae, la bebida de la t ierra, se volviera
sol; sin embargo, QUETZALCOATL al ver lo absurdo, lo ridículo de que lloviera agua calient e quiso
burlarse de TEZCATLIPOCA y puso como sol a CHALCHIUTLICUE, el agua que permanece en la
t ierra y que la adorna como una falda de piedras preciosas a t ravés de lagos, arroyos, lagunas,
mares.

La burla t uvo el result ado que se esperaba, TEZCATLIPOCA hizo llover fuego y los paganos
fueron los hombres. QUETZALCOATL produjo ent onces un diluvio para apagar las llamaradas de la
t ierra.

Mas sucedió que cuando TEZCATLIPOCA y QUETZALCOATL se dieron cuent a de los result ados
de su guerra, comprendieron que nada se había creado, sino que por lo cont rario, t odo yacía
dest ruido.
Ent onces llamaron a sus hermanos TEZCATLIPOCA, el rojo-animal y a HUITZILOPOCHTLI, el de
gran volunt ad, y junt os, en TLOQUE NAHUAQUE, en consejo, se dedicaron a reparar la cat ást rofe.

Lo primero que hicieron fue crear a cuat ro hombres musculosos y alt ísimos; Luego penet raron por
debajo de la t ierra para hacer cuat ro horadaciones y salieron a la superficie donde se convirt ieron
en árboles enormes, de t ronco gruesísimo y de alt ura gigant esca.

TEZCATLIPOCA se t ransformó en el árbol TEZCACUAHUITL o árbol de los espejos y


QUETZALCOATL en el árbol QUETZALHUEXOTL o sauce precioso.

De est e modo, ent re el árbol TEZCATLIPOCA, t ezcacuahuit l y el árbol QUETZALCOATL,


quet zalhuexot l, los cuat ro forzudos hombres y t odas las manifest aciones de la energía creadora,
levant aron los cielos y los sust ent aron firmes con las est rellas en la forma en que ahora se ven.

Luego, TEZCATLIPOCA se echó a volar perseguido por QUETZALCOATL y en su vuelo fueron


desplegando cent enares de est rellas que se convirt ieron en la Vía Láct ea, ese camino nebuloso
que vemos en las noches claras por la esfera azul del cielo, es decir, en la lengua que hablaban
nuest ros ant iguos abuelos t olt ecas: MIXCOATL, serpient e de nubes.

TEZCATLIPOCA así, se le escabulló a QUETZALCOATL y se convirt ió en MIXCOATL, y decidió en


t al forma animal, descender a la t ierra para que lo adoraran. Él les daría a conocer a los hombres
cómo hacer el fuego y para eso invent ó un ingenioso aparat o que denominó MAMALHUAZTLI y
que const aba de dos maderos, uno perforado, cuyo nombre era TLETAXONI, el lanzafuego y el
ot ro fue nombrado TLECUAHUITL, palo cilíndrico.

Cuando los hombres que vivían en la oscuridad vieron aquel objet o, quedaron impresionados, pero
más asombro demost raron cuando vieron que frot ándolos, cual molinillo para hacer que el
chocolat e sea espumoso, surgía la brasa. Ent onces se deshicieron de admiración ant e
TEZCATLIPOCA y lo veneraron, como ya lo dijimos. Como TEZCATLIPOCA era bast ant e vanidoso
y ant e est e t riunfo, creyó haber ganado la guerra creadora, pues QUETZALCOATL nada había
dado a los humanos aún.
Cuando TEZCATLIPOCA animal, el rojo, vio que había hecho con su hermano, t ambién se decidió
part icipar en la guerra creadora.

Para ello, creo ot ros cuat ro hombres y una mujer, pero result ó que apenas formados, cayeron al
agua y desaparecieron sin poder part icipar en la guerra planificada.

Ent onces, frust rado aquel int ent o, muy pensat ivo por no t ener el éxit o creat ivo que deseaba, un
día se det uvo frent e a una peña y con un bast ón la golpeó, en vist a de que aquellas regiones
parecían apropiadas para sus proyect os.

Como por obra de encant o, brot aron cuat rocient os, es decir, muchísimos hombres salvajes,
greñudos, cubiert os con simples t aparrabos, como t roglodit as que lo miraban cual animales
espant ados. Eran los chichimecas que de inmediat o se desparramaron ent re las cuevas de
aquella sierra en donde habían surgido.

TEZCATLIPOCA, el rojo, no est aba para nada sat isfecho con su creación y pidió que los cuat ro
hombres y la mujer desaparecidos mist eriosament e, se present aran a dest ruir a aquellos ásperos
y brut os primit ivos.

Los chichimecas sólo vivían de la caza y se comían crudas a las best ias, pues eran muy
ignorant es. Ni el fuego conocían. Pero eso sí, habían descubiert o los magueyes de donde
ext raían aguamiel para embriagarse hast a perder complet ament e los sent idos. Eran unos at ados
a los inst int os; sin volunt ad; sin disciplina-mecat e no t rascendían al TEOTL.

Y TEZCATLIPOCA, el rojo, se enfurecía. ¿Qué pensarían sus hermanos de su creación guerrera?

Pero he aquí que los cuat ro hombres y la mujer desaparecidos llegaron un día para cumplir la
misión de dest ruir a los chichimecas. ¡Seres t an imperfect os t endrían que desaparecer!.

Mas cuando los chichimecas los vieron, en vez de t emerles, los invit aron a t omar el jugo del
maguey.

Sin embargo, cuando los de TEZCATLIPOCA, el rojo, vieron la oport unidad de hacerlo, mat aron a
los chichimecas y sólo dejaron a los que el propio TEZCATLIPOCA, el rojo, quiso conservar para
que lo adoraran.

Ent onces TEZCATLIPOCA, el rojo, educó a los chichimecas sobrevivient es y les enseñó a adorar
a los animales. El mismo se convirt ió en chichimeca y se vist ió con un simple calzón y huaraches.
Por eso t odos le comenzaron a llamar con mucho respet o CAMAXTLE y se dedicó a guerrear en
la t ierra como sus hermanos en el cosmos.

Un día después de escucharse un gran ruido, apareció un venado de dos cabezas y les dijo a sus
chichimecas que debían homenajearlo y darle de comer conejos, culebras y mariposas. Desde
ent onces, siempre que CAMAXTLE hacía la guerra y llevaba al venado a cuest as, indudablement e
que result aba vencedor.

Y sucedió que ot ra ocasión, el venado de dos cabezas le fue robado y CAMAXTLE a causa de
ello fue vencido. Desesperado por su fracaso, huyó para fusionarse a MIXCOATL y ser part e de
su propio hermano TEZCATLIPOCA, el moreno. Aliados los dos, obt endrían mayor fuerza y
t riunfarían en la guerra creadora.

TEZCATLIPOCA el moreno, o simplement e TEZCATLIPOCA, aument ó su poder con la ayuda de


CAMAXTLE. Ahora sí, QUETZALCOATL no podría compet ir con él y sus creat uras predominarían
en la t ierra.

Nada había mejor que la vida de los animales y por ello, los hombres debían vivir así, ajust ados a
sus sent idos; a lo que vieran, como un águila; a lo que sint ieran, como una serpient e; a lo que
oyeran, como un venado; a lo que olfat earan, como un conejo; a su voracidad, como un jaguar.

Y TEZCATLIPOCA se dedicaba a vigilar que se cumplieran sus ideas. Est aba en t odo lugar y sabía
de memoria lo que pensaban los humanos.
Era verdaderament e un espejo ahumeant e donde se reflejaba lo que sucedía en la t ierra y en el
cosmos y ahí quedaba fijado, como en una película, como en una comput adora.

Por est o, siempre les recordaba a los hombres lo que ot ros les habían hecho y no permit ía que
olvidaran agravios, ofensas, humillaciones y afrent as. Gozaba promoviendo enemist ades y
discordia. Y nunca se le veía envejecer. Era et ernament e joven y fuert e.

Aprovechaba la negrura de la noche para hablar con la gent e y at orment arla con recuerdos y
pesadillas. O t ambién para que gozara, como un jaguar o una serpient e, de t odos sus sent idos y
creyera la gent e que con eso era feliz. Así los dist raía y no permit ía que los seres humanos
alcanzaran la grandeza que el TEOTL les había dest inado para cumplir.

TEZCATLIPOCA quería ser el único. El cont rolador de la conciencia, de la memoria, y manejar a


los hombres para que no pasaran a la int eligencia creadora. Para eso se valía de una de sus
creaciones TLAZOLTEOTL, una hermosa mujer que hacía que la gent e se enamorara y sólo se
dedicara a gozar del amor, a besarse, a acariciarse, a abrazarse y olvidara las disciplinas para
perfeccionarse y florecer como un aut ént ico humano cont inuador del TEOTL, la energía creadora.

TEZCATLIPOCA bien que sabía de las pasiones del amor, pues en ciert a ocasión se había
enamorado con t al fuerza de XOCHIQUETZAL, la dadora de las hermosas flores cósmicas y
arrebat ándosela a la lluvia fecundant e de TLALOCTLI, la quiso para sí y se la llevó a su paraíso de
est rellas y de espejos, el TAMOANCHAN, ubicado en la Vía Láct ea, más allá del espacio que
vemos; donde la convirt ió en la adornadora de los amores y la usó para cont rolar a los hombres y
a las mujeres con el fin de que no avanzaran más hacia la perfección y sólo se reprodujeran como
animales, pues XOCHIQUETZAL const it uía un peligro para su imperio, si se unía con
QUETZALCOATL. En ese lugar hizo crecer un árbol maravilloso que daba flores mágicas, pues con
sólo ser t ocadas por los enamorados, creían sent ir una dulce dicha et erna.

Ese árbol se llamaba XOCHITLICACAN, es decir, el creador de flores, el árbol florido como el
cosmos.
Pues bien, hubo una vez un hombre que anhelaba superar la vida animal que TEZCATLIPOCA
pregonaba y ascender a la perfección humana.

Su nombre era YAPPAN, el sabía que la vida et erna consist ía en una const ant e t ransformación,
puest o que así lo había dict aminando la energía creadora, aquello por lo cual vivimos,
TEOTLIPALNEMOHUANI. Sólo así cont inuamos una incesant e acción de perfeccionamient o a
t ravés de la medit ación, el dominio de la soledad, el cont rol de nuest ros inst int os, la doma de
nuest ros sent idos y el sacrificio de nuest ro sent iment al corazón y podremos convert irnos en
verdaderos seres humanos, los guías de la creación.

Por ello, un buen día le comunicó a su esposa el fijo pensamient o enalt ecedor que lo inquiet aba y
ella, llena de comprensión, est uvo de acuerdo: Se ret iraría a algún lugar del bosque y allí se
disciplinaría.
De no llegar a ser un gran creador, por lo menos aspiraba a convert irse en un manant ial, o en una
est rella, o t al vez en algún comet a.

Así pasaron muchos meses y su fama de virt uoso se ext endió por t odos los pobladores.

Pront o YAPPAN supo que exist ía en los mont es cercanos una peña que era conocida como la
peña de la penit encia y se decía que quien ascendía a ella y se conservara en la cumbre,
comenzaría la vida perfect a.

YAPPAN se despidió de su mujer y de sus hijos y hacia ella se fue.

Somet ido a un diario ayuno, únicament e se aliment aba con raíces y se vest ía con una humilde
mant a.
Y allí sobre la impresionant e peña dormía muy poco, pues simplement e se la pasaba en
medit ación cont inua o cant ando bellísimos poemas dedicados al TEOTL.

Cuando TEZCATLIPOCA se dio cuent a de aquello, sint ió una gran rabia, puest o que t odo lo que
YAPPAN hacía, coincidía con la manera de ser que la doct rina de QUETZALCOATL predicaba.

¡Cómo era posible que un simple hombre int ent ara desafiar el cult o a lo animal y osara
t ransformarse en creador, en serpient e emplumada como su hermano rival QUETZALCOATL! De
inmediat o envió a un espía para que se cerciorara de la verdad de aquellos rumores.

Pero el t al YAOTL, el enemigo, que así se llamaba, sint ió un odio t remendo por la búsqueda de
perfección de YAPPAN y t ramó perjudicarlo.

El demost raría que no era t an virt uoso, como predicaba y para ello invit ó a varias mujeres con el
propósit o de que lo sedujeran en pos de XOCHIQUETZAL y lo embriagaran de amor.

Pero cuál no sería su rabia al ver que YAPPAN, sumergido en la medit ación y en la disciplina, con
férrea volunt ad, rechazaba esa dist racción y seguía con devoción su vida de sant idad.

Al saberlo TEZCATLIPOCA, se acordó de TLAZOLTEOTL, la máxima dist ract ora del amor, la
venerada por las alegradoras, la que llevaba la energía inquiet ant e de los placeres y la hizo
compromet erse a derrot ar a YAPPAN t ransformándose en una hermosísima mujer, doblement e
bella, sobre t odas las que el ascet a había vist o. La volupt uosa se acercó hast a la peña de la
penit encia donde YAPPAN cant aba un himno a la creación y con una encant adora y musical voz le
habló.
YAPPAN no hizo caso, pero al oír que ella le decía su anhelo de t ambién alcanzar la perfección y
convivir con él sobre la peña de la penit encia, el virt uoso la miró y quedó seducido.

La hizo subir, mas al mirarla a su lado, t an radiant e, resplandecient e de belleza, YAPPAN no se


cont uvo, la abrazó y se olvidó de t oda su rect it ud, de t odo el cont rol de su cuerpo y le dio t ant os
besos que de inmediat o, YAOTL, el enemigo dio un enorme grit o de t riunfo que resonó hast a los
cielos donde TEZCATLIPOCA se encont raba.

Y sin esperar más órdenes, YAOTL sacó una enorme daga y de un solo golpe le cort ó la cabeza a
YAPPAN.

Cuando YAOTL vio muert o y decapit ado a YAPPAN, dijo irónicament e:

-Tú querías t ransformart e en algo elevado: algo alado para ascender a los cielos, pero no has
podido...
Te cambiaré mejor en un ser que se arrast re y viva debajo de las piedras, como avergonzado de su
hipocresía. Te repulsaba ser un animal, pues ahora t e haré como uno de ellos:

Serás alacrán:

Y en diciendo est o, el abusivo y perverso de YAOTL hizo del cast o YAPPAN un repulsivo arácnido
negro que al sent ir el cambio, corrió a refugiarse debajo de una roca.

Y no sat isfecho con est o, YAOTL se dirigió hast a la cabaña donde vivía la esposa de YAPPAN y
t ambién, después de degollarla, la convirt ió en alacrán.

Ella, a su vez, se deslizó ligera a buscar a su esposo YAPPAN que yacía debajo de las piedras.

YAOTL se sint ió muy sat isfecho de su éxit o y se llenó de vanidad como su admirado
TEZCATLIPOCA y creyó que con t al servicio, lo premiaría su señor con un gran señorío y un poder
sin fin.
No cont aba con que la energía creadora y t odos sus hijos, menos los TEZCATLIPOCA, el moreno
y CAMAXTLE, se habían indignado con t al abuso, pues él nadie era para ut ilizar los poderes de la
t ransformación, que sólo la fuerza del TEOTL usaba.

Así que, irrit ados cont ra el at revimient o de YAOTL, decidieron cast igarlo y lo convirt ieron en un
chapulín que se pasaría la exist encia salt ando de un lado a ot ro, sin t ener paz nunca.

Ent onces QUETZALCOATL propuso que en compensación a la verdadera vida virt uosa que había
llevado YAPPAN, pero que por la ast ucia de YAOTL y TLAZOLTEOTL, dirigidos por
TEZCATLIPOCA, había caído en t ent ación y se había profanado la roca de la penit encia, merecía
ser considerado en sus deseos y que si bien, lo t ransformado no podía quit ársele, habría que
ascenderlo a los cielos, como habían sido sus deseos, sólo que convert ido en una const elación
cuyas est rellas dieran la apariencia de ser un alacrán luminoso, a la que se le llamaría desde
ent onces COLOTL y t odas las manifest aciones de la energía est uvieron de acuerdo, por lo que,
cuent an las hist orias ant iguas de nuest ros abuelos, una noche se vio un conjunt o de est rellas
aparecer relumbrant es en el cielo, como un nuevo frut o del árbol florido que era el universo, en
forma de un gigant esco y bellísimo alacrán plat eado.

En esa vez, la guerra florida, la guerra creadora, había sido ganada por QUETZALCOATL y había
demost rado que a pesar de la animalidad que llevamos los humanos, no obst ant e las influencias
negat ivas y las dificult ades, se puede siempre aspirar a la perfección luminosa de la sabiduría que
da la VOLUNTAD.

Mas, aunque pareció llegar la paz sat isfact oria de lo creado, TEZCATLIPOCA est uvo en
desacuerdo con ello y se puso a medit ar en la manera de planificar su venganza y proseguir la
guerra, sobre t odo ahora que QUETZALCOATL se había propuest o acabar con la adoración de los
animales...
EL PEDERNAL Y EL GIGANTE

Hubo una vez, en los orígenes de t odo lo que nos rodea, una gran pareja que vivía en lo más alt o
de los espacios visibles e invisibles, perdida en las alt uras infinit as del cosmos. Allí t enía su
señorío.
Ambos eran magos, hombre y mujer de conocimient o, sabios, y con sus bast ones de fuego
invent aban mil figuras en los espacios: Eran OMETEOTL, es decir, el TEOTL hecho dualidad
creadora.

Y se dice que ellos t enían el don de darle vida a t odas las formas concret as que ellos hacían.

Ella se llamaba OMECIHUATL y él, OMETECUHTLI, pero cada vez que ot orgaban exist encia a
algún ser, su nombre se t ransformaba a TONACACIHUATL, el de ella, y a TONACATECUHTLI, el
de él, pues para dar la vida, usaban de unas sust ancias mágicas llamadas TONACAYOTL, es decir,
sust ent o nuest ro.

Así, la pareja creadora exist ía feliz, porque era creación incesant e. El TEOTL, la energía creat iva,
había formado a TONACACIHUATL y a TONACATECUHTLI desde hacía miles de años para t al
misión.
TONACACIHUATL había t enido ya muchos hijos y ellos la respet aban hast a la adoración como su
reverenda madre que era. Con lo cual, t odo era gust o y regust o en los confines del universo.
Pero sucedió que un día, sin poder explicarse bien el porqué, se vio a TONACACIHUATL arrullando
a una piedra.

-¡Cómo era posible que en lugar de arrullar a sus hijos, t uviera ent re sus brazos a un mineral sin
forma!
Coment aban sus descendient es que se habían encelado ant e la act it ud de su madre.

Aquella piedra era un TECPATL, es decir, un pedernal, un cuarzo duro y lust roso, como si fuera de
cera, cuyos bordes, cual crist al opaco, despedían chispas y hacían que relumbrara su color
grisáceo con t onos amarillent os.

Parecía un largo corazón ahumado que palpit aba luminoso, como esas lámparas de luz
int ermit ent e.
Y TONACACIHUATL miraba con t ant o amor a su pedernal, que a t odos sus hijos les produjo una
inquiet ud t an explicable, que ent re sí murmuraban:

-Nuest ra madre quiere más a una piedra inanimada que a mí que produzco la lluvia Dijo
TLALOCTLI.

-Y yo que adorno como con faldas de esmeraldas t oda superficie y doy el agua que refresca:
lagos, lagunas, ríos y mares, no soy t omada en cuent a ya por nuest ra madre. Afirmó
CHALCHIUTLICUE.

-¿Y qué puedo decir yo, HUITZILOPOCHTLI, que soy la gran fuerza de volunt ad para cont inuar la
guerra creadora que haga et erna la vida del universo? Parece que me ha olvidado.

-Es ciert o.- Dijeron casi t odos, pues t ant o TEZCATLIPOCA como QUETZALCOATL,
permanecieron callados. El primero como burlón; el segundo como medit ando.

-Yo, CAMAXTLE, TEZCATLIPOCA rojo, propongo que sin que se dé cuent a nuest ra madre,
arrojemos el pedernal a la Tierra para que allá permanezca.

-¡Que así se haga!- Exclamaron ot ra vez casi t odos, porque TEZCATLIPOCA, el moreno, seguía
como a punt o de reírse y QUETZALCOATL, fruncía el ceño, como adivinando lo que podría
suceder.

Así que puest os a la espera del moment o propicio, los adoloridos hermanos pusieron en acción
sus proyect os y en un descuido de TONACACIHUATL, t omaron ent re sus manos al pedernal y lo
lanzaron rumbo a la Tierra ent re violent as ofensas:

-¡Piedra sin vida, lárgat e!

-¡Los pedernales no pueden aprovechar el cariño de nuest ra madre, porque son imbéciles!

-¡Vet e de aquí, cosa at revida!

-¡Fuera, engaño de exist encia!

-¡Ment iroso rufián hipócrit a!

Y ent re grit os, el hijo pét reo descendió de los espacios infinit os y como un met eoro cayó en una
abrupt a serranía.

Allí había siet e enormes, mist eriosas y profundas cuevas, por lo que ese lugar luego se llamó:

CHICOMÓZTOC. (chicome: siet e)

Y sucedió que al chocar el pedernal cont ra las rocas de aquellos mont es e ir rodando ent re las
piedras, sacaba chispas y más chispas, t odas fulgurant es, espléndidas, relucient es, que se iban
t ransformando en figuras humanas llenas de energías y que se levant aban como si hubieran
despert ado de un largo viaje.

Cuando el pedernal quedó inmóvil, ya habían nacido de él mil seiscient as figurillas que parecían
hombres y mujeres, pero que eran simplement e una especie de duendecillos t an ágiles como las
chispas que los habían formado. Asombrados miraban a su rededor y t rat aban de explorarlo, sin
embargo, de modo nat ural t erminaban mirando al espacio como si supieran que de allá habían
caído.
Ent re t odos levant aron al pedernal y lo colocaron frent e a las siet e cuevas. Luego se dedicaron a
recorrer aquellos sit ios y a avent urarse por el int erior de aquellas cavernas.

Y ¡oh maravilla!, con sólo el resplandor que los duendecillos despedían, se iluminaban los
mist eriosos int eriores por donde penet raban.

Así est uvieron muchos días hast a que admirablement e ya dominaban cualquier paraje o rincón por
donde anduvieran, sin ningún t emor a perderse.

Pero he aquí que los mil seiscient os hijos del pedernal comenzaron a aburrirse de t ant o andar por
los mismos recovecos y, en vist a de que los hombres gigant escos que habían exist ido sobre la
t ierra habían sido devorados por TEZCATLIPOCA convert ido en jaguar, hacía muchos siglos, los
duendecillos decidieron crear algo para beneficiar al mundo.

TOTLI, uno de ellos, que t enía la forma de un gavilán, comenzó a est ar a disgust o con esa vida sin
propósit os y al pensar que habían sido arrojados del cielo, quiso exigir a su abuela,
TONACACIHUATL, los derechos que le correspondían como niet os de los grandes creadores,
mas como nada lograba, cambió de opinión, y decidiendo permanecer en la Tierra, pidió de su
abuela el poder de crear nuevos hombres y el de saber cómo educarlos.

Todos los mil seiscient os duendecillos est uvieron de acuerdo con t al pet ición y comisionaron al
propio TOTLI para que volara hast a la región donde su abuela TONACACIHUATL vivía y les dijera
cómo hacer aquello.
TOTLI, el gavilán, veloz y ent usiast a, voló ágilment e hacia el OMEYOCAN donde residían sus
abuelos y luego de hablar con TONACACIHUATL, regresó algo preocupado.

Al llegar les dijo a t odos sus hermanos:

-Dice nuest ra abuela, nuest ra reverenda madrecit a TOCI, que si deseamos crear hombres,
necesit amos t ener por lo menos un hueso de los ant iguos gigant es y para ello requerimos ir al
MÍCTLAN, la región de la est erilidad, y pedirle al gran señor de ese lugar MICTLANTECUHTLI que
nos regale uno.

En cuant o lo t engamos, debemos realizar una profunda medit ación y luego sacrificarnos sobre el
hueso con piquet es de púas de maguey hast a que nos salga sangre.

Cuando los huesos sient an el calor de nuest ro líquido vit al, se convert irán en un hombre y en una
mujer que pront o t endrán una abundant e descendencia.

Por est o, hermanit os queridos, manit os, decidamos quién de nosot ros irá a los oscuros parajes de
los descarnados. Terminó TOTLI, el gavilán.

Todos escucharon muy cont ent os, y sat isfechos del mensaje, det erminaron que uno de ellos, el
llamado XÓLOTL, fuera quien cumpliera aquella venerada recomendación.

XÓLOTL era muy gracioso y t enía la habilidad de empequeñecerse t ant o que se miraba como
arrugado, mas est o le servía para juguet ear o para esconderse y vigilaba lo que acont ecía sin que
nadie lo sospechara.

En ot ras ocasiones se alargaba t ant o, que se ponía muy, pero muy rojo, como incendiado, como
una llamarada, y podía t ransformarse en lo que deseara. No sabía que est o le iba a cost ar la vida
en un t errible día, como ya lo hemos narrado.

El era el indicado por sus caract eríst icas para llegar hast a el MÍCTLAN y pedir al señor de esos
parajes el hueso que se necesit aba.

Le advirt ieron que siendo el MICTLANTECUHTLI muy caviloso, había que convencerlo con mucha
prudencia y discreción. Fama era que siempre se arrepent ía de hacer concesiones y cast igaba
despiadadament e a los int répidos que habían osado convencerlo.

-Tienes que ser muy ast ut o y aprovechar t odo t u t alent o para lograr que t e dé el hueso que
requerimos.

Casi en coro le habían señalado sus hermanit os.

Predispuest o, ant e ello, XÓLOTL se dirigió muy valient e a la región de la oscuridad y el silencio
donde las osament as de los muert os permanecían et ernament e sin esperanzas de volver a
formar part e de un cuerpo vivient e, porque cuando vivos, nunca crearon nada para los demás. Sin
t emor penet ró en aquella fúnebre mansión y a su paso iba t ropezando con huesos y calaveras de
quién sabe qué olvidados seres.

No sabía que desde los alt os espacios TEZCATLIPOCA lo prot egía, pues había hallado en él, un
personaje apropiado para difundir su doct rina del bienest ar animal.

Y más ignoraba que QUETZALCOATL, como un gemelo precioso, lo acompañaba invisiblement e.

XÓLOTL iba muy cont ent o, pues pensaba que gracias a él, serían creados los nuevos hombres y
que probablement e ést os lo adorarían con el t iempo y lo convert irían en un nahual apreciado, lo
que le daría derecho a ser considerado igual a los creadores, sus abuelos.

Cuando est uvo frent e al señor del MICTLAN, MICTLANTECUHTLI, con gran ast ucia le hizo
bromas t an graciosas, que el siempre serio y adust o vigilant e de las t inieblas, parecía reír. Y ent re
juguet eo y juguet eo, XÓLOTL logró que MICTLANTECUHTLI le proporcionara un gigant esco
hueso. XÓLOTL le había promet ido una divert ida escena de malabarismo, pero en cuant o t uvo en
sus manos el hueso, XÓLOTL se alargó y echó a correr.

MICTLANTECUHTLI, enfurecido, al darse cuent a de la t omada de pelo que le había dado, o mejor
dicho, de cráneo, pues descarnado t ambién era el pobre, lo persiguió furioso a grandes zancadas.
Al ver est o, XÓLOTL se est iraba cada vez más para no ser alcanzado y como hijo del pedernal,
lanzaba t ant as chispas que en la t remenda negrura de aquellas regiones parecían cegadores
rayos que impedían ver clarament e al señor de las sombras.

Trémulo y sudoroso logró salir de aquellos fúnebres lares y sin pensarlo siquiera, cont inuó
corriendo como si aún lo fueran a at rapar.

La mala suert e le met ió el pie y t ropezó con t ales prisas. El hueso cayó y se rompió en muchos
pedazos. Afligido XÓLOTL, recogió como su nerviosismo lo dejaba, cada uno de los fragment os y
llegó agit adísimo ant e sus hermanit os, los mil y t ant os hijos del gran pedernal.

Allí t odos lo recibieron con lindos elogios y regocijadament e exclamó:

-¡Lo logré! ¡Lo logré! Aquí est á el hueso que necesit amos. Y aunque el señor de las t inieblas me
persiguió, pude escabullirme fácilment e; lást ima que el hueso se est ropeara, pero ni modo.

Ahora t enemos lo que se nos pidió y debemos proceder a hacer nuest ra medit ación y nuest ro
sacrificio.
Denme una cazuela para poner allí los pedazos. Y llenos de felicidad, los duendecillos hermanos
t rajeron la vasija apropiada y deposit aron los desiguales fragment os del enorme hueso.

Enseguida se acost aron y levant ando de cost ado la mit ad de su cuerpo, mirando hacia donde sale
el sol, con las manos en su corazón y las piernas semidobladas, iniciaron su medit ación.

Todos desearon llegar a una feliz conclusión creadora. Ellos serían como el TEOTL, la energía
creat iva, y darían forma a los nuevos humanos.

En su post ura de CHACMOOL, est uvieron un gran rat o concent rados en el pensamient o de su
fut ura obra. Al t erminar el t iempo dedicado a medit ar, iniciaron los sacrificios ordenados por su
reverenda madrecit a, su abuela, TONACACIHUATL, TONANTZIN, la mujer creadora, la mujer
benefact ora; aquella adornada con un gran penacho de plumajes solares y en cuyo mant o se veía
dibujado el cosmos con sus const elaciones: OMECIHUATL, TONACACIHUATL, TONANTZIN, la
misma dadora de vida, TOCI, adornada con IPALNEMOHUANI: aquello por lo cual exist imos, la
energía cósmica.

Así que sumergidos en una devoción infinit a, con la t rémula emoción de saber que iban a hacer
algo bello, los hijos del pedernal buscaron espinas de maguey y con ellas se punzaron y se
sacaron sangre de las orejas, de la lengua, de los brazos, de los muslos y de las pant orrillas.

Y XÓLOTL y sus hermanos rociaron con su sangre los pedazos del hueso precioso. Con aquella
salida de sus orejas ot orgaban honra y reverencia a los nuevos fut uros seres; con la brot ada de su
lengua, les daba el poder de las palabras florecidas; con las de sus brazos, el esfuerzo y la
valent ía para const ruir un mundo mejorado; con la de sus muslos, la ligereza y la rapidez para
moverse sobre la Tierra, cual XÓLOTL huyendo de la muert e en pos de la creación; con la de las
pant orrillas, el equilibrio para no caer y sost enerse firme en su camino hacia la perfección.

Cuando t erminaron sus sacrificios, los mil seiscient os duendecillos cont emplaron la infinidad de
los espacios y miraron el t ranscurso del sol durant e cuat ro días, al cabo de los cuales, de uno de
los huesos brot ó un hermoso niño que de inmediat o fue recogido por XÓLOTL y deposit ado en un
cest o, donde con leche de cardo lo aliment ó.

Nuevament e hicieron sacrificio y volvieron a esperar durant e cuat ro días el paso del sol y como
en la vez ant erior, de los fragment os rest ant es, surgió una lindísima niña.

Y XÓLOTL, t ambién en est a ocasión, la llevó a sus brazos, la deposit ó en un canast o y la crió con
leche de cardo, como al primer niño.

Ent onces los hijos del pedernal dieron gracias a su abuela, la vida, TONACACIHUATL, TONANTZIN
NONANTZIN, TOCI, por los dones recibidos y llevaron a los pequeños hast a el inanimado pedernal
que yacía a las puert as de las siet e cuevas y se los present aron humildement e.

Luego t omaron el pedernal, lo frot aron con unas rocas y brot ó un fuego t an agradable que los
niños sonrieron de placer, pues aquellos lugares eran muy fríos y al sent ir el calor despedido por
el hogar, pareció que lo bendecían con sus alegres balbuceos.

  Desde ent onces XÓLOTL los crió y los cuidó t al y como si hubieran sido sus hijos.

Los educó en la grat it ud que cualquier ser humano debía sent ir por TONACACIHUATL.

Gust oso les enseñó el uso del fuego y cómo aprovechar la energía que despedía, pues t ant o
podía ser benéfico como dest ruct or. Les descubrió los secret os de las ciencias y de las art es. Y
sobre t odo, les inculcó el respet o por el pedernal o TECPATL, símbolo del fuego prot ect or.

De est a manera, los chiquillos fueron creciendo y cuando ya est aban en edad apropiada, los casó
para que se convirt ieran en los padres de la nueva humanidad, que ahora ya no seria de gigant es,
porque como los pedazos del hueso de donde habían nacido, eran de diferent e t amaño, cuando
est e par original t uvo hijos, t odos nacieron de dist int as est at uras: algunos alt os, ot ros bajos.

A su vez, los ahijados de XÓLOTL, t ransmit ieron la adoración adecuada para el TECPATL de
donde nacía siempre el fuego prot ect or y al que le fueron llamando XIUTECUHTLI Aunque
cuando despedía llamas amarillent as cambiaba su nombre a IXCOCAUHQUI, es decir, el de cara
amarilla.
Y a cada una de sus llamaradas le decían CUECALTZIN y lo consideraban la manifest ación de
HUEHUETEOTL, el abuelo fuego cósmico, la primera manifest ación del TEOTL, la energía
creadora que originó el OMETEOTL, la dualidad, est o es, OMECIHUATL y OMETECUHTLI, pero
sobre t odo, ella, cuando se t ransforma en TONACACIHUATL, la madre creadora del pedernal,
nuest ra reverenda madrecit a.

Y he aquí que ent onces los seres humanos de esos t iempos se dedicaron gozosos a realizar las
act ividades para las cuales fueron educados, con el propósit o de asegurar la armonía de su
sociedad con el cosmos.
Los hombres se dedicaban a la agricult ura y a la cacería y las mujeres a cuidar mejor lo obt enido
por los hombres para que ent re t odos fueran el noble ejemplo de sus hijos.

Y ent onces nacieron los cant os y las danzas. Y no había día en el cual no rindieran su homenaje
art íst ico a t odos los element os de la nat uraleza universal: Seres y objet os donde el propio
TEOTL residía t ransformado.

Y era los árboles, las flores, la lluvia, las mariposas, el vient o, los espacios, las nubes, las
mont añas, las est rellas, la luna, los comet as y el sol.

Y las milpas y sus mazorcas: y los magueyes y su aguamiel; y los venados y los conejos y las
águilas, y t ambién los t igres ocelot es y las serpient es; y los quet zales y los papagayos y los
cenzont les.

En suma, t odo el mundo que nos rodea.

Mas he aquí que un día XÓLOTL fue aconsejado por TEZCATLIPOCA de que ya no hiciera t ant o
caso a QUETZALCOATL; que en vez de venerar las alt uras, disfrut ara de sus sent idos y ent onces
se daría cuant a de la verdadera vida.

Había que disfrut ar golosament e de la comida en lugar de ayunar t ant o y abst enerse de gozar de
est upendos manjares.

-Diles a t odos que coman de est o y de aquello; que disfrut en de las bebidas que embriagan, que
dan rienda suelt a a sus cuerpos y sient an lo que es abrazarse y besarse sin det enimient o.

QUETZALCOATL sólo quiere que ust edes hagan lo que él pregona para somet erlos a su volunt ad.
Cont inuaba en su arenga TEZCATLIPOCA en pos del convencimient o de XÓLOTL. Si t ú les dices
a los t uyos, quienes t e veneran casi como a un dios, que la vida animal es la mejor, les t raerás la
felicidad verdadera, ¡hazlo!

Y XÓLOTL, que no veía a TEZCATLIPOCA, sino que sólo escuchaba en su cerebro aquellas
palabras que les hacía recordar, como imágenes reflejadas en un espejo, los goces sensoriales de
los hombres ant iguos, poco a poco fue haciendo que cambiaran t odos lo que lo amaban, pues se
iban olvidando de la volunt ad creadora que los había hecho.

TEZCATLIPOCA había sabido aprovechar esos moment os para que se les borrara la memoria de
su deber de perfeccionarse y sólo recordaba sus inst int os animales que los harían fáciles presas
de su imperio.
-Ya vería QUETZALCOATL de quién sería el t riunfo.

Para ent onces, t odos los descendient es del pedernal habían levant ado hermosas ciudades con
bellísimas y elevadas const rucciones piramidales, pues sabían que las pirámides at raían la energía
del fuego cósmico y est o era maravilloso para aument ar la capacidad de crear, de sent irse
ident ificado con el universo y hacer de cuent a t ot al que uno es part e et erna de él.

Est o lo había aprendido de un gran CONSTRUCTOR llamado XELHUA, mas aunque él ya no vivía,
pues había muert o en uno de los t iempos ant eriores llamados soles, su herencia de arquit ect o y
su sabiduría en la erección de pirámides era por muchos conocidas.

XÓLOTL mismo se los había cont ado:

-Hubo un t iempo en el que un gigant e llamado XELHUA, gran arquit ect o, habiéndose salvado de la
dest rucción del sol de agua que había inundado la Tierra, decidió en grat it ud a la energía creadora,
el TEOTL, y a su manifest ación, la lluvia TLALOCTLI, levant ar una const rucción t an alt a que
pudiera llegar a las regiones cósmicas para poder sent ir con mayor int ensidad las emanaciones de
ellos e int ent ar imit arlos en su acción creat iva.

Así les dijo a sus seis hermanos gigant es, que con él se habían salvado, que le ayudaran a
const ruir una grande edificación para cumplir los propósit os ant es explicados y que él les
revelara.

El ent usiasmo fue conjunt o y se aplicaron complet ament e a realizar t an magna obra.

XELHUA hizo los cálculos necesarios y diseñó las proporciones requeridas para ese edificio.
Pensó que si t erminaba en punt a, la energía sería at raída por ese remat e y se t ransmit iría
ext endiéndose hacia abajo y dando fuerza a la ment e y al cuerpo de los que allí est uvieran.

En seguida buscaron el sit io adecuado para const ruirla y lo encont raron en una llanura t an amplia
que muy bien hubieran podido caber unas cient o sesent a casas.

Con grandes adobes fabricados en un lugar llamado TLALMANALCO comenzaron a const ruir
aquello que sería admiración de los siglos: Una gigant esca pirámide, que poco a poco fueron
increment ando su descomunal t amaño.

Habían logrado hacerla ya t an alt a, que las nubes impedían en ocasiones, ver donde t erminaba y
como la iban pint ando del color solar, el color del ladrillo, una mat iz del anaranjado, como el del
crepúsculo, asemejaba un enorme rayo de sol que se ext endiera al t ocar el suelo.

Sus escalinat as eran impresionant es y parecían, con las luces del amanecer o del at ardecer,
como serpient es que ascendieran emplumándose.

XELHUA y sus hermanos, los últ imos gigant es que exist ían, se sent ían orgullosos y llenos de
ent usiasmo por lo que est aban logrando. Casi llegaba el fin de su obra. Habían t raspasado los
espacios más escondidos y ascendido a alt uras que jamás ningún hombre había alcanzado.

XELHUA, el arquit ect o, quiso ser el primero en subir hast a la cúspide y recibir las emanaciones de
la energía. Pero cuando est uvo arriba, a pesar de su gigant esca fort aleza, se le vio que t emblaba
como en un gran choque eléct rico, como elect rocut ándose, y de ese impact o brot aban t ant os
rayos, cuyos t ruenos se escuchaban a cient os de kilómet ros de dist ancia, que pront o la pirámide
se desquebrajó y desgarró part e de la durísima piedra que arrasó con los hermanos de XELHUA y
los mat ó.

El arquit ect o gigant e no había hecho los cálculos de la pot encia de la energía que reinaba en las
alt uras y por no est ar preparado para ello aún, no resist ió y se desint egró.- Terminó XÓLOTL de
decir a sus súbdit os. Luego cont inuó:

-Pero ahora t odo eso lo hemos superado y en TEOTIHUACAN levant aremos el imperio de los
hijos del pedernal y será difícil que se nos dest ruya, como a XELHUA, allá en CHOLULA.

XÓLOTL nunca sospechó lo que sucedería en el quint o sol.

LAS MAGIAS DE TEZCATLIPOCA

    Como ya t e lo he dicho, hijit o mío, hijit a mía, mis palomit os, y just o es que lo repasen para no
olvidarlo, hubo una vez en lo más alt o de los espacios, allá, casi en el cent ro del universo, una
energía creadora que produjo t odo lo que exist e en el cosmos. Era el TEOTL que se hizo a sí
mismo, OMETEOTL, doble creador, y diseñó el fuego benefact or: el abuelo primero,
HUEHUETEOTL; y ya con él, pudo hacer más creaciones, como la vida misma.

    Ent onces nacieron TONACATECUHTLI y TONACACIHUATL, el señor y la señora de la vida,


quienes con el t iempo, t uvieron cuat ro hijos dot ados con esa energía creadora de los principios.

    TEZCATLIPOCA, el moreno, se llamaba uno de ellos y siempre anduvo peleando con sus
hermanos, sobre t odo, con aquel llamado QUETZALCOATL. Siempre quería ser el único en t odo y
el mejor. Así convenció a su hermano TEZCATLIPOCA, el rojo, después llamado CAMAXTLE, para
que se le uniera y junt os, fueran como uno solo.

    Y no se diga del más pequeño que había nacido t an, pero t an, flaco, que parecía sin carnes, un
simple esquelet o: era HUITZILOPOCHTLI. ¡Cuánt a volunt ad t uvo que t ener ést e para soport ar a
su hermano TEZCATLIPOCA!

    HUITZILOPOCHTLI, t an pequeño al principio, en cuant o fue creciendo bien que le demost ró a


TEZCATLIPOCA lo que podía realizar.

    Así que TEZCATLIPOCA mejor medía sus acciones para no herir a su hermano menor y dejaba
que revolot eara como un colibrí por los espacios del sur, la zona de la fert ilidad.

    Pero con quien nunca pudo conciliarse, ejercer poderío sobre él, fue indudablement e
QUETZALCOATL.

    Y es que eran de ideas t an dist int as: mient ras TEZCATLIPOCA se pasaba la exist encia
memorizando t odo lo que acont ecía en el cosmos y guardándolo como una comput adora en su
cerebro ret ent ivo. A QUETZALCOATL le encant aba dar lo mejor de sí, para crear y crear más y
más seres y cosas, cada día mejores; perfeccionados.

    TEZCATLIPOCA rabiaba a veces, como de envidia, por lo que su hermano, que le gust aba
t ransformarse en una serpient e emplumada, se lucía dando a la humanidad, desde que ést a había
sido creada.

    Por ello, a TEZCATLIPOCA le agradaba vest irse lleno de relucient es espejos que de t ant o
brillo, parecía que despedían humo. Era un aut ént ico relumbrón. Un erudit o que lucía su memoria
privilegiada, pero cuyos dat os sut iles, en ocasiones, sólo le servían para adornarse y nada más.

    En cambio QUETZALCOATL, con su fascinant e int eligencia creadora y con el ejemplo que
ponía de sacrificio, de ayuno, de perfeccionamient o, de humildad y de virt ud, t odo lo llenaba de
maravillas: Aquí vasijas, allá libros pint ados, acullá pirámides majest uosas. Él t ransformaba a los
hombres best ias, en aut ént icos seres humanos: creadores como el TEOTL, aquél por el cual
exist imos, ¡IPALNEMOHUANI!

    Y había que ver los agarrones que TEZCATLIPOCA le daba a QUETZALCOATL, aunque
afort unadament e, ést e se defendía t an bien, que lo esquivaba y en múlt iples ocasiones lo dejaba
con el berrinche puest o.

    Como en aquella vez, cuando se había decidido que, como aún no había sol, QUETZALCOATL
fuera el planet a Venus y alumbrara algo la Tierra. De inmediat o TEZCATLIPOCA, al ver que su
hermano sólo semejaba un medio sol, a fuerza quiso unirse con él y hacerse un sol ent ero, pero
QUETZALCOATL no se dejó y su defensa fue t al, que TEZCATLIPOCA se convirt ió en la luna.

    O en aquella ot ra ocasión en que le dio t remenda coz, TEZCATLIPOCA a QUETZALCOATL, que
ést e se convirt ió en vient o y los hombres quedaron convert idos en monos y los pocos que se
salvaron, t erminaron adorando a TEZCATLIPOCA, porque les recordaba que debían hacer de los
animales sus dioses, vivir solament e sus inst int os y olvidarse de QUETZALCOATL y sus
ext ravagancias.

    Sin embargo la Serpient e Emplumada pront o recuperó el ánimo y se desquit ó int eligent ement e
de TEZCATLIPOCA, pues acabó con la creencia de que la animalidad era lo más import ant e en la
vida del hombre.

    Est o últ imo había sucedido al comienzo del quint o sol y como sabemos, acont eció cuando
TEOTIHUACAN se había convert ido, por obra de las magias de TEZCATLIPOCA en un lugar donde
se veneraba a las best ias.

    Ent onces QUETZALCOATL demost ró la verdad de la energía creadora cósmica, el TEOTL: sólo
por él exist imos. TEZCATLIPOCA y los impost ores fueron derrocados de sus alt ares.

    Desde esos años pareció enmudecer, t rist e est aba ant e el t riunfo de la int eligencia creadora.
Casi nadie se acordaba ya de él; él, que t enía t an buena memoria y t odo lo recordaba.

    Él, que andaba invisible en cualquier lugar de los cielos y de la t ierra; él, que parecía no
envejecer nunca ni debilit arse con los siglos; él, que presumía de t ener t ant os nombres como
oficios: vient o de la noche, el que hace lo que quiere, el joven et erno, el que nos encant a, el
vigilant e, el espía, el provocador, el de las grandes magias.

    Él, TEZCATLIPOCA, que t enía el privilegio de ser la conciencia de los hombres para el bien o
para el mal, según conviniera.

    No obst ant e, pareció que la humanidad prefería a su hermano QUETZALCOATL al verlo t an
virt uoso, de conduct a t an ejemplar y t an pat ernalment e bondadoso.

    Así que TEZCATLIPOCA vagaba muy deprimido por t odos los rincones del cosmos.

    Allí, vest ido con su t raje de obsidiana verde oscuro, casi negro, se desplazaba lent ament e, ya
no con la ligereza que ant es acost umbraba; apenas se escuchaba el t int ineo de sus espléndidos
adornos: el gran medallón que como espejo le cubría el pecho, sus brazalet es de oro, sus dos
aret es por cada oreja, unos de plat a y ot ros de oro, su abanico de est e mismo met al, pero
enriquecido con plumas verdes, azules y amarillas. En fin hecho t oda una impresionant e elegancia,
pues con su mant a de red, blanca y negra, orlada de flores de diferent es colores y los veint e
cascabeles de oro que at aba a sus pies junt o con unas riquísimas sandalias, era la clara
represent ación de su nombre: Espejo negro que humea.

    Y así andaba de un lado a ot ro, como dest errado por volunt ad propia, mirando los avances de
los hombres que ahí guiaba QUETZALCOATL. Y aunque aquello le parecía bien, no dejaba de sent ir
un algo de celos por no part icipar en aquellos logros.

      Mas he aquí que un día, para su vanidad, se sorprendió al descubrir cerca del mar, en una playa
hermosísima, a un hombre que lo llamaba, un admirador perdido en aquellos lugares que
devot ament e y arrodillado decía:

    ¡Oh, TEZCATLIPOCA poderoso que das conciencia a los hombres de nuest ro origen animal y
con eso nos das vida diferent e! ¡Oh, espejo donde se refleja nuest ra exist encia y nos das memoria
de t odo lo que hemos hecho en ella! ¡Oh, hijo del TEOTL que guardas los recuerdos y cuyos
sirvient es somos, haz que el olvido desaparezca y yo encuent re ot ra vez el camino ext raviado
para regresar con los míos!

    Emocionado, TEZCATLIPOCA se le apareció y le dijo:

    -Cont ent o por la devoción que me profesas, voy a decirt e cómo habrás de volver, discípulo
mío. Sólo t e pido que cuando regreses a t u t ierra, hagas que ya no se olviden de mí y me rindan
cult o.

    El devot o acept ó convencido y de buen agrado.

    -Escucha bien.- cont inuó TEZCATLIPOCA -Quiero que vayas al espacio donde est á el sol y
t raigas de allá, los cant ores y sus inst rument os musicales para que mis devot os hagan fiest as en
mis celebraciones.

    -¿Y cómo voy a hacerle para llegar al espacio del sol?- pregunt ó el devot o.

    -Es muy sencillo. Sólo hay que esperar a que por la mañana salga por el orient e y de inmediat o
llamarás en t u ayuda a los animales del mar, que con pront it ud, se colocarán sobre el oleaje como
un gran puent e. Ent onces t ú iras por él a t ravés de ese enorme camino ent onando el hermoso
cant o que ahora voy a enseñart e. Memorízalo bien, pues de eso depende que los cant ores t e
hagan caso y con nuest ras magias vengan a t u encuent ro cargando sus inst rument os musicales.

    Las best ezuelas que van a colaborar cont igo son las ballenas gigant es, las duras t ort ugas y las
mujeres del agua, las ACIHUATL; ellas t e facilit arán la llegada hast a el espacio del sol donde se
encuent ra su casa. Y ya cuando est és allí, cant a más fuert e, mucho muy fuert e. Los cant ores
quedarán fascinados y querrán acudir hast a donde el cant o brot ó; t ú, luego, luego, regresas y
ellos t e seguirán envuelt os en nuest ras art es de magia.

    Y así est aba TEZCATLIPOCA inst ruyendo a su devot o, cuando se vio aparecer en el orient e el
disco solar. Surgía t rémulo de fuego, como enorme pelot a, de ent re las ondas del mar que se
dibujaban en el dist ant e horizont e.

    -¡La hora ha llegado!- Exclamó TEZCATLIPOCA.- Repit e junt o conmigo est e cant o:
Mágico vient o noct urno,

at ravesemos el mar

para encant ar a los músicos

y ponernos a danzar.

    Y el devot o lo int erpret ó con una voz t an encant adora, de un t imbre t an fino, que t oda la
nat uraleza se veía conmovida.

    Al escuchar t an bellas t onalidades, las ballenas se present aron junt o con las t ort ugas del agua
y las mujeres del agua, ACIHUATL, mit ad humanas, mit ad peces.

    El devot o t ransformado en un vient o t erso caminó sobre el puent e que aquellos seres
fant ást icos le t endían.
    Cient os de ballenas emergían de las aguas y se veía alet eant es sus enormes colas. Sus
silbidos semejaban música de flaut ines y hacían brot ar de su cabeza alt ísimos chorros de agua.

    Miles de t ort ugas asomaban flot ando sus verdes caparazones y servían de pot ent es corazas
que sost enían el paso presuroso del devot o de TEZCATLIPOCA.

    También de ent re el oleaje surgían muchísimas mujeres del agua, que con sus voces
impresionant es, formaban un coro t an perfect o que el propio TEZCATLIPOCA se asombraba.

    Iba el devot o a la mit ad de su camino cuando, como un fascinant e murmullo, llegó hast a la
casa del sol, el cant o maravilloso que sucedía.

    El alborot o de sorpresas que se hizo en el cielo solar fue t an est repit oso que el sol ordenó
callar y t aparse los oídos. Y aunque él mismo se est remecía ant e t ant a belleza, pudo resist ir y
grit ar:
    -¡Insensat os! Nadie responda a ese cant o. No lo escuchen, pues de hacerlo ese int ruso mort al
los arrebat ará de mi lado.- y los t rompet eros y demás músicos celest iales se esforzaban por
obedecer.

    Muchos de ellos se aferraban a sus t ambores; a los llamados TEPONAXTLI y a los conocidos
como HUEHUETL.

    Vest idos de cuat ro colores: Blanco, rojo, amarillo y verde, se est remecían y sus pies parecían
no poder cont rolar el impulso por correr a encont rarse con aquel cant o delirant e.

    Y el sol seguía insist iendo que no oyeran esa canción, que cubriera sus oídos con algodones de
nubes, pero nadie ya le hacía caso.

    -Allí viene el miserable.- grit aba -¡No lo vean!- Mas el devot o los llamó cant ando y uno de ellos,
sin cont rol, le respondió enseguida y se fue con él.

    Así uno t ras ot ro de los músicos celest es, con t odo y sus inst rument os, abandonaron la casa
del sol y se dejaron guiar por las voces del vient o que acompañaban al devot o de
TEZCATLIPOCA.

    Ent onces se vio cómo el puent e se iba llenando de un desfile de músicos encant ados que
llegaban hast a la playa de nuest ras t ierras. Todo era música, cant o poesía.

    Cuando los habit ant es de esas regiones se ent eraron de aquello, llevados por el bullicio de las
not as rít micas que brot aban por cualquier lado, comenzaron a danzar y a danzar y a danzar; horas
y horas, sin cansancio, sin fat iga.

    TEZCATLIPOCA se encont raba feliz al ver el result ado de sus magias.

    El devot o pregonaba a t odos los aires que gracias a TEZCATLIPOCA ahora la humanidad
t endría dist racción.

    La música y la danza que habían descendido de la casa del sol debían servir siempre para
fest ejarlo.

    El HUEHUETL y el TEPONAXTLI serían los indicados del rit mo y haría que quienes escuchaban
o danzaban o cant aban se sint ieran poco a poco ext asiados por su música. Había que dejarse
envolver por ella, sin pregunt ar siquiera la razón.

    Y TEZCATLIPOCA, nada más en pensar que su hermano QUETZALCOATL perdería adept os,
vibraba de emoción.

    -¡Qué les va a import ar el ayuno y la medit ación con la alegría dist ract ora de la música!-
coment aba para sí. Ahora las mayorías bailarán al rit mo que se les t oque y no conforme
TEZCATLIPOCA con sus logros obt enidos, cont inuó t ramando la manera de no sólo cont rarrest ar
el poderío de QUETZALCOATL, sino acabar con su influencia. Para eso est aba dispuest o a ut ilizar
t odas sus capacidades de mago para perder et ernament e a su hermano.

    Así que desde las alt uras donde habit aba, bajó de su espacio por una cuerda hecha de t elaraña
para perseguir y arrojar a QUETZALCOATL de la Tierra donde vivía haciendo el bien: TOLLAN, el
lugar de la abundancia; el sit io de la sabiduría; la ciudad de los TOLTECAS.

    La lucha sería t errible, y aunque con los suyos era bueno, TEZCATLIPOCA iba a most rar su
crueldad t ot al con el fin de vencer por fin en esa guerra florida que desde siempre había
sost enido con su hermano, la Serpient e Emplumada, QUETZALCOATL.

    Así que, ya en la t ierra, comenzó a ut ilizar sus art es de magia para burlarse y dest ruir a t odos
los seguidores de QUETZALCOATL.

    Lo primero que hizo fue disfrazarse de un joven muy apuest o para humillar a una doncella que
t enía fama de virt uosa.

    Los mejores hombres de ent re los TOLTECAS aspiraban a ser el elegido compañero de la hija
de HUEMAC, el guía de sabias palabras, el TLATOANI.

    Las mayores muest ras de cariño le eran brindadas y ella parecía nunca conmoverse.

    Le daban regalos especiales: mant as de algodón preciosament e bordadas donde se veían
flores, mariposas y pajarillos; penachos de finísimas plumas de quet zal y guacamayo; collares y
aret es de perlas; brazalet es de oro adornados con jade. Sin embargo, nada ni nadie le conmovía.

    Muchos la cat alogaron de orgullosa y alt iva. Ot ros la comprendían, porque no ignoraban que de
acuerdo con QUETZALCOATL, ella debía mant enerse exclusivament e para medit ar y hacer cosas
bellas: medit ar, est udiar, saber...

    Pero he aquí que el burlón de TEZCATLIPOCA, un día apareció en el mercado que llenaba la
gran plaza frent e a la cual se levant aba el impresionant e TECPAN, el palacio del señor de los
TOLTECAS, HUEMAC, gran adorador de QUETZALCOATL. Iba t ot alment e desnudo y dejaba ver,
por t ant o, las admirables proporciones de su cuerpo.

    TEZCATLIPOCA, bien que había sabido escoger su nuevo disfraz. El mancebo en que se había
convert ido, semejaba una perfect a est at ua en movimient o.

    La gent e que se encont raba en esos inst ant es en el t ianguis haciendo sus t rueques, quedó
fascinada al mirar a ese hercúleo forast ero. Y cont emplaba su rost ro y sus bellas facciones; y se
sorprendía de las dimensiones de sus forzudos brazos y de su esculpido y musculoso t orso; y de
sus fibrudas y ágiles piernas. Era un ejemplo de belleza corporal masculina.

    -¡Ya vist e a ese TOUEYO! ¡Qué ext ranjero!- Algunos exclamaban y t ant o se acrecent ó el
murmullo de los coment arios que la hija de HUEMAC, salió a ver de lo que se t rat aba.

    Cuando ella vio al TOUEYO, al forast ero aquel, quedó prendada de su viril hermosura;
sofocadament e ent róse en palacio y comenzó a sent irse muy mal. Se había enfermado de amor.

    TEZCATLIPOCA, que t odo lo sabía y lo sent ía, de inmediat o comprendió el efect o causado y
se rió muy por dent ro.

    -¡Ja! est os humanos no saben que la mejor manera para dest ruir la medit ación es la pasión del
amor. Esclavos de los sent idos y de sus sent imient os no t ienen más t iempo que para est ar con
quien aman. A ver ¿Dónde quedó t u resist encia?

    Pront o HUEMAC supo de la enfermedad de su hija, que se hallaba siempre t rist e y post rada, y
mandó llamar a los sabios en la ciencia de sanar. Le aplicaron t odos los remedios habidos hast a
ent onces, pero ninguno producía el efect o aliviador.

    -Lo que pasa es que t u hija, oh gran HUEMAC, est á enamorada.- Le coment aron las mujeres que
at endían a la doncella.
    -¡Pero de quién!- Int rigado pregunt ó el señor HUEMAC.

    -Del hermoso TOUEYO, el ext ranjero que llegó al t ianguis desde hace días.- Le cont est ó una
anciana.
    -Búsquenlo pront o y t ráiganlo acá.- Ordenó a sus colaboradores, pero ést os no lo pudieron
encont rar.

    Por más que indagaban ent re los que asist ían al t ianguis por el paradero del TOUEYO, nadie
acert aba a responder.

    TEZCATLIPOCA invisible se burlaba de aquello.

    Al fin, después de reír un buen rat o, TEZCATLIPOCA apareció maravillosament e en su disfraz
de hermoso joven forast ero y los guardianes lo llevaron ant e la presencia de HUEMAC, quien le
pregunt ó:

    -¿De dónde eres?

    -Señor, yo soy forast ero y vengo por aquí humildement e a vender chiles verdes. No soy sabio ni
pract ico la medit ación ni t odo lo que QUETZALCOATL predica, sólo me dedico a cult ivar mi
cuerpo y a vivir, como los animales del mont e, de lo que por allá se da. Por eso ando desnudo y a
eso se debe que mi cuerpo sea dist int o al de los demás.

    HUEMAC quedó sorprendido ant e aquella respuest a y le coment ó:

    -Mi hija est á enferma de amor por t i y sólo t ú puedes curarla. Debes casart e con ella.

    -¿¡Yo?! Pero si sólo soy un humilde forast ero CHICHIMECA. Mejor mát ame, pues no soy digno
de oír est as palabras.- Por dent ro, TEZCATLIPOCA se reía. Bien que conocía las art es de la
act uación.
    HUEMAC, cada vez más nervioso, ordenó:

    -No t engas miedo. Por fuerza t endrás que sanar a mi hija. Anda y ent ra a verla para decirle que
t e casarás con ella.

    El TOUEYO hizo lo que se le mandó y al poco t iempo se realizaron los fest ejos de la boda.

    Los TEPONAXTLIS y los HUEHUES acompañaron una gran danza en honor del señor que
veneraba el TOUEYO: TEZCATLIPOCA.

    Cuando los TOLTECAS que habían aspirado a ser los elegidos de la princesa se ent eraron de
aquello, se enojaron y dijeron palabras injuriosas para HUEMAC. De inmediat o le declararon la
guerra, pero el TOUEYO, es decir TEZCATLIPOCA, con sus art es de magia, los derrot ó.

    Con est e t riunfo, el TOUEYO fue acept ado plenament e por el pueblo y HUEMAC, que al
principio no est aba muy cont ent o con él, lo reconoció y lo llenó de elogios.

    Los TOLTECAS lo recibieron bailando y cant ando y t añéndole las flaut as con mucha alegría por
su vict oria. Se había convert ido en el nuevo ídolo de TOLLAN.

    Y TEZCATLIPOCA se sent ía feliz.

    Pero aún no bast aba est o para consumar su plan.

    Tenía que acabar con t odos los adoradores de QUETZALCOATL y para eso reunió a t ant a
gent e de los alrededores de TOLLAN, como nadie lo había logrado, con el pret ext o de un gran
mit ot e, de una gran fiest a.

    Cuando había t ant os que no se podían cont ar, así mancebos como mozas, TEZCATLIPOCA,
emplumado t odo su cuerpo, t eñida la cara de colorado, comenzó a bailar y cant ar t ocando los
t ambores t raídos de la casa del sol.

    Y t oda la gent e t ambién comenzó a bailar y a holgarse mucho, cant ando los poemas que
TEZCATLIPOCA-TOUEYO iba ent onando.

    Así bailaron y cant aron desde la puest a del sol hast a cerca de la media noche.

    Como eran t ant os los que danzaban, se iban empujando unos a ot ros y muchos de ellos caían
por el barranco cercano. Allí TEZCATLIPOCA los convert ía en piedras.

    Ot ros se iban por el puent e colocado sobre el río cercano y al pasar, TEZCATLIPOCA lo
quebraba y t odos los que por ese lugar pasaban, se precipit aban al río y quedaban convert idos en
peñascos.
    TEZCATLIPOCA los había emborrachado con un brebaje mágico para que los TOLTECAS no
vieran lo que hacía el mago y mucho menos sint ieran lo que les acont ecía.

    Después de que hizo desaparecer a muchos de los seguidores de su hermano con sus
encant amient os, se convirt ió en un hombre gigant esco al que llamaron TEQUIUA, y mandó t raer a
ot ros comarcanos de TOLLAN para que vinieran a ayudar en el cult ivo de una huert a de flores que
según TEZCATLIPOCA, era para QUETZALCOATL.

    Con est e pret ext o, vinieron muchos vecinos de los pueblos cercanos a TOLLAN y cuando
TEZCATLIPO-CATEQUIUA los vio reunidos, t ramposament e los at acó con una coa y como iban
desarmados, muchos corrían huyendo, pero con las prisas angust iosas caían y allí eran vict imados.

    TEZCATLIPOCA cada día se elevaba más poderoso sobre los TOLTECAS que suplicaban la
pront a presencia de QUETZALCOATL para apaciguar t ant a desgracia.

    Los TOLTECAS adivinaban que su fin est aba próximo, si la Serpient e Emplumada no aparecía,
pues ya no resist ían las magias t erribles de TEZCATLIPOCA; como aquella vez en que apareció
en un t ianguis y hacía bailar un muchachuelo, t an diminut o que causaba asombro, en la palma de
sus manos. Tant a maravilla, hizo que los TOLTECAS se arremolinaran para ver ese prodigio y que
se mat aran empujándose unos cont ra ot ros.

    O cuando incendió el cerro del zacat e, ZACATEPETL; o cuando hizo llover piedras del cielo; o
cuando hizo que la comida se acedara y se convirt ió en una vieja que t ost aba el maíz y que al
olerlo los pueblos hambrient os, se dirigían hast a ella; ent onces TEZCATLIPOCA los at acaba.

    Casi t oda la TOLTECAYOTL había caído en poder de TEZCATLIPOCA, sólo falt aban unos
cuant os, y esos, pront o serían vencidos por obra de sus negras magias.

LA VIDA MARAVILLOSA DE NUESTRO SEÑOR QUETZALCOATL

    Cuent an las hist orias de nuest ros ant iguos abuelos que cuando QUETZALCOATL se ent eró de
las magias de su hermano TEZCATLIPOCA y de los sufrimient os que provocaba ent re los
hombres, se conmovió t ant o que los cielos donde habit aba, se iluminaron como si una explosión
at ómica se hubiera desat ado.

    TEZCATLIPOCA siempre había sido su enemigo. Y como el de los espejos ahumeant es era t an
envidioso, nada de lo que había hecho QUETZALCOATL le merecía ser digno de aprecio.

    Por lo cont rario, muchas veces se había convert ido en jaguar y había devorado a los humanos
que luchaban por perfeccionarse y ser mejores.

    En ot ras ocasiones había logrado convencer a los viejos TEOTIHUACANOS de que se
conformaran con port arse como los animales, sin aspirar a más; que adoraran a los conejos, a los
guajolot es, a los murciélagos, a las serpient es y se olvidaran de esa t ont a idea de
QUETZALCOATL de ser creadores.

    TEZCATLIPOCA les aferraba en su conciencia que sólo eran los hombres y las mujeres, simples
best ias, como t odas y allí debían quedarse, adorándolo.

    Sin embargo, QUETZALCOATL, desde sus alt uras cósmicas, enviaba const ant ement e rayos de
creación cult ural. Pues est o era lo que dist inguía a los seres humanos verdaderos, de los que no
lo eran.

    Y QUETZALCOATL les había inspirado muchas creaciones: El era la int eligencia benefact ora.

    Mas como t odo parecía ser dominado por TEZCATLIPOCA, no t uvo mas remedio
QUETZALCOATL que descender a la t ierra t ransformándose en un gran sabio.

    El quint o sol había marcado su llegada a la t ierra con la dest rucción de las ant iguas creencias
en la animalidad.
    Ent onces TEOTIHUACAN recuperó su prest igio como gran cent ro de observación ast ronómica,
de difusor de la energía creadora: el TEOTL.

    Desde esos días, TEZCATLIPOCA huyó derrot ado y sólo el pensamient o de QUETZALCOATL
fue at endido.
    El era el gran señor, el sabio, el filósofo, el art ist a, el conocedor de t odas las ciencias: sabía
medicina y bot ánica; ast ronomía y mat emát icas; y arquit ect ura y física; y química y zoología.
También ent endía muchos secret os de la nat uraleza y los ponía al servicio de los humanos.

    Pront o los sacrificios brut ales que TEZCATLIPOCA ejercía ent re los hombres, fueron olvidados
por el dulce y bienhechor cult o de QUETZALCOATL.

    Ést e ignoraba que aquél planificaba su venganza desde las mansiones est elares, aunque lo
sospechaba, pues esa guerra creadora nunca podría t ener fin. Así había dict aminado
IPALNEMOHUANI, la energía por la cual t odos exist imos. TEZCATLIPOCA y QUETZALCOATL
siempre debían est ar en lucha para ir mejorando el universo.

    Era la guerra de los sent imient os y la int eligencia.

    Bien que lo sabía QUETZALCOATL, pues aún recordaba cómo había descendido al lugar de la
nada, el MICTLAN, como gemelo precioso de XÓLOTL, en busca de cenizas y huesos de los
ant iguos hombres, para crear a la nueva humanidad que TEZCATLIPOCA había dest ruido hacía
mucho en uno de los soles pasados.
    Y t ampoco podía olvidar que él, les había dado el aliment o a los humanos después de una larga
búsqueda.
    Había vist o a una hormiga roja coger el maíz desgranado que se hallaba en el cerro de la vida,
TONACATEPETL, y convirt iéndose en hormiga negra, como gemelo, la acompañó hast a el lugar
donde crecía el cereal. Era el int erior del mont e. Ent onces, pidió auxilio a las fuerzas cósmicas
para que lanzaran sus rayos y dest rozaran con ellos al cerro.

    En cuant o est o sucedió, la lluvia dispersó los aliment os: El frijol, los bledos, la chía, y sobre
t odo, los maíces; el blanco, el negro, el amarillo. Ent onces los hombres de nuest ra t ierra t uvieron
comida.
    Todos lo admiraban, porque nunca quiso ni admit ió sacrificios de sangre de hombres ni de
animales, sino sólo de bledos y de flores; de copal y de hierbas.

    Lo adoraban porque prohibía y evit aba la guerra dest ruct iva de los robos, los crímenes y ot ros
daños que los malos discípulos comet ían y los cast igaba con dulzura, pero con gran energía.

    Cuando TEZCATLIPOCA se ent eró del éxit o de su hermano, rabió de coraje, como siempre, y
fue cuando decidió descender de los cielos a t ravés de una t ela de araña.

    Mient ras t ant o, QUETZALCOATL simbolizaba para t odos ellos a la int eligencia, la capacidad
creadora benéfica del ser humano, porque él, en su plenit ud de bondad, no era como ellos habían
sido, meros animales, simples serpient es que se arrast raban por los suelos únicament e en pos de
aliment o y placer.

    QUETZALCOATL poseía la orla de la elevación sobre la best ialidad. Lo adornaba el plumaje de


la alt ura cósmica; del universo en perpet ua creación. Era una serpient e elevada con disciplina y
virt ud hacia los plumajes chispeant es de la energía. Era una serpient e Emplumada.

    Era el vencedor de su nat uraleza inst int iva, esclavit ud animal, engrandecido por su sabiduría
creadora. Era el que había conservado incorrupt a su ment e, dist ant e del egoísmo y de la vanidad,
y había ut ilizado su cuerpo para vit alizar su magnit ud creat iva.

    Era un muy grande art ist a en t odas sus obras y había descubiert o t ambién las varias clases de
cacao, las diferent es especies de algodón y las piedras preciosas, las t urquesas genuinas, el
coral, los caracoles, las múlt iples variedades de plumas que las aves podían ofrecerlos.

    Los ut ensilios en que comía, él los había hecho, puest o que t ambién era un maravilloso art ífice.

    A los cant ores les había enseñado a componer versos t an melódicos y t an profundos en sus
significados, como el cant o de las aves cuando surge el sol por las mañanas. Y los CUICANI le
cant aban a su maest ro.

     A los pint ores les hizo conocer la t écnica de ext raer los colores de plant as y met ales para que
su duración fuera et erna y con ellos colorear las vasijas, las est at uas, los muros, las columnas, los
t echos, las casas, las pirámides y los TLACUILOS lo et ernizaban en sus imágenes.

    Y QUETZALCOATL dict ó para el pueblo que lo amaba leyes sabias y just as, como su propia
vida, vida semejant e al TEOTL.

    Y nunca impuso su aut oridad ni exigía devoción ni grat it ud.

    El amor por la humanidad se desgranaba en sus vocablos dirigidos a t odos los vient os y que los
ecos repet ían a t odos los hombres.

    Y a cada inst ant e crecía la admiración por quien ent regaba lo mejor de sí, sin esperar más allá
que, el beneficiado t rascendiera su pequeñez animal para convert irse en un t olt eca pleno.

    Y los niños y los jóvenes querían ser como QUETZALCOATL, serpient es emplumadas, hombres
que ascendieran de sus inst int os a la cat egoría de seres creadores, humanos, como el TEOTL
IPALNEMOHUANI, la energía por la cual exist imos.

    Pero sucedió que un día, cuando el HOMBRE QUETZALCOATL, el filósofo y guía,


YACATECUHTLI, TLATOANI, comenzaba a llegar a la vejez, la envidiosa fuerza de
TEZCATLIPOCA se hizo present e para causarle daño y llevarlo a su fin.

    Así que de t ant o oír hablar de la grandeza de su hermano humanizado, el decidió ponerlo en
ridículo ant e los que lo idolat raban. Ahora le t ocaba el t urno de vencer a TEZCATLIPOCA. Haría
t odo lo posible para que QUETZALCOATL dejara su humanidad y ret ornara a su espacio. Algún día
regresaría a la t ierra t al vez, pero mient ras la hora de los espejos ahumeant es iba a llegar.

    Para llevar a cabo sus planes, TEZCATLIPOCA hizo una vez más uso de sus famosas magias y
se humanizó t ransformándose en un anciano t ot alment e canoso que llegó hast a el TEOCALLI de
QUETZALCOATL, su casa de medit ación creadora.

    Allí pidió permiso a los discípulos para ver a QUETZALCOATL, pero ellos se lo negaron
diciéndole:
     -Anda vet e, viejo, que no lo puedes ver, porque est á enfermo y le darás pesadumbre.

     -No, porque yo debo verlo. El me est á esperando. -Insist ió TEZCATLIPOCA.

    Y los discípulos guardianes fueron a hablar con QUETZALCOATL para informarle lo que sucedía.
Ést e les dijo que permit ieran al viejo que ent rara. Su corazón bondadoso no alcanzaba a
sospechar las maldades de su hermano.
    Luego llamaron al anciano quien ent ró a donde est aba QUETZALCOATL y le dijo:

     -Nuest ro señor QUETZALCOATL, aquí t raigo una medicina para que la bebas.

     -Enhorabuena seas bienvenido que ya hace muchos días t e est oy esperando.- Respondió el
sabio ASCETA.

     -Como sé que est ás mal de salud, t e t raigo una medicina que ha de curart e. Con est o
recuperarás el vigor perdido y se irán los dolores de t u cuerpo. ¡Bebe! ¡Bebe! ¿O me vas a
despreciar?- Propuso el viejo.

     -Es ciert o que est oy mal dispuest o y que padezco grandes molest ias, pues no puedo menear
las manos y los pies fácilment e, pero no puedo acept ar lo que me propones, porque esa bebida
nunca la había conocido.- QUETZALCOATL cont inuó. Podría emborracharme y se adivina que es
jugo de maguey, agua miel.

    -Señor, est a medicina es muy buena y saludable, y aunque es verdad que se emborracha quien
la bebe, luego sanarás, se t e ablandará el corazón y t e has de acordar de los t rabajos y fat igas
que has t enido en est as t ierras y de t u deber de irt e ya de aquí.- Prosiguió el TEZCATLIPOCA
viejo.
     -¿Qué dices? ¿A dónde t engo que irme?- Con ciert a inquiet ud pregunt ó QUETZALCOATL.

     -Por fuerza t ienes que ir a Tlapalan, donde ot ro anciano como yo t e convert irá en mancebo y
volverás rejuvenecido.

    Y QUETZALCOATL al oír est as palabras se conmovió y acept ó t omar de aquel liquido. Luego
exclamó:

     -Parece ser cosa muy buena y sabrosa. Ya sient o que me va sanando y se me quit a la
enfermedad. Me sient o mejorado. Con est o bast a.

     -Toma más señor QUETZALCOATL.- Insist ió burlonament e el viejo.- Así est arás más aliviado.

    Y QUETZALCOATL que hacía fuerza de volunt ad para rechazar la invit ación, vaciló y bebió
nuevament e.

    Con eso fue suficient e para sent irse arrast rado en un ext raño t orbellino de pasiones. Un placer
infinit o le recorría su piel y le hacía acariciarse a sí mismo.

   Era como si cayera a la t ierra y cual serpient e, se enredara en sus sent idos y un huracán de
labios, de cuerpos, de miradas y de manos lo devorara en t riunfo de los inst int os animales.

    Y TEZCATLIPOCA se carcajeaba en el int erior del anciano. Lo había hecho beber TEOMETL,
esa agua miel de los magueyes que embrut ecía cuando se t omaba con exageración.

     -Ahora ahí est aba su sabio. El virt uoso, el creador de la TOLTECAYOTL, hecho un hombre
común, degradado a la best ialidad.- Pensaba TEZCATLIPOCA.

    Y ent onces QUETZALCOATL, complet ament e borracho comenzó a cant ar:

    "Dejaré mi casa de plumas

    de QUETZAL,

    de amarillas plumas


    de TRUPIAL,

    Mi casa de corales dejaré.

    ¡Ay, de mí, ay!

    Los guardianes y gent e que amaba a QUETZALCOATL acudieron a verlo en cuant o oyeron ese
cant o ent onado en una voz dist int a a la siempre dulce de su venerado señor.

    Y quedaron sorprendidos de lo que vieron; incrédulos.

    Alegre, QUETZALCOATL ordenó:

   -Vayan a t raer a mi hermana mayor para que nos embriaguemos.

    Cuando ella llegó, se sent ó junt o a QUETZALCOATL y el VIEJO TEZCATLIPOCA, la hizo beber
TEOMETL, como ya lo había hecho con t odos los que ahí se habían reunido al oír el cant o de
QUETZALCOATL ebrio.

    A part ir de ahí, t odos se confundieron en una danza escandalosa que brot aba de los
TEPONAXTLIS y los HUEHUES. Y cant aban versos t ont os:

     ¡Oh t ú, hermana mía


     embriaguémonos!
     ¡Hagamos est o

     en lugar de t rabajar!

    Y las voces y las carcajadas vulgares rompían el ant iguo silencio de la casa de la medit ación
creadora. Aquel TEOCALI parecía est remecerse. QUETZALCOATL se encont raba hundido en una
inconsciencia t ot al.

    Cuando abrió los ojos, luego de haber permanecido quién sabe cuánt o t iempo dormido, vio muy
t rist e a t odos aquellos que lo amaban.

    Ya no dijeron "Somos virt uosos ascet as". Ya no ent raron al t emascal para t omar sus baños de
obligación. Ya no fueron a deposit ar espinas de maguey como prueba de que habían cumplido con
el aut o-sacrificio para endurecer la volunt ad de perfeccionarse. Ya nada hicieron al alba.

    Y QUETZALCOATL se sint ió humillado y escarnecido.

    Había caído ant e las magias de su hermano TEZCATLIPOCA como un jovenzuelo inexpert o y
se avergonzó.

    QUETZALCOATL sint ió derrumbarse y decidió irse de TOLLAN.


    Muchos le oyeron cant ar est a t rist e canción:

  Hast a hace poco,


  ¡Oh TONANTZIN!

  Nuest ra madre vida,

  ¡Oh COATLICUE!

  Formadora de virt uosos,

  me llevabas en t u regazo

  creador.

  Pero ahora...

  lloro:

  Te he perdido.

    Y ant e est e cant o, t odos sus discípulos t olt ecas se ent rist ecieron.

    Bien que comprendían el dolor de QUETZALCOATL, él, que había llegado a la fase máxima de
perfección humana, COATLICUE, sínt esis de la creación del verdadero hombre: sapient e de que
nace de la t ierra, pero debe elevarse al cielo arrancándose el corazón de los sent imient os, los
inst int os animales y las pasiones sensoriales, se sent ía involucionado, echado hacia at rás, muy
abajo de lo que había logrado.

    Había fallado y debía irse. Su culpa merecía el exilio, el dest ierro, el alejamient o. Quizá, como lo
había dicho TEZCATLIPOCA, un día regresaría para ser lo que había sido: Quien a punt o había
est ado de ser la máxima perfección.

    Ent onces QUETZALCOATL reunió a los t olt ecas y les dijo:

    -Abuelos, discípulos, hermanos míos, voy a dejar TOLLAN me voy. Sólo quiero medit ar en una
casa de piedras durant e cuat ro días y ent onces part iré.

    Todos sufrían, muchos lloraban. No querían que se fuera, porque con ellos acabaría el mundo
de abundancia en que vivían los t olt ecas.

    Pero QUETZALCOATL no cambiaba de idea. Era mejor, sobre t odo cuando recordaba lo
sucedido. El espejo ahumeant e de TEZCATLIPOCA, la memoria, la conciencia, bien que se lo
hacía t ener present e. Y allí est aba en su ment e, fija la imagen cuando TEZCATLIPOCA le decía en
medio de la borrachera:

     -Mírat e y conócet e señor QUETZALCOATL. Ve cómo apareces en mi espejo. Mira las verrugas
de t us párpados, las cuencas hundidas de t us ojos y t oda t u avejent ada cara, deforme, Ya no eres
lo que eras.

    Mas sobre t odo, no olvidaba el ridículo cuando las magias de TEZCATLIPOCA lo hicieron
disfrazarse de joven. ¡Cómo lo había pint ado! ¡Cómo lo habían vest ido! ¡Cómo había sido el
hazmerreir de t odos!

    Y aunque su ment e era lozana y et erna, su cuerpo humano ya era viejo y debía reconocerlo. Por
eso ahora t endría que irse y acept ar la t ransformación, pues t odo es creación const ant e que gira
en el cosmos sin fin para perfeccionarse. La vida siempre exist irá y QUETZALCOATL había
llegado al t érmino de una de sus edades. Sólo habría que esperar a que surgiera, con el t iempo, su
nueva época. El nuevo ret orno mejorado.

    Para eso mandó, ant es de irse:

    -Quemen t odas mis casas que t enía hechas de plat a y de concha.

    También mandó ent errar las cosas preciosas que se habían elaborado. Allá por los barrancos
serían sepult adas o arrojadas a lo profundo de los ríos.

    Luego t ransformó los árboles de cacao, en mezquit es y la fért il abundancia de TOLLAN se


esfumó convirt iéndose en un lugar arenoso y casi desiert o. Sólo ruinas quedaron.

    Enseguida ordenó que t odas las aves de hermosos plumajes, los quet zales, los papagayos, los
quecholes, se fueran de allí. Y t ambién las mult icolores mariposas, las bellas y ligeras PAPALOTL.

    Ent onces fue cuando QUETZALCOATL part ió de TOLLAN y algunos decidieron seguirlo. Había
t omado el camino que conduce al mar.

    Primero llegó a un lugar llamado CUAUITITLAN, donde est aba un árbol gigant esco y grueso,
QUETZALCOATL se arrimó a él para recibir su sombra y pidió un espejo. Allí TEZCATLIPOCA se
reflejaba y le hizo recordar su vejez a QUETZALCOATL cuando ést e se vio allí:

     -¡Sí! ¡Ya est oy viejo! era verdad aquella burla. No era sólo un product o de mi ebriedad.- Exclamó
el sabio dest errado.

    Y apedreando al árbol, le llamó viejo CUAUITITLAN.

    Decidido, cont inuó su andanza y quienes lo seguían, iban delant e t añéndole flaut as de las que
brot aban melancólicas músicas.

    Cansado, en un lugar del camino, se sent ó en una piedra y mirando rumbo a TOLLAN comenzó a
llorar t rist ement e y las lágrimas que derramaba, iban cavando y horadando la piedra sobre la que
reposaba. Y como sus manos se recargaban en ella, allí quedaron est ampadas como un recuerdo
de la vida maravillosa de t an gran señor. Desde ent onces ese lugar fue conocido con el nombre
de TEMACPALCO, es decir, donde est á la señal de la mano en la roca.

    Después de descansar cuerpo y alma, fue hacia ot ro lugar llamado TEPANOAYAN, donde había
un río grande y ancho, para cruzarlo se t uvo que hacer un enorme puent e de piedra, como
correspondía al nombre de ese sit io. Y así lo at ravesó sollozant e.

    Apenas cruzado el puent e, algunos t olt ecas más lo alcanzaron y le dijeron:

    -¡QUETZALCOATL! ¿Por qué abandonas a t u pueblo?

     -Voy a donde abunda la t ierra de colores, a TLAPALAN, a donde me llama el sol.

    -¡Déjanos un poco más, t an siquiera, de t u sabiduría para acabar con nuest ra serpient e t errenal,
emplumarla y volar como el quet zal y el vient o, como t ú nuest ro señor magnánimo, que si bien
comet ist e un error y pareció que cayeras, ahora eres más grandioso, porque t e has
perfeccionado. Ya lo has vivido t odo, sin esclavizart e a los sent idos.

    QUETZALCOATL al oír las pet iciones de sus adoradores, comenzó a quit arse t odas las ricas
joyas con que lo habían adorado al part ir de TOLLAN.

    Se aproximó a una fuent e hermosísima que se veía al lado del río y allí echó esas pert enencias.

    El resplandor que despedían iluminaban los ojos suplicant es y asombrados de sus seguidores.

     De ninguna manera podrán impedir mi ida. Por fuerza t engo que marcharme. Aquí quedan los
aparent es brillos. Voy hacia la luz verdadera. Exclamó nuest ro señor, el visionario
QUETZALCOATL, la serpient e embellecida, preciosa, emplumada, sabia int eligencia creadora;
nuest ro gemelo escondido.

    Desde ent onces, esa fuent e se llamó COAHUAPAN, es decir, en donde quedó lo que t enía
QUETZALCOATL.

    Mucho t iempo caminó ent re cerros y laderas hast a que fat igado durmió un poco. Cuando
despert ó, prosiguió el sendero y cruzó ent re los fríos volcanes. Allí t odos sus seguidores
sucumbieron ant e las gélidas cumbres del POPOCATEPETL y la IZTACCIHUATL.
QUETZALCOATL volvió a sufrir, mas superó valient ement e aquel dolor.

    Así llegó por fin al mar, luego de haber llenado de conocimient os a t odos los pueblos por los
que iba pasando y subió a una balsa formada de culebras emplumadas que allí lo aguardaban.

    -He aquí como llegar a la sabiduría.- Pensó cual mirando al infinit o.

    Y QUETZALCOATL, al borde del luminoso océano, t omó unos adornos que se encont raban en la
balsa y se fue revist iendo con su nueva piel: Su at avío de plumas de QUETZAL, su máscara de
TURQUESA. Y cuando est uvo aderezado, se prendió fuego y se convirt ió en un esplendor
maravilloso.

    Y es fama que cuando ardía, cuando iban a alzarse sus cenizas, vinieron a cont emplarlo t odas
las aves preciosas, las de bello plumaje que conocen el cielo: La roja guacamaya, el azulejo, el
t ordo fino, el resplandecient e pájaro blanco, los loros verdes relámpagos y los de arco iris.

     Cuando sus cenizas t erminaron de arder, el corazón de QUETZALCOATL ascendió a los cielos y
t ransformado en azules luces inmensas, regresó a reinst alarse en su lugar desde siempre
reservado para él, en el universo.

    QUETZALCOATL, el que reina en la aurora, desde ent onces le llaman, aunque hoy, muchos le
digan VENUS.
    Algún día volverá desde su espacio perfeccionado, a recuperar su t ierra.

LOS ÚLTIMOS DÍAS DE LA GRANDE TOLLAN

    Desde la part ida de QUETZALCOATL, la espléndida y abundant e en grandezas, la rica, hermosa


y grande TOLLAN, fue abandonada por muchos que lo siguieron y su ant iguo brillo, el viejo fulgor
que la había hecho t an conocida, pareció ir derrumbándose día t ras día.

    HUEMAC, que se había convert ido en adorador de TEZCATLIPOCA y era feliz viendo a su hija
casada con el forast ero, aquél desnudo e impresionant e TOUEYO, reinaba poderoso y t emido
ent re los t olt ecas que habían permanecido en su t ierra y en los alrededores de ella.

    Auxiliado por su yerno, ahora vuelt o t odo un héroe, y no sólo por haber derrot ado a quienes
querían apropiarse del poder dejado por QUETZALCOATL y se lo había rest it uido a su suegro, sino
por haber ayudado a ensanchar los dominios de HUEMAC.

    TEZCATLIPOCA const ant ement e le recordaba al nuevo señor que debía ext ender sin cesar su
poderío y hacer que los vencidos adoraran al señor de los espejos ahumeant es, como única
pot encia digna de homenajear.

    Así que se inclinó más al orgullo de la milicia y de la guerra que a la t ranquilidad y quiet ud de la
paz t an pregonada por QUETZALCOATL.

    Como un día HUEMAC se ent eró que el dest errado QUETZALCOATL vivía en CHOLULA, decidió
at acar a esa ciudad y se dirigió aconsejado por TEZCATLIPOCA, con el propósit o de dest ruirla.

    Reunió a mucha gent e y a donde llegaba, dest ruía t odo lo que le parecía t ener huella de la
Serpient e Emplumada que ahora combat ía.

    Cuando HUEMAC llegó a CHOLULA para encont rarse con su enemigo QUETZALCOATL, supo
que se había ido. Fue t ant o su enojo, que nuevament e, aconsejado por TEZCATLIPOCA, hizo
horribles mat anzas en t odos los que t odavía vivían en aquella ciudad sagrada. Con est o el t emor
que le cobraron creció t an enorme que se hizo adorar como un dios. Su vanidad se agrandó
infinit ament e y pret endió dest ruir y oscurecer, t irar a la negrura del olvido, lo enseñado allí por
QUETZALCOATL.

    Mient ras, en sus recint os sin fin, TEZCATLIPOCA reía t riunfant e.

    Cuando regresaron a TOLLAN, que ya se veía muy descuidada, el pueblo recibió a HUEMAC, el
TOUEYO y sus ejércit os con muest ras de grande alegría por la vict oria obt enida. Y bailaban y
cant aban y t añían las flaut as.
    Como homenaje a su t riunfo les emplumaron la cabeza y les t iñeron el cuerpo de amarillo y la
cara de rojo.

    Pleno de gozo, HUEMAC le dijo a su yerno, el musculoso TOUEYO:

     -Ahora ya est oy cont ent o. Muy bien hemos hecho con nuest ros enemigos. Sólo que est as
ceremonias no me agradan demasiado, porque me recuerdan las ant iguas cost umbres. Sería
bueno hacer ot ro t ipo de sacrificios.

     -Buena me parece esa opinión, mi señor HUEMAC.- respondió el TOUEYO, que como sabemos
no era ot ro más, que el propio TEZCATLIPOCA encarnado. -Ya pensaré como ir cambiando t odos
est os fest ejos.

    Y su mirada se clavó profundament e en los ojos del TOUEYO que como espejos reflejaban los
de HUEMAC.

    Y t ant o se acrecent ó la soberbia de HUEMAC que sin darse cuent a del abandono en que se
encont raba sumida la gran TOLLAN, sólo le import a rodearse de elogios y de aparent es riquezas.

    Una vez, HUEMAC, engreído de su poder, presumiendo, ret ó a los TLALOQUES, aquellos que
piden ayuda a TLALOCTLI, la lluvia, para que caiga, a jugar a la pelot a.

    Los TLALOQUES le pregunt aron:

    -¿Y qué ganamos con jugar cont igo?


     -Mis plumas de QUETZAL y mis CHALCHIHUITES; est as preciosas piedras verdes;
esmeraldas.- les dijo.

     -Acept amos y eso mismo ganarás t ú, si result as t riunfador: nuest ras esmeraldas y nuest ras
plumas de QUETZAL.- Le respondieron los TLALOQUES.

    Enseguida comenzaron a jugar y con la t ramposa ayuda de TEZCATLIPOCA les ganó. Los
TLALOQUES sorprendidos fueron a buscar lo que habían de darle a HUEMAC, pero en vez de lo
apost ado, le pagaron con elot es y con las hojas de ést os.

    HUEMAC prot est ó ant e t al acción:

     -Est o no había sido lo dicho. En lugar de esmeraldas me dan elot es y el envolt orio de las
mazorcas por plumas de QUETZAL. ¡No t ienen palabra!

    Ofendidos los TLALOQUES, exclamaron:

     -Mide lo que dices, soberbio. Est á bien, aquí est án las esmeraldas y las plumas de QUETZAL,
pero vas a arrepent irt e de t u poca cort esía y de t u exceso de ambición.

    HUEMAC se rió ant e las amenazas y t omando su ganancia se fue acompañado del TOUEYO
rumbo a su gran mansión, un TECPAN que había pert enecido a QUETZALCOATL y que por
descuido se veía ent rar en ruinas.

    Cuando los vencedores se alejaron dando grandes carcajadas, los TLALOQUES dijeron:

     -Bien est á. De ahora en adelant e esconderemos t odos los CHALCHIHUITES de la t ierra y


padecerán gigant escos t rabajos los t olt ecas, seguidores de est e presunt uoso HUEMAC.
Rechazaron el maíz de la abundancia y lo pagarán con hambre y dest rucción. Nosot ros no vamos
a t ener la magnanimidad de QUETZALCOATL. Ya nos desquit aremos.

    Al poco t iempo cayó una helada t an fuert e que se perdieron árboles, frut os, nopales, t unas y
magueyes. Se secaron las milpas y las piedras se deshicieron. Enseguida llegó un calor t an
insoport able que TOLLAN parecía derret irse.

    Los t olt ecas adoradores de HUEMAC morían de hambre y TEZCATLIPOCA recomendó que le
sacrificaran prisioneros de guerra; en lugar de bailar y cant ar, ordenó que vendieran a los niños
como sirvient es a los pueblos dist ant es que se encont raban hacia el sur, en el ANAHUAC, para
que obt uvieran con ello, guajolot es y así pudieran hacer t amales y comer.

    Al fin y al cabo, esos animalit os humanos que vendieran como sirvient es, pront o serían
repuest os al reproducirse los t olt ecas.

    TEZCATLIPOCA era el pregonero de la vida inst int iva de los animales. Y HUEMAC los envió de
inmediat o.

    Así pasaron cuat ro años. Malos agüeros se sucedían. Se mat aban muchos hombres en la guerra
surgida por el hambre y el deseo de apropiarse de las cosechas que se daban en lugares
dist ant es de TOLLAN.

    Tezcat lipoca ordenaba el desollamient o de los caut ivos.

    Adonde quiera llegaban los ejércit os de HUEMAC y comet ían horrendos crímenes: Robaban,
mat aban, ult rajaban.

    Por fin, cuando regresaron a TOLLAN los enviados por HUEMAC a ANAHUAC, se present aron
pálidos ant e él, quien con mirada t errífica les pregunt aba de los result ados:

     -Señor HUEMAC, una t remenda congoja nos aflige, pues allá en Chapult épec, un cerro que
emerge de las aguas al ponient e del valle t an lejano de aquí, los t laloques que derrot amos hace
ya más de cuat ro años, nos most raron en abundancia t odo lo que hoy falt a en TOLLAN: Las
plumas de quet zal, los CHALCHIHUITES, el maíz, los frut os, los nopales, las t unas y los
magueyes.

    -Eso no t iene nada de ext raño ni de espant o. Se los hubieran arrebat ado por la fuerza.- Molest o
dijo HUEMAC.

     -No podríamos, pues t odo eso era como una ilusión que aparecía y desaparecía. Ent onces los
t laloques nos dijeron que pront o TOLLAN sería dest ruida y que si se quería posponer t al acabóse,
sacrifiques a t u hija y a la mejor hija de esos prisioneros que haz hecho y que se dicen MESHICAS.
Para que supieras el valor real de est as palabras me dieron est as mazorcas.

    El t olt eca que hablaba se las ent regó a HUEMAC y en cuant o las t uvo en sus manos, sus
grandes manos se esfumaron.

    Todos quedaron at errados. Era la venganza de los t laloques por la humillación recibida hacía
t iempo. HUEMAC se afligió y lloró. Buscó al TOUEYO, pero ést e había desaparecido, como
asust ado. Imploró a TEZCATLIPOCA pidiendo ayuda, pero t ampoco escuchó.

    HUEMAC se sint ió desprot egido. Su vanidad y su soberbia habían preparado los últ imos días de
la grande TOLLAN.

    HUEMAC decidió ir al sit io donde sería el sacrificio, un lugar llamado Pant ít lan, allá en
ANAHUAC, casi al cent ro de los lagos, donde se encont raba un remolino que devoraba con su
violencia cualquier barcaza que por allí se at reviera a pasar, no import aba la bandera que llevara.
Todas las banderas allí desaparecían.

    Los MESHICAS, que habían venido en una larga peregrinación hast a est as t ierras y que andaban
cual chichimecas, esclavizados y repudiados por muchos, acept aron el sacrificio con el fin de que
se acabara para ellos t ambién, el hambre y la sed que reinaba en TOLLAN.
    Cuando habían t ranscurrido cuat ro días, MESHICAS y TOLTECAS llegaron a Pant ít lan y se
efect uó el sacrificio. El remolino devoró la ofrenda.

    Ent onces TLALOCTLI comenzó a derramarse en TOLLAN. Al punt o se nubló el cielo e


inmediat ament e llovió y llovió muy recio cuat ro días. Cada día y cada noche la t ierra fue
absorbiendo el agua.
    Así TOLLAN recobró un poco de su ant iguo verdor, pero ni HUEMAC ni el TOUEYO est aban allí.

    Para el señor de las grandes manos había acabado el t iempo de los t olt ecas. Había perdido lo
más amado.
    Desesperado, Huemac quiso ret ar a los t laloques y fue hast a Chapult épec. Ahí penet ró en una
cueva dando grit os enloquecidos:

     -¡Dónde est án! ¡Aparezcan!

    Mas ahora se encont raba solo. Ya ningún t olt eca lo había seguido y t odos los que lo habían
acompañado, habían muert o.

     -¡Cobardes t laloques! ¡Presént ense!- Pero nadie surgía.

    Agot ado de grit ar; sofocado, primero se ent rist eció y su furia se t ransformó en llant o. Cuando
no pudo llorar más, sint iéndose acabado, se suicidó ahorcándose por desesperación.

    TEZCATLIPOCA le había est rellado t ambién los espejos de la vanidad.

    Mient ras, en TOLLAN, después de las abundant es lluvias, brot aron diferent es hierbas
comest ibles y zacat e. Por sí solos renacieron los frut os de la t ierra y pront o se hizo redonda la
mat a de maíz y t emprano dio el mant enimient o a quienes habían quedado.

    Cuando se supo la muert e de HUEMAC en la cueva de Chapult épec, t odos pensaron que
arrepent ido por su conduct a bárbara, se había sacrificado como QUETZALCOATL, el maest ro que
HUEMAC había t raicionado por hacer caso de TEZCATLIPOCA, para que el maíz nuevament e se
diera en TOLLAN.

    Pasaron diez años. La urbe de la abundancia parecía recuperarse. Su auge ret ornaba y hacía
feliz a los últ imos t olt ecas.

    TECPANCALTZIN había heredado el señorío de TOLLAN y procuraba el bienest ar de t odos.

    Poco a poco se fue haciendo querer de los pueblos vecinos y ext endió por sus dominios una
gran confianza.

    El recuerdo de HUEMAC sólo era hist oria. Sin embargo algunos no olvidaban su sabiduría como
ast rónomo ni el famoso libro que había escrit o con pint uras: el TEOAMOXTLI, o las
manifest aciones de la energía creadora, donde explicaba porqué t oda la nat uraleza no era mas
que una misma pot encia, el TEOTL, vest ida de dist int as formas y diversos grados de evolución,
donde el ser humano era el mas avanzado, pero que debía perfeccionarse por obra del esfuerzo,
el est udio, la virt ud y la volunt ad. Para ello, QUETZALCOATL, la int eligencia creadora, ayudaba.

    Por eso a muchos t olt ecas les pareció muy violent o el cambio de HUEMAC y su adoración a
TEZCATLIPOCA. No obst ant e, aquello era ya part e de un funest o pasado que se veía ahora muy
dist ant e.
    Ciert o día de primavera llegó una hermosa doncella al TECPAN de TECPANCALTZIN
acompañada por sus padres que t raían algunos regalos para el nuevo señor de los t olt ecas.

    Era miel priet a de maguey y azúcar de est a miel que había sido invent ada por el padre de ella,
PAPANTZIN, y como cosa nueva se lo t rajeron a present ar al guía de los dest inos t olt ecas.

    TECPANCALTZIN se alegró al verlos y les hizo enormes elogios y cort esías.

    Tuvo en mucho el regalo y sobre t odo a la doncella que por ser t an hermosa se llamaba
XOCHITL, est o es, flor.

    El señor no dejaba de cont emplarla y con el propósit o de que ella regresara, les pidió un poco
mas de su exquisit o descubrimient o. PAPANTZIN quedó encant ado y promet ió enviar a su hija
acompañada de alguna doncella con una vasija llena del refrescant e líquido.

    En efect o, luego de algunos días, XOCHITL volvió a la mansión de TECPANCALTZIN. Ést e
mandó que la bella muchacha pasara sola a verlo, mient ras a la mujer que iba con ella como
compañía, le hacían regalos.

    Cuando TECPANCALTZIN quedó a solas con XOCHITL, le declaró su amor y la convenció para
que se amaran. Ella, seducida por t an noble señor, accedió a sus besos y abrazos. Y ambos
disfrut aron con la liberación de su TLAZOLTEOTL, la energía que est orba y que es necesario
sacar para seguir viviendo creat ivament e.

    Ent onces el guía de los t olt ecas la hizo llevar a un lugar fuera de TOLLAN y le puso muchos
guardias para que la cuidaran. XOCHITL era una joya preciosa que debía adorarse y prot egerse.
Enseguida despidió a la acompañant e y le dijo:
     -Dile a los padres de la bella XOCHITL que no se preocupen, pues las mejores señoras de mi
TECPAN van a prepararla para que cont raiga mat rimonio con un gran señor de un pueblo vecino
como recompensa del dulce regalo que me han dado. Aquí se quedará muy segura, como en su
propia casa.

    Al recibir la not icia, los padres de XOCHITL sint ieron mucho aquella decisión, mas t an
abundant es fueron los present es que les hicieron y las t ierras ot orgadas, que lo disimularon y
acept aron t odo.

    Mient ras, el señor de los t olt ecas iba con t ant a frecuencia a verla que por el amor y el agua
miel comenzó a descuidar las obligaciones para con su pueblo.

    Y es que at rás de t odo est o, se hallaba nuevament e TEZCATLIPOCA que parecía repet ir la
est rat agema empleada cuando hizo caer a QUETZALCOATL.

    Ant es había sido TLAZOLTEOTL disfrazada, ahora XOCHITL había servido de pret ext o para
evit ar el perfeccionamient o de un hombre que t rat aba de ret omar el curso de la obra benéfica de
QUETZALCOATL.

    Y eso no debía ser. Así como TEOTIHUACAN había caído por obra de los inst int os animales, y
CHOLULA t ambién, TOLLAN no podía ser la excepción. Menos ahora que la Serpient e Emplumada
QUETZALCOATL, su envidiado hermano, se había ret irado del combat e. Así que TEZCATLIPOCA
siguió ejerciendo sus influencias.

    Y el señor TECPANCALTZIN se esclavizó t an rot undament e a sus sent idos que se olvidó de
medit aciones, de est udio y creación. TLAZOLTEOTL, la pulsión sexual, lo dominaba, por las
magias del de los espejos ahumeant es.
    Luego de algún t iempo. XOCHITL t uvo un hijo del señor t olt eca, al que le pusieron por nombre
MECONETZIN, que quiere decir honorable niño del maguey.

    Cuando los sabios leyeron en las est rellas el dest ino de est e pequeño, quedaron est upefact os,
pues t odo lo que allí descubrieron, HUEMAC lo había predicho en su famoso libro. El recién nacido
t enia casi el t ot al de las señales que dist inguirían al señor t olt eca, en cuyo t iempo y gobierno, se
dest ruiría definit ivament e la grande TOLLAN.

    Como habían pasado ya t res años y los padres de XOCHITL no habían podido ver más a su hija,
decidieron buscarla. De inmediat o se ent eraron que se hallaba en una casa muy bien resguardada
en un lugar llamado PALPAN.

    Ent onces los padres de XOCHITL supieron t ambién que el señor de los t olt ecas había
ordenado que a ninguno de sus familiares se le permit iera ent rar. Est o les produjo una gran
preocupación y una profunda pena. Así PAPANTZIN buscó la manera de poder ent rar sin ser
reconocido.

    Se disfrazó de labrador y fingió que iba a vender sus product os. A los guardianes que
cust odiaban la casa donde vivía XOCHITL, les pareció inofensivo y lo dejaron ent rar.

    PAPANTZIN iba buscando por t odos lados y al pasar por uno de los huert os encont ró a su hija
jugando con un niño.
    -¿Acaso el señor TECPANCALTZIN t e ha dest inado a cuidar pequeños?- Le pregunt ó a su hija
que lo miraba ent re asust ada y sorprendida.

     -No padrecit o, est e nene es mi hijo. TECPANCALTZIN dice que me quiere y yo, aunque sin
casarme, le he correspondido. El ha jurado que mi hijo será el gran señor de TOLLAN cuando
crezca.

    PAPANTZIN se sint ió ofendido en su honor y aunque disimuló, al salir fue a hablar con
TECPANCALTZIN. Ést e lo consoló y le dijo que no t uviese pena. No era ninguna afrent a y el niño
sería su heredero.

    De est e modo, el buen PAPANTZIN volvió consolado a su casa y de ahí en adelant e pudieron ir
y venir a ver a la bella XOCHITL t ant as veces como desearon.

    Después de haber gobernado TECPANCALTZIN por cincuent a y dos años, acordó ot orgar el
mandat o a su hijo MECONETZIN, t al cual lo había promet ido.

    Est e era ya t odo un hombre maduro que había crecido bajo la vigilancia cariñosa de su madre y
había sido educado en los más alt os conocimient os y t radiciones t olt ecas. Su pueblo lo amaba y
le decía por su prodigalidad con t odos y por ser virt uoso y sabio, TOPILTZIN que significa
nuest ro venerado niño.

    Con eso, TEZCATLIPOCA est aba que se lo llevaba la ira. No había podido, por más que lo había
int ent ado, desviar la educación a lo QUETZALCOATL que se le había dado a TOPILTZIN. Hast a
parecía una nueva serpient e emplumada. Lo reconocía furioso. Ent onces fue cuando planificó
provocar el enojo de los envidiosos para que no llegara a ser el señor principal, el
TLACATECUHTLI y menos, el que habla sabiament e: TLATOANI.

    Sin embargo, t odo fue inút il, TOPILTZIN se encumbró y gobernó por cuarent a años.

    Mas de pront o, TEZCATLIPOCA comenzó a ut ilizar sus acost umbradas magias. Fue como un
impulso perverso y las señales que había pronost icado HUEMAC, principiaron a most rarse en la
t ierra y en el cielo.

    Sin saber porqué, TOPILTZIN había comenzado a cambiar de conduct a y comet iendo errores
graves, con su mal ejemplo, inquiet ó a t oda la grande TOLLAN que se veía como en sus mejores
t iempos.
    Aparecían AHUIANIMES, mujeres muy hermosas que iban direct o a las casas de la creación y
dist raían con sus bellezas alegradoras a los sabios que allí medit aban. Los TEOCALLIS parecían
más cent ros de borrachos que sit ios dest inados a la elevación del espírit u y al
perfeccionamient o de nuest ra ment e. La limpia nat ural de TLAZOLTEOTL, la pulsión sexual, dejó
de ser una necesidad, para convert irse en esclavit ud sensoria.

    Y se decía que t odo est o era provocado por los hermanos TEZCATLIPOCA el rojo y
TEZCATLIPOCA el moreno. Tant o era el descaro de ést os que ya t odo mundo los percibía. Sus
magias se difundían por cualquier lado.
    Un día TOPILTZIN paseaba por el bosque, cuando quedó sorprendido ant e un conejo con
cuernos de venado y un colibrí con un espolón muy largo.

    El joven señor quedó t rist e pues est os eran los pronóst icos para el fin de la grande TOLLAN.

    Luego comenzaron t erribles aguaceros y hubo, t ant os sapos que parecían caer del cielo.
Después vino un grandísimo calor y una enorme sequía. Al año siguient e cayeron t ant as heladas
que no quedó hierba alguna ni animal vivo.

    Al cuart o año se precipit aron gigant escos granizos y rayos sobre la grande TOLLAN. Ent onces
se dest ruyeron los pocos árboles que quedaban y los magueyes, sin quedar memoria de cosa
alguna, y aún los edificios y murallas fuert es.

      Enseguida llegaron t ant os chapulines, sabandijas, gusanos y zopilot es que acabaron por
remat ar a la ant igua y grande urbe t olt eca.

    Y por si fuera poco, guerras grandísimas se habían desat ado para combat ir a XOCHITL, que
mandaba en lugar de TOPILTZIN, pues ést e, hundido en la borrachera y en la esclavit ud de sus
sent idos, había perdido la volunt ad de vivir ant e t ant as desgracias ocurridas. Todos despreciaban
a TOPIL que había perdido el respet o del reverencial -TZIN. Era un pobre Tópil.

    Acobardado no quería int ervenir más en cont ra de las fuerzas del dest ino. Ignoraba que el
hombre, gracias a su esfuerzo y deseo de hacer las cosas, puede cambiarlo t odo. Y aunque los
t olt ecas habían padecido grandes infort unios, t odavía eran grandes sus fuerzas y su poder.

    Los rivales de TOPILTZIN seguían combat iéndolos y el debilit ado señor viendo que se
apoderaban paso a paso de sus t ierras, quiso hacer las paces, pero aquéllos no lo acept aron.
Además una gran pest e se había desat ado y arrasaba lo últ imo que aun exist ía de la grande
TOLLAN.

    Los ejércit os enemigos, comandados desde lo alt o por TEZCATLIPOCA, penet raron un día a la
urbe derrot ada. La defensa fue heroica. TOPILTZIN salió a pelear en persona. El viejo de su padre,
y aun las mujeres, dirigidas valient ement e por la int répida y hermosa XOCHITL, combat ieron hast a
morir en la bat alla.
    TOPILTZIN huyó desesperado y los invasores saquearon cuant os t esoros y riquezas pudieron
encont rar.

    Lejos ya, TOPILTZIN recapacit ó y a los t olt ecas que quedaron, les heredó los pocos libros de
la sabiduría que él había logrado llevar consigo. Y unos se fueron a las cost as del mar del sur y
ot ros al nort e.

    TOPILTZIN murió a la edad de cient o cuat ro años en un lugar llamado XICO; es decir cueva que
parece un ombligo.

    Y con él, concluyeron los últ imos días de la grande TOLLAN, ese lugar que hoy conocemos con
el nombre de TULA.
EL POPOCATÉPETL Y LA IZTACCÍHUATL

    Hace t ant os, pero t ant os años, t ant os, que ni siquiera alguien lo sospecha a veces, t odos los
cerros, mont es y mont añas que rodean a nuest ra t ierra llamada ant iguament e ANAHUAC, es decir,
la región rodeada de agua, no exist ían.

    Lo que hoy vemos en la gigant esca ciudad de México se miraba t an dist int o ent onces.

    Sólo era un enorme e infinit o t erreno plano y árido, según cuent an nuest ros t at arabuelos
azt ecas, pues así había quedado luego del final t errible del cuart o sol.

    Ent onces, la t ierra se había resecado y la est erilidad y el hambre aniquilaban a los hombres
debido a su mal comport amient o, purament e animal. Habían olvidado la misión para la cual habían
sido hechos: ser creadores como el propio TEOTL, la energía por la cual vivimos,
IPALNEMOHUANI, para perfeccionarse a sí mismos y al universo. ¡Y es que eso de port arse como
las best ias es t an primit ivo!

    No merecían vivir, si no buscaban el camino del mejoramient o diseñado para el ser humano.

    Por eso se habían marchit ado las milpas, y secado los manant iales, y huido las nubes, y caído
t erribles heladas.
    Alimañas feroces habían devorado a los hombres malos hast a quedar unos cuant os que
arrast rándose moribundos, sedient os, llenos de hambre, afiebrados, suplicaban perdón.

    Ent onces la energía creadora, el TEOTL, hecho OMETEOTL, la dualidad, ut ilizó su capacidad de
t ransformarse múlt iplement e y se convirt ió en las flores preciosas de los campos:
XOCHIQUETZAL; en el t ierno maicit o de las milpas: CENTEOTL; en el perfume hijo de las flores:
XOCHIPILI; en la fert ilidad verde esmeralda de: CHALCHIUCIHUATL; pero sobre t odo, en el agua
fecundant e y purificada y purificada de la lluvia: TLALOCTLI.

    De est e modo, aquel páramo sin vida renació por obra química de la energía creadora.

    Y la t ierra, sedient a como est aba, bebió t ant a agua caída del cielo que con ese líquido precioso
se formaron los lagos de México (De la luna), de Texcoco (De los espejos), de XALTOCAN (De
los arenales), de Zumpango (Del muro de calaveras), de Xochimilco (De las sement eras de flores),
de Chalco (De piedras preciosas) y se vio como vest ida con una falda de color t urquesa.

    Las raíces y las semillas que guardaban en su int erior resucit aron y reverdecieron.

    El panorama se cubrió de verdores fragant es, como un inmenso mar de arbust os y mat orrales;
de milpas y de t ulares; que al moverlo QUETZALCOATL con sus vient os, semejaba un oleaje de
jades.
    Las aguas pront o dieron peces y el aire t rajo a las aves de preciosos plumajes y maravillosos
t rinos.
    Allí cant aba el pájaro de cuat ro cient as voces, el CENZONTLE, como una orquest a de variados
inst rument os; ora parecía un flaut ín; ora un organillo; ora un violonchelo o una viola, o un violín.

    Acá se escuchaba el t rino juguet ón del pájaro parduzco de largo pico, el CUITLACOCHE; o los
arrullos de la HUILOTAS, palomit as graciosas; o las carcajadas burlonas de los guajolot es.

    Con t ant a lluvia bienhechora, ANAHUAC se había convert ido en un exuberant e paraíso, como
aquél que decían se había creado en ot ros t iempos y que exist ía muy lejos de allí, por el est e,
cerca del mar: TAMOANCHAN.

    Ent onces TLALOCTLI, cansado de caer sobre la t ierra, sin más ganas de llover por un rat o,
buscó una casa para refugiarse con su cort e de got as bailarinas, sus TLALOQUES.

    Pero he aquí que se dio cuent a que no había un sit io apropiado para ello, pues t odo era una
enorme meset a, sin relieves mayores y pidió a la energía creadora que le const ruyera alt os
lugares donde reposara y viviera.

    Así fue como el TEOTL comprendió las razones de TLALOCTLI y decidió crear mont es y
mont añas alrededor de los lagos de ANAHUAC por obra de su energía creadora.

    Primero había que crear, al nort e, una pequeña sierra por donde el vient o, EHCATL, penet rara
t ersament e hacia t odos lados y purificara con sus suaves soplos el posible mal ambient e.

    Así puso en est a región a EHCATEPETL, el mont e del vient o; muy cerca de él, hizo ot ro para
dot ar de pedernales a los hombres y hacer fuego con su piedra, el TECPAYOCAN o cerro del
pedernal, hoy llamado Chiquihuit e, y que parece una gran pirámide.

    Allí mismo hizo una cadena de pequeños cerros que se llamaron, TECOATLASUPEUH la
pequeña sierra serpient e que pisamos, y casi ent rando en el lago, como una nariz, diseñó el
TEPEYACAC.

    Ese cerro debía ser el guía para t odos los habit ant es de ANAHUAC, Así como la nariz va
siempre adelant e, orient ándonos. Luego hizo las demás sierras que rodeaban a aquel ant iguo
paraíso de ANAHUAC. Y fueron t ant os los mont es y de t an diversas alt uras, que TLALOCTLI no
sabía cuál escoger para habit arlo como casa, así que decidió vivir en t odos; ser algo así como el
corazón de los mont es, TEPEYOLOTLI. De allí brot aría y bajaría en fuent es benéficas.

    Las nubes rodearían las cumbres y como grises serpient es juguet eant es, MIXCOATL, serpient e
de nubes, caerían allí mismo deshiladas en lluvia o en t oda la superficie de ese nuevo
TAMOANCHAN.

    Así nacieron ot ros mont es como el Ajusco, al sur, donde brot aba mucha agua; o Chapult épet l,
el cerro del chapulín, al ponient e; o el cerro de la est rella, CITLALTEPETL, al surest e en
Izt apalapa; o el pequeño que brot aba del lago de Tezcoco, cual un peñón que con sus aguas
azufrosas podría curar algunas dolencias de los humanos.

    Ahora sí TLALOC y sus TLALOQUES t enían donde reposar las fat igas de más de seis meses de
t rabajo durant e el año de mayo a oct ubre, aproximadament e, aunque a veces en ot ros meses se
veían t ambién obligados a laborar.

    De est a manera t odo t ranscurrió promet edor para los que se habían salvado de la dest rucción
pasada.
    Hombres y mujeres si dedicaron a pract icar la medit ación y a cumplir con sus t rabajos
creadores.

    Sólo de recordar el cast igo t remendo padecido por falt ar a la misión de perfeccionarse, los
hacía est remecer.

    No quería que sus hijos ni sus niet os ni sus bisniet os ni sus t at araniet os sufrieran lo acont ecido
ayer. Por eso eran virt uosos y abnegados.

    Llenos de grat it ud hacían fiest as para t odas las manifest aciones del TEOTL y niños y adult os
part icipaban felices ofreciendo flores, barriendo los TEOCALLIS que comenzaban a const ruir en
forma de pirámides, como t rat ando de imit ar a los mont es; y bailando y cant ando gracias a
nuest ro padre-madre, TONACATECUHTLI, la vida, señor y señora de nuest ra carne.

    En largas comit ivas iban rumbo a los lagos, o a los mont es, precedidos por músicos flaut ist as, a
veces de pequeña edad; o en ot ras de doncellas o mancebos. De Barro eran sus flaut as y como
ellas, junt o con caracoles y TEPONAXTLIS y HUEHUES, int erpret aban alegres melodías que
compet ían con el t rinar de las aves.

    Y vest idos de blanco y adornados con brillant es penachos de floridos plumajes, adoraban a la
nat uraleza t oda, nuest ra reverenda madrecit a, águila y serpient e a la vez, sol y t ierra,
TONANTZIN-NONANTZIN.

    Y danzaban y cant aban y le ofrecían poemas a la energía creadora y a sus manifest aciones:

    De modo igual somos,


    somos mort ales los

    hombres.

    Nadie esmeralda,

    nadie oro se volverá.

    Todos nos iremos,

    nadie quedará.

    Como una pint ura

    nos iremos borrando.

    Como una flor


    hemos de secarnos
    sobre la t ierra.

    Cual ropaje de plumas

    del quet zal


    iremos pereciendo.

    Sólo iremos dejando al

    part ir

    nuest ro cant o...

    ¡Nos habremos ido,

    pero él,

    él vivirá en la t ierra!

    Unidos t odos como los dedos de la mano, en TLOQUENAHUAQUE, junt os y cercanos, se unían
al TEOTL para inspirar su fuerza creat iva, aspirarla, sent irla y prepararse para florecer en amist ad
con t odos.

    Y así en el TEPEYÁCAC o en el CITLALTÉPETL; en el TECPAYOCAN o en el CHAPULTÉPEC,


siempre se veía a los agradecidos anahuacas, los primeros pobladores de ANAHUAC,
descendient es de aquellos sabios t olt ecas, homenaje a sus benefact ores. En una de esas
ceremonias rit uales, el cast o POPOCATÉPETL conoció a la doncella IZTACCÍHUATL de blanca
palidez, como las nieves.

    Un cort ejo formado por sabios ancianos, TLAMATINIME, TEOPIXQUES, los dedicados a no
olvidar nuest ra grat it ud para la energía creadora, vest idos como la noche y de largas y limpias
cabelleras, escolt aban a la virgen inmaculada, llegada de un pueblo muy lejano con el fin de
dedicarse a la medit ación creadora en la casa de la medit ación: TEOCALLI.

    Y POPOCATEPETL quedó ext asiado ant e la belleza fascinant e de aquella mujer CIHUACOATL.
Y sint ió brot ar en su corazón una ext raña mezcla de placer y dolor ant e la imposibilidad de poder
est ar a su lado.
    IZTACCIHUATL simbolizaba la medit ación t ot al y aquél que osara dist raerla, se at endría a
cast igos funest os.

    Y POPOCATEPETL los miró pasar. Cuando ella caminaba parecía que iba flot ando, pues lo
diminut o de sus pies le daba t al ligereza que ningún ruido se producía en la hierba.

    IZTACCIHUATL se veía blanquísima y su cuerpo parecía esculpido por art esanos perfect os. La
negrura de su cabello cont rast aba con el alabast ro de su piel y sus grandes ojos resplandecían
como dos soles.
    Las facciones inmaculadas de su rost ro la hacían única ent re t odas las mujeres, vest ida de
azul, una TIARA de amat e blanco pint ado de negro, adornaba su cabeza.

    Lucía una medalla de plat a de la cual brot aban plumas blancas y negras y caían por sus
espaldas varias t iras pint adas t ambién de negro.

    De día y de noche los TEOPIXQUES la at endían en su proceso de perfeccionamient o para


llegar a ser et erna y dos niños y dos niñas le bailaban y cant aban en sus moment os de reposo.

    POPOCATEPETL en ese at ardecer, sint iendo el vient o del nort e soplar t ibiament e y envolver
su musculoso cuerpo de leñador y campesino, había perdido la t ranquilidad que disfrut aba en su
cast a vida, adoradora de t odo lo bello. Desde esa t arde ya no pudo cont emplar t ranquilo los
celajes color de ópalo que el sol dejaba por el ponient e en su camino hacia la región de la
oscuridad.
    Tampoco acert ó a seguir est udiando, como noche t ras noche, el infinit o cielo est rellado, ni
logró al amanecer cant ar alegrement e mient ras se dirigía a cort ar leña, como haciendo coro con
los cenzont les.

    POPOCATEPETL permanecía t rist e en su chinampa de Xochimilco sin anhelar salir de ella, casi
sin comer y abandonado su cuerpo a la desidia.
    Ent onces TEZCATLIPOCA, que t odo lo ve y t odo lo oye, que est á en t odas part es aliment ando
los sent idos y los sent imient os, se dio cuent a de lo que le acont ecía al cast o joven y decidió
vigilarlo para ver lo que sucedía después.

    Ant e la energía que TLAZOLTEOTL hacía crecer en POPOCATEPETL por IZTACCIHUATL,


ést e caía derrot ado. Era imposible amarla y más, llegar a casarse con ella.

    Por las noches lloraba, ant e el gozo de TEZCATLIPOCA que le daba conciencia de ello, y era
t ort urado por la pasión dist ract ora.

    Cuando el espejo ahumeant e de los sueños se apoderaba de él, TEZCATLIPOCA le hacía


imaginar que IZTACCIHUATL se encont raba a su lado, pero de pront o despert aba sobresalt ado,
comprendía t odo y deseaba morir.

    La fiebre y la ausencia, el silencio y el olvido, iban consumiendo sus musculosas carnes de
leñador. Y ya ni siquiera t enía la dicha de largarse a la guerra florida, pues los t iempos eran
pacíficos y por miedo a los cast igos del TEOTL, t odos vivían en paz, hermanados por la
comprensión y la amist ad, en Tloque Nahuaque. Nadie quería predominar sobre nadie y t odos se
conformaban con lo que la t ierra y la lluvia les daban.

    Sus familiares del CALPULLI not aron su decadencia. Sus madrecit as pensaban que se había
enfermado, pero ninguna de las medicinas que se le daban surt ía efect o. Sus padrecit os lo
miraban con gran preocupación y lo seguían cuando como sonámbulo se levant aba de su fino
pet at e hecho con pieles de ocelot es y venados y salía a vagar por las chinampas y los bosques
cercanos.

    Subía a su chalupa y sus nervudos brazos remaban y remaban, horas y horas. POPOCATEPETL
no encont raba paz.

    Una noche, cuando el cast o joven se hallaba sent ado en una piedra de su chinampa y miraba la
enorme luna de invierno que desplegaba sus pálidos rayos sobre ANAHUAC y que se rompían
como en mil crist ales al reflejarse en las t ransparent es aguas del lago de Xochimilco,
POPOCATEPETL se est remeció profundament e.

    Una bandada de t ecolot es oscureció el firmament o y opacó el brillo lunar. Las flores
sembradas en la chinampa t emblaron y parecieron marchit arse. El cast o doncel escuchó una voz
dent ro de sí que le decía:

    -No sufras más, decídet e a ir en busca de IZTACCIHUATL. Si ella no t e conoce, jamás sent irá
inquiet ud alguna por t i. Nada pierdes con present art e ant e ella cuando va a bañarse en las puras
aguas de los manant iales de CHALCO. XOCHIMILCO no se encuent ra t an lejos de allá. Piénsalo.
Hazlo.
    Tú aparecerás de pront o por allí, como si anduvieras de cacería y no t e hubieras dado cuent a
de su presencia. Esa es t u oport unidad. Además, la verás en t oda la plenit ud de su belleza y t ú,
vest ido con t u simple MAXTLI, con cacles y penacho de plumas de garza blanca puedes
causarle una muy buena impresión.

    Ent onces la voz calló y POPOCATEPETL sint ió como una alegría enorme y un ent usiasmo
formidable para hacer lo que se le había sugerido.

    Y TEZCATLIPOCA sonrió, pues era él quien lo t ent aba para romper con las cast idades y t ener
de qué burlarse. Los que querían imit ar a QUETZALCOATL, lo indignaban y siempre, como vemos y
sabemos, buscaba la forma de perderlos.

    Así que POPOCATEPETL esperó ansioso la hora y el moment o de efect uar su audacia.

    El corazón le lat ía t an apresuradament e que parecía querer salírsele y correr en pos de su
amada IZTACCIHUATL.

    Ni siquiera pudo acordarse del fúnebre presagio que había precedido a la voz de
TEZCATLIPOCA.

    Esa banda de t ecolot es era un mal agüero que anunciaba la llegada de una desgracia, la muert e
t al vez, y había que prevenirse para evit arla.

    Mas POPOCATEPETL, encendido en su opt imismo amoroso, para calmarse en su espera, t omó
un poco de aguamiel de los magueyes y lo bebió pausadament e.

    De pront o sint ió un sueño t remendo y cayó como desmayado sobre las graciosas amapolas y
los olorosos cempasúchiles.

    Así t ranscurrieron largas horas hast a que el rocío hizo despert ar al cast o mancebo. Era casi el
amanecer.

    Miró hacia t odos lados y una expresión de disgust o apareció en su rost ro. Había dejado pasar la
oport unidad. Ahora t endría que esperar nuevament e. Y desconsolado lloró.

    Así est aba cuando un cant o lúgubre lo sacó de sus sollozos.

    Vio aparecer una chalupa que navegaba por el frent e de donde él se encont raba, at rás de ella
venían más, con grandes vasijas que humeaban copal y ot ras que, como ant orchas, lanzaban
lánguidas llamaradas.

    Los que iban conduciendo las chalupas se miraban t an serenos que infundían un t errible
respet o.

    Ent onces los ojos asombrados de POPOCATEPETL se abrieron desmesuradament e al ver


aparecer una grande embarcación, la t rajinera sagrada, donde TEOPIXQUES arrodillados y
vest idos de lut o miraban t ranquilos, pero solemnes, el cuerpo inert e de una bella mujer: Era
IZTACCIHUATL que yacía t endida sobre un camast ro cubiert o por pieles de venado y rodeada
por grandes ramos de Cempasúchiles y YOLOXOCHILES y una gran variedad de perfumadas flores
donde parecía revolot ear XOCHIPILI, el hijo de las flores, el perfume y la inspiración.

    Como impulsado por un resort e se incorporó violent ament e y se puso en pie para mirar a la
amada que ent raría a la región de las t inieblas, al MICTLAN, donde imperaba la nada para los
cuerpos. ¡No era posible! ¡Ni just o!

    Sint ió que su ment e explot aba y que un t orbellino de t odo lo que había imaginado con ella se
arremolinaba ant e sus ojos: la veía caminando, luego hablándole, abrazándose, besándola,
adorándola siempre. Y recordaba la mirada fulgurant e que se había clavado en su virt uoso
corazón, y sus labios, sus manos y su cuerpo.

    Ahora IZTACCIHUATL había muert o y un frío sudor escurría por la despejada frent e de
POPOCATEPETL.

    Su cabello pareció encanecer de pront o y la blancura bañó sus sienes.

    ¡Qué iba a hacer hoy sin su amada? ¿Cuál sería el mot ivo de su vida?

    Y en eso est aba, cuando se escuchó el pregón del gran TLATOANI, el quien con la palabra
orient a, consuela, ilumina, guía:
     -Murió IZTACCIHUATL y el TLALOCAN la espera. Jamás el MICTLAN. Su virt ud la ha hecho
inmort al y no se perderá en el vacío. Siempre la recordará el TLOQUE-NAHUAQUE.

    El corazón del mont e se regocija porque reposará en él la más virt uosa de las mujeres. Jamás
dist rajo su vida en los delirios de los inst int os. Su férrea volunt ad nunca permit ió que la dominaran
sus sent idos. Ella siempre se dedicó a seguir la sublime voz del TEOTL-IPALNEMOHUANI, la
energía creadora por la cual exist imos.

    Y si por un descuido murió ahogada en el lago, su inmaculada blancura nunca logró ser
manchada por el lodo. Hela aquí: pura, virgen, cual una mujer dormida que resplandece ant e la
t ransformación; limpia de t oda impureza, pues jamás padeció el t orment o de la envidia, de los
celos, de la ambición, del odio. La llevaremos al lugar por donde sale el sol y allí, en un TEOCALLI
la deposit aremos.

    IZTACCIHUATL, la mujer blanca será venerada et ernament e por t odos los ANAHUACAS y será
uno de sus más grandes y alt os orgullos.

    Ella nos enseñó a amar el bien y a enalt ecer la cast idad. Vayamos hast a el orient e; cerca de
AMAQUEMECAN est ará su adorat orio monument al.

    Y repit iendo su discurso a los cuat ro punt os cardinales, el TEOPIXQUE-TLATOANI est remecía
los oídos de los anahuacas qué salían de sus CALPULLIS, las casas colect ivas, para ver el cort ejo
que poco a poco se alejaba del lago de Xochimilco y penet raba al de Chalco por donde debían
cont inuar hast a llegar a AMAQUEMECAN. POPOCATEPETL sint ió que su corazón, preso de sus
sent imient os y de la pasión insat isfecha, est allaba.

    Y dicen que de pront o se lanzó al lago y nadó, y nadó mucho hast a que TLALOCTLI,
compadecido de t ant o dolor, acort ó la dist ancia y POPOCATEPETL llegó a la orilla.

    Salió escurriendo del agua y echó a correr. La fat iga no le import aba; ni la sent ía. Cruzó como un
relámpago laderas, cañadas y bosques y ascendió a la cúspide del pequeño mont ículo donde se
encont raba el TEOCALLI dest inado a guardar los rest os de la virgen blanca, la doncella pura, la
inmaculada mujer, la CIHUACOATL, la sabia: IZTACCIHUATL.

    En ese moment o deposit aban el cuerpo incorrupt o de la joven cast a en un camast ro de
mármol adornado con cient os de flores y rodeado de t apet es de cempasúchiles. El copal
ahumaba abundant ement e el lugar y el vient o se encargaba de esparcir su olor solemne.

    POPOCATEPETL, al ver aquello, quedó en pie, con los brazos cruzados, a los pies de su amada
muert a.

    Cuando el fúnebre cort ejo se ret iró, POPOCATEPETL se arrojó sobre el cuerpo anhelado y lo
besó llorando. Eran los primeros besos que sus labios daban en la vida.

    Cuando TEZCATLIPOCA se dio cuent a de aquello, le dio t ant a rabia el ver frust rado sus planes
de seducción, que enfurecido ordenó al señor de la oscuridad, MICTLANTECUHTLI que lanzara
una de sus flechas y le arrebat ara la exist encia.

    Así lo hizo y POPOCATEPETL cayó muert o. Después quiso apoderarse del profanador, pero no
pudo. Una ext raña fuerza lo impedía.

    Y comenzó a caer t ant a, pero t ant a nieve, que cubrió el cuerpo de los inocent es amant es hast a
t ransformarlos en los volcanes más alt os de ANAHUAC.

    Desde ent onces permanecen allí, el POPOCATÉPETL y la IZTACCÍHUATL, como el rasgo


culminant e y dist int ivo de esas t ierras de México. Ella serena, como dormida, el, conservando el
fuego inext inguible de su pasión et erna como un gran mont e que humea, velando el reposo de su
amada mujer blanca.

LAS VOLUNTADES DE HUITZILOPOCHTLI

    Sepan t odos los que est o leyeren, que cuando el menor de los hijos de TONACATECUHTLI,
HUITZILOPOCHTLI, se ent eró de los pleit os de sus hermanos, los TEZCATLIPOCAS cont ra
QUETZALCOATL, se preocupó bast ant e, pues consideró que con t ales acciones la humanidad
nunca podría cumplir la misión de perfeccionamient o ordenada por el sumo poder creador:
TEOTL, la energía por la cual t odos vivimos, IPALNEMOHUANI.

    Tant a compet encia ent re ellos, evit aba un verdadero avance, pues de nada servía t ener una
gran memoria como la de TEZCATLIPOCA ni una soberbia int eligencia creadora como la de
QUETZALCOATL, si no exist ía un fin preciso para desarrollarse, para crecer, para dominar y dirigir a
t odas las manifest aciones de la exist encia.

    Así decidió int ervenir en la vida de los hombres para superar esas et apas repet it ivas de lo
mismo.
    Hoy reinaba QUETZALCOATL y los humanos hacían lo que ést e ordenaba; mañana,
TEZCATLIPOCA lo combat ía y dest ruía los logros de la serpient e emplumada, para inst alar el
est ilo animal de vida que el de los espejos difundía.
    Después de la brut alidad salvaje, QUETZALCOATL reaparecía y TEZCATLIPOCA volvía a caer;
mas al poco t iempo, las magias de ést e últ imo derrot aban nuevament e al dador de cult ura y lo
dest erraba hast a un fut uro ret orno.

    Con est os líos que hast a parecían un juego de pelot a muy agresivo, jamás se llegaba a crear
algo verdaderament e digno de ser et erno y perpet uar su nombre vivo para siempre.

    HUITZILOPOCHTLI soñaba crear una gran urbe donde los seres humanos por fin se asent aran
en su búsqueda de perfección y grandeza.

    Pero para est o se necesit aba de una t remenda volunt ad, una especie de guerra int erior en cada
hombre, en cada mujer, en cada joven, en cada adolescent e, en cada niño, que impulsara a lograr lo
que se proponía, sin import ar desvelos, ni penit encias ni obst áculos ni sacrificios.

    Había que vencer inst int os, vanidades, sensiblerías; t odos los est orbos de la dist racción para
obt ener la gloria creadora que el TEOTL, nuest ro reverendo padrecit o-madrecit a había heredado
a los seres humanos.

    Habría que domar nuest ra carne con rudos ejercicios y sacarnos el corazón de los
sent iment alismos, si se quería ascender a la calidad de ser et erno, indest ruct ible, como
IPALNEMOHUANI, aquél por el cual exist imos.

     Y con t ales volunt ades HUITZILOPOCHTLI descendió a la Tierra. Parecía un hermosísimo
colibrí de elegant e color azul. Se desplazaba por los aires con t ant a ligereza que muchos
hombres cuando lo veían, quedaban asombrados y present ían la llegada de algún prodigio.

    Y aunque muy pequeño se veía en los espacios sin fin, irradiaba una pot encia energét ica t an
t remenda, como la de una gigant esca nave espacial. Hast a parecía un sol. Y pensaba:

-Si su hermano TEZCATLIPOCA el rojo t enía para sí al pueblo de los TLAXCALTECAS y


TEZCATLIPOCA el negro al de los TEOTIHUACANOS, al principio, ant es de que se lo quit ara
QUETZALCOATL, y ést e había dado sus dones a los t olt ecas y a los de CHOLULA,
HUITZILOPOCHTLI debía t ener uno de esos pueblos chichimecas donde TEZCATLIPOCA
imperaba. El sabría conducirlo bien, para fusionar lo mejor de sus hermanos y evit ar un nuevo
fracaso. Se lo arrebat aría.

    Est a era ot ra de sus volunt ades y como por la región de las siet e cuevas, CHICOMOZTOC,
andaban unos desvent urados y pobres hombres que criaban garzas y ut ilizaban los blancos
plumajes de ellas como símbolos de su humildad, HUITZILOPOCHTLI les puso el ojo y los
seleccionó: Serían sus MACEHUALES, sus elegidos.

    Esos hombres se decían AZTECAS, es decir los nacidos en los lagos de AZTLAN y que usan
plumas blancas de garza. No imaginaban siquiera que la volunt ad de HUITZILOPOCHTLI había
puest o en marcha su fut uro.

    Para la realización de sus alt os fines, HUITZILOPOCHTLI descendería de sus espacios y de


seguro que lo lograría, pues siempre había sido caract eríst ica de él, desde su nacimient o, el
obt ener lo que se proponía.

    Como había sido ent re sus hermanos el últ imo en nacer, llegó al universo t an, pero t an flaco,
que más parecía un esquelet o, un escuálido ser sin carnes.

    Mas por obra de su volunt ad, luego de muchos años de ejercicio, disciplina, medit ación y
esfuerzo se const ruyó un cuerpo t an perfect o que asombraba hast a sus propios padres,
TONACACIHUATL-TONACATECUHTLI. Mas como t odo est o sucedía allá en los espacios
infinit os, los humanos no se daban cuent a de est a t ransformación de energía.

    Largas rut inas de est rict os movimient os le modelaron su carne musculosa y su agilidad al
desplazarse como un colibrí, según ya dijimos, en los espacios del sur, que eran el lugar de sus
dominios: HUITZILOPOCHCO.

    Horas et ernas de medit ación le moldearon t ambién su fuerza de volunt ad y le enseñaron las
t écnicas de la guerra creadora. Sin embargo, así no podía encarnar en la t ierra. ¿Qué madre podría
arrullarlo y sost enerlo en sus brazos? Era t an enorme y fuert e.

    Ent onces decidió volverse nuevament e pequeño y acurrucarse en el seno de una mujer
perfect a y hacendosa, como t oda buena mujer.

    No obst ant e, aunque naciera pequeño, de inmediat o recuperaría su forma lograda y lucharía en
cont ra de t odo aquello que obst aculizara su volunt ad. No t endría infancia y t ampoco import aría
que lo confundieran con un simple guerrero, pront o sabrían que sus combat es eran para rest it uir
t odo lo perdido ant eriorment e en TEOTIHUACAN, en TOLLAN, en CHOLULA y lograr la unidad de
t odos los nahuas en convivencia federada con no nahuas. Para ello, ya t enía elegido al pueblo que
llevaría a cabo su volunt ad.

    Y aunque muchos se opusieran, cuerpo a cuerpo t ambién podría y debía convencer a los
renuent es. Asi mismo, la guerra sería florida ent re los hombres para desembocar en la amist ad
creadora.

    De est e modo, y con est as maneras de ser y de pensar, HUITZILOPOCHTLI había llegado a
int egrar, en una sínt esis maravillosa, una diferent e acción a la de sus hermanos que ni
sospechaban de las int enciones del más pequeño de los hijos del OMETEOTL, la dualidad
creadora, el TEOTL duplicado, IPALNEMOHUANI.

    Para cumplir sus propósit os de nacer, seleccionó a una señora muy fecunda, t ant o como la
Tierra misma, pues había t enido ya, nada menos que cuat rocient os hijos y una bella y
t emperament al hija llamada COYOLXAUHQUI.

    Est a doncella era muy iracunda y cada vez que su madre t enía un hijo, se molest aba t ant o que
su mal humor la empalidecía y adquiría una blancura t an impresionant e que asemejaba la luna.

    Cuando est aba alegre, le gust aba adornarse con preciosos cascabeles y salir a pasear por las
noches ent onando canciones melancólicas que el vient o noct urno se encargaba de ext ender por
t odas las poblaciones. Ent onces los enamorados se despert aban e inspirados en el cant o de
COYOLXAUHQUI, se abrazaban y se besaban.

    Pero un día se ent eró que su madre, COATLICUE, iba a t ener ot ro hijo. Enfurecida le reclamó
que si no eran ya suficient es los cuat rocient os HUITZNAHUAC, CENTZON-HUITZNAHUAC, como
para t ener ot ro más. ¡Cómo iba a poder darle de comer a uno nuevo, si ya sus hermanos est aban
t an pequeños y desnut ridos por no probar más aliment o que agua, y eso, cada vez que llovía! Por
su culpa les decían biznagas y COYOLXAUHQUI se oponía rot undament e.

    Tampoco creía en el cuent o que su madre le decía:

    -Escúchame, hijit a, como t engo cost umbre, ciert o día est aba en el TEOCALLI, la casa de la
energía creadora, cumpliendo con mis obligaciones de barrerlo, cuando cayó del cielo una madeja
de plumas azules muy hermosas; yo me agaché a recogerlas y t rat é de mirar de dónde procedían,
pero como nada lograba, se me hizo fácil guardarla debajo de mis enaguas. Mas qué crees: me
busqué la madeja para cont emplarla y deleit arme con su azul colorido y ya no la encont ré. La
busqué dos o t res veces, por aquí, por allá, y no est aba. Así que volví a casa muy ext rañada por
aquello. Créemelo hija.
    -Tienes mucha imaginación, madre COATLICUE, y t odo por t ant as faldas que t e pones, es
t ant o el enredo que llevas que pareces envuelt a en serpient es o que t us faldas son de culebras.
Bueno, y qué más t ienes que cont ar.- Agregó muy molest a COYOLXAUHQUI, que había enrojecido
de cólera y perdido su habit ual palidez.

    -Pues ent onces, como la madeja de esas plumit as azules de colibrí había desaparecido, me
olvidé de ello. Sin embargo pront o comenzaron a sucederme cosas muy raras. Sent ía clarament e
la madeja debajo de mis faldas y cuando int ent aba cogerla, desaparecía y era t al cual si se me
hundiese en las carnes. Fue cuando ust edes not aron mi preocupación y mi aspect o pensat ivo.
¡Cómo era posible que fuera a t ener ot ro hijo! ¿Con qué lo vamos a mant ener? Desde que t u
padre se fue a su casa del sol, no he vuelt o a ver a ningún hombre más.

    Sin embargo, hijos míos, mis cuat rocient os biznagas, mi enojona COYOLXAUHQUI, ahora sé muy
bien que voy a dar a luz un nuevo hermano para ust edes. Deben quererlo mucho.

     -¡Nunca!- Grit ó frenét ica COYOLXAUHQUI y los cuat rocient os biznagas, luego de quedar
est upefact os, exclamaron coléricos:

     -¡No queremos ot ro hermanit o!

     -¡Primero hemos de vert e muert a ant es que nazca!- como enloquecida aulló, que no habló, la
furiosa damisela de los cascabeles que t rémulos se agit aban al compás de su t errible ira.

    COATLICUE quedó confusa, sin comprender bien a sus hijos que desde ent onces se separaron
de ella y la dejaron sola en la casit a donde vivía; un lugar cercano a la grande TOLLAN y que se
llamaba COATEPETL, el cerro de la serpient e t ierra. Se encelaron t ant o, que no deseaban verla
más.
    COYOLXAUHQUI se t repó a lo más alt o de aquel mont e y pront o sus hermanos se le reunieron
para planificar su venganza. COYOLXAUHQUI no medía sus palabras ni su conduct a ingrat a:

     -¡Mat émosla! ¡Nuest ra madre no nos ama! Ha preferido al que llega sin pensar en nosot ros.

     -¡Eso, mat émosla!- Acordaron t rescient os novent a y nueve de los hermanos biznagas, porque
uno de ellos no apoyó aquello: era el nombrado CUAHUITLICAC, es decir, firme como un árbol en
pie.
    El rechazó con gran indignación la propuest a de t an vil crimen y fue a avisar a su madre, que
decepcionada, se hundió en una grave t rist eza.

    La pobre COATLICUE se deshizo en llant o ant e t amaña ingrat it ud e injust icia; sint ió un pánico
t an t remendo que comenzó a t emblar; de pront o, sint ió que la madeja de plumas se movía por su
cint ura y al querer apresarla, asombrada escuchó una voz viril que le decía:

     -Madrecit a, no me last imes ni t e acongojes, yo, el más pequeño de t us hijos, pero el más
grande, t e defenderé.

    Sin saber cómo explicar t odo aquello, al moment o se le aquiet ó el corazón y se le quit ó la
pesadumbre que t enía. Se resignó simplement e a dejarse llevar por esos mist eriosos
acont ecimient os.

    Mient ras t ant o, los t rescient os novent a y nueve HUITZNAHUAC habían t omado sus armas y se
aprest aban como para un combat e. Se habían t orcido y at ado sus cabellos en un alt o peinado t al
como en esos t iempos se ut ilizaba para ir al t eat ro de la guerra. Se habían puest o t odas sus
insignias luminosas que los hacían ver deslumbrant es, cual t rescient os novent a y nueve est rellas.
CUAUITLICAC, el hermano leal, el hijo agradecido, espiaba desde un lugar muy alt o del cerro los
movimient os de sus ahora enemigos.

    Casi desde la cúspide de COATEPETL miraba cómo COYOLXAUHQUI manot eaba y grit aba,
ordenando a los casi CENTZON-HUITZNAHUAC, la t errible mat anza. Y dent ro de sí una honda
preocupación lo asalt aba: ¿Cómo iba él solo a defender a su madre? ¿Quién podría ayudarle?
Irremediablement e que los asesinarían sin piedad, no obst ant e, él est aba dispuest o a perecer en
pos de COATLICUE, su progenit ora. Y así se hallaba, cuando de pront o la voz viril volvió a brot ar
del vient re de su madre y fue escuchada por el hijo bueno:

    -¡Oh, hermanit o mío! Mira bien lo que hacen y escucha mejor lo que dicen, porque yo sé lo que
t engo que hacer. Fíjat e bien. Dímelo t odo. No pierdas det alle.

    Ent onces le informó, como sorprendido y sin poder explicarse el origen de la voz, que los
t rescient os novent a y nueve biznagas se dirigían hacia el llano capit aneados por su hermana
COYOLXAUHQUI. Ella los arengaba y ellos iban armados como para una gran bat alla.

     -¿Por dónde vienen ahora?- Pregunt ó la voz.

     -Est án llegando TZOMPANTITLAN, donde est án los muros con las calaveras de los grandes
hombres.- Le respondió CUAUITLICAC.

     -¿Y ahora a dónde llegan?- Prosiguió la voz en su solemne int errogat orio.

     -Vienen por COAXALPA, donde est á la t ierra llena de arenales y se enredan los pies como si
una serpient e lo provocara y no dejara avanzar, pero ellos est án venciendo el obst áculo. Ya lo
pasan. Tant o es su coraje para llegar hast a aquí.

     -¿Y ahora por dónde vienen?

     -Van cruzando APETLAC, donde el agua parece un pet at e, una alfombra de esmeraldas.

    Y ot ra vez le pregunt ó la voz que a dónde llegaban y CUAUITLICAC, le respondió que ya
est aban muy cerca, que ya oía sus voces, y sus grit os est ruendosos y asesinos.

    -¡Ya est án aquí!- Vociferó ent re valient e y at errado a la vez, dispuest o a combat irlos con la
seguridad que caería muert o sin remedio.

    Mas al decir el buen CUAUITLICAC "Ya est án aquí", ¡Oh, maravilla! COATLICUE, que miraba
espant ada la furia de su hija COYOLXAUHQUI que con una daga se arrojaba para mat arla, sint ió
que la madeja de plumas se le caía y en medio de una humareda de copal vio como brot aba un
hercúleo, hermoso y gallardo mancebo. ¡Era HUITZILOPOCHTLI que de est a forma encarnaba en
la t ierra como t odo un hombre! Se not aba que había aprendido t odas las sut ilezas de sus
hermanos, el arrojo de CAMAXTLE, el TEZCATLIPOCA rojo; la mágica memoria de
TEZCATLIPOCA, el moreno; y la prodigiosa int eligencia creadora de QUETZALCOATL. Era una
sínt esis esplendorosa. Se había aliment ado de ellos y ellos se fusionaban con él.

    Y parecía un gigant e espect acular por su alt a est at ura y sus musculosos miembros. Traía un
escudo con un dardo y varas de color azul.

    Su rost ro se encont raba pint ado con rayas t ransversales de color amarillo y en la cabeza lucía
un penacho de plumaje riquísimo y t odo su cuerpo cubiert o de plumas de colibrí azul, mas a pesar
de su perfección, había algo ext raño: su pierna izquierda parecía mas delgada que la ot ra, como si
fuera de pájaro. Su presencia t errible, t an de súbit o, cayó como una bomba de sorpresa ant e los
criminales. COYOLXAUHQUI ret rocedió espant ada y sus hermanos, los t rescient os novent a y
nueve biznagas, se paralizaron de t error y se erizaron sus peinados como si fuera de espinas.

    En ese inst ant e HUITZILOPOCHTLI dijo con voz at ronadora:

    -Es mi volunt ad que aparezca un CIHUACOATL para ayudarme a encender mi serpient e de


fuego, mi rayo fulminant e, mi XIUHCOATL.- Y como por art e de magia, apareció un nervudo
hombre, con t razas de guerrero y encendió una culebra hecha de ocot e. Ent onces,
TOCHANCALQUI, que así era el nombre del aparecido, la cogió con una de sus imponent es
manazas y con ella acomet ió furibundo a la mala hija. HUITZILOPOCHTLI se lo había ordenado.
COYOLXAUHQUI cayó como fulminada, hecha pedazos. Por allí rodaron sus brazos, por acá sus
piernas y su cabeza.
    Logrado est o, HUITZILOPOCHTLI at acó a los biznagas que repuest os de la sorpresa,
comenzaron a huir; pero era imposible la salvación para algunos. Briosament e fueron muert os
muchos de los malos hijos y los que alcanzaron a huir, eran perseguidos sin piedad. Los biznagas
no se pudieron defender ni valer ni hacerle cosa alguna a su poderoso hermano.

     -¡Perdónanos hermanit o! ¡Perdónanos!- Grit aban desesperados los sobrevivient es, pero era
volunt ad de HUITZILOPOCHTLI limpiar la t ierra de esos seres que no habían t enido misericordia
de su propia madre. Por ingrat os serían cast igados.

    Y ya vencedor, HUITZILOPOCHTLI les quit ó sus brillant es lujos y los puso a los pies de su
madre COATLICUE que lo miraba amorosament e y recordaba cuando su hermana gemela
CHIMALMA, CHALMA, la prot ect ora, había dado a luz de manera semejant e a QUETZALCOATL.

    HUITZILOPOCHTLI, el azul colibrí del sur, el que est á a la izquierda del orient e, era en verdad
uno de los hijos de la energía creadora, el TEOTL, y semejant e a TONATIUH, nuest ro padre-
madre, el sol.

     -Mi nuest ra reverenda madrecit a, TONANTZIN-NONANTZIN, COATLICUE, les he dado el


cast igo merecido a t us hijos perversos.- Acercándose con gran t ernura a su madre,
HUITZILOPOCHTLI con su viril voz, decía -Aquí t e t raigo t us valiosos despojos. Son los brillos
que ahora ya no lucirán como ant es que los hacían sent irse como soles.

    Y es mi VOLUNTAD que desde est a noche las energías dispersas de mis t rescient os novent a y
nueve hermanos, se t ransformen en las est rellas del espacio donde domino, el sur; y que
COYOLXAUHQUI sea la luna condenada a andar siempre de noche y que por el día la opaquen los
rayos solares. Tú, madrecit a COATLICUE, t ierra fecunda que me prot egió en su seno, verás cómo
se irá despedazando en el cielo y horas habrá en las que la oscuridad la esconda t ot alment e. Y
como TOCHANCALQUI, el cazador de conejos, la dest azó, una cicat riz en forma de conejo, se
verá en su rost ro.

    Ahora madrecit a, reverenda COATLICUE, mi-nuest ra, TONANTZIN-NONANTZIN, dame t us


buenos deseos, porque ahora que soy t odo un hombre, es decir una indomable volunt ad para que
florezca la memoria y la int eligencia de nuest ro fugaz cuerpo t errenal, salgo a buscar a mi pueblo
elegido.
    El pueblo que he de guiar para que en t oda la región de Anáhuac, y si es posible mas allá, pueda
surgir el aut ént ico imperio de la energía creadora que luche incesant ement e por el
perfeccionamient o del universo, aunque para est o t engamos que vivir en perpet ua guerra de
convencimient o, la et erna guerra creadora, la guerra florida que desemboque en la amist ad y la
unión para el beneficio del t odo cósmico: el TEOTL.- y haciendo su volunt ad, HUITZILOPOCHTLI
se alejó de su conmovida madre que lloraba de felicidad al ver los nobles propósit os de su hijo, el
más pequeño, y el más grande. Sólo t emía que los hombres comunes no lo comprendieran y
confundieran t odo en una simple y vulgar guerra de ambiciones por el poder de unos cuant os.

    Sin embargo, COATLICUE confiaba en el próximo surgimient o de los grandes hombres. Ella
misma lo simbolizaba. De lo animal, a fuerza de volunt ad, como HUITZILOPOCHTLI lo había
most rado, en guerra int erior con uno mismo, y derrot ando t odo lo perverso que amenace nuest ra
int egración, se llega a la grandiosidad verdaderament e cósmica: Ser creadores y benefact ores de
t odo lo que vive, mient ras vive, para su perfeccionamient o.

    Mient ras t ant o, HUITZILOPOCHTLI, hecho un formidable guerrero, caminaba rumbo a la región
del alba, el lugar de la blancura, el nort e, muy lejos de sus espacios del sur amado.

    Lo acompañaban sus leales CUATES, CUAUITLICAC y TOCHANCALQUI. Los t res con sus
corpazos musculosos, asombraban a los hombres primit ivos que habit aban los valles y los cerros
por los cuales at ravesaban. HUITZILOPOCHTLI se había despedido de su madre y le había
promet ido volver un día.

    Allí, en la mont aña de COATEPETL ella siempre lo est aría esperando.

    Así, cruzó junt o con sus compañeros muchas sierras y llanos; lagos y ríos; bosques y desiert os.

    Sus amigos, fat igados en ocasiones, le decían que mejor ut ilizara las art es mágicas aprendidas
de su hermano TEZCATLIPOCA y volaran por los aires al encuent ro del pueblo buscado, pero
HUITZILOPOCHTLI, con su pot ent e volunt ad les respondía:

     -No hermanit os. El hombre debe aprender que lo que se busca, siempre ha de encont rarse con
esfuerzo, y jamás ha de doblegarse ant e los obst áculos. No son merit orios los t riunfos fáciles.
Las arduas penit encias que hemos hecho en est e largo viaje, serán pet at es de flores cuando
hayamos conseguido nuest ros fines.

    Y así, hablando en el camino, de noche o de día; det eniéndose en algunos bellos parajes;
haciendo medit ación o ejercit ando el dominio del cuerpo, una mañana, ant e sus ojos sorprendidos,
miraron una sierra muy grande que parecía abrazar un pequeño y hermoso valle.

    Al cent ro de t odo aquello se veía un precioso lago que blanqueaba de t ant as garzas blancas
que allí vivían.
    Y HUITZILOPOCHTLI quedó ext asiado ant e la blancura aquella, pero más conmovido se not ó,
cuando vio a unos hombres que arduament e t rabajaban haciendo bellísimos t apet es, escudos,
penachos, con las plumas de las blancas garzas. Y ellos mismos las lucían en los humildes y
escasos ropajes que port aban. Eran los azt ecas. Al fin su pueblo buscado. Ent onces los grandes
ojos de HUITZILOPOCHTLI brillaron de alegría.

    Una más de sus volunt ades se est aba cumpliendo.

LA EPOPEYA DE LOS MESHICAS

    Dicen que aquella vez, cuando HUITZILOPOCHTLI, nuest ro afanoso t at arabuelo, miró desde
las alt uras de las mont añas de AZTLAN el hermoso valle rodeado de fecundos bosques y las
t ransparent es aguas de los lagos donde blancas garzas se deleit aban apacibles, el fulgor que
despidieron sus enormes ojos fue t an impresionant e que quienes en esos moment os pescaban o
cazaban o realizaban sus t ejidos y adornos de plumas, vibraron ext rañament e sin saber el porqué.

    Había sido como un present imient o de que algo maravilloso se aproximaba para ellos y sólo
acert aron a verse unos a ot ros con gest os de duda y curiosidad.

    Ent onces la volunt ad de HUITZILOPOCHTLI decidió no present arse t al cual parecía su forma
humana, sino t ransformarse en un precioso colibrí de brillant es plumas azules que los deslumbrara
y con la agilidad de su vuelo, les enviara un comunicado secret o que únicament e los más sabios
de aquellos pescadores, recolect ores y art esanos, comprendieran.

    Además, no ignoraba que, si acudía ant e ellos con su descomunal presencia, probablement e se
espant aría su pueblo elegido y, ant e su fant ást ico vest uario y cuerpo colosal, huirían de él a
esconderse en alguna de las siet e cuevas que se miraban a lo lejos de aquella espléndida región.

    Y fue así como uno de los más sabios de aquel pueblo, caminando al at ardecer por las orillas
del t ransparent e lago en pos de su hora de medit ación, descubrió a un colibrí que gracioso y
vert iginosament e revolot eaba ant e él.

    Est e buen hombre se llamaba HUITZITON y era bajit o de est at ura, por lo cual le habían puest o
el nombre que llevaba y que quería decir: Pequeño como colibrí.

Tal vez por eso, ent re ot ras virt udes, como su sapiencia, HUITZILOPOCHTLI lo había
seleccionado para hacer el primer cont act o con su pueblo elegido. A HUITZITON le pareció
encant ador aquél pajarillo brillant e azulado y se dedicó a cont emplar su vuelo. Y vio como se
posaba en las ramas de un frondoso árbol y t rinaba de manera fascinant e: -Tihui, Tihui.

    Clarament e HUITZITON percibía que aquel pajarillo repet ía: Tihui, Tihui. Y quedó int rigado, pero
más sint ió un vuelco emocionado en su corazón cuando miró que el árbol sobre el cual se
encont raba el colibrí relumbraba con un verdor ext raordinario.

    Conmovido por est o, fue a buscar a ot ro hombre t an sapient e como él, para comunicarle su
descubrimient o y t raerlo a ese sit io.

    Necesit aba compart ir la emoción de aquel hallazgo y t ener un t est igo del fenómeno
maravilloso.

    Así que cuando encont ró a TECPATZIN, de inmediat o le comunicó la nueva y ambos corrieron a
presenciar el cant o prodigioso del resplandecient e colibrí azul.

    Cuando llegaron, nada vieron y HUITZITON juró que era verdad lo que le había cont ado a
TECPATZIN.

     -Te aseguro que lo vi en est e árbol. Créeme TECPATZIN.- pero su sabio compañero sonrió un
t ant o incrédulo. ¡Cómo era posible que un pájaro pudiera hablar y decir:

     -¡Adelant e, adelant e, ya vámonos! Tihui Tihui. Vámonos de aquí.

    De pront o, los ojos de TECPATZIN quedaron exorbit adament e abiert os cuando el colibrí
referido por HUITZITON surgió revolot eant e y con más brillo en su alet eo. Parecía que
cent enares de chispas elect rónicas lo movilizaban con una rapidez increíble.

    Así se les apareció sobre el árbol muchas veces y t rinando repet ía su "Tihui, Tihui. Adelant e,
adelant e. Ya vámonos; vámonos de aquí."

    Asombrados se ret iraron de aquel paraje y dispusieron ret ornar al siguient e día. Cuando llegó el
moment o, HUITZITON y TECPATZIN volvieron al árbol donde el colibrí luminoso se había posado
la t arde ant erior. Y allí est aba. Ellos nuevament e quedaron maravillados.

    Así volvieron durant e varias semanas y el pajarillo cant or no desaparecía, por lo cont rario, en
cuant o los veía, comenzaba su "Tihui, Tihui."

    Y es que HUITZILOPOCHTLI no se cansaba de repet ir aquello, pues a fuerza de volunt ad, los
sabios t endrían que convencerse de su mensaje.

    Luego de t ant os días de cont emplar aquella escena, HUITZITON le pregunt ó a TECPATZIN:

    -¿Has capt ado el sent ido de lo que ese maravilloso colibrí azul nos dice?

     -No muy clarament e, pero creo que hay algo poderoso det rás de ese t rino. -respondió
TECPATZIN:

     -Lo que el colibrí nos manda, es que nos vayamos con él y conviene que lo obedezcamos y
sigamos.- Cont inuó HUITZITON.

    Consecuent ement e HUITZITON y TECPATZIN le dieron a ent ender al pueblo que habit aba los
parajes de las garzas blancas, el valle de la blancura, la región del alba, los AZTECAS, que había
llegado el moment o de abandonar aquellos lugares que ahora result aban muy pequeños. Era el
inst ant e dest inado para ir a la búsqueda de un nuevo AZTLAN mucho más grande e inmort al.- y
los sabios los convencieron:

    -¡Bast a ya de est a vida simple y común! Es necesario luchar para conseguir la grandeza de
nuest ro pueblo. Nuest ra vida parece de t rist es animales y yéndonos de aquí, la avent ura que se
nos espera será espléndida. Lograremos const ruir una gran civilización, como dicen que fue la de
nuest ros ant epasados. Nuest ra volunt ad podrá vencerlo t odo.

    Y los AZTECAS reunidos en t orno de los sabios se est remecieron ant e esas palabras que les
invit aba a salir del ost racismo y a lanzarse a la avent ura, pero mucho más se conmovieron, cuando
miraron el fulgor ext raordinario de un colibrí azul que revolot eaba sobre ellos un moment o y luego
se iba vert iginosament e hacia el sur diciendo:

     -Tihui, t ihui. Vamos. Vamos. Adelant e. Al sur. Al sur.

    Todos lo t omaron como un grande prodigio y aviso de que su dest ino est aba anunciado como
los creadores de un ext raordinario señorío ejemplar, influyent e y direct ivo.

    Debían efect uar esa peregrinación hast a encont rar el ot ro buen agüero que les indicaría el alt o
a la misma y la fundación de una nueva TOLLAN.

    Y despidiéronse de AZTLAN, mujeres y hombres, niños y ancianos, fuert es y débiles,


emprendieron con gran valent ía y esfuerzo, la caminat a hacia un lugar desconocido, pero
anunciado. ¿Cuánt o t iempo t ardarían en encont rarlo? Todos lo ignoraban; sólo confiaban en el
pajarillo que con su vuelo fascinant e los dirigía; aquél colibrí que los guiaba a la izquierda del
orient e, al sur: HUITZILOPOCHTLI, símbolo de la volunt ad férrea que mucho logra con la
persist encia.
    Y allí iban at ravesando cañadas, llanos, ríos, desiert os y mont añas. Los niños se hicieron
jóvenes, los jóvenes envejecieron y muchos ancianos nunca alcanzaron a ver el t érmino de su
epopeya. Sin embargo, proseguían.

    Y dicen que en un lugar llamado COATLICAMAC que quiere decir en las fauces de la serpient e,
el hermano mayor de HUITZILOPOCHTLI, TEZCATLIPOCA el moreno, envidioso de la volunt ad
desplegada por el pueblo elegido de su hermano menor, t ramó una mala jugada para nuest ros
abuelos AZTECAS. Cuando cansados de su largo peregrinar acamparon en el lugar dicho,
aparecieron dos pequeños envolt orios. Est o les despert ó la curiosidad por abrirlos y saber que
cont enían.
    Y en efect o, los desenvolvieron y encont raron en uno de ellos un hermoso y brillant ísimo
chalchihuit e, bella piedra preciosa como la esmeralda. Y resplandecía t ant o que comenzaron
codiciosos a mirarla, y a ambicionarla; a querer t enerla t odos en su poder.

    Sin embargo, pront o se hicieron dos bandos que la disfrut aban. HUITZITON, sorprendido ant e
aquellas manifest aciones, dijo:

    -Admirado est oy, hermanit os, de que por algo t an insignificant e se haya provocado t ant a
discusión. ¿Por qué no abren el ot ro envolt orio y ven lo que cont iene. Así podrán elegir o
sort earlo.

    Bien les pareció el juicio del ya para esas fechas muy anciano HUITZITON y procedieron a
desenvolver el ot ro bult o.

    Cuando t erminaron de hacerlo, lo único que vieron, fue dos simples palos que no relucían como
la bella piedrecilla y reiniciaron la disput a. Viendo HUITZITON que uno de los bandos hacía t ant o
aspavient o por causa del chalchihuit e, le recomendó a los ot ros que escogieran los maderos,
pues el colibrí, que parecía et erno, le había señalado que eran muy út iles, como después se vería.
Y así lo hicieron. Quienes creyeron en las palabras de HUITZITON t omaron sus palos y dieron la
piedra hermosa a los ot ros que sonreían sat isfechos por su t riunfo. Con est o se conformaron.

    No sabían que... HUITZILOPOCHTLI había dict aminado que con el t iempo, los ambiciosos de
riquezas, se llamarían TLATELOLCAS y los esforzados creyent es en la sencillez, que es base de
la grandeza, fundarían la gran ciudad de MESHICO, en el cent ro de un lago llamado de la luna.

    Deseosos así, los fut uros MESHICAS, de saber el secret o de los palit os, pidieron a HUITZITON
que se los descubriese y el noble anciano, ávido por revelárselos, procedió a sacar fuego de ellos.
Los AZTECAS MESHICAS quedaron grandement e admirados, pues jamás habían vist o cosa
semejant e.
    HUITZITON les reveló que aquel inst rument o se llamaba MAMALHUAZTLI y que como habían
presenciado, servía para sacar fuego y su ut ilidad era infinit a. No en balde los ant iguos sabios lo
habían recibido en las edades prodigiosas de los remot os y pasados soles, como regalo
majest uoso de la energía creadora; el TEOTL, IPALNEMOHUANI.

    Cuando los AZTECAS-TLATELOLCAS se ent eraron del secret o de los palos, se arrepint ieron y
quisieron cambiar los envolt orios. Sin embargo, los AZTECAS-MESHICAS no lo acept aron y cada
quien se quedó con lo suyo.

    Desde esa ocasión, aunque t odos los AZTECAS vivían junt os, ya no lo hacían con aquella
frat ernidad que acost umbraban. TEZCATLIPOCA había met ido la cizaña, con el propósit o de
cont rarrest ar la gran fuerza de volunt ad de los elegidos por HUITZILOPOCHTLI y se veía que
había t riunfado por un t iempo. Y ya sabemos como se las ingeniaba el señor de los espejos
ahumeant es con sus magias animalizant es. Y como la volunt ad no era algo animal, sino sólo
caract eríst ico de los grandes humanos, buscaba y rebuscaba la forma para ponerles t rabas y
desesperar a los AZTECAS, que hart os de t ant os cont rat iempos, quizás abandonarían los alt os
fines que HUITZILOPOCHTLI les había ordenado. Mas para berrinche de TEZCATLIPOCA, los
AZTECAS no desfallecían; por lo cont rario, reiniciando su peregrinaje se dirigieron rumbo a la
región de COLHUACAN, el lugar de los adoradores de COLITZIN, el t orcido, allá, por donde hoy se
encuent ra CULIACAN y Sinaloa, muy al nort e y muy dist ant e del ANAHUAC.

    Allí encont raron a muchos pueblos conocidos y hermanos que habían vivido en un lugar de siet e
cuevas, cuyo nombre era CHICOMOZTOC. Cómo t odos hablaban la lengua NAHUATL, la lengua
clara, se ent endían muy bien y algunos de ellos est aban a punt o de irse de allí, a la búsqueda de
mejores lugares, aunque sin precisar lo grandioso de una met a, pues sólo les import aba saciar el
hambre, la sed y sus inst int os de conservación.

    Los de ACOLHUACAN les pregunt aron:

     -¿A dónde van, hermanit os AZTECAS?- y ést os respondieron:

    -A donde ust edes se dirijan. ¿Nos permit en acompañarlos?


    Y los de COLHUACAN acept aron llevarlos en la peregrinación que t ambién ellos realizaban
desde hacía mucho más t iempo que los AZTECAS.
    Hecho est e convenio, se pusieron en camino y como ya los sabios HUITZITON y TECPATZIN
habían muert o, ahora eran dirigidos por quienes se habían preparado para ello: TEZCACOATL,
quien cargaba una bella escult ura del colibrí azul que los dirigía. Era el encargado de conducir el
recuerdo de que no debía desfallecer; la volunt ad de HUITZILOPOCHTLI que llevaba a cuest as
así lo requería. Era un TEOMAMA, el port ador de la energía creadora. Luego le seguían CUACOATL
y APANECATL, quienes llevaban los objet os necesarios para cuidar la bella represent ación del
colibrí azul del sur: vasijas, el MAMALHUAZTLI, copal, hermosos plumajes y flores.

    Al final iba una mujer muy anciana llamada CHIMALMA, en honor a la energía prot ect ora, que
con su sabiduría daba buenos consejos a su pueblo y les servía como un escudo prot ect or en
cont ra de los errores que pudieran comet er. No en balde llevaba el nombre de la madre de
nuest ro señor QUETZALCOATL que había vivido en la legendaria TOLLAN, hacía ya t ant o t iempo.

    Así caminaron muchos días hast a que llegados a un grande árbol, acamparon y se pusieron los
AZTECAS a comer sosegadament e. De pront o se oyó un ruido t remendo y el enorme árbol se
quebró por en medio.

    Todo el pueblo lo vio maravillado y le infundió un gran respet o. El famoso colibrí azul del sur,
HUITZILOPOCHTLI, apareció revolot eando radiant ement e. Ent onces los cuat ro sabios guías se
acercaron como los dedos de la mano y se pusieron a medit ar en TLOQUE-NAHUAQUE.

    Una voz en sus ment es les decía:

    - Llamen a los pueblos que los acompañan y díganles que ust edes no seguirán adelant e; que se
regresarán.

    Cuando los AZTECAS hicieron lo ordenado, los pueblos que los acompañaban, los de
HUEJOTZINGO, los de CHALCO, los de XOCHIMILCO, los de TLAHUAC, los de MALINALCO, los
CHICHIMECAS, los TEPANECAS y los MATLATZINCAS les pregunt aron:

     -¿Y ahora a dónde nos dirigiremos? Mejor nos seguimos acompañando.- pero los AZTECAS
dijeron que no.

     -Ust edes deben seguir adelant e solos.


     Ent onces los pueblos se fueron y los AZTECAS se quedaron mucho t iempo en el lugar del
reverendo árbol part ido: CUAUITLITZINTLAN.

    Después de mucho permanecer allí, se volvieron a poner los elegidos de HUITZILOPOCHTLI


en camino y llegaron hast a un paraje donde vieron a t res sabios de los pueblos que se habían
marchado. Eran XIUHNEL, MIMICH y la hermana mayor de ambos. Se encont raban en medit ación,
recost ados sobre unos cact us, dominando su cuerpo.

    Cuando los AZTECAS los vieron, el colibrí maravilloso apareció nuevament e y les dijo que
debían acept ar en su peregrinar a quienes est aban en ese moment o medit ando. Esos t res iban a
ser los primeros convencidos de las volunt ades de HUITZILOPOCHTLI: Luchar para reconst ruir
las glorias de TEOTIHUACAN, CHOLULA, TOLLAN, en una nueva unidad de t odos los pueblos de
ANAHUAC, ahora dispersos. Y los AZTECAS t enían esa misión.

    Un día, fat igados de t ant o peregrinar llegaron a un espléndido valle que les recordó su AZTLAN
querido. El pueblo ent ero se llenó de alborozo y su ext raordinario regocijo fue por la frescura que
irradiaba el enorme lago que ant e sus ojos aparecía.

    Se llamaba PÁTZCUARO y lo rodeaban exuberant es bosques y florida veget ación. Los peces
se t ransparent aban en sus aguas y las avecillas revolot eaban ent re los mat orrales; pero sobre
t odo, los AZTECAS quedaron nuevament e maravillados cuando miraron la brillant e y refulgent e
aparición de HUITZILOPOCHTLI.

    Allí, con el esplendor azul de su plumaje chispeant e y la volunt ad de sost enerse al vuelo, les
most raba ot ro prodigio.

    Y dicen que viendo t an apacible y alegre el lugar, los sabios se reunieron a medit ar para decidir
si aquel sit io paradisíaco era el anunciado por el azul colibrí del sur. Y si no lo era, de t odos modos,
algunos podrían permanecer allí, pues ya eran t ant os los que peregrinaban que a veces los
sust ent os no alcanzaban.

    Luego de la medit ación en TLOQUE-NAHUAQUE, junt os y cercanos como los dedos de la mano
para crear algo, acordaron que los que ent rasen en la laguna a bañarse, así hombres como
mujeres, t al cual lo hacían siempre, serían los que se quedaran allí. Y los que afuera
permanecieran, part irían de inmediat o para seguir la peregrinación.

    Y para que no los siguieran, cuando ellos se iban, les quit aron las ropas que habían quedado en
la orilla y dejaron complet ament e desnudos a los bañist as.

    Est os creyeron que se t rat aba de una simple broma, mas cuando comprendieron la realidad,
det erminaron poblar aquellas t ierras, pues sabían que, probablement e como ya eran t ant os, la
volunt ad de HUITZILOPOCHTLI así lo había dispuest o. Además, esos parajes se veían t an bellos,
que no result aba ningún sacrificio habit arlos. Se parecían t ant o a AZTLAN, aunque más grandes.

    De est a manera, los AZTECAS prosiguieron en pos de la t ierra esperada y cuando habían
ent rado en el valle de TOLLAN se conmovieron ant e t ant o abandono y dest rucción.

    Y es que era de llant o cont emplar aquella urbe, que a pesar de est ar en ruinas, se not aba que
había sido grandiosa.

    Ent onces la maravilla del pájaro colibrí con t odo su brillant e esplendor azul, volvió a aparecer y
los sabios se reunieron a medit ar en lo que aquello significaba. Y t ant o se concent raron que se
durmieron y en sueños HUITZILOPOCHTLI les ordenó que at ajaran el agua de un río que cercano
de allí pasaba, para que se derramara por aquellos desért icos llanos y t uvieran con ello una visión
del lugar promet ido, aunque más pequeño.

    Cuando despert aron, comunicaron la volunt ad de HUITZILOPOCHTLI a t odo su pueblo e


hicieron ent usiasmados una enorme presa; enseguida derramaron el agua que alegre se ext endió
por el llano y formó una gran laguna en t orno a la cual aparecieron de pront o bellísimos y
frondosos árboles: Sauces, sabinos, álamos. En las orillas surgieron, t ambién maravillosament e,
t odo género de hierbas y plant as acuát icas: t ulares, cañaverales, musgo, helechos.
    Luego se empezó a llenar de peces y cient os de aves acudieron a beber en el t ransparent e
espejo de las aguas.
    Allí nadaban los pat os con sus plumajes verdosos y t ornasolados. Acá paseaban orgullosas las
garzas y los flamencos. Más allá los gansos y los cisnes y las huilot as.
    Y cuent an que llenóse asimismo aquel sit io de flores marinas, de carrizales, los cuales se
cubrieron de diferent es géneros de t ordos y urracas; unos colorados, ot ros amarillos, que con su
cant o y chirriar hacían gran armonía, y alegraron t ant o ese lugar ameno y deleit oso, que los
AZTECAS parecieron olvidar el sit io promet ido por HUITZILOPOCHTLI y se pusieron a cant ar y
bailar, sin acordarse que t odo aquello era una visión ideada por su guía para darles un panorama de
como sería el lugar donde fundarían su gran población, la nueva TOLLAN-MESHICO.

    Cuando se ordenó que debían cont inuar la marcha, algunos, t an deleit ados se encont raban en
aquel imaginario paraíso, que se opusieron a obedecer. Ent onces HUITZILOPOCHTLI, cansado de
revolot ear como pequeño colibrí al que no le hacían más caso, se puso furioso y se t ransformó
en el gigant esco y ciclópeo guerrero que era cuando había nacido en la t ierra y con una
est ent órea voz grit ó:

     -¿Quiénes son ést os que así quieren t raspasar mis det erminaciones y poner objeción y t érmino
a ellas? La caminat a aún no t ermina y es necesario cont inuarla. Si los he elegido como mi pueblo
amado, no es para llevarlos a su dest rucción, sino a la grandeza. Vean en t odo est o, lo que
ust edes con volunt ad podrán hacer, pues si no, he aquí lo que les deparará su falt a de valerosa
const ancia.
    Y en diciendo est o, hizo que se deshiciera la presa. Los bordos que la cont enían se rompieron y
las aguas se fueron corriendo t an de súbit o que pront o renació el desért ico paisaje que al
principio habían vist o como t errible prueba de un pueblo que muere por abandonarse a la pereza y
a la esclavit ud de los sent idos.

    Los elegidos por HUITZILOPOCHTLI comprendieron que el avanzar es difícil y que hay mucho
por luchar para obt ener el éxit o, aunque aún así, la guerra con uno mismo debe seguir para
perfeccionarse cada día más y más. La abulia, la inact ividad, la dist racción excesiva eran los
enemigos mayores del ascenso humano.

    Convencidos por ese discurso y como hipnot izados ant e aquella majest uosa aparición,
emprendieron nuevament e la marcha. Y aunque muchos ya est aban cansados de andar sin fin; de
caminar, siempre caminar; la volunt ad los fort ificaba y seguían.

    Ahora los guiaba el sabio MESHITLI.

    Y en TLOQUE-NAHUAQUE, en consejo, habían decidido llamarse t ambién ahora MESHICAS.


AZTECAS eran por su lugar de procedencia; MESHICAS, por el sabio que hoy les guiaba; después
se llamarían TENOCHCAS, en honor a TENOCH el joven que se est aba ya preparando para la
culminación de su epopeya.

    Un at ardecer, después de vagar por los mont es de una pequeña sierra, al llegar a la cúspide de
uno de ellos, descubrieron el más hermoso valle que jamás habían vist o. No era pequeño como el
de AZTLAN, sino mucho más grande que el de PATZCUARO o el imaginario de TOLLAN. Se veía
enorme. Rodeado de alt as mont añas, se dest acaban ent re ellas, dos maravillosos volcanes. Uno
parecía un guerrero arrodillado ant e una mujer dormida, que era lo que el ot ro asemejaba.

    A los pies de la cima en donde est aban los fascinados MESHICAS, se ext endían las
t ransparent es aguas de un gigant esco lago que cubría una ext ensión t an vast a que los ojos no
alcanzaban a ver su fin.

    Su veget ación esplendorosa; su clima t emplado y delicioso; su at mosfera t an t ransparent e que
los cerros parecían cercanos, hacían de aquel sit io, un paraíso.

    La sierra donde ellos est aban observando, penet raba al lago y al valle como una serpient e que
remat aba, en un mont ecillo final, parecido a una nariz.

    Por nombre le pusieron TEPEYACAC, el mont e en forma de nariz y él iba a ser como su guía, t al
cual la nariz va siempre adelant e del cuerpo.

    Y pisando esa sierra que parecía t ener la forma de serpient e, emocionados le pusieron
TECOATLASUPEUH.

    Y sint ieron el vient o que soplaba de EHECATEPETL y felices celebraron la ceremonia de su
fuego nuevo, un siglo más de vida, cincuent a y dos años para ellos, en el cerro cercano y de los
más alt os de la pequeña sierra: El TECPAYOCAN, donde el pedernal encendió la llama inmort al.

    Así descendieron, luego de haber explorado la zona, a las orillas del lago que les ofrecía una
rica veget ación aliment icia y pesca y caza.

    Y había t ant os t ules reveladores de su abundancia, que a esa rinconada le llamaron, en recuerdo
de la visión imaginaria, TOLLAN.

    Y luego dieron gracias a la energía creadora, a nuest ro-nuest ra reverendo-reverenda padrecit o-
madrecit a, la nat uraleza, aquello por la cual vivimos, TONATIUH, el sol, la Tierra COATLICUE,
TONANTZIN-NONANTZIN, IPALNEMOHUANI, TEOTL.

    Y allí se asent aron unos días, mas poco a poco se fueron dando cuent a que sus hermanos,
aquellos que habían adelant ado el paso, ya habit aban muchos de esos paradisíacos lugares y se
sent ían los dueños.
    Y ent re ellos había muchas rivalidades, sobre t odo ent re los TEPANECAS que habían fundado
en la orilla ponient e del gran lago su señorío llamado AZCAPUTZALCO y que había crecido t ant o
y t ant a era su población que parecía un hormiguero; y los chichimecas ACOLHUAS, cuya ciudad, a
la orilla orient e del lago, parecía un espejo de sabiduría, y la llamaban TEXCOCO.

    AZCAPUTZALCAS y TEXCOCANOS vivían en incesant e lucha por predominar en el valle que le


llamaban ANAHUAC.

    Y los AZTECAS-MESHICAS eran t an insignificant es para ellos, sobre t odo para los engreídos
TEPANECAS adoradores de TEZCATLIPOCA, que t uvieron que padecer mucho aún, ant es de
encont rar el sit io anhelado.

    A donde quiera que llegaban, los TEPANECAS los perseguían y los miraban como int rusos.

    Los habían ya expulsado de CHAPULTEPEC. Habían vagado por una zona pedregosa y llena de
alimañas a los pies del gran cerro del Ajusco. Desfallecidos y andrajosos, sólo la volunt ad de
HUITZILOPOCHTLI los alent aba. Triunfarían. ¡Sí! ¡Triunfarían!, ¿Pero cuándo? ¿Cuándo?

    De qué manera vencer t ánt os at aques, como aquel de COPIL qué había enardecido los ánimos
de los TEPANECAS, de los XOCHIMILCAS, de los CHALCAS, para que se vengaran del engaño
que les habían hecho cuando les dijeron que avanzaran, que los AZTECAS no proseguirían. La
madre de COPIL bien que deseaba est a venganza.

    Los MESHICAS se ent eraron afort unadament e de las confabulaciones enemigas y apresando a
COPIL lo cast igaron.

    Y dicen que le sacaron el corazón y lo arrojaron en medio de muchos t ulares.

    Los enemigos al ver la fiereza con la cual los MESHICAS se defendían sin saber de dónde
sacaban t ant as fuerzas, pact aron mejor por soport arlos y hacer que t rabajaran para ellos como
sirvient es.

    Humildes, pero orgullosos, los AZTECAS acept aron esa t regua.

    Para ent onces, desde la llegada al nort e del valle, TENOCH los guiaba. Era ya un hombre
maduro que en su juvent ud se había preparado para encargarse de dirigir los dest inos de su
pueblo. Hoy, por la palabra de él y de los grandes sabios que formaban el consejo, sabían que un
gran signo ast ronómico les señalaría el lugar donde debían fundar su ciudad y por ello, siempre
t odos andaban a la búsqueda del mismo, sin desfallecer. Los demás pueblos los miraban burlones.
Mas como el valle era gigant esco y más enorme el lago, que parecía muchos, los MESHICAS,
ahora TENOCHCAS, podían caminar librement e y sin ser vist os con facilidad.

    Un día, los TLAMACAZQUE, los TLAMATINIME, los sabios llamados AXOLHUA y CUAUCOATL,
salieron a buscar el lugar promet ido. Se apercibieron de lo necesario y met iéndose ent re t ulares y
carrizos, buscando aquí y allá, encont raron un islot e y en medio de él, un precioso nopal lleno de
rojas t unas, rodeado de un agua t an verde que parecía de esmeraldas. Suspensos maravillados
quedaron cont emplando la belleza del paraje. De pront o, AXOLHUA se hundió en las verdes aguas
y desapareció. CUAUCOATL, sin demora, llevó la infaust a not icia a los MESHICAS, quienes
pasaron t oda la noche muy afligidos, pero al amanecer, para sorpresa de los TENOCHCAS, se
present ó AXOLHUA sano y salvo. Ant e las miradas int errogant es de su pueblo, explicó sonrient e:

     -Arrast rado por una fuerza ocult a fui llevado hast a el fondo de las aguas y desmayado
escuché una voz que me decía: Sea bienvenido mi querido hijo HUITZILOPOCHTLI con su pueblo.
Diles a t odos t us hermanit os que ést e es el lugar promet ido dónde han de poblar y hacer la
capit al de su señorío, y aquí verán ensalzadas sus generaciones et ernament e. Soy la energía
creadora, TEOTL, convert ida en remolino de agua. Un eclipse del sol y la t ierra les indicará la hora.

    De inmediat o t odos emprendieron la carrera salt ando ent re t ulares o nadando en busca de
aquel sit io. Cuando llegaron, asombrados vieron un espléndido ojo de agua que manaba con gran
fuerza donde se cont emplaban cosas maravillosas: Sabinos blancos, sin ninguna hoja verde; cañas
y t ulares, blancos t ambién; ranas blancas muy vist osas; de pront o apareció el colibrí azul y se
t ransformó en HUITZILOPOCHTLI, que les dijo:

     -Vayan al lugar donde cayó el corazón de COPILI y allí encont rarán un nopal t an hermoso y
lleno de t unas rojas, como corazones, que una águila preciosa le habit a. Allí ext iende sus alas y
recibe el calor del sol. A ese lugar donde hallarán el nopal con t unas rojas y el águila encima le
pondrán por nombre TENOCHTITLAN.

    Llenos de alborozo se dirigieron al paraje indicado y al llegar vieron lo que ya les había dicho. En
ese inst ant e comenzó un eclipse y el sol pareció devorar a la t ierra. El águila se agit ó mient ras
comía una serpient e y ext endía sus alas, como sat isfecha.

    Los AZTECASMESHICASTENOSHCAS cayeron de rodillas, porque había llegado el fin y el


principio de su epopeya.

    Allí est aba el símbolo...

LAS AVENTURAS Y DESVENTURAS DE UN GRAN POETA:


NEZAHUALCÓYOTL

Érase que se era, como en t odos los cuent os maravillosos, una ciudad encant adora fundada en
las orillas de un lago t an inmenso que parecía un gigant esco espejo de plat a. Por eso les habían
puest o por nombre TEZCOCO, (t ezcal: espejo) t ant o a la bella urbe como al lago infinit o.

    Sit uada la TOLLAN TEZCOCO en la part e orient e de ANAHUAC, los rayos del sol mat ut ino la
hacían resplandecer desde muy t emprano y cuando at ardecía, se miraba t an luminosa por
aquellas irradiaciones, que nadie dejaba de adivinar sus símbolos de gran sabiduría.

    TEZCOCO era algo así como una ciudad archivo, como una descomunal bibliot eca donde se
preservaban cient os de códices, esos libros llenos de figuras que encerraban la hist oria y la
ciencia; la poesía y los recuerdos; las ideas y los consejos de t odos los sabios ANAHUACAS que
habían exist ido y de quienes aún vivían. TEZCOCO era la ciudad memoria.

    Así sabían que, muchísimo ant es de la aparición de sus hermanos, los AZTECAS-MESHICAS-
TENOCHCAS, habían llegado a esas luminosas regiones el pueblo origen de t an admirable Est ado.
Algunos decían que era el más ant iguo señorío est ablecido en la t ransparent e at mósfera de
ANAHUAC y ot ros afirmaban que sus habit ant es procedían de las est irpes t olt ecas llegadas a
esos parajes, luego de la caída de la grande y soberbia TOLLAN.

    Mas la realidad era ot ra.

    De humildes y primit ivos ant ecedent es CHICHIMECAS, casi de vida salvaje, XÓLOTL, un
int répido señor dirigent e, los había conducido por infinidad de lugares a la búsqueda de un sit io
apropiado para est ablecerse.

    Valient e y furioso guerrero había humillado a la grande TOLLAN y acabado con el orgullo de esa
alt iva ciudad, al dest ruirla.

    Y en honor a su guía, los bárbaros CHICHIMECAS fundaron el pueblo de XOLOC; después se
est ablecieron en TENAYUCA, donde junt o con los TEPANECAS, pobladores de aquellos lugares,
levant aron una hermosa y enorme pirámide: Su TEOCALLI. La pirámide de Tenayuca.

    Pero como no les sat isfizo esa región ponient e, se dirigieron a la ot ra orilla, por donde brot aba
el sol, y allí fundaron la grande y bella ciudad de los espejos, que con el t iempo sería la cult a
TEZCOCO.
    Y como no hay algo malo que no deje algo bueno, al cont act o de los CHICHIMECAS con los
t olt ecas y los AZCAPUTZALCAS, pulieron su barbarie, dominaron sus inst int os animales,
cont rolaron sus impulsos dest ruct ivos y se t ransformaron en creadores, orgullosos de
represent ar una sínt esis del saber de su t iempo.

    Así veneraron t ant o al símbolo de la conciencia, la memoria y el recuerdo, como al de la


int eligencia creadora, es decir, a TEZCATLIPOCA y a QUETZALCOATL.

    Bien que sabían el valor de ambos.

    Y es que como se volvieron t an est udiosos, t an acuciosos observadores de los fenómenos del
cielo y de la t ierra, comprendieron perfect ament e la mecánica de la energía creadora: TEOTL,
IPALNEMOHUANI, aquello por lo cual t odos exist imos.

    De est a manera, TEZCOCO se convirt ió en la capit al del gran señorío de ACOLHUACAN.

    Sus habit ant es eran gent e bien dispuest a y alt a, de hombros anchos que les daban una bella
apariencia de fort aleza. Por eso les decían ACOLHUAS.

    Después de t ranscurridos muchos años, al sabio señor llamado IXTLILXOCHITL, le


correspondió hacerse cargo de la guía de su pueblo.

    Todos lo amaban porque era magnánimo y just o, además de t ener gran sapiencia.

    Con él, TEZCOCO, y t odo ACOLHUACAN, había llegado a t al exuberancia mat erial y espirit ual
que no t ardó mucho en despert ar la envidia de quienes durant e un t iempo, hacía siglos, los habían
ayudado.

    ¡Cómo era posible que esos fueran ahora mejores que los AZCAPUTZALCAS!

    Pero lo que vino a enojarlos más, fue el nacimient o de quien podría ser heredero de las virt udes
de IXTLILXOCHITL.

    Tenían que combat irlo, ant es de que prosiguiera convirt iendo a su pueblo TEZCOCANO en el
primero de ANAHUAC.

    Al menos eso pensaba TEZOZOMOC, el señor de los TEPANECAS, el guía de los que poblaban
AZCAPUTZALCO.

    Y como al fin la señora de IXTLILXOCHITL, la t ambién bondadosa y bella, MATLALCIHUATZIN,


la reverenda señora que usa una red, había t enido un niño, el peligro aument aba.

    Y aunque IXTLILXOCHITL amaba a sus hijas, TOZCUETZIN y ATOTOTZIN, la llegada de un


varón lo colmaba de júbilo.

    De inmediat o mandó llamar a los ast rónomos para que ubicaran el lugar ocupado por los
planet as en el universo al inst ant e del nacimient o de su heredero y pudieran descifrarse los
magnet ismos cósmicos que irradiaran al niño y se predijera las probabilidades de su exist encia.

    Los dat os est adíst icos que manejaban para est os casos y las frecuencias de los mismos,
podrían orient ar su vida y vencer las dificult ades que aparecieren.

    De est e modo fue como afirmaron que sería uno de los principales hombres de su t iempo;
afamado y admirado por muchos, pero t ambién odiado y calumniado por ot ros, sobre t odo en su
juvent ud.

    Los ast ros revelaban que superaría pront ament e sus inst int os animales y llegaría a poseer una
gran sabiduría. Sin embargo, no se conformaría con ello, siempre est aría hambrient o de saber, de
conocer, de crear.

    Se parecería a los coyot es que siempre desean aliment o, aunque en est e caso, el sust ent o
habría de ser la poesía y el anhelo de comprender hast a en los mínimos det alles el mecanismo de
la nat uraleza universal.

    Ent onces los sabios ast rónomos dict aminaron su nombre: -Se llamaría NEZAHUALCOYOTL,
est o es, coyot e hambrient o de saber. Su disciplina fundament al sería el cult ivo del ayuno y la
volunt ad, eso que ya se sabía, cult ivaba aquel pueblo familiar hacía poco recién llegado y que se
decía AZTECA-MESHICA-TENOCHCA.
    Debía poseer mucha volunt ad para resist ir las desvent uras que le aguardaban. Si vencía los
peligros que le deparaban las fuerzas cósmicas al influir en las ment es de sus enemigos, llegaría a
ser un gran señor, de los más nobles y generosos que habían pisado el ANAHUAC desde las
épocas de QUETZALCOATL y sus represent ant es en la t ierra, como aquel CEACATLTOPILTZIN.

    Dadivoso sería ent onces y proporcionaría vest idos, joyas y at avíos a su pueblo y a los pueblos
amigos, pero sobre t odo, les regalaría la bella palabra florida: Poemas, Canciones y Danzas: IN
XOCHITL IN CUICATL, la flor y el cant o, el art e; eso sería lo que mas habría de obsequiar.

    Después de est a ceremonia, IXTLILXOCHITL y MATLALCIHUATZIN conmovidos por el


solemne discurso del anciano sabio de los ast ros, agradecieron al TEOTLIPALNEMOHUANI,
aquello por lo cual t odos vivimos, y junt o con t odo su pueblo principiaron una grande fiest a: Un
MITOTE.

    Y aunque la felicidad parecía reinar en TEZCOCO, nadie sospechaba siquiera que TEZOZOMOC
y sus hijos planificaban llenos de envidia, dest ruir algún día t ant a grandeza alcanzada con base en
el t rabajo.

    Los de AZCAPUTZALCO sólo esperaban el moment o propicio para at acar.

    Mient ras t ant o, NEZAHUALCOYOTL creció ent re el amor de los TEZCOCANOS. Su grácil
comport amient o y su clara int eligencia, además de su dedicación, le granjeaban día con día el
cariño de t odos. Gent il con sus compañeros de juegos, siempre se comport aba muy amable con
ellos y compart ía sus pert enencias.

    Cuando llegó a la edad de ent rar en la casa de la unión, donde como con un mecat e se reúnen
los sabios para medit ar y perfeccionarse con disciplina, CALMECAC, el gran HUITZILIUTZIN,
venerable maest ro en t odas las sabidurías, lo recibió como un discípulo maravilloso.

    Y ent onces NEZAHUALCOYOTL conoció a sus hermanit os MESHICAS que luchaban
arduament e para mejorar y engrandecer la ciudad fundada hacía t iempo por el célebre TENOCH:

    La gran MESHICO-TENOCHTITLAN: ¡HUEI TOLLAN MESHICO-TENOCHTITLAN!


    Cuando TEZOZOMOC y sus hijos supieron est o, sobre t odo MAXTLA, que era el más ambicioso
y despiadado, t emblaron de rabia y se sint ieron como despreciados.

    Ahora sí verían esos ACOLHUAS TEZCOCANOS lo que se les preparaba.

    TEZOZOMOC era niet o de XÓLOTL y se sent ía con los derechos para adueñarse de TEZCOCO,
por ello ent onces int ent ó invadirlo.

    IXTLILXOCHITL y su pueblo se defendieron valient ement e y en un principio lograron


rechazarlos, lo cual más enfureció a los TEPANECAS.

    Y viendo el peligro que los cercaba, IXTLILXOCHITL ordenó t raer a NEZAHUALCOYOTL para
que el consejo de venerables sabios ancianos, en TLOQUENAHUAQUE, realizara la ceremonia de
declararlo VENERABLE HEREDERO NUESTRO: TOPILTZIN.

    NEZAHUALCOYOTL t enía doce años apenas, pero ya comprendía el desgarramient o t errible


que empezaba a sufrir su pueblo.
    La dest rucción que encont ró a su paso le est remeció hast a el llant o, mas no pudo explicarse el
porqué de t ant o odio; si t odos debíamos ser más que amigos, hermanos, hermanit os, manit os.

    Dent ro de sí, una ext raña voz comenzó a dict arle en su ment e:

  "Yo me pongo t rist e.

   Palidezco mort alment e.

   Allá donde se han ido


   ya no hay regreso.

   Ya nadie ret orna acá.

   De una vez por t odas

   se van allá

   a donde se fueron."

    Y es que él había vist o aquellas casas t an hermosas, ahora dest ruidas. Y sus compañeros de
juego no est aban más; habían sido asesinados por los esbirros de TEZOZOMOC.

    NEZAHUALCOYOTL present ía algo t errible.

    Un día los ejércit os invasores llegaron t erroríficos y arrasaron sin misericordia t odo.

    IXTLILXOCHITL t uvo que huir con NEZAHUALCOYOTL, perseguido salvajement e por los
TEPANECAS.

    Cuando llegaron al claro de un bosque y viendo IXTLILXOCHITL que los asesinos se


aproximaban y que era inút il caminar más, decidió enfrent arlos y morir.

    Ent onces dijo a su hijo quien lloroso lo miraba:

    -Hijo mío muy amado, a dónde t e llevaré para salvart e. Aquí va a ser el últ imo día de mis
desdichas y me es forzoso part ir de est a vida. Lo que t e encargo y ruego es que nunca
desampares a nuest ro pueblo que hoy se ve amenazado por los ambiciosos. No eches al olvido
que eres de origen CHICHIMECA, pero que t e has enalt ecido con la sabiduría. Recobra t u gran
ciudad de TEZCOCO y t u señorío ACOLHUA que t an injust ament e TEZOZOMOC nos arrebat a y
venga la muert e de t u afligido padre. Promét eme que t e has de ejercit ar en el uso de las armas,
del arco y de las flechas para que lleves a cabo t u just o desquit e. Ahora escóndet e, hijo mío, en
alguna de est as arboledas para que no con t u muert e inocent e, se acabe en t i el señorío t an
ant iguo de nuest ros ant epasados.

    NEZAHUALCOYOTL viendo el llant o de despedida que brot aba, a pesar de la aparent e


serenidad, de su padre, no pudo más que derramar lágrimas t ambién y con presura buscó un árbol
muy alt o y de gran follaje y en él t repo hast a lo más alt o.

    Dent ro de su ment e, una voz, su propia voz, su nacient e conciencia, TEZCATLIPOCA, le decía:

"Solament e se viene a vivir


 la angust ia y el dolor
 de los que en el mundo viven

 ¿Quién podrá verlos t erminar?

    Y llorando vio como su padre se preparaba para combat ir.

    Y miró t ambién cómo bárbarament e los TEPANECAS, en gran número, se arrojaban cont ra el
señor de TEZCOCO, sin respet o alguno para la civilización hast a ent onces const ruida. Parecían
fieras que se abalanzaban en cont ra de su presa.

    IXTLILXOCHITL se defendía con gran habilidad, pero aquel combat e era imposible de
cont rarrest ar.

    Pront o el gran señor cayó víct ima de sus asesinos y cuando est os se vieron vencedores,
abandonaron el lugar llenos de alegría para ir a informarle a TEZOZOMOC de su t riunfo, el cual
había promet ido enormes riquezas como premio a los que eso lograran.

    NEZAHUALCOYOTL lloraba en lo más alt o del árbol que le había servido de escondit e y decía:

    "¡Ay de mí!

      Así es.
     ¡No t engo dicha
      en la t ierra!

     ¡Ay de mí

     ¡De igual modo nací!


     ¡De igual modo fui
      hecho hombre!

     ¡Sólo el desamparo

      he venido a conocer!

    Cuando los criminales se habían alejado, aparecieron varios TEZCOCANOS que venían
dispuest os a auxiliar a IXTLILXOCHITL, pero ya era t arde.

    Con gran t rist eza y rabia a la vez, lo amort ajaron y levant aron el cuerpo de su señor.

    Al verlos, NEZAHUALCOYOTL descendió del árbol como pudo y algunos lo ayudaron a t erminar
de bajar.

    Tres de ellos lo llenaron de t iernas caricias ant e su orfandad y lo reconfort aron.

    Eran t res forzudos guerreros que promet ieron acompañarlo y prot egerlo en cont ra de las
acechanzas de los TEPANECAS.

    La vida darían por su príncipe, su TOPILTZIN. Se llamaban HUAHUATZIN, XICONACATZIN y


CUICUITZCATZIN.

    Los t res héroes llevaron a NEZAHUALCOYOTL consigo. Est e se veía pálido y demacrado. Con
grande emoción lo condujeron a una cueva escondida en una ladera de difícil acceso y allí
est uvieron varios días aliment ándose de las hierbas y los frut os que aquellos parajes ofrecían,
hast a calcular que los TEPANECAS se habían calmado un poco y la vigilancia que los enemigos
ejercían por esas zonas ACOLHUACANAS principiaba a no ser t an cuidadosa.

    Ent onces enviaron un mensajero a MESHICOTENOCHTITLAN para pedir ayuda al gran señor
ITZCOATL, uno de los principales guías, TLATOANI, de los MESHICAS y que era t ío del joven
NEZAHUALCOYOTL.

    Mient ras t ant o HUAHUATZIN, XICONACATZIN y CUICUITZCATZIN, resguardando a su príncipe


amado, lo condujeron ent re peñascos y quebradas, y a las escondidas, hast a la orilla del lago
donde al poco t iempo llegó una t rajinera para rescat arlo. Su t ío ITZCOATL había mandado a diez
de sus hijos para que cumplieran t an delicada misión.

    Y es que los AZCAPUTZALCAS odiaban t ambién a los TENOCHCAS y siempre los habían
somet ido a t rabajos esclavizant es con el propósit o de que nunca se engrandecieran. No sabían
los TEPANECAS que la volunt ad férrea pregonada por HUITZILOPOCHTLI ent re su pueblo
MESHICA, los est aba haciendo cada día más fuert es, sobre t odo ahora, que comenzarían a
planificar una gran alianza con el principal señor TEZCOCANO, aún muy joven, pero ya señor guía
ACOLHUA.

    Llegados a TENOCHTITLAN, los t res guerreros prot ect ores de NEZAHUALCOYOTL, junt o con
los parient es AZTECAS del príncipe huérfano, lo comenzaron a inst ruir durament e en el uso de las
armas. Había que prepararlo para recuperar su señorío y arrebat árselo a las manos crueles del
t irano TEZOZOMOC que ambicionaba ser el único y no hacer caso al TLOQUE-NAHUAQUE:

    Y dicen que un día, cuando pract icaba sus disciplinas a orillas del lago inmenso que rodeaba a la
gran TENOCHTITLAN, para ent onces ya impresionant e y majest uosa, NEZAHUALCOYOTL cayó
dent ro del agua y se hundió. Ent onces TLALOCTLI y sus TLALOQUES, el señor de la lluvia y sus
got as, se le aparecieron y lo llevaron a la cumbre de un mont e donde las nubes y la neblina
imperaban regocijadas. Allá esas fuerzas nat urales le dijeron:

     -Tú serás, lo decret amos, el que dest ruya la orgullosa ciudad de AZCAPUTZALCO.

    Asombrado y agradecido, NEZAHUALCOYOTL fue devuelt o al sit io donde había caído y salió
sano y salvo de las aguas.

    Ya en t ierra, NEZAHUALCOYOTL les coment ó aquello a sus maest ros de armas que lo miraban
preocupado.

     -Fue como un sueño product o de mi desmayo, pero que vuelve más fuert e mi deseo de vengar
a mi padre y a mi pueblo. Luchemos en cont ra de los canallas.

    Y desde esos moment os, auxiliado por sus leales guerreros, abandonó TENOCHTITLAN y fue a
la búsqueda de aliados en cont ra de los TEPANECAS.

    Ocult ándose aquí; escondiéndose allá; derrot ando a pequeños grupos de guerreros
TEPANECAS, t ranscurrieron diez años de su vida.

    Y en su largo dest ierro, se había ent erado que TEZOZOMOC había ofrecido a quien lo capt urara
vivo o muert o, una gran recompensa.

    Mas NEZAHUALCOYOTL, t omando el ejemplo de sus parient es AZTECAS, no desmayaba y


demost raba una volunt ad inquebrant able. Se había at raído la simpat ía de muchos y la gent e
amiga lo prot egía.

    Sin embargo, en algunos lugares de su arduo peregrinar, como en CHALCO, no lograba el apoyo
perdido. Por lo cont rario, allí una mujer lo había denunciado a grit os y NEZAHUALCOYOTL sin
poder cont enerse ant e ello, quiso callarla y en el forcejeo la mat ó.

    Los CHALCAS lo apresaron y lo condenaron a est ar dent ro de una jaula durant e ocho días sin
que le dieran ni comida ni bebida, pues con esa manera de morir, querían ganarse la recompensa
que TEZOZOMOC promet ía.

    Y así, prisionero en la jaula, el sedient o y hambrient o coyot e, requemado por el sol, ult rajado por
la humillación, sólo acert aba a medit ar:

 "En vano he nacido;

  en vano he llegado a la t ierra.

  Yo soy un desvalido.

  Ojalá que no hubiera

  venido a vivir.

 ¿Qué es lo que haré?

  Nadie soy para la gent e.

 ¡Oh príncipe que est ás conmigo


  reflexiona!
  Mi corazón padece,

  t ú eres casi mi amigo,.

 ¿Cómo se puede vivir


  al lado de est a gent e?
  Me he doblegado,
  sólo vivo con la cabeza inclinada.

  Por eso me aflijo

  y soy desdichado."

    Cuando lo escuchó QUETZALMACATZIN, quien era el principal de sus vigilant es y hermano del
señor de los CHALCAS, quedó t an impresionado por el precioso uso de las palabras que
NEZAHUALCOYOTL hacía, que conmovido, de inmediat o sint ió una gran compasión y le dio de
comer sin que nadie se ent erara.

    Cuando el señor de los CHALCAS vio que NEZAHUALCOYOTL no moría de hambre, ordenó la
muert e del príncipe poet a. Ent onces QUETZALMACATZIN lo ayudó a escapar. Int ercambiaron
ropas y NEZAHUALCOYOTL huyó.

    Al descubrirse est o, QUETZALMACATZIN fue juzgado como t raidor y ajust iciado en lugar de
NEZAHUALCOYOTL.

    Al saber el príncipe fugit ivo lo sucedido con quien le había demost rado t an espont ánea
admiración y amist ad, pensó:

 "Con lágrimas de flores de t rist eza

  con que mi cant ar se engalana,


  yo cant or

  hago memoria de los buenos,


  los que fueron quebrant ados

  cual vasijas;

  los que fueron somet idos

  a la muert e.

  Ellos que fueron nuest ros guías

  y pudieron mandar aquí en la t ierra,

  plumas finas,
  se ajaron y palidecieron,

  esmeraldas fueron,

  añicos se hicieron."

    Ant e t ant a injust icia y persecución, NEZAHUALCOYOTL t uvo que regresar a TENOCHTITLAN y
ahí permaneció preparándose para algún día lograr el t riunfo.

    Gracias a sus parient es AZTECAS pudo t ener unos años de t ranquilidad hast a el día en que le
llegó la not icia deseada: El anciano TEZOZOMOC, el ast ut o y ambicioso señor de
AZCAPUTZALCO, había muert o.

    Ent onces se ent eró, gracias a uno de sus más nobles amigos, el sabio COYOHUA, que el t irano
había planificado para deshacerse de NEZAHUALCOYOTL una horrenda t raición.

    TEZOZOMOC le había dicho:

     -Yo sé que t ú mant ienes a NEZAHUALCOYOTL y que lo t rat as const ant ement e, pues eres su
maest ro. Te daré grandes riquezas si lo asesinas. Degüéllalo, est rangúlalo, mát alo pront o. Yo t e
elevaré como el más grande sabio de t odos los t iempos, si lo haces...

    Sin embargo, COYOHUA había rehusado comet er aquel abominable crimen.

    Por eso ahora que el malvado TEZOZOMOC est aba muert o, sólo quedaba declarar la guerra a
los TEPANECAS.

    MAXTLA, TAYATZIN y TLATOCATLIZPALTZIN, los herederos del gran señor desaparecido,


habían recibido la orden de su padre difunt o de mat ar a NEZAHUALCOYOTL, si en verdad querían
predominar en t odos los señoríos de ANAHUAC.

    Afort unadament e est a misión fue aplazada cuando MAXTLA vio que TAYATZIN había sido
nombrado sucesor de TEZOZOMOC y principió una lucha en cont ra de su propio hermano.
Despiadadament e t erminó asesinándolo y se erigió en el nuevo déspot a de los TEPANECAS.

    Y a pesar del peligro que represent aban los de AZCAPUTZALCO para NEZAHUALCOYOTL, ést e
no podía dejar de conmoverse ant e la best ialidad de aquel hombre. Y dent ro de sí sufría. En
últ ima inst ancia t odos eran hermanos y debían honrar la gloria de la amist ad.

    Ent onces dijo:

"Porque no t enemos grandes guías

  nos hemos hecho perversos

  Por eso llora mi corazón.

  Pongo en orden y conciert o

  mi pensamient o:

  Yo cant or,

  con llant o,

  con t rist eza


  hago memoria.
  ¡Ojalá que supiera al menos yo

  que me oyen!

  Un hermoso cant o para ellos ent ono


  que llegue hast a el lugar
  donde los muert os se han despojado

  de su carne.
  Si yo les diera alegría,

  si yo aliviara la pena de

  los príncipes."

    Pero MAXTLA era un salvaje brut al y en cuant o pudo se lanzó a dest ruir a los TEZCOCANOS
que ya se habían organizado, dirigidos por NEZAHUALCOYOTL, sus leales amigos guerreros y sus
parient es TENOCHCAS, quienes veían en est o, la hora de dest ruir, por fin, el poderío injust o de los
AZCAPUTZALCAS que t ant as veces los había humillado.

     En el hórrido combat e, NEZAHUALCOYOTL decía ent usiasmado:

  Esmeraldas,

   t urquesas,

   son t u greda y t u pluma,

   oh, IPALNEMOHUANI,

   ya se sient en felices

   los príncipes
   con florida muert e

   a filo de obsidiana.


   Con la muert e en la guerra
   regresamos a t í.

   Polvo de escudos,

   niebla de dardos.

   Sólo con t repidant es flores

   llegamos a t i.
    Y por allí caían cabezas sangrant es, y por acá, escudos rodaban. Más allá los cuerpos se iban
t ambaleant es a un barranco y acullá se veía huir a los TEPANECAS rumbo a su ciudad de
AZCAPUTZALCO.

    Y ardient es de vict oria, los TEZCOCANOS y los TENOCHCAS los persiguieron. Y allí se veía a
NEZAHUALCOYOTL llegar con los suyos y ret ar al ciclópeo MAXTLA que dando carcajadas
monst ruosas despreciaba las habilidades guerreras del joven príncipe.

    Ahora vengaría la muert e de su padre y la de CHIMALPOPOCA, el sabio señor TENOCHCA


asesinado por MAXTLA. Ahora había llegado el moment o del just o desquit e.

    Ya no habría más est rat agemas llenas de hipocresía por part e de MAXTLA para mat ar a
NEZAHUALCOYOTL.

    Frent e a él, MAXTLA descargaba furioso sus macanazos, pero el príncipe huérfano los
esquivaba con grande habilidad.

    Pront o MAXTLA quedó fat igado y en un descuido, NEZAHUALCOYOTL est uvo a punt o de
mat arlo, pero haciendo un esfuerzo hercúleo, el t irano se hecho a correr.

    Y dicen que desbarat ado el ejércit o de MAXTLA, ést e se escondió en uno de los
TEMASCALES, los baños de vapor, de sus jardines y de ahí fue sacado con gran vit uperio y burla.

    NEZAHUALCOYOTL lo llevó a la plaza principal de la ciudad de AZCAPUTZALCO y allí le sacó


el corazón criminal.

    Todos los aliados de los TEZCOCANOS celebraron con gran alegría el t riunfo sobre los t iranos
y los TEPANECAS fueron reducidos a simples sirvient es de los ganadores.

    NEZAHUALCOYOTL fue reconocido como el gran señor de TEZCOCO y de t odo el señorío de


ACOLHUACAN.

    Sus desvent uras habían t erminado y él, sólo pedía a t odos los pueblos de ANAHUAC:

   "¡Amigos míos, en pie!


   Yo soy NEZAHUALCOYOTL,

   el cant or.

   Tomen las flores de la amist ad

   y dancemos.
   Hágase el baile.
   Comience el dialogar
   de los cant os.

   Toma ya t u cacao.

   La flor de cacao


   sea ya bebida.

   Hast a ahora es feliz

   mi corazón:

   Oigo ese cant o de poesía.

   Veo la flor de la amist ad:

  ¡Qué jamás se marchit en

   en la t ierra!

    Amado por su pueblo y admirado por t odas las ciudades de ANAHUAC, NEZAHUALCOYOTL
cumplió majest uosament e el papel de guía de su gent e: nariz y palabra sabia, YACATL y TLATOA;
TLATOANI YACATECUHTLI.

    Casó, y cómo dicen los cuent os maravillosos, t uvo muchos hijos y casi fue feliz, pues nunca
pudo olvidar las desgracias que hay en la vida y que a él le hicieron comprender que t odo cambia
en ella y que la vanidad es t ont a. Y t odo lo que vivió y sint ió, lo dejó escrit o en sus poemas para
medit ar en ellos y perfeccionarnos.

CUENTOS DEL ANTIGUO ANÁHUAC I

Hubo una vez unos chicos que fueron como han sido casi t odos los chicos del mundo:
Int eligent es, juguet ones, t raviesos, vivarachos y deseosos de saber lo que pasa con t odo lo que
nos rodea.

También eran pregunt ones y curioseaban por ahí y por allá. Recogían piedrit as y las arrojaban a las
fuent es, a los manant iales, a los charcos, a los lagos, a los ríos.

Y coleccionaban mariposas, y escarabajos y gusanit os y sapos.

Y les gust aba brincar y revolcarse en la t ierra. Hacer t úneles, cuevas y caminit os en las arenas, o
past eles y cast illos de lodo, o bolas y muñecos de nieve.

También les agradaba correr y subir a las ramas de los árboles, cort ar frut as o descubrir nidos;
esconderse ent re los mat orrales o en las casonas abandonadas.

En fin, mucho de lo que siempre, cuando chicos nos ha gust ado pract icar ent re juegos.

Y aunque parezca fant asía, esos niños crecieron y se hicieron mayores. Y luego se convirt ieron en
abuelit os que con la sabiduría obt enida en su vida cuidaban de los niños que como ellos, en ot ros
días, se hallaban como t ant os chicos siempre, creciendo, jugando para madurar y aprendiendo.

Y cuando los pequeños se cansaban de jugar a las canicas, o a la mat at ena, o al malacat onche,
ent onces se reunían en t orno a los sabios ancianos para que ést os les narraran algunas hist orias
como las que aquí comienzo a cont ar:

AMOR DE MADRE

Ciert o día al at ardecer iba caminando muy feliz la señora Zorra con su nene zorrit o a la espalda.
Madre sat isfecha y orgullosa parecía presumir a t odos los señores animales con quienes se
encont raba en el camino, de su recién nacido crío.

Pero he aquí que de pront o vio a un veloz correcaminos; esos pajarracos burlones, pero muy
apet it osos para los zorros, que se at ravesaba cual sin preocupaciones por aquel sendero.

De inmediat o imaginó Doña Zorra lo suculent o de un plat illo formado por t an deliciosa avezuela.

Y sin pensarlo más, colocó a su hijit o a un lado del camino y se lanzó presurosa t ras el pajarraco,
que al verla, como un cohet e buscapiés, exclamó:

-¡Pat as! ¿Para cuándo son?- y echó a correr precipit adament e.

Por más que se esforzó Doña Zorra, no pudo darle alcance, así que jadeant e y acalorada, regresó
al sit io donde pensaba encont rar a su zorrit o.

Mas, ¡oh! desagradable sorpresa, el nene no est aba más allí. Asust ada, Doña Zorra miró hacia
t odos lados; olfat eó por las más escondidas part es; corret eó y salt ó desesperada por arbust os y
mat orrales, pero el zorrit o no aparecía.

Ent onces Doña Zorra se puso a llorar y llorar y llorar y t ant o lloró, que de pront o comenzó a
pensar:
-Bueno, ¿Y qué gano con llorar aquí? Mejor voy a pregunt ar a mis hermanit os animales, si no lo han
vist o pasar por algún lugar.

Así se fue por el bosque, anda y anda y anda y anda, y a cada animal que encont raba, le lanzaba la
misma int errogación:

-Perdona hermanit o, ¿acaso has vist o a mi hijit o el zorrit o que se me ha perdido?

El t igre ocelot e, con cara furiosa, como la de esos que se sient en los muy maravillosos, le
respondía:

-No, no lo he vist o hermana zorrit a. Casi no me fijo en pequeñeces.

-Pero es que mi nene zorrit o es grande y fornido.

-Definit ivament e no.- Y levant ando alt ivament e la nariz, el t igre ocelot e pasaba de largo.

Doña Zorra moqueaba un poco y seguía su búsqueda:

-Hermanit o t lacuache, perdona que int errumpa t u siest a, pero, ¿acaso has vist o a un lindo nene
zorrit o por est os parajes?- y el t lacuache que est aba dormit ando, le cont est ó a Doña Zorra:

-No. Con t ant o sueño como t engo, no he vist o pasar a nadie.

Trist e, Doña Zorra proseguía su caminat a. Y pensaba:

-Lo bueno es que mi nene zorrit o es aguzado y despiert o, y t an list o, que no t iene comparación
con esos mocosos t lacuachit os que se la pasan durmiendo en la bolsa de sus madres.

En eso acert ó a pasar por ahí un babient o coyot e y Doña Zorra, nada t ardía en sus reacciones,
como que era una verdadera zorra, le pregunt ó:

-Hermano coyot it o, ¿has vist o por casualidad a un precioso zorrit o, mi nene bonit o, que se me ha
perdido?

El coyot e se det uvo, se limpió la baba y como si pensara algo muy pero muy import ant e, le
respondió:

-Tal vez si me dices cómo es t u zorrit o, podría cont est art e con mayor seguridad, pues ya ves que
yo vago por t ant os lugares y conozco a muchos animales. No quisiera haberlo confundido.

Ent onces Doña Zorra comenzó muy ufana la descripción de su nene:

-Mi hijit o es blanco, blanco, blanco, como la nieve de los volcanes; su hociquit o es
resplandecient e como el ámbar y sus ojit os, t al cual el cielo despejado de invierno, son azules,
azules, que digo azules, ¡azulísimos! El t erciopelo es poco con lo sonrosado de su piel y la felpa
más fina result a insignificant e en relación con su graciosa colit a. Además, sus orejas son t ersas,
cual de ant e, y sus pat it as, ¡Ah qué simpát icas!, asemejan la seda con que se vist en los gusanit os
del mont e. Y si vieras su nacient e dent adura, reluce como est rellas en la noche más oscura y...

-¡Bast a! ¡Bast a! Int errumpió fast idiado con la perorat a el coyot e baboso. Luego cont inuó.

-No, no, no. Ent onces yo no he vist o a t u nene, pues de lo que t e puedo informar, indudablement e
que no coincide con las caract eríst icas que me has dicho que t u hijo posee. Yo sólo he vist o morir
bajo el peso de una roca gigant esca que cayó de aquella mont aña, a un zorrit o priet o, lagañoso,
t embeleque, de hocico sucio, orejas caídas y mugrosas, la cola pelada y t an, pero t an flaco, que
apenas podía t enerse en pie de pura hambre...

-¡Oh!- exclamó int errumpiendo Doña Zorra- ¡Ese era mi hijit o!

-¿Cómo? ¿No me decías que t u nene era hermosísimo?- Sorprendido int errogó el coyot e.

-¡Ay, hermano coyot it o!- Sollozó Doña Zorra y cont inuó enjugando sus lagrimit as- ¿Acaso no
sabes que para una madre no hay hijo feo?

El coyot e asint ió pensando t al vez en sus propios hijos. Luego coment ó:


-Creo t ambién que para un buen padre sus hijos son bellos, pero no hay que cegarse.

Y dándole condolencias a Doña Zorra, el coyot e se alejó como filosofando.

Afligidísima, Doña Zorra se regañó a sí misma y concluyó diciendo:

-También una buena madre no debe descuidar a sus hijit os ni abandonarlos.

EL COYOTE Y EL PERRO VIEJO

    No bien anduvo el coyot e unos cuant os mont es, cuando miró desde lo alt o de uno de ellos, una
hermosa magueyera que se ext endía por un pequeño y bien arbolado llano. Con el hambre y la sed
que t raía, ya se le habían olvidado los abundant es razonamient os que la desgracia de Doña Zorra,
le había hecho pensar.

    Así que bajó hast a un manant ial cercano del que brot aba una agua t an crist alina y fresca como
era normal en el Ajusco y bebió hast a sat isfacerse.

    Luego vio hacia muchos lados y olisqueando descubrió, no muy lejos de ahí, a un zopilot e que
devoraba los rest os de un conejit o muert o.

    El coyot e se puso list o y ast ut ament e se deslizó hast a donde se encont raba el negro
animalejo y de un salt o lo at rapó y le sirvió de est upendo manjar.

    Después de reposar un buen rat o, de seguro para lograr una digest ión eficaz, se lanzó a vagar
nuevament e y muy despreocupado.

    Así llegó hast a las magueyeras y cont ent o se paseaba ent re ellas como si quisiera encont rar
en algunos de aquellos enormes magueyes un poco de aguamiel.

    De pront o vio a un pobre perro viejo que se encont raba echado al lado de uno de ellos y
dirigiéndose muy confiadament e hacia él, le dijo:
     -¿Qué est ás haciendo primit o?

    El perro viejo abrió los ojos pesadament e, pues dormit aba, y le respondió al coyot e:

    -Pus ya ves, aquí nomas, calent ándome un poco. En mi casa no me quieren ver más. Ya sabes
que cuando uno es muchacho, lo agasajan y lo chiquean, pero cuando ya se est á viejo, como yo, ni
caso le hacen a uno.
    El coyot e se compadeció de su primo domest icado y pensó para sí:

     -Yo por eso no me dejo de est os ingrat os hombres. Mira el pago que dan después de t an
buenos servicios. Prefiero la libert ad, a est ar al servicio de alguien que no nos valora. Enseguida
dijo en voz alt a al ver que el pobre perro viejo se le quedaba last imerament e mirando:

     -Oye, ¿hay guajolot es en t u casa?

     -Sí.- dijo el perro- ¡Y muy gordos!

     -Pues ent onces t engo un plan para ayudart e y lograr que t e vuelvan a acept ar esos
malnacidos de t us pat rones.

     -¿Y cuál es?- Murmuró con ciert o int erés desganado el perro viejo.

     -Mañana, cuando no haya ningún perro, pues t odos se habrán ido a acompañar a sus amos a
recoger aguamiel, yo iré y me robaré un guajolot e. Tú t e acuest as junt o al gallinero y cuando oigan
el escándalo que se arma, saldrán a ver lo que sucede. Las mujeres t e grit arán para que me
muerdas. Ent onces t ú ladrarás y morderás mi cola. Yo solt aré el guajolot e y ya verás como t e
querrán después.

    El perro viejo se puso muy cont ent o y se despidió feliz de su primit o para efect uar lo acordado.

    Así anocheció y al día siguient e, en cuant o el coyot e est uvo seguro de que los hombres y sus
perros se habían marchado, luego de est ar espiando un buen rat o, llegó a la casa de los amos del
perro viejo y se int rodujo en el corral. De inmediat o se met ió al gallinero y sacó el mejor guajolot e
que lo miraba at errado y como diciéndole:

     -¿Por qué me escogió a mi, señor coyot e?- Y dando rienda suelt a a sus alet eos y a sus
glogloglot eant es grit os, las mujeres que habían quedado, salieron alarmadas:

     -¡Un coyot e! ¡Un coyot e! ¡Ea, perros! ¡perros! ¡Cant arino! ¡Muchachuelo! ¡Ladrador! ¡Cenicient o!
¡At aquen al coyot e!

    Sin embargo, era más el escándalo que producían sus voces que la aparición de los canes.
Ninguno de los nombrados se hallaba present e.

    Aprovechando ese moment o, el perro viejo salió ladrando cual si est uviera en sus mejores
t iempos de joven. Y siguió al coyot e que hipócrit ament e parecía huir.

    Llegando hast a él, puest o que se dejó alcanzar y sin que se not ara, le agarró la cola, hizo que se
la mordía y ent onces el coyot e, su bondadoso primo, solt ó al guajolot e. Las mujeres quedaron
sorprendidas y cuando fue recuperado el gordo glogloglot eant e, que t emblaba de sust o, se
deshicieron en elogios y caricias para el perro viejo:

     -¡Qué bien t e port ast e viejit o!

     -¡Dale un buen t rozo de carne!

     -Y yo que pensé que ya no servía p'a nada.

     Lógico es pensar que el perro viejo no cabía de gust o en la cocina donde saboreaba una
sabrosa cost illa.

    Cuando los hombres regresaron con los perros jóvenes al at ardecer, las mujeres de casa les
cont aron lo sucedido y t odos le dieron sus palmadit as al héroe.

     -¡Bravo, bravo!- Le decían.

    Desde ent onces cambiaron con él. El perro viejo era el primero al que le daban de comer y
cuando no aparecía, sus propios amos lo iban a buscar y lo t raían cargando.

    Días después, el perro viejo fue hast a los magueyes para ver si se encont raba con su primo el
coyot e. No t ardó mucho en verlo. Y es que el ast ut o por ahí rondaba con el propósit o de saber lo
acont ecido con su primo perro.

    Cuando el coyot e lo vio, le dijo:

    -¿Qué t al t e fue, buen primit o?

    -A lo que el perro viejo cont est ó:

    -Muy bien, porque desde ese día hast a me buscan y me ruegan.

    Ent onces el perro viejo le hizo una invit ación al coyot e:

    -Te invit o a mi casa. Va a haber mañana una fiest a muy bonit a. Irás a comer mole. Van a mat ar
un puerco de mont e para hacer t amales y a los guajolot es que quedaron. Ándale, ven.

    -¿Y si me descubren t us pat rones? No la voy a pasar muy bien.- Reflexionó el coyot e.

    -No t e preocupes.- Prosiguió el perro viejo. -Tan dist raídos est arán con su mit ot e que ni cuent a
se darán.

    -Bueno. Ent onces nos veremos allá mañana.- Terminó el primit o y cont ent o se despidió del
perro viejo.

    Al ot ro día, ya como a las horas en que est aban en el baile t odos los amigos y familiares de los
pat rones del perro viejo, llegó el coyot e muy discret ament e por at rás del corral y sin hacer ruido
ni espant ar a los pocos animales que habían quedado, se deslizó hast a donde el perro viejo lo
est aba esperando:

     -¡Qué bien que llegast e primit o coyot e!- Exclamó muy cont ent o el perro viejo. -Est oy muy
complacido en que hayas decidido venir. Verás que sabrosa comelit ona t e vas a dar.

     -Gracias primit o. Huele muy sabroso la cocina.- Coment ó el coyot e.

     -Pues ándale primit o coyot e, ent ra a comer. Ahorit a mis pat rones est án bailando allá, en el gran
pat io. Asómat e conmigo y los verás para que t e sient as más seguro.

    Y en diciendo est o, el coyot e y el perro viejo se asomaron cuidadosament e.

     -¿Ya ves? No hay peligro. -Confirmó el perro. -Vamos, vamos.- Convencido respondió el coyot e
al mismo t iempo que emprendía una carrerit a rumbo a la cocina. Apenas llegaron y ent raron en
ella, el perro viejo dijo señalando:

     -Mira. Aquí en el brasero hay mole; allí sopa; allá frijoles guisados. A ver, ¿cuál quieres comer?
Mira. Acá est án colgados unos pedazos de carne de puerco mont és. Escoge lo que t ú quieras
comer, mient ras yo voy a ver a mis pat rones. No vayan a venir. Si acaso pasara est o, yo ladraré
para ponert e sobre aviso y t ú, de inmediat o t e echas a correr, y cómo t odos los demás perros
est án amarrados, ya sabes lo que haremos. Como que yo t e corret eo. Tú escapas y mañana nos
vemos donde siempre para llevart e un t aquit o recalent ado de la comida que no hubieras podido
probar. ¿Est ás de acuerdo?

     -¡Claro primit o perro! Ya se me cae la baba de ant ojo. Comenzaré por el mole con esa piernot a
de guajolot e y luego por la carne de puerco...- Respondió ent usiasmado el coyot e.

     -¡Ah, se me olvidaba! Ahí est á el aguamiel. Si quieres, la t omas, pero acuérdat e que no mucha,
para que no vayas a perder agilidad en caso de una corrida. Te puedes emborrachar.- Prosiguió el
perro viejo casi en la puert a de la cocina. Luego desapareció y el coyot e dio rienda suelt a a sus
filosos colmillos.
    Y el coyot e, ya que comió el muslo del guajolot e con mole, lo sint ió muy picoso y se acordó del
aguamiel, esa agua ferment ada de los magueyes que hoy le llaman pulque.

    Se acercó hast a la t inaja que la cont enía y comenzó a beber apresuradament e, pues sent ía que
su hocico se incendiaba:
     -¡Ah, ah! ¡Me quema! ¡Me quema!- Mas luego de probar el aguamiel, se le calmó el ardor y t ant o
le gust ó el pulquit o que t omó ot ro poco, y ot ro poquit o, y ot ro poquit o nomás.

    Cuando sint ió, el coyot e est aba t an borracho que no podía sost enerse en pie. En ese inst ant e
regresó el perro viejo y le dijo:

     -¿Ya comist e, primit o?

     -Sí, primit o perro, ya comí muy bien. -Respondió muy sonrient e. -Y me eché mi pulquit o que
est aba resabroso. Hast a me dan ganas de cant ar.

    -¡No, hermanit o coyot e!- Int errumpió alarmado el perro viejo. -¡No se t e ocurra ent onar t us
preciosos aullidos en est e moment o, porque podría ser fat al para t i!

     -No t e preocupes primit o. Ya est oy alegre y qué... Tot al, una cant adit a puede divert irnos.

     -No, primit o coyot e. Si t e oyen mis pat rones t e pueden venir a mat ar.

     -Yo cant o.- Desobedient e el coyot e comenzó su conciert o de aullidos.

     -No cant es.- Más asust ado prosiguió el perro viejo.

     -Yo cant o, pues ya me anda de gust o. Ya se me subió el pulquit o a la cabeza y no me import a


nada ¡Y que viva el aguamiel y después que viva yo! Échat e un pulquit o conmigo, primit o perro...
¡Hip!
    Y el coyot e al est ar borracho, principió a cant ar y al oír los pat rones del perro viejo que el
coyot e est aba cant ando en la cocina, dejaron el baile y echando mano de palos, piedras, macanas
y flechas se dirigieron hacia donde est aba el cant or empulcado. Y t odos grit aban:

     -¡No dejen escapar al coyot e! Est á en la cocina. ¡Mát enlo!

    Cuando el perro viejo vio que sus pat rones y sus amigos ent raban a la cocina, empezó a
ladrarles en defensa de su primit o coyot e, pero los hombres y las mujeres creyeron que le ladraba
al animal borracho.

    Y como ya había anochecido, con t eas alumbrando, buscaron por los rincones de la cocina y
descubrieron al coyot e.

    Est e no pudo hacer nada, pues t ambaleant e, apenas se levant aba, caía. El perro viejo ladraba
mirándolo compadecido: -¡Te lo dije primit o!

Mas ent re t oda la gent e lo apalearon y t ant as piedras le arrojaron, que al final lo dejaron muert o.
Los pat rones y sus amigos acariciaron nuevament e al perro viejo y amarrando al coyot e de las
pat as, lo colgaron de unas varas y lo dejaron en una barranca cercana, con el propósit o de que al
ot ro día habrían de pasearlo por la comarca.

    El perro viejo se sint ió muy apesadumbrado por haber perdido a su primit o el coyot e que había
sido t an amigo. Luego bajó hast a la barranca donde colgaba el coyot e y allí lloro por él. ¡Qué
last imeros eran sus aullidos! Ahí est uvo un rat o como acompañando a su primo el coyot e y luego,
con sus pausados y cansados pasos, regreso a la casa de sus pat rones.

    En el camino iba pensando:


    -¡Lo que hace la borrachera! ¡No es nada buena! Hast a los más int eligent es y nobles se acaban
cuando se emborrachan.

    Y así eran los cuent os que nuest ros abuelos y bisabuelos y t at arabuelos azt ecas y más allá de
ellos, les narraban cuando eran niños. Cómo aquél llamado:

El t lacuache vanidoso,

o ése de
El t ecolot e y el ocelot e,
o aquél de
El gat o mont és y el zorrillo,

o el de
El conejo y la mazorca

y muchos más.

    Y cuando ya anochecía, los niños que habían escuchado a los sabios abuelos, se iban a dormir
como t odos los niños de cualquier part e, recordando en sus fant asías, las avent uras de los
animalit os de ANAHUAC: est os lugares que ahora se llaman México.

    Ent onces los ancianos que les narraban con t ant o cariño a los pequeños sus relat os
maravillosos, se levant aban y encomendándose a IPALNEMOHUANI, aquello por lo cual t odos
exist imos, TEOTL, la energía creadora. OMETEOTL, la dualidad que da vida, TONACAYOTL,
TONANTZIN-NONANTZIN, daban gracias por haber cumplido la palabra florida, la palabra guía, y
haber enseñado a los niños de su t iempo la razón por la cual los seres humanos verdaderos, los de
gran memoria, de gran fuerza creat iva y enorme volunt ad, no debían comport arse como los
animales.

CUENTOS DEL ANTIGUO ANÁHUAC II

    Hubo una vez un gran sabio llamado CUAUHTLATOATZIN en la época de nuest ros abuelos
azt ecas.
    Como conocía t ant as hist orias fascinant es y encant adoras era el más venerado narrador de
cuent os. Tenía la brillant ez del águila en los alt os vuelos de su fant asía y por eso se llamaba así:

CUAUHTLATOATZIN

    Muchos jóvenes que est udiaban en el CALMECAC, la escuela donde t odos se unen para
medit ar y crear, como amarrados disciplinadament e por un mecat e, lo t enían por maest ro, puest o
que desde niños lo habían escuchado hablar t an admirablement e que a pesar de haber crecido,
aún solían acudir en sus horas libres a escucharlo en el CUICACALLI, la casa de los cant os y los
cuent os.

    Y no se diga los niños, quienes fascinados con sus relat os no dejaban pasar una sola t arde,
después de las horas de sus juegos, sin present arse ant e el sabio narrador, el TLAQUETZQUI, que
los maravillaba con t ant a imaginación.

    Y es que al hablar, decía las cosas con gracia y donaire, con palabras gust osas y alegres. Su
manera de expresarse era cuidadosa y sencilla y de t odo su discurso se ext raían consejos
abundant es y profundos para conducirse alborozado por la vida en una fecunda y creadora
amist ad con quienes uno habit aba en la vecindad llamada ent onces CALPULLI, la gran casa de
t odos.

    CUAUHTLATOATZIN era un verdadero art ist a cuyos labios parecían dar flores de belleza,
sabiduría y amist ad.
    Y así comenzó ciert a vez est e relat o que sigue:

EL TLACUACHE VANIDOSO

    Sin duda que alguna vez ent re sus t ravesuras por el campo se han de haber t opado con un
t lacuache. ¿O no es así? Menudo sust o llevaron cuando vieron a ese animal que parece una
enorme rat a y que mira con ojos asust adísimos, o un zorrillo, aunque no t an apest oso, pero que de
t odos modos huele muy mal.

    Est e animalejo es muy ast ut o y siempre que se ve irremediablement e perdido, finge est ar
muert o y cuando menos se lo espera uno, salt a a t oda velocidad y huye, o da unos mordiscos t an
fuert es que quien se descuida puede perder hast a los dedos o un buen t rozo de su carne.

    Los t lacuaches se comen a los guajolot es y a sus pipilit os y hacen muchos est ragos en los
corrales. Las hembras guardan en una bolsa que t ienen en el vient re a sus t lacuachit os y es por
eso que su piel se ve arrugada y produce un aspect o desagradable.

    Los t lacuaches t ienen la cabeza pequeña y sin pelos, el hocico alargado y sus orejas son t an
blandas y t an delgadas que parecen t ransparent es. Su cuerpo da la impresión de est ar siempre
sucio y cubiert o de lodo, y luego con esa larga cola redonda t an parda en su ext ensión y t an
negra al final, result a hast a ciert o punt o, repulsivo.

    Y dicen que "sube a los árboles con increíble velocidad. Est áse mucho t iempo escondido en
cuevas. Come aves domést icas que suele degollar como las zorras, y t ambién comadrejas, de las
cuales sólo bebe la sangre."

    Pues bien, hubo en un bosque cercano uno de est os curiosos animalit os, en aquellas épocas
cuando aún se ent endían ent re sí t odas las best ias de est as t ierras, pues era realment e un
imperio de animales.
    ¡Vivían como animales, hablaban como animales y se comport aban como unos verdaderos
animales!
    En unas cuant as palabras, lo único que exist ía era la animalidad.

    Ni esperanzas había aún de las creaciones humanas.

    En fin, sucedió que en ciert o año hubo una sequía t an t remenda que los lagos se secaron, los
ríos y los arroyos no corrieron más y hast a los manant iales se habían t apado.

    ¡Imagínense la sed!
    Y como al sol le import aba un bledo si despedía mucho calor o no; él seguía su curso t an
cont ent o a t ravés del espacio infinit o sin darse cuent a siquiera de los sofocones que producía en
la animalidad t errena.

    Y luego ni las int répidas nubes osaban at ravesar el cielo para at ajar un poco los rayos del gran
ast ro indiferent e.

    Así que los pobres guajolot es ext endían sus alas a más no poder y abrían los picos
desmesuradament e para no ahogarse.

    Los ocelot es se t iraban cuan largos eran debajo de los resecos arbust os y los osos no querían
salir de sus cuevas. Las lagart ijas, t an gust osas del sol, ya no hacían sus ejercicios
acost umbrados sobre las piedras del mont e ni las serpient es de cascabel hacían bailar a la
colect ividad con el rit mo de su cola bullanguera.

    Las mariposas de mil colores parecían hojas de árboles marchit os por el ot oño que
desfallecidas caían como mareadas por el caluroso bochorno.

    Hart os pues, de t ant a sequía, de t ant o desear agua y sufrir el calorón, se reunió t oda la
animalidad de aquellos llanos y sierras en un claro del bosque cercano que sucumbía de
marchit ez y ent onces decidieron que para remediar su sit uación debía seleccionarse a alguno de
ellos con el propósit o de pedir que TLALOCTLI cayera.

    -¡Queremos lluvia!- Así con est as palabras, algunos propusieron que fuera el ocelot e, pues con
su hábilment e silenciosa manera de caminar, se desplazaría por la noche hast a lo más alt o de los
mont es sin que los t raviesos TLALOQUES, el ejércit o bailarín de TLALOCTLI, las móviles got as,
le impidieran llegar hast a el señor de las lluvias.

    Ot ros propusieron que mejor fuera el mono araña, porque con su pequeñez y su agilidad
t repadora llegaría en un decir TEZCATLIPOCA, a t ravés de ramajes y lianas, hast a donde
TLALOCTLI lo escucharía.

    Sin embargo, luego de oír muchas propuest as, discut irlas y desecharlas, la asamblea animal no
se podía poner de acuerdo.

    Y así est aba: Que el lagart o, que el perro de mont e, que el gat o mont és, que el jabalí, que el
ajolot e, que el águila, que la t uza, que el zincoat e, en fin, sin que se le diera remat e al asunt o, pues
nadie acept aba.
    En eso se encont raban, cuando aburrido el t lacuache de t ant a discusión, grit ó:

    -¡Bast a! Parece ser que son t odos unos cobardes que no se at reven a efect uar una misión t an
sencilla como subir a cualquier cerro y pedirle a TLALOCTLI que acabe con est e t iempo t an
seco.
    Y admirados por la valent ía del t lacuache, t odos se deshicieron en aullidos, maullidos,
gloglot eos, chirridos, t rinos, rebuznos, cot orreos, cacareos, mugidos, berridos y demás lenguajes
de la animalidad coment ando elogiosament e la fut ura hazaña.

    Ent onces los animales reunidos const ruyeron con finas maderas de ocot e y pencas de maguey
una sunt uosa silla para llevar en andas al t lacuache, int ercesor de las lluvias.

    El t lacuache ant e la admiración de la animalidad subió elegant ement e a su casi t rono y de
pront o su humilde figura, un poco repulsiva, se t ransformó en la imagen clara de la vanidad.

    Se sent ía un dios adorado por t odos y capaz de ordenar a sus súbdit os la sat isfacción de los
más t ont os caprichos:

    -Quiero una vara de membrillo que sirva como cet ro para mi poder.- Fanfarroneó ant e el águila
que de inmediat o voló hacia el cerro y se la t rajo.

    Luego el vanidoso t lacuache precisó:

    -Ahora quiero una guirnalda de amapolas para ut ilizarla sobre mi cabecit a como t iara en señal de
mi dignidad.
    La t uza fue corriendo por las flores adecuadas y junt o con doña t aránt ula le t ejieron el objet o
de su deseo.
    -Pero est o no bast a para mi sacrificio.- Cont inuó pedant ement e. -Exijo una capa de bellos
plumajes.
    Ent onces los quet zales se quit aron algunas de sus plumas y ayudados por las mariposas
cumplieron sus exigencias.

    -¿Y a poco creen que iré descalzo a hacer la pet ición que quieren? Necesit o unos cacles de
hueso, adornados con cascabeles. La víbora de cascabel y su familia se quit aron el final de sus
colas y aderezaron los cacles que los armadillos con sus caparazones ya le habían hecho.

    ¡Se veían t an ext raños la serpient e de cascabel, sin cascabel, y el armadillo, sin su armazón!
¡Parecía que est aban desnudos!

    Cuando el t lacuache vanidoso los miró, descaradament e se carcajeó de ellos y exclamó burlón:

    -No cabe duda que en mí lucen mejor sus adornos.


    Después de que la asociación de animales había cumplido t odos los gust os del t lacuache, ést e
concluyó:

    -La hora ha llegado de subir al mont e. Allí el corazón de los bosques y los cerros me escuchará,
pero cuidado con hacer algún coment ario que no me agrade, porque ent onces ya no haré lo que
quieren. Y ahí arréglenselas como puedan. ¿Ent endido?

    La animalidad ent era le respondió asust ada:

     -Sí, t lacuachit o dios, int ercede por nosot ros.

     -Sí, elegido de las mayorías, ruega por nosot ros.

     -Sí, rey omnipot ent e, hazlo por nosot ros.

    Al oír aquellos coros, el t lacuache se puso más vanidoso y pidió que levant aran su silla e
iniciaran la procesión.

     -Y si desean que est a comisión la realice muy cont ent o, no callen sus let anías. Me agradan
bast ant e y me sat isfacen.- Prosiguió diciendo el engreído t lacuache.

    Y por supuest o que est as act it udes no dejaron de molest ar a algunos, sobre t odo al zorro
humorist a que esperaba el moment o adecuado para bajarle los humos al vanidoso. Mient ras
t ant o, la animalidad iba por los campos rumbo al mont e repit iendo sus preces con devot a
monot onía:

    -¿Dios t lacuachit o!
    -Ayúdanos.

    -¡Orejit as de peluche!

    -Prot égenos.

    -¡Pelit o de t erciopelo!

    -Ampáranos.

    -¡Hociquit o de ámbar!

    -Cuídanos.
    -¡Manit as de seda!
    -Guíanos.
    A t odo lo cual cont est aba cada vez el t lacuache, halagado en su vanidad y crecido en su
pedant ería:
    -¡Bueno, bueno, bueno! Se los concedo, se los concedo.
    Y así t ranscurrió el t iempo en medio de alabanzas y elogios, hast a que agot ada la enumeración
de sus cualidades para que int ercediese ant e TLALOCTLI y lloviera, ocurriósele al ast ut o zorro
burlón grit ar con voz gangosa:

    -¡Colit a pelada!
    Oír aquel denuest o el t lacuache y salt ar al suelo, fue t odo uno. Furioso ant e aquella
exclamación, erizó el hocico, encrespó el lomo y huyendo a la mont aña volvió la cabeza y gruñó
encolerizado:
    -¡Ahora le voy a pedir a TLALOCTLI que no llueva para cast igar sus at revimient os con el
represent ant e de él sobre la t ierra. ¡Insult arme de t al manera! ¡Insólit o! ¡Cuándo se ha vist o que
los embajadores t ienen la cola pelada?

    Y apenas había dicho est o cuando se solt ó un aguacero t an, pero t an fuert e, que parecía
venirse abajo el cielo.

    Los animales se alegraron y de gust o salt aban por aquí y por allá. El t lacuache al ver aquello, se
emberrinchó t ant o que no se dio cuent a de una piedra floja que había en la ladera por donde iba
subiendo y t ropezó. Desde ahí cayó hast a dar con un charco y quedar complet ament e enlodada
su grandeza.

    La animalidad se rió de él y el vanidoso no t uvo más remedio que exclamar:

    -¡Bola de animales! No saben valorar el sacrificio que significa represent arlos.

EL OCELOTE BURLADO.

    Recién había t erminado de llover y el t lacuache vanidoso se secaba la humedad y se quit aba el
lodo que lo cubría, cuando de pront o vio pasar al t igre ocelot e que se dirigía, como a escondidas,
hacia la cumbre del mont e de TLALOCTLI.

     -¿Y ést e a donde irá?- Pensó el t lacuache muy int rigado por la conduct a del ocelot e.

    Así que det erminó seguirlo para saber hacia dónde se encaminaba con t ant o mist erio.

    Y cuál no sería la sorpresa del t lacuachit o, ahora humilde y escarment ado, al escuchar que el
ocelot e decía frent e a una enorme cueva:

     -Padre TLALOCTLI, vengo a que me des licencia para comerme a t us hijos. Se me ant ojan los
guajolot es y los pat os y las garzas y los zopilot es y los jabalíes y los coyot es y... sobre t odos, los
t lacuaches.
    Los ojos que abrió el curioso t lacuachit o fueron como para salírsele. Su corazón le ret umbó y
t odo su cuerpo principió a t emblarle.

    La voz de TLALOCTLI surgida de lo más hondo de aquella caverna respondió al ocelot e:

     -Tu pet ición será concedida, siempre y cuando ayunes como sacrificio previo.

     -Así lo haré, padrecit o TLALOCTLI.- dijo como para abreviar y recibir más rápido la donación.

     -Pues ahora márchat e a cumplir t u promesa, pero recuerda que no debes falt ar a ella.- Terminó
TLALOCTLI su perorat a.

    Cont ent o el ocelot e ant e t an fácil compromiso, se ret iró inmediat ament e de ahí con paso
firme y seguro.

    Ni qué decir que el t lacuachit o se encont raba asust adísimo ant e la fut ura concesión ot orgada
al ocelot e, famoso por ser t raidor y verdaderament e una fiera. Toda la animalidad iba a
est remecerse cuando supiera esa not icia. Y ya se disponía a emprender la carrera informat iva
para poner sobre aviso a la comunidad best ial y ver la forma de prot egerse, cuando resonando en
la oquedad de la caverna, se escuchó la voz de TLALOCTLI que lo llamaba:

     -Tlacuache que un zorro t e quit ó lo vanidoso, veo que has escarment ado y en premio t e voy a
conceder un privilegio: Vas a ser muy ast ut o.

    Sorprendido y t rémulo, el t lacuachit o se acercó a la cueva y quedó a la expect at iva:

     -Ese ocelot e t raidor y asesino no debe cumplir con la promesa del ayuno y t ú vas a ser el que
lo hará perder.-Dijo TLALOCTLI muy convincent e. Luego prosiguió ant e el asombro del rost ro del
t lacuache que parecía exclamar:

     -Vas a ir a encont rarlo al magueyal y lo invit arás a beber un poquit o de aguamiel. Tú debes
ingeniart e para lograr que él acept e. ¿Ent endido?

     -¡Y si me quiere comer?

     -No lo hará. Es más fácil que lo hagas t omar aguamiel que él se anime a t ragart e.- Terminó de
aclarar el señor de las lluvias, el corazón del mont e.

    Ent onces el t lacuache, un poco más confiado, fue a buscar al ocelot e y no t ardó mucho en
encont rarlo echado en medio de dos grandes magueyes que le at ajaban el sol.

     -¿Cómo t e va hermanit o ocelot e?- Taimadament e int errogó el t lacuache.

     -Bien, gracias.- Le cont est ó el ayunador.

     -Hace calor, ¿Gust as un poco de aguamiel?- Pregunt ó nuevament e el t lacuache, a lo que el


ocelot e respondió:

     -No, porque ayuno y promet í a TLALOCTLI no falt ar a est a penit encia. Así el me va a
recompensar muy sabrosament e.- Dijo el ocelot e mient ras se limpiaba el hocico con la lengua,
como insinuándole al t lacuache que ya disfrut aría post eriorment e del exvanidoso. Est e t ragó
saliva y cont inuó el convencimient o:

     -Nada t e hará. Al cont rario sólo beberemos un poquit o.

     -No, porque TLALOCTLI puede verme y ya no me dará aut orización para comerme t oda la
animalidad que yo quiera. Int erpuso el ocelot e.

     -¿Y cómo t e va a ver?- Insist ió el t lacuache.- Yo t e limpiaré la bocot a.

    Ent onces el t lacuachit o fue a dest apar el maguey y al quit arle una de sus pencas, brot ó el
aguamiel.
     -Ven aquí, hermanit o ocelot e, bebe. No t e preocupes. ¡Tú que le crees a TLALOCTLI!- expresó
el t lacuache.
    El ocelot e se agachó sobre el cuenco del maguey para beber el aguamiel y en cuant o lo hubo
hecho, se ret iró y llamó al t lacuache para que fuese a disfrut ar t ambién del exquisit o brebaje.

    El exvanidoso no se hizo del rogar, bebió e inmediat ament e le dijo al ocelot e:

     -Ven, hermanit o ocelot e, voy a limpiart e el hocicot e.

    Y el ocelot e se acercó al t lacuache muy confiadament e, mient ras ést e fingía hacerle la
limpieza dent al, sin embargo, el t lacuache lo embarraba con fibras de maguey sin que lo
sospechara el grandullón.

    El ocelot e miro al cielo y vio que el sol había t ranscurrido la mit ad de su recorrido, con lo cual
se dio cuent a de que ya era hora de romper el ayuno y asist ir nuevament e con TLALOCTLI para
que el señor de la lluvia se lo aut orizara.

    El t lacuache se despidió del ocelot e y se fue con precaución, t al cual si t emiera un at aque
imprevist o.

    No obst ant e, el ocelot e se dirigió al mont e para pedir la concesión ofrecida.
    Según él, el ayuno se había cumplido y TLALOCTLI no se percat aría del engaño, pues el buen
amigo t lacuache se había encargado de borrar las huellas del agua miel t omada.

    Y es que el pobre ocelot e ignoraba la t ramposa est rat egia en la que había caído.

    Así que, apenas llegó a la ent rada de la caverna, exclamó:

     -Oh, señor TLALOCTLI, aquí est oy para recibir t us favores.- A lo cual respondió el señor de las
lluvias y las got as:
     -¿Ayunast e?
     -Sí, señor.

     -Veamos... ¡Abre la bocot a!

    Y el ocelot e abrió lo más que pudo el t remendo hocico y most ró los colmillos filosos y su
dent adura brut al.

     -Est á sucia por las fibras de maguey. De seguro has t omado aguamiel.- Vociferó TLALOCTLI.
Luego cont inuó ant e la sorpresa de descubrir la ast ucia del t lacuache para hacerlo romper la
promesa y no obt ener el don pedido.

     -¡Tú no ayunast e! Y como falt ast e a t u palabra, ya no t e daré a mis hijit os para que fácilment e
t e los comas. Ahora t odos huirán de t i y t ú t endrás que esforzart e para darles alcance. Sólo t e
doy licencia para que devores a los que se dejen y no podrás ent rar en las casas. Días y días habrá
en que no t engas qué comer. Así t endrás que ayunar muchas veces, aunque no lo desees.

    Impresionado el ocelot e por esas palabras t erribles, rugió desesperadament e y se fue llorando.

    En el camino sólo iba t ramando vengarse del condenado t lacuache que lo había hecho falt ar a
su promesa de ayuno.

    Ya se lo encont raría y vería lo que significaban los enormes colmillos que adornaban el hocico
del carnicero:

     -¡Me las pagará!- Trémulo refunfuñó.

    Y espumando por la boca su enojo, de pront o vio al t lacuache que dormit aba a la ent rada del
agujero donde el exvanidoso vivía.

     -¡Ha llegado el moment o de mi venganza!- Pensó dirigiéndose hacia el dormilón.

    Por buena suert e, el t lacuache alcanzó a oir un ruido que hizo el ocelot e, abrió los ojos
asust ado y se alist ó para la carrera.

     -¿Cómo est ás t lacuachit o?- Disimulando su rabia, saludó el ocelot e.

     -Bien, gracias, ocelot it o.

     -Pues pront o ya no est arás bien. Voy a comert e.-Aseveró el carnívoro.- ¿Por qué t e burlast e
de mí? Por t u culpa no ayuné y no me dieron permiso de comerme a t odos los que yo quisiera. Por
eso ahora t e voy a comer a t i. Tú vas a ser mi comida favorit a.

     -¿Te refieres a mí?- Dijo como si fuera un dechado de inocencia.- Me has de est ar
confundiendo. Yo no soy el t lacuache al que t ú aludes. Es que somos t ant os y t an parecidos.-
Cont inuó hipócrit ament e ant e el asombro del ocelot e.- Ya ves que hay t lacuachit o de las t unas;
t lacuachit o del pirú; t lacuachit o del aguamiel; t lacuachit o de las rocas...

    Dudoso, el ocelot e dijo:


     -Pues si no eres t ú, ent onces t e invit o a pasear.

     -Vamos por donde est á el barranco.- Se adelant ó a sugerir el t lacuache burlón.

     -Pues vamos.- Acept ó el ocelot e y cuando llegaron al lugar cit ado, el t lacuachit o dijo:

     -¡Cuidado! Esa roca se puede caer encima de t i, hermanit o ocelot e.

     El carnicero la vio y pegó un salt o.

     -Det enla mejor.- Prosiguió el t lacuache.- Agárrala de allí, mient ras voy por auxilio. Si cae esa
roca, puede caerse t odo el cerro. Luego t e vendremos a ayudar. Cuidado y la dejes de sost ener...

    Y rápido, cual colibrí, se fue sonriendo el t lacuachit o, mient ras el ocelot e se ponía a det ener la
enorme peña.
    Así t ranscurrió un rat o y el t lacuache no volvía con la ayuda promet ida.

    Cansado el ocelot e, dejó de det ener la gran roca y se echó a correr para que no le alcanzara el
supuest o fut uro derrumbe.

    Llegado a una dist ancia convenient e, se det uvo para ver la cat ást rofe, pero nada sucedía:

     -¡Condenado t lacuache! Se ha vuelt o a burlar de mí. Ahora sí no voy a perdonarlo la próxima vez
que lo encuent re.

    Y en efect o, a los pocos días, el ocelot e burlado se t opó en el camino con el t lacuache y se
arrojó furioso sobre el desprevenido burlador:

     -No soy, yo! ¡No soy, yo!- Grit aba el exvanidoso. Recuerda hermanit o ocelot e que los
t lacuaches somos t odos idént icos. Me est ás confundiendo con el t lacuachit o del pirú, o con el
del t unal o con el del aguamiel.
    Ant e est as razones, el ocelot e dejó a su presa, mient ras el t lacuache le decía:

     -¡Ay hermanit o ocelot e! por poco y no me das t iempo a comunicart e una not icia.

     -¡Cuál not icia?


     -Pront o va a llover piedras y debemos poner nuest ras casas sobre los nopales. Perdóname
que t e deje, pero t engo que apresurarme a hacerlo. Hazlo t ú t ambién.

    En cuant o el t lacuache desapareció, el obedient e ocelot e puso su casa de zacat e sobre la
nopalera y se t repó para gozar un poco de la vist a y dormit ar un poco.

    De pront o sint ió que llovían piedras y se puso a t emblar, hast a que descubrió que el malvado
t lacuache era quien las arrojaba.

    Fuera de sí, muy enojado, descendió del nopal exclamando:

     -Ahora sí deveras voy a t ragart e. Me has bajado a pedradas y eso nunca t e lo perdonaré. ¿Qué
crees que soy t ont o?

     -¡Ay, hermanit o ocelot e! ¿Pues no por eso t e dije que hicieras t u casa, porque pront o iba a
llover piedras?

     -Ahora no t e perdono. Voy a comert e inmediat ament e. Gruñendo ent re horrendos gest os
amenazó el ocelot e.

    Como ahora si la vio difícil, el t lacuache int ent ó huir nuevament e, pero el ocelot e le impidió el
paso.
    -¡No! ¡No! Ahora no t e irás. Voy a comert e.

    Calmando su nerviosismo, el t lacuache ast ut ament e int errumpió los gruñidos de su enemigo
brut al y haciendo una voz quebrada de t rist eza, le dijo:

    -¡Ay, hermanit o ocelot e! Mira, si me has de comer, déjame siquiera que bailando me despida de
la t ierra.

    Y sin que el ocelot e pudiera evit arlo, el t lacuachit o list o comenzó a bailar y bailar y bailar. Salt ó
por aquí; salt ó por allá; salt ó más allá.

    Y es que el t ont o ocelot e no sospechaba siquiera que el t lacuache salt arín andaba de t al
manera buscando un agujero para escaparse.

    De repent e el t lacuache descubrió el hoyo apropiado y se met ió con t ant a rapidez que el bobo
ocelot e no acert ó a efect uar movimient o alguno que lo impidiera.

    Dent ro del agujero sólo se oía la risa burlona del t lacuache, que no volvió a salir de allí. El
ocelot e, como t odas las best ias de grandes corpazos, no pudo más que medio met er la nariz en
el escondit e del t lacuachit o y gruñir furiosament e.

    Así est uvo esperando que apareciera el burlador hast a que cansado de hacerlo, se fast idió y se
fue mejor de est as t ierras de ANAHUAC a vivir en la selva.

    Así es como la ast ucia y la int eligencia vence a los poderosos.

    Cuando CUAUHTLATOATZIN, el sabio y fant asioso narrador, vio llegada la hora de la


medit ación, se despidió de los niños que lo habían escuchado con t ant a alegría y divert imient o.

    El ent ró al gran TEOCALLI, la casa de la energía creadora, y los niños se fueron a soñar en ot ros
cuent os.

CUENTOS DEL ANTIGUO ANÁHUAC III

    Cuando las madrecit as de PAPÁLOTL t erminaron de arrullarlo, su madre, su abuela, su nana, se


fueron muy t ranquilas a cumplir con sus obligaciones de barrer el TEOCALLI cercano.

    Y ent onces el nene PAPALOTL soñó que CUAUHTLATOATZIN, el sabio narrador de cuent os, le
relat aba uno más:

EL TECOLOTE

Y
EL GATO MONTES.

    La noche se ext endía por t oda la t ierra apaciblement e y sólo en el bosque se escuchaba el
diálogo de los animales noct urnos.
    Los sapos grit aban t an fuert ement e como si est uvieran muriendo de sed y quisieran con sus
croacroacroa at raer la at ención del corazón del mont e, del señor de la lluvia, TLALOCTLI.

    Las cigarras ent onaban su monót ona melodía y parecían compet ir con los zumbidos de los
grillos.
    Los murciélagos volaban en busca de algún sabroso insect o que sirviera de bocadillo para no
pasar t an mala noche.
    Y en est e barullo los brillant es ojos del gat o mont és se miraban como flot ant es en aquella
oscuridad buscando una presa para devorarla.
    El felino se desplazaba con gran caut ela por ent re las ramas de los arbust os en espera de
salt ar sobre una desprevenida víct ima.

    Pero he aquí que no se dio cuent a de que ot ros ojos, más grandes y más lucient es, lo seguían
desde la copa de un alt o árbol.

    Era el t ecolot e que le gust aba espiar a los gat os mont eses para asalt arlos y dejarlos ciegos. Y
no es que fuera un defensor de los pobres que caían vict imados por el felino, sino que le
encant aba echarse sus bocadillos de iris, pupila y cornea.
    Cuando el gat o mont és se encont raba más dist raído, el t ecolot e salt ó de su rama y se
encont ró frent e al sorprendido cazador, cazado.

    Y le dijo:
     -Buenas noches, gat it o mont és. Voy a sacart e los ojit os para t ener una muy buena cena. Así
sin querer, evit aré que t e comas a algún t ont o guajolot e y yo t endré con qué aliment arme.

    Asust ado, el gat o mont és le replicó:

     -¡Qué sust o me dist e t ecolot it o! Sólo t e ruego que me saques solament e un ojo, pues si me
sacas los dos, me harás desgraciado para siempre. Ten piedad de mí y concédeme est a pet ición.

    Ent onces el t ecolot e respondió:

     -Por est a noche t e perdono. Sólo t e sacaré un ojo, pero mañana a est as horas vendré a
apropiarme del ot ro.

    Apesadumbrado, el gat o mont és no t uvo más remedio que perder un ojo, porque con t ant a
oscuridad le era imposible pelear cont ra la abusiva ave de rapiña.

    Cuando el t ecolot e logró su propósit o, le exigió al dejado gat o mont és la dirección de la casa
donde ést e vivía.
    El gat o mont és se la dio, pues sabía que aunque se la ocult ara, los t ecolot es espiaban por
dondequiera y pront o descubrirían en qué agujero habit aba.

    Luego el t ecolot e le int errogó:

     -¿Y cómo t e llamas, gat it o mont és?

     -Mi nombre es Escarment arás. Respondió el felino.

     -¡Curioso nombre el t uyo!- Exclamó el t ecolot e que saboreándose se echó a volar y dejó
t uert o al pobre gat o mont és.

    A la noche siguient e, el t ecolot e se encont raba, a las mismas horas de la ant erior, esperando al
gat o mont és, pero est e no acudió a la cit a.

    Molest o ant e la impunt ualidad de su víct ima, el t ecolot e voló hacia el domicilio que el felino le
había dado.
    Cuando vio que era un agujero por el cual no podía penet rar, a riesgo de caer en una t rampa y
perder, no los ojot es, sino la vida, grit ó a la ent rada del hoyo:

     -¡Escarment arás! ¡Escarment arás! ¡Vengo a que cumplas t u palabra!

    Y desde el int erior de la cuevit a, se oyó la ronca voz del gat o mont és que le decía:

     -Tan escarment ado est oy que ni a hacer del baño salgo.

    El t ecolot e se puso furioso y se dedicó a vigilar el hoyo para ver si el gat it o mont és salía.

    Sin embargo, t odo fue inút il.

    Pront o los primeros rayos del sol hicieron que el t ecolot e huyera de allí para no quedar ciego,
pues sólo de noche veía bien.

    Ent onces el gat it o mont és se asomó, y aunque t uert o, se alegró de su t riunfo.

    Y dicen que desde esa ocasión, a los gat os mont eses no les gust a cazar de noche, sino solo de
día.
    Quien no escarmient a una vez, la segunda demuest ra que es complet ament e menso.

    Y en ot ra casa de TENOCHTITLAN, el nene POPOCATZIN t ambién soñaba con su gran


maest ro narrador de cuent os: CUAUTLATOATZIN.

    Est e le decía sonrient e:


     -Ahora t e voy a cont ar la hist oria de una rana list a que le t omó muy bien el pelo al lat oso
CACOMIZTLE, y así se llama nuest ra narración:

LA RANA Y EL CACOMIZTLE.

    Ciert a vez en uno de los lagos de ANAHUAC vivía una rana feliz.

    En época de sequía cant aba y cant aba. En época de lluvia cant aba y cant aba. En fin, que era
una cant ant e encant adora.

    Pero un día en que henchida de felicidad se aprest aba a lanzar un do de pecho, se le at ragant ó
la voz cuando vio a un CACOMIZTLE que se aproximaba.

    Como afort unadament e la rana se encont raba en el int erior del lago y flot aba sobre un bello
lirio que le servía como decorado a su escenografía de diva, el CACOMIZTLE no le pudo hacer
nada, sino que se det uvo y est uvo un buen rat o escuchándola.

    Has de saber que el CACOMIZTLE es del t amaño de un gat o común, muy parecido al t ejón y a
la comadreja, de color gris, con el vient re blanco y larga cola, esponjada, cuyo pelo va formando
anillos negros y blancos alt ernadament e. Es ast ut o y ágil y se aliment a fundament alment e con
aves de corral. Result a, por t ant o, el t error de los gallineros.
    Pues nuest ro t aimado CACOMIZTLE quiso demost rarle a la rana que si ella era muy buena en
eso de la cant ada, el era mucho mejor en aquello de la corrida.

    Así que le habló y le dijo:


    -Tú cant arás muy bonit o, pero a mí no me ganas a correr.

    La rana, que se había quedado sorprendida ant e t an ext raño ret o, simplement e le cont est ó:

    -No veo por qué me dices t al cosa hermanit o CACOMIZTLE ni qué pret endes demost rar con
t amaña hablada.
    El CACOMIZTLE, envalent onado al verla t an inflada, le propuso:

    -Mira, hermanit a rana. ¿Vamos a echarnos una carrera desde aquí hast a aquel claro del bosque
para ver quién gana?

    -Si t ú quieres, acept o la apuest a.- con firmeza respondió la encant adora cant adora.

    -Vamos, pues.- Prosiguió el CACOMIZTLE.- Sal del agua y prepárat e para correr, si puedes...-
Concluyó despect ivo.

    Humildement e la rana salió del lago y sin sent irse la divina garza, pues no era más que una muy
humana rana, se dispuso a compet ir.

     -A la de t res, corremos.- ordenó el CACOMIZTLE echador.

    Ent onces dio un paso para adelant e y la rana, un brinco.

    Cuando el CACOMIZTLE dijo t res, la rana t ant eó el t amaño de la cola del presumido y de un
salt o se mont ó en ella sin que el CACOMIZTLE lo sint iera y menos lo not ara.

    El mat aguajolot es emprendió la carrerot a e iba haciendo una gran polvareda. Luego que llegó al
lugar convenido, se volt eó para ver por donde venía la rana brincando y como iba t an agit ado por
el enorme esfuerzo realizado, ni siquiera not ó cuando se desmont aba la rana de su cola.

    Así que cuando el CACOMIZTLE hablador se dio cuent a, ya la rana est aba en la met a como si
hubiera llegado ant es.

    -¡Yo gané porque llegué ant es!- grit ó la rana ant e la admiración del CACOMIZTLE que pelaba
unos ojot es sorprendidos y que así había quedado t ant eado.

    Toda la animalidad aplaudió la lección que la hermana rana le había dado al hablador
CACOMIZTLE.

    Y la rana, ent re ovaciones fue llevada en alt o hast a su hogar en el lago, donde sencillament e
prosiguió, como si nada, su cant at a al sol y a la luna, sin dist inción de ast ros, aunque ella era la
est rella.

    Y dicen que algunos animales coment aron:

    -Los echadores nunca se fijan en su cola.

    En ot ro lugar, t ambién CIHUACPILLI, la nena más pequeña de uno de los CALPULLIS de
IZTACALCO, veía en sueños a CUAUHTLATOATZIN que le relat aba la hist oria de

EL ZORRILLO

Y
EL CACOMIZTLE.

    Ciert a vez, por el rumbo de CHAPULTEPEC, un CACOMIZTLE salió al at ardecer con el


propósit o de encont rar por allí algún corral lleno de sabrosos guajolot es.

    Como at ardecía, decidió apresurarse porque ya le andaba de hambre.

    En el camino se encont ró con el perfumado zorrillo que cort ésment e, como corresponde a la
elegancia de su t raje de et iquet a, lo saludó:

    -Buenas t ardes, hermano CACOMIZTLE.

    -Buenas t ardes, hermano zorrillo.- le cont est ó el CACOMIZTLE.

    -¿Hacia dónde t e diriges?- int errogó el zorrillo.

    -Voy a buscar mi cena. ¿Y t ú?

    -Pues yo t ambién, hermanit o CACOMIZTLE. Por aquí dicen que hay una linda huert a en donde
abundan elot it os y calabacit as. Espero darme una muy buena at ragant ada.

     Al oír aquello, el CACOMIZTLE aprovechó la oport unidad para hacer unas indagaciones que le
ahorraran t iempo y pregunt ó:

    -¿Y de casualidad sabes si habrá por ahí t ambién, un corralit o con sabrosos guajolot it os?

    -Sí, hermanit o CACOMIZTLE. Just ament e en el cerro de al lado me han dicho que exist e un
enorme corral.

    -Ent onces vamos por ahí junt os, luego nos separaremos y cada quien irá a buscar su cena. ¿Te
parece bien?-propuso el CACOMIZTLE, lo cual fue acept ado de buena gana por el zorrillo, quien
agregó:

    -Y después nos encont ramos aquí nuevament e para t ener una charlit a de sobremesa. Hay
muchas cosas que quiero plat icart e.

    De acuerdo los dos amigos, llegaron muy cont ent os y opt imist as hast a el sit io donde habrían
de separarse:

    -Que t engas muy buen provecho, hermanit o CACOMIZTLE.- dijo uno.

    -Igualment e, hermanit o zorrillo.-respondió el ot ro y cada quien se dirigió por el rumbo


convenido.

    El CACOMIZTLE se fue rápidament e hast a el corral pensando en que pront o un guajolot it o le
llenaría la panza.
    Con gran caut ela olisqueó hacia t odos lados para cerciorarse de que no había presencia humana
cercana y de inmediat o con gran sagacidad se t repó al árbol donde muchos guajolot es se
aprest aban a dormir y que se ubicaba al cent ro de un gran corral donde t ambién dormit aban
apaciblement e algunos puercos de mont e. Al lado se veía un jacalot e, de seguro habit ado por una
abundant e familia.
    Y sin decir agua va, el CACOMIZTLE se arrojó sobre una de las grandullonas aves, con t an mala
suert e, que la rama se rompió y el escándalo de la guajolot era fue mayúsculo.

    Ni qué decir que al escuchar el alborot o los dueños de los animales salieron armados de
piedras y palos y con gran habilidad le propinaron t al cant idad de golpes al pobre CACOMIZTLE,
que quién sabe cómo, pero ést e logró escapar t odo t ambaleant e y at arant ado.

    Mient ras t ant o, el zorrillo llegaba al huert o saboreándose ya los est upendos bocadillos que
pensaba disfrut ar.

    De igual manera que el CACOMIZTLE, lo primero que hizo fue husmear para darse cuent a de
que no había peligro alguno y que podría proceder sin preocupación, a seleccionar las mazorquit as
o las calabacit as más apet it osas.

    Con agilidad salt ó la barda que prot egía al huert o y muy seguro de sí, caminó hast a donde se
veían lucir unas suculent as sandías. La boca se le hacía agua y a punt o est aba de darles un
mordiscón, cuando, ¡oh sorpresa!, un flechazo le dio en una pat a.

    Y es que el hombre cuidador del huert o se encont raba espiándolo desde el moment o en que
brincó por la cerca y est udiando cada uno de los movimient os del hambrient o zorrillo, lo quiso
cazar. El olfat o de est e pobre ladronzuelo no le había funcionado bien, por lo que se veía. Y como
el perfume que deja no es para acercársele, el flechador creyó oport uno de t al manera, darle un
escarmient o.

    Lógico es pensar que el zorrillit o no se det uvo a medit ar en la procedencia del disparo. Ya su
mala pat a se lo había informado y por lo mismo, se echó a correr como a quien lo persigue un
ejércit o de malvados.

    Tras aquel sofocón, cojeando y sudoroso, llegó hast a el sit io donde había quedado en verse
con su amigo el CACOMIZTLE, quien al poco t iempo llegó a la cit a:

    -Mejor será que nos vayamos a disfrut ar de nuest ra charla de sobre mesa a ot ra part e.- dijo el
zorrillo disimulando t ant o el dolor de pat a como su nerviosismo.

    -Es ciert o. Vámonos pront o.- le confirmó el CACOMIZTLE que lucía unos chipot es
sensacionales.
    Y rengueando el zorrillo, mient ras caminaban, le pregunt ó al CACOMIZTLE:

    -¿Y qué t al t e fue hermanit o.

    A lo que el CACOMIZTLE, orgulloso y sin perder su dignidad, dando muest ra de una enorme
sat isfacción, que era falsa, como lo sabemos, exclamó:

    -¡Muy bien! ¡Muy bien! Comí t ant o que hast a se me subió la comida a la cabeza.- y most ró al
zorrillo los chipot es que se le amont onaban ent re las orejas.

    -¿Y a t i hermanit o zorrillo?- t erminó el CACOMIZTLE pregunt ando:

    -¡También perfect ament e!- sin dar a ent ender su derrot a, presumió el zorrillo. Luego dijo:

    -Fíjat e que est oy t an lleno, pero t an lleno, que ni andar puedo.

    Y aunque no se ponían en est o de acuerdo, los dos apresuraban el paso y discret ament e
miraban hacia at rás como para ver si no los perseguían.

    Ambos hacían engolados coment arios y reían hipócrit ament e, aunque por dent ro, sus t ripas
explot aban de hambre.

    Int eriorment e el CACOMIZTLE pensaba:

    -¡Ah qué zorrillo ment iroso! Se parece a esos que presumen de elegant es y no t ienen ni en qué
caerse muert os.

    Y aunque cojeando, el zorrillo t ambién medit aba:

     -¡Chismoso CACOMIZTLE! Se las da de muy t riunfador, cuando en realidad es como aquellos


que nunca han hecho t odo lo que pregonan.

    Y los dos amigos, creyendo que se engañaban uno al ot ro, prosiguieron por variadas sendas
hast a llegar a un cerro donde se despidieron para irse a sus respect ivas casas.

    Ambos bien que sabían la verdad de lo acont ecido, pero no dieron su brazo a t orcer, aunque la
pat a herida del zorrillo y los chipot es del CACOMIZTLE, most raban la realidad de los hechos.

    Los dos habían aprendido que el robo siempre t iene sus peligros y no hay nada mejor que el
t rabajo honest o y creador.

    En ot ro lugar del ant iguo ANAHUAC, el nene TEMILOTZIN dormía muy t ranquilo en su TECPAN
de TLATELOLCO y como t odos los niños de aquellos t iempos, t ambién soñaba con los relat os de
CUAUHTLATOATZIN, el gran narrador de fant asías llenas de saberes y experiencia.

    Ent re sueños le cont aba la hist oria de

EL PUMA Y EL CHAPULIN.

    Hace algún t iempo vivía en los llanos cercanos a TEZCOCO un puma fort achón y presumido.
Siempre quería demost rar a t oda la animalidad su ligereza y su gran musculat ura. Así t repaba
presunt uosament e a los mont es cercanos a plena carrera y subía a los árboles con la liviandad de
una ardilla. En cuant o alcanzaba lo más alt o de la copa frondosa, rugía t an ferozment e que ponía
espant o en las más valient es criat uras del bosque.

    En ot ras ocasiones se echaba a correr por el llano y asust aba a las liebres y conejos que por ahí
descuidadament e comían alguna hierbecilla. Los salt os que daban los orejones roedores, lo
llenaban de carcajadas y orgullo.

    Y t ampoco los pat os, los cisnes, los flamencos y las garzas escapaban a sus molest as bromas.

    Cuando iba a la orilla del lago para calmar su sed, el puma ast ut o se arrojaba al int erior del agua
y era poco menos que gigant esco el sust o que se llevaban las dist raídas aves acuát icas. Hast a a
los peces, ajolot es y sapos osaba molest ar el ost ent oso puma.

    A t odos les caía muy mal, aunque est uviera muy at lét ico.

    Un día de sus t radicionales fechorías iba corriendo por el llano a impresionant e velocidad, pues
había lanzado la apuest a de que fácilment e alcanzaría a un venado, cuando sin darse cuent a se
t ropezó con la casit a de un chapulín, que aunque modest a, a ést e le parecía un palacio, ya que la
había hecho con muchos esfuerzos y por supuest o, sobresalt os.

    El chapulín, verde de coraje, o mejor dicho, más verde por la ira, brincó y se posó en la mera nariz
resopladora del puma, que se frenó inst ant áneament e, y le grit ó:

    -¡Grandullón de t al! ¿Por qué no t e fijas cuando corres? ¡Has dest ruido mi casit a con t us
asquerosas pat as!

    Apenas el puma oyó t amaña reclamación del chapulín, se sint ió t an ofendido que exclamó:

    -¡Miserable insect o! Yo no sabía que vivías ahí, además, que culpa t engo si pones t u casucha en
los caminos por donde hago mis ejercicios.

    -¡Pues ahora me las vas a pagar! En el colmo del enojo, grit oneó el chapulín.

    -¡Yo no t e pago nada! ¡Chapulín miserable!- refut ó el puma.

    -¡Ah, no…?- t rémulo de furia, el chapulín le dio un bofet ón en la nariz al fiero carnicero y le grit ó
con su vocecilla int ermit ent e: -Pues t e declaro la guerra.- concluyó.

    El puma al sent ir el golpe que para él era un simple cosquilleo, est ornudó t an violent ament e
que el chapulín salió disparado como si le hubieran dado un cañonazo.

    Est o bast ó para que el chapulín lo cit ara a pelear con t odas sus t ropas.

    -¡No t e t enemos miedo, puma apest oso! ¡Y puedes t raer t ambién a t oda t u familia! ¡Ya veremos
de a cómo nos t oca!

    -¡Malvado insect o! Te vas a arrepent ir de hacerme a mí, est o.- gruñó el puma dando la vuelt a
con la cabeza levant ada y echándose a correr en busca de su ejércit o.

    Ent onces el chapulín acudió a solicit ar ayuda a sus amigas las avispas:

    -Hermanit as avispas, ha llegado el moment o de demost rarles a esos abusivos cuadrúpedos


carniceros de que ya bast a de at ropellarnos a los que somos pequeños e indefensos.

    Los que parecemos insignificant es, según lo pregonan ellos, cuando nos unimos, podemos ser
t an poderosos o más que los que se la dan de invencibles. Por eso es que les vengo a pedir su
auxilio.
    Todas las avispas, luego de escuchar at ent as el discurso del chapulín just iciero, zumbaron
aprobando lo dicho por el orador y se prepararon para el combat e.

    Ent re t ant o, el puma reunió a t odos los animales bravos, como coyot es, gat os mont eses,
t igrillos, zorras y les cont ó la humillación recibida por el chapulín:

    -Si no les damos una lección a est os insect os, van a pensar que les t enemos miedo. Al at aque
mis soldados.
    -¡Al at aque!- rugieron las best ias.

    Y convert idas en una furiosa manada se dirigieron al campo de bat alla, donde el chapulín había
acuart elado su t ropa en varios carrizos.

    Pront o llegaron al llano del combat e y t odos los carnívoros se pusieron a observar por dónde
aparecería el ejércit o enemigo para darle una arremet ida feroz.

    Como desde el sit io en el cual se encont raban no veían clarament e, la zorra exclamó:

    -Yo iré a la vanguardia y cuando descubra las t ropas del chapulín, pegaré un grit o para indicar el
inst ant e de at acar.

    La animalidad brut al alabó la valent ía zorruna y ent re vivas y bravos se adelant ó hast a llegar
cerca de un lago próximo, sin vislumbrar ninguna fuerza enemiga.

    Y husmeando est aba, cuando el chapulín ordenó a sus t ropas de avispas que salieran a
demost rarle a los cuadrúpedos desalmados lo que unos cuant os insect os podrían hacer con
ellos.
    Y a la cargada, las avispas se le pegaron a la zorra por los ojos, la nariz, las orejas; por t odo el
cuerpo, hast a por la barriga y la cola.
    La zorra no supo ni cómo había sucedido aquello. El pregón famoso que iba a dar, no acert ó
siquiera a pronunciarlo. Lo único que pudo hacer fue correr y lanzarse al agua.

    Cuando el puma y sus demás amigos vieron que la zorra se met ía al lago, creyeron que iba
persiguiendo al chapulín y envalent onados, pegando rugidos espant osos, corrieron hast a donde la
ya picot eada había salt ado.

    Est o lo aprovecharon las demás avispas que armadas con sus filosos aguijones se precipit aron
sobre t odos los animales que eran dirigidos por el puma fant ochón.

    Poco es decir que daban unos alaridos formidables al sent ir las aguijoneadas del ejércit o
volador.

    La zorra, mirando lo que les pasaba, no t uvo más remedio que grit ar:

    -¡Al agua soldados! ¡Al agua!


    Cuando el puma presumido y t odos sus amigos se encont raban dent ro del lago, el avispero
giraba y giraba, zumbaba y zumbaba, sin permit irles salir.

    Por fin, después de varias horas, y en vist a de lo acalambrados que se encont raban los
carnívoros, además de hambrient os y cansados, pidieron paz y se rindieron.

    Todos se fueron escurridos y escurriendo ant e la dura mirada de las avispas que les habían
probado lo que la unidad de los pequeños hace, cuando se lo proponen.

    Y cuando los sueños t erminaban, los niños de ANAHUAC ant iguo, t emprano se levant aban para
ir a la escuela: La casa de las flores, de los cant os y la unión: El CUICACALLI, el TEPOCHCALLI y
el CALMECAC.

LAS CASAS DE LAS FLORES, DE LOS CANTOS Y LA UNION


DISCIPLINADA I.

    Hubo una vez hace t ant os años, que a muchos mexicanos se les ha olvidado, un pueblo soñador
y confiado que por obra y gracia de la volunt ad creadora, const ruyeron una hermosa ciudad sobre
los espejos relucient es de las aguas formadoras de los lagos y lagunas del ANAHUAC.

    Ellos, hacía siglos, habían soñado ser como los ant iguos gigant es del saber que habían habit ado
las regiones de aire t ransparent e de lo que hoy se llama México.

    Con el recuerdo un poco borroso de los sabios OLMECAS, con las experiencias un mucho más
claras de los cult os TEOTIHUACANOS y con el esplendor casi recient e de los fast uosos
TOLTECAS, se hicieron el propósit o de revivir las grandezas de aquellas urbes const ruidas en La
Vent a, en TEOTIHUACAN o en la grande TOLLAN.

    Y de sueño en sueño, de niños a ancianos, de jóvenes a adult os, iban logrando realidades
ext raordinarias.

    Y por supuest o que habían padecido los horrores de la humillación, del desprecio, de la envidia;
de t odo aquello que la animalidad humana ut iliza para frenar a las ment es creadoras y a los
espírit us sensibles.
    Pero gracias a su t esón, a su enorme volunt ad, se encont raban logrando una sínt esis
maravillosa de los más espléndidos saberes acumulados hast a su t iempo.

    Herederos de los profundos sent imient os y pensamient os del pasado, los habían enriquecido
t ant o, que día t ras día se iba comprobando la efect ividad de su misión.

    Ellos eran los AZTECAS-MESHICAS-TENOCHCAS, fundadores de la más ext raordinaria,


asombrosa y gigant esca civilidad de su t iempo:

MESHICO-TENOCHTITLAN.

    Sus casas y sus palacios se erguían majest uosos sobre la laguna y eran t an blancos que
parecían de plat a.

    Largos canales y anchas calzadas mont adas sobre el agua les servían para caminar y
t ransport arse a t odos los parajes lacust res del ANAHUAC.

    Y rodeada de aromát icos huert os, sobre islot es erigidos a fuerza de sudor, despedía una
frescura y un verdor que parecía rodearse de esmeraldas o de jade. Eran las chinampas donde se
cult ivaban frut os y verduras; flores y maíz. Y donde revolot eaban encant adores, cient os de
pájaros preciosos de coloridos plumajes y de t rinos fascinant es y deleit osos.

    Y est o lo habían ido consiguiendo apoyados en el t rabajo const ant e y esforzado de t odos, para
que t odos pudieran cumplir con la misión por la cual se sent ían llegados a la t ierra, nacidos en ella,
est o es, ext ender a cualesquiera de los punt os cardinales la esencia del TEOTL, la energía
creadora, IPALNEMOHUANI, Aquello por lo cual exist imos.

    Junt os, cercanos, unidos como los dedos de la mano, en TLOQUE-NAHUAQUE, habían de
difundir la alegría de cont ribuir a que el universo t odo, el cosmos infinit o, prosiguiera su
perfeccionamient o y no muriera, ni ret rocediera.

    Así realizaban muchas fiest as durant e el año para manifest ar su unidad y dar gracias a la
nat uraleza ent era, nuest ro-nuest ra reverendo-reverenda, madrecit a-padrecit o:

    TONANTZIN-NONANTZIN,

la t ierra llena de cordilleras semejant es a serpient es que la vist en para dar nacimient o al
verdadero humano: COATLICUE, o un escudo que nos prot ege con sus aliment os: CHIMALMA,
para que vivamos perfeccionándonos a cada inst ant e, aunque en algún moment o nuest ra energía
vit al se aleje de nuest ros cuerpos para reincorporarse a la energía creadora del TEOTL.

    Todo era una t ransformación incesant e de él: El árbol, el ave, el sol, el niño, la mujer, el agua, el
mont e, la mariposa, la serpient e, el águila, el conejo...
    ¡Todo! Todo era como un vest uario o como un disfraz de aquello por lo cual vivimos,
IPALNEMOHUANI.

    Por eso era un pueblo que cant aba y danzaba y hacía poemas y disfrut aba aprendiendo a ser
verdaderament e noble, es decir, creador como el TEOTL.

  Doble: OMETEOTL; ant iguo: HUEHUETEOTL.

    Y algunos, en las grandes fiest as, le decían a su pueblo:

"Yo soy el cant or;

 el que alza la voz

 de sonido claro y bueno,

 el que hace la voz grave

 y aguda t ambién.
 Soy el que compone cant os,

 el que los crea,

 los forja y los engarza;


 el buen cant or de limpia

 y rect a voz,

 el que la educa en la casa


 de las flores y los cant os

 con palabras firmes

 como columnas de piedra.

 Soy el cant or

 que aguza su ingenio


 y t odo lo guarda en su

 corazón,

 de t odo se acuerda

 de nada se olvida.


 Soy el cant a sereno,

 subo y bajo con mi voz,

 explico sent imient os a la

 gent e."

    Debido a est o, cuando amanecía y los niños despert aban de sus sueños, de inmediat o se
levant aban a dar gracias al sol porque llegaba, a la nube, que cual serpient e, t raería las lluvias
fecundant es, o a la t ierra, porque nos daría de comer.

    Los niños se bañaban con agua fría para dominar su cuerpo y fort alecerlo; hacían su penit encia
diaria para resist ir el dolor de la carne al clavarse la espina de una biznaga o la púa de un maguey;
luego ayudaban a barrer alegrement e, en medio de cant os preciosos, para limpiar las casas
comunales, los CALPULLI y los TEOCALLIS de basuras y malos humores.

    Después de un desayuno frugal sus madrecit as o sus padrecit os los llevaban a las casas de las
flores, XOCHICALLI o las de los cant os, CUICACALLI.

    Allí aprenderían poemas y canciones; y bailarían y jugarían y dirían adivinanzas; o los abuelos, los
HUEHUETZIN, les dirían muchos consejos para comport arse noblement e como est os que un
padre AZTECA le daba a su hija:

     -"Aquí est ás, hijit a mía. Mi collar de CHALCHIHUITES, mi plumaje, mi creación humana, la nacida
de mí. Tú eres mi sangre, mi color, mi imagen la veo en t i.

    Escucha: Vives, has nacido, t e ha enviado a la t ierra IPALNEMOHUANI para est ar con t odos, en
TLOQUE NAHUAQUE, floreciendo como persona, que es la única forma de llegar a elevart e en un
alt o ser humano.

    Ahora que ya miras por t i misma, dat e cuent a de una realidad: La t ierra es un lugar de mucho
t rabajo, hast a rendir el alient o, donde es muy bien conocida la angust ia, la preocupación, el
cansancio y el abat imient o.

    Un vient o como de obsidiana sopla y se desliza sobre nosot ros. A veces nos molest a el ardor
del sol y del aire, o casi uno perece de sed y de hambre.

    Por eso hay que t rabajar duro. Óyelo bien, hijit a mía, niñit a mía; la t ierra es lugar de penosa
alegría, alegría que punza cuando conocemos que no es et erna, pero que hay que saber
disfrut arla, porque a pesar de t odo, aquello por lo cual exist imos, IPALNEMOHUANI, TEOTL, la
energía creadora, nos dio regalos para que no siempre andemos gimiendo ni const ant ement e
llenos de t rist eza.
    Nos dio la risa, los sueños, los aliment os, nuest ra fuerza y nuest ra robust ez, y finalment e el
act o de amor y la amist ad, que hacen siembra de gent e y nos limpia de basuras, TLAZOLTEOTL.

    Todo est o embriaga la vida en la t ierra, de modo que no se ande siempre penando. Pero aún
cuando así fuera. Si la verdad es que nunca dejaremos de padecer aquí, si así son las cosas,
¿Acaso por est o se habrá de est ar siempre t emiendo? ¿Habrá que vivir llorando?

    No, hijit a mía, porque en la t ierra hay señores creadores que nos guían como águilas y t igres.
Hay afán, hay vida, hay lucha, hay t rabajo. ¿Quién t rat ará ent onces de darse a la muert e? Se da
uno a los demás, a las mujeres, a los hombres. Y se busca esposa, y se busca esposo.

    Así llegast e t ú, mi muchachit a a t u madre. Te desprendist e de su seno. Brot ast e de su vient re.
Ella es t u venerable señora.

    De ella surgist e como una yerbit a, como una plant it a. Como sale la hoja, así crecist e,
florecient e. Como si hubieras est ado dormida y hubieras despert ado.

    Mira bien, hijit a mía, escucha y adviert e: No seas vana. No andes como quieras, no andes sin
rumbo. Recuerda que es muy difícil vivir en la t ierra, lugar de espant osos conflict os, mi
muchachit a, palomit a, pequeñit a.
    Sé cuidadosa, porque vienes de gent e que se ha educado, desciendes de ella. Gracias a
personas con saber has nacido t ú, que eres la espina y el brot e de quienes nos guían. De los
señores que luchan por la unión, como enlazados por un mecat e que es a la vez disciplina férrea;
los que han est udiado en el CALMECAC, la grande casa de la solidaridad; que han dado renombre
y fama al perfeccionamient o de lo humano sobre la animalidad.

    Escucha debes ent ender que has de educart e, porque en est o radica la verdadera nobleza.

    Mira que eres cosa preciosa, aunque seas hoy t an solo una mujercit a. Eres piedra fina,
CHALCHIHUITE. Fuist e creada, luego pulida y t ienes que brillar por t us finas maneras de persona
que verdaderament e sabe.

    Tu sangre, t u color, t u figura demuest ra que eres desprendimient o de gent e deseosa de
perfeccionarse, de ser mejor.

    Escucha t odo est o que aún t engo por decirt e: Ent iéndelo muy bien. No import a que t odavía
andes jugando con t ierra y t epalcat es, pues con un poco que oigas, ya t e das cuent a de las cosas
y vas obt eniendo el espejo de la memoria que t e dejan las experiencias, la conciencia,
TEZCATLIPOCA.

    Mira: nunca t e deshonres a t i misma, ni a t u pueblo ni a los sabios que nos guiaron.

    No t e hagas como los bárbaros CHICHIMECAS que no se desprenden de la animalidad y se


esclavizan a sus simples inst int os. No t e degrades. Disciplínat e y perfecciónat e.

    En t ant o que vivas en la t ierra, hazlo en TLOQUE NAHUAQUE, en solidaridad, unida a t odos
como los dedos de la mano para la creat ividad, para hacer cosas bellas y benéficas.

    Sé siempre una verdadera mujer que jamás olvide su misión en est a vida.

    Y he aquí lo que t endrás que hacer para cumplir en algo con ella:

    Durant e la noche y durant e el día conságrat e a la medit ación de t odo lo que ves en la
nat uraleza; muchas veces piensa en lo que es; como la noche y el vient o: La energía creadora por
la cual exist imos, IPALNEMOHUANI.

    Siempre alaba al TEOTL, invócalo, llámalo para que no t e abandone su fuerza, ruégale mucho
cuando est és a punt o de dormir en t u pet at e y ordénale para que t e dé la energía que él despide
y t ú t e nut ras de ella para fort ificart e en la dura guerra de la vida. Así t u sueño será reparador y
dichoso.
    A la mit ad de la noche despiért at e, levánt at e, póst rat e con t us codos y t us rodillas, medit a un
poco, levant a luego t u cuello y t us hombros e invócalo:

     TEOTLIPALNEMOHUANI, est oy cont igo en TLOQUE-NAHUAQUE: Energía creadora por la cual


t odos vivimos, fort alece la solidaridad de mi pueblo.

    Te oirá mejor de noche, será más fácil de capt ar sus ondas energét icas y t e concederá
ent onces aquello que mereces y que t e est á asignado.

    Pero por si fuera malo el magnet ismo que t e t ocó al nacer, cuando vinist e a la vida, a fuerza de
medit ación y volunt ad, se rect ificará, lo modificará t u esfuerzo en la comunidad, en t u afán de
colaborar en el TLOQUE NAHUAQUE.

    Y durant e el rest o de la noche, casi al amanecer, permanece en vigilia. Levánt at e aprisa, no t e
adormiles. Est ira t us manos, est ira t us brazos. Lávat e la cara y adórnala. Aséat e, lávat e la boca,
t oma de prisa la escoba y pont e a barrer para ahuyent ar los malos humores. Prepara la bienvenida
del sol: La más grande manifest ación del TEOTL ant e nuest ros ojos.

    No permanezcas en t u lecho. No t e est és dando inút il gust o. Colabora en el aseo de los demás.
Enciende el copal y sahúma t u casa.
    Y hecho est o, cuando ya est és list a, seguirás cumpliendo t u misión femenina. Prepararás las
bebidas: El at olit o, el chocolat it o. Harás la molienda: El nixt amal, el met at e, el METLAPIL, las
t ort illas, los t amalit os.

    Después t omarás el huso, el t elar e hilarás: La TILMA, el QUEXQUEME, el HUIPIL, el MAXTLI.

    Aprende así, hijit a mía, cómo se hace y cómo quedan t odas las cosas que realices: La buena
comida, la buena bebida, los buenos ropajes.

    Sé diest ra en t odo est o que corresponde a las señoras responsables de su misión como
mujeres.

    Pon at ención, dedicación y aplicación en cómo se hace lo út il para los demás. Así pasarás en
paz t u vida, serás valiosa y est arás sat isfecha.

    No sea que alguna vez necesit es de est os conocimient os como nunca y puedas defendert e
con ellos. Sábelo bien que es oficio de mujer el arropar a los hombres.

    Tus ojos deben est ar bien abiert os para comprender las maravillas de las art es TOLTECAS: El
art e de los plumajes bordados de colores; el art e de los t ejidos, cómo se ent reveran los hilos,
cómo se t iñen, cómo se urden las t elas, cómo se hace su t rama, como se ajust a.

    Pon at ención, no seas vana ni descuidada; deja de ser negligent e cont igo misma.

    Piénsalo desde hoy que aún eres pequeña y est ás creciendo; ahora que es buen t iempo y
t odavía hay en t u corazón un jade, una piedra preciosa; ahora que t odavía est á fresco y no se ha
det eriorado ni t orcido; ahora que t us padres aún t e vivimos y est amos aquí cont igo, quienes t e
t rajimos a esforzart e a la t ierra desde la región del árbol nodriza, el cosmos donde flot abas
confundida con la energía creadora, porque con est o se conserva el universo, pues así lo act úa el
TEOTLIPALNEMOHUANI, aquella energía por la cual vivimos, para que haya generación en la
t ierra.

    Sí, hijit a venerada, las más pequeña, at iéndenos, que aquí est amos, ya que acaso un día
t engamos que morir y no sigamos más aquí, cont igo. Por eso prepárat e para el combat e de la
exist encia, niñit a, palomit a, muchachit a. Piénsalo.
    Cuando nos hayamos ocult ado en el inmenso TEOTL, con la ayuda de ot ro podrás vivir, porque
no es t u dest ino vender yerbas, madera, sart as de chile, t iest os de sal, t ierra de t equesquit e,
rogando a la ent rada de las casas, porque t ú has t enido el privilegio de ser educada y que
nosot ros, t us padres y t us abuelos, nos hemos ganado con la medit ación y el perfeccionamient o.

    Ot ros se han reducido a la mera animalidad y no han querido ser más que cargadores; sólo
t amemes.
    Muchos no han t enido la volunt ad suficient e para merecer la oport unidad de dirigir la rut a del
TEOTLIPALNEMOHUANI para el beneficio de t odos.

    Algunos no les int eresa esforzarse para t rascender lo best ial y sólo les ha int eresado vivir
como el animal vive.

    Por eso, adiést rat e. Que nunca sea vano t u corazón, vacío; que nadie hable negat ivament e de t i
ni t e señale con el dedo; que nadie diga de t i que has comet ido errores volunt ariament e.

    Si algo t e sale mal, pues no cuidast e de que se obrara bien, aunque nosot ros no est emos más
sobre la t ierra, el vit uperio, las ofensas, alcanzarán nuest ro reposo en el MICTLAN o en el
TLALOCAN. Si falt as a la disciplina que t e encomendamos para siempre, puede que pongas en
movimient o cont ra t i a las piedras y los palos. Te apedrearán, t e apalearán.

    Pero si at iendes, no t e envanezcas, puede ser que aparezca ot ra clase de reprensión al


sent irt e t an perfect a y presumir de ello.

    No permit as que t e ensalcen en exceso ni ensanches t u rost ro; no t e ensoberbezcas como si
est uvieras t riunfando en un escenario; cual águilas y t igres vict oriosos, como si est uvieras
luciendo un escudo, como si t odo el escudo de HUITZILOPOCHTLI, est uviera en t us manos.

     Reconoce que gracias a la volunt ad lograst e algo, pero no t e ufanes de est o y mucho menos
ofendas a los que no han podido.

    No adopt es una post ura t an alt iva como si sólo gracias a t i est uvieras levant ando la cabeza y a
nosot ros nos acrecent aras el rost ro.

    Sé en est as cosas como el TEOTL IPALNEMOHUANI, que es grandioso en sus


manifest aciones y sin embargo no lo pregona él, sino quienes recibimos sus beneficios.

    Y he aquí ot ra cosa que quiero informart e e inculcart e, mi hechura humana, mi hijit a: No hagas
que queden burlados por quienes nacist e: Tus padrecit os, t us madrecit as. No les eches polvo y
basura; no rocíes inmundicias sobre su hist oria y su sabiduría venera esa t int a negra y roja de
TEZCATLIPOCA, su memoria.

    No los afrent es con algo. No como quieras desees las cosas de la t ierra sino como el TLOQUE-
NAHUAQUE, el consejo, lo recomienda. No como quieras pret endas gust ar de las cosas sexuales,
porque perecerías en su t orbellino.

    Con calma, con mucha calma, sigue los lat idos de est a bella manifest ación de la energía y
dirígela hacia t us acciones creadoras, que para eso IPALNEMOHUANI la puso.

     Si no haces caso a est a hermosa misión que el TEOTL ha conferido a los humanos y t e haces
la ret raída que no ent iende y t e ent regas a los goces de t u cuerpo, envanecida, t e arrojarás al
polvo y la basura; la vida de las mujeres despilfarradas que dest rozan con sus act os la
oport unidad de ser creadoras: En la cocina, en la bebida, en el t ejido, en los t elares, en los cant os,
en las flores, en la poesía. Y sobre t odo, que no serán sement eras fért iles para t raer del árbol que
amamant a a los nenes cósmicos y fut uros hombres de la t ierra.

    Serías una simple alegradora para los que en verdad podrán perfeccionarse al liberarse de las
inquiet udes de su energía sexual y concent rarse en su acción creadora.

    Y así serás una mera burla para t odos, y la energía, con el t iempo, IPALNEMOHUANI, aquello por
lo cual exist imos, t e reducirá a ser un desecho. Por t odo est o, hijit a mía, la más pequeñit a,
prepárat e. Ve bien quién es t u enemigo, quién t rat a de engañart e nada más y convert irt e en mera
alegradora. Que nadie se burle de t i; no lo provoques. No t e ent regues al vagabundo TOUEYO que
no sabes ni quién es ni de dónde es; al que t e busca para darse egoíst a placer de besos, caricias
y pasión; al muchacho perverso. No le creas hast a conocerlo bien.

    Cuando ya hayas conocido a varios y hayas vist o bien su rost ro y su corazón, ent onces elige a
t u compañero con quien t endrás que acabar la vida. Y no lo dejes. Agárrat e a él. Cuélgat e de él,
aunque sea un hombre pobre y común, de t odos modos est á ungido con la gracia creadora del
TEOTL, es un MACEHUAL.

     Y aunque sólo sea un aguilit a, un t igrit o, un infeliz soldado, un humilde sabio, t al vez cansado,
falt o de at ribut os, no por eso lo desprecies.

    Y que ya unidos, la energía creadora, IPALNEMOHUANI, TEOTL, los fort alezca, pues EL es
conocedor de los hombres, invent or de la gent e, hacedor de los seres humanos.

    Todo est e discurso t e lo he ent regado con mis labios y mis palabras. Así, junt os y cercanos, en
TLOQUE NAHUAQUE, en medio del TEOTL donde est amos inmersos, he cumplido con mi deber. Y
aunque t ú arrojaras por cualquier part e lo que t e he dicho, t ú ya sabes ahora cuál es t u misión en
la vida. Yo he cumplido mi oficio, muchachit a mía, niñit a mía, sé feliz y que la energía creadora t e
dé las flores de la poesía y de la amist ad."-

    Y en cuant o los padrecit os o las madrecit as t erminaban de hablar, los niños salían a deleit arse
en los coloridos pat ios de las casas de los cant os y la unión:

El TEPOCHCALLI
y
El CALMÉCAC.

LAS CASAS DE LAS FLORES, DE LOS CANTOS Y LA UNION


DISCIPLINADA II.

Acont eció hace muchos cient os de años, cuando la energía creadora, el TEOTL, desparramó el
perfume de las flores, XOCHIPILLI, ent re nuest ros t at arabuelos AZTECAS. Est os, al olerlo,
quedaron embriagados con t an bellos olores y se sint ieron inspirados, alegres y lúcidos para
manifest ar aquellas emociones que sent ían.

    Y como t enían un bello idioma para hablar, el NAHUATL, florecieron en poemas donde se
alababa a aquello por lo cual vivimos, TEOTL, IPALNEMOHUANI, y a la nat uraleza t oda y a la
amist ad.
    Y sucedió que cuando crecieron los niños soñadores de cuent os, después de ser educados en
sus casas por sus padrecit os y sus madrecit as del CALPULLI; luego de abandonar los juegos a
los que est aban acost umbrados, se les fue enseñando el art e de la palabra florida:

La flor y el cant o,

IN XOCHITL IN CUICATL,

la poesía.
    Algunos fueron a aprender cómo perfeccionarse en el TEPOCHCALLI, donde junt o con el
cult ivo de su cuerpo, memorizaban poemas.

    Ot ros, los más brillant es y sensibles, sin import ar el CALPULLI, la casa colect iva, de donde
procedieran, acudieron al CALMECAC, la casa del mecat e, o la hilera de casas dest inadas a
foment ar la disciplina y la solidaridad ent re los hombres del ANAHUAC y del universo.

    Allí, además de embellecer su ment e para ser con el t iempo guías de pueblos, aprendieron a
expresar sus sueños, como los del TEPOCHCALLI, con palabras preciosas y a darle forma florida
a los sent imient os, a los pensamient os, a la conciencia y se hicieron poet as.

    De est a manera no había un solo MESHICA-TENOCHCA que no disfrut ara con las flores y los
cant os poét icos. La t ierra era un t igre. El sol, un águila. La luna, un conejo. Los plumajes, la belleza
y la sabiduría. El universo creador era el árbol florido. El lugar donde se encuent ra la energía
creadora, era el sit io de la dualidad: OMETEOTL.

    Y la garza azul y las guacamayas refulgent es de colores y los colibríes y las mariposas y los
nopales y las rojas t unas y el jade y las esmeraldas CHALCHIHUITES y los escudos y los t ulares,
t odo, absolut ament e t odo lo que rodea al hombre de ANAHUAC, se encont raba impregnado de
poesía.
    Poesía para no morir, para perdurar sobre la nat ural muert e:

    La casa de la noche…


    el reino del mist erio…

    el lugar de los sin cuerpo…


    el sit io de los sin carne…
    Allá a donde de alguna manera

    un día iremos.

    Pero mient ras t ant o había que cant ar y danzar en el CUICALLI, y llevar la voz para decir:

  "Un cerco de flores formo, yo,

el poet a,
en el recint o del musgo acuát ico,

en la casa de las mariposas.


La t ierra est oy mat izando.

Se difunde mi cant o.

Se difunde mi palabra.

Sólo ret umba allí

y percut e la energía,

TEOTL, IPALNEMOHUANI,

aquello por lo cual vivimos.


Múlt iples son mis rojas mariposas;

en medio de mariposas est oy

y hablo.
    Y en las grandes fiest as, uno t ras ot ros, quienes habían sido niños soñadores, pasaban ant e su
pueblo y en la casa de las flores, los cant os y la unión, el cosmos complet o, el universo sin fin, les
servía de t echo.

    Y uno decía:

    ¡Que haya amist ad en la t ierra,

ahora, amigos, aquí!

es t iempo de conocer nuest ros rost ros;

ver en el espejo lo que somos,

pues t an solo con flores

se elevará nuest ro cant o.

Nos habremos ido a su casa,

a la región de los sin cuerpo,

pero nuest ra palabra vivirá

aquí en la t ierra.

E iremos dejando nuest ra pena

y al mismo t iempo
nuest ro cant o.

Cuando muramos est o será

conocido y result ará la verdad

de lo que fuimos.
Nos habremos ido a su casa…

la casa de la noche,
pero nuest ra palabra vivirá

aquí en la t ierra.

    Después de escucharlo, t odos quedaban fascinados y subía ot ro poet a cant or a un est rado
para decir lo que pensaba de la hermandad:

     He llegado, oh amigos nuest ros,

con collares los ciño a ust edes,

con plumajes de guacamaya los adorno,

cual ave preciosa aderezo con plumas,

con oro yo pint o y rodeo a la hermandad.

Con plumas de QUETZAL que vibran,

con círculos de cant os a la comunidad

yo me ent rego.

La llevaré conmigo a donde viven

los que guían


hast a que t odos nosot ros,

algún día,
t odos junt os

nos hayamos marchado

a la región de los muert os,

pues nuest ra vida ha sido sólo prest ada.

    Y después uno más se refería al dulce goce de la amist ad:

     "Ya abre sus corolas

el árbol florido de la amist ad.


Su raíz est a formada por quienes guían

con sabiduría.
Y veo águilas

y veo t igres

y veo la felicidad del t riunfo

y sin embargo me pongo t rist e

cuando pienso que t endré

que abandonar la amist ad,


aquí, en la t ierra

donde se persevera,

donde se lucha para que exist a.

     Y ant e la t rist eza de saber que un día moriremos y dejaremos t odo lo que hayamos hecho,
inclusive la amist ad que t ant o t rabajo cuest a lograr, subía por las escalinat as de la casa de las
flores, los cant os y la danza que une, a decir:

     "¿He de irme como las flores

      que perecieron?

     ¿Nada quedará de mi nombre

      sobre la t ierra?

     ¿Nada de mi fama aquí lograda?

     ¡Al menos mis flores!

     ¡Al menos mis cant os!

      ¡Aquí en la t ierra

      es donde se encuent ra

      la región fugaz!

      Una sola vez pasa

      nuest ra vida.

      En un día nos vamos.

      En una noche somos ya

      part e del MICTLAN,

      el mundo de la nada.


     ¡Ay! solament e t enemos

      en prést amo la t ierra.

     ¿Será t ambién así el lugar

      donde de algún modo


      se es et erno?
     ¿Acaso allí podré cont emplar,

      ver el rost ro de mi madre

      y de mi padre?

     ¿Habrá allá alegría?

     ¿Habrá allá amist ad?

     ¿O solo aquí en la t ierra

      hemos venido a conocer

      nuest ros rost ros?

      Por eso lloro: me aflijo,

      Cuando recuerdo que dejaremos

      las bellas flores,

      los bellos cant os.

     ¡Sin embargo,

      gocemos ahora!

     ¡Ahora cant emos!

      No dos veces se nace,

      no dos veces es uno hombre.

      Sólo una vez pasamos por la t ierra.

     ¡Ay, sólo un breve inst ant e!

     ¡Sólo cual la magnolia


      abrimos los pét alos!
      Sólo hemos venido,

      amigos,
      a marchit arnos en est a t ierra.

      Mas ahora cese la amargura

      y dad recreo a la ment e.

     Cuando t odos est aban sint iéndose apesadumbrados, sonaban los t ambores, los
TEPONAZTLIS, los TECOMOPILOA, los HUEHUETL y los PANHUEHUETL.

    Zumbaban las t ablas con sonajas, los AYACACHICAUAZTLI, los CHICAHUAZTLIS

    Silbaban las flaut as, los silbat os, las ocarinas, los caracoles marinos: TLAPITZALI, PITZALI,
HUICALAPITZITLI, TECCISTLI

    O vibraba el arco musical: El TAHUITL, casi una mandolina.

    Y envuelt os en la música, a veces cadenciosa, a veces est rident e; en moment os monót ona y
en ot ros vibrant e y meliflua, se iniciaba la danza que duraba horas y horas, hast a que
reconfort ados, nuevament e aparecían los grandes poet as que al rit mo de la melodía cant aban,
primero ellos; luego acompañados por t odos los que part icipaban en el MITOTE o gran fiest a.

    Sube egregio al est rado el poet a MOQUIHUITZIN de TLATELOLCO y con voz alt ísima y aguda
cant a:
 "En el pat io de la casa
  de las flores ando.

  En el pat io de la casa


  de las flores elevo mi cant o:

  Soy cant or.

  Me acerco a t u rost ro.

  Mi abanico de plumas de QUETZAL,

  mi collar acanalado,


  mis flores que embriagan,

  rojas y azules,

  se agit an para elevar mi cant o.

  Llegaron nuest ros cant os,

  llegaron nuest ras flores.

  Soy cant or.

  De la inmensidad de los espacios caen


  y busco nuest ros cant os

  y busco nuest ras flores:

  La flor del cacao


  con guirnaldas preciosas

  me adorna:
  Soy cant or.

  y busco nuest ros cant os

  y busco nuest ras flores.

    Y t erminando que hubo MOQUIHUITZIN, t oco el t urno del cant o poét ico a la niña soñadora
MACUILXOCHITZIN.

   Elevo mis cant os,

   yo, MACUILXOCHITL,

   con ellos alegro

   al dador de la vida,


   TEOTL IPALNEMOHUANI.

  ¡Comience la danza!
   Aquí est án nuest ras flores,

amist ad y hermandad.
  ¡Comience la danza!
   Allá irán nuest ros cant os,

   al cosmos sin fin,


   TEOTL IPALNEMOHUANI,

  ¡Comience la danza!
   Las flores del águila

   quedan en t us manos
   señor sabio guía:
       AXAYÁCATL.

   Con flores de amist ad

   nacidas del TEOTL;

   con flores de guerra

   creadora de unión

   queda cubiert o,

   con ellas se embriaga,


   en TLOQUE NAHUAQUE

   t odos unidos para la

   creación,

   siempre en hermandad.

   Por eso ahora cant o

   las hazañas de AXAYACATL.

   Por t odas part es

   hizo conquist as de amist ades.

   Sobre nosot ros se abrieron

   las flores de guerra,

   con ellas se embriaga


   la solidaridad.
   Allá en XIQUIPILCO

   AXAYACATL fue herido

   en una pierna


   por un ot omí.

   Su nombre era TLILATL

   y se fue corriendo


   a buscar ayuda.

   El era un miedoso

   y pidió a mujeres

   que lo socorrieran:

  ¡Ust edes son valient es!

   Hagan la amist ad.


   Prepárenle una capa

   y un MAXTLI t ambién.

   Y cuando AXAYACATL

   hast a allí llegó


   exclamó pot ent e:

 ¡Qué venga el OTOMI

   que me hirió la pierna!


   El ot omí con gran miedo

   t rajo ent onces un grueso madero

   y la piel de un venado

   y con est o hizo reverencia

   a AXAYACATL.

   Por dent ro pensaba

   el t rémulo TLILATL:

 ¡En verdad me mat arán!

   pero ent onces el sabio

   y grande AXAYACATL

   oyó a las mujeres

   que le suplicaban
   su perdón.

   Y el noble AXAYACATL

   hizo girar sus flores de amist ad,

   sus mariposas
   y con est o causó la alegría.

   Lent ament e hizo ofrenda

   de flores y plumas

   al TLOQUE NAHUAQUE.

   Pone los escudos de las águilas

   en los brazos de los hombres,

   Allá donde ardía la guerra

   creadora de amist ad y unión.

    Cuando t erminó la danza y el cant o, apareció TEMILOTZIN, que venia de TLATELOLCO, su


señorío, y que era ot ro grande poet a admirado. Ant e t odo el pueblo inicio sus palabras floridas.

    Y el gran AXAYACATL, sabio guía de los TENOCHCAS, TLATOANI, el que t iene poder de hablar,
el señor que dirige, TLACATECUHTLI, escuchó at ent ament e el poema de TEMILOTZIN de
TLATELOLCO.

    He venido,

   oh amigos nuest ros,

    a ceñir con collares,

    a dar cimient o con plumajes

    de TZINITZCAN, ave preciosa,

    a rodear con plumas

    de guacamaya,

    a pint ar con los colores del oro,

    a enlazar con t repidant es plumas

    de QUETZAL

    al conjunt o de los amigos.

    Con cant os circundo

    a la comunidad.
    La haré ent rar en la casa

    de la unión y la belleza,


    el TECPAN, su casa.

    Allí t odos nosot ros

    podremos est ar unidos

    hast a que nos hayamos ido

    a la región de la nada,

    el MICTLAN.

    Así nos habremos dado

    en prést amo

    los unos a los ot ros.

    Para eso es la amist ad.

    Hoy que he venido

    me pongo en pie


    para forjar cant os.

    Y haré que los cant os brot en

    para t odos ust edes,

    amigos nuest ros.

    Soy la palabra

    de la energía creadora

    enviado del TEOTL,

    soy poseedor de las flores

    de la amist ad
    y de la poesía.
    Yo soy TEMILOTZIN

    y he venido a hacer amigos

    aquí.

    Y bajo el enorme t echo azul de la casa de las flores, los cant os y la unión, la t ierra misma de
ANAHUAC, TENOCHCAS y TLATELOLCAS; TEZCOCANOS y MATLALTZINCAS; TLAXCALTECAS y
XOCHIMILCAS; AZCAPUTZALCAS y CHALCAS, se lanzaron a danzar ent re lluvias de flores que
simbolizaban la amist ad lograda a fuerza de una guerra creadora, la única guerra import ant e, la
guerra florida, la guerra que t rae la paz, la guerra que hermana y lleva a la solidaridad ent re los
seres humanos.

    Mient ras bailaban, TOTOQUIHUATZIN, señor de TLACOPAN cant aba como un pájaro
TOTOCUIC:

    "Hago resonar nuest ro TEPONAZTLI.

    ¡Alégrense!

     Yo lo t omo y ust edes digan

     aya, aya,

     t o t o, t o t o

     t iquit í, t iquit í.


     Flores hermosas

     encont rarán siempre

     en la casa de TOTOQUIHUATZIN,

     flores hermosas

     de amist ad.


     mi corazón es un jade

     t o t o

     t o t o

     oro mis flores;

     con ellas me adorno,


     flores dist int as

     son las mismas.


     Yo se las ofrezco

     cuando quieran

     t ot iqui

     t ot i,

     nuest ro cant o es.

     Cant a ya en t u corazón

     t ó t o t o t ó

     no est és t rist e


     nunca no
     t ó t o t o t ó

     Aquí ofrezco flores

     que embriagan
     de inspiración.

     Allá libros de pint uras

     t ot íqui t ó t o

     t ó t o t o t ó.

     Para recordar la unión.

    Y al final de la gran fiest a de la poesía, el cant o y la danza, TOCHIUITZIN, ot ro poet a, ant iguo
niño soñador de cuent os dijo:

   "Ya vivieron el cant o

    ya abrieron la flor

    ust edes, oh niños,


    nuest ros hijit os de est as t ierras,

    reciban el sart al de flores

    que por allá caía


    y t éjanlo ahora ust edes.”

LAS CASAS DE LAS FLORES, DE LOS CANTOS Y LA UNION


DISCIPLINADA III.

    Hubo una vez en la ant igua y legendaria ciudad de TENOCHTITLAN unas hermosas casas de
grandes pat ios adornados con flores.

    Se llamaban CUICACALLI y eran como bellos y amplios palacios de pulidas cant eras y t echos
de oloroso cedro.

    Allí se reunían, conducidos siempre por sabios ancianos, t odos los niños, adolescent es y
jóvenes para aprender y disfrut ar del cant o y de la danza.

    Siempre al lado de un TEOCALLI, la casa de la medit ación creadora, había un CUICACALLI, y


eran t ant os, que por eso ninguno de nuest ros abuelos AZTECAS ignoraba lo que era danzar y
cant ar.

    En el CUICACALLI refinaban sus movimient os, hacían vigorosa su agilidad, disciplinaban su
resist encia física para poder bailar horas y horas en las grandes fiest as que se hacían para
agradecer a t odas las manifest aciones del TEOTL, la energía creadora, el poder gozar de sus
beneficios: La fiest a del agua, la del maíz, la de las flores, la de la cosecha.

    Y ahí, educaban así sus maneras de sent ir, pues no sólo bailaban, sino que ant es y después de
hacerlo, escuchaban las palabras de sus sabios abuelos.

    En seguida de que los ancianos los recogían en sus CALPULLIS, los echaban por delant e y
venían con ellos a la casa del cant o.

    Y les iban diciendo:


    -"Permanezcan delant e de mi en perfect o orden, bien puest os en pie y sin est ar
at ropellándose unos con ot ros, cuando nos hallemos en el CUICALLI, t al como lo hacen en el
TEOCALLI.
    Escuchen at ent os al sabio maest ro y no vuelvan la vist a a una y ot ra part e, cual si est uvieran
loquit os.

    Si en el camino encont ramos a alguna persona, debemos saludarla, dirigirle la palabra y no pasar
como animalit os.

    Si nos t opásemos con algún sabio hombre o con algunos ancianos, háganse a un lado, cédanles
el paso, det énganse un poco en t ant o ellos se van y hagan una reverencia como reconocimient o a
su edad.
    No vayan empujando a las personas ni dándoles empellones como manadas de coyot es.

    Mis hijit os, los más pequeños de est e pueblo amado, oídme: No es bueno dormir mucho; ant es
al cont rario, produce enfermedad y amodorramient o.

    Levánt ense cuando aún es t emprano y con est o vivirán con salud y no t endrán pesadez.

    Est a ha sido la manera de criarse de nuest ros ant ecesores, los niños que fueron como ust edes
y que fundaron nuest ra gran ciudad de MESHICO-TENOCHTITLAN.

    Recuerden siempre est as palabras y medit en en ellas, piénsenlas:

     Bien vele, bien lo vi."

    Y cuando llegaban a alguna de las casas del cant o y de la danza, los muchachos decían ant e el
maest ro que los esperaba a la puert a del lugar:

    -Venero su sabiduría, padre mío amado, y beso sus manos y muest ro la est imación que debo a
ust ed y le doy mi sincero afect o. ¿Cómo est á de salud? ¿La energía creadora se vist e bien en
ust ed? ¿Aquello por lo cual vivimos, TEOTL, ha desequilibrado con dolencias el funcionamient o
armónico de su cuerpo?
    Luego el maest ro que los escuchaba, les decía con t ierna mirada que despedía el fulgor del
cariño y el cuidado:
    -Vengan acá, hijos míos. Si nuest ros ant epasados los vieran, cómo llorarían de complacencia
por ust edes que son la misma cara de nuest ros sabios guías TLATOANIS, TLACATECUHTLIS.

      Los que han dado grandeza de humanidad ceremoniosa y cult a a t oda est a bella región de
ANAHUAC.

    Serían t an est imados como su JOYEL o su plumaje de finas aves para el señor poet a
AXAYACATL o el ot ro famoso cant or, NEZAHUALCOYOTL.

    Con gran volunt ad, lograrán ser grandes est udiosos del cielo y de la t ierra para orgullo de sus
padres y de los moradores de est a ciudad.

    Ent ren hijit os míos y hagan lo posible para lograr lo que nuest ros mayores desearon: la plenit ud
del TLOQUE NAHUAQUE, la hermandad, la amist ad, la solidaridad de t odas las comunidades de
los hombres y mujeres creadores.-

    Luego de la enseñanza de la danza y del cant o, a veces, ant es de marcharse a sus CALPULLIS,
las casas de la colect ividad, los barrios, solían comer bledos, esa golosina que se conoce hoy con
el nombre de alegría.

    Ent onces el abuelo que los conducía, les aconsejaba:

    -Niños, les han invit ado a comer. Pongan at ención en cómo ent ran, pues con disimulo allí los
est arán observando. Lleguen con respet o ant e el gran maest ro, inclínense y salúdenlo.

    Al comer no hagan visajes ni est én ret ozando. Coman cuidadosament e. Nada de ser glot ones ni
ávidos. No engullan de prisa, sino poco a poco.

    Mast iquen bien y pasen el bocado sin replet arse la boca de una vez, con gran calma t omen lo
que vayan a comer. Si t ienen que comer mole, o t ienen que beber agua, no hagan ruido jadeando,
porque no son perrit os, sino lent ament e.

    No coman con t odos los dedos; solo con t res y de la mano derecha.

    No t engan sucia la nariz: Límpiensela. Tampoco t osan ni escupan, pues pueden manchar a
alguna persona.
    Pero sobre t odo, mucho más les recomiendo y amonest o, que no falt en al respet o debido a los
demás. No comamos como animales.
    Una vez que se hayan sent ado, no se arrebat en la comida, sino por lo cont rario agradezcan a la
energía creadora del TEOTL que se t iene sus propios frut os para comer, para aliment ar a los
humanos.
    Si alguna persona mayor se encuent ra al lado de ust edes, esperen a que ella comience.

    Si por descuido, quienes les est á sirviendo les da ant es el plat o a ust edes que a la persona
mayor, pásenlo inmediat ament e a ést a.

    Recuerden que los ancianos merecen t odo nuest ro respet o y veneración, pues ellos t ienen
gran sabiduría de vida.

    Tengan ent endido que si ust edes comet en falt as, los responsables de su mala educación
seremos nosot ros y el TLOQUE NAHUAQUE nos echará en cara nuest ra mala conducción.

    Si ust edes no luchan por perfeccionarse en t odo lo que se puede y debe, con el t iempo, el
TLOQUE NAHUAQUE puede romperse, dest ruirse y nosot ros t ambién seremos derruidos.

    Ust edes son la sangre nueva para el TLOQUE NAHUAQUE, la comunidad, la hermandad. Unidos
como los dedos de la mano para la creación, junt os y cercanos, ust edes lo fort alecerán y harán
que la solidaridad que represent a ent re t odos los humanos, la humanidad t ot al, florezca en
amist ad.
    Vivan y edúquense pues, perfecciónense para que el TLOQUE NAHUAQUE cumpla su misión en
la t ierra al poner en práct ica lo que el TEOTL, aquello por lo cual vivimos, la energía creadora,
diariament e hace en el universo: Separa fuerzas, las dispersa, las combina, las t ransforma y hace
que exist a para siempre la vida.

    Es como si jugara con las est rellas, con el sol, con la luna, con los comet as, con cielos, con
t odo lo que vemos, oímos y sent imos en la t ierra y est uviera haciendo una et erna represent ación
de t eat ro, donde cada una de las manifest aciones del TEOTL, t ú, la flor, t us padrecit os, t us
madrecit as, nuest ros hermanit os, las mariposas, el maguey, la t una, nuevament e t odo lo que
exist e, inclusive una piedrecit a, fuera el vest uario o el disfraz de sus múlt iples represent aciones.

    Por eso t odos est amos unidos con la fuerza creadora del TEOTL, IPALNEMOHUANI.

    Nunca olviden est as palabras, los mas pequeños de mis hijos."

    Y cuando el sabio abuelo t erminaba sus recomendaciones, los niños y adolescent es iban a
cumplir con sus obligaciones como personas que procuraban demost rar que luchaban por
perfeccionarse.

    Era como una guerra consigo mismo, una guerra int erior que HUITZILOPOCHTLI simbolizaba,
aquel incansable colibrí azul que los había conducido al sur desde las frías regiones del nort e
lejano para fundar la nueva grande TOLLAN: MESHICO-TENOCHTITLAN.

    Esa volunt ad los hacía crecer y crecer, espirit ual y físicament e preparados, para florecer cada
quien en su dest ino diseñado por las fuerzas planet arias, pero cambiando hacia el mejoramient o
por la propia decisión de cada hombre, de cada mujer, y de acuerdo con el TLOQUE NAHUAQUE.

    Los sabios que leían el gran códice del cielo, habían sabido descubrir las est adíst icas
cósmicas, los números de los ast ros, las palabras floridas del universo con que el TEOTL,
IPALNEMOHUANI, guía el perfeccionamient o de lo creado.

    Así se forjaron grandes sabios en el ant iguo mundo de ANAHUAC: Ast rónomos, médicos,
arquit ect os, zoólogos, bot ánicos, administ radores de la comida, pint ores, ingenieros, jueces,
abogados, hist oriadores, filósofos, escult ores, músicos, bailarines, corredores y poet as. ¡Poet as!
Esos niños soñadores que con su fant asía habían imaginado mundos encant adores.

    ¡Poet as! Esos jóvenes que de pront o descubrieron la palabra florida para explicar la exist encia.

    ¡Poet as! Esos señores de mirada luminosa que parecen comprender los mensajes de
mist eriosas voces que les dict an mensajes est remecedores.

    ¡Poet as! Esos hombres y esas mujeres que cuando escriben y hablan, que cuando leen y
declaman, nos hacen decir: ¡Qué bello! ¡Pero qué hermoso!

    ¡Poet as! Esos humanos que de t ant o sent ir se t ransforman en cant os y en flores, en mariposas
y en águilas, en océanos y est rellas.

    Ellos, habit ant es del TLALOCAN, el gozoso mundo de los creadores, de lo que cult ivan las
flores de la poesía y la amist ad.

    Ellos, los poet as, los que nunca morirán y serán et ernos mient ras la sabiduría de los que luchan
por ella, exist a.
    Leamos lo que decía uno de ellos: AQUIAUHTZIN en su cant o de las mujeres de Chalco.

   "Levánt ense hermanit as mías.

   Vayamos, vayamos a buscar flores;

   Vayamos, vayamos a cort ar flores.

   Aquí se ext ienden,


   aquí se ext ienden
   las flores del agua

   y del fuego;


   las flores del escudo,

   las que se ant ojan a los hombres,

   las que son prest igio:

   Flores de la volunt ad.

   Son flores hermosas.

   ¡Con las flores que est án sobre mí!

   yo me adorno!

   Yo ent ono su cant o,

   yo, mujercit a est oy aquí

   y quiero que haya mujeres como yo.

   Tú, amiga mía,

   t ú, mujer ofrendadora,

   alegradora,

   mira cómo permanece el cant o,

   sobre nosot ros,

   se ext iende,


   luego pasa.
   Hemos venido a dar placer.

   Mira la pint ura florida

   de mi cuerpo.
   Démosles t ranquilidad

   a nuest ros compañeros.

    Para el mundo AZTECA las mujeres cumplían una maravillosa misión: la de ser escudo y
fort aleza de los hombres porque ellas eran como la t ierra CHIMALMA, la que escuda;
COATLICUE, la de abundant es cordilleras que parecen faldas de serpient es: TONANTZIN-
NONANTZIN, t u-nuest ra reverenda madrecit a-padrecit o.

    Eran la represent ación encant adora de la t ernura y la abnegación, de la valent ía y del goce, ya
fueran niñas, jóvenes, madrecit as, ancianas.

    En cada edad ellas proporcionan a los hombres alegría, t ranquilidad de impulso para seguir la
guerra creadora.

    Y a veces los poet as se reunían para discut ir en versos preciosos lo que cada quien ent endía
por belleza, sabiduría, amist ad y creación. Era el dialogo de la flor y el cant o.

    Habla el poet a TECAYEHUATZIN:

   ¿Dónde andabas, oh, poet a?


   Aprést ense ya el florido t ambor

   ceñido con plumas de QUETZAL,

   ent relazadas con cempasúchiles.

   Tú darás deleit e a los sabios,

   a los seres del sol,

   los que se vist en de águila,


   y a los señores de la noche,

   los que se vist en de jaguar.

   Por un breve moment o,

   por el t iempo que sea,


   he t omado en prést amo

   de quienes nos guían


   con su sabiduría y su fort aleza,

   ajorcas de plat a,

   argollas, y piedras preciosas,

   CHALCHIHUITE, JADE.

   Sólo con flores

   rodeo a los sabios

   y con mis cant os

   los reúno

   en el lugar de los at abales,


   TEPONAXTLIS Y HUEHUES.

   Aquí en donde abundan


   los frijolit os,

      HUEJOTZINCO.

   Yo, TECAYEHUATZIN,

   he reunido a los poet as,

   los príncipes de la poesía,


   los señores de la flor y el cant o:

   Piedras preciosas t ambién.

   Jade cuyo verdor

   es señal de la vida;


   plumajes de QUETZAL,

   ave de la sabiduría

   y de los resplandores del TEOTL

   y sólo con flores

   rodeo a los señores.

    
Ahora habla el poet a AYOCUAN:

   Si pregunt an que de dónde

   vienen los cant os,

   digo que de la inmensidad de los espacios


   vienen las bellas flores,

   los bellos cant os.

   Y si no llegan hermosos


   cual son,
   es porque nosot ros

   no acert amos a capt arlos

   y a t ransmit irlos

   en t oda su grandeza.

   Los afea nuest ra imperfección

   y nuest ro anhelo de darle forma.

   Nuest ra invent iva los echa a perder.

   Solo TECAYEHUATZIN los salva.

   Alégrense porque él exist e

   y puede hacerlo.


   La amist ad es lluvia de flores preciosas.

   Blancos puñados de plumas de garza,


   ent relazados con preciosas flores rojas,

   en las ramas de los árboles.

   Bajo ellas andan y liban


   del cosmos est rellado,

   los señores poet as

   y los que guían a los hombres

   el hermoso cant o es como

   un brillant ement e amarillo


   pájaro cascabel.

   Y t u, TECAYEHUATZIN,

   lo elevas muy hermoso.

   est ás en un jardín de flores.

   Sobre las ramas floridas cant as,

   sobre el árbol est rellado del universo.

   Eres un ave preciosa

   del TEOTLIPALNEMOHUANI.

   Parece como si t ú hablaras

   y ent endieras la energía creadora de t odo.

   Apenas cont emplas la aurora

   y ya t e pones a cant arle.

   Por eso, esfuércese

   quien quiera las flores

   del escudo que nos prot ege

   de la muert e en cant ar:

   la poesía, los poemas, los cant os.

   ¡Qué podrá hacer nuest ro corazón

   si en vano llegamos a la t ierra,

   si en vano hemos brot ado en ella?

   Sólo el art e perdura.

   Y el poet a baja sin duda


   al lugar de los at abales
   donde despliega sus cant os preciosos,

   y uno a uno los ent rega

   al dador de la vida,


   la energía creadora,

     IPALNEMOHUANI,

   para que t odos unidos,

   en TLOQUE NAHUAQUE,

   los gocemos y disfrut emos.


   Al poet a le responde:

   El pájaro cascabel

   anda cant ando.


   Ofrece flores.

   Nuest ras flores ofrece

   y nosot ros debemos ayudarlo

   en TLOQUE NAHUAQUE

   a cant ar.

   Como esmeraldas, jades,

   CHALCHIHUITES,

   y plumas finas llueven t us palabras.

   Así lo digo yo:

   AYOCUAN CUETZPALTZIN

   que ciert ament e soy part e

   del TLOQUE NAHUAQUE,

   la hermandad,
   y soy voz del TEOTL.

   Est o es lo único verdadero en la t ierra:

   la poesía, la sabiduría.


   Por eso voy a dejarles mis cant ares,

   ¿Acaso uno ha de morirse


   como las flores que perecieron:

   ¿Nada quedará en mi nombre

   para los que vienen?

   ¿Nada de mi fama aquí en la t ierra?

   ¡Al menos flores, al menos cant os!

Est os nos darán la et ernidad humana.

    Y el diálogo de los poet as y de los sabios proseguía. Y días había en que los pueblos de
ANAHUAC, nuest ros abuelos, se la pasaban danzando, cant ando y declamando como muest ra
t ot al de su grandeza creadora que los solidarizaba ent onces desde las casas de las flores, de los
cant os y la unión, con el universo en perfeccionant e creación, gracias a IPALNEMOHUANI,
TEOTL.

CRÓNICAS DE LA GRANDE TENOCHTÍTLAN I: LOS INICIOS.

    Y he aquí hijit os míos, los más pequeños de nuest ra carne, nuest ros palomit os, nuest ras
florecit as, nuest ros conejit os, nuest ras aguilit as, que comienzo a cont ar la hist oria de una
hermosa ciudad… Se llamaba:
MESHICO-TENOCHTITLAN,

    Y exist ió en est os lugares que ahora son ocupados por la descomunal y ext ensa urbe de
México: Est a t remenda met rópoli que se fue ext endiendo como ninguna ot ra lo ha hecho en el
mundo y que pareció ir devorando a t odas las pequeñas ciudades que la rodean en la ant igüedad;
ant es TENOCHTITLAN, o mejor dicho MESHICO-TENOCHTITLAN, hoy, simplement e la ciudad de
México.
    En el pasado, t odos nuest ros t at arabuelos de ANAHUAC, los que habían sido t est igos de la
epopeya de ese pueblo abuelo nuest ro, los AZTECAS, los vest idos con plumajes de garzas
blancas, los que habían t omado conciencia de la misión de la energía creadora, el TEOTL, para
perfeccionar y prot eger al universo, la conocieron como la ciudad que se había fundado cuando el
gran sabio TENOCH, bondadoso y t enaz guía, por consejo de la comunidad, la hermandad, la
unidad solidaria y creadora, el TLOQUE NAHUAQUE, decidió dar fin a la larga peregrinación en
busca de un lugar apropiado para est ablecerse y cumplir con su misión en la t ierra; perfeccionar a
la nat uraleza y a la humanidad, t al como lo habían llegado a comprender que habían int ent ado
hacerlo en remot ísimas ant igüedades los OLMECAS, los TEOTIHUACANOS, los TOLTECAS.

    Mas como la animalidad había hecho que desaparecieran t an espléndidas cult uras, los
AZTECAS se proponían ent onces, reconst ruirlas en maravillosa mezcla, en esplendida unión, en
magnífica sínt esis.
    Para est o t endría que luchar mucho hast a lograr el t riunfo de la amist ad y la alegría de sent irse
part e vit al del cosmos, de la acción creadora del TEOTL, la energía, IPALNEMOHUANI, aquello
por lo cual vivimos siempre.

    Así que según los cálculos de los sabios ast rónomos, la fundación de su gran cent ro de acción,
su ombligo, MESHICO-TENOCHTITLAN, debía realizarse cuando un fast uoso e impresionant e
eclipse solar se efect uara. Esa era la señal. Ent onces el águila solar parecería devorar a la
serpient e t ierra y la fecha indicada cumpliría el dest ino de su obligación et erna.

    De est a manera, la volunt ad de lograr sus propósit os les había hecho soport ar enormes fat igas.
HUITZILOPOCHTLI, el colibrí azul que los guiaba hacia el sur, a la izquierda del sol nacient e,
desde el nort e árido hacia la abundancia, símbolo de su persist encia, ejemplo nat ural de
movimient o sost enido, de su afán de lucha creadora, de guerra int erior para el perfeccionamient o
personal y colect ivo y para la expansión de la amist ad, los inspiraba y les daba la fuerza, t ant a,
que los demás pueblos hermanos que habit aban la meset a de ANAHUAC, t odos, absolut ament e
t odos, un poco o un mucho, llegaban a asust arse cuando no alcanzaban a dist inguir el por qué de
t ant o afán.

    Y es que, hijit os míos, nuest ros hermanit os ignoraban, o ya se les había olvidado, o est aban
borrosos sus recuerdos, o empañados sus espejos, o dormido su TEZCATLIPOCA, oscurecido,
moreno, que muchos siglos ant es había exist ido lo que t ant as veces les he dicho, grandiosos
señoríos que habían alcanzado una cult ura t an vast a que su manera de ver la vida, de sent ir el
mundo, de penet rar en el universo, era engrandecedora de la humanidad.

    Algunos pobladores de ent onces, como hoy, ya no se acordaban de la TOLTECAYOTL, la


t olt equidad, la abundant e sabiduría de los abuelos, de los que habían comprendido los secret os
del TEOTL, la energía creadora, la energía de la cual somos part e, como vest uarios dist int os de
ella: A veces niños, luego jóvenes, después adult os, al final sabios ancianos. O t al vez colibríes, o
árboles, o ríos, o piedrecit as o maicit os. Ya no se acordaban de la TOLTECAYOTL, t odo ese
magno esfuerzo de nuest ros ant epasados para ser dignos de la et erna vida que disfrut amos. ¡Si!
¡Et erna! Et erna porque cada vez que la energía creadora se manifiest a, florecemos en amist ad, en
libros pint ados, en abundant e agricult ura, en mont añas que at raen las irradiaciones de los ast ros,
en el int enso girar de est rellas y planet as: En lo que PIRAMIDES y TEOCALLIS represent an.

    ¡Si! Vida et erna, mis pequeñit os, ¡et erna!, porque nunca morimos, sólo nos cambiamos de ropaje.

    Ya no se acordaban de que el más hermoso de los plumajes es el que luce el hombre sabio, el
que ha sabido cult ivar su ment e y su cuerpo para encauzar la ment e y el cuerpo de los demás, de
los que no logran capt ar la luz de los rayos del TEOTL, IPALNEMOHUANI. Ya no se acordaban de
la TOLTECAYOTL.

    Por eso, ust edes, los más pequeñit os de mis hijos, deben comprender que el t iempo que
pasamos con el vest uario, con el disfraz quizá, en est a vida, debemos adornarlo siempre para que
sea florido: Bellos pensamient os, elevadas ideas, maravillosos hechos, bondadosas acciones,
cant os sublimes, grat it ud enorme, espléndidos conocimient os.

    Ya no se acordaban de la TOLTECAYOTL, casi como hoy, en nuest ros t iempos, y preferían vivir
como animales, sin t omar cuidado de que así, sí podremos perecer, pues sólo cuando t enemos
conciencia del TLOQUE NAHUAQUE, la hermandad, y de su elevación a t ravés del t rabajo creador,
nunca nos alejaremos del TEOTL.

    Ya no se acordaban de la TOLTECAYOTL, y su vida era de simples CHICHIMECAS, los que sólo
se at an por los inst int os animales y viven esclavos de las hambres, enredados en ellas y sin
fort aleza para ut ilizarlas y superarse.

    Ya no se acordaban de la TOLTECAYOTL, y sólo imit aban como los changos, sólo t ragaban
como los ocelot es, sólo se calent aban como las víboras. Ya no se acordaban de la
TOLTECAYOTL.

    Sólo nuest ros abuelos AZTECAS-MESHICAS-TENOCHCAS, que así se les llamaba según la
fase por la que at ravesaba su peregrinación: Al iniciar, AZTECAS; al caminar, MESHICAS; al llegar,
TENOCHCAS, habían comprendido, junt o con los hermanit os de TEZCOCO, la necesidad de reunir,
darle vida y fecundar aquello que corría el riesgo de perderse y que const it uía una herencia
maravillosa de saberes. Ellos t endrían que sint et izarlos, fusionarlos, recrearlos, perfeccionarlos y
ext enderlos.
    Tal misión era su gloria anhelada, su dest ino elegido, su función como, t rabajadores de la gran
energía cósmica, los responsables humildes y grandiosos a la vez, MACEHUALES. Los difusores
de la acción del TEOTL, guías de él-ella, LA ENERGIA CREADORA, LA DUALIDAD, EL CUATE
CREADOR, OMETEOTL, vest ido a veces como OMETECUHTLI-OMECIHUATL, lo masculino y lo
femenino, t ransformados siempre en vida, TONACAYOTL y difundidos a los cuat ro punt os
cardinales:

    Al nort e, TEZCATLIPOCA MORENO;

    Al ponient e, TEZCATLIPOCA ROJO;

    Al orient e, QUETZALCOATL;

    Al sur, HUITZILOPOCHTLI.

    Nuest ros abuelos AZTECAS, oh mis hijit os descendient es de ellos, t enían que recuperar lo
disperso por el t iempo y por la conduct a best ial de los hombres.

    Ellos debían crear la nueva unión para perfeccionar a la humanidad y hacerla merecedora de su
elevado dest ino, t al cual IPALNEMOHUANI, aquello por lo cual exist imos siempre, energía
creadora, eléct rica y magnét ica, que t odo lo mueve y lo t ransforma, lo vist e y lo desnuda, lo
descarna y lo encarna, le da cuerpo variado o nos descorporiza.

    Pero sobre lo dicho, hijit os míos, mis ocelot it os y mis IZCUINTLITOS, florecer, como el
universo en luceros, como la veget ación en la t ierra, en amist ad.

    Y no import aba que t uvieran que pelear y hast a morir en la lucha, por convencer a los egoíst as
de que se hacía necesario compart irlo t odo y darle a los pueblos que no poseyeran algo
det erminado, eso de lo que carecían, t raído de aquellos que les sobraba.

    Era urgent e dist ribuir con equilibrio y just icia los product os de la madrecit a t ierra que nos
aliment a: TONANTZIN-NONANTZIN; COATLICUE, la que luce sus cordilleras como faldas de
serpient e y de la cual brot a el verdadero hombre creador, la madrecit a t ierra, la que nos sirve de
escudo en cont ra de la animalidad para que surjamos vest idos con el plumaje de la sabiduría,
CHIMALMA, CHALMA.

    Solo así, pensaban nuest ros reverendos abuelit os AZTECAS, podría llegarse a una comunidad
donde exist iera la mayor felicidad individual, dent ro de la mayor felicidad colect iva, es decir: El
TLOQUE NAHUAQUE, lo único que hace sent irse acompañado y út il al hombre, su conciencia de
pert enecer a los demás y ser part e de su grupo social donde cumple una función, un t rabajo, una
acción, siempre import ant e para t odos. Eso deseaban y eso hacían: saber compart ir, saber
dist ribuir.

    En TLOQUE-NAHUQUE siempre, no import aba la humildad de la labor hecha, pues si eso era lo
que podía hacer alguien por mejorar la colect ividad, el reconocimient o era la t ernura, el cariño y la
alegría de haber florecido para el t odo humano: El TLOQUE-NAHUAQUE.

    Así, en los inicios de TENOCHTITLAN, comenzaron a organizar el t rabajo de acuerdo con la


capacidad de cada hombre, de cada mujer, y a darle a los mejores dot ados, el apoyo a t ravés de la
medit ación, de la emanación de energía personal, para que ellos fueran los guías sabios:
TLACATECUHTLI, los que hablarían int eligent ement e para t odos: los TLATOANI, los que se
dedicarían a perfeccionar la energía creadora: Los TLAMATINIME; los que se dedicarían a velar
para capt ar los rayos de la energía creadora que se reflejaban en los pedernales: Los
TEOPIXQUES.

    Y para lograr est o, nuest ros abuelos AZTECAS, t endrían que combat ir diariament e.

    Combat ir cont ra la pereza, cont ra la ment ira, cont ra el vicio, cont ra la t raición, cont ra el abuso,
cont ra la ingrat it ud, cont ra la desobediencia a las leyes dict adas por el TLOQUE NAHUAQUE, el
consejo de los más sabios.
    Habría primero que dominar nuest ro cuerpo y desde niños, aprender la sabiduría de cont rolarlo y
dirigirlo.
    Para reforzar est o, nuest ros padrecit os y nuest ras madrecit as, así lo harían conocer y aprender
en el CALPULLI, la casa de t odos.

    Darían consejos y educarían a los niños act ivament e para que fueran comprendiendo y
descubriendo para lo que iban a ser buenos: Cargadores, molenderas, t ejedores, comerciant es,
danzant es, maest ros, guías, agricult ores, ast rónomos, pint ores, en fin, t odo aquello que se
necesit aba para vivir armónicament e en sociedad y dent ro de lo más just o posible.

    Post eriorment e irían al TEPOCHCALLI, la casa de los jóvenes, y luego, para los select os por su
t alent o y sensibilidad, ingresar a la casa de la unión: el CALMECAC

    Nuest ros abuelos venerados, hijit os míos, ret oños de nuest ra sangre, sabían que lo que
t ransforma al ser humano en perfección es la educación.

    Un pueblo animalizado, sólo pendient e de sus inst int os best iales, será dest ruct or, corrupt o,
ambicioso y t raidor.

    Un pueblo educado en los alt os fines del TEOTL, la energía creadora en perpet uo
perfeccionamient o, siempre florecerá en amist ad y en grandeza cult ural.

    Y est o era lo que pensaban los fundadores de TENOCHTITLAN y lo que deseaban compart ir
con sus hermanit os los HUEJOTZINCAS, los TLAXCALTECAS, los XOCHIMILCAS, los COLHUAS,
los TEPANECAS, los TLALHUICAS, los CHALCAS.

    Sin embargo, muchos de ellos no lo ent endían clarament e y había necesidad de declararles la
guerra para florecer después de ella en amist ad y crear la confederación que uniría a t oda
ANAHUAC.

    TENOCHTITLAN y TEZCOCO, junt o con la ciudad hermana TLATELOLCO, lucharían unidas t ras
ese fin, sin import ar que las nat urales bajezas animales de los hombres t rat aran de impedirlas.

    Con la fundación de MESHICO-TENOCHTITLAN, con la ayuda de la cult a TEZCOCO, y la


habilidad comercial de los TLATELOLCAS, pront o surgiría la verdadera raza cósmica que cumpliría
la misión del TEOTL, IPALNEMOHUANI: Todos unidos como los dedos de la mano para el
perfeccionamient o creador, en TLOQUE NAHUQUE, la humana divinidad.

    Y con ello, bien que sabían, hijit os míos, los más pequeños, mis piedrecit as de jade, mis plumit as
de blancas garzas, que se rendiría la más preciosa y debida grat it ud a t odo lo exist ent e: Grat it ud
a la lluvia y al agua que fecunda y purifica: TLALOCTLI, TLÁLOC, y que cuando permanece en la
t ierra como lagos, como ríos, como manant iales, como cascadas, como lagunas, como mares,
parece que la vist e con una linda falda azul-verde de jades maravillosos y mágicos:
CHALCHIUTLICUE.

    Grat it ud a la t ierra t ambién que nos da sus aliment os para que el hombre nazca y perdure en
ella perfeccionándose: TONANTZINNONANTZIN, COATLICUE, CHIMALMA. La t ierra de donde ha
nacido la int eligencia creadora, QUETZALCOATL, preciosa serpient e que t odo lo mueve y lo
explora aguzadament e. Y sobre t odo, la t ierra que ha hecho surgir la volunt ad que t odo lo logra,
sin import ar nuest ros sacrificios más t remendos, HUITZILOPOCHTLI, azul colibrí del sur que
at rae. Y grat it ud al sol, TONATIUH, que da el calor germinant e. Y a la luna que mueve las aguas y
alumbra la oscuridad de la noche que como ocelot e se desplaza silenciosa. Y a las est rellas que
permit en la luz noct urna, aunque no haya sol. Grat it ud a las flores y sus perfumes,
XOCHIQUETZAL y XOCHIPILLI.

    Grat it ud a los cambios de piel que t iene el andar del t iempo y que hace las est aciones del año:
XIPETOTEC,

    Grat it ud al fuego, que con su elect ricidad brillant e, lo originó t odo: HUEHUETEOTL; grat it ud a
sus llamas mat izadas de rojo, naranja y amarillo. Y grat it ud al maíz, CENTEOTL que nos da
manut ención y energía.

    ¡Grat it ud! ¡Grat it ud! ¡Siempre agradecer! Así pensaban nuest ros abuelos azt equit as, oh
pequeños capullos que me at ienden, grat it ud a t odos los vest uarios del TEOTL. Que en el gran
t eat ro del universo, el t eat ro cósmico, el árbol florido, se desplazan, se t ransforman y nos
perfeccionan.

    Grat it ud a ellos, a los fast uosos disfraces con que se vist e y nos anuncia y demuest ra su
presencia objet iva, aquello por lo cual t odos vivimos.

    Por eso, cuando se inició la grande ciudad de TENOCHTITLAN, ahora México, se dio t ambién
t ant o impulso a la música y al cant o.

    Est as eran las formas más humanas del agradecimient o y t odos debían aprender a danzar, a
cant ar, a t ocar inst rument os musicales y a declamar poemas para agradecer siempre.

    Ahí est aba el CUICACALLI, la casa de la danza y el cant o; allí est aba el lugar donde se florecía
con poemas y cort esías: XOCHICALCO; allí est aban los cimient os, los fundament os, de la pujanza
que iba a alcanzar nuest ra primera urbe, en su primer vest uario, el AZTECA.

    Los cálculos ast ronómicos se habían manifest ado y la ciudad se levant aba haciendo círculos
de jade sobre el grande lago de TEZCOCO.

    La volunt ad de sus fundadores la iba ext endiendo sobre del agua ant e el asombro de los
pueblos de ANÁHUAC.

    Y con est os principios, oh hijit os míos, que me escuchan o me leen en el negro y el blanco,
códices de hoy, libros con imágenes, se inició la vida de la ciudad de las ciudades:

MESHICO-TENOCHTÍTLAN.

    ¡Agradezcamos, a pesar de t odo, el haber nacido aquí!

CRÓNICAS DE LA GRANDE TENOCHTÍTLAN II: EL ESPLENDOR.

    Muchos años habían pasado ya desde que la grande ciudad de MESHICO-TENOCHTÍTLAN se


había fundado.
    Ahora se miraba esplendorosa flot ar brillant ement e como un enorme cuadrado de plat a al
cent ro de los ent onces gigant escos lagos del ANAHUAC.

    Lanzaba sus resplandores a t odas las poblaciones que bordeaban las t ransparent es aguas de
aquella azul y verde región y a t ravés de bellas y amplias calzadas se comunicaba a las
principales ciudades de la t ierra firme.

    Así se podía llegar, sin necesidad de navegar, hast a el TEPEYACAC, en el nort e, a ese cerro que
guiaba, como la nariz va siempre al frent e, a t odos los habit ant es de est as t ierras para rendirle
cant os y danzas de grat it ud a nuest ra madre-padre TONANTZIN-NONANTZIN COATLICUE
CHIMALMA, la t ierra que nos da aliment o y prot ección.

    Bien que se recordaba que esos parajes habían sido el primer rincón donde los ant iguos
AZTECAS habían habit ado al llegar al valle; sit io de abundancia, lugar de t ulares, pesca y cacería,
de dulce agua y frescos y curat ivos manant iales: TOLLAN, le habían llamado desde esas épocas
a semejanza de aquella que nuest ros abuelos MESHICAS deseaban revivir.

    Hacia el sur, ot ra hermosa calzada llegaba hast a la blanca IZTAPALAPA y una rama se desviaba
ant es rumbo a COYOHUACAN, sit io de coyot es, quienes desde la oscuridad de sus sent idos,
ansían la luz de la sabiduría.
    Cercano a est e lugar se encont raba el TEOCALLI donde se fort ificaba la volunt ad y se
recordaba a aquel colibrí azul que daba ejemplo de const ancia y esfuerzo para que los AZTECAS
cont inuaran con su misión creadora HUITZILOPOCHTLI, al ponient e, ot ra calzada conducía a los
caminant es hacia TLACOPAN, el lugar donde abundan mat orrales como varas y una desviación los
llevaba hast a AZCAPUTZALCO, el hormiguero por t ant a gent e laboriosa que allí moraba.

    Algunos le decían a est a últ ima calzada: la calzada de NONOHUALCO o de TENAYUCA.

    Hacia el orient e, el inmenso lago de TEZCOCO t enía que ser navegado para llegar a la propia
ciudad de TEZCOCO o a IZTACALCO, o a CHALCO.

    La ciudad de los espejos de la memoria, la primera; la ciudad de las casas blancas, la segunda;
la ciudad de los jades, la t ercera.

    Por eso, cuando el gran sabio señor y guía de los TENOCHCAS, MOCTECUHZOMA,
XOCOYOTZIN, el venerado XOCOYOTITO, el más jovencit o de los hijos de ANAHUAC,
cont emplaba t odo est e resplandor desde las t ierras de su TECPAN, la casa del señorío, bella
como un palacio, se sent ía orgulloso y agradecía a IPALNEMOHUANI, aquello por lo cual vivimos,
el TEOTL, la energía creadora, que él pudiera dirigir ahora a su pueblo hacia el perfeccionamient o.

    MOCTECUHZOMA XOCOYOTZIN era admirado y venerado por t odos debido a su maravillosa


capacidad de medit ación que lo había llevado a conocer t oda la sabiduría de su t iempo.

    El nunca dejaba de recordar el gigant esco esfuerzo de sus ant epasados para levant ar esa
fascinant e urbe que se ext endía a sus pies.
    La memoria, ese espejo ahumeant e que t odo lo refleja, claro o borroso; bueno o malo; animal o
humano; rojo o negro; primit ivo o avanzado; CHICHIMECA o TOLTECA; best ial o cult o, siempre le
hacía ver con suma claridad el pasado.

    Y es que TEZCATLIPOCA nunca lo abandonaba. Jamás dejaba de dict arle soluciones correct as
para los dest inos de su pueblo.

    Largas y profundas reflexiones le aclaraban t odos los est ados de su conciencia.

    Sus pensamient os y sus sent imient os eran cavilados en su int erior por TEZCATLIPOCA.

    Así había podido aprender t ant o de sus ant epasados y por eso, su pueblo lo adoraba y
reconocía en él, al hombre pleno, al que había logrado la mayor perfección hast a esas épocas.

    Era ast rónomo, bot ánico, zoólogo, mat emát ico, arquit ect o, médico, juez, filósofo, músico, en
fin, t oda la sabiduría de su t iempo se acumulaba en él; él la represent aba y su palabra era siempre
florida.
    El gran señor MOCTECUHZOMA XOCOYOTZIN era en verdad un bien amado de su pueblo y el
modelo para seguir.

    Su ejemplo incesant e de concent ración lo percibían hast a los niños.

    Y t odos medit aban t ambién para ayudar a su señor en la claridad de sus resoluciones.

    En verdad, MOCTECUHZOMA XOCOYOTZIN era un gran señor como pocos había en el mundo
de aquellos t iempos.
    Sólo se preocupaba, porque sus amados TENOCHCAS y los pueblos que formaban la
confederación de señoríos de ANAHUAC y mas allá, cumplieran con la misión del TEOTL, la
energía creadora que mueve al universo y a cada uno de nosot ros. Esa misión de perfeccionarse a
fuerza de volunt ad y unidos, como los dedos de la mano, avanzar para florecer en el TLOQUE
NAHUAQUE, es decir, la hermandad, la amist ad, la comunidad.

    De est a manera, siempre que el gran MOCTECUHZOMA XOCOYOTZIN medit aba, el espejo
ahumeant e, TEZCATLIPOCA, la memoria y la conciencia, le hacía ver a los ocho grandes y
esforzados señores que lo habían precedido en la guía de su pueblo y que habían luchado por dar
esplendor a la nueva TOLTECAYOTL, la que se est aba gest ando en la grande TENOCHTITLAN y
en sus ciudades hermanas TEZCOCO, la de los archivos, la de los libros del saber, la de los
códices, la de los recuerdos y TLACOPAN, la de la experiencia y el t rabajo incesant e.

    La nueva y grande TOLTECAYOTL, la cult ura renacida y fusionada por los TENOCHCAS y que se
había originado en los ant iguos OLMECAS, TEOTIHUACANOS y TOLTECAS, MOCTECUHZOMA
XOCOYOTZIN la presidía.

     Y ahí en sus recuerdos parecía emerger ACAMAPICHTLI, el que unificó las ramas dispersas
con su puño bondadoso y férreo a la vez, ACAMAPICHTLI había sido el primero de los
TLATOANIS elegidos por el consejo de quiénes habían fundado TENOCHTITLAN, el uniría el
pasado TOLTECA con el present e AZTECA.

    Y luego, MOCTECUHZOMA XOCOYOTZIN, miraba en los recuerdos de su espejo ahumeant e,


TEZCATLIPOCA, el cont inuador lleno de volunt ad, t al cual el colibrí azul de la peregrinación.

    HUITZILIHUITL, pluma de colibrí, era un mancebo de corazón noble, apacible y de buenas


cost umbres.

    A pulso se había ganado el derecho a ser elegido como el cont inuador de la obra de su
padrecit o ACAMAPICHTLI.

    Y de pront o, en el espejo ahumeant e del gran señor MOCTECUHZOMA XOCOYOTZIN, su


memoria, aparecía la t rágica figura de un héroe sacrificado por la envidia y la ambición de los que
no deseaban la unidad y el perfeccionamient o.

    Allí se veía a CHIMALPOPOCA, el escudo ahumeant e que su abuelo, el TEPANECA egoíst a


TEZOZOMOC quería ut ilizar para det ener el avance de los pensamient os TENOCHCAS.

    Y luego veía cómo se suicidaba el gran CHIMALPOPOCA para salvar de la humillación a su
pueblo MESHICA a la que lo quería somet er el mal hijit o de TEZOZOMOC, el ambicioso y
despiadado MAXTLA, ese guerrero de cuerpo hercúleo, pero de ment e malévola y t iránica.

    Y luego, al fin, en la memoria privilegiada por el est udio de MOCTECUHZOMA XOCOYOTZIN,
aparecía el salvador de su pueblo en cont ra de los t iranos TEPANECAS: ITZCOATL, la serpient e
con espinas, con púas dispuest as a defender hast a morir a los que querían humillar para siempre:
su gent e de la TOLTECAYOTL.

    Ent onces fue cuando NEZAHUALCOYOTL pudo por fin reinar en TEZCOCO y florecer en cult ura
maravillosa.

    Ent onces fue cuando TENOCHTITLAN verdaderament e comenzó a ser grandiosa.

    ITZCOATL había t enido el t alent o guerrero para salvarla y ayudar a los que se unieran con el fin
de cont inuar la labor del TEOTL, la energía creadora.

    Y cuando murió ITZCOATL el espejo ahumeant e, la memoria, TEZCATLIPOCA le most raba al
XOCOYOTZIN como había sido elegido para sust it uir al TLATOANI recién desaparecido, uno de
los más grandes y sabios capit anes de ent onces: MOCTECUHZOMA ILHUICAMINA, el primer
MOCTEZUMA, el HUEHUE, el abuelo, el flechador del cielo, el gran señor que aspiraba a alcanzar
el mist erio de las est rellas.

    A MOCTECUHZOMA ILHUICAMINA, el quint o TLATOANI, el TLOQUE NAHUAQUE, el consejo, la


comunidad, la hermandad de sabios, de hombres de conocimient os, lo había seleccionado por sus
grandes mérit os t ant os guerreros como int elect uales.

    ¡Bien que lo sabía su niet o, el XOCOYOTITO, el más joven, al más t ierno de sus descendient es!

    Nunca fuera un abuelo t an premiado como lo fue MOCTECUHZOMA ILHUICAMINA: t ener un


niet o t an sabio como MOCTECUHZOMA XOCOYOTZIN y un hijo poet a, guía increíble, como
AXAYACATL.

    Pero sobre t odo, un consejero t an int eligent e como el famoso TLACAELEL.

    Y MOCTECUHZOMA XOCOYOTZIN sabía que viéndose su abuelo, MOCTECUHZOMA


ILHUICAMINA t an gran señor y en t ant a gloria y con t ant as riquezas det erminó enviar a saber en
qué lugares habían habit ado sus ant epasados y qué formas t enían aquellas siet e cuevas que en
los libros de TEZCATLIPOCA, la memoria, se mencionaba const ant ement e.

    Para est o mandó llamar a su consejero TLACAELEL y le dijo:

    -He det erminado junt ar a los más valient es de nuest ros hombres y enviarlos a que busquen
CHICOMOZTOC, el lugar de las siet e cuevas; AZTLAN, el sit io del alba como el plumaje de garzas
blancas, y de paso ver si es posible localizar, sobre t odo, a COATEPEC, donde dicen que la madre
de HUITZILOPOCHTLI permanece viva.

    Y las hierbas, los animales y las combinaciones de poder maravilloso, sin embargo, TLACAELEL
le aconsejó que no mandara guerreros, sino sabios que con sus conocimient os de los ast ros, de la
medicina, de los números, descubrirían mejor el lugar mist erioso.

    MOCTECUHZOMA ILHUICAMINA, oyendo el buen consejo del int eligent e TLACAELEL, acordó
llamar al grande hist oriador CUAUHCOATL, viejo de muchos años para decirle:

    -Padrecit o, abuelit o, quiero saber cuánt o t ienes en t u memoria, en t u espejo ahumeant e,


TEZCATLIPOCA, de la hist oria de la siet e cuevas donde habit aron nuest ros ant epasados
padrecit os y qué lugar es aquél donde se efect uó el prodigio de hacerse carne la fuerza de
volunt ad de nuest ro HUITZILOPOCHTLI para sacar a nuest ros abuelit os AZTECAS de esos sit ios
y t raerlos hast a acá donde hoy vivimos, nuest ra grande y esplendorosa ciudad de
TENOCHTITLAN.

    CUAUHCOATL, el que es a la vez serpient e y águila, t ierra y sol, le cont est ó sapient ement e:

    -Hijit o mío, el más pequeño de nuest ra carne, pero el más poderoso guiador de nuest ros
pueblos, yo, t u indigno servidor, sólo sé que nuest ros padrecit os moraron en aquel feliz y dichoso
lugar llamado AZTLAN, hast a que por obra de la volunt ad de perfeccionarse, salieron en
búsqueda de un sit io apropiado para fundar nuest ra ciudad de acuerdo con los signos que los
ast ros most raran y que sería un eclipse impresionant e donde la t ierra serpient e, sería devorada
por el águila sol.
    En ese lugar de AZTLAN había un gran lago y un cerro enorme en medio del agua que llamaban
COLHUACAN, porque t iene la punt a algo t orcida hacia abajo.

    En est e cerro había unas cuevas donde habit aron nuest ros abuelos y padrecit os por muchos
años.
    Allí se encont raban muy t ranquilos bajo el nombre de AZTECAS y gozaban de mucha cant idad
de pat os de t odo género, de garzas, de gaviot as, de flamencos, de codornices, de guajolot es y
cisnes.
    Se deleit aban con el cant o y la melodía de los pajarillos de cabezas coloradas y amarillas;
disfrut aban t ambién de muchas diferent es especies de hermosos y grandes pescados; se
regocijaban con la inmensa frescura de arboledas que había por aquellas riberas y de manant iales
cercados de sauces, de sabinos y de alisos grandes y preciosos.

    Andaban en canoas por las t ransparent es aguas del bello lago de AZTLAN y hacían con piedras
abundant es, camellones sobre el lago que les servía de sement eras o chinampas donde
sembraban maíz, chile, t omat es, bledo, frijoles y t oda clase de semillas que comemos hoy y que
ellos t rajeron para acá.

    Pero después de que salieron de allí a la t ierra firme y dejaron aquellos deleit osos parajes, t odo
se volvió en su cont ra: Las hierbas mordían, las piedras picaban, los campos se hallaban llenos de
arrojos y de espinas, y encont raron grandes jarales y biznagas que no podían pasar ni había donde
sent arse ni donde descansar.

    Todo lo hallaron replet o de víboras, alacranes y sabandijas ponzoñosas y de ocelot es, gat os
mont eses y ot ros animales que les eran perjudiciales y dañosos.

    Est o es lo que dejaron dicho nuest ros ant epasados y lo que t engo escrit o en las imágenes de
mis hist orias ant iguas, grande y reverendo flechador del cielo.

    MOCTECUHZOMA, el abuelo, respondió que era verdad porque TLACAELEL cont aba esa misma
crónica.

    Luego mandó que buscaran y llamasen por t odos los pueblos a los más sabios ancianos y los
llevaran hast a él.

    Le fueron t raídos sesent a ancianos de t odas part es y les dijo:

    -Padrecit os, yo he det erminado saber donde est á el lugar del cual salieron los mexicanos
ant iguos y que t ierra es aquélla y quién la habit a ahora, y si aún est á viva COATLICUE, la madre de
nuest ra volunt ad de perfección: HUITZILOPOCHTLI.

    Deben prepararse para part ir allá en la mejor forma que pudieran y en el t iempo mas cort o."

    Los ancianos recibieron con sat isfacción lo que MOCTECUHZOMA ILHUICAMINA les pedía y
se apercibieron de lo necesario.

    Les fue dada una gran cant idad de mant as de t odo género, vest iduras de mujer, piedras ricas
de jade engarzadas en oro, mucho cacao, hongos para la medit ación, algodón, flores de vainilla
negras, plumas de mucha hermosura, las mejores y mas grandes, en fin, lo mejor de los t esoros del
gran TLATOANI.

    Y con gran cant idad de comida para el camino, los sesent a sabios ancianos part ieron hast a
llegar a un cerro que se llama COATEPEC, cercano a la ant igua y grande TOLLAN.

    Allí t odos se pusieron en medit ación e invocando a la conciencia para que les enviara claras
ideas de lo que deseaban saber, comiendo los honguit os de la reflexión, t uvieron la visión que
anhelaban.
    Se sint ieron t ransformarse en aves en ocelot es en gat os mont eses y así cambiados,
t ransport arse a ot ras dimensiones, como en el t únel del t iempo, en búsqueda del lugar donde sus
ant epasados habían habit ado.
    Se sint ieron llegar a una laguna enorme, en medio de la cual est aba el cerro COLHUACAN y
puest os en la orilla t omaron nuevament e la forma de hombres ancianos que ant es t enían.

    Y cuent a la hist oria que ent onces vieron a alguna gent e que andaba en canoas pescando y
realizando sus act ividades con mucho gust o.

    Los sabios ancianos llamaron a algunos de ellos y la gent e nueva que hablaba una misma
lengua, t an melodiosa y armónica, llegaron con las canoas a ver lo que deseaban y les
pregunt aron que de dónde eran y a qué venían.

    A est o cont est aron los HUEHUES sabios:

    -Hermanit os, nosot ros somos de MESHICO-TENOCHTITLAN y hemos sido enviados para
buscar el lugar en donde habit aron nuest ros ant epasados.

    Ellos les pregunt aron:

     -¿Ust edes adoran a la energía creadora? ¿Al TEOTL? ¿Y a sus manifest aciones múlt iples?

    Los ancianos respondieron:

    -Sí a IPALNEMOHUANI, aquello por lo cual t odos vivimos, en TLOQUE NAHUAQUE y act uamos
bajo el precept o de una de sus más grandes manifest aciones HUITZILOPOCHTLI, la volunt ad de
perfeccionarse para ayudar a la evolución y perfeccionamient o del cosmos y de t odo lo
exist ent e, sin import ar sacrificios.

    -Nuest ro gran señor MOCTECUHZOMA ILHUICAMINA y su consejero, el int eligent ísimo y


cert ero TLACAELEL, nos mandaron en busca de la madre de la forma humana de
HUITZILOPOCHTLI que se llamaba COATLICUE.

    -También nos enviaron a buscar el lugar de donde salieron nuest ros ant epasados, que se llama
CHICOMOZTOC.

    -Si acaso nuest ra reverenda señora madrecit a COATLICUE vive aún y ust edes saben dónde,
díganoslo, pues t raemos regalos para ella.

    Un anciano que escuchaba t oda aquella relación les dijo:

    -Sean bienvenidos, amiguit os, port adores de la energía, TEOLIZTLIS, TETEUCTIN,


embajadores, TECUHTLIS, vengan por acá.

    Trajeron muchas canoas y allí subieron a los recién llegados para t ransport arlos a t ravés del
lago y pasarlos al cerro ret orcido ACOLHUACAN, del cual dicen que de la mit ad para arriba es de
una arena muy fina de modo que no se puede subir por est ar t an bofa y honda.

    Al pie del cerro se miraba una casa donde un anciano aguardaba a los visit ant es.

    Cuando el anciano los vio, se saludaron con mucha reverencia y uno de los abuelit os sabios de
TENOCHTITLAN le dijo con dulces y claras palabras:

    -Venerable HUEHUETZIN, abuelit o nuest ro, de seño maduro y sabio, aquí hemos llegado t us
siervos al lugar donde es obedecida t u palabra y reverenciado el alient o de t u boca, porque nos
envía MOCTECUHZOMA ILHUICAMINA y su consejero TLACAELEL, gran CIHUACOATL
organizador de la grandeza TENOCHCA.

CRONICAS DE LA GRANDE TENOCHTITLAN III: LA CAIDA.

... Y sucedió que muchos recuerdos seguían llegando como incesant es remolinos a la memoria del
gran MOCTECUHZOMA XOCOYOTZIN.

    Ést e, desde la t erraza de su hermoso TECPAN, amplio palacio, cont emplaba el inmenso
grandor del valle de ANAHUAC.

    Veía complacido la grandeza que su pueblo amado había ext endido a t odos los cuat ro rumbos
de la región.

    Y la esplendorosa serenidad de los lagos parecía envolverlo con sus mat ices de azul t urquesa
y de verde jade.

    Sin embargo, una preocupación había principiado a conmoverlo, el comet a que había
comenzado a verse desde hacía algunas noches por el orient e. No obst ant e, allí, a plena luz
radiant e del sol, recuperaba su seguridad y t ranquilo, el espejo ahumeant e de su ment e no dejaba
de fluir lo pasado.
    Era como una t elevisión int erior donde TEZCATLIPOCA lo llevaba por un t únel del t iempo hacia
el ayer y recordaba y recordaba y recordaba. Su conciencia fluía con t odos los conocimient os
obt enidos t esonerament e en el gran libro de la creación: EL TEOAMUXTLI.

    Medit aba y viajaba por obra del TEONANACATL, la carnit a de la energía que no da los
recuerdos.

    Ent onces vio a los ancianos que su abuelo MOCTECUHZOMA ILHUICAMINA, el flechador del
cielo, había enviado a la búsqueda del lugar de las siet e cuevas, CHICOMOZTOC, y al ant iguo
AZTLAN de sus orígenes.

    Los recuerdos de sus est udios en el CALMECAC se present aban t an clarament e.


TEZCATLIPOCA la memoria, se los most raba. Vio ent onces el sabio viejo que había recibido a la
comit iva hablarles con apacible voz:

     -¿Y quién es ese MOCTECUHZOMA ILHUICAMINA de que me hablan? ¿Y TLACAELEL? No son


de acá t ales nombres porque los que de aquí se fueron se llamaban de ot ro modo. Eran siet e
señores que iban como guías de cada CALPULLI, las casas de la colect ividad.

    Los ancianos embajadores respondieron:

     -Reverendo padrecit o, t e confesamos que nosot ros nunca conocimos a los señores de los
que nos hablas, aunque sus nombres los hemos oído mencionar alguna vez, como a HUITZITON o
a TENOCH. Ahora t odos ellos est án ya muert os.

     -¡Muert os! ¡Como es posible, pues en est e lugar est amos vivos t odos los que ellos dejaron!
¿Ent onces, quiénes viven allá, ahora?

    A lo que los enviados respondieron:

     -Los niet os de aquéllos que se fueron. Ellos nos envían y desearían saber si aún vive la madre
original de t odos nosot ros. La que nos dio la volunt ad para alcanzar lo que en TENOCHTITLAN
hemos logrado. Nuest ra reverenda madrecit a COATLICUE. Nosot ros les t raemos un present e a
nuest ra gran señora.

    -Nuest ros guías, MOCTECUHZOMA ILHUICAMINA y su consejero, el sabio TLACAELEL nos


mandaron a que la viésemos y la saludásemos y le diésemos a ella misma las riquezas de que su
hijo HUITZILOPOCHTLI, el colibrí que nos guió hacía el sur a fuerza de grande volunt ad, goza en
t ierras TENOCHCAS.

    El abuelo que los recibía, luego de escucharlos at ent ament e, asint ió con la cabeza y les dijo
que t omaran lo que t raían y que lo siguieran.

    La comit iva de sabios ancianos se echó a cuest as los present es y se fueron t ras el HUEHUE
que se dirigía hacia el cerro.

    En cuant o llegó, empezó a subirlo con gran ligereza y sin pesadumbre, mient ras que quienes lo
seguían, se at ascaban en la arena que cubría la falda de aquel mont e y les cost aba mucho t rabajo
y esfuerzo avanzar.

    El sabio HUEHUE, volviendo la cabeza, vio a los ancianos de la comit iva que no podían ascender
puest o que la arena les llegaba hast a la rodilla:

    -¿Qué les sucede? ¿Por qué no suben?- Pregunt ó.

    Ellos, queriéndolo seguir, quedaron más hundidos en la arena hast a la cint ura y no pudiendo
moverse, dieron voces al HUEHUE que iba con t ant a rapidez que parecía no t ocar el suelo.

    El anciano de AZTLAN los escuchó y volviendo la mirada hacia sus seguidores les pregunt ó:

     -¿Qué les acont ece, MEXICANOS? ¿Por qué est án t an pesados? ¿Qué es lo que comen en su
t ierra?

    A lo cual, los de la comit iva le cont est aron:

     -Señor, comemos los aliment os que allá se producen y bebemos cacao.

    El HUEHUE les respondió:

     -Esas comidas y bebidas, hijit os míos, los t ienen graves y pesados; no les dejan llegar a ver el
lugar donde est uvieron sus padres y eso es lo que les ha acarreado la muert e. Todas las riquezas
que t raen no las usamos aquí puest o que vivimos en perpet ua aust eridad y sencillez. Sin
embargo, denme lo que t raen que yo se lo most raré a la señora de est as moradas, madre de la
volunt ad HUITZILOPOCHTLI en la t ierra, y para que ella baje a verlos.

    En cuant o t erminó de decir est o, el HUEHUE descendió, t omo part e de las cargas, la puso
sobre sus hombros y subió como si llevara una paja, luego volvió por lo rest ant e.

    Acabado de subir t odo lo que los ancianos sabios TENOCHCAS t raían, salió una mujer, ya de
gran edad, que most raba est ar de lut o desde hacia muchísimos años. Por eso ni se lavaba ni se
peinaba ni recort aba sus cabellos como señal de t rist eza profunda, era como est ar muert a en
vida, sin alegría ni belleza. Lloraba amargament e.

     Cuando cont uvo su llant o dijo:

     -Bienvenidos, hijit os míos. Sepan que desde que HUITZILOPOCHTLI se fue de est os lugares
est oy en llant o y t rist eza esperando su regreso. Desde aquel día no me he lavado la cara ni
arreglado mi cabeza ni mudado de ropa. Soy como la t ierra abandonada que se llena de hierbas y
bosque y la puebla el descuido y la resequedad.

    Est e lut o y t rist eza durara hast a que él vuelva. El t endrá que acordarse de lo que me dijo
cuando se fue: "Madrecit a mía, no t ardare mucho en regresar. En cuant o lleve a mi pueblo elegido
hast a su t ierra promet ida, volveré y est o será cumpliéndose los años de mi peregrinación y el
t iempo que me est á señalado para ext ender las razones de la volunt ad y mant ener y
perfeccionar el cosmos, el árbol florido, el TEOTL, la energía creadora y cont ribuir a la et erna
lucha de los cont rarios que hace florecer: La guerra de la creación".

    Est o mismo me dijo mi hijo HUITZILOPOCHTLI, sin embargo, él sabe, como yo t ambién lo se,
que nada es et erno y que siempre se cambia, aunque no se quiera, y un día "del mismo modo que
ext endimos nuest ro credo, vendrán gent es ext rañas y t rat aran de dest ruirlo".

    Cuando est o suceda, me dijo mi hijo HUITZILOPOCHTLI, es que se habrá cumplido mi t iempo y
ent onces volveré a t u regazo, madrecit a, TONANTZIN NONANTZIN. Hast a ent onces no hay que
t ener pena."

    Me parece, hijit os míos, cont inuó la abnegada COATLICUE, que él se debe hallar bien allá,
puest o que se quedó y no se acuerda de la t rist e de su madre, ni la busca ni le hace caso. Y que
como t odas las madres, lloran amargament e cuando pierden a sus hijos.

    Por eso a veces yo salgo como una CIHUACOATL, mujer t errenal, mujer serpient e, grit ando por
los campos en busca de mi hijo: ¡Ay de mí! ¿Dónde est ás hijo mío?

    Ahora que ya sé que est á bien cuidado en TENOCHTITLAN y que ha logrado engrandecer a su
pueblo, sólo les mando que le digan que ya se est á cumpliendo el t iempo y que se venga luego; y
para que se acuerde que deseo verlo y que soy su madre, denle est a TILMA y est e MAXTLI de
henequén para que se lo ponga.

    Terminado su discurso, COATLICUE se ret iró dando grandes gemidos que hacían est remecer el
espírit u y enchinar el cuerpo:
     -¡Ay! Qué será de los hijos de mi hijo. ¡Ay, hijit os míos, pront o t endrán que irse lejos!

    Conmovidos los mensajeros t omaron la mant a y el MAXTLI y descendieron.

      Est ando en la falda del cerro, COATLICUE apareció en la cumbre y empezó a decirles desde
aquella impresionant e alt ura:

     -Esperen un moment o y recuerden como en est a t ierra donde solo comemos honguit os, est os
niñit os que nos dan energía, nunca se envejece. Dejen que mi sabio cuidador, el que los ha t raído
hast a aquí, descienda y verán que cuando llegue allá en donde ust edes est án, él se ira volviendo
cada vez mas joven.

    Ent onces el sabio HUEHUETZIN que los había recibido empezó a descender y mient ras más
bajaba, más joven se iba volviendo y cuando llegó a ellos, se había convert ido en un mancebo de
veint e años:

     -¿Han vist o?- les pregunt ó a los HUEHUETZIN enviados por MOCTECUHZOMA ILHUICAMINA.
-Me ven hecho un joven, pues han de saber, hijit os míos, hermanit os, que est e cerro t iene la virt ud
de que el que ya es viejo y quiere rejuvenecer, con solo subir hast a donde le parece convenient e
vuelve a la edad que desea.

    Si se quiere volver muchacho, sube hast a la cima y si se quiere volver mancebo, asciende un
poco mas arriba de la mit ad, y si de buena edad hast a la mit ad.
    Por eso vivimos aquí mucho y est amos vivos.-

    Y desde la t erraza, MOCTECUHZOMA XOCOYOTZIN cont inuaba recordando t odo lo que en el
CALMECAC le habían enseñado del pasado.

    Y su mirada se paseaba por t oda la región orient e de TENOCHTITLAN, como si buscara algo,
como si esperara la aparición de alguien.

    Y TEZCATLIPOCA, el espejo ahumeant e de la memoria, le seguía, como t elevisando escenas


del ayer.

    Allí apareció clarament e la solemne ceremonia que se había hecho cuando MOCTECUHZOMA
ILHUICAMINA, el flechador del cielo yacía muert o.

    Y luego el nombramient o que en consejo, por acuerdo de la comunidad, del TLOQUE
NAHUAQUE, se había realizado de AXAYACATL, su padrecit o, para ser el sext o TLATOANI de los
TENOCHCAS.
    Y vio con gran t ransparencia como NEZAHUALCOYOTL, el grande señor poet a de TEZCOCO, le
colocaba sobre la erguida cabeza, el respet ado dist int ivo de su elección, mient ras que el gran
sabio consejero, el organizador del esplendor TENOCHCA, el de enorme int eligencia, TLACAELEL,
observaba complacido.

    Después aparecieron por su ment e los t riunfos de AXAYACATL, su padrecit o, el que es gran
guiador como la nariz.
    Y miró cómo se ext endía la MEXICAYOTL, la cult ura de los MESHICAS, la versión nueva de la
ant igua TOLTECAYOTL, hacia t odos los punt os cardinales de ANAHUAC.

    AXAYACATL había llevado al esplendor t ot al a la grande TENOCHTITLAN.

    Y el gran TLACAELEL siempre a su lado, dándole consejos, levant ando al t riunfo a su pueblo.

    ¡Bien que lo recordaba!

    Y luego aparecía TIZOC, el sépt imo TLATOANI cuando AXAYACATL había muert o.

    Y después AHUIZOTL, el oct avo.

    Ellos, TIZOC y AHUIZOTL, habían sido sus t íos y lo habían ant ecedido.

    Ahora, él, MOCTECUHZOMA XOCOYOTZIN, era gran TLATOANI y allí est aba, en la t erraza
principal del precioso TECPAN que su pueblo le había const ruido, porque t an grande señor,
prudent e y sabio, lo merecía t odo.

    Sin embargo, MOCTECUHZOMA XOCOYOTZIN se miraba medit abundo, pues como gran
pensador ANAHUACA que era, sabía de lo fugaz de la vida y desde hacía poco t iempo se
encont raba preocupado por la aparición de aquel inmenso comet a que desde el at ardecer, como
el que est aba próximo a llegar, surgía en el horizont e cual una espiga de fuego, cual una llamarada
que punzara los espacios del cielo.

    MOCTECUHZOMA XOCOYOTZIN, no ignoraba, como maravilloso ast rónomo que t ambién era,
que el más element al movimient o cósmico desencadenaba reacciones en t odas las regiones del
universo y aquello era el signo de una próxima alt eración.

    ¡Y como ext rañaba a TLACAELEL!

    Le hacía t ant a falt a aquel sabio consejero y hacía t iempo que ya no vivía. Los consejos del
siempre present e TLACAELEL habían llevado a MESHICO TENOCHTITLAN al esplendor.

    Por eso ahora que ést e había muert o, MOCTECUHZOMA XOCOYOTZIN no sabía con precisión
qué decidir.

    Cual relámpagos se repet ían las escenas en su ment e de como se había llegado a t ant a
grandeza pero a la vez se est remecía al present ir la caída.

    Hundido en sus pensamient os y recuerdos, bajo la inmensa t ransparencia de los cielos de


ANAHUAC, no sabía además qué act it ud t omar ant e las sorprendent es not icias que día t ras día le
informaban sus mensajeros: Que si se habían incendiado mist eriosament e algunos TEOCALLIS;
que rayos y cent ellas caían sobre la t ierra; que las aguas de algunos manant iales parecían hervir;
que ext raños hombres venían en enormes casas; que t raían lanzas que despedían fuego y
t ronaban t an espant osament e que ensordecían; que vest ían ropas muy duras y parecían t ener
dos cabezas; que como puercos hambrient os se echaban sobre t odo aquello que t uviera oro, ese
sudor sucio de la mat eria, que para los ANAHUACAS no era de gran valor; que lo cambiaban por el
símbolo de TEZCATLIPOCA, espejos ahumados; y que no t enían ningún respet o ni educación ni
refinamient o ni buenas maneras, en fin, que aunque parecían port adores de la energía, TEULES, se
comport aban como salvajes primit ivos e ignorant es, como POPOLOCAS. Además, decían que
venían como embajadores de ot ros grandes señores y pueblos en pos de amist ad y unión.

    MOCTECUHZOMA XOCOYOTZIN quedaba t an sorprendido de aquellas relaciones que no


quería comet er algún error que ent urbiara la diplomacia de su pueblo.

    Él sabía que los embajadores son respet ables, casi sagrados, pues represent aban a los
hermanit os de ot ros poblados; t al vez era verdad lo que decían y venían en búsqueda de
cordialidad. No podía at acárseles sin conocerlos. Era ofender el solemne principio del TLOQUE
NAHUAQUE:

    Junt os y cercanos, en amist ad florida. Unidos como los dedos de la mano para recrear y
perfeccionar el universo.

    Abría que recibirlos y ent regarles los present es de la gran sabiduría:

     El at avío de la memoria, del espejo ahumeant e que t odo lo ve, TEZCATLIPOCA.

     El at avío de la int eligencia creadora, la serpient e preciosa, QUETZALCOATL.

     El at avío de la volunt ad que fecunda y domina las adversidades, TLALOC-HUITZILOPOCHTLI.

    Ent onces MOCTECUHZOMA XOCOYOTZIN descendió de la t erraza de su palacio y decidido


ordenó a quienes lo aguardaban en la gran sala de su TECPAN que de inmediat o enviaran los
regalos de cort esía y bienvenida a los forast eros.

    Algunos se opusieron, pues habían sabido que no eran TECUHTLIS, señores honorables,
TEULES como dicen que pronunciaban los ext ranjeros, sino POPOLOCAS, asesinos que sin piedad
habían comet ido crímenes imperdonables: Habían mat ado a niños y ancianos; habían ult rajado a
muchas doncellas y las habían ofendido; eran unos miserables que no t enían piedad de nada y
t odo lo hacían movidos por la ridícula ambición del oro, ese excrement o de la creación:
TEOCUITLATL (cuit lat l: excrement o).

    Sin embargo, MOCTECUHZOMA XOCOYOTZIN no los escuchó y decidió no falt ar a la


t radicional hospit alidad de los MESHICAS, a la cort esía y a la alt a moral de la confianza.

    Ent onces, su hermano CUITLÁHUAC, le dijo solemnement e:

     -¡Oh, hermanit o mío! Reverendo TLATOANI: Ruega al TEOTL que no hayas permit ido la ent rada
a nuest ra casa a quien luego pueda sacarnos de ella y arrebat árnosla.

    Yo no confió en ellos. Son POPOLOCAS, falsos, ment irosos, ambiciosos, hipócrit as, t raidores,
t aimados convenencieros y ruines. Además creen en dibujos de personas comunes que carecen
de fuerza creadora. Mas bien parecen bandidos, asesinos y ladrones, que respet ables
embajadores.

    Recuerda que nos han dicho de las mat anzas comet idas con los bravos OTOMIES que se
opusieron a sus ofensas; y lo que hicieron en CHOLULA; y cómo les han ment ido a los
TLAXCALTECAS y a los CEMPOALTECAS para que se vuelvan nuest ros enemigos y les ayuden a
dest ruirlos.
    Les promet en una falsa libert ad, cuando sabemos que la verdadera libert ad no est á en los
individuos, si no en el TLOQUE NAHUAQUE. Sólo la comunidad decide lo que los int egrant es de
ella deben hacer, puest o que lo pueden por consenso.

    Ellos no ent enderán que los sabios que t ú envías a recibirlos para demost rarles la grandeza de
nuest ro t rat o para los ext raños, son grandes ancianos, ellos no los respet arán, se burlarán, los
calumniarán. De t i dirán que eres un cobarde.
    Y t emblando de furia, CUITLAHUAC t erminó su discurso, MOCTECUHZOMA XOCOYOTZIN,
inflexible ordenó:

    -He decidido salir a recibir a los TECUHTLIS, t eules, preparen lo que ya se sabe para dar la
bienvenida.

    Y así las cosas, MOCTECUHZOMA XOCOYOTZIN y su séquit o salieron con rumbo a la calzada
de IZTAPALAPA para recibir a los forast eros. Allá, en HUITZILLAN, los encont raría.

    En el camino MOCTECUHZOMA iba pensando en la mujer que conducía a los que ahora sabía
que se llamaban de Cast illa. Ella t enía que ayudarlo a comunicarse bien con ellos: MALITZIN, era
su nombre y sobre t odo, con el guía mayor de los cast ellanos: Hernán Cort és.

    Imaginaba que con mucha solemnidad llegarían a un acuerdo de unidad ent re sus pueblos, que
se confederarían y junt os, amigos y hermanos, t rabajarían por el mejoramient o de t odos.

    Y en eso est aba, cuando de pront o se est remeció al ver aparecer a lo lejos de la calzada a los
forast eros.

    Después, lo único que supo fue que su hermano CUITLAHUAC t enía razón.

     Los de Cast illa hicieron mat anzas horribles y nada respet aron. Todo lo arrasaron, a pesar de
que CUAUHTEMOC, el últ imo t lat oani que quedaba, luchó denodadament e por salvar a sus
hermanit os, nada se pudo evit ar.

    La grande TENOCHTITLAN había caído en poder de la ambición y la esclavit ud.

    Los MESHICAS t ransport aron a sus defensores muert os y los lloraron. Y lloraron t ambién por
t ant os niños vict imados y t ant os ancianos degollados y t ant as mujeres humilladas.

    Los de Cast illa se limpiaban el sudor y reían sat isfechos de su t riunfo.

    "El llant o se ext iende

    las lágrimas got ean allí


    en TLATELOLCO.

    Por agua se fueron ya los MEXICANOS.

    A donde vamos, oh, amigos?

    Luego, ¿fue verdad?

    No fue un sueño.


    Ya abandonan la ciudad de México.
    El humo se est á levant ando.

    La niebla se est á ext endiendo.


    Con llant o t odos se saludan.

    ¡Llorad amigos míos!

    Tened ent endido que con est os hechos

    hemos perdido la nación mexicana,

        MEXICAYOTL,
       TOLTECAYOTL,

    ¡El agua se ha acedado!


    ¡Se acedó la comida!
    Est o es lo que ha hecho

    IPALNEMOHUANI.

    Aquello por lo cual vivimos.


    Sin recat o somos humillados

    En los caminos yacen dardos rot os.

    Los cabellos est án esparcidos.

    Dest echadas est án las casas.


    Enrojecidos t ienen sus muros.

    Gusanos pululan por calle y plazas.


    Y en las paredes est án salpicados

    los sesos.
    Rojas de sangre las aguas

    est án como t eñidas


    y cuando las bebemos,
    es como si bebiéramos

    agua de salit re.

    Nuest ra herencia

    es una red de agujeros,

    pero ni con escudos

    puede ser sost enida


    nuest ra soledad."

    Y por donde quiera se escuchaban los ayes, las voces desgarradoras de nuest ras madrecit as
que lloraban a grit os por sus abuelit os, por sus padrecit os, por sus hermanit os, por sus hijit os:

    -¡Aaaaaaaaay mis hijos! ¡Aay!

LA FANTÁSTICA Y ATERRADORA HISTORIA DE LAS LLORONAS

Hace t an solo algunos cient os de años, como ya lo sabes, palomit a mía, t igrillo mío, hubo una
preciosa ciudad const ruida al cent ro de azules lagos, en un islot e que, cual joyel de t ezont le,
cant era, jade, flores y plumajes, flot aba despidiendo un int enso brillo que vist o desde lo lejos,
parecía est ar hecho de plat a. Se llamaba MESHICO-TENOCHTI-TLAN.

Pero he aquí que un día fue arrasada por la furia de ambiciosos bárbaros, quienes por medio de
ment iras hicieron creer a los habit ant es de est as t ierras que eran port adores de la verdad y
embajadores de un gran señor sabio. Él los había enviado.

Tales invasores, con t al ignorancia y en equivocado idealismo, no ent endieron las maravillosas
sabidurías de aquel pueblo que la habit aba. No alcanzaron a comprender los pro¬fundos
conocimient os que de la nat uraleza t enían aquellos hombres, nuest ros abuelos NAHUAS.

Nunca vieron los reflejos de su saber en los grandes cent ros ast ronómicos piramidales donde a
t ravés de la poesía, el cant o y la danza represent aban, como en una gran función de t eat ro cada
veint e días, los cambios y movimient os del universo.

Ni siquiera sospecharon el mist erio de la cont emplación florida que ellos, los nuest ros,
pregonaban. Sólo acert aron a decir que la sabiduría ast ronómico, mat emát ica, bot ánica, medicinal,
zoológica, social, educat iva, eran art es de magia, brujerías y hechizos, puest o que las creencias
europeas de ent onces, debido a su ignorancia popular, así lo veían.

Y es que con una gran soberbia int elect ual y un odio fanát ico, en la ceguera de su vanidad como
conquist adores, las superst iciones que ellos sí t raían arrast rando desde más allá de su edad
media, las aplicaron a aquel mundo nuest ro lleno de prodigios, avances y armonía y les hizo pensar
que t oda esa dist int a cult ura, era obra de Sat anás y ot ros demonios. No sabían que quienes vivían
en la grande TENOCHTÍTLAN eran herederos de una ant igua y enorme t radición de siglos que se
remont aba a los fabulosos OLMECAS, a los port ent osos TEOTI-HUACANOS y a los gigant escos
TOLTECAS. No capt aron el afán de nuest ros abuelos AZTECAS por recuperarla, sint et izarla,
perfeccionarla y ext enderla a t odas las regiones del mundo por ellos conocido.

Los invasores sólo acomodaron a sus propias ideas ambiciosas lo que les convenía de aquello
que surgía fascinant e ant e sus ojos. Como ellos venían de lugares donde exist ían reyes egoíst as,
princesas caprichosas, duques embust eros, condes despiadados, marqueses corrupt os,
caballeros fat uos, pensaron que la organización de nuest ros abuelos NAHUAS era semejant e.

Y desconocieron que vivíamos en TLOQUE-NAHUAQUE, junt os y cercanos, unidos como los


dedos de la mano para perfeccionarnos, en comunidad, en hermandad, de donde brot aban los
grandes sabios que guían, pues gracias a la volunt ad que los disciplinaba, HUITZILOPOCHTLI,
cada uno de los int egrant es de las casas colect ivas, los CALPULLIS, podía desarrollar sus
habilidades personales hast a convert irse en conduct ores de su barrio, como la nariz que va
siempre adelant e, YACATECUHTLI.

Así, aquellos que bien hablaban, con profundidad, cuidado y belleza, eran TLATOANIS; quienes
sabían manejar la energía creadora, la mat eria infinit a que lo hace t odo, TEOTL, aquello por lo cual
vivimos, IPALNEMOHUANI, recibían el nombre admirado de TEOPIXQUES. Y los que siempre se la
pasaban medit ando para ext raer út iles conclusiones que ayudaran a t odos, TLAMATINIME,
sabios; los cuales se reunían en sesiones, veladas, donde se leía el gran libro del universo:
TEOAMOXTLI y allí se comía la carne de los niñit os que dan energía, est o es, honguit os y
florecit as del árbol de cacao: TEONANACATL y PEYOTLI para est ar en perpet uo éxt asis y
sabiduría.
Y como cada hombre, y cada mujer, t enemos una misión creadora en la humanidad, cual el TEOTL:
PERFECCIONARNOS SIEMPRE, los que llegaban a obt ener los más grandes frut os de su oficio,
de su saber, de su art e, recibían t ít ulos que los hacían admirados y ser dignos de formar part e del
gran consejo, donde uno de ellos, organizaba t odo, el CIHUACOATL, y ot ro lo llevaba a la
ejecución, el TLACATECUHTLI.

Así había guías agricult ores, guías carpint eros, guías albañiles, guías médicos, guías poet as, guías
de la ment e, guías de las decisiones.
Sin embargo, t odo est o que parece un cuent o de hadas, un día desapareció por obra de la
violencia.
Los salvajes invasores dest ruyeron la grande TENOCHTITLAN auxiliados por la pólvora de sus
armas.
Y con las piedras que habían sido casas, palacios, zoológicos, escuelas, se comenzó a const ruir
ot ra ciudad dist int a que se fue llamando simplement e México y que copió desde ent onces, por
creer que eran superiores, los t razos de las enredadas ciudades de Europa.

Así le arrancaron a ese pueblo, nuest ro pueblo original e indígena, el verdadero dueño de est as
t ierras donde vivimos los mexicanos, la volunt ad para vivir perfeccionándose: HUITZILOPOCHTLI;
el espejo ahumeant e de la memoria de nuest ro pasado: TEZCATLIPOCA; la elevada int eligencia
creadora, serpient e emplumada, QUETZALCOATL, y nos dejaron hundidos en el mayor de los
daños: La indiferencia, la abulia, la inercia, la desconfianza.

Más que los robos del oro y las piedras preciosas; más que la orfandad en la que quedaban; más
que la esclavit ud y humillación a la que eran somet idos, lo que parecía haberlos acabado, había
sido el desencant o.

Desde ent onces nuest ro pueblo se acost umbró a decir:

-¿Y para qué hacer algo?

-De nada sirve.

-Ahí se va...

HUITZILOPOCHTLI, TEZCATLIPOCA, QUETZALCOATL y t odos los vest uarios que asumía la


energía creadora: XOCHIQUETZALI, XOCHIPILLI, MACUIXOCHITL, TLALOCTLI CENTEOTL,
HUEHUETEOTL, t odos, eran arrasados y la t ierra que los había dado a luz, COATLICUE, se
encont raba violent ada, ofendida, dest ruida.

COATLICUE, la de grandes cordilleras y sierras que semejaban faldas de serpient es que la vist en,
nuest ra reverenda madrecit a, TONANTZIN-NONANTZIN; nuest ro escudo, CHIMALMA, había sido
asalt ada, rot a, t ajada, per¬forada, derribada.

Ahora el dolor que ella sufría se volvía concret o en el padecer de t odas las madrecit as de
nuest ra t ierra herida que lloraban por sus muert os y daban espant osos y desgarradores grit os:

-¡Dónde est án mis hijit os!

-¡Hijit os míos! ¡Tenemos que irnos lejos!

-¡Hijit os míos! ¿A dónde los llevaré?

Y la madre t ierra abría sus descomunales fauces para recibir los cadáveres de sus azt equit as
víct imas de los criminales, en medio de las t orrenciales lluvias de agost o, de ese 13 de agost o de
1521, que la est remecía.

Y era como si TLALOCTLI y sus TLALOQUES lloraran t ambién porque la t ierra se vest ía ahora con
faldas de verde jade, manchada con la sangre de sus hijit os; CHALCHIUTLICUE sanguinolent a.

-¡Aaaaaaaay mis hijos!- era el t errífico grit o que se escuchaba.

Y vest ida con desgarrados mant os manchados en su blancura, enlodados, parecía correr
desesperada por los parajes de su ANAHUAC en llamas:

-¡Aaaaay mis hijos!- Y su lament o se confundía con t odos los grit os de nuest ras madrecit as:

-¿Dónde est án mis hermanit os?

-¡Ay! ¿Dónde est án mis padrecit os?

-¿Dónde quedaron mis hijit os?

Y los alaridos se volvían t an espant osos, que no obst ant e las carcajadas lanzadas
despiadadament e por los conquist adores ant e el brillo del oro que iban acumulando, algunos de
ellos no dejaban de est remecerse.

Como que a veces sus creencias crist ianas les punzaban la conciencia y les hacían sent ir el
remordimient o que padecen los asesinos.

Después, cuando TENOCHTÍTLAN, convert ida en la noble y leal ciudad de México, se pobló de
mujeres blancas y rubias, algunas bellas, pero igual de ignorant es y superst iciosas, al escuchar el
llant o de nuest ras madrecit as por sus hijos, se asust aban t ant o que se encerraban a piedra y lodo
en sus recién const ruidas casas, parecidas a enormes y oscuros cast illos.

Colocaban aldabones y t rancas en sus puert as y rezando a sus dioses que ellos llamaban sant os,
los remordimient os ant e t ant os crímenes comet idos por sus hombres, padres, esposos e hijos,
t ambién las espeluznaba:
-¡Ot ra vez las lloronas!- Murmuraban at erradas en sus aposent os.

-¡Hast a cuándo vamos a t ener que soport ar a esas indias chillonas!- Enfurecían las más
despiadadas.
-¡De una vez mát enlas a t odas! ¡Así ya no escandalizarán.

Y a media noche, o al at ardecer, o al amanecer, nunca dejaba de oírse a alguna llorona que en sus
sollozos enloquecidos recordaba su pasado:

-¡Aaaaaaaaay mis hijos!

Así t ranscurrieron más de cien años, y ya eran t ant os, que t odos nuest ros abuelos t est igos de la
conquist a habían muert o, sólo quedaban algunos ancianos que a fuerza de golpes y amenazas de
infiernos iban olvidando la desgracia sucedida.

Sus borrosos recuerdos de cuando eran niños les dibujaban una profunda t rist eza en su mirada. Y
se sent ían como forast eros en su propia t ierra.

México parecía est ar en calma hacia el siglo XVII, menos en las horas noct urnas, pues cont aban
que:
-"Una mujer envuelt a en un flot ant e vest ido blanco y con el rost ro cubiert o con velo levísimo que
revolaba en t orno suyo al fino soplo del vient o, cruzaba con lent it ud parsimoniosa por varias
calles y plazas de la ciudad, unas noches por unas, y ot ras por dist int as; alzaba los brazos con
desesperada angust ia, los ret orcían en el aire y lanzaba aquel t rémulo grit o que met ía pavura en
t odos los pechos.

Ese t rist ísimo ¡Aaaaaay! levant ábase ondulant e y clamoroso en el silencio de la noche, y luego
que se desvanecía en ecos lejanos, se volvían a alzar los gemidos en la quiet ud noct urna, y eran
t ales que desalent aban cualquier osadía.
Así, por una calle y luego por ot ra, rodeaba las plazas y plazuelas, explayando el raudal de sus
gemidos; y, al final, iba a remat ar con el grit o más dolient e, más cargado de aflicción, en la plaza
mayor, t oda en quiet ud y en sombras.

Allí se arrodillaba esa mujer mist eriosa, vuelt a hacia el orient e; inclinábase como besando el suelo
y lloraba con grandes ansias, poniendo su ignorado dolor en un alarido largo y penet rant e; después
se iba en silencio, despaciosament e, hast a que llegaba al lago y en sus orillas se perdía;
deshacíase en el aire como una vaga niebla, o se sumergía en las aguas; nadie lo llegó a saber; el
caso es que allí desaparecía ant e los ojos at ónit os de quienes habían t enido la audacia de
seguirla."

Y las superst iciones de los españoles que en cualquier rincón miraban espant os y aparecidos,
aunados a los cargos de conciencia que aún algunos sent ían, fueron lent ament e cont aminando a
las mayorías indígenas y mest izas, que somet idas al poder virreinal, nada podían realizar para
ret ornar a sus ant iguos est ados.

El llant o de nuest ras madrecit as indígenas se olvidó y se mezclaron muchos acont ecimient os
que confundieron la realidad de las mujeres que habían llorado t ant o al perder a sus padres, a sus
esposos, a sus hijos, a sus hermanit os.

Por eso es que algunos no sabían explicar el mot ivo de aquellos grit os que les colmaban de
espant o y lo at ribuían a muchas razones.

Unos aseguraban en su credulidad de ignorant es que aquella llorona era el alma en pena de una
mujer que había mat ado a sus hijos en venganza de que su esposo la había abandonado por ot ra
señora. Así se mezclaban las hist orias…

Y lo decían con t ant a seguridad que parecía const arles aquello:

-Nosot ros vivíamos al lado de aquella casa y quedamos at errados cuando sucedió lo que les
vamos a cont ar: Luisa era una guapísima doncella que un día llegó de España y se hospedó en
aquel caserón vecino del nuest ro.

Durant e mucho t iempo había est ado abandonado hast a que una mañana nos ent eramos que había
llegado a habit arlo aquella mujer.

Era esbelt a, de cabello rizado y ojos profundament e negros.

Nunca hablaba con nadie y sólo la veíamos salir a misa. Cuando regresaba, se volvía a enclaust rar
y parecía como si nin-guno viviera en la casona.

Algunos decían que era una rica heredera, cuyo padre muert o en España, había decidido venir a
México para olvidar su dolor y t ranquilament e disfrut ar de los bienes dejados por su progenit or.

Pront o la fama de su belleza rebasó los límit es de la discreción y no había domingo en los cuales
los más apuest os donceles rondaban por la calle en espera de su salida rumbo a la iglesia de
Sant o Domingo y poder aspirar a acompañarla.

Luisa no hacia mucho caso de sus galanes y cont inuaba con paso firme a cumplir sus obligaciones
devot as.

Pero un día conoció a Don Nuño de Mont esclaros y quedó enamorada de ese apuest o y gent il
caballero.

El le promet ió las est rellas de los cielos y t odo aquello promet ido por los que quieren conseguir
algo.
Luisa se dejo vencer con la palabra zalamera de su enamorado y sin casarse, se hizo esposa de él.

Pront o t uvieron un hijo y ella irradiaba de felicidad.

Don Ñuño parecía adorarla, pero siempre rehusaba t rat ar el t ema del mat rimonio.

Jamás dejaba de t ener un buen pret ext o para dist raer la at ención de Luisa que le pregunt aba
sobre cuándo cont raerían mat rimonio.

-¿Eres feliz conmigo?- Sonrient e le pregunt aba Don Nuño y ella, ant e las pasionales caricias y los
ardorosos besos de él, sólo alcanzaba a murmurar:

-Infinit ament e, pero...

-Ent onces gocemos nuest ro amor.-Tiernament e la int errumpía y no la dejaba t erminar la pregunt a
de siempre:

-¿Cuándo nos casaremos?

Así t ranscurrieron cinco años y Luisa y Don Nuño se hicieron padres de t res niños.

Eran la adoración de ambos y quienes los veíamos, no sospechábamos ni por aquí, que no eran
casados.
Y como casi siempre se encont raban encerrados, nadie lo adivinaba.

Mas result a que en ot ro día, Luisa comenzó a not ar las ausencias de Don Nuño.

Nunca ant es falt aba a casa. Sólo se desvivía por est ar con ella y con sus hijos y ahora había días,
sobre t odo los fines de semana, que Don Nuño no asist ía.

Luisa le pregunt aba el porqué de esos alejamient os y él sólo le respondía:

-Ha habido algunos problemas en mi hacienda de Querét aro y he t enido que salir a arreglarlos.

Y aunque él parecía quedar sat isfecho con la explicación, Luisa principió a dudar.

-(Me est á mint iendo.)- Trémula pensaba.

Poco a poco el abandono de Don Nuño se hizo más largo y los niños comenzaron a pregunt ar
cada día por su padre. Luisa sólo les decía:

-Est á ocupado. Ya vendrá.

Y volt eando la cara para no ser vist a llorando por sus hijos, enjugaba las lágrimas que le brot an a
raudales

Una noche, después de dormir a los niños, Luisa esperó a que dieran las once y salió rumbo a la
casa donde vivía Don Nuño de Mont esclaros.

Envuelt a en un negro mant ón llegó hast a la calle donde la mansión de su amado se ubicaba.

Los balcones se encont raban abiert os, había mucha luz en el int erior y la música que se oía,
indicaba una gran fiest a.

Luisa se acercó hast a el port ero quien pacient e recibía a los invit ados que llegaban al jolgorio y le
pregunt ó:

-¿Por qué hay fiest a?

El corazón le palpit aba y los labios se le resecaron cuando escuchó la respuest a:

-¡Vaya pregunt a! Toda la ciudad sabe que hoy se ha casado Don Nuño de Mont esclaros.

Oír eso y palidecer, fue un solo moment o para Luisa, quien t ambaleant e, como sonámbula, se
deslizó al int erior de aquel palacio para cerciorarse de lo dicho por el port ero.

Paso ent re la gent e que se encont raba en el pat io y se aproximó hast a la recámara nupcial.

Allí est aba Don Nuño abrazando y besando a su esposa.

Y cuent a un poet a que:


"Airada, inflexible, fiera,

volvió Luisa sin reparo

a verse sola en la calle

y veloz deja aquel cuadro.

Camina y llega a la casa.


Se acerca al ant iguo armario;

abre un cajón y en él busca

y halla un puñal que olvidado


dejó allí Nuño una noche;
lo empuña, cruza un relámpago

espant oso por sus ojos;

corre al lecho en que soñando

est án sus hijos, y loca,


arranca con fiera mano

la vida a los t res, y corre,

cubiert o de sangre el mant o,

por la ciudad silenciosa


hondos aullidos lanzando."

Después la just icia la apresó y la ejecut aron el mismo día en que mist eriosament e murió t ambién
el ya famoso Don Nuño de Mont esclaros.

Y agregan que desde ent onces

en las noches se ha escuchado


el grit o de la llorona

que es Luisa y anda penando

sin hallar para su alma

un moment o de descanso,

como cast igo a su culpa


desde hace t rescient os años".

Sin embargo, no falt a quien asegura que la t al llorona es la célebre MALINCHE, MALINTZIN, la
reverenda at adora, baut izada Marina, Doña Marina, mujer que fue compañera del jefe de los
invasores, Hernán Cort és, quien viene a nuest ras regiones a llenar el vient o con sus clamores en
señal de arrepent imient o por haber t raicionado a nuest ros abuelos AZTECAS, sus hermanit os.

Pero por lo que hemos cont ado hast a aquí, sólo nosot ros sabemos en nuest ros días, cuál fue la
verdad: Una at erradora y real verdad que se confunde con una real y at erradora hist oria de
crueldades

EL PATÉTICO RELATO DE LOS INDIOS TRISTES

     -Oye papá, ¿Por qué dicen que nosot ros, los mexicanos, a veces parecemos muy t rist es,
siempre como adormecidos?- Pregunt ó Juanit o con la inocencia curiosa de sus ocho años.

     -Eso es muy largo de cont ar, hijit o mío, el más pequeño, mi aguilit a, la floración de mi carne, mi
semillit a.- Respondió su padre, un maest ro nahua de escuela primaria.

     -¿Por qué? Si a veces hacemos muchas fiest as en el pueblo y t odos se miran cont ent os.

     -Es que unos han olvidado la desgracia sucedida con nuest ros ant iguos abuelos de ANAHUAC
y parece que así ya no la recuerdan más, pero...

     -¿Y qué fue? ¿Un t erremot o, un incendio, una explosión?- Int errumpió asombrada Lupit a, la
xocoyot a, para proseguir el curioso int errogat orio.

     -No. Algo más t remendo, mi Juanit o, mi Lupit a. Algo que muchos niños y jóvenes hay ya no
alcanzan a sent ir, aunque lo lean en sus libros de hist oria de México o lo escuchen por radio o lo
vean por t elevisión.

    Y ya que ust edes se han int eresado, voy a cont arles dos hist orias, que en sí, son una sola: La
hist oria de la t rist eza de nosot ros, los indios que un día hablamos la preciosa lengua Náhuat l: La
melodiosa. Esa lengua que debíamos hablar t odos los mexicanos, aunque sin olvidar el Español ni
ot ras lenguas, pues mient ras más idiomas se dominen, más podremos conocer el mundo; pero
sobre t odo, hablando o ent endiendo Náhuat l, mejor comprenderíamos la organización que de la
realidad nuest ra, hicieron nuest ros ant epasados ANAHUACAS y capt aríamos así las razones de
ser como somos los que hoy vivimos en est e país llamado México. Un país t odavía lleno de
mist erios por descifrar.

    Pues ahí t ienen que allá, cuando por 1521, cayó la gran ciudad de MESHICO-TENOCHTITLAN
en poder de los invasores españoles, con la ayuda de algunos de los nuest ros que pensaron salir
ganando con ello, nuest ro pueblo TENOCHCA quedó dispersado por t odas las orillas de los lagos
sobre los que se erigía la majest uosa urbe MESHICA.

    Muchos se fueron a refugiar en el nort e de la bella met rópoli, sobre t odo, alrededor del
TEPEYACAC, el cerro que guía como la nariz; de CUAUHTITLAN, el lugar arbolado donde est án las
sabias águilas que t odo lo ven, los vident es; y de TOLPETLAC, donde est á el pet at e de t ule para
medit ar.

    Ot ros int ent aban guarecerse por los rumbos de ATZACOALCO o por TEPITOTON, el lugar de
las piedrecillas. Casi no había uno solo de los nuest ros que no hubiera perdido a sus padrecit os, a
sus madrecit as, a sus hermanit os, a sus familiares y amigos.

    Cada uno se sent ía desolado y como perdido en una árida llanura. Muchos vagaban por aquí, por
allá y acullá.
    Docenas de niños ext raviados lloraban por doquier. Pocos les hacían caso en su at errada huida.
Ot ros, al correr, t rat ando de salvarse, los levant aban en brazos y en canoas, nadando o salt ando
ent re t ules y piedras, se perdían veloces ent re los cerros cercanos.

    Y como los españoles ambiciosos se habían apoderado del sur-ponient e, la huida era general
hacia el nort e ent re el llant o de las mujeres y alert as de los hombres.

    Quienes no alcanzaron a escapar, fueron hechos prisioneros y repart idos como animales ent re
los bárbaros POPOLOCAS que no ent endían nuest ro mundo, aunque a su vez, pues en lugar de
rendirle grat it ud a nuest ra reverenda madre padre la Nat uraleza, TONANTZIN NONANTZIN, o al
TEOTL, la energía creadora por la cual t odos vivimos en comunidad, IPALNEMOHUANI, TLOQUE
NAHUAQUE, y a sus manifest aciones, el agua, el vient o, el sol, el maíz, las flores, los honguit os de
la inspiración, el árbol cósmico, ellos adoraban a hombres y mujeres que les llamaban sant os, pero
que con el pret ext o de algo llamado por ellos, demonio, algunos como Sant iago, el apóst ol,
usaban espadas.
    Y como los españoles pensaban que t odo lo nuest ro era obra del diablo, en su ignorancia y
fanat ismo, nos dest ruían.
    Nosot ros, o muchos de los sabios nuest ros, como CUAUHTLATOATZIN, que después fue
llamado Juan Diego, se afanaba por descubrir el porqué le daban una forma humana a Dios, si el
TEOTL, la pot encia, el magno poder cósmico, era algo superior, t an inmenso y grandioso que
ningún hombre podría ser como él, la infinit a energía creadora. Aquello por lo cual había vida.

    Y de pront o t odo fue para nuest ros abuelos AZTECAS, noche de una oscuridad t an t remenda
que la confusión, el t error, la soledad, el desencant o, la desesperación, la incredulidad, carcomía
sus espírit us. Parecía que el quint o sol había t erminado.

    Algunos, para salvar el pellejo, se most raron hipócrit ament e ant e los españoles como sus
servidores y espías; se volvieron ladinos y serviles.

    Dijeron que los acept aban y que se ponían a su disposición para t odo lo que fueran út iles.

    Ot ros, hundidos en su miedo, ni afirmaron ni negaron; dejaron fluir el t iempo y las cosas.

    Muchos más, t acit urnos, esperaron una señal promet ida por los pocos sabios AZTECAS
salvados, para regresar y reconst ruir poco a poco los dest rozos.

    Era seguro que en pocos años se realizaría el milagro de la resurrección que nuest ros
TLATOANIS, TEOPIXQUES, TLAMATINIMES, TLACUILOS est aban preparando para que sirviera
como nuevo símbolo de unidad ent re los mexicanos.

    Sólo los que hablaban maravillosament e, los que conocían la fuerza de la energía, los
ast rónomos, los bot ánicos y los pint ores, t odos los pocos hombres de conocimient o que
quedaban podrían salvar la esencia unificadora de su pueblo.

    Mient ras t ant o, la mayoría se somet ía a los invasores y hacían lo que ést os querían.

    Y renació TENOCHTITLAN por obra de la t raza del capit án de los conquist adores. Ahora se
llamaría simplement e: La noble y leal ciudad de México.
    De est a manera nacieron dos formas de ser en nuest ro derrot ado pueblo: Unos, siempre t rist es
y desconfiados; ot ros, ast ut os y ment irosos, aunque para los españoles, t odos eran lo mismo;
según ellos, salvajes a los que había que domar como a los animales, pues no los consideraban
dignos de ser llamados personas.
    Así, los ant iguos esplendores de TENOCHTITLAN eran derruidos para hacer nuevas calles y
levant ar caserones dist int os. Y nuest ros hermanit os de ent onces fueron albañiles y servidores. A
algunos los marcaron con hierro candent e, como al ganado, para indicar a quien pert enecía. Y para
consolarlos, les permit ieron que se emborracharan con pulque y ot ros brebajes alcohólicos que
los invasores les enseñaron a producir. Eso que ant es sólo era permit ido a los HUEHUETZIN.

    Uno de aquellos indios que se habían privilegiado por consent ir en ser espías de probables
rebeliones, t enía asignado en propiedad un gran t erreno donde había levant ado su casa y se le
había permit ido conservar mucho de sus riquezas ant iguas, riquezas que para los españoles no
import aban: Plumas, jades, espejos, flores.

    A los invasores sólo les int eresaba el oro, la plat a y los product os de la t ierra que se pudiera
vender en Europa a buen precio.

    Est e indio, de una de las dos hist orias que t e est oy narrando, con t ales comodidades logradas
sobre la base de t raicionar a sus hermanos de pueblo, comenzó a llevar una vida a imit ación de la
que llevaban los conquist adores.

    Se dio a las mujeres sin cont rol, a la embriaguez sin medida y a la molicie hast a que acabó por
embrut ecerse y de est a forma, descuidar su t rabajo de espionaje.

    En ciert a vez, un grupo de heroicos indios, cansado de esperar la aparición anunciada de voz en
voz, casi en secret o, ent re los suyos, pret endió rebelarse, pero por desgracia, ot ro indio espía,
que abundaban indignament e, lo denunció.
    Y dicen que el virrey "Cast igó a los conjurados, haciendo en ellos duro escarmient o, y al indio
rico e idiot izado, por no haber avisado a t iempo de lo que debería saber, se le aplicó el cast igo de
decomisarle los bienes de que t an mal uso hacía".

    Y cuent an además que "Venido a menos le fueron abandonando aquellas mujeres que ant es lo
rodeaban y, al ir perdiendo la salud por la pena que le embargaba, ya macilent o y t rist e, se dio a
implorar la pública caridad, sent ándose en cuclillas en la esquina de la que fuera su casa gimiendo
de pesadumbre y de pobreza, moviendo a last ima."

    Y se asegura que "Algunos le socorrían, pero ot ros indignados, le escupían y le humillaban al
pensar por aquella esquina, donde siempre" se le veía.

    Por est e sit io, en donde hoy se ven las ruinas del llamado t emplo mayor de MESHICO
TENOCHTITLAN, const ant ement e aparecían t ambién, ora sent ados, ora vagando, ora ofreciendo
sus servicios, muchos indígenas pobrecit os que llegaban a esos lugares en busca de algo.

    Unos dicen que para t ener la oport unidad de t rabajar y ganarse la comida y la ropa; ot ros, que
para divert irse y poder plat icar en náhuat l con viejos amigos; y muy pocos, como
disimuladament e, sent irse cerca de su ant iguo cent ro ceremonial, ahora t ot alment e dest ruido y
ent errado por casonas españolas que se erigían sobre él y del que sólo se miraban bordos y
escalerillas.
    Sin embargo, casi a t odos ellos se les miraba t rist es, aunque a veces sonreían, sobre t odo
cuando se aproximaba algún español a cont rat arlos. Ent onces se deshacían en cort esías y
finezas exageradas y siempre se iban t ras de sus amos. Generalment e nunca regresaban, pues
encont raban acomodo en los grandes palacios de los conquist adores.

    Poco a poco aquel sit io se fue quedando solit ario, el indio espía que por esa calle se miraba,
había muert o y sólo se veía permanecer a uno de los que llegaban hast a ese sit io con el anhelo
quizá, de recordar el pasado, los ant iguos t iempos del cant o y de la danza, cuando la volunt ad
HUITZILOPOCHTLI no se había ido; cuando aún había conciencia y memoria de t odo,
TEZCATLIPOCA; cuando la int eligencia creadora, QUETZALCOATL, nos iluminaba para la
comunidad, TLOQUE NAHUAQUE, al amparo de la energía, TEOTL, por la cual, como t ant as veces
t e lo he dicho, vivimos: IPALNEMOHUANI .

    Mas nada de eso exist ía. Y lo peor era que los niños del fut uro, sólo se informarían de ello
como algo muy lejano, casi ajeno; y hast a vergonzant e.

    Si no, querido hijit o, mi Juanit o; mi amada Lupit a, frut os de mi ser y de su madrecit a,
pregúnt enles a sus amiguit os y verán lo que les responden. Ni siquiera saben de eso. Sólo les
hablarán de falsos héroes que ven por la t elevisión, los video juegos, el cine y las revist as.

    En fin, el más pequeño de mis hijos, Juanit o; la más pequeña de mis hijit as, Lupit a, han de saber
que aquel indio que asist ía a las calles ubicadas a las espaldas, como ya les dije, del TEOCALLI
mayor de TENOCHTITLAN, fue el últ imo en abandonar ese paraje que hoy forman la calle primera
del Carmen y Guat emala, de la gigant esca ciudad de México de est os finales del siglo XX, en el
cent ro de la misma.

     Y la gent e lo decía. ¡Siempre allí! ¡Siempre! ¡Siempre sent ado sobre la t ierra y recargado en la
pared de aquella casona! De noche o de día su figura encorvada parecía incansable.

     -¡Qué t rist e!- Muchos coment aban


     -¡Cuánt a pesadumbre!

     -¡Cuán grande soledad se adivina en la melancolía de sus ojos!

     - Ese indio me est remece. ¿Qué est ará t ramando?

    Y ent re t ant os coment arios, nadie lo ent endía quizá.

    Desde que TENOCHTITLAN había caído en poder de los invasores y sobre sus ruinas, con sus
propias ruinas, se había levant ado la nueva arquit ect ura de México, capit al del virreinat o de la
nueva España, siempre se le había vist o allí. Envejeciendo junt o con el recuerdo que su mirada
juvenil le había t at uado en la ment e: Tlat elolco, agost o, 1521. Y que ahora, piel ya rugosa por los
años, t al vez sesent a, ochent a quizá, conservaba como un fresco mural recién pint ado.

    Su llant o angust ioso de apenas niño, de adolescent e casi, de nada había servido para evit ar la
dest rucción.
    Había vist o como los bárbaros arrasaban con sus armas brut ales y su ambición despiadada los
símbolos del TEOTL, la energía creadora.

    Había cont emplado caer muert o a su padre. Había escuchado los grit os at errados de sus
mamacit as.
     -¡Piedad!
    Mas t odo había sido dest ruido. Luego confusión, oscuridad, lágrimas, hambre, y sin explicárselo
bien, aquella agua fría sobre su cabeza y aquel hombre vest ido de café hast a los pies diciéndole
algo en ext raña lengua, y un soldado POPOLOCA que lo obligaba a besar, daga amenazant e en
mano, a quien decían era el verdadero TEOTL, Dios.

    Desde esa época, como t e lo he narrado, poco quedaba de la grandiosa ciudad de sus abuelos;
sólo recuerdos, borrosos recuerdos de una ant igua felicidad...

    (Sus papacit os del CALPULLI, la casa de t odos, t rabajando unidos para foment ar la creat ividad,
la evolución y el perfeccionamient o del TEOTL y del TLOQUE NAHUAQUE, la humanidad por él
creada en comunidad de esfuerzos y amist ad.)

    Y recordaba las sement eras llenas de flores, de hort alizas, de frut os; y los cant ares colect ivos
de los laboriosos agricult ores.

    Y su madre y t odas sus mamacit as preparando el sost enimient o de los que t rabajaban.

    Pero ahora t odo era t rist eza. A los que eran como él les nombraban "indios" y los hacían
esclavos y la volunt ad de vivir se iba.

    Su pueblo, los suyos, que en sólo dos siglos habían const ruido una esplendorosa ciudad para
que reviviera la grandeza ast ronómica de la inspiración florida de la legendaria TEOTIHUACAN
TOLLAN y prosiguiera con la labor del TEOTL de los ant iguos NAHUATLACOS desaparecidos
hacia miles de años en una cat ást rofe increíble en el cuart o sol, TLALTONATIUH, se hallaba
humillado, oprimido por quienes fingiéndose en un principio amigos, los que port an la energía,
"TEULES", TECUHTLIS, lo habían dest rozado t odo. ¡Todo! Sin respet ar la creat ividad, esencia del
TEOTL.

    Y las cost umbres de los invasores se ext endieron...

    CUAUHTZIN, que dicen, era su nombre, desde ese día se vist ió de una profunda t rist eza, t ant a
que jamás nadie lo vio sonreír.

    Vagó durant e algún t iempo por diversos barrios de la nacient e nueva ciudad, como perdido,
hast a que pareció encont rar lo que buscaba, un lugar...

    Ahora, casas a la usanza cast ellana se levant aban con las mismas piedras que habían servido a
los TEOCALLIS. Las casas para la medit ación creadora donde se comía el TEONANACATL,
carnit a que da energía para mejor leer en el gran libro del universo, el libro de t odas las sabidurías,
el AMOXTLI. Y los niños que brot aban de los honguit os los conducían por esos mundos
fascinant es.
    Pero de los TEOCALLIS, nada quedaba.

    Y allí se sent ó CUAUHTZIN, el indio t rist e, y permaneció así t oda su vida; no obst ant e los
menosprecios y los insult os que se acost umbró a no ent ender.

      -¡Indio t aimado!
      -¡Indio holgazán!
      -¡Indio ladino!
      -¡Indio borracho!

      -¡Indio ignorant e!

      -¡Indio brut o!

        A veces lo quit aban a la fuerza de est e sit io, su sit io, pero luego volvía a su calle para
recordar y foment ar su t rist eza.

     -Don Pedro vive en la calle del Indio Trist e.

     -¿Vieron ya la casa que se const ruyó Doña Jimena en la calle del Indio Trist e?

    Comenzaron a ubicar el lugar por el siempre present e personaje y pront o se convirt ió en un


punt o de referencia para los habit ant es de la ciudad.

    Una mañana, dicen, en el rincón donde nunca dejaba de verse al hombre t rist e, encont raron una
est at ua igual al indio, en la misma post ura, con semejant e gest o y t odos dijeron:

     -¡Se volvió piedra!

     -¡Se volvió piedra!

     -¡Piedra!

     De boca en boca circuló el rumor. Y la not icia se arremolinó ent re asombros e incrédulas
miradas.

    Hubo en varios t emores y remordimient os... ¡Tant a superst ición rebosaba en la ment e de los
invasores y los mest izos apóst at as!

    Nadie supo cómo, pero la imaginación y la fant asía acrecent aron la leyenda apoyada en el
rumor y la ignorancia.

    Y esa calle de la ciudad de México, ant iguament e noble y leal, como una muest ra de la
exist encia de esa t rist eza que a t i t e ha causado preocupación, hijit o mío, mi Juanit o y a t i t e ha
sorprendido, mi Lupit a, se llamó desde ent onces y hast a hace poco en que le cambiaron el
nombre por el que ahora t iene, La calle del INDIO TRISTE.

    Después de est e relat o creo que ent enderán el porqué a veces, sin explicárnoslo con claridad,
los mexicanos sent imos una profunda t rist eza que se refleja en nuest ra desidia, en nuest ro
abandono, en nuest ras canciones y en nuest ros poemas.

    A veces esa t rist eza la disfrazamos en el relajo, en la indiferencia, en las valent onadas y en el
me vale.

    Y por si quieren saber mas, hijit os míos, mis solecit os, mis conejit os, mis corazones de jade, uno
de nuest ros grandes poet as AZTECAS, hijo del gran TLATOANI ITZCOATL, llamado
TOCHIHUITZIN COYOLCHIUHQUI, que quiere decir hacedor de cascabeles, presint ió est a
t rist eza y nos dejó su sent imient o en un poema que dice así:

   "De pront o salimos del sueño.

    Sólo vinimos a soñar.

    No es ciert o,

    no es ciert o que vinimos a vivir

    sobre la t ierra.

    Como yerba en primavera

    es nuest ro ser.

    Nuest ro corazón hace nacer.

    Germina flores de nuest ra carne.

    Algunas abren sus corolas.

    Luego se secan...

    Y así quedó nuest ro verdadero pueblo, el indio, el nacido aquí, el verdadero dueño de est a
región llamada México, hast a hace poco en que ha comenzado a dejar de sent irse exiliado en su
propia t ierra, despojado, explot ado, hundido en las brut ales injust icias de los invasores y de su
lacayos, nuest ros propios paisanos que engañados, se pusieron a su servicio.

    Hoy el indio, aborigen de aquí, como t ú y yo, y t odos los mexicanos, principia a sonreír, porque
t ú, como ot ros niños y niñas, van a recuperar las alegrías de nuest ros ant epasados para fecundar
lo fut uro y perfeccionar el universo.

LA CREACIÓN PRODIGIOSA DE CUAUHTLATOATZIN.

 Y aquí comienzo a cont art e, en orden y conciert o, una prodigiosa fant asía que en realidad es una
verdad hist órica.

 Sucedió que allá por 1474, durant e la época de nuest ros abuelos AZTECAS, cuando nuest ro
TLATOANI era el reverendo señor guía AXAYACATL, hace más de quinient os años y ant es de la
llegada de los invasores españoles, nació un niño al que por el dict ado de los sabios
TLAMATINIMES que leyeron y calcularon en los grandes libros de sabiduría cósmica y
ast ronómica, el TEOAMUXTLI y el TONALAMATL, le pusieron por nombre CUAUHTLATOATZIN.
(Cuauht li: águila; t lat oa: habla; t zin, gramema reverencial)

 Según habían predicho, él llegaría a ser un gran creador que con su habilidad para fabular, invent ar
relat os y guiar con la palabra, salvaría a su pueblo, nuest ro pueblo, de la soledad espirit ual.

 Por eso su nombre significaba "El que habla como águila”, es decir, de acuerdo con los símbolos
que ellos manejaban, con int eligencia solar, luminosament e creadora y vident e, pues el águila
connot a el sent ido de ver.

 Su infancia t ranscurrió por los alrededores de la grande ciudad de MESHICO-TENOCHTITLAN,


precisament e en la región nort e de ella, en esos lugares de cuyos nombres siempre debemos
acordarnos: CUAUHTITLAN, TOLPETLAC, TOLLAN, pero sobre t odo, TEPEYACAC.

 CUAUHTLATOATZIN creció así en medio de la fascinant e cult ura de nuest ros abuelos
ANAHUACAS y se colmó de t odos los conocimient os que un ungido, un elegido, est o es, un
MACEHUAL, (eso quiere decir t al palabra) debía t ener para poder cumplir con su dest ino de
perfeccionamient o del cosmos, y al que había de cont ribuir.

 Cuando cumplió t rece años, el t rece maravilloso de nuest ros ant epasados, fue llevado a
cont inuar su educación al CALMECAC, como t odo niño que se dist inguía por su t alent o,
sensibilidad e int eligencia.
 Ent onces era AHUIZOTL el gran TLATOANI de MESHICO-TENOCHTITLAN a quien admiraban
por su férrea volunt ad de ampliar el conocimient o de la guerra creadora; esa lucha incesant e del
TEOTL, la energía que t odo lo envuelve y en dondequiera se manifiest a, para hacer que el
universo evolucione hacia la perfección.

 También, en esos t iempos, aún vivía el sabio consejero, TLACAELEL, que era el ejemplo de
guiador, el modelo de organizador, el venerado impulsor de la nueva grandeza NAHUATL que
represent aban los MESHICAS-TENOCHCAS.

 CUAUHTLATOATZIN siempre dio muest ras de discreción, humildad y sabiduría. Su fina int uición
para encont rar los medios de convencer a t ravés de la palabra florida, impresionaba a quienes lo
conocían. Era un ramillet e de virt udes y sus acciones siempre eran efect uadas en bien de su
colect ividad y de la t ot al comunidad.

 El TLOQUENAHUAQUE siempre lo fort ificaba, de t al manera que el CALPULLI, la casa de t odos,
donde vivía CUAUHTLATOATZIN, lo apreciaba y respet aba día t ras día.

 Así t ranscurría su vida hast a cuando cumplió t reint a y cinco años. En esos t iempos de 1519 fue
cuando los españoles llegaron.

 Ent onces CUAUHTLATOATZIN presenció la dest rucción de t odo lo que él y los suyos, nuest ros
abuelos ANAHUACAS, habían const ruido y amado.

 Al caer la grande MESHICO TENOCHTITLAN en 1521, t odos los habit ant es del valle de
ANAHUAC y más allá, se conmovieron.

 Muchos sabios, señores guías, y MACEHUALES; hombres y mujeres; niños y ancianos se


dispersaron huyendo de la cat ást rofe.

 Algunos se refugiaron en los cent ros de medit ación de CUAUHTITLAN y seleccionaron a


CUAUHTLATOATZIN para cumplir una gran misión. La ast ucia y fineza del águila que habla sabrían
manifest arse a su debido t iempo.

 No en balde CUAUHTLATOATZIN formaba part e del CALPULLI de los que se preparaban para
ser guías, como la nariz, en est as t ierras: TLAYACAC y con pint uras habla, con bellos coloridos.

 CUAUHTLATOATZIN, quien había llevado una disciplinada vida de ascet a, como lo hacían los
elegidos para ser guías creadores, de MACEHUAL a TEOPIXQUE, encargados de cuidar la energía
del TEOTL, aquello por lo cual vivimos, IPALNEMOHUANI, recibió ent onces la orden, por part e de
algunos de los grandes sabios huidos de MESHICO TENOCHTITLAN, de realizar la salvación
espirit ual de su pueblo vencido, nuest ro verdadero pueblo.

 Todos los sabios, en consejo, en TLOQUE NAHUAQUE, junt os y cercanos como los dedos de la
mano para alcanzar la perfección creadora, comenzaron a medit ar en la manera de llenar aquel
vacío que se dejaba sent ir en los suyos ant e la dest rucción de su mundo por los bárbaros
POPOLOCAS, esos soldados falsament e amigos, de peor conduct a que CHICHIMECAS, t an
lejanos de la TOLTECAYOTL; la refinada cult ura nuest ra, devot a del universo nat ural y de su
movimient o et ernament e en t ransformación creadora.

 -Sí, CUAUHTLATOATZIN- Le decían esperanzados, aunque con la voz t rémula. -Tú serás el
port avoz de nuest ro plan en cont ra de esos abusivos y ambiciosos asesinos.

 Y como los últ imos sabios AZTECAS habían descubiert o que sobre la soldadesca criminal, había
algunos españoles diferent es, vest idos de café hast a los pies, que parecían en verdad querer
ayudar a los derrot ados en cont ra de la maldad de aquellos bandidos y que les llamaban frailes,
decidieron acercárseles en pos de la más grande de t odas las salvaciones: La de la ment e
creadora.

 Los TEOPIXQUES de los españoles podrían prot egerlos quizá, pues habían observado que en
nombre de una cruz y de algunos ret rat os de una afligida señora, los t ruhanes obedecían y hast a
se arrodillaban t emblando.

 Tal vez las humillaciones y los asesinat os que se comet ían con los vencidos, cesarían, si los
nuest ros les present aban una imagen donde se viera que el pueblo derrot ado acept aba creer en
lo que ellos pregonaban.

 Tot al, nuest ra reverenda madrecit a, COATLICUE, CHIMALMA, podría ser dibujada con formas
humanas y para ello, los TLACUILOS de TLAYACAC y de ot ros rumbos, podrían hacerla.

 Los mat eriales serían de lo mejor que se producía en est as t ierras.

 Ut ilizando sus conocimient os de cómo hacer colores et ernos, como lo habían hecho en
TEOTIHUACAN, o los hermanit os MAYAS en BONAMPAK, lograrían hacer una obra de art e
maravillosa, t an prodigiosa que sólo cual milagro sería concebida.

 Y t odo est o lo discernían en sus const ant es junt as, los últ imos sabios de ANAHUAC.

 CUAUHTLATOATZIN escuchaba at ent o y sereno.

 Prepararían una TILMA hecha de IXTLE con los secret os que sólo ellos sabían para darle una
resist encia a prueba de t odo: Agua, humo, fuego, frot e.

 Allí, inspirados por el TEONANACATL, harían una imagen divina, t an digna de admiración, que no
hubiera quien dejara de est remecerse al cont emplarla.

 Y al mismo t iempo, pondrían ent re sus rasgos, el mensaje para t odos los ANAHUACAS. Un
mensaje de t ransformación:

 -Ahora así se manifiest a nuest ra reverenda madrecit a-padrecit o: TONANTZIN NONANTZIN, la


madre t ierra que vist e t ant as mont añas, sierras y cañadas que parece adornarse con una falda de
serpient es y a la vez, padre sol que irradia su energía hacia sus MACEHUALES. La madre-padre
nuest ra-nuest ro que es y será siempre nuest ro escudo, nuest ra prot ección, CHIMALMA,
CHALMA, y quien en el grave desamparo en el que la falsedad humana nos ha hundido, habrá de
darnos consuelo y t ranquilidad para soport ar t ant as injust icias que día t ras día se comet en con
nosot ros.

 TEOPILTZIN, el niño hijo del creador, el dulce niñit o que nace del TEONANACATL t e la present a.

 Mira su mant o est rellado que indica la posición del cielo cuando t e enviamos est e mensaje,
pueblo amado, ve las flores de su vest ido que de ahora en adelant e van a ser las que nos
embriaguen en el dulce placer de medit ar.

 Y observa sus manos y su vient re. El nuevo niñit o que un día vendrá a salvarnos, como ayer
QUETZALCOATL nació de la virgen CHIMALMA; como en su t iempo, HUITZILOPOCHTLI, de la
virgen COATLICUE.

 Recuerda lo que fuimos y nunca lo olvides; para que un día volvamos a ser lo que éramos, pero
perfeccionados.

 Desde el ombligo de la luna, medía luna, no plena, herida, brot a TEOPILTZIN y t e eleva hacia la
nueva cara de nuest ra t ransformada madrecit a que ya no llora más como CIHUACOATL, sino
sonríe con t ernura. Nuest ra reverenda hijit a de Mot ecuhzoma, la venerable Tecuichpo, nuest ra
única prot ect ora, es t an hermosa y pura que puede servirnos de inspiración para su rost ro…

 Y he aquí que el t iempo fue pasando y el proyect o de los nuest ros maduró.

 Diez años hacia ya de la conquist a brut al. Los t raidores pagaban t ambién con sangre la ayuda que
habían prest ado a los vict imarios. Todos los indios sufrían en silencio la desolación y el abandono.

 Y como suele suceder, luego de la t empest ad furiosa llega la apacible calma; así, t odo en est as
t ierras sojuzgadas de ANAHUAC fue ent rando como en una resignación, como en un
adormecimient o, como en una profunda t rist eza.

 Y si nuest ro pueblo derrot ado no poseía cañones ni escopet as ni pólvora ni arcabuces ni


ballest as, inút il era rebelarse y seguir peleando. Sólo le quedaba el t alent o, la imaginación y la
fant asía para defenderse. Inerme, no podía luchar más.

 Además, aun no alcanzaba a comprender eso de mat arse por el oro, el TEOCUITLATL, el
excrement o de la energía, el sudor de ella, la suciedad.

 Era inconcebible para nuest ros abuelos ANAHUACAS. Sólo podía servir como armazón de los
espejos relucient es de la memoria, TEZCATLIPOCA; o de los plumajes de la int eligencia creadora,
QUETZALCOATL; o del jade, símbolo de la fert ilidad de nuest ra madre-padre t ierra, pero valer
como algo sublime, digno de muert e, no.

 Se podía morir, sí, morir; mas para perpet uar la vida del cosmos, del universo, de la humanidad.

 Así, era un placer el sent ir que nuest ra energía corporal se fusionaba con la energía cósmica, con
los rayos solares, con el vient o, con la lluvia, con el agua, con las est rellas, con el infinit o.

 ¡Risible les parecía morir y mat ar por oro!

 -¡Qué ext raños pensamient os los de los invasores, esos bárbaros POPOLOCAS que ni hablar bien
saben! A escondidas algunos coment aban.
 -¡Cómo es posible que digan Cuernavaca, horrible palabra, en vez de la bella CUAUHNAHUAC, es
decir, donde los árboles nos rodean!

 -¡O Churubusco, en lugar de HUITZILOPOCHCO! est o es, donde est á el azul colibrí del sur que
con el ejemplo de la volunt ad nos ha guiado.

 Y luego, no poder aprender fácilment e ot ra lengua de las que ent onces se hablaban, en t ant o
que los nuest ros ya manejaban el cast ellano como si fuera propio y hast a el lat ín como Ant onio
Valeriano.

 Los frailes educaban a los más brillant es jóvenes de aquel ANAHUAC conquist ado y les
enseñaban las nuevas formas de perpet uar la memoria; muchos sabios ancianos les informaban a
los TEOPIXQUES de los españoles de mucho de sus sabias ant igüedades, pero al t raducir del
NAHUATL al Español, generalment e se t ergiversaba t odo. A veces a propósit o y en ot ras
ocasiones de manera involunt aria.

 Así fue como los nuest ros comenzaron a dejar sus hist orias, sus relat os, sus conocimient os y una
herencia escondida at rás de las palabras.

 Ent onces, por 1531, decidieron poner en marcha el plan elaborado por más de diez años: el
moment o de darle un nuevo vest uario a TONANTZIN NONANTZIN que ocult ara a los ojos de los
españoles la verdadera int ención de su imagen humana.

 Los invasores creerían en la t ot al acept ación por part e de nuest ros abuelos indígenas, de lo que
sus TEOPIXQUES frailes y arzobispos predicaban. Además, en lo profundo, algo había de
semejant e ent re nuest ra reverenda madrecit a COATLICUE CHIMALMA y la Sant a María que ellos
adoraban.

 Ent onces fue cuando el TLOQUE NAHUAQUE, la comunidad, que aún se mant enía en la zona
nort e de la flamant e noble y leal ciudad de México, cercana al TEPEYACAC, en CUAUHTITLAN, el
lugar de los que se han elevado como águilas solares hacia la sabiduría, aut orizaron a
CUAUHTLATOATZIN para que cumpliera su misión de MACEHUAL, de elegido.

 Y el reverendo que habla con la imaginación alada de un águila solar, CUAUHTLATOATZIN, se


dispuso a cumplir con el designio irradiado por los ast ros cuando nació: ¡Debía salvar el lugar más
amado por los ANAHUACAS! El sit io donde hacían grandes fiest as para TONANTZIN
NONANTZIN, el TEPEYACAC, t érmino de la pequeña sierra que ellos llamaban
TECOATLAXOPEUH, la sierra que parece serpient e y que pisamos para llegar aquí; el primer lugar
a donde habían llegado los abuelos AZTECAS luego de su larga peregrinación desde AZTLAN.
Como ant es las seis t ribus hermanas.
 Para esos años, CUAUHTLATOATZIN y muchos indios como él, habían acept ado el baut ismo de
los TEOPIXQUES crist ianos. Ellos pregonaban el verdadero amor, aunque a veces, muchos no lo
demost raban.

 Y en TLATELOLCO le pusieron como nombre nuevo Juan Diego.

 A un t ío suyo, t ambién gran MACEHUAL, le habían baut izado como Juan Bernardino.

 Y los frailes bondadosos se regocijaban de sus ahijados, sobre t odo aquellos llamados fray Diego
Durán y fray Bernardino de Sahagún.

 Ellos comprendían en sus ent rañas el dolor de ser perseguidos por no hacer lo que los demás
consideraban lo correct o, aunque no se t uviera razón. Pero es que como ellos amaban t ambién la
sabiduría, aquellas t ierras les daban la inmensa oport unidad de indagar y aprender.

 Y Juan Diego, con la humildad que lo caract erizaba y con su ast ucia benevolent e, llevó a cabo el
prodigioso plan de salvación espirit ual de su pueblo.

 Los más grandes TLACUILOS sobrevivient es y los mayores sabios en hierbas y flores pusieron en
acción la maravilla de sus conocimient os que aún t enían ent onces para cult ivar flores, elaborar
pint uras et ernas, en t écnica admirable, y preparar mat eriales donde se conservaran las imágenes,
cual milagro.

 ¡Sí! Milagro de los sabios del ant iguo ANAHUAC, que de esa manera dejaban su t est imonio-
códice-imagen, que enviara el mensaje a t odo su pueblo: ¡Del niñit o hijo de la energía, Teopilt zin,
brot a nuest ra reverenda madre-padre, t ierra-sol-luna-escudo, simult áneament e, bajo el cielo
est rellado de ANAHUAC que la envuelve, y ent re las flores embriagant es, en su seno, lat e el amor
y la esperanza de un fut uro mundo perfeccionado, mejor!

 Así, lo que se había planificado se llevó a efect o.

 Juan Diego, evangelist a, llevó la bella nueva que muchos escribieron post eriorment e.

 La maravillosa not icia, gracias a la cual, el mexicano encont ró consuelo y alivio para su mundo
int erior que ant e al mundo ext erior en agonía, se derrumbaba.
 Y sin saberlo, casi sin sospecharlo, México quedó unido a su pasado ANAHUAC por obra y magia
de la creación prodigiosa de Juan Diego.

 Y cuent an que al cabo de unos años, un sabio descendient e de aquellos grandes TEOPIXQUES y
TLAMATINIMES AZTECAS, llamado Ant onio Valeriano, lo escribió en NAHUATL para que t odos
los vencidos se ent eraran de cómo CUAUHTLATOATZIN había cumplido su divina misión y
t uvieran el alicient e de su amoroso, aunque ocult o, t riunfo.

 Nadie sabe en dónde se encuent ra ese manuscrit o, pero los que lo conocieron han logrado que
poco a poco México y el mundo, lo cat alogue como un inexplicable suceso, que hoy, t ú hijit o mío,
el más pequeño y t ú, hijit a mía, mi jade gracioso; ust edes, mis aguilit as preciosas, mis palomit as
divinas, han comprendido y así revelado, pueden, por obra de su volunt ad creadora y de su nueva
conciencia, cont inuar el perfeccionamient o de la humanidad t ot al, cual es la misión que nos ha
encomendado el TEOTL, aquello por lo cual t odos vivimos: la energía creadora en et erna
expansión,
IPALNEMOHUANI.

EPÍLOGO

CONTEMPORÁNEO

 Todo lo que aquí, caro lect or, has leído nos lo relat aron en sus t est imonios icónicos y escrit os,
nuest ros ant iguos reverendos y sabios abuelos, HUEHUETZIN, hombres y mujeres de
conocimient o, que conservaron, gracias a la memoria cósmica que había quedado en el int erior de
la conciencia de cada uno y que el TEONANACATL, carne del Teotl, honguito divino, teopiltzin:
reverendo niñito que nos da sabia energía, purificador de engaños, les fue revelando a t ravés de
la medit ación y la vida disciplinada
 Así nos devolvieron a la energía príst ina.

 Quieras t ú que no caiga ot ra vez en el olvido y podamos volver a ser los macehuales, los
elegidos, que van en pos del Tloque Nahuaque, la unidad de lo diverso y lo diverso en la unidad.

 Así podremos cont ribuir a salvar lo humano et erno.

Bibliografía Mínima

ACOSTA, Joseph de, Historia Natural y Moral de las Indias, Fondo de Cult ura Económica,
México, 1965.
ALVA Ixt lixóchit l, Fernando de. Obras Históricas, UNAM, México, 1985.

ALVARADO Tezozomoc, Hernando, Crónica Mexicana / Códice Ramírez, Edit orial Porrúa, S.A.,
México, 1975.
AMABILIS Domínguez, Manuel, Los Atlantes en Yucatán, Edit orial Orion, México, 1963.

AMABILIS Domínguez, Manuel, La Arquitectura Precolombina de México, Edit orial Orion,


México, 1956.
ARNOLD, Paul, El Libro Maya de los Muertos, Edit orial Diana, México, 1991.

AVENI, Ant hony F. Observadores del Cielo en el México Antiguo, Fondo de Cult ura Económica,
México, 1993.
BAUDOT, Georges y TODOROV, Tzvet an, Relatos Aztecas de la Conquista, Grijalbo, Consejo Nal.
para la Cult ura y las Art es, México, 1990.

CARRASCO, Pedro y BRODA Johanna, Economía Política e Ideología en el México


Prehispánico, Edit orial Nueva Imagen, México, 1978.

CHAVERO, Alfredo, México a través de los Siglos [Tomo I], Edit orial Cumbrre, S.A, México, 1953.

CHAVEZ, Ezequiel A, La Educación en México en la Época Precortesiana, Edit orial Jus, México,
1958.
Códice Borgia, Fondo de Cult ura Económica, México, 1963.

DE LAS CASAS, Bart olomé. Brevísima Relación de la destrucción de las Indias. Cát edra,
Madrid, 1982
Del único modo de atraer a todos los pueblos a la verdadera religión. Fondo de Cult ura
Económica, México. 1942.

DÍAZ CÍNTORA, Salvador. Xochiquétzal. Estudio de mitología náhuatl. UNAM. 1990.

DÍAZ del Cast illo, Bemal, Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España, Edit orial
Porrúa, México, 1968.

DUJAVNE Mart a, La Conquista de México, Edit orial Nueva Imagen, México, 1978.
DURAN, Diego, Historia de las Indias de Nueva España, Edit ora Nacional, México, 1955.

DUVERGER, Chrislian, El Origen de los Aztecas, Enlace Grijalbo, México, 1989

El primer mestizaje. La clave para entender el pasado mesoamericano. Sant illana, México,
2007.
FLORESCANO, Enrique. Memoria Indígena. Taurus. México. 1999.

Quetzalcoatl y los mitos fundadores de Mesoamérica. Taurus. 2004

GARCÍA Rubén, Entre la Verdad Mexicatl y el Embuste Español, México, 1960

GARCÍA Rubén, It zcoat l, Primer Forjador de la Patria, México, 1951.

GARCÍA Granados, Rafael, Diccionario Biográfico de Historia Antigua de México [2 tomos],


Inst it ut o de Hist oria, México, 1952.

GARCÍA Rivas, Heribert o, Dádivas de México al Mundo, Excelsior, México, 1965.


GARIBAY K., Ángel Ma., Teogonia e Historia de los Mexicanos, Edit orial Porrúa, México, 1965.

GARIBAY K., Ángel Ma., Historia de la Literatura Náhuatl, Edit orial Porrúa, México, 1971.

GARZA Mercedes de la, Sueño y Alucinación en el Mundo Náhuatl y Maya, UNAM, México,
1990.
GUTIÉRREZ Vázquez, S., El Texoxotla-Ticitl (Cirujano) Mexica a Través del Tiempo, México,
1974.
GUZMAN, Eulalia, Una Visión Crítica de la Historia de la Conquista de México-Tcnochtitlan,
UNAM, México, 1990.

Relaciones de Hernán Cortés, Edit orial Orion, México, 1966

JOSEPH, Jorge, México, Cima de la Civilización Universal, Casa Ramírez Edit ores, México,
1965.
KEEN, Benjamín, La Imagen Azteca, Fondo de Cult ura Económica, México, 1984

KINGSBOROUGH, Lord, Antigüedades de México [3 Tomos], Secret aría de Hacienda y Crédit o


Público, México, 1968.
KRICKEBERG, Walt er, Mitos y Leyendas de los Aztecas, Incas, Mayas y Muiscas, Fondo de
Cult ura Económica, México, 1971.

LAFAYE, Jacques, Quet zalcóat l Et Guadalupe, La Formation de la Conscience Nationale au


Mexique, Edit ions Galimard, Francia, 1974.

LASSO de la Vega, Luis, HUEI TLAMAHUICOLTICA, Carreño e Hijo Edit ores, México, 1926.

LEÓN Port illa, Manuel, Visión de los Vencidos, UNAM, México, 1980.

LEÓN Port illa, Manuel, Trece Poetas del Mundo Azteca, UNAM, México, 1967.

LEÓN Port illa, Manuel, El Reverso de la Conquista, Edit orial Joaquín Mort iz, México, 1980.

LEÓN Port illa, Manuel, Filosofía Náhuatl, UNAM, México, 1966.

LEÓN Port illa, Miguel y LIBRADO Silva Galeana, HÜEHUEHTLAHTOLLI, Testimonios de la


Antigua Palabra, SEP / Fondo de Cult ura Económica, México, 1991.

LEÓN Port illa, Miguel, Nezahualcoyotl, Poeta, Arquitecto, Legislador y Sabio de las Cosas
Divinas, Art es de México, México, 1972.

LEÓN Port illa, Ascensión H. de, TEPUZTLAHCUILOLLI Impresos en Náhuatl, UNAM, México,
1988.
LEÓN Port illa, Miguel, TOLTECAYOTL, Aspectos de la Cultura Náhuatl, Fondo de Cult ura
Económica, México, 1980.

LIBRADO Silva, HERNÁNDEZ, Nat alio, Flor y Canto, Gobierno del Edo. de Nayarit / El Diario,
México, 1990.
LISS, Peggy K.; Orígenes de la Nacionalidad Mexicana, 1521-1556, Fondo de Cult ura
Económica, México, 1986.

LÓPEZ Aust in, Alfredo, Hombre-Dios, Religión y Política en el Mundo Náhuatl, UNAM, México,
1989.
LÓPEZ Aust in, Alfredo, Augurios y Abusiones, UNAM, México, 1969

MAGALONI Duart e, Ignacio, Educadores del Mundo. Cost a-Amic Edit or, México, 1969.

MARTÍNEZ, J.L., Nezahualcoyotl, Fondo de Cult ura Económica / SEP, México, 1972.

MAYNEZ, Pilar, La Botánica entre los Nahuas y otros Estudios, SEP, México, 1988.

MEZA, Ot ilia, Breve Estudio Sobre la Mujer Mexihca, D.G.M.P.M., México, 1973.

MICHEL, Concha, Dios-Principio es la Pareja, COSTA-AMIC, México, 1974.

MOHAR Bet ancourt , Luz María, La Escritura en el México Antiguo, UAM, 1990.

MORENO M, Manuel, La Organización Política y Social de los Aztecas, SEP, México, 1964.

NAJERA C, Mart ha Ilia. El Don de la Sangre en el Equilibrio Cósmico, UNAM, México, 1987.

NIEVA López. María del Carmen, MEXICAYOTL, Filosofía Náhuatl, Edit ora Orion, México, 1969.

OLMEDA, Mauro, El Desarrollo de la Sociedad Mexicana [ 2 Tomos ], Mauro Olmeda Edit or,
México, 1966.
OLMOS, Andrés de, Tratado de Hechicerías y Sortilegios, UNAM, México, 1990.

PINA Chan, Román, Historia, Arqueología y Arte Prehispánico, Fondo de Cult ura Económica,
México, 1972.
QUEZADA, Noemí, Amor y Magia Amorosa entre los Aztecas, UNAM, México, 1975.

RÓBELO, Cecilio A., Diccionario de Mitología Náhuatl, Ediciones Fuent e Cult ural, México. 1951.

RODRÍGUEZ, Luis Ángel, La Ciencia Médica de los Aztecas, Edit orial Hispano Mexicana, México,
1944.
ROMERO VARGAS e Yt urbide, Ignacio, Moctezuma el Magnífico, Romero vargas y Blasco,
Edit ores, México, 1963.

ROMEROVARGAS e Yt urbide, Ignacio, Los Gobiernos Socialistas de Anáhuac, Romerovargas


Edit or, S.A., México, 1978.

ROQUET, Salvador y FAVREAU Pierre, Los Alucigenos de la Concepción Indígena a una Nueva
Psicoterapia, Ediciones Prisma, México, 1981

RUIZ de Alarcón, Hernando, SERNA, J de la, PONCE, Pedro, FERIA, Pedro de, Tratado de las
Idolatrías, Supersticiones, Dioses, Ritos, Hechicerías y otras Costumbres de las Razas
Aborígenes de México [2 Tomos], Ediciones Fuent e Cult ural, México, 1953.

SAHAGUN, Bernardino de, Historia General de las Cosas de la Nueva España, Edit orial Porrúa,
México, 1969.
SAN ANTÓN Muñón, Francisco de, Relaciones Originales de Chalco Amaquemecan, Fondo de
Cult ura Económica, 1965.

SCHEFFLER, Liban, Cuentos y Leyendas de México, Panorama Edt orial, México, 1986.

SEGALA, Amos, Literatura Náhuatl, Fuentes, Identidades, Representaciones, Grijalbo, México,


1990.
SEJOURNE, Lauret t e, Pensamiento y Religión en el México Antiguo, Fondo de Cult ura
Económica, México, 1957.

SELER, Eduard, Comentarios al Códice Borgia, Fondo de Cult ura Económica, México, 1988.

SOUSTELLE, Jacques, El Universo de los Aztecas, Bibliot eca Joven, México, 1983.

SOUSTELLE, Jacques, La Vida Cotidiana de los Aztecas en Vísperas de la Conquista, Fondo


de Cult ura Económica, México, 1970.

SPRANZ, Bodo, Los Dioses en los Códices Mexicanos del Grupo Borgia, Fondo de Cult ura
Económica, México, 1973.

TIBON, Gut ierre, Historia del Nombre y de la Fundación de México, Fondo de Cult ura
Económica, México, 1975.

TORQUEMADA, Juan de, Monarquía Indiana [ 7 Tomos ], Inst it ut o de Invest igaciones Hist óricas,
UNAM, México, 1975.

VALERIANO, Ant onio, Nican Mopohua, México, 1978.

VARIOS, Historia General de México, HARLA, México, 1987.

VARIOS, Mitos y Leyendas Mexicanas, El Libro Español, México, 1963.

VARIOS, Arqueoastronomía y Etnoastronomía en Mesoamérica, Broda, Iwaniszewski,


Maupomé Edit ores, UNAM, México, 1991.

VARIOS, Historia, Leyendas y Mitos de México: Su Expresión en el Arte, UNAM, México, 1988.

VARIOS, I Coloquio de Documentos Pictográficos de Tradición Náhuatl, UNAM, México,


1989.
VARIOS, Estudios de la Cultura Náhuatl, UNAM, 1991.

VARIOS, La Psicotrónica de los Mayas, Edit orial Orion, México, 1981.

VON Winning, Hasso, La Iconografía de Teotihuacan, Los Dioses y los Signos [ Tomo I ],
UNAM, México, 1987.

WASSON R. Gordon, El Hongo Maravilloso TEONANÁCATL, Fondo de Cult ura Económica,


México, 1983.
WOLFF, Wemer, El Mundo Simbólico de Mayas y Aztecas, SEP, México, 1963.

YAÑEZ, Agust ín, Mitos Indígenas, UNAM, México, 1956.

Obtenido de
«https://es.wikisource.org/w/index.php?
title=Mitos,_fábulas_y_leyendas_del_antiguo_Méxi
co&oldid=998881»


Última edición hace 3 años por NinoBot

Wikisource

También podría gustarte