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Índice general

Siglas utilizadas …………………………………………………….. 5


Agradecimientos ……………………………………………………. 5

Introducción ………………..…………………………………...…... 9
a) Un proceso poblador en tierra de misiones …………... 9
b) Mecanismos de la administración real y ejercicio del
poder ................................................................................14
c) Composición de la investigación ..................................... 18
d) Historiografía sobre la Compañía de Jesús …………….. 23
e) Las fuentes ………………….………………………….. 34

Primera parte.
Del territorio antiguo al territorio de misiones …… ...……..…… 43

Capítulo I. La tierra de los indios cahitas, “frontera chichimeca” … 44


a) Región de frontera: la Gran Chichimeca ………………. 45
b) La antigua provincia de Sinaloa …………………..…… 53
c) Primeros intentos de poblamiento hispano ……………. 63

Capítulo II. De “frontera chichimeca” a “frontera de misiones” …… 68


a) Apostolado universal y carácter misionero de los jesuitas. 69
b) Misión jesuita y frontera ………………….………… 73
c) Sinaloa: conformación de una región misional ………. 78

Capítulo III. El entorno del poblamiento misional ……………….. 102


a) La configuración administrativa ……………………… 103
b) Provisión de autoridades y delimitación de
jurisdicciones …………………………………………. 108
c) Cambios en la relación de poder …………………….. 116
d) El contexto del poblamiento hispano ………………… 119
e) La población hispana y los nuevos asentamientos ..….. 135

2
Segunda parte.
Transformaciones del poblamiento: de la primera época de
conflictos al periodo reformista de los borbones .………….........… 145

Capítulo IV. La segunda mitad del XVII, época de conflictos …… 146


a) El Apologético defensorio, y el primer enfrentamiento
abierto ……………………………………………………. 148
b) El fiscal protector de indios y la defensa de los cahitas ……. 154
c) La visita de los pueblos del Petatlán y el testimonio
de los indios …………………………………………………. 158
d) Los “mocoritos” y su problemática con los capitanes ………. 162
e) La administración religiosa de la villa de Sinaloa …….……. 166

Capítulo V. La sublevación yaqui: de la consolidación a la crisis del


poblamiento civil ……………………………………………..... 171
a) La regularización administrativa ..................................... 171
b) Intento truncado de mover el presidio de Sinaloa ……….. 177
c) Establecimiento de la gobernación de Sonora y Sinaloa.. 181
d) La sublevación Yaqui de 1740 y el problema del
poblamiento ……………………………………………… 186
e) La salida de los indios de los pueblos de misión …………… 196
f) Las propiedades de tierra de la Compañía previo a la
expulsión …………………………………………………… 204
g) El poblamiento como problema a resolver ......................... 213

Capítulo VI. El proceso poblador en torno a 1767, nuevas tendencias


en la apropiación social del espacio ……………........................... 221
a) Un nuevo contexto político ……………………………… 221
b) José de Gálvez y su política de poblamiento ……………. 224
c) La perspectiva gráfica del territorio y los nuevos
asentamientos …………………………………………… 228
d) Aproximaciones al poblamiento a partir de las
composiciones de tierras ….…………………………… 232
e) La rebelión de los indios “fuerteños” ………………….. 235
f) Problemas por las tierras del Mayo …….……………… 242

3
Conclusiones .................................................................................. 250
Bibliografía …….……………..………………………………….. 259
Índice de figuras (mapas y gráficos) ……………………….. 274
Fuentes de archivo …………..….………………………….… 276
Anexos ………………………………………………………… 278

4
Siglas utilizadas

AGN Archivo General de la Nación, DF, México.


AHD Archivo Histórico de Durango, Durango, México.
AHGGES Archivo Histórico General del Gobierno del Estado de Sinaloa,
Culiacán, Sinaloa, México.
AHJ Archivo Histórico de Jalisco, Guadalajara, Jalisco, México.
AHP Archivo Histórico de Parral, Hidalgo del Parral, Chihuahua,
México.
AHS Archivo Histórico de Sonora, Hermosillo, Sonora, México.
AHSI Archivum Historicum Societatis Iesu
APSMM Archivo Parroquial de San Miguel de Mocorito, Mocorito,
Sinaloa.
ARAG Archivo de la Real Audiencia de Guadalajara, Guadalajara,
Jalisco, México.
ARSI Archivum Romanum Societatis Iesu, Roma, Italia.
BMNAH Biblioteca del Museo Nacional de Antropología e Historia, DF,
México.
BPEJ Biblioteca Pública del Estado de Jalisco, Guadalajara, Jalisco,
México.
IHSI Institutum Historicum Societatis Iesu, Roma, Italia
MMOB Mapoteca Manuel Orozco y Berra, SAGARPA, DF, México.
MHSI Monumenta Historica Societatis Iesu

5
Agradecimientos

La realización de esta investigación no hubiera sido posible sin la


conjunción de múltiples esfuerzos personales e institucionales en apoyo de
este sustentante. Tanto la Dra. Elisa Cárdenas como la Dra. Antonella
Romano conocieron las ideas iniciales del proyecto cuyo desarrollo han
seguido desde sus primeros esbozos. Agradezco también a los coordinadores
del programa, Dr. Fernando Pozos y Dra. Ofelia Woo por todo el apoyo
recibido.
A lo largo del camino de la investigación recibí las observaciones de
mis maestros, Dr. Sergio Valerio, Dra. Lilia Oliver y Dr. Fernando Leal, así
como de mis compañeros del área de historia Dra. Erika J. Vázquez y Mtro.
César Morado. Mis lectores Dra. Carmen Castañeda, Dr. Ignacio Almada,
Dr. Jesús Gómez y Dr. Roberto di Stefano han realizado importantes
observaciones para mejorar esta investigación. Las recomendaciones del Dr.
Pierre-Antoine Fabre hicieron que ratificara mi interés y cristalizara la
consulta de las fuentes romanas de la Compañía. También la Dra. Isabel
Marín ha contribuido con sus observaciones.
En las etapas iniciales realicé tres estancias cortas de investigación. Un
par de ocasiones me recibió en la UNAM el Dr. Ignacio del Río Chávez y
otra la Dra. Hilda Iparraguerre en la ENAH. Agradezco a ambos su
generosidad académica.
Asimismo en los archivos y bibliotecas sólo he recibido la atención de
las personas responsables de los acervos y su esfuerzo por encontrar la
información requerida. Agradezco especialmente a la señora Rina Cuellar,
responsable del Ramo tierras del Archivo Histórico General del Gobierno

6
del Estado de Sinaloa, donde también recibí el auxilio de la Lic. Ana Lilia
Altamirano. También a la Lic. Jenny Figueroa del Archivo Histórico de
Parral, a la Lic. Lupita Martínez y el Lic. Heriberto Saucedo en Fondos
especiales de la Biblioteca Pública del Estado de Jalisco, a Susana González
en el Archivo Histórico de Jalisco y al padre Thomas K. Reddy SJ en el
Archivum Historicum Societatis Iesu, de Roma.
Durante los últimos años me he incorporado a tres grupos de
investigación que me han permitido presentar los distintos avances de la
tesis, el primero en el Colegio de Sinaloa donde se reúne el “Seminario
sobre la Iglesia y la religión en la Nueva España” bajo la coordinación de
Carlos Zazueta, el segundo en el Departamento de Investigaciones Jurídicas
de la U de G, sede del “Seminario de Instituciones Novohispanas”, bajo la
coordinación de Marina Mantilla y el tercero en DESMOS también de la U
de G donde Elisa Cárdenas coordina el grupo sobre “Secularización y
Política en América Latina”. Además, en el “Seminario permanente de
estudios sobre la Gran Chichimeca” con sede en la misma dependencia y
que es coordinado por Andrés Fábregas y Mario Alberto Nájera presenté un
avance sobre dicha materia.
También debo agradecer al CONACYT por haberme concedido la
beca para estudios doctorales, a PROMEP, por que en mi carácter de
profesor de la Facultad de Historia de la Universidad Autónoma de Sinaloa
me aceptó como becario, a El Colegio de Sinaloa por la “Beca Raúl
Cervantes Ahumada para disertación Doctoral” y al Institutum Historicum
Societatis Iesu por medio del padre Martín M. Morales por recibirme como
borsisti en Roma. Al Instituto Nacional de Antropología e Historia por que

7
al ofrecerme un lugar en su centro INAH Sinaloa a partir de abril de 2004
me ha brindado la oportunidad de un óptimo desarrollo profesional.
Como siempre y como desde el primer día por el apoyo recibido de
mis padres Ramón López y Francisca Castillo. Finalmente a mi esposa Elda
Marisol Quintero y a mis hijos Eric Saúl y Arantza Marisol un
reconocimiento por su apoyo cotidiano y una disculpa por tantas horas
robadas y por que además estoy convencido que recibiremos muchas horas
de compensación.

8
Introducción

a) Un proceso poblador en tierra de misiones

Con la presente investigación me propuse realizar un nuevo acercamiento al


estudio del poblamiento del norte novohispano, específicamente del ámbito
conocido durante el siglo XVI como el territorio de los indios cahitas, en el
que durante el dominio hispano se establecieron las provincias de Sinaloa y
Ostimuri, pertenecientes al reino de la Nueva Vizcaya.
Se trata de una investigación que examina las políticas seguidas por
la monarquía española y la Compañía de Jesús para realizar la ocupación de
un espacio poblado de grupos indígenas reacios a la dominación europea, en
ámbitos hasta ahora insuficientemente conocidos. Para ello realicé un
seguimiento de los cuatro actores principales en sus distintos contextos: los
indios cahitas, los misioneros jesuitas, la monarquía española a través de sus
gobernadores, alcaldes mayores, tenientes y capitanes del presidio, y
finalmente de los pobladores hispanos.
Al responder a la pregunta ¿cuál fue la dinámica del proceso
poblador en el territorio de los indios cahitas entre 1591 y 1790 y qué
cambios presentó, desde el establecimiento de las misiones por la Compañía
de Jesús, hasta la era de los borbones?, se busca ofrecer una explicación
alterna a la historiografía de estas provincias que ha privilegiado el papel de
los misioneros jesuitas, dejando aspectos importantes abordados sólo al
nivel de un modelo, como son el poblamiento indígena e hispano del
territorio y su relación con el proceso secularizador.

9
Para Paul Popard, la secularización es un proceso que se desarrolla
durante varios siglos y conduce al hombre occidental a apartar su
pensamiento, su actividad y su vida de la influencia de la Iglesia y a afirmar
su autonomía.1 Por su parte, Giacomo Marramao expresa que secularización
es una metáfora. La palabra, surgida originariamente en el ámbito jurídico
en la época de la Reforma en Europa para designar la expropiación de los
bienes eclesiásticos a favor de los príncipes de las iglesias nacionales
reformadas, experimentó una notable extensión semántica en el siglo XIX,
al pasar del campo histórico político y posteriormente al campo ético y
sociológico, donde ha llegado a cobrar el significado de una categoría
genealógica en situación de abarcar el sentido unitario del desenvolvimiento
histórico de la sociedad occidental moderna.2
Para el caso de la historia de la monarquía española y sus distintos
reinos nos encontramos con dos acepciones del término secularización, la
primera que tiene que ver con la disminución de la influencia de la Iglesia
de frente al poder regio y de la sociedad en su conjunto y la segunda con la
acción de “secularizar” las doctrinas, es decir, con nombrar clérigos
seculares en donde hasta entonces habían estado las ordenes religiosas. Esta
orden se mandó realizar a partir del 4 de octubre de 1749 por medio de una
real cédula que aplicaría en la Diócesis de Lima y México.3
De acuerdo con Brading, al descubrir que esta medida había cobrado
pocas protestas populares, los ministros de Fernando VI emitieron un nuevo
decreto, en febrero de 1753, que extendía el proceso de secularización a

1
Paul Popard, Diccionario de las religiones, Herder Editorial, Barcelona, 1987.
2
Giacomo Marramao, Poder y secularización, Editorial Península, 1989, p. 23.
3
David Brading, Una Iglesia asediada: el obispado de Michoacán, 1749-1810,
México, Fondo de Cultura Económica, 1994, p. 77.

10
todas las diócesis del imperio de España en América. La secularización de
las doctrinas afectó a los agustinos, dominicos, franciscanos observantes y a
los jesuitas de zonas marginales, como lo fueron las misiones de la sierra, en
Topia, dentro del ámbito del Obispado de Durango.4
Pero, ¿qué es el poblamiento? Se trata de un término que en sentido
restringido refiere a “la acción y efecto de poblar”, acepción surgida en la
reconquista de la península ibérica, en la frontera entre la España cristiana y
Al-Andalus y se trataba de poblar tierras abandonadas o defectuosamente
pobladas, o bien de consolidar, mediante la llegada masiva de repobladores
cristianos, la ocupación de las tierras recién conquistadas al Islam. Así, en
este caso se trataba más bien de “repoblar” espacios anteriormente perdidos
frente al invasor, si bien el sentido era volver a ocupar con cristianos un
espacio no necesariamente deshabitado.5
Por su parte, al referirse al ámbito de la Nueva España Bernardo
García Martínez expresa que por poblamiento puede designarse “… un
conjunto que relaciona los fenómenos demográficos de la población con las
condiciones económicas y sociales en que ésta se desarrolla, con el sistema

4
David Brading, Una Iglesia asediada… op. cit., p. 83. Véase también de William
B. Taylor, Ministros de lo sagrado, sacerdotes y feligreses en el México del siglo XVIII,
Zamora, El Colegio de Michoacán; Secretaría de Gobernación; El Colegio de México,
1999, pp. 119-123.
5
En el caso del repoblamiento de la península ibérica, se trataba de poblar tierras
abandonadas, o defectuosamente pobladas, o bien de consolidar, mediante la llegada
masiva de repobladores cristianos, la ocupación de las tierras recién conquistadas al Islam,
Manuel González Jiménez, “La repoblación de Andalucía (siglos XIII-XV)”, en
Relaciones, estudios de historia y sociedad, Zamora, El Colegio de Michoacán, No. 69,
invierno de 1997, número temático sobre “Poblamiento y formación de sociedades de
frontera”, pp. 21-40.

11
espacial en que se desenvuelve y con las relaciones ecológicas que le son
inherentes”.6
Esta perspectiva, de alguna manera comprehensiva de los diversos
elementos nos da la idea de poblamiento como un proceso permanente y en
este sentido nos brinda la oportunidad de aproximarnos a él y obtener
mejores resultados desde un estudio de tiempo largo, como el que ahora
proponemos.
El poblamiento tiene entonces diversos campos. Luis Aboites, por
ejemplo, puntualiza en primer lugar en la manera como se organiza la
ocupación de un medio físico determinado: formas de explotación y
apropiación de recursos, patrones de asentamiento, rutas de intercambio y
delimitación de linderos; y en segundo, en la población como elemento
primordial que crea y recrea las configuraciones del espacio a través de sus
actividades cotidianas, movimientos migratorios, intercambios comerciales,
guerras y conquistas.7
El estudio de un proceso de poblamiento nos ubica en el tiempo largo
y en este caso presenta etapas referidas al poblamiento indio previo a la
llegada de los europeos, y al hispano, tras los primeros establecimientos en
1564. Asimismo, el poblamiento hispano en relación con la Compañía de
Jesús presenta momentos de clara diferenciación, como es el que se desata a
partir de 1591, año de entrada de los jesuitas a Sinaloa; 1650, fecha
aproximada de la ruptura entre la Compañía de Jesús y los pobladores
hispanos y del establecimiento de una relación tensa entre dos actores del

6
Bernardo García Martínez, El poblamiento de México. Tomo II, El México
colonial, México, Secretaría de Gobernación-Consejo Nacional de Población, 1993, p. 9.
7
Luis Aboites, Norte precario, poblamiento y colonización en México (1760-
1940), México, CIESAS, 1995, p. 18.

12
proceso poblador de Sinaloa como son los misioneros y los capitanes del
presidio.
Asimismo 1767 es clave, pues con la salida de los jesuitas de los
territorios de la monarquía española inicia una nueva época para el
poblamiento pues los misioneros dejaron un campo de acción regido por
nuevos códigos, tanto a los naturales que habían estado bajo su tutela, como
a la población hispana que tenía en los religiosos el principal inconveniente
para la disposición de los recursos naturales y humanos de las alcaldías
objeto de ésta investigación.
Partimos pues del conocimiento previo de las características iniciales
de este proceso de ocupación del territorio de los indios cahitas en que junto
a los misioneros, la monarquía española por medio de las autoridades
locales, realizó un vasto proyecto de congregación de los diversos grupos
indígenas que devino en la formación de un nuevo espacio regional, al que
se incorporaron los pobladores hispanos.
Sin embargo, la propuesta de investigación se encamina hacia el
estudio de la misión en el marco de relaciones activas con los pobladores
hispanos, con una fuerte movilidad de los indios hacia los asentamientos
agrícolas, ganaderos y mineros, tanto al interior del antiguo territorio cahita
(Álamos, Los Frailes, Baroyeca), como de otros más alejados, como el de
San Juan Bautista de Sonora y el de San Joseph del Parral en el altiplano
neovizcaíno.
Por otro lado, en relación a los motores específicos del proceso
poblador hispano se hace una diferenciación del territorio de estudio, pues
mientras que en la zona más cercana a la villa de San Felipe y Santiago de
Sinaloa se tuvo un mayor peso de las actividades agropecuarias, fruto de un

13
temprano e intermitente proceso poblador que se desarrolló incluso de
manera previa a las misiones, los ámbitos de Álamos y Baroyeca en cambio,
fueron dependientes de la minería, con un poblamiento hispano más tardío,
pero que se concentró en torno a los yacimientos argentíferos.

b) Mecanismos de la administración real y ejercicio del poder

Al referirse al tema, Paolo Grossi, historiador del derecho, expresa que el


Estado es una noción que posee un nicho histórico concreto: el de la época
moderna. De esta afirmación se desprende que el autor considera que sólo se
puede hablar de estructuras estatales -al menos en el ámbito europeo- a
partir de finales del siglo XVIII. Antes, incluso en la larga duración histórica
como es el caso de la historia medieval tardía nos encontramos con
estructuras imperfectas en las que el poder político se caracteriza por
hallarse intrínsicamente inacabado; se trata, en palabras de Grossi, “de un
poder que no cuenta entre sus objetivos con un programa de control de lo
social en su totalidad”.8
Por su parte, Norberto Bobbio, considera distintas definiciones de
Estado, si bien expresa que

… la condición necesaria y suficiente para que exista un Estado es que en


un territorio determinado haya un poder capaz de tomar decisiones y emitir
los mandatos correspondientes, obligatorios para todos los que habitan ese

8
Paolo Grossi, Derecho, sociedad, estado: una recuperación para el derecho,
México, El Colegio de Michoacán-Escuela Libre de Derecho-Universidad Michoacana de
San Nicolás de Hidalgo, 2004, pp. 19-23.

14
territorio y obedecidos efectivamente por la gran mayoría de los
destinatarios.9

Una condición que difícilmente podía manifestarse como algo


acabado entre los siglos XVI y XVIII, mucho menos en los ámbitos
periféricos de la monarquía española caracterizados precisamente por la
lentitud y la ineficiencia de los mecanismos de gobierno.
Es por ello que he considerado como muy pertinente a esta
investigación la propuesta de Mauricio Fioravanti, quien se pronuncia en
relación a la existencia de un Estado moderno en su fase inicial al considerar
el hecho de que en un territorio concreto se den las condiciones para la
existencia de un gobierno que, sin ser todavía monopolista ni soberano, se
proponga ejercer de manera clara las funciones de imperium a partir de sus
características fundamentales: la existencia de un territorio, un derecho y un
gobierno y que ha designado como “Estado jurisdiccional”.10
En este contexto podremos explicar las características propias del
gobierno emanado desde los reyes católicos, pues tras su éxito en
Andalucía, el último bastión de los musulmanes en la península ibérica, la
monarquía española se convirtió en la principal protagonista de la época de
los descubrimientos iniciada en 1492. De hecho, aunque se reconoce en el
gobierno de Fernando e Isabel un primer gran esfuerzo encaminado a la
centralización del poder11, también es cierto, que una de las características

9
Norberto Bobbio, Estado, gobierno y sociedad: por una teoría general de la
política, México, FCE, 1989.
10
Mauricio Fioravanti, “Estado y constitución”, en Estado moderno en Europa:
instituciones y derecho, Madrid, Editorial Trota, 2004, pp. 16-18.
11
Horst Piestchmann, Las reformas borbónicas y el sistema de intendencias en la
Nueva España, un estudio político administrativo, México, FCE, 1996 (introducción).

15
del mundo hispánico se refiere precisamente a un marcado carácter
compuesto, fragmentado y dilatado a escala planetaria que hacían destacar
ya en el siglo de la conquista que “el sol nunca se pone en los dominios del
rey de España”.12
Se trató de un gobierno de carácter corporativo, en la medida en que
requería la reunión de los hombres para la satisfacción de las necesidades
colectivas, en un amplio abanico que va desde los ayuntamientos urbanos y
las repúblicas indígenas, los cabildos eclesiásticos, las cofradías y
archicofradías; universidades, colegios, hospitales, ordenes militares,
consulados de mercaderes y gremios. Un tipo de gobierno que la
historiografía francesa ha llamado de “Antiguo Régimen”.13
Uno de los principales rasgos del poder real español, durante el
período que cubre esta investigación, refiere precisamente a los problemas
para administrar un territorio de dimensiones extraordinarias en relación a la
misma península Ibérica y para el que se creó una gran estructura
burocrática que llegó a los rincones más alejados y cuya principal función
era diluir el poder. John Elliot señala al respecto que la Corona creo una
forma de gobierno caracterizada por un sistema de contrapesos. Así, aunque
se establecieron gobiernos municipales siguiendo el modelo de la Península

12
Thomas Calvo, “El rey y sus Indias: ausencia, distancia y presencia (siglos XVI
al XVIII)”, en Oscar Mazín (ed.), México en el Mundo Hispánico, t. II, Zamora, El
Colegio de Michoacán, 2000, p. 428.
13
Annick Lempérière, “Reflexiones sobre la terminología política del liberalismo”,
en Brian Connaughton, Carlos Illades y Sonia Pérez Toledo, La construcción de la
legitimidad política en México en el siglo XIX, México, COLMICH-UAM-UNAM-
COLMEX, 1999 y François-Xavier Guerra, México: del antiguo régimen a la revolución,
T. I, México, Fondo de Cultura Económica, 1991.

16
Ibérica, el gobierno real, donde funcionaban los sistemas de contrapesos y
equilibrio de poder, se encontraba en el virrey, las audiencias y la Iglesia.14
Sinaloa, era “tierra de misiones” y como tal fue, al menos durante
buena parte del siglo XVII, uno de los lugares más alejados de Nueva
España en el que confluían distintas instancias de la administración de la
monarquía. Para los pobladores hispanos, vivir en tierra de misiones
significaba asimismo un cierto carácter de excepción, en tanto las instancias
de gobierno civil se encuentran en proceso de formación y también en
cuanto a la administración religiosa, pues ante la ausencia de parroquias
recibieron ellos mismos los servicios religiosos de los jesuitas.15
Así, lo que nos encontramos a lo largo de dos siglos es la historia
recurrente de las distintas instancias administrativas por ejercer su poder,
entre el gobernador de la Nueva Vizcaya, la audiencia de Guadalajara, los
alcaldes mayores, capitanes de presidio y misioneros jesuitas, donde acaso
lo más destacable es que la autoridad de hecho, establecida inicialmente en
el campo religioso y militar va siendo desplazada en la medida que la
monarquía afina sus mecanismos administrativos y que la Compañía de
Jesús pierde la prominencia que disfrutó en los inicios del poblamiento de la
región.

14
John Elliot, La España imperial, 1469-1716, Barcelona, Vicens-Vives, 1998.
Véase sobre este tema, María Isabel Marín Tello, Delitos, pecados y castigos. Justicia
penal y orden social en Michoacán 1750-1810, Morelia, Universidad Michoacana de San
Nicolás de Hidalgo, 2006, pp. 82-84.
15
Incluso en periodos tardíos de la presencia misionera nos encontramos con
manifestaciones claras de parte de los pobladores hispanos de una añoranza relativa a la
particular administración jesuita de la villa de Sinaloa, donde al menos durante el siglo
XVII no hubo clérigos seculares, “Petición de Sebastián Antonio de Azcárraga al padre
Andrés Ignacio González para que lo fuera a casar al Río Chico” AGN, Jesuitas, Vol. 27,
exp. 21, 2 fs. De paso cabe apuntar que así como había pobladores hispanos que vieron en
los misioneros de la Compañía de Jesús un obstáculo para sus intereses, también hubo
quienes tuvieron con ellos relaciones estrechas de cordialidad.

17
c) Composición de la investigación

El texto se divide en dos partes. La primera, titulada “Del territorio antiguo


al territorio de misiones” consta de tres capítulos. En el primero se realiza
una caracterización del poblamiento cahita, en el marco de la “Gran
Chichimeca”.
A partir de la ubicación de las diferentes “naciones indígenas” se
plantea que a pesar de esta variedad de la sociedad nativa se cuenta con un
punto de homogeneidad que es la lengua cahita. En este capítulo se hace un
bosquejo de los intentos de los españoles para realizar la conquista de la
antigua provincia de Sinaloa.
Presentamos la discusión historiográfica sobre los grupos nativos en
torno a la época de la conquista, en la que, la propuesta de investigación por
“áreas culturales” (mesoamérica, oasisamérica, aridoamérica), presentada
por Kirchoff16, es revalorada por investigaciones recientes en las que se
considera que esta propuesta tiende al encasillamiento de las sociedades
indígenas, que en el territorio costero al norte del río Mocorito se caracterizó
precisamente por su diversidad. En este contexto, se busca comprender la
sociedad indígena foco de nuestro interés en el amplio marco conocido por
los investigadores como la “Gran Chichimeca”17.

16
Paul Kirchoff, “Gatherers and Farmers of the Great Southwest: a Problem in
Classification”, American Anthropologist, vol. 56, no. 4, parte 1, pp. 520-550 y “Los
recolectores-cazadores del norte de México” en El norte de México y sur de los Estados
Unidos, México, D.F., Sociedad Mexicana de Antropología, 1943, pp. 133-144.
17
Alberto Carrillo Cázares, El debate sobre la Guerra Chichimeca, 1531-1585:
derecho y política en Nueva España, Zamora, Mich., El Colegio de Michoacán – El
Colegio de San Luis, 2000, 2 tomos.

18
Mapa 1. Extracto de la “misión de Cinaloa” en el contexto de la provincia
jesuita de la Nueva España

Fuente: "Mapa general de la Compañía de Jesús en México (1754)", Burrus, Ernest J. y Félix
Zubillaga, La obra cartográfica de la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús, 1567-1767,
Madrid, José Porrúa Turanzas, 1982.

19
El capítulo segundo consiste en el seguimiento del proceso de cambio
del antiguo territorio cahita en región de misiones jesuitas. Se parte de la
idea de que dicho territorio, con su carácter de ámbito de frontera,
integrante de la “Gran Chichimeca”, presentó rasgos particulares que
ayudan a una mejor comprensión de las circunstancias específicas del
establecimiento de la Compañía de Jesús.
Realizo en este apartado una caracterización del patrón original del
poblamiento de la sociedad nativa con vistas a destacar los cambios
promovidos por la llegada de los misioneros en cuanto a la territorialidad.
Es decir, explicar de qué manera la institución de la misión afectó en la
forma en que los habitantes originales del ámbito objeto de investigación se
relacionaron con su entorno.
El capítulo tercero consiste en la explicación del poblamiento hispano
y del proceso de formación de jurisdicciones en el territorio previamente
ocupado por los misioneros de la Compañía de Jesús. A partir de fuentes de
la administración civil provenientes fundamentalmente de los archivos de la
Nueva Vizcaya (AHD y AHP), se retoma esta temática donde el
establecimiento de los hilos del poder y los conflictos entre los distintos
ámbitos administrativos se lleva desde la escala de la monarquía, pasando
por los ámbitos del virreinato de la Nueva España y el reino de la Nueva
Galicia, hasta el gobierno de la Nueva Vizcaya y las distintas alcaldías,
incluso de los tenientazgos.
El punto central es aquí la configuración de la alcaldía de Sinaloa y la
posterior definición de las de Sonora y Ostimuri en un marco de expansión
de la monarquía y de consolidación de la administración del territorio.

20
Para la segunda parte, titulada “Transformaciones del poblamiento:
de la primera época de conflictos al periodo reformista de los borbones”
presento tres capítulos, el primero de los cuales, cuarto en el conjunto de la
investigación, se titula, “La segunda mitad del siglo XVII, época de

21
conflictos” en el que se presentan las circunstancias de los enfrentamientos
entre los distintos actores sociales del poblamiento del antiguo territorio
cahita. Se trató de problemas que tuvieron como elemento común las
controversias sobre el control y los abusos que tanto los jesuitas como las
autoridades locales tuvieron hacia los miembros de las comunidades cahitas.
Se trata asimismo del primer momento en que los miembros de las antiguas
naciones, ya fuera los “mocoritos”, los tamazulas o los “tehuecos”, alzaron
la voz para presentar ante las autoridades civiles la problemática a la que
han sido sometidos.
El capítulo quinto que cubre la primera mitad del siglo XVIII lo he
llamado “La sublevación yaqui: de la consolidación a la crisis del
poblamiento civil”. Se trata de la época en que se establecen con mayor
claridad los ámbitos administrativos al crearse la Gobernación de Sinaloa y
Sonora, así como por ser los años de la consolidación del poblamiento civil,
en tanto que se trata del periodo en que hubo una mayor recurrencia en
cuanto al establecimiento de nuevos pobladores con sus ranchos y estancias
ganaderas.
Sin embargo, las presiones a que fueron sometidas las comunidades
del Yaqui relativas a los cambios en cuanto a su ancestral tipo de
poblamiento llevaron a la crisis, no sólo del poblamiento español, sino
también de las misiones jesuitas desde el Zuaque hasta el Yaqui e incluso
más al norte de las tierras cahitas.
Con este capítulo, y el sexto, “El proceso poblador en torno a 1767,
nuevas tendencias en la apropiación social del espacio” nos encontramos
con dos grandes periodos, el anterior y el posterior a la expulsión de los
jesuitas. Es la época en que las tendencias secularizadoras se presentan con

22
mayor vigor, de tal forma que el acontecimiento de la expulsión se convierte
en un “antes” y un “después” en el proceso poblador, con el que se culmina
la presente investigación.

d) Historiografía sobre la Compañía de Jesús

El foco tradicional desde el que se ha impulsado el desarrollo de las


investigaciones sobre los jesuitas se ubica, históricamente, dentro de la
misma Compañía de Jesús. Se trató de una política impulsada desde Roma
por los propios generales de la orden (1598) y recibida en las provincias
jesuíticas con gran interés.
Es conocido que desde fines del siglo XVI el padre Gaspar de
Villerías se encargó de hacer la historia de la provincia jesuítica de la Nueva
España. En 1602 el padre provincial Francisco Váez informó al general
Claudio Aquaviva que esta encomienda había sido terminada, si bien en los
años siguientes hubo noticias de que otros jesuitas trabajaban en ella.18 Es
decir, se trataba de historias en construcción que se actualizaban con el paso
del tiempo.
En las décadas siguientes, el padre Andrés Pérez de Ribas, primero
como misionero y luego como provincial de la orden asumió la tarea
monumental de escribir una historia de las misiones de la antigua provincia
de Sinaloa, actividad de la que había sido partícipe y que cristalizó en la

18
Francisco Javier Alegre S.J., Historia de la provincia de la Compañía de Jesús de
Nueva España, Roma, IHSI, tomo II, 1958, pp. 576-578, “Documentos sobre la primera
historia de la provincia mexicana escrita por el padre Gaspar de Villerías”.

23
Historia de los triumphos de nuestra santa fee católica entre gentes, las más
fieras y bárbaras del nuevo orbe.19
La escritura de la historia ha sido pues una preocupación inherente a
los miembros de la Compañía de Jesús y esta labor ha sido desarrollada
tanto en circunstancias normales de su trabajo en sus distintos ámbitos,
como en los momentos de crisis. La expulsión de 1767 de la monarquía
española ha sido en este caso uno de los puntos emblemáticos, pues en el
caso novohispano los padres Francisco Javier Alegre y Francisco Javier
Clavijero dedicaron sus esfuerzos a estas temáticas.20
En una época más reciente se inició la tarea del rescate y publicación
de la documentación de la orden, con las llamadas Monumenta Historica
Societatis Iesu, que inició en 1894, en Madrid, con la edición de la
documentación referente a San Ignacio de Loyola y sus primeros
compañeros en la Monumenta Ignaciana, a la que siguió la Monumenta
Missionum. Se trata de ediciones que a la vez que han logrado concentrar
gran parte de la documentación histórica de los jesuitas, han tenido como
objetivo argumentar sobre los ataques que ha recibido en distintos
momentos históricos la Compañía de Jesús.21
De esta forma, a lo largo del siglo XX teniendo desde 1930 como sede
el Institutum Historicum Societatis Iesu de Roma se continuó con esta tarea
que cubre gran parte del ámbito en que los religiosos de la orden realizaron

19
Andrés Pérez de Ribas, Historia de los triumphos de nuestra santa fee católica
entre las gentes más bárbaras y fieras del Nuevo Orbe, México, Siglo Veintiuno Editores,
1992 (Edición Facsimilar del original, impreso en Madrid en 1645).
20
Francisco Javier Alegre S.J., Historia de la provincia… op. cit., IHSI, 4 tomos y
Francisco Javier Clavijero, Historia antigua de México, México, Editorial Porrúa, 1991.
21
Martín M. Morales (Ed.), A mis manos han llegado. Cartas de los padres
generales a la antigua provincia del Paraguay (1608-1639), Madrid-Roma, 2005,
Universidad Pontificia Madrid-IHSI, “MHSI”, nueva serie, Vol. 1, pp. 8-9.

24
su trabajo, en Europa, Asia y América. Para el caso novohispano se han
publicado 8 volúmenes por parte de Félix Zubillaga SJ, cubriéndose apenas
los años iniciales de la orden en México, de 1570 a 1605.22
Sin embargo, el Institutum Historicum no edita solamente documentos,
sino que paralelamente a esta labor se han publicado obras historiográficas,
tanto las clásicas de los propios jesuitas en los distintos momentos
históricos, como más recientemente, trabajos de académicos laicos en
coedición con universidades y centros de investigación. Además, cuenta con
una revista Archivum Historicum Societatis Iesu en la que desde 1932 se
publican avances de investigación provenientes de historiadores de todo el
mundo.
Al interior de la misma Compañía se nota un sentido de renovación en
las investigaciones. Así lo expresa por ejemplo Martín Morales SJ en la
presentación de A mis manos han llegado…, libro del cual es editor y que
inaugura la nueva serie de la Monumenta Historica Societatis Iesu:

Es siempre un desafío para los miembros de una institución elaborar la


propia historia en un espíritu de transparencia y libertad y a estar dispuestos
a contar no sólo la normalidad y los logros, sino también las rupturas y las
deficiencias. Hoy, la mayor difusión de libros e ideas, la fuerza de la
interdisciplinariedad y el creciente interés en la historia de los jesuitas, que
ha desplazado la escritura de la historia a manos ajenas a la orden ha creado
una nueva expectativa en este tipo de ediciones a la vez que renuevan el
impulso para continuar con semejante tarea editorial.23

22
Félix Zubillaga ed. Monumenta Mexicana, IHSI, Roma, 8 volúmenes, 1976-1981.
Sobre este tema puede consultarse Carmen Castañeda García, “Monumenta Mexicana.
Los documentos de la Compañía de Jesús en la Nueva España. Siglo XVI”, en Historia
Mexicana, Revista de historia de El Colegio de México, No. 113, vol. XXIX, no. 1, julio-
septiembre, 1978, pp. 106-131.
23
Martin M. Morales (Ed.), A mis manos han llegado… op. cit., p. 12.

25
Asimismo, a esa apertura de las fuentes mediante su publicación
iniciada desde fines del siglo XIX se suma la posibilidad de la consulta
directa de los acervos documentales localizados en el Archivum Romanum
Societatis Iesu.
En general, la última década del siglo XX se caracterizó a escala
universal por una renovación de los estudios de la Compañía. La
bibliografia es impresionante. Laslo Polgar en su listado anual publicado por
el Institutum Historicum Societatis Iesu enumera para 1991, 1714 títulos
sobre la Compañía de Jesús; 2136 para 1992; y 1883 para 1993.24
En el transcurso de la década nos encontramos con que éstos van desde
la publicación de grandes obras de difusión dirigidas a un gran público a
otras de investigadores especialistas. De hecho, el interés por el estudio de
los jesuitas es, como la Compañía misma, de carácter mundial, pues existen
grupos de investigación por todo el orbe, desde España hasta China, y de
Estados Unidos a Chile y Argentina.
De acuerdo con los editores del número temático sobre Les jésuites
dans le Monde Moderne, nouvelles approches historiographiques, de la
clásica Revue de synthèse, los trabajos actuales se caracterizan por la
multiplicación de cuestionamientos a partir de los cuales los documentos
jesuitas son abordados. Así, Antonella Romano y Pierre-Antoine Fabre al
reunir una serie de artículos especialmente elaborados para la publicación se
propusieron presentar la forma en que se ha dado esta renovación de la
escritura de la historia moderna a partir de la confrontación de estudios

24
José Ferrer Benimeli “Los jesuitas españoles y el siglo XVIII. Revisión
bibliográfica (1989-1994)” en Agustín Guimerá (ed.), El reformismo borbónico una visión

26
desde diversos puntos de vista, como son los de la historia social,
intelectual, de las ciencias, del teatro, de la expansión europea, de la
educación y del arte, con vistas a abordar a la Compañía como un
laboratorio de estudio.25
Desde esta perspectiva, la Compañía deja de ser objeto de
investigación predominante de los miembros de la misma orden y se busca
ofrecer una explicación histórica que trascienda los límites de los colegios y
de las propias misiones, casas y establecimientos para hacer una historia
atenta al resto del entramado social en que la Compañía se inserta.
Sintomático de lo que se hace en los grupos de investigación en
Francia nos encontramos la obra editada bajo la dirección de Luce Giard,
Les Jésuites à la Renaissance. Sistème éducatif et production du savoir y
Les Jésuites à l´âge baroque (1540-1640)26. En ellos se conjunta una serie
de artículos sobre la Compañía de Jesús, sobre los que se ha destacado que
contienen ciertas características de renovación que afectan a la historia de la
orden, como son la presentación de trabajos colectivos, la asociación de
colaboradores internacionales y provenientes de diversos campos, todos
ellos diferentes a la orden ignaciana, características que en conjunto ofrecen
como primera enseñanza el hecho de que ya han pasado los tiempos de la
escritura polémica de la historia de la Compañía, que ya no se dirige a

interdisciplinar, Madrid, SCIC-Alianza Editorial-Fundación Mapfre América, 1996, p.


165.
25
Pierre-Antoine Fabre y Antonella Romano “presentación/introducción”, en
Revue de synthèse, número temático Les jesuites dans le monde moderne, nouvelles
approches, revista trimestral publicada por el Centro Nacional de la Investigación
Científica y el Centro Nacional del Libro, París, Francia, Nos. 2-3, abril-septiembre de
1999, serie general, tomo 120, pp. 247-260.
26
Luce Giard, (dir.), Les Jésuites à la Renaissance, Système éducatif et production
du savoir, París, Presses universitaires de France, 1995 y Luce Giard y Louis de Vaucelles
(dir.), Les Jésuites à l´âge baroque (1540-1640), Grenoble, Jérôme Million, 1996.

27
especialistas de la historia religiosa clásica, sino que en el presente se
incorpora al patrimonio colectivo de todos aquellos que nos interrogamos
sobre nuestra modernidad.27
Con esta investigación busco ubicarme en esta perspectiva. Es decir,
no se ha pretendido hacer una historia de la Compañía de Jesús en Sinaloa
en sentido estricto, sino que más bien, el contexto de las misiones jesuitas
nos brinda la oportunidad de dirigir nuestra mirada al resto del entramado en
que los jesuitas misioneros realizaron su labor. Así, en el contexto de un
territorio indígena encontramos otros actores sociales, como son los mismos
misioneros, las autoridades civiles y militares y los pobladores hispanos.28
Parafraseando a Bernard Dompnier, se busca cada vez más un enlace que
trascienda de la Compañía a una explicación social29
Para el noroeste novohispano Sergio Ortega e Ignacio del Río han
destacado por la mayor consistencia en este campo, el primero al coordinar
la obra Historia general de Sonora. Volumen II. De la conquista el estado
libre y soberano de Sonora, en la que crea las bases de su modelo
historiográfico de las misiones del Noroeste como un “sistema” y que luego

27
Pierre-Antoine Fabre y Antonella Romano “presentación/introducción”, en Revue
de synthèse… op. cit., pp. 247-260.
28
Entre las nuevas investigaciones sobre la Compañía de Jesús tenemos de Rodrigo
Moreno Jeria, Jesuitas en Chiloé, Misión, Gobierno y Economía 1608 - 1768, Universidad
de Sevilla, tesis de doctorado, 2006, que trata acerca de la misión de Chiloé, en la periferia
austral de América, abordando los temas metodológicos, políticos y económicos de una
misión única tanto por sus circunstancias geográficas y humanas. La misión de Chiloé fue
considerada como el mayor éxito misionero jesuítico realizado en Chile durante el período
colonial.
29
Bernard Dompnier, por ejemplo al referirse a las relaciones de los misioneros
destaca su valor para una historia socio-religiosa, así como para los estudios
antropológicos, en Luce Giard, (dir.), Les Jésuites à la Renaissance… op. cit., p. 155.

28
puntualizó en Un ensayo de historia regional, el Noroeste de México, 1531-
188030.
En la obra de Ortega se destaca el papel desarrollado por misiones,
presidios y reales de minas en la conformación de la sociedad regional.
Encontramos un papel preponderante referido a las misiones en la
colonización inicial, argumentando que se complementaba con el presidio
como la institución básica de la penetración española en el noroeste.

La misión, apoyada por el presidio, fue la institución que transformó


profundamente la vida de los indígenas del área oasisamericana. Los asentó
en comunidades estables con una base económica agropecuaria; los dotó de
una estructura para el gobierno y la administración de las comunidades; les
impuso cambios culturales como la implantación de la religión católica y
de ciertos comportamientos individuales y familiares31.

De la propuesta de Sergio Ortega destaca la idea del estudio de las


misiones como un sistema cuya complementariedad permitió el avance
evangelizador hacia el norte. De acuerdo con este planteamiento el continuo
intercambio de productos, de misioneros y aún de indígenas permitió
superar las condiciones adversas que con frecuencia azotaban a las
comunidades, tales como epidemias, sequías e inundaciones que hubieran
aniquilado a una comunidad aislada.

30
Sergio Ortega N. e Ignacio del Río (coords.), Historia general de Sonora, v.2,
de la conquista al estado libre y soberano de Sonora, Hermosillo, Gobierno del Estado de
Sonora, 1985, 365 pp. y Ortega Noriega, Sergio, Un ensayo de historia regional, el
Noroeste de México 1530-1880, México, UNAM, 1993. En esta obra nos presenta un
amplio listado de la producción historiográfica sobre “misiones jesuíticas del noroeste”,
pp. 232-244. Ignacio del Río tenía por aquella época el antecedente de su tesis de
licenciatura, unos años antes, Conquista y aculturación de la California Jesuítica,
México, UNAM, 1983.
31
Sergio Ortega N., Un ensayo de historia regional... op. cit., p. 54.

29
Además, en Ortega encontramos el énfasis otorgado al real de minas
como articulador de las actividades económicas al interior y al exterior de la
región, así como modelador de patrones de poblamiento, al fomentar el
establecimiento de ranchos y haciendas ganaderas. Se trata del clásico
modelo del norte novohispano de la minería como motor de arrastre del
resto de las actividades económicas32.
La obra de Ortega se complementa en los trabajos de Ignacio del Río,
el primero llamado Conquista y aculturación de la California jesuítica y el
segundo La aplicación regional de las reformas borbónicas en Nueva
España, Sonora y Sinaloa, 1768-178733. En el caso de California, del Río
nos presenta los inicios del poblamiento hispano a partir del establecimiento
de misiones jesuíticas que tuvieron como principales rasgos el control pleno
del proceso por parte de los misioneros, que restringió la llegada de
pobladores, así como un elaborado sistema de abasto de las misiones de
Sinaloa y Ostimuri.
En La aplicación regional de las reformas borbónicas, Ignacio del Río
sale del círculo de estudio de la misión, para adentrarse en problemas más
amplios de relaciones de poder que incluye un análisis de los sistemas de
poblamiento, sobre todo en la segunda mitad del siglo XVIII. En ésta obra
en particular encontramos un esfuerzo del autor por comprender y explicar
las relaciones de los actores sociales, principalmente de misioneros,
autoridades civiles y colonos en la búsqueda del control del territorio. Los

32
Pedro Pérez Herrero, “Los factores de la conformación territorial en México
(1700-1850): modelos e hipótesis de investigación”, en Región e historia en México
(1700-1850), México, Instituto Mora, 1991, 207-236.
33
Ignacio del Río, Conquista y aculturación de la California jesuítica, México,
UNAM, 2000 y La aplicación regional de las reformas borbónicas en Nueva España,
Sonora y Sinaloa, 1768-1787, México, UNAM, 1996.

30
indígenas en cambio se desdibujan en el marco de la lucha de intereses de
los actores referidos.
Entre los trabajos recientes nos encontramos el artículo de Bernd
Hausberguer, “La vida cotidiana de los jesuitas en el Noroeste novohispano”
que se ubica en una nueva línea temática a medida que se propone abordar
la forma en que los jesuitas tuvieron que adaptar sus conceptos del mundo a
la extraña nueva realidad de las misiones, donde frecuentemente sus
expectativas eran truncadas por una realidad inesperada, tanto del ámbito de
la naturaleza, como de su trato con la sociedad indígena.34
Otro artículo es de Luis González Rodríguez y María del Carmen
Anzúrez Bolaños, “Martín Pérez y la etnografía de Sinaloa a fines del siglo
XVI y principios del siglo XVII” en el que los autores realizan una edición
crítica del documento Relación de la provincia de Nuestra señora de
Sinaloa, 1601, rescate de la toponimia, información etnográfica, uso de
nahuatlismos y pesquisas relativas a la autoría del documento original. Se
trata de un trabajo exhaustivo de la época inicial de las misiones a partir de
una relectura de las fuentes tradicionales.35
Dentro de la historiografía sobre los jesuitas, considero importante
destacar dos trabajos sobre el noreste novohispano que nos presentan una
visión de los procesos de ocupación del espacio a partir de iniciativas de
autoridades y pobladores civiles. Ambos trabajos tienen en común que se
realiza una valoración del papel de las misiones en el marco más amplio del
poblamiento del territorio, si bien se trata de la orden franciscana.

34
Bernd Hausberguer, “La vida cotidiana de los jesuitas en el Noroeste
novohispano”, en Estudios de Historia Novohispana, Vol. 17, pp. 63-106.
35
Luis González Rodríguez y María del Carmen Anzúrez Bolaños, “Martín Pérez y
la etnografía de Sinaloa a fines del siglo XVI y principios del siglo XVII”, en Estudios de
Historia Novohispana, Vol. 16, pp. 171-213.

31
En primer lugar Cecilia Sheridan aborda el caso de la provincia de
Coahuila, en Anónimos y desterrados, la contienda por el “sitio que llaman
de Quauyla”, siglos XVI-XVIII. Se trata de un libro en el que la autora se
propone explicar los cambios de la territorialidad indígena a la
territorialidad hispana a lo largo de tres siglos, a partir del análisis de la
ocupación de la provincia colonial de Coahuila o Nueva Extremadura.
Sheridan es muy clara al comentar la historiografía existente sobre las
misiones norteñas, y en particular la visión de Bolton pues en su opinión la
orientación de estos trabajos tiende más a la interpretación de la importancia
de la evangelización en el avance español, que a la explicación de la
problemática asociada a la vida social y material que sustentaron la
consolidación de los establecimientos misionales en el norte.36.
Por su parte, Orígenes del Nuevo Santander 1748-1772, de Patricia
Osante es la crónica detallada de un proceso de colonización promovido
desde las autoridades virreinales y en la que tuvieron participación los
misioneros franciscanos del Colegio de Propaganda Fide de Guadalupe de
Zacatecas. Sin embargo, a diferencia de la experiencia de los jesuitas en el
noroeste novohispano, se trata de establecimientos misionales planificados
desde la ciudad de México en los que de origen el poder de los religiosos
estuvo supeditado a las autoridades civiles, personalizadas en la figura del
gobernador José de Escandón37.

36
Cecilia Sheridan, Sheridan, Cecilia, Anónimos y desterrados, la contienda por el
“sitio que llaman de Quauyla”, siglos XVI-XVIII, México, CIESAS-Porrúa, 2000.
37
Patricia Osante, Orígenes del Nuevo Santander, 1748-1772, México, UNAM-
UAT, 1997 y de la misma autora, “Presencia misional en el Nuevo Santander en la
segunda mitad del siglo XVIII. Memoria de un infortunio”, en Estudios de historia
novohispana, vol. 17, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1997, pp.
107-135.

32
Otro trabajo novedoso y cercano a mis intereses de investigación es la
obra de Susan Deeds, Defiance and Deferece in Mexico´s Colonial North:
indians Ander Spanish Rule in Nueva Vizcaya en la que se investiga a los
grupos indígenas xixime, acaxe, tepehuan, tarahumara y concho durante el
periodo colonial, cuyo objetivo principal consiste en tratar de explicar las
razones de la pérdida o la persistencia de la identidad étnica bajo
condiciones de conquista utilizando un enfoque comparativo y
cronológico.38
En particular el uso que hace de una diversidad de fuentes similares a
las que he tenido para esta investigación hacen de esta obra de consulta
obligada. Uno de los elementos a resaltar en esta investigación es el hecho
de que se hace énfasis en que a pesar de que se trataba de sociedades
indígenas superficialmente muy similares por carecer de una organización
social muy pronunciada existía sin embargo una gran variedad de formas de
organización y de patrones de asentamiento que al combinarse con otras
variables pueden explicar los diferentes rumbos seguidos por cada una de
ellas a lo largo del periodo colonial.
En buena medida los trabajos de Ignacio del Río, Bernd Hausberguer,
Cecilia Sheridan y Susan Deeds marcan la pauta respecto de hacia donde
deben dirigirse los esfuerzos actuales, pues si ya existe un conocimiento
base del sistema de misiones y su organización interna y externa, lo que
ahora sigue habría de ser una explicación comprehensiva del problema del
poblamiento del territorio, en el que la misión sea explicada en un contexto

38
Susan Deeds, Defiance and Deference in Mexico´s Colonial North: Indias under
Spanish Rule in Nueva Vizcaya, Austin, University of Texas Press, 2003.

33
mayor, como es el de la ocupación social del espacio y el papel que jugaron
en ello los diferentes actores sociales.

e) Las fuentes

Una investigación de éstas características nos remite en primera instancia a


las fuentes históricas para su elaboración. Cabe decir que las investigaciones
realizadas para Sinaloa y Ostimuri, referidas a los siglos XVII y XVIII, tiene
como sustento principal las propias fuentes de la Compañía de Jesús.
Incluso, en buena medida lo que se ha escrito sobre las características
de la población indígena previa a la llegada de los españoles se fundamenta
en los testimonios que los misioneros realizaron de los pueblos en los que
desarrollaron su labor evangelizadora39. Por tal motivo es necesario realizar
un acercamiento directo a estas fuentes de información histórica, de
importancia relevante aún por su carácter corporativo, relativa a uno de los
actores sociales de esta historia.
Gran parte de la información directa sobre la Compañía de Jesús
proviene del Archivum Romanum Societatis Iesu, de Roma, o de las propias
publicaciones del Institutum Historicum Societatis Iesu, ya sea como
documentos originales, o en su carácter de documentos incorporados en
estudios historiográficos como la Historia de la provincia de la Compañía
de Jesús de Nueva España, de Francisco Javier Alegre S.J. o, justamente en
la serie documental llamada Monumenta Mexicana.

39
Véase el apartado sobre la “Gran Chichimeca”.

34
El tipo de fuentes que hemos incorporado a nuestra investigación son
las cartas annuas40, las cartas de los generales41, los informes y las crónicas,
si bien gran parte de la información se refiere a los primeros años del siglo
XVII (ver nuestro listado de fuentes al final).
Por ejemplo de las cartas annuas, tenemos provenientes, tanto del
Archivum Romanum, como del Archivo General de la Nación, de México.
Se trata de información que se complementa y que muestra los avances de la
evangelización en nuestra zona de estudio a partir de los testimonios anuales
de los provinciales jesuitas de la Nueva España. Se trata de información
incluida en cartas mucho más amplias en las que se habla del trabajo y las
problemáticas de los colegios, casas y establecimientos de los jesuitas y, por
supuesto, de las misiones. Como veremos más adelante, ocasionalmente,
encontramos annuas referentes a la “misión y colegio de Cinaloa” de forma
explícita.
Por su parte, en las cartas de los generales provenientes del Archivum
Romanum nos encontramos con las respuestas que los generales daban a las
cartas recibidas de cada uno de los miembros de la orden, en este caso tanto
de los provinciales de México, como de los rectores de Sinaloa y de

40
Las cartas annuas forman un elemento primordial del sistema de comunicación
al interior de la Compañía. Los jesuitas escribían estas cartas de forma anual y en ellas
anotaban la información que consideraban más importante del ámbito de su labor. En el
caso de las misiones de Sinaloa, cada misionero debía escribir su carta, esta servía para la
que realizaba el rector de todas las misiones de su jurisdicción, y esta a su vez se utilizaba
para complementar la carta annua de la provincia jesuítica de la Nueva España que se
remitía al general de la orden.
41
Las cartas de los generales abarcan una gran variedad de temas que van desde
las relaciones con los obispos y gobernadores, la vida espiritual, la formación, la
participación de los jesuitas en los conflictos bélicos, el castigo a los indios y diversos
aspectos de la vida religiosa. Para el caso de la provincia de Paraguay la fundación y el
desarrollo de las “reducciones” ocupan un lugar central. Martín M. Morales (ed.), A mis

35
misioneros en lo individual. Se trata de los periodos comprendidos de 1574
a 1638 y de 1668 a 1688.42
Asimismo, desde la época colonial se comenzaron a publicar
testimonios del trabajo de la Compañía en sus distintos ámbitos de acción.
En tanto que la de los misioneros se trataba de una actividad de
proselitismo, los documentos producidos en este contexto tienen, en buena
medida, un carácter apologético43. Sin embargo, como un único tipo de
fuentes, sobre todo para la primera fase del poblamiento del territorio,
debemos utilizarlas asumiendo el contexto en el que fueron realizadas.

manos han llegado… op. cit., p. 45. En tanto que se trataba también de un ámbito de
frontera, para el caso de las misiones de Sinaloa y Sonora la temática es muy similar.
42
Se trata de los documentos que se han conservado en los registros de cartas de
los generales Everardo Mercuriano (durante el periodo de 1573-1580), Claudio Aquaviva
(1581-1615), Mucio Vitelleschi (1615-1645), Juan Pablo Oliva (1664-1681), Carlos de
Nolleye (1682-1686) y las del comienzo del generalato de Tirso González (1687-1705).
Aunque el periodo intermedio es muy amplio y aún el posterior lo es más, nos da idea de
dos momentos en el avance de la evangelización de los indios cahitas, el de los inicios y el
de las misiones ya sólidamente establecidas. En su obra citada, Martín M. Morales ofrece
un análisis historiográfico de las cartas de los generales en periodo de los padres Aquaviva
y Vitelleschi, si bien se refiere a los misioneros de Paraguay. De acuerdo con Morales, las
cartas son para los miembros de la propia Compañía de Jesús los lazos de unión, motivo
de emulación, fuente de consejos y el modo para tener una idea universal del gobierno.
Así, “este cúmulo de material constituido por cartas cuatrimestrales, semestrales, anuales,
cartas edificantes, memorabilia, al que habría que agregar las informaciones, los
catálogos, las indipetae, los escritos necrológicos y las historias de casas o colegios son
los hilos con los cuales se tejen las narraciones sobre el pasado de la Orden”, Martin M.
Morales (Ed.), A mis manos han llegado… op. cit., p. 23.
43
Por ejemplo Francisco Xavier de Faria, Apologético defensorio y puntual
manifiesto, Culiacán, Universidad Autónoma de Sinaloa, 1981 (Título del documento
original, en el AGN: “Apologético defensorio y puntual manifiesto que los padres de la
Compañía de Jesús, misioneros de las provincias de Sinaloa y Sonora ofrecen por
noviembre de este año de 1657 al rectísimo tribunal, y senado justísimo de la razón, de la
equidad y de la justicia, contra las antiguas, presentes y futuras calumnias, que les ha
forrado la envidia, les fabrica la malevolencia, y cada día les está maquinando la
iniquidad), aunque por supuesto, no es necesario que incluya la palabra “apologético” para
incluir los testimonios en este tipo de obras.

36
En particular, la obra citada del jesuita Andrés Pérez de Ribas
condensa en su monumental Historia de los triumphos de nuestra santa
fee… la labor de la Compañía en las misiones de la costa del Pacífico norte
novohispano, caracterizando como trabajo heroico el de sus ministros al
llevar el conocimiento del catolicismo “ante gentes, las más fieras y
bárbaras del nuevo orbe”, arriesgando sus vidas y encontrando en diversas
ocasiones el martirio.44
En efecto, la labor del cronista de la orden la engrandece, a partir de
un relato justificatorio de una conquista que, ya sea por medios pacíficos o
violentos tuvo como fruto el avance de la cristiandad, así como de los
términos de la monarquía. Sin embargo, una lectura cuidadosa de la obra de
Pérez de Ribas nos devela importantes datos etnográficos e históricos de
difícil obtención por otros medios, como son las estrategias de alianza de los
indígenas, las interrelaciones de las diversas naciones, actividades
económicas y el proceso de reorganización territorial realizado por los
misioneros.
Asimismo, como Pérez de Ribas tuvo a su disposición gran parte de
los materiales producidos por los jesuitas de la época fundacional de
misiones de Sinaloa, se trata de un trabajo de compilación testimonial
invaluable pues utilizó tanto las cartas annuas como algunas documentos de
otro tipo escritas por los miembros de la Orden, en formato de memorias,
crónicas y noticias. Por todo ello me he propuesto asimismo una

44
Andrés Pérez de Ribas, Historia de los triumphos de nuestra santa fee… op.
cit. Un excelente trabajo de análisis de la obra de Pérez de Ribas lo ha desarrollado Guy
Rozat, América, imperio del demonio: cuentos y recuentos, México, Universidad
Iberoamericana, 1995.

37
revaloración de su obra como fundamental para los inicios de la historia del
poblamiento de Sinaloa.
De este tipo de documentos mencionados, algunos han sido
publicados, como es la “Relación de la provincia de Nuestra Señora de
Sinaloa”, escrita en 1601, en la que nos encontramos con una crónica
puntual de las características culturales de los indios de la provincia en
cuestión, así como de la situación y características geográficas apenas a una
década de la entrada de los jesuitas.45
Como hemos dicho, otros documentos han sido editados por los
mismos jesuitas, lo que facilita su consulta.46 Asimismo, algunas cartas
annuas y documentos sueltos de las misiones se concentran en el Archivo
General de la Nación de México, principalmente en sus ramos Misiones y
Jesuitas.
También existe fuera de la Compañía de Jesús una labor importante
de edición de documentos, como es el caso de W. Michael Mathes quien
publicó una Jesuítica Californiana47, que consiste en impresos de

45
Una versión completa de este documento ha sido publicada. Martín Pérez,
“Relación de la provincia de Nuestra Señora de Sinaloa/1601”, en Edmundo O´Gorman.
Homenaje en sus 80 años, Boletín del Archivo General de la Nación, Tercera serie, T. X,
vol. 1, enero-diciembre de 1986, No. 31, México. Ha sido objeto de análisis
recientemente, por ejemplo Luis González Rodríguez y María del Carmen Anzúrez y
Bolaños, “Martín Pérez y la etnografía de Sinaloa a fines del siglo XVI y principios del
XVII”, Estudios de Historia novohispana.
46
Por ejemplo el texto antes citado, así como la “Relación de la Misión de
Cinaloa, en la Nueva España”, del padre Vicente del Águila, en Francisco Javier Alegre,
Historia de la provincia... op. cit., v. 1, p. 493-494. Existe una tradición de publicaciones
sobre el tema por el mismo Burrus, uno de los clásicos es Ernest J. Burrus y Félix
Zubillaga (eds.), El Noroeste de México. Documentos sobre las misiones jesuíticas, 1600-
1760, México, UNAM, 1986, 674 pp.
47
W. Michael, Mathes, Jesuítica Californiana 1681-1764, impresos de los
reverendos padres Eusebio Francisco Kino, Fernando Consag, Juan Antonio Baltasar,
Juan Joseph de Villavicencio y Francisco Cevallos, Madrid, Ediciones José Porrúa

38
misioneros jesuitas; o una conjunción de esfuerzos, como es el caso del
texto Cartas e informes de misioneros jesuitas extranjeros en
Hispanoamérica a cargo de Mauro Matheli O.S.B. y Rodrigo Moreno Jeria,
que incluye textos de Sinaloa, Sonora y California, así como la “Segunda
parte del Diario del R.P. Bernardo Middendorf, S.J., misionero de la
Compañía de Jesús, relatando su expulsión de México en 1767”, entre otros
documentos de otras regiones del mundo americano.48
Por otra parte, en esta investigación se ha buscado realizar un
entrecruzamiento de las fuentes eclesiásticas con las fuentes civiles que se
encuentran en diversos archivos de la administración virreinal. Ello
permitirá obtener una visión complementaria, pues será confrontada la
perspectiva de los actores.
Ante la ausencia de archivos municipales en las antiguas villas y
reales de minas de la costa49, en los archivos de históricos de Parral y
Durango, correspondientes al reino de la Nueva Vizcaya encontramos los
repositorios documentales con relación directa referida a administración de
justicia, provisión de autoridades, realización de juicios de residencia y
registro de minas y tierras.
Al seguir los hilos de la administración, esta información permite
hacer una cronología de la formación de jurisdicciones, el conocimiento de
las autoridades y los conflictos de poder entre misioneros, alcaldes mayores
y capitanes de presidio. Por su parte, las visitas de autoridades, entre las que

Turanzas, S.A., Madrid, España, “Colección Chimalistac, de libros y documentos acerca


de la Nueva España, No. 49, 1998.
48
Mauro Matthei, O.S.B., y Rodrigo Moreno Jeria (Selección, traducción,
introducción y notas), Cartas e informes de misioneros jesuitas extranjeros en
Hispanoamérica. Quinta parte (1751-1778), Santiago, Chile, Pontificia Universidad
Católica de Chile, 2001, “Anales de la Facultad de Teología”, Vol. LII, cuaderno único.

39
se encuentran las de gobernadores y sus tenientes, nos brindan panoramas
sincrónicos de las provincias en cuestión.
De acuerdo con la magnitud de los conflictos suscitados en las
alcaldías costeras fueron instancias de apelación la Audiencia de Nueva
Galicia, con sede en Guadalajara; la Audiencia de Nueva España en la
ciudad de México y el Consejo de Indias, en Sevilla. La Audiencia de
Nueva Galicia resolvía en casos de conflictos de autoridad, asimismo tenía a
su cargo los juzgados de Bienes de Difuntos y Privativo de Tierras
(establecido en 1693).
Mención aparte merece el Juzgado Privativo de Tierras, del que se ha
consultado la totalidad de los títulos de tierras ahí existentes y que por vía de
composición expidieron las autoridades en sus distintos ámbitos. Este fondo,
ubicado en el Archivo Histórico de Jalisco, se complementa con los
repositorios de los estados, el Archivo Histórico General del Gobierno del
Estado de Sinaloa y el Archivo Histórico de Sonora que contienen los
trámites iniciales de las composiciones de tierras.50
La composición así llamada fue una institución establecida en el
reinado de Felipe II con el motivo explícito de obtener ingresos para las
arcas reales para cubrir gastos de guerra. Si bien las reales cédulas que
instituyeron las composiciones datan de 1591, ya en 1578 se perfilaban las
intenciones al respecto. Se trataba de que los propietarios rurales debían
presentar los títulos o instrumentos por los cuales disfrutaban de la posesión
de sus predios ante los virreyes y presidentes de audiencias. La idea era

49
Salvo los fondos de tierras de Sinaloa y Sonora.
50
Aunque ambos cuentan con índices, sólo el de Sinaloa se encuentra actualizado.

40
deslindar qué propietarios tenían un sustento legal de su tierra, para poder
disponer del resto.51
Actualmente se ha consultado el total de los expedientes que sobre el
tema se encuentran en Sinaloa, Jalisco y Sonora, que se incluyen en los
anexos 1, 2, 3 y 4 de acuerdo con su antigüedad estimada y divididos por
distritos.
Los títulos de tierras por vía de composición contribuyen a la
realización de un seguimiento pormenorizado y cronológico de los
establecimientos agropecuarios que al complementarse con las fuentes de
las visitas de autoridades civiles nos brinda un índice del avance del proceso
poblador. Asimismo, por la riqueza de información sobre la ocupación del
territorio se trata de una fuente de primera calidad para la historia social.
La gran limitante del conjunto de fuentes es que en su mayor parte, la
voz de los indios, uno de nuestros actores sociales, se encuentra silenciada.
Esta podrá ser rescatada generalmente a través de la perspectiva de los otros
actores, pues tanto los misioneros, como los funcionarios de la monarquía y
los pobladores hispanos tuvieron relaciones con ellos.
Testimonios directos de los indios aparecen en el marco de los
conflictos de tierras, usualmente mediante escritos presentados ante la
autoridad al sentirse desplazados. También en el contexto del alguna visita

51
Recopilación de Leyes de los Reynos de Indias, Madrid, 1681 (edición
facsimilar 1974), Libro 4, título 12 (De la venta y composición de tierras, solares y aguas),
ley 14 “Que a los poseedores de tierras, estancias, chacras y caballerías con legítimos
títulos se les ampare en su posesión y las demás sean restituidas al rey”, Felipe II,
noviembre de 1578; 8 de marzo de 1589 y El Pardo, 1º. de noviembre de 1591.
Anteriormente he abordado esta temática en Gilberto López Castillo, Composición de
tierras y tendencias de poblamiento hispano, Culiacán y Chiametla, siglos XVII y XVIII,
Zamora, El Colegio de Michoacán, tesis de maestría, 2002 (especialmente el capítulo I, la
composición de tierras como institución, pp. 26-59).

41
de autoridades civiles como un mecanismo para expresar vejaciones, tanto
de los jueces locales, como de pobladores hispanos y de los propios
misioneros jesuitas. En casos excepcionales los indios cahitas fueron a las
instancias de apelación de la audiencia de Nueva Galicia, e incluso a la
ciudad de México. Finalmente, como los miembros de las comunidades
indígenas fueron el foco de atención para los otros actores sociales su
presencia y acciones se encuentra registrada en los distintos momentos de la
historia regional.
El territorio cahita, del río Mocorito hasta el Yaqui, identificado como
tal desde el mismo siglo de la conquista mantuvo durante la época colonial
rasgos que le dieron identidad, partiendo desde un lenguaje que si bien tenía
variaciones locales era comprensible para todos sus miembros. Los
misioneros jesuitas aprendieron la lengua desde los inicios de la
evangelización y escribieron un Arte de la lengua cahita.52 Esta lengua, en
la que los jesuitas predicaban era asimismo la que utilizaban en los casos de
naciones como la de los pimas establecidos en la desembocadura del Yaqui.
Los cahitas fueron asimismo el prototipo de indios sedentarios y
agricultores y al estar localizados en el entorno más cercano de los
principales asentamientos hispanos estuvieron en contacto permanente con
ellos. Sin embargo, no se trató de una relación libre de sobresaltos. Al
rescate de esta historia obedece la presente investigación.

52
Eustaquio Buelna (Ed.), Arte de la lengua cahita (escrito “por un padre de la
Compañía de Jesús”), México, Siglo Veintiuno Editores-DIFOCUR, 1989 (primera
edición imprenta del gobierno federal, 1890). Buelna considera que el autor de la obra fue
el padre Juan Bautista de Velasco, llegado en 1594 a la provincia de Sinaloa.

42
Primera Parte

Del territorio antiguo al territorio de misiones

43
Capítulo I. La tierra de los indios cahitas,
“frontera chichimeca”

Y llamo provincia a la de Cinaloa*, por sus


extendidos términos y varias naciones que en
ella habitan. Tienen de longitud hasta donde
hoy llega la doctrina del evangelio, ciento y
cuarenta leguas; de latitud cuarenta. De la
parte del oriente tienen las altísimas sierras de
Topia, que van corriendo y declinando al
norte. Por la parte del occidente, la cerca el
brazo de mar, llamado California, el cual
también va dando la vuelta hacia el norte. Por
la parte del mediodía tiene la antigua villa de
San Miguel de Culiacán, y al norte las
innumerables naciones de que van pobladas
por esa parte, sin saberse hasta hoy el término
de ellas, ni de la tierra.53

Cuando el padre Andrés Pérez de Ribas realizó esta descripción, en 1645,


Sinaloa era una gran provincia cuyo proceso de expansión había culminado
desde el río de Sebastián de Évora o Mocorito, hasta el curso medio del
Yaqui, territorio poblado predominantemente por los indios cahitas. El

*
Se llamó “Cinaloa” a esta provincia en alusión a la “nación” del mismo nombre
que poblaba el curso alto del río Zuaque. Su escritura con la letra C, fue común durante el
siglo XVI. Como se muestra aquí, Incluso Andrés Pérez de Ribas se refiere a ella de esta
manera, aunque es de suponerse que en su carácter de cronista respete una antigua
tradición en proceso de cambio. En años posteriores, ya en la segunda mitad del siglo
XVII fue más común su escritura con la letra “S”, aunque también se utilizó la “Z”. Para
esta investigación se homogeneizó su escritura con la letra “S” que es la forma en que ha
perdurado.
53
Andrés Pérez de Ribas, Historia de los triumphos… op. cit., pp. 1-2.

44
territorio de más al norte, llamado por los españoles provincia de Sonora o
Nueva Andalucía, comenzaba apenas a poblarse.54
Precisamente en los primeros tres capítulos de este texto se ha
realizado una caracterización de la serie de cambios que acontecieron en
este contexto y que llevaron a la transformación de lo que anteriormente era
una territorio indígena a un territorio hispano. Para ello realicé una primera
delimitación del ámbito regional de esta investigación y de sus
transformaciones a partir del poblamiento hispano del siglo XVII.

a) Región de frontera: la Gran Chichimeca

Si de acuerdo con Eric Van Young “las regiones son buenas para pensar”55,
la comprendida por la antigua provincia colonial de Sinaloa ofrece una
oportunidad para realizar un ejercicio de averiguar su origen y formación.
Planteamientos como los de Andrés Fábregas, referidos a los orígenes
de las regiones en México son pertinentes a esta investigación sobre el
territorio de los indios cahitas, al considerar que las condiciones locales
encontradas por los castellanos determinaron las estrategias de ocupación

54
Ana María Atondo y Martha Ortega Soto, "Entrada de colonos españoles en
Sonora durante el siglo XVII", en Sergio Ortega e Ignacio del Río (Coords.), Tres siglos de
historia sonorense (1530-1830), México, UNAM (la. ed., Gobierno del Estado de Sonora,
1985), pp. 98-100. No fue sino hasta 1640 que de la antigua provincia de Sinaloa se formó
la alcaldía de Sonora.
55
Ello –según explica- debido a su percepción de que parecen dar cuerpo a ciertas
categorías naturales de la experiencia, de manera que nuestro pensamiento se amolda a
ellas con facilidad, Eric Van Young, “Are Regions Good to Think?”, en Eric Van Young
(ed.), Mexico´s Regions, Comparative History and Development, San Diego, Center for
U.S. Mexican Studies, UCSD, 1992, p. 3.

45
territorial, y al combinarse, dieron lugar a los variados espacios que fueron
la base de la actual regionalización del país.56
En esta propuesta, la organización territorial y la conformación de las
regiones históricas refieren a los momentos del encuentro entre las diversas
sociedades indígenas y la peninsular. En el mismo tenor, Bernardo García
apunta que la distribución y agrupación de los espacios que percibieron los
conquistadores dio origen a provincias, gobiernos y capitales que en lo
esencial habrían de ser duraderas, aunque no todas fueron el origen de
regiones. Este autor es de hecho más contundente al expresar que los
espacios básicos de la geografía de la conquista subsisten hasta el día de
hoy.57
Hablamos pues de un territorio. No se trata simplemente de un
espacio geográfico como ámbito natural “dimensión y condición primaria de
la existencia material”58, sino de lo que Robert Sack denomina “territorio
específico” que es el resultado de estrategias para afectar, influir y controlar
a la gente, a los elementos y a sus interrelaciones y que al referir a una
época en particular expresa un carácter histórico.59
La región pues conjuga un determinado espacio y un territorio y en
éste encontramos al objeto específico de ésta historia: una sociedad cuya
identidad original nos remite a grupos de agricultores ribereños que tuvieron
como elemento en común la lengua cahita. Éstos grupos realizaron una

56
Andrés Fábregas Puig, Reflexiones desde la Tierra Nómada, Universidad de
Guadalajara-El Colegio de San Luis, Colotlán, Jalisco, 2003, p. 66.
57
Bernardo García Martínez, El desarrollo regional, siglos XVI al XX, México,
UNAM-Océano, 2004, “Colección Historia económica de México”, número 8, p. 27.
58
Juan José Palacios, “El concepto de región”, en Héctor Ávila Sánchez, Lecturas
de análisis regional en México y América Latina, Texcoco, Universidad Autónoma de
Chapingo, 1993, p. 104.

46
ocupación homogénea durante la época prehispánica, en la zona de litoral y
montaña que se ubica entre los ríos Mocorito y Yaqui, frente al golfo de
California y que los españoles llamaron provincia de Sinaloa. Se trata de
uno de los escenarios de expansión de la monarquía en la Nueva España,
entre el último tercio del siglo XVI y la primera mitad del XVII.60
La antigua provincia de Sinaloa, de la que se originó al avanzar el
siglo XVII la de Ostimuri, se trata de un territorio que fue objeto de interés
de académicos norteamericanos desde la primera mitad del siglo XX. El
trabajo realizado por estos investigadores, entre los que destacan Carl Sauer,
Donald Brand, y Gordon Eckholm, reflejó un esfuerzo de conjunto, pues si
bien su interés principal era la arqueología, también desarrollaron
investigaciones de carácter etnológico, lingüístico e historiográfico, en las
cuales se realizó una caracterización de los grupos indios sobre su ubicación
geográfica, rasgos culturales, demográficos, desarrollo de organismos
estatales y circuitos y rutas de intercambio, fundamentalmente entre el siglo
XVI y primera mitad del XVII.61

59
Robert D. Sack, “El significado de la territorialidad”, en Pedro Pérez Herrero
(comp.), Región e historia en México, México, Instituto Mora, 1991, pp. 194-204.
60
Palacios hace una distinción, entre conceptualizaciones de región
“convencionales”, cuyo rasgo característico es hacer abstracción de toda consideración
histórico-social y así postular conceptos que se pretende sean universales; y aquéllas
elaboraciones cuyo punto de partida es precisamente el reconocimiento de la vigencia de
un sistema social históricamente determinado, el cual da origen a toda concepción
regional en la medida en que sostiene que la ocupación de un territorio está condicionada
por el alcance de las relaciones sociales prevalecientes entre los grupos humanos que se
asientan en determinadas partes del continuo geográfico, Juan José Palacios, “El concepto
de región… op. cit., p. 106.
61
Carl Sauer y Donald Brand, Aztatlán: Prehistoric Mexican Frontier on the
Pacific Coast, University of California Press, Iberoamericana 1, 1932; Carl Sauer, The
Road to Cíbola, University of California Press, Iberoamericana 3, 1932; , Carl Sauer,
Aboriginal Population of Northwestern Mexico, University of California Press, Colección
Iberoamericana 10, 1935. Ralph L. Beals, The Aboriginal Culture of the Cahita Indians,
University of California Press, Berkeley and Los Ángeles, Colección Iberoamericana, 19,

47
Estos trabajos buscaban establecer una caracterización cultural de los
diferentes grupos étnicos de América del Norte, de tal forma que les
interesaba el estudio de las sociedades del noroeste novohispano en tanto
que contribuían a su comprensión de sociedades indias del actual territorio
de los Estados Unidos62. Se encuentra como telón de fondo, la propuesta del
estudio del noroeste como parte del área cultural conocida como Southwest
o el Gran Southwest norteamericano.63
Junto con estas investigaciones, en alguna medida fundadoras, fue
presentada una propuesta para el estudio de las sociedades del norte de
México en relación a las características del periodo prehispánico en el
altiplano central. Tenemos aquí dos conceptos en relación a la zona de
interés, se trata de “mesoamérica” y la “gran chichimeca”.

De acuerdo con Paul Kirchhoff, Mesoamérica era un área cultural


caracterizada por la evidencia de sedentarismo, agricultura y cerámica.
Éstos se presentaban dentro del área cultural, cuya frontera norteña corría a
lo largo de los ríos Pánuco, Lerma y Sinaloa, en una línea curvada hacia el

1943 y Gordon Ekholm, Excavations at Guasave, Sinaloa, Mexico. New York,


Anthropological Papers of the American Museum of Natural History, vol. XXXVIII, Part
II, 1942.
62
Ignacio Guzmán Betancourt, prólogo de la obra en español, Aztatlán, México,
Siglo Veintiuno Editores, 1998, pp IX y X, en la que se compilan diversos trabajos de este
autor.
63
Marie-Areti Hers y María de los Dolores Soto al comentar los estudios
arqueológicos sobre Culiacán destacan cómo después de los trabajos de Kelly, Brand y
Sauer la arqueología sinaloense cayó rápidamente en letargia “y Culiacán desapareció de
los mapas en que se procura hacer explícitas esas relaciones entre el suroeste y
mesoamérica”, “La obra de Beatríz Braniff y el desarrollo de la arqueología del norte de
México”, en Marie-Areti Hers, José Luis Mirafuentes, María de los Dolores Soto y
Miguel Vallebueno, Nómadas y sedentarios en el norte de México, homenaje a Beatríz
Braniff, México, UNAM, 2000, p. 44. Las obras de Isabel Kelly son Excavations at
Culiacán, Sinaloa, University of California Press, Berkeley and Los Angeles, 1945 y

48
sur que colindaba con regiones áridas al norte, donde vivían grupos de “bajo
nivel cultural” llamados chichimecas, quienes formaban parte de los
recolectores cazadores del norte de México64.
El mismo autor realizó posteriormente una propuesta más acabada del
tema en la que incorporó dos áreas culturales al norte de Mesoamérica:
Aridoamérica y Oasisamérica, en la que expresó que la base de
diferenciación sería, en esencia, el patrón de subsistencia y se incorporaría
dentro del primero a los recolectores cazadores y dentro del segundo a los
agricultores, éstos últimos considerados como una extensión de
mesoamérica.65
Aunque su planteamiento recibió buena aceptación en la obra de
científicos sociales durante cerca de medio siglo y de hecho sigue siendo
referencia en los libros de texto de educación básica66, también fue criticado
mucho más recientemente por diversos arqueólogos entre los que destaca
Beatriz Braniff, con el argumento de que en este gran espacio había grupos
intermedios y otros que revertían a la caza, la recolección y la agricultura
según las circunstancias y necesidades, por lo cual era imposible
clasificarlos.67
A la vez, Braniff se inclinó hacia la propuesta de Charles Di Peso,
quien enfoca lo no mesoamericano, considerando todo lo que sucede al
norte, como una sola unidad llamada la Gran Chichimeca. Con ello se

Excavations at Chametla, Sinaloa, University of California Press, Berkeley, California,


1938.
64
Paul Kirchhoff, “Los recolectores-cazadores… op. cit., pp. 133-144.
65
Paul Kirchhoff, “Gatherers and Farmers… op. cit., pp. 520-550.
66
Sergio Ortega Noriega, Un ensayo de historia regional… op. cit., especialmente
pp. 23-28.

49
buscaba evitar el encajonamiento de la región dentro de áreas culturales
refiriéndose simplemente a una zona geográfica ubicada al norte del trópico
de cáncer, cuyo común denominador de carácter ecológico es la aridez
generalizada. Se trata de una región en la que vivieron varios tipos de
chichimecas (los cazadores recolectores, los agricultores “bárbaros” y los
agricultores “civilizados”).68
Investigaciones recientes, como las de la misma Beatriz Braniff y las
de John P. Carpenter, dedicadas a la última fase de la época prehispánica y a
las primeras de la colonial desarrollan esta nueva perspectiva. Braniff
puntualiza que las diversas condiciones permitieron la existencia de una
variedad de tipos de adaptación humana que requirieron de flexibilidad
cultural para lograr la sobrevivencia69.
Carpenter por su parte, al realizar una valoración de las culturas
indígenas de Sinaloa al momento del contacto, encuentra que todas las
sociedades sedentarias encontradas por los españoles reflejaban algún grado
de jerarquía social y propone que ninguna de estas comunidades podría
considerarse fuera del nivel de medio rango: “considerar esta región como
Mesoamérica marginal, o marginalmente parte del gran Suroeste invoca a

67
Beatriz Braniff, “Oscilación de la frontera norte mesoamericana: un nuevo
ensayo”, Arqueología, segunda época, I, Boletín de la Subdirección de Estudios
Arqueológicos, INAH, México, No. 1, 1989, p. 100.
68
Beatriz Braniff, “Oscilación de la frontera…”, p. 101. De hecho ésta idea de Di
Peso retomada por Braniff dio ocasión en el homenaje de ésta al tema del evento que
devino en libro, Marie-Areti Hers, José Luis Mirafuentes, María de los Dolores Soto y
Miguel Vallebueno, Nómadas y sedentarios… op. cit. En artículos como el de Salvador
Álvarez del mismo libro se expresa claramente ésta idea de alternativas de modos de vida,
incluso en la época colonial, “Agricultores de paz y cazadores-recolectores de guerra: los
tobosos de la cuenca del río Conchos en la Nueva Vizcaya”, pp. 305-354.
69
Beatriz Braniff, La frontera protohistórica pima-opata en Sonora, México,
proposiciones arqueológicas preliminares T. 1, México, Instituto Nacional de
Antropología e Historia, Serie arqueología, 1992.

50
los fantasmas del concepto de área cultural y finalmente oscurece su
carácter indígena”.70
Desde esta perspectiva, lo que se busca es la realización de
investigaciones sin el prejuicio de las tradicionales referencias a grupos “de
bajo nivel cultural” cuando de lo que ahora se trata es, precisamente, de la
investigación de las especificidades de estos grupos.

El territorio de los indios cahitas se localizó al norte del límite


mesoamericano y por tanto, en el espacio correspondiente a la Gran
Chichimeca, aunque la referencia a esa gran área norteña relaciona sólo a
los grupos ubicados durante la segunda mitad del siglo XVI entre las
ciudades de Querétaro, Guadalajara y Durango, la villa de Saltillo y Pánuco,
en el Golfo de México, dejando a los naturales del corredor del Pacífico
norte como grupos separados. Consideramos que quizá la confusión
provenga de la percepción de que los espacios correspondientes a la Guerra
Chichimeca, son asimismo los de la Gran Chichimeca, cuando más bien la
guerra así conocida se manifestó en un ámbito restringido.71

70
John P. Carpenter, “Las culturas indígenas de Sinaloa en el momento del
contacto”, en José Luis Moctezuma y María Elisa Villalpando (editores) Noroeste de
México, número especial, antropología de la identidad e historia en el norte de México,
homenaje a Alejandro Figueroa, Hermosillo, Sonora, revista del Centro INAH-Sonora,
1999, p. 126. Sobre este autor se puede consultar El Ombligo en la Labor: Differentiation,
Interaction and Integration in Prehispanic Sinaloa, Ph.D., Departamento de
Antropología, Universidad de Arizona, Tucson, 1996.
71
Philip W. Powell, La Guerra Chichimeca (1550-1600), México, SEP/Fondo de
Cultura Económica, 1977 y del mismo autor, Capitán mestizo: Miguel Caldera y la
frontera norteña. La pacificación de los chichimecas (1548-1597), México, Fondo de
Cultura Económica, 1980. Véase también Alberto Carrillo Cázares, El debate sobre la
Guerra Chichimeca, 1531-1585: derecho y política en Nueva España, Zamora, Mich., El
Colegio de Michoacán–El Colegio de San Luis, 2000, 2 tomos; Fray Guillermo de Santa
María, Guerra de los chichimecas, (México 1575–Zirosto 1580), edición crítica, estudio
introductorio, paleografía y notas de Alberto Carrillo Cázares, Zamora, Mich., El Colegio
de Michoacán A.C. - Universidad de Guanajuato, 1999, p. 16; Beatriz Braniff et.al., La

51
Podríamos decir, en todo caso, que el territorio de la costa del
Pacífico objeto de nuestro interés, es una parte de esa Gran Chichimeca la
cual presentaba una serie de particularidades que le dieron una identidad
específica, misma que fue aprovechada en el marco de la conquista por los
mismos jesuitas para el establecimiento de las misiones. También
consideramos que los diversos intentos de los españoles por establecerse en
la provincia de Sinaloa, entre 1564 y 1591, son una manifestación de esa
guerra, sin embargo, por ser en apariencia un fenómeno aislado de aquélla
no se le habría relacionado consistentemente.
En este caso se trató de avanzadas españolas como la primera de
Francisco de Ibarra de 1564 en las que se buscó establecer asentamientos de
acuerdo con la tradición hispana, pero que se vieron enfrentados a la
reacción de las naciones indias, poco dispuestas a otorgar servicios
personales a los nuevos pobladores.72
En esta perspectiva, la propuesta de Beatriz Braniff y Charles Di Peso,
apoyada asimismo por John P. Carpenter y Ana María Álvarez permiten
ofrecer un panorama de los grupos indios que comprende precisamente la
diversidad al interior de un territorio –el de los indios cahitas- relativamente
homogéneo en relación a otros ámbitos circunvecinos.
Como veremos, este territorio incluyó grupos sedentarios y
agricultores como lo fue la generalidad de aquellos ubicados a orillas de los

Gran Chichimeca, Jaca Book-Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Milano y
México, 2001, Andrés Fábregas, Reflexiones desde la tierra nómada… op. cit., y Andrés
Fábregas, Mario Alberto Nájera y Cándido González (editores), La tierra nómada,
Universidad de Guadalajara-Universidad Autónoma de Aguascalientes-Universidad
Autónoma de Zacatecas-El Colegio de San Luis, El Colegio de Michoacán-El Colegio de
Jalisco, “Seminario permanente de estudios sobre la Gran Chichimeca”, 2005.

52
ríos Mocorito, Petatlán, Zuaque, Mayo y Yaqui, así como otros mayormente
dependientes de la pesca y la recolección, como fueron los pobladores de las
vertientes de la Sierra Madre, y los de las marismas, islas y penínsulas de la
zona costera. La diversidad del territorio indígena sugiere que habría una
complementariedad entre los distintos grupos indígenas.

b) La antigua provincia de Sinaloa

Desde los primeros contactos con la población indígena, los conquistadores


llamaron Sinaloa al territorio ubicado al norte del río Mocorito. Durante
poco más de un siglo, se convirtió en la tierra de frontera del avance
poblador hispano y es sobre esta época para la que existe el mayor número
de testimonios sobre la población nativa. Se trata del territorio que fue el
escenario de la evangelización y del poblamiento hispano inicial en las
décadas posteriores a la incursión militar de Nuño de Guzmán, donde se
estableció el reino de la Nueva Galicia, con capital en la ciudad de
Compostela.
Así, sabemos que los pueblos indígenas al norte de Culiacán, en la
franja costera entre los ríos Mocorito y Yaqui tuvieron como elemento

72
Domingo Lázaro Arregui, Descripción de la Nueva Galicia (edición y estudio
por Francois Chevalier y prólogo de John Van Horne), Sevilla, Escuela de Estudios
Hispanoamericanos, 1946, pp. 108-109.

53
común la lengua cahita, de ahí que también se conozca al espacio en el que
se establecieron estos grupos como el territorio de los indios cahitas73.

Desde la misma época, el jesuita Martín Pérez, uno de los primeros


que llegaron en 1591, en su “Relación de la provincia de nuestra señora de
Sinaloa” destacaba este elemento común, así como las variantes entre los
ríos de Sebastián de Évora y Petatlán (incluyendo su afluente, el Ocoroni),
de los que sin embargo puntualizaba tenían tantas similitudes que se podían
entender entre las diferentes naciones74.

Su compañero, Gonzalo de Tapia, afirmaba que “son y viven muy


conformes los que son de una lengua”, pero que era mucha la variedad que
de ellas había.75

73
Ralph L. Beals, The Aboriginal Culture… op. cit., p. 5. Cabe aclarar que si bien
el territorio cahita actualmente refiere solamente a las riberas del Mayo y el Yaqui,
durante la época que interesa a esta investigación el espacio refería a las naciones indias
entre el Évora y el Mayo. El tema también ha sido abordado por Eustaquio Buelna al
editar el libro, Arte de la lengua cahita… op. cit. p. VII.
74
Martín Pérez, “Relación de la provincia … op. cit. Los estudios de Beals
basados en este tipo de fuentes etnohistóricas ratifican que aunque se trata de una
diversidad de naciones su lenguaje fue muy similar en toda la región, con las posibles
excepciones de Guasave, Ocoroni y algunos grupos de las montañas cuyos dialectos
diferían en detalles menores. Ralph L. Beals, The Aboriginal Culture...op. cit., pp. 1-2.
Por su parte, la provincia hispana de Sonora, surgida después de 1640, se ubicó al norte
del río Yaqui. Había aquí durante la época prehispánica dos grupos mayores identificados
originalmente con los o´odham y tegüima (ópatas). De acuerdo con Cinthia Radding, el
término o´odham incluía a diversos grupos indios que ocupaban varias zonas ecológicas
en el desierto y la sierra, e incluyen a nebomes, pimas, pápagos, sibubapas, sobas y
sobaipuris, Entre el desierto y la sierra. Las naciones o´odham y tegüima de Sonora;
México, CIESAS-INI, 1995, p. 28.
75
“El padre Gonzalo de Tapia a nuestro padre Aquaviva: relación de la misión de
Cinaloa, a la cual fue el 6 de julio de 1591. Cuales han de ser los que allí vayan. Cinaloa,
7 de agosto de 1592”, ARSI, México 16, Historia 1565-1600, fs. 107-108v.

54
Fuente: Ernest J. Burrus y Félix Zubillaga, Misiones mexicanas de la Compañía de
Jesús… op. cit.

Desde la perspectiva de los pobladores hispanos, el grupo de los


cahitas se componía por diversas “naciones”. Fue precisamente Pérez de
Ribas quien expresó con mayor claridad el sentido del término

55
… llámolas naciones diferentes (a las que pueblan ésta provincia), por que
aunque no son tan populosas (como las de Europa), pero están divididas en
trato unas con otras; unas veces en lenguas totalmente diferentes, aunque
también suele suceder una la lengua, y con todo estar desunidas y
encontradas; y en lo que todas ellas están divididas y opuestas es en
continuas guerras que entre sí traían, matándose los unos a los otros; y
también en guardar los términos, tierras y puestos que cada una de estas
naciones poblaban, y que tenían por propios…76

Las naciones del territorio cahita se ubicaron pues entre los ríos
Mocorito y Yaqui en una amplia franja costera que iba del litoral a las
vertientes de la Sierra Madre.
Desde los primeros jesuitas llamó la atención la forma de
poblamiento mediante establecimientos en las riberas de los ríos. 77 Estas
naciones, identificadas como tales, podían asentarse en las márgenes de un
río en especial, como los mocoritos (ver mapa en página anterior), los
mayos y los yaquis, cuyos nombres designaron asimismo en cada
caso las corrientes de agua así llamadas.
También aconteció el establecimiento de estos grupos indígenas en
un mismo río. La mayor diversidad se ubicaba, de acuerdo con Pérez de
Ribas, en el Petatlán, así como en el Zuaque. En el primero de éstos, desde
el mar hasta las montañas se encontraban los guasaves, níos, ocoronis,
ogüeras, caguametos y chicoratos.78

Andrés Pérez de Ribas, Historia de los triumphos… op. cit., p. 5.


76
77
“El padre Gonzalo de Tapia… documento citado”, ARSI, México 16, Historia
1565-1600, fs. 107-108v.
78
Ralph L. Beals, The Aboriginal Culture… op. cit., p. 1.

56
Mapa I-1-bis
Detalle de “Culiacanae, Americae Regionis Descriptio” de Abraham
Ortelio79

79
Detalle del mapa “Culiacanae, Americae Regionis Descriptio” de Abraham
Ortelio, en Theatrum Orbis Terrarum, Antverpiae, ex officina plantiniana, 1579.
Fotocopia proveniente del ejemplar de la Biblioteca Pública de Jalisco. Se aprecia
en primer lugar la mayor precisión del conocimiento del territorio en su extremo
sur, mientras que en el río de San Sebastián de Évora o Mocorito, entonces el
límite entre las provincias de Culiacán y Sinaloa los espacios son mucho menos
conocidos. Aún así, nos encontramos en este río 10 asentamientos indígenas que
se acercan en mucho a los que realmente existían en ese momento.

57
Asimismo, en el río Zuaque se estableció la nación que le dio su
nombre, además de los ahomes, tehuecos y cinaloas. También hubo
asentamientos en las laderas de las montañas, como los conicaris y
macoyahuis en el curso medio del Mayo. Todos estas naciones formaron el
grupo de los cahitas (Ver mapa I-I).
Cada nación contó con diversos asentamientos, llamados por los
conquistadores y por los jesuitas “rancherías”. Pérez de Ribas consignó 80
sólo entre los yaquis, con hasta 30,000 personas. Para los mayos, la misma
fuente nos ofrece un número similar de personas, si bien no puntualiza el
número de rancherías.80
Otro rasgo del poblamiento indígena en el siglo XVI refiere a los
movimientos de población entre las distintas naciones, que tuvieron que ver
con los contactos iniciales de la sociedad nativa con los españoles. Tenemos
en primer lugar al grupo de pimas bajos o nebomes que habían acompañado
a Alvar Nuñez Cabeza de Vaca en la parte final de su recorrido por los
territorios costeros, quienes se establecieron en las riberas del Petatlán, al
fundar el pueblo de Bamoa.81
Por su parte, Pérez de Ribas informa que encontró indios de Culiacán
en las rancherías de los cinaloas, en el río Zuaque. Se trata de dos
movimientos de población que obedecieron a distintas circunstancias. La
primera al buen recibimiento que los pimas tuvieron en el valle del Petatlán,
donde se establecieron en tierras ribereñas de excelente calidad; mientras
que de acuerdo con el mismo autor, los indios de Culiacán habrían mudado

80
Andrés Pérez de Ribas, Historia de los triumphos… op. cit., pp. 236-237 y 284.
81
Alvar Núñez Cabeza de Vaca, Naufragios y comentarios con dos cartas y
relación de Hernando de Rivera, Madrid, Espasa-Calpe, 1971.

58
su residencia con motivo de los malos tratamientos recibidos de parte de los
españoles.82
Asimismo, nos encontramos con grupos indígenas que mantienen un
complejo entramado de relaciones entre sí. Algunos tuvieron mecanismos de
alianza y colaboración, como los tehuecos del río Zuaque, que mantuvieron
lazos cercanos con los tepagüis, cuyos poblados se encontraban en el curso
medio del río Mayo.
Para otros, como los cinaloas, sus vecinos tehuecos eran el principal
enemigo, al gozar de un prestigio de hombres aguerridos. Dicha fama la
habían ratificado al momento de la llegada de los jesuitas a sus tierras, época
en la que habían despojado a los indios ahomes de las tierras del valle de
Mathaoa. Esta circunstancia fue el motivo de las primeras incursiones del
capitán del presidio de Sinaloa, Diego Martínez de Hurdaide para su
sometimiento.83
Había zonas completas en donde se participaba de conflictos
recurrentes, como los existentes entre yaquis y mayos, o entre éstos y los
pueblos del Zuaque en los años previos al inicio del poblamiento hispano,
que se reflejaron incluso en la toponimia de los asentamientos:

La palabra mayo, en su lengua significa término; por ventura, por estar este
río entre dos de gentes encontradas y que traían guerras continuas con los

82
Andrés Pérez de Ribas, Historia de los triumphos… op. cit., p. 47.
83
Andrés Pérez de Ribas, Historia de los triumphos… op. cit., p. 101. En su
Relación, Antonio Ruiz consigna a manera de anécdota, como los indios bajo encomienda
de Gonzalo Martínez fueron castigados por éste tras haberlo querido matar, “y de allí en
adelante le llamaban los indios “El Tehueco” por que como ellos siempre se tuvieron por
valientes, no supieron con qué engrandecer al dicho su amo sino con llamarle tehueco”,
Antonio Nakayama, Antonio (ed.), La conquista de Sinaloa. La relación de Antonio Ruiz,
Culiacán, Colegio de Bachilleres del Estado de Sinaloa-Centro de Estudios Históricos del
Noroeste A.C., “Colección de documentos para la historia de Sinaloa, 5”, p.10.

59
mayos y no les daba lugar a salir de sus términos. La una era la
belicosísima Hiaqui… y la otra, de los Tehuecos y demás habitadores del
río grande (de Zuaque)… 84

Estos conflictos fueron aprovechados por los españoles en la época


de la conquista, al realizar las alianzas que fueron convenientes. El capitán
Diego Martínez de Hurdaide en la lucha para someter a los yaquis contó con
grandes cantidades de indios “amigos”, tanto de los habitantes de los ríos
Zuaque y Petatlán, como de la más lejana provincia de Culiacán. Los indios
mayos fueron en este caso uno de sus principales respaldos.
Como se ha mencionado, el patrón típico de poblamiento se
caracterizó por líneas continuas de asentamientos en las riberas de los ríos,
de tal forma que los integrantes de una nación se encontraban usualmente
dispersos con dicha disposición para lograr un aprovechamiento óptimo de
las tierras de cultivo. Sin embargo, este patrón se complementaba con un
uso extensivo de las tierras al interior de los valles que utilizaban en
actividades de caza y recolección. De acuerdo con la arqueóloga Ana María
Álvarez el mosaico de condiciones ecológicas que comprendía el territorio
cahita en el momento del contacto ponía a disposición de los grupos
humanos una gran cantidad de recursos vegetales y animales, cuya
abundancia estaba distribuida de manera heterogénea, a veces con mucha
separación espacial y que implicaban estrategias tecnológicas diferenciadas
y complejas.85

84
Andrés Pérez de Ribas, Historia de los triumphos… op. cit., p. 236.
85
Ana María Álvarez Palma, “Estructura territorial cahita en el momento del
contacto. El caso de las naciones yaqui y mayo”, en José Luis Moctezuma y María Elisa
Villalpando (editores) Noroeste de México…, op. cit., p. 111.

60
Los afluentes de los ríos, como el Ocoroni que lo es del Petatlán,
fueron asimismo ámbitos donde hubo asentamientos indígenas, en este caso
con el pueblo del mismo nombre y el de Aramoapa. En el arroyo
Chucujaque, que es afluente del río Zuaque, existió un asentamiento tipo
fortaleza al que acudían indios tehuecos a refugiarse en el marco de las
incursiones españolas de castigo a fines del siglo XVI. Se trata del
asentamiento de la nación baciroa.86
En este sentido, aunque refiriéndose a espacios menos afortunados
para el cultivo, Álvarez Palma ha sugerido la posibilidad de que en la época
prehispánica hubiera una cantidad indeterminada de pequeños
asentamientos, o rancherías de pocas familias que practicaban cultivos en
huertos familiares y utilizaban los recursos silvestres de manera
importante.87
Por su parte, la zona del litoral marítimo tuvo asimismo un
poblamiento disperso, atento a la actividad de la pesca. De estos pueblos en
particular se ha dicho que fueron exclusivamente pescadores y tuvieron en
los momentos iniciales de la llegada de los jesuitas espacios de refugio en
las islas de la costa, como los toroacas en Guasave, o los bacoregüis y
comoporis en torno de Ahome.88 En el caso de los asentamientos serranos
también se favorecía la dispersión. Solo la “nación” de los cinaloas tenía
repartida su población en veinticuatro aldeas o rancherías.89
Estudios recientes sobre la zona del río Yaqui han concluido que a
principios del siglo XVI las cada vez más frecuentes guerras entre los yaquis

Antonio Nakayama (ed.), La conquista de Sinaloa… op. cit., pp. 9-10.


86
87
Ana María Álvarez Palma, “Estructura territorial cahita…. op. cit., p. 114.
88
Ralph L. Beals ha destacado las probables relaciones entre los indios pescadores
de la costa, dentro del grupo de los guasaves, The Aboriginal Culture... op. cit., p. 1.
89
Andrés Pérez de Ribas, Historia de los triumphos… op. cit., p. 48.

61
y sus vecinos llevaron al conjunto de rancherías a unirse en la defensa
común, asimismo que habían comenzado a desarrollar un sentido colectivo
de la territorialidad.90 Ello pudo ser posible gracias a la homogeneidad que
le permitía cubrir todo el espacio de las tierras ribereñas bajas, a diferencia
de otros grupos indios de la provincia de Cinaloa, como los habitantes del
Zuaque o del Petatlán, que alternaron sus asentamientos con una diversidad
de “naciones”.

Si bien la conquista inicial de los grupos indígenas del Pacífico norte


aconteció desde 1531, éste inicial avance sólo llegó a la provincia de
Culiacán. La explicación de este suceso ha girado en torno a la idea de que
el asentamiento prehispánico de Culiacán era precisamente el límite norteño
de Mesoamérica y que, las tierras de los indios cahitas, a partir de la
provincia de Sinaloa no se caracterizaron por su desarrollo agropecuario. En
esta lógica, al no haber suficiente alimentación para la tropa y al no tener los
indios una previa experiencia de sometimiento, no fue posible al
conquistador, Nuño Beltrán de Guzmán, proseguir con su avance y fundar
establecimientos permanentes.91
Sin embargo, las investigaciones recientes sobre la provincia de
Sinaloa hablan de un importante desarrollo agropecuario, por lo que esta
explicación no es sustentada92. Consideramos que más bien, la principal

90
Evelin Hu-DeHart, Adaptación y resistencia en el Yaquimí, los yaquis durante
la colonia, México, CIESAS-INI, 1995, pp. 15-21 y Eduard H. Spicer, Los yaquis,
historia de una cultura, México, UNAM, 1994.
91
Sergio Ortega Noriega, Un ensayo de historia regional… op. cit., pp. 39-40.
92
Véase Ana María Álvarez Palma, “Estructura territorial cahita en el momento del
contacto… op. cit., p. 111. y, en la misma publicación, John P. Carpenter, refiere que en
los registros etnohistóricos tempranos son mencionados consistentemente campos de
maíz, frijol, calabaza y algodón, “Las culturas indígenas de Sinaloa en el momento del
contacto”, pp. 122-123.

62
diferencia con Culiacán y Chiametla, las provincias meridionales, se
encuentra en un relativo menor desarrollo de las estructuras de gobierno y
por lo tanto de la ausencia de mecanismos de tributación.
Así, esta diversidad característica de la Gran Chichimeca se expresó
en los grupos de la costa y de las estribaciones de la sierra de una gran
provincia conocida en el siglo XVI y las primeras décadas del XVII como
Sinaloa.

C) Primeros intentos de poblamiento hispano

Hubo durante el siglo de la conquista diversos intentos por penetrar en esta


provincia, sin embargo, por tres décadas sólo fue un lugar de paso obligado
para expediciones como las de Fray Marcos de Niza (1539) y Francisco
Vázquez de Coronado (1540), quienes la recorrieron en la búsqueda de las
míticas ciudades de Cíbola y Quibira.
En 1564 se realizó el primer intento de Francisco de Ibarra para
establecer un poblamiento duradero en la provincia de Sinaloa, al fundar en
la ribera del Zuaque la villa de San Juan Bautista de Carapoa93 (ver mapa I-2
en página siguiente). En esta ocasión Ibarra nombró autoridades, repartió
tierras y asignó indígenas cahitas en encomienda a los pocos vecinos (doce)
ahí asentados.94

93
Se trataba de una expedición de conquista que había tenido su inicio en las
prósperas minas de Zacatecas y que fue financiada por Diego de Ibarra, tío de Francisco,
quien a la sazón era un rico minero de aquella zona.
94
Lloyd Mecham, J. Francisco de Ibarra and Nueva Vizcaya, Durkham, North
Carolina, Duke University Press, 1927.

63
Sin embargo, las encomiendas fueron improductivas, pues los
indígenas se negaban a trabajar para los españoles y realizaron
constantemente actos de rebeldía. Ello los motivó a abandonar el
asentamiento en 1570.95
Un nuevo intento por establecerse entre los cahitas fue el de
Hernando de Trejo, gobernador de la Nueva Vizcaya, quien dispuso en 1583
la refundación de la villa de Carapoa y nombró como alcalde mayor al
capitán Pedro de Montoya. Sin embargo, la hostilidad de los zuaques fue tal
que tras una sublevación fue muerto el capitán Montoya junto con 12 de sus
soldados y el asentamiento fue nuevamente abandonado.96 A estos
acontecimientos obedeció que los clérigos seculares que acompañaron a los
pobladores se replegaran a la villa de San Miguel de Culiacán.97
La nueva incursión española en tierras de los cahitas fue en 1585.
Ésta la encabezó Hernando de Bazán, gobernador de la Nueva Vizcaya. Fue
una incursión de castigo, que buscó además un nuevo lugar para la villa
española, que encontraron más al sur, en el río Petatlán o Sinaloa, lugar en
el que fundaron la villa de San Felipe y Santiago de Sinaloa. Sería un
asentamiento duradero, pero que en sus primeros años recibió una
permanente hostilidad de la sociedad nativa.98

95
Peter Gerhard, La frontera norte de la Nueva España, México, UNAM, 1996,
pp. 339-340.
96
Sergio Ortega, Un ensayo de historia regional... op. cit., p. 45.
97
Peter Gerhard, La frontera norte... op. cit., p. 341.
98
Antonio Nakayama (ed.), La conquista de Sinaloa… op. cit.

64
Los años siguientes hasta 1591, la “villa” de Sinaloa (con apenas
cinco pobladores) fue el único asentamiento de españoles en medio de los
cahitas. Éstos les siguieron mostrando manifestaciones de rechazo, pero los
españoles finalmente fueron tolerados.99
Antes que la religión católica, los indios cahitas conocieron la
violencia de las incursiones de conquista, que llevaron consigo instituciones

99
Sergio Ortega, Un ensayo de historia regional... op. cit., p. 45.

65
como la esclavitud, la encomienda y el repartimiento laboral. Sobre todo en
la década de 1530, la antigua provincia de Sinaloa fue objeto por parte de
los primeros pobladores de San Miguel de Culiacán de incursiones que
tenían por objeto la cacería de indios para su sometimiento a la
esclavitud.100
En las diversas incursiones hispanas se contó con clérigos
franciscanos que participaron de una evangelización incipiente, sin
embargo, la falta de permanencia de las fundaciones dio a estos primeros
contactos un carácter esporádico. En 1569 fueron muertos a manos de los
indios dos miembros de la orden franciscana en el pueblo de Orabato, del río
Évora o Mocorito.101
En su Relación, Antonio Ruiz consigna algunos individuos que se
consideraban cristianos aún en la década de 1580, como el caso de Alfonso
Sobota, “cacique principal” del pueblo de El Opochi, cercano a la villa de
Sinaloa, que era un indio cristiano “del tiempo de los padres de San
Francisco”. Asimismo hay referencias de que en esta década clérigos
radicados en San Miguel de Culiacán atendieron temporalmente las
necesidades de los vecinos, lo que no impidió que algunos indios, y sobre
todo los principales de los pueblos de Sinaloa hubieran recibido instrucción
religiosa.102
Junto con Sobota, podemos destacar como fue, precisamente el hijo
del “cacique” de Mocorito, un indio evangelizado en los años previos, quien
junto con dos españoles de la villa de San Felipe y Santiago de Sinaloa fue a

100
Sobre el tema de la encomienda ver Sara Noemí Velarde Sarabia, La
encomienda en las provincias de Chiametla, Culiacán y Sinaloa. Siglo XVI. Un enfoque
geohistórico, Culiacán, Universidad Autónoma de Sinaloa, tesis de licenciatura, 2003.
101
Peter Gerhard, La frontera norte… op. cit. p. 341.
102
Antonio Nakayama (ed.), La conquista de Sinaloa… op. cit.

66
recibir a los primeros jesuitas, los padres Martín Pérez y Gonzalo de Tapia
al pueblo de Capirato, ocho leguas al norte de Culiacán, a mediados de
1591.103
La llegada de los jesuitas a la provincia de Sinaloa significó un
acontecimiento de gran importancia, pues marcó el inicio de los
establecimientos hispanos de forma permanente allende el río Mocorito.
Asimismo, la presencia de los religiosos tuvo una serie de impactos
culturales entre la población cahita. En este contexto nos interesan sobre
todo los cambios acontecidos en el marco de la configuración social del
espacio, que dio al antiguo territorio cahita una nueva identidad, como
podremos apreciar en el siguiente capítulo.

103
Andrés Pérez de Ribas, Historia de los triumphos… op. cit., pp. 37-38.

67
Capítulo II. De “frontera chichimeca” a
“frontera de misiones”

Fue un padre a confesar un indio de edad


mayor, estando muy enfermo, y comenzando la
confesión, le preguntó por sus pecados.
Respondió: padre, cuando era cimarrón o
chichimeco (nombre que dan en la Nueva
España a los indios más fieros y bárbaros)
hacía muchos pecados, pero después que me
bauticé, que habrá quince años, no me acuerdo
haber cometido pecado, sino fue un día de
fiesta…104

La transformación social de este espacio, de un territorio netamente


indígena a otro marcado por las misiones jesuitas aconteció en unos cuantos
años. Entre la última década del siglo XVI y las primeras dos del XVII se
desarrolló un amplio despliegue de la Compañía de Jesús y de la monarquía
española entre los ríos Évora y Yaqui. No fue algo automático, de simple
avance entre grupos indígenas que recibieran a los religiosos con agrado
desde el comienzo, sino que se contó con avances y retrocesos en los que las
armas y la negociación fueron elementos de la cotidianidad en ambos
bandos.105

104
Andrés Pérez de Ribas, Historia de los triumphos… op. cit., p. 127.
105
Este proceso recibe especial atención en la obra de José Luz Ornelas, La
conquista de Sinaloa, Culiacán, Sinaloa, México, Escuela de Historia-UAS-Centro de

68
Para los grupos indígenas significó la incorporación de sus territorios
ancestrales al reino de la Nueva España y por ende a los reinos hispánicos,
mientras que para los jesuitas se trataba de una oportunidad para el
desarrrollo de la actividad misional que fue una de las principales
características de la orden a escala universal.
Sinaloa, primero y posteriormente Sonora se convirtieron en unas de
las primeras “tierras remotas” en las que la Compañía de Jesús desarrolló
este tipo de labor. En el caso novohispano se trata de las “tierras de misión”
por antonomasia.

a) Apostolado universal y carácter misionero de los jesuitas

La idea del apostolado universal, así como la de las misiones, se trata de un


aspecto inherente a la Compañía de Jesús desde sus orígenes. De acuerdo
con Louis Châtellier este origen se expresa desde los Ejercicios espirituales,
uno de los documentos base de la orden, que fue redactado por el mismo
Ignacio de Loyola:

Después de una primera semana destinada al conocimiento de sí mismo, de


sus faltas y a la confesión de éstas, llega el momento en que el ejercitante
es conducido a hacer elección. En el centro mismo de los ejercicios, el
cuarto día de la segunda semana, se encuentra la meditación de las dos
banderas, la de Cristo y la de Lucifer, en la que el cristiano es invitado a
considerar cómo el señor de todo el mundo escoge tantas personas,

Estudios Históricos del Noroeste A.C., “Colección de Documentos para la Historia de


Sinaloa, No. 1”, 1991.

69
apóstoles, discípulos, etc., y los envía por todo el mundo, esparciendo su
sagrada doctrina por todos estados y condiciones de personas106

Otra referencia donde se habla con un énfasis particular del carácter


misionero de la Compañía de Jesús, también de los años fundadores nos lo
ofrece la confirmación del Instituto por el papa Julio III en 1550, pues al
realizar un recuento de las características que han de tener los miembros de
la orden, entre los que se menciona los votos de pobreza, castidad y
obediencia, además de una particular “devoción a la obediencia de la sede
apostólica”, por el cual

… obedeceremos a todo lo que nuestro santo Padre que hoy es, y los que
por tiempo fueren Pontífices romanos nos mandaren para el provecho de
las almas y acrecentamiento de la fe. E iremos sin tardanza (cuanto será de
nuestra parte) a cualesquier provincia donde nos enviaren, sin repugnancia
ni escusarnos, ahora nos envíen a los turcos, ahora a cualesquier otros
infieles, aunque sean en las partes que llaman Indias ahora a los herejes y
cismáticos, o cualesquier católicos cristianos.107

Eran los primeros atisbos de una labor que apenas iniciaba en Indias
con la llegada de los jesuitas a Brasil, un año antes y que continuaría,
paulatinamente en las décadas posteriores.

106
Louis Châtellier, La religión de los pobres, Europa en los siglos XVI al XIX y la
formación del catolicismo moderno, Bilbao, España, Editorial Desclée de Brower, 2002,
p. 27 (Título original La religión des pauvres. Les missions rurales en Europe et la
formation du catholicisme moderne. XVIe-XIXe siècle, Aubier, París, 1993).
107
“Confirmación del Instituto por Julio III, mayor declaración así de el como de
otros privilegios de la Compañía (1550), en Examen y bulas (con introducciones
aclaratorias para uso de los que están en primera probación y de los novicios de la
Compañía de Jesús), Talleres tipográficos, Prov. Leg. S.J., Comillas, 1955, p. 44.

70
Aliocha Maldavski nos presenta un complemento referido a los
argumentos del apostolado universal. Ello en un documento titulado “Los
problemas que deben ser tratados por nuestra Compañía para la mayor
gloria de Dios y el bien común”, elaborado en Roma en 1558 con vistas a
preparar la primera congregación general de ese mismo año.108 En este
texto, la primera parte concierne a la conversión de infieles y su
conservación dentro de la iglesia Católica, principalmente en Indias, la
segunda a la reducción de cismáticos y herejes en el seno de la Iglesia tanto
en el norte del continente europeo, como en el sur, así como en las regiones
de Etiopía y la tercera el beneficio espiritual recibido por los católicos en los
lugares donde la compañía se ha instalado.109
Para Maldavski aquí se define la universalidad del apostolado al que
la Compañía de Jesús aspira, pues el texto abarca a toda la población del
mundo conocido y desconocido, desde sus confines hasta el centro europeo
e in fine romano. En otras palabras no hay individuo al que la Compañía no
se dirija.110
Desde la época fundadora aconteció también la diferenciación de las
zonas de misión, por un lado, en el continente europeo, principalmente en
los territorios en que se luchaba contra la reforma se encontraban las
“misiones interiores”, en las que se desempeñaron rápidamente algunos de
los miembros fundadores de la orden, como Pedro Canisio en Alemania,

108
Aliocha Maldavski, Recherches sur l´identité missionnaire de la province
péruvienne de la Compagnie de Jésus (1568-1640), París, Francia, Universidad de París
III Nanterre, 2000, tesis de doctorado, p. 10. El título del documento es «Des questions
qui semblent devoir être traitées par notre Compagnie pour la plus grande gloire de Dieu
et le bien commun».
109
Aliocha Maldavski, Recherches sur l´identité... op. cit., p. 11. Cabe destacar que
el trabajo misionero de los jesuitas tuvo también un amplio desarrollo en el continente
europeo. Ver Louis Châtellier, La religión de los pobres… op. cit, pp. 367.

71
mientras que por otro, en Indias, en África y Asia estaban las misiones
exteriores.111
En otro de los documentos fundadores de la orden, las Constituciones,
se ubica esa vocación fundamentalmente misionera, que se aviva a fines del
siglo XVI y principios del XVII112. En la escala universal de la Compañía
nos encontramos pues con un concepto de misión que trasciende la idea del
movimiento de religiosos a poblaciones lejanas113. Para la perspectiva de
John W. O`Malley, la misión es una “estrategia pastoral”114, podríamos
agregar, una estrategia pastoral universal, que adquiere asimismo diversas
acepciones dependiendo de las especificidades locales.
Sin embargo hasta aquí sólo nos hemos referido a la misión en tanto
estrategia evangelizadora. Es pertinente aclarar, como bien ha apuntado
Ignacio del Río al referirse al trabajo de los jesuitas en la antigua California,
que además del significado evangelizador, el término “misión” adquirió
otras acepciones como son, el de una comunidad que participa del proceso
de evangelización; la organización social que se adopta para que este
proceso se desarrolle con el más alto grado de eficacia y también, el espacio
geográfico que es sede de la comunidad misional.115

110
Aliocha Maldavski, Recherches sur l´identité… op. cit., p. 10.
111
Sobre las misiones interiores ver Bernard Dompnier, “La Compagnie de Jésus et
la mission de l´interieur“, en Luce Giard (dir.), Les jésuites à la Renaissanse… op. cit,,
pp. 155-179.
112
Bernard Dompnier, “La Compagnie de Jésus… op., cit, pp. 155-179.
113
Entre las diversas acepciones del término misión, por ejemplo, Charles W.
Polzer identifica aquella que se aplicaba frecuentemente al grupo de hombres que eran
enviados de Europa al Nuevo Mundo para llevar a los “grupos bárbaros” de vuelta al
camino de Dios, Charles W. Polzer, Rules and Precepts of the Jesuit Missions of
Northwestern New Spain, Tucson, Universidad de Arizona, 1976, p. 4.
114
Citado en Aliocha Maldavsky, Recherches sur l´identité… op. cit., p. 13.
115
Ignacio del Río, Conquista y aculturación de la California jesuítica, 1697-
1768, México, UNAM, 1998 (1ª. ed. 1984), pp. 108-109.

72
Así, se habló desde un principio de la “misión de Sinaloa”, al
referirse en general al trabajo evangelizador cuyo centro se ubicó en la villa
de San Felipe y Santiago116. También se podía referir con el mismo término
a cada una de los establecimientos en los que los padres desarrollaban su
labor, como son la misión de Mocorito, la de Ocoroni o la de Guasave, por
mencionar algunas de las primeras fundaciones de este tipo. Los indios que
habitaban cada asentamiento formaban parte de la misión, en su carácter de
unidad de evangelización junto con el jesuita titular de la misma. Asimismo,
una misión podía ser cabecera o visita.

b) Misión jesuita y frontera

La misión se ha caracterizado por su carácter de institución de frontera. En


este caso interesa realizar un acercamiento a la noción de frontera, si bien
referida al caso del norte novohispano, para luego hacer la relación entre
ésta y la noción de misión en el caso de la Compañía de Jesús.
Georges Baudot confiere una importancia fundamental a la idea de
frontera en el proceso de formación del virreinato. Este autor plantea que
con la ocupación española surgen diversos tipos de frontera relacionados
con la economía de espacios marginales, es decir, fronteras definidas por la
expansión española sobre áreas ocupadas por grupos nativos de índole

116
“El padre Gonzalo de Tapia, a nuestro padre Aquaviva: relación de la misión
de Cinaloa…”, Cinaloa, 7 de agosto de 1592, ARSI, México 16, historia 1565-1600, fs.
107-108v.

73
diversa pero que no corresponden a ningún modelo urbanizado, casi siempre
de cazadores recolectores.117
Se trata de una idea de frontera que se contrapone al modelo
norteamericano de una expansión acumulativa constituida por olas sucesivas
de inmigrantes. Así, al referir a un “modelo latinoamericano de
colonización”, Favio Zambrano y Bernard Olivier afirman que éste se
caracteriza por un movimiento centrífugo, es decir, unos asentamientos
hispanos aislados con un lento proceso de poblamiento entre los núcleos
originales.118
En el mismo sentido, J. P. Deler señala el juego dialéctico entre
fenómenos de fortalecimiento en el centro, con la tendencia a una
estructuración más o menos marcada de un espacio nuclear, y fenómenos de
control menos intenso, incompleto o intermitente de espacios periféricos,
con la constitución de zonas fronterizas donde se enfrentan y se
interpenetran influencias y atracciones en referencias cruzadas.119
El norte del virreinato de Nueva España se caracterizó precisamente
por ser tierra de frontera. Marcado en épocas tempranas en los territorios

117
Georges Baudot, “La frontera imaginada. Fronteras políticas y fronteras
imaginadas en la fundación de la América Virreinal”, en Alfredo Félix Buenrostro (ed.),
Memoria del Congreso Internacional sobre fronteras ayer y hoy, t. 1, Universidad
Autónoma de Baja California, México, 1990, p. 33.
118
Fabio Zambrano y Bernard Olivier, Ciudad y territorio. El proceso de
poblamiento de Colombia, Academia de Historia de Bogotá-Instituto Francés de Estudios
Andinos, Bogotá, Colombia, 1993. Citado por Chantal Cavaillet y Ximena Pachón,
Frontera y poblamiento. Estudios de frontera y antropología de Colombia y Ecuador,
Bogotá, Colombia, Instituto Francés de Estudios Andinos-Instituto de Investigaciones
Amazónicas, Universidad de los Andes, 1996, p. 15.
119
Citado por Chantal Cavaillet y Ximena Pachón, Frontera y poblamiento.. op.
cit. p. 16. En el mismo texto se puede consultar de este autor “Tiempos y espacios de una
horogénesis: los territorios fronterizos entre Colombia y Ecuador”, pp. 23-39. Un trabajo
más amplio es Jean-Paul Deler, Ecuador del espacio al Estado nacional, Banco Central de
Ecuador, Quito, 1977.

74
identificados como la “Gran Chichimeca” el norte se caracterizó por ser el
amplio escenario del proceso de expansión de la monarquía española.
Luis Aboites parte de la hipótesis de que la peculiaridad de la
configuración del espacio en el septentrión era el carácter precario e
inacabado de su poblamiento hispano expresado en una baja densidad
demográfica y la dispersión de la población con la consecuente existencia de
espacios escasamente poblados, debilidad o fragilidad del ordenamiento
espacial en regiones y precaria conexión entre las distintas provincias.120
Tenemos pues como telón de fondo que la idea de frontera aparece en
relación a un lugar central, o diversos lugares centrales que se caracterizan
por elementos de los que la frontera carece o no presenta un grado
suficiente, como pueden ser la existencia de concentraciones de población,
de una alta densidad demográfica, de relaciones pacíficas con las sociedades
nativas y de redes de comunicaciones e instituciones políticas de poder
consolidadas.
En este marco de tierras de frontera y de indios reacios al dominio
hispano tuvo el carácter misionero de los jesuitas un amplio campo de
desarrollo. No se trata de una casualidad, pues de acuerdo con Manuel
Marzal y Sandra Negro éstos buscaban establecerse en los márgenes de la
monarquía española, precisamente porque en estos territorios lograban
mayor libertad respecto de las autoridades y pobladores hispanos, gracias a
la debilidad, tanto de las instancias de gobierno, como del avance poblador
hispano.121

120
Luis Aboites, Norte precario… op. cit., p. 26.
121
Sandra Negro y Manuel M. Marzal (Coords.), Un reino en la frontera, las
misiones jesuitas en la América colonial, Lima, Perú, Pontificia Universidad Católica del
Perú, 1999. Sin embargo, cabe destacar que el trabajo misionero de los jesuitas no fue
privativo de regiones marginales, pues simultáneamente a su labor en Indias, en China y

75
Experiencias concretas, como las del Casanare (1625-1628) en el
obispado de Santa Fe de Bogotá en que los misioneros jesuitas se vieron
enfrentados inmediatamente a los encomenderos, comerciantes y al clero
diocesano contribuyeron a la decisión de llevar a cabo una empresa misional
en lugares donde la presencia europea hubiera sido leve o nula.122
En términos prácticos la misión jesuítica se convirtió en un poderoso
aliado de la corona española. Se considera que la labor de los jesuitas a
partir de las misiones fue un gran acicate para la expansión territorial y para
impulsar los descubrimientos geográficos.123
Este tipo de funciones las desarrollaron tanto en el noroeste
novohispano124, como en diversos lugares de América del Sur, donde
lograron fundar misiones en lugares donde los españoles no habían logrado
sentar sus reales. A partir de las misiones los jesuitas también realizaron
exploraciones en los cursos de los ríos en búsqueda de posibles contactos

Filipinas (es decir, las misiones exteriores) también se desarrollo en Europa una gran
difusión de las misiones católicas, conocidas como misiones interiores. Sobre este tema
puede consultarse Louis Châtellier, La religión de los pobres… op. cit., p. 367.
122
Jorge Enrique Salcedo, “Las misiones jesuitas en Colombia, las regiones del
Casanare y el Meta durante el siglo XVII y XVIII”, en Sandra Negro y Manuel M. Marzal
(Coords.), Un reino en la frontera… op. cit., pp. 152-153.
123
Manuel M. Marzal, La utopia posible, indios y jesuitas en la América colonial
(1549-1767). Tomo II. Chile, Quito, Nueva España y Nueva Francia, Lima, Pontificia
Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial, 1994, p. 693.
124
El prototipo novohispano de misionero explorador fue el jesuita Eusebio
Francisco Kino, ver Herbert Eugene Bolton Los confines de la cristiandad, una biografía
de Eusebio Francisco Kino, S.J., misionero y explorador de Baja California y la Pimería
Alta, México, UNISON-UABC-U de G-Universidad de Colima-Colegio de Sinaloa-
Editorial México Desconocido, 2001 y Antonella Romano, “Les jésuites entre apostolat
missionnaire et activité scientifique (XVI-XVIII siècles) en AHSI, Roma, IHSI-Institute of
Catholic Studies, John Carroll University, Año LXXIV, fasc. 147, enero-junio de 2005,
pp. 213-236.

76
con el Amazonas.125 En el caso de Chile, fueron los encargados de la
evangelización de tierras remotas como Chiloé.126
El papel geopolítico más destacado por la historiografía lo
desarrollaron los misioneros jesuitas de la Compañía en el Paraguay, en el
marco de la búsqueda de la consolidación de fronteras entre los ámbitos
español y portugués, de acuerdo con el Tratado de Tordesillas. En este caso,
la monarquía española realizó una alianza con los misioneros en la
búsqueda, entre otros objetivos, de poner freno a las agresiones paulistas en
busca de indios guaraníes para las plantaciones brasileñas de caña de
azúcar.127
La concepción de la misión como institución de frontera es pues una
idea clásica de la historiografía, cuyos orígenes se remontan a la propuesta
del historiador norteamericano Herbert Eugene Bolton, quien desde 1917
destacó el doble papel, religioso y social jugado por las misiones en los
confines de la cristiandad:

125
Jorge Casanova Velásquez, “La misión jesuítica entre los Aido Pai (Secoya)
del río Napo y del río Putumayo en los siglos XVI al XVIII, y su relación con los
asentamientos indígenas”, en Sandra Negro y Manuel M. Marzal (Coords.), Un reino en
la frontera… op. cit., pp. 209-220.
126
Rodrigo Moreno Jeria, Jesuitas en Chiloé… op. cit.
127
Roberto Di Stefano refiere entre los beneficios esperados por la corona y sus
emisarios en el escenario local: garantizar la expansión española desde Asunción hacia el
sudeste, hasta las costas del Atlántico; consolidar la presencia europea en el Guayrá, al
norte de Asunción; revitalizar las misiones que antaño fundara Fray Luis de Bolaños al sur
de esa ciudad y garantizar el tráfico comercial entre Paraguay y Perú a través de la llanura
chaqueña. En fin, una serie de acciones que tienen que ver con preocupaciones
geopolíticas y económicas, más que un interés por la evangelización de los grupos indios.
Roberto Di Stefano y Loris Zannata, Historia de la Iglesia argentina, desde la conquista
hasta fines del siglo XX, Buenos Aires, Argentina, Grijalbo-Mondadori, 2000, p. 109. Ver
también José del Rey Fajardo, Una utopía sofocada, reducciones jesuíticas en la
Orinoquia, Universidad Carlos III-Marcial Pons, Ediciones jurídicas y sociales, Madrid-
Barcelona, 2001, pp. 66-67.

77
(Las misiones) fueron las agencias fronterizas de España. Los misioneros
tuvieron como tarea principal extender la fe; pero también sistemática y
ocasionalmente, exploraron las fronteras, promovieron su ocupación y las
defendieron. Disciplinaron a los indios en las buenas costumbres, en los
rudimentos de la artesanía europea, la agricultura y aún el autogobierno.
Más aún, las misiones españolas fueron el baluarte que preservó a los
indios, mientras que la frontera anglo-americana se caracterizó por su
destrucción…128

La de Bolton es una mirada que idealiza el papel de las misiones y de


los jesuitas. Sin embargo, la historiografía sobre misiones ha centrado su
interés en la institución hacia su interior, dejando de lado aspectos referidos
a su relación con el resto del entramado social en que éstas se establecieron.

c) Sinaloa: formación de una región misional

Cuando Rodrigo del Río Loza asumió la gobernación de Nueva Vizcaya en


1589 la experiencia de los intentos previos de conquista había mostrado que
los indios cahitas no estaban dispuestos a trabajar para los pobladores
españoles, pues las encomiendas concedidas por Francisco de Ibarra a los
pobladores iniciales de la villa de San Juan de Carapoa no cubrieron las
expectativas de quienes las recibieron.129

128
Herbert Eugene Bolton, “The mision as a Frontier Institution in the Spanish-
American Colonies”, Hispanic American Colonial Review, vol. XXIII, octubre de 1917,
pp. 42-61.
129
Sara Noemí Velarde ha mostrado como a fines del XVI y principios del XVII
algunas de estas encomiendas sobrevivieron épocas de crisis en la relación con los indios
y permanecieron al menos durante el primer cuarto del siglo XVII, La encomienda en
Sinaloa… op. cit. Se trata sin embargo, de situaciones excepcionales.

78
Se trata de un momento histórico caracterizado asimismo por la
renovación del espíritu misionero jesuita, bajo el mandato del general
Claudio Aquaviva desde Roma130. Fue en este contexto local de la
expansión imperial que cristalizó la alianza de dos actores, la monarquía
española y la Compañía de Jesús, que desde la segunda mitad del siglo XVI
daba muestras de realizar su labor en escala universal. Se logró entonces el
acuerdo entre el virrey, el gobernador y el superior provincial Antonio de
Mendoza para la entrada de la orden, en 1591.
La tradición de la Compañía respecto del origen de la misión de
Sinaloa refiere a cierta visita que el jesuita Juan de la Carrera hizo al pueblo
de españoles de Zamora, junto con el padre Francisco Ramírez, rector del
Colegio de Pátzcuaro, en Michoacán. En este lugar, habrían encontrado a un
ex alcalde mayor de Sinaloa quien les preguntó sobre la razón por la que no
iba la Compañía de Jesús a aquellas tierras, pues desde su perspectiva se
prometían grandes frutos, debido a la muchedumbre de personas que allí
vivían sin el conocimiento de la religión católica.131
De esta manera Carrera se habría propuesto ante el asistente Antonio
de Mendoza para ser compañero de quien fuera designado para tal empresa,
sin embargo, él no estuvo entre los fundadores de dicha misión, pues tal

130
Bernard Dompnier, “La Compagnie de Jésus…op. cit., p. 45. Casi
simultáneamente, llegaron a Tucumán, en el Río de la Plata, donde iniciaron su actividad
misional. Roberto Di Stefano y Loris Zannata, Historia de la Iglesia argentina… op. cit.,
pp. 46-52.
131
“El H. Juan de la Carrera al padre asistente Bartolomé Pérez: refiere las
fundaciones de colegios y residencias estando en ellos, desde 1563 hasta 1600, Puebla,
México, Pátzcuaro, Valladolid, Guadalajara, Sinaloa, Guadiana, Tepehuanes, Laguna
Grande, Topia y San Andrés. Puebla, 1º. de marzo de 1600”, ARSI, México 16, Historia
1565-1600, fs. 185 y v. Si bien el testimonio refiere a un gobernador de Sinaloa, no existió
tal nombramiento, sino el de alcalde mayor, en caso de referir a un gobernador, habría de
ser el de Nueva Vizcaya.

79
responsabilidad fue encomendada por el gobernador del Río Loza a los
padres Gonzalo de Tapia y Martín Pérez132.
Para ésta época los jesuitas eran una orden joven. Establecieron sus
bases entre 1539 y 1540, llegaron nueve años más tarde a Brasil con los
fundadores del gobierno real, en 1572 a Nueva España y desde 1585
entraron a Tucumán, que fue el punto de partida de las reducciones del
Paraguay133. Inicialmente se establecieron en las principales ciudades y se
dedicaron a la educación de los jóvenes españoles. Por otro lado tenemos a
aquellos miembros de la Compañía de Jesús que, como los que llegaron al
territorio cahita, se dedicaron a la evangelización de naturales.
Al llegar a la villa de Guadiana, capital de la Nueva Vizcaya, los
padres Gonzalo de Tapia y Martín Pérez esperaban ser destinados a la
evangelización de los indios del entorno, pues de hecho para ello habían
sido solicitados al provincial, sin embargo, el gobernador Río de la Loza
decidió enviarlos a Sinaloa, donde habría mayor necesidad de ellos.134
Desde sus inicios el trabajo de los jesuitas en Sinaloa recibió el
respaldo de la corona española que por medio del virrey de la Nueva España
pidió al gobernador de la Nueva Vizcaya Rodrigo del Río Loza, que
dispusiera que los religiosos fueran acompañados por una pequeña fuerza

132
De acuerdo con Pérez de Ribas, los padres Gonzalo de Tapia y Martín Pérez
fueron enviados por el provincial jesuita a Guadiana, donde se dedicarían a la enseñanza
de los indios de los pueblos del entorno, sin embargo su personal conocimiento de las
condiciones en que se encontraba la provincia de Sinaloa (conocida así al menos desde la
segunda mitad del siglo XVI) lo llevaron a disponer el inicio de la evangelización del
territorio costero más septentrional de la Nueva Vizcaya, Andrés Pérez de Ribas, Historia
de los triumphos… op. cit., pp. 34-36.
133
Hans Jürgen Prien, La historia del cristianismo en América Latina, Salamanca,
España, Ediciones Sígueme, 1985, pp. 259-261.
134
Francisco Javier Alegre, Historia de la provincia… op. cit., especialmente el
capítulo II, “Padre Gonzalo de Tapia, misión de Sinaloa (1590-1591)”, pp. 346-365.

80
militar, al parecer cuatro soldados a cargo de Miguel Ortiz de Maldonado,
quien era tenía así mismo el nombramiento de alcalde mayor.135
Con este punto de partida los padres Tapia y Pérez iniciaron su labor
en los pueblos del río Sinaloa o Petatlán. ¿En qué consistió su trabajo y
cómo impactó en la organización regional? Nos encontramos en primer
lugar con una ocupación pacífica de la mayor parte del territorio, organizada
de manera conjunta por el gobernador de la Nueva Vizcaya y los jesuitas,
que fueron los encargados del principal trabajo a partir de los mecanismos
de la evangelización.
Para ello se contó con la infraestructura del asentamiento hispano de
la villa de San Miguel de Culiacán, así como con las propiedades de un
cierto padre Manuel, “bien rico y (que) dejó sus casas, alhajas y haciendas a
Sinaloa”. Asimismo, con bienes adquiridos por la provincia mexicana
puestos a disposición de aquellos jesuitas que se dirigían a misiones136. El
Colegio jesuita de Guadalajara jugó en esta época un papel muy importante
para las nuevas fundaciones de Sinaloa, pues Guadalajara era el paso
obligado para las misiones norteñas.137

135
Las fuentes documentales de la real caja de Durango dan testimonio de ello al
menos desde 1592, según mandato del virrey, “Orden a los oficiales de la real hacienda
para que paguen cien pesos a cada uno de los soldados que irán como resguardo de los
religiosos de la Compañía de Jesús que han de ir a Sinaloa”, AHD, Caja 1, exp. 19. Sobre
el mismo tema tratan los expedientes 17,18, 20, 23 y 24. En el número 20 se trata de la
“Orden para que paguen al capitán Miguel Ortiz de Maldonado 300 pesos para pólvora,
herrajes y bastimentos, para diez soldados que irán a la provincia de Sinaloa al amparo de
los religiosos de la Compañía de Jesús”, según parece de 1593, antes de la muerte del
padre Tapia. Al principiar 1594, probablemente antes que llegara a Sinaloa este
contingente, consta estaban por lo menos cuatro soldados: Agustín Domínguez, Juan
Caballero, Juan Pablo y Francisco Rodríguez, AHD, Caja 1, exp. 23.
136
“H. Juan de la Carrera al padre asistente Bartolomé Pérez…”, Puebla, 1º. de
marzo de 1600, ARSI, México 16, Historia 1565-1600, fs. 185v.
137
Carmen Castañeda García, La educación en Guadalajara durante la colonia,
1552-1821, México, El Colegio de Jalisco-El Colegio de México, 1984, pp. 60-62,

81
En unos años cristalizó en las misiones una nueva organización social
del espacio en la que mediante un procedimiento similar al de las
congregaciones del centro de Nueva España los grupos de indios fueron
reunidos en grandes pueblos. Para su establecimiento se consideraron los
asentamientos de mejores condiciones y paulatinamente fueron reubicados
la mayoría de aquellos que vivían en sus rancherías en las extensas
márgenes de los ríos.
El escenario inicial de la evangelización se desarrolló a partir de un
centro de operaciones establecido en la villa de San Felipe y Santiago de
Sinaloa, siguiendo el poblamiento de los indios cahitas a lo largo de los
cursos de los ríos Petatlán (1591) y Mocorito (1594). Al menos una década
después de la llegada de los jesuitas se comenzó la gestión para el
establecimiento de una nueva villa que apoyase el avance español, en este
caso en el río Zuaque.138
Sin embargo primero se realizaron los establecimientos jesuitas que
comenzaron la evangelización y el establecimiento de misiones en 1605 en
los pueblos bajos del río y posteriormente se erigió el nuevo establecimiento
español, conocido como Fuerte de Montesclaros. En la década siguiente los
jesuitas continuaron este proceso de manera intensa en la zona de los ríos
Mayo (1614) y Yaqui (1617) 139.

138
“…bien creo que como VR dice la población de la villa que desean hacer será
muy util para la seguridad de la tierra y para acudir con mayor seguridad a los ministerios
sagrados…” expresaba el padre general Claudio Aquaviva al padre Hernando de
Villafañe, en abril de 1601, insistiendo un año más tarde en el tema, seguramente
invocado de nuevo por el padre Villafañe, ARSI, Mexico 02, Epp. Gen., 1599-1638, fs.
5v. y 20 respectivamente.
139
En su ”Relación…”, el padre Martín Pérez expresaba que la provincia de
Cinaloa se contaba por ríos “por que las más de las poblaciones están a la ribera de ellos y
corren de la serranía grande de Tepehuanes y van a dar a la Mar del Sur”, Martín Pérez,
“Relación de la provincia… op. cit., pp. 190-191.

82
Las narraciones de ésta época muestran escenas de un proceso de
evangelización caracterizado por avances y pequeños retrocesos, de frente a
grupos indios cuya experiencia de frente a la población hispana había sido
tradicionalmente conflictiva. Así, la desconfianza entre unos y otros se
manifestaba constantemente, y sobre todo Pérez de Ribas nos muestra la
percepción de los misioneros de un proceso en el que participan elementos
sobrenaturales, en los que los jesuitas actuaban como agentes de la gracia
divina, mientras que muchos indios, en especial los antiguos hechiceros eran
movidos por la fuerza del demonio.140
Pérez de Ribas recrea una hipotética conversación entre Nacabeba, el
famoso hechicero del pueblo de Deboropa y “sus amigos y cómplices de sus
vicios”. Se trata justamente del tipo de argumentos que habrían tenido estos
indios, antiguos líderes cahitas que creyeron poder deshacerse de los jesuitas
mediante la muerte al padre Tapia.

Estos padres que han venido a nuestra tierra (decía) es gente que no
conocemos, cada día van bautizando más gente y los bautizados e iglesias se
multiplican y todo es entrar a rezar en ellas, introducen y enseñan cosas que
no conocimos nosotros, ni nuestros abuelos. Ya no permiten que los que se
bautizan tengan más que sólo una mujer, nuestros entretenimientos y gustos
se van acabando. Acabemos nosotros con este padre Tapia que guía a los
demás y quedaremos en paz.141

140
Ésta perspectiva historiográfica ha sido desarrollada especialmente por Guy
Rozat, América, imperio del demonio… op. cit. De hecho, no sólo los territorios indígenas
gozaban de esta fama, como se ha encontrado en estudios referidos a la historia moderna
del continente europeo, véase Gauvin Alexander Bailey, A Paradise Inhabited by Devils:
the Jesuits´ Civilizing Misión in Early Modern Naples, Roma, IHSI-Ashgate Publishers,
“Catholic Christendom 1300-1700”, 2005.
141
Andrés Pérez de Ribas, Historia de los triumphos… op. cit., pp. 49-50.

83
Se trata de elementos de confrontación entre los jesuitas y los indios
que expresan con sencillez, desde la perspectiva de los religiosos, los
elementos del choque cultural. Por lo demás, Gonzalo de Tapia fue agresivo
en su decisión de incorporar a un individuo como Nacabeba para los
intereses de la evangelización, pues en su carácter de líder en su comunidad
se convertía en un ejemplo negativo. Por un año buscó persuadirlo para que
escuchase la palabra de Dios, sin embargo no lo hizo, motivo por el cual
recurrió al alcalde mayor, capitán Miguel Maldonado, y solicitó ayuda para
darle un castigo ejemplar. Tras su captura fue castigado mediante azotes, lo
que lo habría convencido de dar muerte al padre Tapia por haberlo
denunciado, lo que ocurrió el 11 de julio de 1594.142
Entonces fue evidente que el enfrentamiento entre los actores del
nuevo proceso de poblamiento era real en tanto que el ámbito de poder de
los antiguos hechiceros se desplazaba por la autoridad religiosa de los
jesuitas, respaldado desde entonces con más vigor por el poder militar de la
villa de San Felipe y Santiago.
Al momento de la muerte del jesuita había al menos 10 soldados en la
villa de Sinaloa, y este acontecimiento motivó a los vecinos pedir, tanto al
gobernador como al virrey Conde de Monterrey “el envío de alguna gente
española que poblase, o presidio de algunos soldados con qué se asegurase
aquella provincia”. Con este motivo fueron enviados 24 soldados en 1596,
bajo el mando del teniente general Alonso Díaz.143 Se considera este hecho
como el de la fundación del presidio de la villa de Sinaloa.
El fortalecimiento del aparato militar devino en la definición de uno
de los elementos clave en tierras de frontera como fue el presidio,

142
Andrés Pérez de Ribas, Historia de los triumphos… op. cit., p. 50.

84
institución que tuvo bajo su responsabilidad la seguridad de misioneros y
pobladores en el marco de una paulatina expansión de las misiones hacia el
norte144.
La llegada del teniente general Alonso Díaz al mando de 24 soldados
se considera el inicio de esta institución en la villa de San Felipe y Santiago.
Éste se mostró implacable en castigar cualquier desacato a los jesuitas por
parte de los indios, buscando que el ejemplo inhibiese nuevas
manifestaciones de violencia. La muerte de Nacabeba tras su captura sirvió
de castigo ejemplar. Incluso posteriormente se realizaron incursiones de
militares que tuvieron un fin similar. Tal fue la realizada por el capitán
Diego Martínez de Hurdaide a las tierras de los zuaques al asumir el mando
del presidio en 1599145.
La justificación moral de los hechos retomada por Pérez de Ribas
refería en este caso al hecho de hacer justicia a los pobladores hispanos de
frente a los asaltos y al constante asedio que estos indios realizaban en torno
de la villa de San Felipe y Santiago de Sinaloa, además de una actitud
retadora del dominio hispano. Sólo en esta ocasión fueron ahorcados 42
indios zuaques en una manifestación de poder sin precedentes que marcaría
la pauta para nuevas ocasiones. 146

143
Andrés Pérez de Ribas, Historia de los triumphos… op. cit., p. 58.
144
No se trataba pues de un asentamiento cerrado, destinado a la reclusión de los
delincuentes, sino que más bien era un emplazamiento militar para la defensa del territorio
en ámbitos de frontera, así como para la promoción de la expansión de la monarquía. En
la zona costera de la Nueva Vizcaya se había establecido dos décadas atrás el presidio de
Mazatlán, formado por grupos de población negra y mulata cuya misión era la defensa de
la costa, tanto de los ataques de indígenas, como de los de corsarios presentes desde fines
del siglo XVI.
145
Andrés Pérez de Ribas, Historia de los triumphos… op. cit., p. 81.
146
Andrés Pérez de Ribas, Historia de los triumphos… op. cit., pp. 87-92.

85
La violencia en esta etapa fue asimismo justificada con el argumento
de dar fin a la impunidad de las matanzas de españoles realizados por esta
nación sobre los primeros pobladores de la villa de San Juan de Carapoa, así
como de la escuadra del gobernador Hernando de Bazán.
La reorganización de los asentamientos indios por parte de los
misioneros siguió la tradicional práctica de establecerse en tierras ribereñas;
si bien la nueva tendencia fue a la disminución del número de “rancherías”
de cada nación para dar paso a una política pobladora de carácter
centralizado. Para ello se establecieron pueblos de misión a partir de los
cuales se desplegó el trabajo evangelizador.
Este proceso de reorganización no fue una labor sencilla, pues era
frecuente el retorno de los indios a sus lugares de origen. En el caso de la
nación serrana de los caguametos, pobladores de zonas montañosas, los
jesuitas realizaron acciones drásticas como quemar las antiguas rancherías y
reubicar a los naturales en terrenos más apropiados, así fuera, como
aconteció en este caso, comprando tierras a los españoles vecinos.147
Tampoco fue algo inmediato. Para el caso de la desembocadura del
Zuaque, tierras donde misionó Pérez de Ribas, se consigna un poblamiento
complejo que incluyó al pueblo ribereño de Ahome, con otro fundado con
los indios bacoregüis, antes dispersos en las rancherías y médanos de la
costa. En el caso de los comoporis, el trabajo de convencimiento se
prolongó por un par de años, tras los cuales éstos se incorporaron a los
pueblos mencionados.
Posteriormente, los bacoregüis se agregaron al pueblo de Ahome, tras
la inundación de su asentamiento. Luego, “después andando el tiempo”

147
Andrés Pérez de Ribas, Historia de los triumphos… op. cit., pp. 141-158.

86
(probablemente también en la primera década del siglo XVI) se formó otro
pueblo, llamado San Miguel Arcángel, que se integró por indios que
permanecieron dispersos, después de la evangelización inicial.148
Uno de los momentos más recordados de estos primeros años de la
evangelización en Sinaloa refiere a la llegada de los nebomes, provenientes
de las tierras más al norte del río Yaqui en 1615. Fueron cerca de 400
personas que llegaron en dos grupos. Se trata de una narración apoteótica
del padre Diego de Guzmán en la que expresa cómo los nebomes del pueblo
de Bamoa lograron convencer a otros, pobladores de su tierra ancestral
donde no se había realizado la evangelización para mudarse a las riberas del
Sinaloa149.
De acuerdo con el mismo testimonio los recién llegados fueron
repartidos para la enseñanza y catequización,

… dado este orden se les repartió, al día siguiente, tierras muy buenas, por
tenerlas este pueblo de Bamoa, a donde vinieron tales y muchas. Yceles
también repartir catorce fanegas de maíz, para que sembrasen sus tierras.
Los cuales la siembran muy bien y cultivan y, tienen ya casas de por sí, y
están contentos y alegres…150

La llegada de los nebomes refleja los mecanismos de la Compañía


para atraer a su ámbito a los grupos de gentiles. La fiesta de bienvenida, el

148
Andrés Pérez de Ribas, Historia de los triumphos… op. cit., pp. 87-92.
149
“Misión de los nebomes, 1615”, carta del padre Diego de Guzmán dirigida al
padre provincial Rodrigo Cabreda, quien la remitió al padre asistente en Roma, Alfonso
Carrillo, Francisco Xavier Alegre SJ, Historia de la provincia de la Compañía de Jesús…
op. cit., pp. 563-569. Original en ARSI, México 17, fs.72-75v. Por su parte, en la carta
annua de 1616 el padre Rodrigo de Cabreda reportaba este hecho como uno de los más
notables de la provincia mexicana de ese año, “Annua de la provincia de la Nueva España
del año de 1615”, ARSI, México 15, México, 1º de mayo de 1616, f. 23v.
150
Loc. cit.

87
ceremonial, las muestras de regocijo y apoyo para una inicial alimentación
se combinan con la entrega de tierras, granos e instrumentos de labranza
para lograr su permanencia.
Uno de los elementos centrales en el proceso de evangelización lo
constituyó la edificación de las iglesias. Se trata de algo paulatino. Al
ubicarse en el centro de los asentamientos las nuevas construcciones se
convirtieron en referente de la nueva organización social del espacio. Las
primeras fueron unas “enramadas”, o “iglesias pajizas”, construidas
inmediatamente a los primeros contactos de los jesuitas con la población
nativa.
Pasados los primeros momentos, a medida que la evangelización se
consolidaba se buscaba para ellas un lugar apropiado, en lugares alejados de
los ríos. Esta segunda etapa de las construcciones usualmente fue de mayor
formalidad, al utilizarse para ellas adobes como principal insumo. Se trató
de iglesias techadas de terrado, para lo cual se utilizaron grandes vigas, al
aprovechar la flora de la región. También fue usual que los cálculos iniciales
subestimaran el caudal de los ríos que al salir de sus cajas arrastraban todas
las construcciones. De éstos primeros ensayos resultaban asentamientos
mejor ubicados que tuvieron mayor permanencia.
La tercera etapa de la construcción de las iglesias refiere a
edificaciones de piedra, sobre todo en pueblos al pie de la sierra, como los
de la nación cinaloa, del río Zuaque. De acuerdo con Charles Poltzer con las
primeras décadas del siglo XVII nació un nuevo sentido de permanencia en
los asentamientos misionales.151

Charles W. Polzer, “Fervor intrépido. Misiones en el Noroeste de México”, en


151

Artes de México, No. 65, número temático sobre misiones jesuíticas, número 65, 2003, pp.
46-49.

88
Fuente: “Relación de las misiones jesuitas de la Nueva Vizcaya”, Juan
Ortiz Zapata, AGN, Misiones 26, fs. 241-269v.

Sin embargo, las iglesias de “cal y canto” no fueron en ningún


momento generalizadas. Testimonios del XVIII refieren a la falta de
conocimientos de los pobladores del tratamiento de los materiales, lo que

89
hacía que en unos años se deterioraran.152 Asimismo habría que considerar
la naturaleza húmeda del territorio donde se establecieron las misiones,
cercana a los espacios ribereños y marítimos, con presencia de zonas
salitrosas.
Un elemento presente en el poblamiento correspondiente a las
comunidades indias refiere a los diversos emplazamientos de los
asentamientos misionales, o a un segundo ciclo de concentraciones
(podríamos decir, recongregaciones), como el referido de los bacoregüis a
los ahomes. A lo largo del siglo XVII este proceso continuó de manera
lenta, pero con una tendencia muy clara. El caso de los pueblos del Évora es
el extremo de este fenómeno, pues si al inicio del siglo XVII se mencionan
ocho asentamientos, sólo quedaba uno al finalizar el siglo, precisamente el
del asiento de la cabecera, llamado San Miguel de Mocorito (ver mapa II-
1).153
Poco queda de la información concreta del proceso de transformación
de las 80 rancherías del Yaqui que había por 1617, a las siete misiones que
había al mediar dicho siglo. Testimonios de primera mano, como los que
tuvo el padre Lorenzo José García en 1744, misionero de San Ignacio de
Tórim quien dispuso de “los libros y papeles de esta misión, las noticias de
autos, voces comunes y tradiciones y otras particulares experiencias e
informes” son de particular importancia pues contienen resonancias de

152
“Informe sobre el centro de las misiones sinaloenses, compilado por el padre
Lucas Luis Álvarez, visitador, 30 de noviembre de 1744”, en Ernesto J. Burrus y Félix
Zubillaga, Misiones mexicanas de la Compañía de Jesús 1618-1745 (cartas e informes
conservados en la colección Mateu), Madrid, ediciones José Porrúa Turanzas, S.A.
“Colección Chimalistac No. 41”, 1982, p. 107.
153
Martín Pérez, “Relación de la provincia… op. cit.

90
testimonios hoy inexistentes respecto del antiguo poblamiento y sus
transformaciones.
Nos presenta en primer lugar el testimonio de un repliegue de la zona
poblada por los yaquis, desde Tesamo, su primer emplazamiento río arriba,
hasta Cócorim, ocho leguas abajo. Lo cierto es que aun despoblado Tesamo
los yaquis continuaron disfrutando –como hoy- su antiguo territorio que

91
además de la zona ribereña incluía las montañas del Bacatete, como extremo
norte154.
En el caso del pueblo de Tórim, la información es más precisa en
cuanto a los cambios en los asentamientos:

En sus principios y por algunos años después, fueron tres los pueblos de
visita de esta misión de Tórim. Primero el pueblo de Cuumuorim; segundo
el referido Vícam; tercero el pueblo de Vaatzopoim… pero desde el año de
mil seiscientos y veinte y tres se pasaron los del pueblo de Cuumuorim al
de Vícam; y por el año de 1650, se pasaron también al mismo Vícam los
del pueblo de Vaatzopoim, a causa de haberse llevado el río, en sus
inundaciones, esos años, los dichos dos pueblos, cuyas familias se
mantuvieron en dicho Vícam haciendo parcialidades distintas, con
separación de gobierno y capillas, hasta el año de mil setecientos y diez,
que se juntaron todas en un cuerpo, al comando de un solo gobernador y
con asistencia y reconocimiento a una sola iglesia y pueblo, que es el que
hasta hoy llaman Vícam.155

Un proceso similar debió acontecer en el establecimiento definitivo del


resto de los pueblos del Yaqui, sin embargo, se carece de información al
respecto. En otros casos, como el de los pueblos serranos del entorno
cercano de la villa de San Felipe y Santiago de Sinaloa, contamos con un
seguimiento más puntual de los mismos misioneros, quienes destacaron los
problemas a que se vieron enfrentados al reunir en los mismos
asentamientos a pueblos de distintas naciones, que en este caso también
hablaban distinta lengua.

154
“Informe de la misión de San Ygnacio de Tórim, compilado, 20 de septiembre
de 1744, por el padre Lorenzo José García”, en Ernesto J. Burrus y Félix Zubillaga,
Misiones mexicanas de la Compañía… op. cit., pp. 66 y 67.
155
“Informe de la misión de San Ygnacio de Tórim … op. cit., pp. 73 y 74.

92
Los pueblos de Ohuera, Chicorato y Bacubirito, particularmente, se
integraron por un conglomerado de antiguos pueblos. El primero se integró
por los de San Ignacio Huazaveteni, la Magdalena Tepometenina y San
Joseph de Cahuameto. Como su administración dependía originalmente de
un solo misionero, (el encargado de las tierras altas de la villa de Sinaloa),
fue éste el principal promotor de su congregación en un solo asentamiento.
Lo mismo pasó con el de Bacubirito, que se compuso de bacubiritos,
terahuitos y bacapas.156
La memoria histórica de los pueblos de origen permaneció en los
asentamientos que los recibieron pues fueron establecidos en parcialidades
separadas, que permitió con el paso de los años que se siguieran
identificando como de un determinado asentamiento antiguo157.
En este proceso jugaron un papel clave los misioneros de la
Compañía de Jesús, pues fueron ellos quienes dispusieron los cambios en
cuanto a los lugares de asentamiento de los indios. Sin embargo no debemos
subestimar que en el fondo se encuentra la catástrofe demográfica que
sobrevino al encuentro del mundo hispano con el de los indios cahitas.
Se ha llamado nuestra atención de los efectos de las enfermedades
como el cocolixtle traídas por los conquistadores. Se considera que en el
caso de los indios cahitas, aunque las enfermedades llegaron con los
conquistadores, cuyas primeras incursiones datan de la década de 1530,
éstas no manifestaron su capacidad destructiva antes de los establecimientos
misionales. Lo que sí queda claro es que fue en el contexto del

156
“El padre Bernardo de Mercado relata descriptiva e históricamente las misiones
de Chicorato y Ohuera, 21 de enero de 1744”, en Ernesto J. Burrus y Félix Zubillaga,
Misiones mexicanas de la Compañía… op. cit., pp. 58-60.
157
“El padre Bernardo de Mercado relata... op. cit., pp. 58-60.

93
reordenamiento poblacional que las enfermedades manifestaron sus
consecuencias catastróficas.158
Andrés Pérez de Ribas ha destacado la relación que hubo entre los
primeros contactos de los jesuitas con la población cahita y la muerte, sobre
todo, de la población infantil. Así, expresaba que

Y quien pensara que entre tigres fieros, cuales eran estas bárbaras naciones,
había de sacar Dios para su cielo una manada de más de seis mil corderitos
inocentes, que en los primeros años de la doctrina de esta misión, murieron
con la gracia bautismal, sin otros muchos adultos que acabados de bautizar
en peligro de muerte se fueron al cielo…159

La primer gran mortandad aconteció en 1593, y en los años


subsecuentes hubo nuevas manifestaciones de éste tipo, a medida que la
evangelización avanzaba. Daniel T. Reff realizó un seguimiento
pormenorizado de estas primeras epidemias, encontrando su carácter
recurrente. Así, ha mostrado como estas se manifestaban en lapsos de entre
5 y 8 años, periodos en los que surgían nuevas generaciones de indios
susceptibles. Después de la primera, consigna las de 1601-1602, que alcanzó
incluso a los indios del Mayo, y la de 1606-1607 que alcanzó la zona del
Yaqui y algunas otras para el resto del siglo XVII.160
Las epidemias se convirtieron en un fenómeno característico de ésta
fase del poblamiento del territorio de tal forma que para los mismos

158
Rafael Valdéz Aguilar, Epidemias en Sinaloa, Culiacán, Sinaloa, México,
UAS.
Andrés Pérez de Ribas, Historia de los triumphos… op. cit., p. 129.
159
160
Daniel T. Reff, Disease, Depopulation and Cultura Change in Northwestern
New Spain, 1518-1764, University of Utah Press, Salt Lake Press, pp. 132-160.

94
misioneros se convertía en algo cotidiano que murieran cientos de párvulos,
por lo que incluso se dejaban de levantar las actas de defunción.161
Un elemento que influía en el aspecto de la baja demográfica refiere a
la inseguridad alimentaria de los primeros años de las misiones, en la
medida en que era de éstas de donde obtenían tanto los españoles como los
indios su sustento. Así, en la década de 1620 encontramos que las
epidemias, así como la salida de los indios de los pueblos se relacionaban
con las dificultades para obtener alimentos suficientes para los
asentamientos misionales.
La solución de los problemas para la alimentación de la población
corrió a cargo de los propios misioneros de la Compañía de Jesús.
Cuestiones de gran envergadura para la época como son la construcción de
represas fueron planteadas por hombres como Hernando de Villafañe, uno
de los primeros misioneros en la región. En el caso de la villa de San Felipe
y Santiago de Sinaloa en 1625 se construyó al menos una acequia con
motivo de aprovechar el agua del río para el riego. Con ello se habilitaron
tierras de “panllevar” para el cultivo de trigo y maíz.162
En adelante la situación fue de mayor seguridad en su entorno,
mientras que en las tierras del Yaqui en las mismas fechas se vivían

161
“Carta Annua de la provincia de Nueva España, 1625”, AGN, Misiones, Vol. 25,
f. 138v. Se refiere en concreto al “Colegio y misiones de Cinaloa”.
162
“Carta Annua de la provincia de Nueva España, 1625… documento citado, f.
138v y 139 y “Annua del Colegio y misiones de Cinaloa, de los años de 1625 y 26”,
AGN, Misiones Vol. 25, f. 149. Por medio de los mecanismos de comunicación de la
Compañía, entre el general de la orden y los propios misioneros aparecen desde 1623
muestras de malestar entre los jesuitas y entre el rector del colegio de Sinaloa, Hernando
de Villafañe, se le acusaba de querer “sacar un río en Cinaloa en que sería menester gastar
más de 9000 ducados que serían la ruina de aquel Colegio”. Aunque desconocemos el
costo de la obra, es evidente que no quedó en proyecto. Carta del general al padre Juan
Lorencio, provincial de México, ARSI, México 02, 1625, f. 322.

95
momentos de escasez y enfermedad, siendo de estas últimas la de las
viruelas la que más daño causaba entre los indios. Posteriormente, ya para
1628 se consignaban mejores condiciones, tanto para el río Mayo como para
el Yaqui:

En general ha habido este año muy buenas cosechas y temporales en todas


estas naciones y con ello mucha salud, que la falta de lo uno y de lo otro ha
sido lo que más ha inquietado a esta gente y estorbado a los padres a que no
vayan adelante con las conversiones y doctrinas… en los ríos de Mayo y
Yaqui, que son las cabeceras de las primeras que recibieron el santo bautizo,
están ya las cosas de la cristiandad muy adelante y muy bien asentadas y que
no les hacen ventaja los partidos sujetos a el Colegio (de Sinaloa) …163

A Pérez de Ribas, el cronista de la orden, llamó poderosamente la


atención el problema de las enfermedades, sobre todo en el caso de los
mayos, de los que consigna cómo, entre la entrada de los primeros padres y
la redacción final de su informe (1645) habría disminuido más de la mitad
de la población.164
Tanto en los pueblos del Zuaque, como en el Mayo y el Yaqui, las
epidemias llegaron antes de iniciado formalmente el proceso de
evangelización, situación que evoca los diversos contactos que había entre
estos grupos en la época del inicio del poblamiento hispano.
Sin embargo, no fueron sólo las enfermedades la causa de la
disminución del número de indios de sus pueblos, pues la salida con motivo
de trabajar en los ranchos, estancias y reales de minas de los españoles fue
un fenómeno recurrente desde los primeros tiempos del poblamiento
hispano. Junto con indios tarascos y otomíes que llegaron a la villa de San

163
“Carta annua de la provincia de la Nueva España, año de 1628”, AGN, Misiones
Vol. 25, fs. 202-203.

96
Felipe y Santiago en la década de 1580, como centro de la administración
civil y religiosa, la villa se convirtió en receptora de la población nativa del
entorno, ya que como observaba el padre Lucas Luis Álvarez un siglo
después, “no hay otros serviciales de que poder valerse con más
comodidad”165.
En el caso de la zona del río Mayo y el Yaqui encontramos que se
convirtió en el lugar de origen de cientos de indios que se establecieron
temporal o permanentemente en lugares bastante alejados, como son las
provincias de Culiacán, Chiametla y Parral, lugar éste último, donde se
convirtieron en el prototipo de los indios vagos y dados al libertinaje.166
Desde fines del XVII podemos encontrar en la provincia de Culiacán
pueblos formados por mayos, como son el de Sanalona, Bachigualato y
Bachimeto, en el entorno de la villa de San Miguel.167
Sólo en el caso de las “rancherías” del río Yaqui hubo una defensa
armada de la territorialidad indígena, sin embargo, después de dos
enfrentamientos con un ejército español y de indios aliados, los yaquis

164
Andrés Pérez de Ribas, Historia de los triumphos… op. cit., pp. 250-252.
165
“Informe sobre el centro de las misiones sinaloenses, compilado por el padre
Lucas Luis Álvarez … op. cit., p. 103. Aunque en el último tercio del siglo XVII se ha
consignado la presencia de negros esclavos del Colegio de Sinaloa, su importancia en
relación a los indios habría sido muy pequeña.
166
Sobre esta temática por ejemplo véase el expediente “Contra los indios sinaloas
por desobedientes a los justicias”, en el que se acusa a los indios de Sinaloa de “ladrones y
vagamundos”, AHP, 1673D, 2443-1951, 4 fs. Los mismos indios tarahumaras decían que
los indios sonoras y sinaloas “no servían de nada, sino de hurtar bestias hacia el Parral y
traerlas a esta tierra adentro y llevarles las hijas a dichos tarahumaras y estar solamente
haciendo vino y borracheras”, testimonio de Juan Lucas, Luis Miguel, Vicente (capitán
tarahumara) y Nicolás (gobernador de “Las Cuevas”).
167
Gilberto López Castillo, Composiciones de tierras… op. cit., pp. 133-134.

97
capitularon con la monarquía, dando así inicio al establecimiento de las
misiones.168
Ésta, a través de sus jueces administradores desarrolló un papel de
promotor del poblamiento hispano, mediante la pacificación del territorio y
el respaldo a la actividad misionera. En torno a la institución de la misión, o
los “pueblos de misión”, se realizaron grandes transformaciones al
poblamiento antiguo, caracterizado por un diferenciado desarrollo
agropecuario y una ocupación intensiva de las zonas ribereñas.
Cada misión recibió tierras asignadas para su mantenimiento
mediante el cultivo de diversos granos, logrando asimismo un amplio
desarrollo ganadero que las diferenció de otras por la consolidación
económica de los asentamientos misionales. Así, aunque también hubo
misiones en Culiacán, Chiametla, Topia, Tepehuanes y California, no
tuvieron un éxito comparable a las de la región misional de Sinaloa y
Ostimuri.169
Asimismo, este proceso devino en la incorporación de la población
nativa a las actividades de los pobladores y autoridades hispanos. No fue un
proceso lineal, en el que los naturales simplemente se dejaron llevar, sino
que, al contrario, los miembros de las comunidades tuvieron una
participación activa, algunas veces sí, de cooperación, pero muchas otras de
oposición y resistencia frente a las nuevas medidas que se les aplicaron.

El proceso de establecimiento de las misiones se reflejó en un


permanente desplazamiento de la frontera noroeste de Nueva España. Los
jesuitas jugaron en este contexto un papel geopolítico de primer orden al

168
La narración detallada de esta etapa de la entrada de los españoles se encuentra
en Andrés Pérez de Ribas, Historia de los triumphos… op. cit., pp. 283-300.

98
apropiarse para las misiones de las mejores tierras, realizar el avance
adoctrinador (y colonizador) en las márgenes de los ríos y reordenar los
asentamientos indios.
Asimismo, como se ha dicho, abrieron las puertas a la colonización
civil de primordial interés para la monarquía. A la entrada de los misioneros
y el establecimiento de jurisdicciones eclesiásticas siguió el avance poblador
hispano, un proceso que devino asimismo en la formación de las provincias
mencionadas y que se desarrollará en el siguiente capítulo.
Tradicionalmente se le ha dado al papel desempeñado por los reales de
minas un rol decisivo en la configuración del poblamiento hispano. Nuestra
propuesta es que más allá de los asentamientos surgidos en el último tercio
del siglo XVII, la minería jugó un papel sólo complementario para la
consolidación del territorio, en relación al notable poblamiento de ranchos y
estancias ganaderas iniciado desde la entrada de la Compañía de Jesús y,
sobre todo, del establecimiento de un destacamento de milicianos en el
Fuerte de Montesclaros que funcionó como extensión del presidio de
Sinaloa a partir de 1608. Ambos asentamientos contribuyeron a un temprano
poblamiento hispano, sobre todo en la zona entre los ríos Mocorito y Mayo,
ya que los soldados fueron asimismo criadores de ganado mayor desde los
inicios del poblamiento de la región.
Sergio Ortega propone la formación de un gran ámbito regional que
incluye, además de las provincias referidas de Sinaloa, Ostimuri y Sonora,
las de Culiacán, Chiametla y California. En ésta propuesta, las primeras tres

169
Sergio Ortega N., Un ensayo de historia regional..., pp. 52-63.

99
provincias son identificadas como la “subregión misional”, precisamente
por el modo en que fueron colonizadas.170
Desde nuestra perspectiva, y de acuerdo con Eric Van Young en que
las regiones “se ven”, incluso al interior de las que Ortega llama subregiones
podemos identificar un espacio regional con una clara coherencia interna
originada por un poblamiento indio relativamente uniforme de las
“naciones” cahitas.
La formación de esta región, cuyos orígenes se encuentran en el siglo
XVI se manifestó asimismo en relación al resto del noroeste novohispano,
pues se trató del territorio de mayor densidad demográfica de la sociedad
nativa, el que tuvo una mayor uniformidad de lenguaje y asimismo, ya
establecidas las misiones, el que desempeñó un rol nuclear en el ámbito
administrativo de la Compañía de Jesús, independientemente del ámbito
administrativo civil.171
Consideramos en todo caso, en relación a la la propuesta de Sergio
Ortega relativa al Noroeste como objeto de análisis que él ámbito regional
obedece asimismo a las necesidades de explicación del investigador y que
en este caso, la elección de un territorio y periodo temporal más restringido,
como el cahita que ahora proponemos, ofrece resultados más claros, pues
permite el trabajo directo con las fuentes y una mayor profundización de las

170
Sergio Ortega Noriega, Un ensayo de historia regional… op. cit.
171
En este sentido estamos de acuerdo con Bernardo García cuando expresa que
“las regiones son espacios difusos que pueden superponerse o estar comprendidos dentro
de otros, pues no son por fuerza excluyentes”. Bernardo García, El desarrollo regional…
op. cit., p. 43.

100
especificidades locales, que suelen perderse a medida que la lupa ensancha
su foco de análisis.172

172
Jaques Revel, Jeux d´échelles, la micro-analise à l´experience, París,
EHESS/Seouil/Gallimard, 1996.

101
Capítulo III. El entorno civil del poblamiento misional

… con el amparo de los padres está


fundada una buena villa, poblada de más
de ochenta vecinos, y muchos de ellos
soldados de grande valor y experiencia
en guerras y empresas de este nuevo
mundo. Para su sustento han poblado
muchas estancias de ganado mayor y
tierras de sementeras, de donde reciben
los reales de minas circunvecinas abasto
de mantenimiento y los vecinos
aprovechamiento de plata. Demás de los
dichos vecinos españoles se les han
agregado otro buen número de indios
ladinos.173

En este capítulo me propongo realizar una nueva aproximación relativa al


contexto civil del poblamiento misional referido a los siguientes aspectos:
¿cuáles fueron las circunstancias del establecimiento de instancias de
gobierno en la alcaldías de Sinaloa y Ostimuri?, ¿qué rasgos adquirió la
administración del territorio en el proceso de transición entre la frontera
chichimeca y la frontera misional?, ¿cómo se manifestaron las relaciones de
poder entre los distintos ámbitos administrativos que confluyeron en el
antiguo territorio cahita? y, finalmente, ¿cuál fue el contexto del
establecimiento de pobladores hispanos en tierra de frontera?

173
Andrés Pérez de Ribas, Historia de los triumphos… op. cit., pp. 128-129.

102
Se trata de una serie de cuestionamientos cuyas respuestas
contribuirán a una mejor comprensión de la historia del antiguo territorio
cahita que, con excepción de Luis Navarro García, usualmente sólo ha sido
objeto de atención principalmente por su carácter de tierra de misiones,
quedando el aspecto del poblamiento civil como un asunto secundario,
marginal incluso ante la presencia misional.174

a) La configuración administrativa

Al iniciar el siglo XVII el mundo hispánico continúa su proceso de


expansión. Mientras que en la parte central de Nueva España se han dejado
atrás los sobresaltos de la conquista, otros ámbitos del virreinato se
encuentran en pleno proceso de conformación. Se trata de un proceso que ha
sido descrito en sus líneas generales por Andrés Lira y Luis Muro en su
ensayo, ya clásico “El siglo de la integración”, en el que se preguntan “¿no
es en este siglo –XVII- cuando se definen como tales inmensas y pequeñas
regiones de nuestro país, al irse asentando en ellas grupos de españoles,
indígenas y negros que venían dando origen a sociedades mestizas?”175
Se trata, en cada caso, de los distintos procesos de poblamiento, cada
uno con su peculiaridad de acuerdo con las condiciones propias de cada
región. En el caso de la antigua provincia de Sinaloa, se abre apenas la

174
En la obra de este autor se notó desde hace cuatro décadas una convicción de
que la historia de las misiones era uno de los capítulos más conocidos de la historia de
Sinaloa y Sonora. Luis Navarro García, Sonora y Sinaloa… op. cit., p. 11.
175
Andrés Lira y Luis Muro, “El siglo de la integración”, en Historia general de
México, versión 2,000, México, COLMEX, 2000, pp. 309-310.

103
entrada de pobladores hispanos. Se trata de la continuación de un proceso
iniciado por Nuño de Guzmán y que se había detenido desde 1531.
De hecho el establecimiento de instancias de gobierno por parte de la
monarquía en los territorios del occidente y norte novohispano fue
temprano. Éste obedeció en buena medida a los impulsos iniciales de la
conquista realizada por Guzmán entre 1530 y 1531. Así, correspondió al
conquistador la delimitación de un nuevo reino, llamado de la Nueva Galicia
a partir de las guerras de conquista por él dirigidas contra diversos grupos
indios que incluyeron desde la zona al norte de los grupos tarascos,
siguiendo la costa del Pacífico hasta la de los tahues de Culiacán.
La organización del territorio en torno a una audiencia, primero en la
ciudad de Compostela (1548-1570) y posteriormente en la de Guadalajara
(desde 1570), cristalizó en el ámbito administrativo mayor al que fueron
adscritas las alcaldías o provincias costeras en un primer momento, desde
Compostela y Acaponeta, hasta Culiacán176.
Por su parte, las incursiones de Francisco de Ibarra, a partir de
Zacatecas significaron para la monarquía la conformación de una nueva
gobernación llamada Nueva Vizcaya, que con sede en la villa de Guadiana
se encargó de la administración de los territorios por éste conquistados,
tanto en el altiplano de la sierra madre occidental, como en sus vertientes,
hacia las costas del Pacífico, donde se ubicaron inicialmente las alcaldías de

176
Sobre la primera etapa de la audiencia se puede consultar a Rafael Diego
Fernández Sotelo, La primigenia audiencia de la Nueva Galicia 1548-1572, respuesta al
cuestionario de Juan de Ovando por el oidor Miguel Contreras y Guevara, Zamora,
Mich., El Colegio de Michoacán-Instituto Cultural Ignacio Dávila Garibi, 1994, y en
general, sobre la audiencia el ya clásico estudio de John H. Parry, La audiencia de Nueva
Galicia en el siglo XVI, estudio sobre el gobierno colonial español, Zamora, El Colegio
de Michoacán-Fideicomiso Teixidor, 1993 (Primera edición en inglés Cambridge
University Press, 1948).

104
Chiametla y Sinaloa; y posteriormente, ya entrado el siglo XVII, las de
Sonora y Ostimuri177.
De hecho fue la alcaldía mayor la unidad de gobierno básica que se
estableció en la región, a diferencia de otros ámbitos donde se establecieron
corregimientos.178 Cada alcaldía recién fundada era administrada por un
alcalde mayor, asimismo en ocasiones se le dotaba de un cabildo, formado
por los principales pobladores de los nuevos asentamientos. Como las
alcaldías norteñas eran territorios muy amplios, fue usual el establecimiento
de tenientazgos, es decir, de unidades administrativas más pequeñas donde
una autoridad nombrada por el alcalde, llamado encargado de justicia o
teniente, lo representaba a escala local. También ocurría que el alcalde se
sirviera de “tenientes” que lo auxiliaban respecto de la administración de la
justicia, incluso en la sede de su gobierno.179

177
El estudio clásico sobre los orígenes de la Nueva Vizcaya es el de Lloyd
Mecham, Francisco de Ibarra… op. cit. La consecuente formación de jurisdicciones ha
recibido la atención de Luis Navarro García en Sonora y Sinaloa... op. cit. Peter Gerhard
ha dedicado asimismo una serie sobre geografía histórica novohispana utilizando como
base la alcaldía mayor. En La frontera norte de la Nueva España este autor aborda
mediante estudios monográficos, entre otras alcaldías del norte, las de Sinaloa y Ostimuri.
De mi parte, en la tesis de maestría dediqué especial atención al proceso de formación de
los ámbitos administrativos de las provincias de Chiametla y Culiacán, Gilberto López
Castillo, Composición de tierras y tendencias de poblamiento… op. cit.
178
Woodrow Borah, “El desarrollo de las provincias coloniales”, en Woodrow
Borah (Coord.), El gobierno provincial de la Nueva España, México, UNAM, 2002 (1ª.
Ed. 985), p. 33. Respecto de los términos para designar a las jurisdicciones menores se
consideran aquellos utilizados en la época. De hecho fue más usual en el siglo XVI hablar
de “provincias”, mientras que al consolidarse los mecanismos administrativos y definirse
las jurisdicciones a lo largo del XVII se utilizó con mayor frecuencia el de “alcaldía”. El
calificativo de “costeras” utilizado en ésta investigación es un recurso utilizado con vistas
a distinguirlas, al interior de la Nueva Vizcaya, de las “serranas”, o las del altiplano, más
cercanas a la capital de Durango.
179
Estos funcionarios subdelegados desempeñaron tareas administrativas y
judiciales en primera instancia con apelación al tribunal del alcalde mayor, Woodrow
Borah, “El desarrollo de las provincias … op. cit., p. 34. En mi caso, desarrollé un trabajo
previo titulado El real de las Oncemil Vírgenes y su distrito: breve historia colonial de

105
Desde los años iniciales de la Nueva Vizcaya el entrecruzamiento de
jurisdicciones de la organización administrativa se convirtió en fuente de
conflictos de manera recurrente.180 El poblamiento hispano del territorio y el

Cosalá, (Culiacán, Sinaloa, INAH-H Ayuntamiento de Cosalá, 1998), que se trata de la


historia de un tenientazgo de la provincia de Culiacán, ubicada al sur de la de Sinaloa.
180
El caso de la provincia de Chiametla es ilustrativo en cuanto a este tipo de
problemas. Al haber sido fundada por Guzmán, ésta provincia se integró de origen a la

106
origen de los ocupantes en casos de conflicto, fue una cuestión de peso en la
hora de toma de las decisiones respecto de la definición de los ámbitos
administrativos, pues la monarquía como principal promotora de los
establecimientos españoles decidía, usualmente a favor de aquellos que
garantizaran la permanencia de los mismos.
De las provincias de la costa en general se puede afirmar que fueron
marginales tanto a la audiencia como a su respectiva gobernación, pues
aparte de las grandes distancias, la comunicación con la Nueva Vizcaya se
veía entorpecida por la sinuosa orografía de la Sierra Madre Occidental, que
separaba la villa de San Felipe y Santiago de la ciudad de Durango y del real
de Parral, de tal forma que sólo de manera esporádica los gobernadores del
reino recorrieron el territorio para supervisar su administración.181
Sin embargo, como veremos el siglo XVII fue el de la configuración
definitiva de éstas provincias a partir del proceso poblador abierto tras el

Nueva Galicia. Sin embargo, el despoblamiento del territorio realizado por los españoles
en 1535 que se prolongó por tres décadas permitió el establecimiento de Francisco de
Ibarra, conquistador de la Nueva Vizcaya. Aunque hubo una serie de quejas por las
autoridades de la Nueva Galicia, lo cierto es que ésta perdió en la práctica lo que en
derecho le había correspondido, ya que no pudo dar marcha atrás a la nueva situación.
Lloyd Mecham J., Francisco de Ibarra … op. cit. y Guillermo Porras Muñoz, Iglesia y
Estado en Nueva Vizcaya (1562-1821), México, UNAM, Instituto de Investigaciones
Jurídicas, 1980, p. 15. Sin embargo, este tipo de problemas también acontecían en las
escalas superiores de la administración del virreinato. Piestchmann, refiriéndose a los
virreyes y las audiencias afirmaba que había una gran cantidad de traslapes de
competencia. De acuerdo con este autor, esto se incrementó más por el hecho de que una
persona determinada ocupaba distintos cargos administrativos, cada uno con competencias
y límites jurisdiccionales diferentes. Horst Piestchmann, Las reformas borbónicas… op.
cit., pp. 62-63.
181
Luis Navarro García, Sonora y Sinaloa… op. cit., pp. 117 y Gilberto López
Castillo, Composición de tierras y tendencias de poblamiento… op. cit., pp. 118-125.

107
establecimiento de los jesuitas en la villa de San Felipe y Santiago de
Sinaloa.182
Por su parte, el sucesivo establecimiento de obispados en México
(1530), Michoacán (1538), Guadalajara (1548) y Durango (1621) marcó, en
cada caso etapas del avance poblador hispano hacia el occidente y el norte
del virreinato.183 A partir de este primer avance extensivo hubo un nuevo
proceso de consolidación en cuanto a la administración de las diócesis.
El obispado de Durango, por ejemplo, corresponde en términos
generales al territorio de la Nueva Vizcaya y su establecimiento tuvo que
ver con la toma de conciencia de las autoridades de la gran extensión del de
Guadalajara a partir de dos visitas, una, la del obispo Alonso de la Mota y
Escobar en 1605184 y otra, la del presbítero y dueño de haciendas de Tepic,
Domingo Lázaro de Arregui, en 1621.185

b) Provisión de autoridades y delimitación de jurisdicciones

Los territorios correspondientes al reino de la Nueva Vizcaya quedaron


circunscritos en el ámbito de la audiencia de Guadalajara. Correspondía por
ello a su presidente nombrar a los alcaldes mayores, sin embargo, -de

182
Sergio Ortega Noriega, Un ensayo de historia regional… op. cit.,
especialmente el apartado “La conquista y colonización de Oasisamérica 1591-1700”, pp.
51-69.
183
Peter Gerhard, La frontera norte … op. cit., pp. 308-309.
184
En este caso, el nombre mismo del informe da la idea de un muy amplio
territorio. Alonso de la Mota y Escobar, Descripción geográfica de los reinos de Nueva
Galicia, Nueva Vizcaya y Nuevo León, México, Ed. Pedro Robredo, 1940.
185
Domingo Lázaro Arregui, Descripción de Nueva Galicia… op. cit.

108
acuerdo con Luis Navarro García- por más de un siglo fueron los
gobernadores quienes nombraron a los beneficiados con este cargo,
conservándose así la tradición impuesta desde la época de Francisco de
Ibarra186.
Cuando el presidente de la audiencia de Nueva Galicia, don Diego
Nuñez Morquecho, solicitó en 1630 al monarca determinase a quien
correspondía ofrecer los nombramientos, la respuesta del fiscal de Consejo
pidiendo se guardase la costumbre fortaleció la figura del gobernador, o al
menos, como expresa nuestra fuente, evitó una disensión más entre las
autoridades indianas.187
Desde fines del siglo XVI nos encontramos con algunos de los
nombramientos de autoridades provenientes de la villa de Guadiana, como
el de Antonio Ruiz quien ejerció como alcalde mayor todavía en 1599,
quien fue sucedido por Diego Martínez de Hurdaide188. Éste tipo de
documentación nos ilustra sobre el proceso de conformación administrativa,
pues si hacia el norte la provincia de Sinaloa carecía de límites precisos, ello
también ocurría hacia el oriente, donde según veremos Nueva Vizcaya y
Nueva Galicia se disputaban el dominio de asentamientos serranos.
El nombramiento de autoridades para un territorio indica pues el
reconocimiento de nuevos ámbitos administrativos, aunque éstos se
encuentren, como era el caso de las alcaldías de la costa, en pleno proceso

186
Luis Navarro García, Sonora y Sinaloa… op. cit., pp. 76 y 77.
187
Luis Navarro García, Sonora y Sinaloa… op. cit., pp. 76 y 77.
188
Diego Martínez de Hurdaide fue el capitán de las armas de Sinaloa, al menos
desde 1598. Bajo su responsabilidad la monarquía delegó la entrada y pacificación de las
tierras entre los ríos Zuaque y Yaqui. Tuvo en general una buena relación con los
miembros de la Compañía de Jesús, pues brindó seguridad a los misioneros durante el
primer cuarto del siglo XVII, Antonio Nakayama Arce, Sinaloa, el drama y sus actores,

109
de formación. Se trataba, en los casos de reales de minas acaso de una
promesa para la monarquía, que no siempre daba los frutos esperados.
Más allá del nombramiento del gobernador, la provisión de
autoridades fue un problema constante, pues además de asuntos de límites,
había problemas entre las distintas instancias administrativas por una
imprecisa facultad para realizar los nombramientos o respecto de la
jurisdicción que a cada quien correspondía.
Es conocido que los virreyes solían nombrar a los gobernadores del
septentrión entre los miembros de su clientela. De acuerdo con Chantal
Cramaussel éstos gozaban de amplios poderes, pues administraban justicia,
repartían tierras y encomiendas, otorgaban repartimientos, nombraban
justicias, eran capitanes generales y detentaban el vicepatronato
eclesiástico.189 Sin embargo, había casos en los que al gobernador lo
nombraba directamente el monarca, como en los de don Gonzalo Gómez de
Cervantes, en 1631, y de don Luis de Monsalve, al año siguiente.190
En la siguiente escala administrativa, no había duda que era el
gobernador de la Nueva Vizcaya quien nombraba a los alcaldes mayores.
Sin embargo, cuando el gobernador y la audiencia se disputaban un ámbito
específico la definición no era sencilla. Luis Navarro nos presenta un caso
de este tipo cuando refiere que en 1603 diversos pobladores provenientes de
la villa de San Miguel de Culiacán habían establecido un real en Vacapa, 20

Instituto Nacional de Antropología e Historia/Centro Regional del Noroeste, México,


1975, pp. 63-66.
189
Chantal Cramaussel, “Tierra adentro y tierra afuera. El septentrión de la
Nueva España”, en Oscar Mazín (ed.), México en el mundo hispánico… op. cit., v. 1, pp.
75-76.
190
“Libro donde se asientan los títulos de los gobernadores de este reino y
provincias y de los alcaldes mayores, oficiales reales y ministros de real hacienda”, AHD,
Cajón 8, exp. 17, f.130v. En el último caso el nombramiento era por cinco años.

110
leguas al oriente de la villa de Sinaloa, de tal forma que la Audiencia de
Guadalajara mandó un teniente de alcalde mayor con el objeto de tomar
posesión de los descubrimientos, nombrados Santiago Carantapa y San
Juan.191
No se trataba de un simple límite entre provincias, pues del que ahí se
estableciera dependía también la división de los ámbitos entre los gobiernos
de Guadalajara y Durango, respectivamente. Por su parte, el gobernador de
la Nueva Vizcaya, Francisco de Urdiñola, emprendió una campaña legal con
el objetivo de recuperar para ese reino aquel territorio, misma que fue
atendida, pues conocemos que al menos entre 1614 y 1634 se proveía el
cargo de alcalde mayor de las minas de Santiago de los Caballeros y San
Ignacio por parte de las autoridades de Durango.192
Si bien se carece de información sobre la autoridad que mantuvo el
control posteriormente, es de suponerse que haya sido el gobernador de la
Nueva Vizcaya, pues todavía en 1695 se nombró desde Parral un “alcalde
mayor y capitán a guerra” que correspondió al capitán Ygnacio Zavala
Yramendi.193 Sólo en el siglo XVIII la situación administrativa se aclaró de
manera temporal, pues esta parte de la sierra quedó incluida en la provincia
de Culiacán.194

191
Luis Navarro García, Sonora y Sinaloa … op. cit., pp. 22-23.
192
Se pueden consultar al respecto las provisiones de capitán y alcalde mayor
dadas por los gobernadores de la Nueva Vizcaya a Vernabé Pérez (1614), Lucas Blanco
(1616), Gerónimo de los Reyes (1619), Diego Clemente García (1620)Pedro de Cárdenas
(1622 y 1623) y Juan Encinas (1624), en Archivo Histórico de Durango (AHD),
expedientes 81 y 82.
193
Título de alcalde mayor y capitán a guerra del real y minas de Santiago de Los
Caballeros, Santa Cruz de Stremadura y San Ygnacio Carantapa en el capitán Ygnacio de
Zavala Yramendi, Parral, 18 de noviembre de 1695, AHP, año 1695, fs. 134-135v.
194
Gilberto López Castillo, Composición de tierras… op. cit., p. 150.

111
Otro punto conflictivo fue el hecho de que el capitán del presidio de
Sinaloa, al tener bajo su responsabilidad cuestiones de guerra recibiera su
nombramiento directamente del virrey. Ello significaba confrontaciones,
pues al tener su sede ambos en la villa de San Felipe y Santiago de Sinaloa,
el alcalde y el capitán recelaban del otro su ámbito de administración.
Se trataba asimismo de distintas vertientes de una misma cadena de
fidelidades que confluían en la persona que los nombraba, es decir, -
usualmente- en el virrey y que continuaba hasta el monarca. Cabe decir que
en el terreno de los hechos, cuando había desacuerdo sobre el ámbito
correspondiente a los capitanes y a los alcaldes mayores, el capitán llevaba
la iniciativa, en tanto era quien ostentaba la fuerza militar.
En el caso de la primera autoridad local del siglo XVII no hubo este
tipo de problemas, pues en aquella época se requería un control férreo y
caudillesco del territorio de tal forma que Diego Martínez de Hurdaide
conjugó de origen los nombramientos de capitán del presidio y alcalde
mayor195.
Pero ya en la década de 1630 el gobernador don Luis de Monsalve
empezó a reclamar la jurisdicción de guerra, de tal forma que ante la queja
del capitán del presidio Francisco de Bustamante respecto de las intenciones
de alguna Monsalve, el virrey mandó que el gobernador no participara en

195
En este sentido, los testimonios de Andrés Pérez de Ribas no dejan lugar a
dudas, pues desde la perspectiva de la Compañía de Jesús la labor de Hurdaide en la
pacificación del territorio fue invaluable pues fue bajo la responsabilidad de sus armas que
aconteció el avance misional a los ríos Zuaque, Mayo y Yaqui. Andrés Pérez de Ribas,
Historia de los triumphos … op. cit. Gracias a su fama de gran cristiano y amigo de los
jesuitas, el mismo general buscó mover sus influencias para obtener beneficios a su favor
en la ciudad de Madrid, “El padre general al padre Juan Castiani, Cinaloa”, ARSI, Ep.
Gen. 1599-1638, f.267v y “El padre general al capitán Diego Martínez de Hurdaide”,
ARSI, Ep. Gen. 1599-1638, f. 267v.-268.

112
cosa de lo que tocase a la provincia de Sinaloa, quedando ésta en
jurisdicción de los capitanes del presidio196.
La década de 1640 está marcada por el inicio del poblamiento
hispano de Sonora. Se trata nuevamente de la segunda parte de una empresa
iniciada por los jesuitas, quienes habían entrado al río Yaqui para misionar
en los pueblos de indios desde 1617. En este caso el capitán del presidio de
Sinaloa, don Pedro de Perea -quien ocupó el cargo después de Martínez de
Hurdaide- obtuvo del virrey Cadereita capitulaciones en las que se
comprometía a poblar con españoles los territorios allende el río Yaqui, que
habrían de llamarse “provincia de la Nueva Andalucía”. Al provenir la
avanzada de Sinaloa, fue de esta alcaldía de donde salieron los pobladores
que inicialmente acompañaron a Perea, incluyendo un contingente de
cuarenta soldados, 25 de los cuales sostendría por su cuenta.197
Como es sabido, se estableció la sede del nuevo gobierno cerca de las
minas de Santiago de Tuape. La incursión de Perea devino en conflictos con
los misioneros de la Compañía de Jesús, al ser acusado de mal trato a los
indios. Además, las autoridades de Sinaloa solicitaron la restitución de 15 de
los soldados al asentamiento defensivo de El Fuerte de Montesclaros, en las
riberas del Zuaque. Debido a estos conflictos, Perea buscó solucionar la
escasez de pobladores y soldados con familias provenientes de Nuevo
México. Sin embargo, el mayor problema se presentó en el marco del
conflicto con los jesuitas, tras el cual había llevado, también de Nuevo

196
“Nombramiento del capitán de los presidios de Sinaloa a favor de don Gaspar
de Quesada para que ejercite cuanto en el se dispone”, AHP, 1653 (incluye tal disposición
de 1636, dada por el marqués de Cadereita).
197
Ana María Atondo Rodríguez y Martha Ortega Soto, “Entrada de colonos
españoles… op. cit., pp. 98-99.

113
México, misioneros franciscanos, lo que motivó las presiones del provincial
de la Compañía de Jesús.198
Se trata del único momento (la década de 1640) en que el ámbito de
misiones de la Compañía de Jesús fue compartido con miembros de otra
agrupación religiosa. Así, para evitar futuros conflictos de este tipo de
situaciones buscaron y lograron por medio del provincial la salida de los
franciscanos de la región.
Perea murió en 1645, cuando el virrey ya había designado como
sucesor en el puesto al capitán Pedro Porter de Casanate. Al dejar el espacio
en proceso de formación desató la fuerza expansiva de la monarquía, con
todo y los diversos intereses participantes dio pie para que se abriera una
corriente pobladora que, al igual que los misioneros de la Compañía de
Jesús lo habían hecho dos décadas atrás, siguió los cursos de los ríos y
cristalizó en el establecimiento de diversos reales de minas.
De acuerdo con Ana María Atondo y Martha Ortega, las primeras
minas en el territorio de la provincia de Sonora fueron del mismo Perea, así
como de los pobladores llegados de Nuevo México y sus descendientes.199
Sin embargo, en tanto los pobladores de Sinaloa fueron sus primeros
acompañantes, debieron éstos participar asimismo de la actividad minera.
El establecimiento de la alcaldía de Ostimuri entre los ríos Mayo y
Yaqui, territorio original de la alcaldía de Sinaloa y desde 1641 de la de
Sonora fue fruto de la consolidación administrativa de lo que había sido un
vertiginoso proceso de expansión de la provincia de Sonora. Era, en efecto,
una expansión extensiva que en un par de décadas vio florecer múltiples

198
Luis Navarro García, Sonora y Sinaloa… op. cit., pp. 221-223.
199
Ana María Atondo Rodríguez y Martha Ortega Soto, “Entrada de colonos
españoles… op. cit., p. 113.

114
“reales de minas”, intercalados entre los pueblos de misión,
fundamentalmente en las vertientes de la sierra madre.
La nueva alcaldía se caracterizó por conjugar la zona de la costa, que
era la más densamente poblada por los grupos indígenas mayo y yaqui, con
la de las tierras altas, ámbito preferido por los españoles para sus
explotaciones mineras. De acuerdo con Peter Gerhard la nueva
administración se originó en 1666 al haberse encontrado plata en Los
Gentiles, también denominado como San Ignacio de Ostimuri,200 lugar al
que el alcalde de Sonora envió un teniente, ámbito al que dos años más tarde
el gobernador Antonio de Oca Sarmiento erigió en alcaldía mayor.201 Para
los fines de esta investigación nos interesa particularmente la zona costera y
la parte de la vertiente occidental de la sierra madre, que fue el extremo
norte del territorio cahita.
Si el establecimiento de alcaldías, así como el ámbito de sus titulares
fue un asunto problemático, la existencia de tenientes en los distintos
asentamientos hispanos nos lleva a terrenos aún más imprecisos, pues los
alcaldes los nombraban donde les parecía conveniente, fundamentalmente
en relación con la actividad económica. En el caso de Ostimuri, éste tipo de
funcionarios se establecieron en los reales de minas que mantenían vigentes
sus explotaciones, de tal forma que ante la inestabilidad de la minería, los
tenientazgos carecían de permanencia.202

200
Peter Gerhard, La frontera norte… op. cit., p. 329.
201
Luis Navarro García, Sonora y Sinaloa… op. cit., p. 74.
202
Durante su administración como alcalde mayor de Ostimuri, que culminó en
1678, el capitán Antonio Carrillo contó con el auxilio de cinco tenientes, “Residencia que
se tomó al capitán Antonio Carrillo del tiempo que administró justicia en el real de San
Ildefonso de Ostimuri”, AHP, 1678-A, D-102, 35 fs. Por su parte, cuatro años más tarde,
Pedro Martínez Mendívil contó con seis tenientes, si bien no se consigna los lugares de

115
El entorno costero, en tanto que era una zona predominantemente
jesuítica, careció de un tenientazgo aparte y se administró desde la sede de
San Ildefonso de Ostimuri y, posteriormente, de Río Chico. Como veremos
más adelante, al finalizar el siglo XVII, gracias al florecimiento de la
minería se formó un enclave ranchero entorno al Valle de los Cedros, al
norte de Álamos donde al comenzar el siglo XVIII se identificaría el
tenientazgo de Varoyeca. Para Sinaloa, en la misma época habría teniente en
el nuevo real de Los Álamos, el Fuerte de Montesclaros y en el área en torno
de la misión de San Miguel de Mocorito.

c) Cambios en la relación de poder

Después del establecimiento de las alcaldías de Sonora en el marco de la


actividad de Pedro de Perea y posteriormente la de Ostimuri, la antigua
provincia de Sinaloa fue el centro de las discordias, pues en relación a estas
se trataba al menos de un territorio pacificado, donde desde principios del
siglo XVII había iniciado un notable poblamiento agropecuario. La
producción de las misiones brindaba asimismo en esta jurisdicción una
mayor seguridad alimentaria, cosa que no acontecía en las avanzadas de
Sonora.
El asunto que presento sucedió en 1649 en el marco de una situación
extraordinaria en la que salió a Californias el capitán del presidio de
Sinaloa, almirante Pedro Porter de Casanate. Al haber coincidido su

asentamiento, “Residencia que se tomó a Pedro Martínez Mendívil del tiempo que

116
ausencia con una insurrección general de los tarahumaras, el gobernador,
don Diego Guaxardo Faxardo nombró al general Diego de Alarcón Faxardo
para mantener el control de las provincias de Sinaloa y Valle de Sonora.
Tierra marginal al fin, la llegada del nombrado general don Diego a
la villa estuvo llena de situaciones conflictivas, pues Porter, el capitán,
volvió antes de que aquél tomara su comisión. Así, aunque don Diego
anunció su llegada y las autoridades, entre las que estaba el justicia mayor,
el cabildo y el mismo capitán le ofrecieron la bienvenida diciéndole que
tenían casa lista para hospedarse, en realidad Porter estaba decidido a no
ceder su autoridad, de tal forma que apresó al justicia y al cabildo y don
Diego tuvo que regresar al campo al no encontrar en la villa de Sinaloa lugar
para hospedarse.203
Alarcón Faxardo sólo fue recibido en el Colegio de la villa por el
padre rector. Y al visitar al capitán en su casa éste le dijo alterado y con
aspereza “que allí no había otro teniente de capitán general que él, por que
lo era por el virrey de la Nueva España y lo defendería hasta morir”, siendo
encerrado en su “castillo” bajo la custodia de 12 guardias, hasta que don
Diego decidió volverse a Parral en busca de redimir su vejación.204
La escena de Porter y Alarcón Faxardo podría parecernos
extraordinaria, sin embargo, un año después, en 1650, en los mismos
enérgicos términos impidió el paso hacia Sonora del capitán Juan Fernández
de Morales, quien había sido nombrado por el gobernador Guaxardo
Fajardo, como alcalde mayor de Sonora.

administró justicia en el real de San Ildefonso”, AHP, 1682-A, 27 fs.


203
“Despacho de justicia mayor y teniente de capitán general al general Diego de
Alarcón Fajardo”, AHP, 1649, fs. 1-3.
204
“Despacho de justicia mayor y teniente…. Ibíd.

117
Sin embargo, de acuerdo con Navarro García, en esta ocasión la
polémica se reducía al mando militar, por que Porter manifestó que
permitiría a Fernández Morales la administración de justicia, pero en
cambio tenía persuadidos a los vecinos de la villa de San Felipe y Santiago
de Sinaloa de que sólo a él tocaba el mando de las provincias.205
Como vemos, aunque la autoridad nombrada por el gobernador de
Nueva Vizcaya tuviera sus títulos en orden, la realidad era que en lugares
como Sinaloa y por lo tanto, en Sonora (tierra de guerra aún), el poder de
hecho resultaba contundente. Sobre todo si había poca claridad en cuanto a
quién debía nombrar a qué funcionario. Sin embargo, Luis Navarro refiere
que después de incidentes como los provocados por el almirante Porter de
Casanate se inició un periodo que caracteriza como la época en que los
gobernadores de Nueva Vizcaya ejercieron el mayor control sobre las
alcaldías de la costa. De acuerdo con este autor, dicho periodo llegó hasta
1678.
No debe de sorprendernos, por otro lado, la actuación de los
capitanes del presidio, de frente a las autoridades nombradas por los
gobernadores, pues éstos fueron frecuentemente acusados en sus juicios de
residencia de una serie de irregularidades, entre las que destacan el abuso de
poder en sus ámbitos administrativos. Guaxardo Faxardo, de hecho, regresó
preso a España.206
Lo que se vislumbra con mayor claridad es que, en la Nueva Vizcaya
en general, o en jurisdicciones específicas, como las alcaldías de la costa, en
este caso, en tanto que se encontraban relativamente lejos de los principales
centros de poder, los funcionarios actuaban con mayor liberalidad, situación

205
Luis Navarro García, Sonora y Sinaloa… op. cit., pp. 120-121.

118
que frecuentemente recibía, asimismo, mayor tolerancia en tanto que su
desempeño se realizaba en tierras de frontera, en las que la monarquía
carecía de aparatos eficientes para la administración.

d) El contexto del poblamiento hispano

Como se ha dicho, desde las incursiones iniciales de Nuño de Guzmán se


establecieron encomiendas al norte del río Mocorito, sin embargo éstas no
ofrecieron a los españoles beneficios suficientes como para garantizar su
permanencia. 207 Más bien, la negativa de los indios a contribuir se convirtió
en la regla durante el siglo XVI, a pesar de los nuevos intentos de Francisco
de Ibarra en 1564 y de Pedro de Montoya dos décadas más tarde.
En los años posteriores a 1591 la llegada de pobladores hispanos
aconteció en el marco restringido de la cabecera, es decir, de la villa de San
Felipe y Santiago, y sobre todo, a partir del establecimiento del presidio en
1596. Los testimonios tempranos refieren un asentamiento endeble, en el
que los soldados del presidio eran asimismo, en su mayoría, los pobladores
del asentamiento: 36 de los 50 vecinos consignados por Arregui en 1620.208
Pronto fue evidente que la amplitud del territorio y una gran
población cahita requerirían de un mayor despliegue de parte de la
monarquía. El primer paso había sido la pacificación de los indios de las

206
Guillermo Porras Muñoz, Iglesia y Estado en Nueva Vizcaya… op. cit.
207
Sara Nohemy Velarde Sarabia, La encomienda en las provincias de Chiametla,
Culiacán y Sinaloa… op. cit.
208
Domingo Lázaro de Arregui, Descripción de la Nueva Galicia… op. cit., p.
112.

119
tierras altas del río Petatlán y posteriormente del Zuaque. Para ello fue
necesario el establecimiento de un asentamiento defensivo, como es el ya
citado Fuerte de Montesclaros, que ofreció desde 1608 mayor seguridad al
avance hispano. Sin embargo, el gran logro de las empresas iniciales de
pacificación fue el dominio de los mayos y la negociación de la paz con los
yaquis que pasaron a ser a la postre un aliado de los españoles. Eran los años
dorados de la relación entre los misioneros jesuitas y las autoridades de la
villa, representadas fundamentalmente por el capitán del presidio, Diego
Martínez de Hurdaide.
Pérez de Ribas destaca la importancia del descubrimiento de
minerales en Chínipas, hacia la Sierra Madre, como uno de los incentivos
para la consolidación del poblamiento hispano. Sin embargo se hacen
escasas referencias a la ocupación hispana del territorio en este marco, o
bien, a partir de las actividades agropecuarias. Es evidente, sin embargo, que
a pesar de esta ausencia de testimonios los pobladores de la villa y los
mismos soldados del presidio se convirtieron en los principales impulsores
de este tipo de establecimientos, fuera del ámbito de las misiones.
La referencia consignada páginas atrás, de que para dotar de un
nuevo asentamiento a los indios caguametos fue preciso comprar tierras a
los vecinos españoles se trata apenas de una pista del proceso de ocupación
del suelo en la antigua provincia de Sinaloa. Pérez de Ribas apunta, sin
abundar en ello, la existencia de al menos una estancia ganadera en torno de
la villa de San Felipe y Santiago de la propiedad del mismo capitán Diego
Martínez de Hurdaide que sirvió de sustento a las expediciones a los ríos
Mayo y Yaqui.209

209
Andrés Pérez de Ribas, Historia de los triumphos… op. cit, p. 184.

120
Otros testimonios fueron realizados en el contexto del problema
formulado por el obispo de Durango, doctor don Alonso Franco y Luna, al
virrey de la Nueva España con motivo de su visita de las misiones de
Sinaloa realizada en 1637 en la que éste refería su percepción de riqueza de
las misiones de la costa210.
Como una de las acusaciones era que en sus diversas estancias los
padres misioneros tenían hasta 100,000 cabezas de ganado mayor, el padre
provincial –circunstancialmente el padre Pérez de Ribas- sin necesidad de
realizar una visita al territorio para una investigación sobre el tema, pues lo
conocía por su experiencia personal simplemente reunió en la ciudad de
México a los misioneros que conocían la forma de vida de las misiones por
haber vivido en ellas y escribió un documento en respuesta a la petición del
virrey.
Su respuesta sobre este punto en particular fue evasiva. Acaso aceptó
que la estancia de Sinaloa –según el, la única estancia- no tendría ni 8 mil
cabezas, para adelantar que la riqueza citada por el obispo podría estar en
otros ámbitos, como es el hecho de que los padres misioneros en cada
misión tuvieran sus propios “pegajulitos de ganado”211 para sustentarse de
su leche, o que, simplemente se tratara de las estancias que tenían algunos
“pobres vecinos” de aquella provincia. Nuevamente una nota marginal

“Mandamiento de ruego y encargo del virrey don Lope Díaz de Armendáriz al


210

padre provincial Andrés Pérez de Ribas”, Francisco Javier Alegre SJ, Historia de la
provincia… op. cit., Tomo II, pp. 579-581. El informe del obispo se puede consultar en
versión facsimilar en el mismo texto, entre las páginas 592 y 593.
211
Es decir, unas cuantas cabezas de ganado. La palabra evoca un cierto sentido de
miseria.

121
relativa a estos españoles cuya presencia refiere a una realidad que apenas
podría vislumbrarse en el contexto del territorio de misión.212
Pero, ¿cuáles fueron los límites a los que se tuvieron que ajustar
aquellos primeros pobladores? Más allá del asentamiento de la propia
cabecera, el territorio se encontraba ocupado por las diversas naciones
indias. Ya en el marco de las misiones, las tierras que pertenecían a cada
antiguo pueblo fueron administradas por los propios jesuitas.
Así, las tierras de los indios pasaron a ser conocidas como “tierras de
la misión” que en cada caso referían a las que correspondían asimismo a un
determinado asentamiento misional. Se trataba usualmente de tierras
ribereñas, mismas que los indios habían utilizado desde la época de sus
antepasados y sobre las que la monarquía les reconocía un derecho en tanto
sus dueños originarios. Estas tierras fueron de uso común.
Además de las tierras que los jesuitas reconocieron como propias de
cada misión, los miembros indígenas conservaron por tradición oral su
convicción de que las tierras ubicadas entre los distintos ríos, así como en el
litoral costero pertenecían a las mismas comunidades. Estos espacios eran
utilizados para actividades de recolección y pesca, así como de refugio en
momentos de conflicto con los españoles.
Ocurrió aquí lo que había acontecido en otros ámbitos novohispanos,
pues tarde o temprano los españoles entraron en estas tierras que
consideraban realengas y que al no estar incorporados como parte nuclear de
la misión –los jesuitas eran los principales interesados en la no dispersión de

212
“Respuesta del padre provincial Andrés Pérez de Ribas al virrey de Nueva
España, 12 de septiembre de 1638”, en Francisco Javier Alegre SJ, Historia de la
provincia de la Compañía de Jesús… op. cit., T. II, pp. 581-594.

122
los indios- eran más susceptibles de ser incorporadas por los nuevos
pobladores para su actividad agropecuaria.
Que los jesuitas en su carácter de ministros aparecieran como las
personas responsables de las tierras de las misiones originó una serie de
conflictos, pues los pobladores hispanos y posteriormente las mismas
autoridades del presidio los acusaban de haberse adueñado de las tierras de
la provincia de Sinaloa. Sin embargo, en realidad durante la permanencia de
los misioneros fueron simplemente los usufructuarios de una propiedad que
recaía –en la medida en que formaban una comunidad- en los indios bajo su
tutela.
De hecho, a diferencia de otros ámbitos novohispanos donde las
comunidades recibieron títulos de sus propiedades en épocas tempranas, los
pueblos bajo la administración jesuita en el antiguo territorio cahita
carecieron de instrumentos legales de su posesión. Ello fue así por la
negativa de los padres de la Compañía de Jesús en cuanto a la realización de
“innovaciones” en la administración de los pueblos bajo su tutela. Además,
en situaciones en que los misioneros sentían amenazada su labor
argumentaban a favor de “los privilegios y excepciones en que hasta ahora
se ha mantenido la compañía en orden a las misiones”.213
Por otro lado, al menos durante el siglo XVII se contaba con la
seguridad de que no habría mayores problemas a este respecto pues el poder
adquirido por los jesuitas en el plano local era, en buena medida,
incuestionable. En la serie de conflictos entre las autoridades del presidio y

“Documentos dirigidos al padre provincial Ignacio Calderón con amplias


213

consideraciones jurídicas y pontificias sobre los derechos que tienen los religiosos de la
Compañía de Jesús para administrar los sacramentos conforme a ciertas declaraciones del
obispo de Durango”. AGN, Jesuitas, Legajo 1-7, exp. 2, fs. 47-84.

123
los alcaldes mayores con los misioneros de la segunda mitad del siglo XVII
se expresaron testimonios que acusaban a los jesuitas de valerse de
cualquier medio a su alcance para inhibir el desarrollo de actividades
agropecuarias por los pobladores hispanos.214
Pobladores en lo individual, que buscaban establecerse en tierras
hacia la zona de montañas se quejaban en los mismos términos.215 En el
caso específico del territorio comprendido entre los ríos Yaqui y Mayo se
expresó que don Mathías de Pereira Lobo intentó establecer una estancia en
el puesto de “La Alberca”, pero que sin embargo los jesuitas se lo
impidieron

… que tan dueños como éstos están de los indios y de sus tierras y para
tener y gozar de las que quieren los dicho padres, y que no las registre, ni
ocupe español alguno, con siembras ni con ganados (por lo que) hacen que
en los dichos sitios que son para ello a propósito se pongan uno o dos
indios y en cada paraje de éstos hagan un jacalito y siembren algunas matas
de maíz para que mientras que no los ocupan los mismos padres con sus
labranzas y crías de ganados no las tenga ningún secular…216

Otra posible limitante a los pobladores hispanos refiere a la


ocupación que en propiedad privada hubiese realizado la Compañía de Jesús
por medio del Colegio de Sinaloa.

214
“Don Gregorio López de Dicastillo y Arburu al fiscal de la audiencia de
Guadalajara, San Juan Bautista de Sonora, 19 de octubre de 1673”, en BPEJ, Fondos
Especiales, ARAG, Ramo Civil, Caja 8, exp. 15.
215
Así se quejaba, por ejemplo, Joseph de Ubirichaga, al registrar las tierras de
Maquipo, en las inmediaciones de la misión de Toro. AHS, Títulos primordiales, T. XXV,
Exp. 344, 1697, “Tierras de Maquipo”, f. 1063.
216
“Don Gregorio López de Dicastillo y Arburu al fiscal de la audiencia de
Guadalajara…, documento citado, f. 30.

124
El argumento de Pérez de Ribas se refería pues en abstracto a “la
estancia de Sinaloa”. Esta se estableció al menos desde 1598, año del que
datan las referencias antiguas de los puestos de Masocari y Ojitos, que se
convirtieron en parte fundamental de la vida económica de las misiones en
su origen217.
No debe extrañarnos esta circunstancia, pues de hecho, como había
acontecido en otros ámbitos la Compañía de Jesús requirió desde sus
orígenes de financiamiento para sostén de sus casas y colegios, así como
para la edificación de sus templos. Es conocida la donación del minero de
Zacatecas Alonso de Villaseca, que dio la certidumbre inicial a la Compañía
en el virreinato. Para el caso de Guadalajara, Carmen Castañeda ha
destacado la importancia de la donación realizada desde la llegada de los
jesuitas en 1586 por el obispo y cabildo eclesiástico de diez mil pesos para
la compra de una hacienda, así como de dinero en efectivo y solares por los
vecinos principales.218
Así, la adquisición de la Hacienda de Toluquilla por los jesuitas en
Guadalajara, fue sólo uno de muchos otros casos en los que los jesuitas
adquirieron bienes de campo.219 La hacienda de Tepotzotlán en las afueras
de la ciudad de México fue otra de sus principales propiedades. No obstante,
como se expresa para el caso de la ciudad de Guadalajara, los jesuitas eran

217
“Medidas por don Joseph Bon por providencia dada por este juzgado a 16 de
diciembre de 1761 en los puestos de Masocari, El Ojito, San Miguel, Lo de Cabrera y
demás tierras inmediatas a instancia y pedimento del Colegio de la Sagrada Compañía de
Jesús, de la villa de Sinaloa”, AHJ, Ramo Tierras y Aguas, libro 33, exp. 62, fs. 288-289v.
218
Carmen Castañeda García, La educación en Guadalajara… op. cit., pp. 52-60.
219
Konrad, Herman W., Una hacienda de los jesuitas en el México Colonial : Santa
Lucía, 1576-1767, México, Fondo de Cultura Económica, 1989 (Primera edición A Jesuit
Hacienda in Colonial Mexico : Santa Lucía, 1576-1767, Stanford, CA., Stanford
University Press, 1980).

125
muy cuidadosos, incluso para el inicio de los colegios, pues, decían, “se les
podría acusar de codicia”.220
A pesar de estos antecedentes, el trabajo de carácter agropecuario que
se desarrolló en la “estancia de Sinaloa” fue controvertido al interior de la
misma agrupación religiosa, sobre todo en estos años iniciales de la
Compañía de Jesús en Sinaloa. Desde 1614 encontramos testimonios del
general de la orden, dirigidos tanto a misioneros en lo individual como al
provincial de Nueva España respecto de si la “residencia de Sinaloa”
debería de quedarse o no con la mencionada estancia de ganado221.
Era un problema que tenía que ver con la utilidad que se obtenía de la
estancia y de cómo esta era aprovechada. Así, en sus instrucciones remitidas
desde Roma al provincial en 1614, el general expresaba que

… si la dicha estancia sólo sirve para ayudar al sustento de los nuestros que
trabajen en aquella residencia y misiones y también para hacer limosna y
acudir a los indios que dicen ser muy pobres puédese tener sin ningún
escrúpulo… pero débeles VR advertir y encargar apretadamente que
entiendan no poderse aprovechar el dicho ganado de otra cosa, sino sólo
para lo dicho, ni intentar de hacer ninguna suerte de renta, por que eso
repugnaría a la probidad de nuestra pobreza222.

Sin duda un asunto que por la fuerza de los hechos se mantuvo por
los jesuitas en Sinaloa, justo en los años de la primera gran expansión hacia
los ríos Mayo y Yaqui. Tal como acontecía en el campo de la administración
de la monarquía, también ocurría en la eclesiástica, pues sobre todo en las

220
Carmen Castañeda García, La educación en Guadalajara… op. cit., p. 58.
221
“Carta del general de la orden al padre Juan Baptista Velasco, (misionero de)
Cinaloa, 1614”, ARSI, México 02, 1599-1638, f. 164.
222
“Carta del general de la orden al padre provincial de México, 1614”, ARSI,
México 02, 1599-1638, f. 166v.

126
provincias alejadas de los centros de poder no siempre se cumplía lo
ordenado por los mandatos superiores.
En la década de 1620 hubo nuevos brotes de alerta al interior de la
misma Compañía respecto de la actividad económica de los jesuitas de
Sinaloa, no obstante la estancia perduró en los años posteriores. No se
trataba sólo de un problema interno, pues la impresión que se daba a los
individuos ajenos a las misiones, tanto a los pobladores españoles como a
los miembros del clero secular evidenciaba que algunos jesuitas –no todos-
vivían en una situación de bonanza extraordinaria gracias a la actividad
comercial y ganadera. Esta situación llamó poderosamente la atención del
obispo de Durango, ámbito en el que se encontraban las misiones de
Sinaloa.223

3.1. Tierras de la Compañía de Jesús, siglo XVII,


antiguo territorio cahita

Nombre del predio Ubicación


Masocari y Ojitos Villa de San Felipe y Santiago
Cabrera Villa de San Felipe y Santiago
San Miguel Villa de San Felipe y Santiago
Rancho del Portugués Villa de San Felipe y Santiago
San Pedro del Babue Misión de Toro
Maripa y Cahuinaguato Villa de San Felipe y Santiago
Cahuinaguato San Benito

Fuente: AHJ, RTA, L 33-62 (Masocari y Ojitos, Cabrera y San Miguel,


AHGGES RT, V 5 Fs. 79-83V y V 6, Fs. 111-136 (Maripa), AHGGES, RT, V56 fs.
1-7v, (San Pedro del Babue), AHJ, RTA, L41-4 (Cahuinaguato), AHJ, RTA, L39-8
(Rancho del Portugués).

“Carta del general de la orden al padre Juan Lorencio, provincial de México,


223

Roma, 1625”, ARSI, México 02, 1599-1638, f. 322v.

127
Otras propiedades, como son las de Cabrera y San Miguel fueron
adquiridas en 1621 por el Colegio de Sinaloa224. Al avanzar el siglo XVII,
incluso la perspectiva del general había cambiado, pues uno de sus
mandatos explícitos al provincial de la Nueva España era que no se quitaran
los ranchos de las misiones.225 De ahí que en dicho siglo más bien las
propiedades del Colegio se incrementaron, como consta de la adquisición de
los ranchos del Portugués, Maripa y Cahuinaguato.226
Además de éstas propiedades, el informe del padre Juan Ortiz Zapata
en 1678 consigna la “estancia de San Pedro” en las inmediaciones de la
misión de Toro, en el río Zuaque, de la que no se expresa su tamaño.227
Después de estas tierras y las de los pueblos de misión, los
pobladores hispanos pudieron establecerse en los espacios intermedios, o

224
“Medidas por don Joseph Bon por providencia dada por este juzgado a 16 de
diciembre de 1761 en los puestos de Masocari, El Ojito, San Miguel, Lo de Cabrera y
demás tierras …”, AHJ, Ramo Tierras y Aguas, libro 33, exp. 62.
225
“Carta del general de la orden de los jesuitas al padre provincial de México”,
Roma, ARSI, México 3, Ep. Gen. 1668-1688, f. 2v.
226
“Título de confirmación del Rancho del Portugués a don Juan Álvarez de
Azevedo, vecino de Sinaloa”, AHJ, Tierras y aguas, libro 40, exp. 3, “Diligencias de
medidas de tierras del puesto de San Antonio de Maripa y del Divisadero en la
jurisdicción de la villa de Sinaloa, reino de la Nueva Andalucía ejecutadas por el
comisario de tierras de esta gobernación don Joseph Álvarez, año de 1762”, AHGGES,
Ramo Tierras, vol. 6, fs 111-136 y “Título de merced por vía de adjudicación en forma de
un sitio y ¾ de ganado mayor que resultó realengo en el puesto de Cahuinaguato, cito en
jurisdicción de San Benito, del reino de la Nueva Andalucía a favor de don Pedro Luis
Sánchez, vecino de dicha jurisdicción por haber servido a S.M. con 50 pesos en reales y su
media annata”, AHJ, Ramo Tierras y Aguas, libro 41-4.
227
“Relación de las misiones que la Compañía tiene en el Reyno y provincia de la
Nueva Vizcaya, en la Nueva España, hecha el año de 1678 con ocasión de la visita general
de ellas que por orden del padre provincial Thomas Altamirano hizo el padre visitador
Juan Ortiz Zapata, de la misma Compañía”, AGN, Misiones 26, fs 262v y 263. “Fuera de
esto pertenece a la administración de este partido la Estancia de San Pedro, que es
hacienda del Colegio de Zinaloa y está distante de cuatro a cinco leguas al sur, habrá hasta
20 familias de naturales y en ellas por todos 30 personas...” Una versión resumida de la
visita se encuentra publicada en The Works of Huber Howe Bancroft, Vol. XV, History of

128
bien en aquellos que fueron desocupados, ya sea en el proceso de las
congregaciones de las antiguas rancherías de indios en pueblos de misión, o
simplemente como consecuencia de las epidemias de fines del siglo XVI y
primera mitad del XVII.
Así, algunos de los antiguos asentamientos indios en torno a la villa
de San Felipe y Santiago de Sinaloa, como Cubiri, Lopoche, Baburía y
Matapán fueron de los primeros que adquirieron el carácter de rancherías de
población hispana, en tanto fueron receptoras de personas de origen diverso,
incluyendo a los mismos españoles, junto a otros como los mulatos y
coyotes228.
Por su parte, Pérez de Ribas concede a El Fuerte de Montesclaros
grandes servicios al poblamiento al norte de la villa de San Felipe y
Santiago de Sinaloa, pues

Se tenía por conveniente que el sitio de El Fuerte fuese (construido) en sitio


donde los soldados y otros que quisiesen poblar, hallasen comodidad de
vivienda, tierras de sementeras, agua, leña, pastos de ganados y caballos
para cuando las naciones (indias) intentasen acometimientos, o rebatos
contra españoles229

Por su carácter monumental, se esperaba que el nuevo edificio tuviera


ante los indios un carácter persuasivo al poderse refugiar en él, tanto los
españoles, como sus caballos.

the North Mexican Status, Vol. 1, 1531-1800, San Francisco, A.L. Bancroft & Company,
Publishers, 1884.
228
“Informe sobre el centro de las misiones sinaloenses, compilado por el padre
Lucas Luis Álvarez… op. cit.
229
Andrés Pérez de Ribas, Historia de los triumphos… op. cit., pp. 178-179.

129
Cabe destacar que de acuerdo con el mismo autor, el Fuerte fue
pensado de origen como el lugar al que habría de trasladarse el presidio de
Sinaloa, garantizada la paz en la sede de la provincia. Sin embargo ello no
ocurrió, como expresan otras fuentes de la época, que refieren a los
problemas que se tuvieron para la permanencia de los soldados del presidio
en El Fuerte durante la primera mitad del siglo XVII.
Por ejemplo don Luis de Monsalve, gobernador de la Nueva Vizcaya
expresaba que a pesar de que los virreyes habían solicitado se amparase El
Fuerte, “los capitanes eligieron para su vivienda la villa (de Sinaloa), con lo
que dieron ejemplo a sus soldados.230 Todavía al mediar el siglo XVII éstos
preferían la mayor seguridad de asentamientos como la villa de San Felipe y
Santiago, bajo el pleno dominio hispano.
Un excapitán del presidio de Sinaloa, don Diego de Bergonça
Preciado, en 1649 expresó que había entonces 46 plazas en Sinaloa, y que
de éstas, sólo veinte se encontraban en El Fuerte, e incluso en ocasiones
menos. Era del parecer que para el fortalecimiento del avance de la
monarquía se debía establecer la mitad de los soldados en El Fuerte, y que la
otra mitad habría de pasar a “la tierra más adentro”, donde más necesidad
hubiere de ellos.231
Estaba convencido de que incluso algunos de aquellos soldados-
pobladores de San Felipe y Santiago “de los que tienen mayores
conveniencias” no dejarían la villa aunque les suprimiesen las plazas, si bien

230
“Testimonio de don Luis de Monsalve, gobernador de la Nueva Vizcaya,
Parral, 10 de noviembre de 1636”, incluido en el expediente “Nombramiento del capitán
de los presidios de Sinaloa a favor de don Gaspar de Quezada, para que ejercite cuanto en
el se dispone”, AHP, 1653-A, 1340, 584.
231
“Despacho de justicia mayor y teniente de capitán general al general Diego de
Alarcón Fajardo”, AHP, 1649, testimonio de don Diego de Bergonça Preciado, f. 6.

130
–afirmaba- otros eran tan pobres que si les faltara el sueldo no podrían
permanecer en ella. Esta tendencia a desplazar las fuerzas y a fortalecer las
avanzadas aparece cristalizada en 1678, pues Juan Ortiz Zapata consigna
que había entonces 66 soldados en el Fuerte de Montesclaros y sólo 40 en la
villa de Sinaloa.

A cinco leguas de distancia al norte respecto de la cabecera está (del pueblo


de Tehueco), perteneciente a la administración de este partido la Villa de
Carapoa o Fuerte de Montesclaros donde habitan un caudillo y 66 soldados
de la villa del presidio de Zinaloa, puesto que fue el primero que se pobló en
esta provincia, aunque murieron a manos de los indios bárbaros entonces los
primeros que se arriesgaron a asentar esta población. En este puesto habitan
73 familias de naturales y en ellas se numeran 282 personas, gente en todo
semejante en sus procedimientos a los de la cabecera y también están
avecindados en este puesto hasta 24 a 25 familias de españoles, los unos y
los otros reputados por tales, hay en ellas 132 personas de todos sexos y
edades de administración. 232

Además del núcleo de soldados y del pequeño grupo de españoles


cabe destacar la mención relativa a la población indígena del asentamiento.
Es decir, las referencias usuales a El Fuerte nos indican de origen a un
asentamiento de carácter hispano. Sin embargo, al igual que los otros
asentamientos, ya fuera la villa de Sinaloa o los ranchos y estancias de los
españoles, se convirtieron en receptores de la población indígena,
usualmente dispuesta a salir de las misiones.
También es importante destacar como en esta época relativamente
temprana del avance poblador hispano en las alcaldías de Sinaloa y Sonora
había diferencias marcadas en cuanto a la seguridad de los asentamientos
que se reflejaba asimismo en las preferencias de habitación de quienes eran

232
“Relación de las misiones… Juan Ortiz Zapata, 1678”, AGN, Misiones 26, fs.
263 y v.

131
las personas llamadas a defender la región. La villa de San Felipe y Santiago
de Sinaloa dejó rápidamente de ser tierra de frontera, pues esta se
encontraba durante el segundo tercio del siglo allende las tierras de los ríos
Mayo y Yaqui, inclusive. Sin embargo, la percepción desde el exterior
difícilmente diferenciaba entre unos y otros asentamientos y Sinaloa, es
decir toda la provincia, por ser “tierra de misiones” permanecía siendo
considerada como la frontera misma.
Se ha mencionado la importancia de la minería en la apertura del
poblamiento de Sonora, actividad que no tuvo inicialmente éxito en Sinaloa.
Ello motivó un flujo constante de nuevos pobladores que tuvieron en las
misiones y los ranchos ganaderos de Sinaloa su inicial sustento.
A mediados del siglo XVII nos encontramos en Sonora individuos
provenientes de diversas provincias novohispanas, así como de la península
ibérica, sin embargo, un papel clave lo jugaron los pobladores de las villas
de San Miguel de Culiacán y San Felipe y Santiago de Sinaloa, ya sea
porque fueron las primeras autoridades de San Juan Bautista de Sonora, o
por su carácter de propietarios de hatos ganaderos bien dispuestos para
garantizar la alimentación de los nuevos asentamientos.
Un rasgo característico del poblamiento hispano de las regiones de
frontera es la diversidad del origen de los hombres que lo hicieron posible.
Navarro ubica mediante un informe del gobernador Francisco de Urdiñola
de 1606 a tres individuos de origen genovés y dos portugueses. 233 Uno de
los ranchos del Colegio de Sinaloa se llamó, precisamente “El Portugués”.
En los años siguientes el flujo de individuos con éste tipo de orígenes debió

233
Luis Navarro García, Sonora y Sinaloa… op. cit.

132
haber continuado, sobre todo por los portugueses que se establecieron en
Nueva España en la época en que las coronas estuvieron unidas.234
La presencia de estos individuos en las tierras del norte les ofrecía un
mayor campo de acción que el que habrían encontrado en regiones de
poblamiento consolidado. Individuos notables en el segundo y tercer cuarto
del siglo XVII, como los Pereira Lobo (el viejo y el mozo) tuvieron un
desempeño destacado en la consolidación del poblamiento de Sinaloa y los
inicios del de Sonora. Se trata de una labor que les provocaba problemas con
los vecinos a la vez que les brindaba los argumentos para la defensa de su
permanencia.
Don Mathías de Pereira Lobo, se desempeñó como alcalde mayor en
distintos periodos en torno a la mitad del siglo.235 Durante el juicio de
residencia que se le realizó en 1654 argumentaba que desde 1627 se
encontraba al servicio de su magestad en la compañía de caballos de dicha
villa siendo propietario de establecimientos agropecuarios y, por otro lado,
ostentando cargos de autoridad como el referido de alcalde mayor, así como
juez de mestas y descaminados236. Incluso, entre sus méritos se anota el de

234
Miguel León-Portilla, “Presencia portuguesa en el México colonial”, Estudios de
Historia Novohispana, No. 32, enero-junio de 2005, pp. 13-27. Si bien el artículo es una
visión panorámica, también nos ofrece un apartado sobre los portugueses en tierras
californianas.
235
Residencia que se tomó al capitán Mathías Pereira Lobo del tiempo que
administró justicia en la villa de San Felipe, AHP, 1656 A.
236
Con una tradición medieval hispánica, la “mesta” refiere a la asociación de
dueños de ganado. No me consta haya existido como tal en las provincias de la costa
novohispana, al menos entre Chiametla y Sonora, sin embargo la existencia de un
nombramiento de este tipo nos da la idea de la importancia de la actividad ganadera.
“Descaminado” refiere al ganado perdido, y en buena medida podría estar relacionado a la
actividad comercial del ganado, pues los hatos se conducían por miles hasta los lugares de
su destino. Sobre esta temática se puede consultar el trabajo clásico de Ramón María
Serrera, Guadalajara ganadera. Estudio regional novohispano (1760-1805), Guadalajara,
Jalisco, México, H. Ayuntamiento de Guadalajara, 1991. Sobre esta materia he trabajado

133
haber contribuido por órdenes de Pedro de Perea a llevar socorros a Sonora,
en la época del poblamiento inicial. Fue, asimismo de los primeros mineros
de aquella tierra237.
Por 1665, su hijo, don Mathías de Pereira Lobo, “el mozo”, había
ejercido como alcalde mayor y continuó asumiendo cargos importantes
como el de teniente de San Juan Bautista de Sonora en 1681238.
Con la separación en 1640 de las coronas de la monarquía española y
la portuguesa se comenzó a ver con desconfianza a los hombres con este
origen. En este contexto, si bien no inmediatamente, Pereira Lobo tuvo que
presentar testigos de su desempeño a favor de la monarquía española de tal
forma que por petición suya, Bernardo de Lugo, vecino de la villa de
Sinaloa expresaba en 1656, que sin embargo de ser portugués, juzgaba a
Pereira merecedor de las mercedes que los gobernadores le han otorgado, ya
que

No es nuevo en estas provincias que portugueses ejerzan oficios de


justicia, por que este testigo sabe y ha visto que el capitán Diego de
Sequeiro ha sido alcalde mayor del valle de San Bartolomé y lo acaba de
ser del valle de Cuencamé y el capitán Antonio de Leyton, asimismo
portugués fue alcalde mayor del real de minas de San Diego… y que
aunque se quejaron unos vecinos a la audiencia ésta lo permitió…239

anteriormente el caso de la mayor hacienda ganadera de la alcaldía de El Rosario, “El


Palmito de Verde, una hacienda ganadera en la costa de Sinaloa”, Estudios Jaliscienses,
Revista de El Colegio de Jalisco, No. 43, Guadalajara, febrero de 1999.
237
“Información hecha a pedimento del capitán Mathías de Pereira Lobo, juez
provincial y justicia mayor de la villa de Sinaloa”, Parral, 3 de julio de 1654, AHP, 1654.
238
“Residencia que se tomó al capitán don Lázaro de Verdugo y Chávez del
tiempo que administró justicia en la provincia de Sonora”, AHP, 1681, exp. 36.
239
“Información hecha a pedimento del capitán Mathías de Pereira Lobo, juez
provincial y justicia mayor de la villa de Sinaloa”, Parral, 3 de julio de 1654, AHP, 1654,
fs. 3v-4.

134
Con el paso del siglo, quizá en la tercera o cuarta generación,
aquellos individuos fueron asimilados por la nueva sociedad, ya sea por
haber emparentado con las familias españolas, o también, por medio de su
labor encaminada a la permanencia de los nuevos asentamientos y al
desarrollo de las actividades económicas. Fueron incluso el referente legal
histórico de los inicios del poblamiento civil del territorio.

e) La población hispana y los nuevos asentamientos

Ante la escasez de información respecto del desarrollo del poblamiento en


torno a las villas, misiones y reales de minas, nos queda la oportunidad de
servirnos de información alterna, que refiere a este tipo de asentamientos en
el marco de la visita de alguna autoridad, o bien, como hemos optado con
resultados más concretos, a partir de los títulos de merced de las estancias y
ranchos objeto de investigación.
La principal fuente temprana de información producto de una visita
es el informe de Juan Ortiz Zapata, de 1678. El fue muy cuidadoso al
consignar los datos en torno a los principales asentamientos hispanos, que
eran los referidos de San Felipe y Santiago y el del Fuerte de Montesclaros.
Para este último fueron consignados 25 familias, con 132 españoles,
mientras que en el partido de San Miguel de Mocorito habría 43 estancias y
trapiches, con otras tantas familias y un total de 214 españoles. De acuerdo
con la misma fuente había en la villa 350 familias con “hasta 1200 personas
de administración…, parte de españoles y parte de otra gente que viven así

135
dentro de la misma villa como en la plaza de armas”, además de los cuarenta
soldados del presidio.240
Luis González Rodríguez calcula 1700 españoles para esta fecha,
junto con la “otra gente” no india, que serían mestizos, mulatos y negros.
Además, considerando el crecimiento de la misma proyecta que,
conservadoramente habría para 1690 en toda la provincia de Sinaloa hasta
3000 personas (sin considerar a los indios)241.
El cálculo es conservador, sobre todo si se considera que los
descubrimientos mineros de Los Frailes en 1683 y posteriormente de Los
Álamos se convirtieron en el nuevo polo de atracción de la población a este
territorio. Cercano a aquellos, un nuevo real de minas, el de Nuestra Señora
de Guadalupe y Santo Tomás de Paredes, en 1687, vislumbró un horizonte
promisorio en cuanto a la riqueza del territorio.
Las noticias consignadas por Eusebio Francisco Kino fueron muy
claras en cuanto a las perspectivas del nuevo ámbito minero. A su paso por
la misión de Conicari en el río Mayo a principios de 1687, e intrigado por la
información contradictoria relativa al real de Los Frailes, se detuvo un par
de días en este asentamiento:

Muchos vimos como testigos de vista que había muchas minas registradas de
tanto fundamento pues cada una era bastante para fundar el nuevo real por su
abundancia de metales y leyes muy grandes… ya está cortada la madera para una
muy linda iglesia y se empezará a fabricar la semana que viene las casas reales y
otras casas de particulares y del señor cura y de mercaderes y mineros alrededor

240
“Relación de las misiones… Juan Ortiz Zapata”, AGN, Misiones 26, f. 265 y v.
241
Luis González Rodríguez, “Las guerrillas de resistencia étnica en el Noroeste
(1690), un análisis de la documentación oficial”, en Felipe Castro Gutiérrez, Virginia
Guedea y José Luis Mirafuentes Galván, Organización y liderazgo de los movimientos
populares novohispanos, México, UNAM, 1992, p. 57.

136
de una linda plaza, ya que se están acabando y no pocas están acabadas sin que lo
estorben dos o tres personas que han ido a pleitear estos días a Guadalajara242.

De hecho, en el contexto del descubrimiento de Nuestra Señora de


Guadalupe y Santo Tomás de Paredes, el alcalde mayor, don Domingo
Terán, mandó “a todas las personas, estantes y habitantes” de las minas de
Los Frailes, La Aduana y Álamos, desamparasen estos lugares para formar
el nuevo asentamiento243. Sin duda una manifestación de optimismo y de
autoridad tal que sobrevaloraba las expectativas del descubrimiento pero
que sacaba a relucir, nuevamente, la forma de ejercer el gobierno en los
espacios como éste, alejados de los grandes centros de poder novohispanos.
La participación de la Audiencia de Guadalajara para contrarrestar
los efectos negativos de tal ordenamiento ponía en evidencia el carácter
inestable de los descubrimientos, manifestación a menor escala de un
proceso que se desarrollaba por entonces con mayor frecuencia en los
nuevos reales de minas surgidos en Ostimuri y Sonora. Entre los ríos Mayo

242
“El padre Kino al padre Marín sobre las misiones de Cinaloa”, Conicari, 15 de
febrero de 1687, ARSI, México 17, fs. 555-556. Sus conclusiones en virtud de dirigirse a
sus campañas de evangelización de los indios guaymas, seris, pimas y los de Californias
ponían énfasis en la oportunidad que significaba esta prosperidad “casi a la vista de
California”.
243
“Autos remitidos por don Domingo Terán, alcalde mayor de Sinaloa sobre la
fundación del nuevo real de Nuestra Señora de Guadalupe y Santo Tomás de Paredes, 10
fs.”, 1687, BPEJ, Fondos Especiales, ARAG, Ramo civil, exp. 6-13-78 y “Real cédula al
presidente y oidores de la audiencia de Guadalajara declarando que la averiguación de las
culpas en que incurrió don Domingo Terán, alcalde mayor de Sinaloa, gobernador y
capitán general de ellas sobre obligar a poblar en el real nuevo de Nuestra Señora de
Guadalupe, pertenece privativamente a dicha audiencia”, Madrid, junio 28 de 1689,
Archivo General de Indias, 67-3-3, Colección Pastells, 26. Los documentos de la
Colección Pastells forman parte de los acervos del Archivo Histórico de la Provincia
Mexicana de la Compañía de Jesús.

137
y Yaqui se establecieron los reales de Piedras Verdes en el último tercio del
siglo XVII y Baroyeca al iniciar el XVIII244.
Respecto de Piedras Verdes, el padre Ortiz Zapata reportaba en 1678
que en el entorno del pueblo serrano de Macoyahuis se comenzaban a
establecer asentamientos de carácter hispano.

Así mismo en los contornos hay una estancia, un real de minas nuevamente
fundado que llaman Piedras Verdes en que habrá entre amos españoles y
criados hasta 30 personas a quienes de caridad administra el padre de este
partido (de San Andrés de Conicari)…”245.

Un cúmulo importante de información de la que se ha dispuesto para


esta investigación proviene, como hemos explicado, de las composiciones
de tierras que se realizaron durante el siglo XVIII. La documentación de
este trámite administrativo refiere en cada caso a los antecedentes de los
asentamientos para los que los pobladores buscaron regularizar su situación,
si bien algunos provienen del siglo XVII.

244
Gerhard considera la posibilidad de que el real de Piedras Verdes, con sus 30
vecinos españoles al finalizar el siglo XVII fuera el asentamiento de lo que más tarde se
vino a conocer como Baroyeca. Peter Gerhard, La frontera norte… op. cit., p. 333. Sin
embargo consideramos más bien que el primero tuvo una vida efímera como asentamiento
minero hasta ser despoblado en el XVIII. Fue hasta 1810 que encontramos un nuevo
poblamiento, de carácter agropecuario por don Domingo de Larragoiti. Su ubicación era al
oriente de San José del Tabelo y al oriente del Aguacaliente. “Expediente que se nombra
Piedras Verdes, en jurisdicción de Álamos”, AHS, Títulos primordiales, T. XXII, exp.
444.
245
“Relación de las misiones… Juan Ortiz Zapata”, AGN, Misiones 26, f. 260.

138
3.2. Nuevos asentamientos por distrito, antiguo territorio
cahita, 1651-1700

Distrito 1591-1700
Sinaloa 6
San Benito 5
El Fuerte 6
Álamos 20
Baroyeca 2
Total: 39

Fuente: Anexo 2

Al hacer un seguimiento detallado de las composiciones tenemos un


indicador que si bien no refiere al total de asentamientos existentes en la
época, al menos nos da una idea de las tendencias en cuanto al proceso de
ocupación social del espacio en los distintos momentos246. Como hemos
visto, no se trata de la época de los primeros establecimientos hispanos, sino
más bien, de la época en que éstos comienzan a dejar mayores testimonio de
su existencia. Es decir, sobre todo para el siglo XVII las composiciones de
tierras son la punta de un iceberg, el de los nuevos establecimientos
hispanos que veladamente ha ido ganando terreno en el contexto mismo de
las misiones de la Compañía de Jesús.
Había tres grandes zonas de poblamiento, dos que combinan los
asentamientos misionales con los nuevos núcleos agropecuarios de carácter
hispano, como son el entorno de la villa de San Felipe y Santiago de
Sinaloa, que incluye las riberas del Mocorito y el Zuaque y la zona de los
nuevos descubrimientos mineros de Los Frailes y Álamos y, finalmente la

246
Cuento actualmente con una base de datos de 200 composiciones de tierras, si
bien la serie sólo incluye las 197 cuya antigüedad estimada las ubica entre 1651 y 1790.
Véase anexo 1.

139
de las tierras bajas del río Yaqui que permaneció como asentamiento
exclusivo de los indios del mismo nombre.
En las últimas dos décadas del siglo XVII, ya descubierto el real de
los Álamos se estableció el más intenso proceso de poblamiento del entorno.
Contamos ahora con referencias concretas de 22 asentamientos
agropecuarios (incluyendo los dos de Baroyeca), la mayoría de los cuáles
surgieron al ritmo de la actividad minera. Se trata de los propietarios de más
capacidad económica, de tal forma que en realidad el número de este tipo de
asentamientos habría sido notablemente superior.
Las dos zonas de mayor presencia hispana en torno del real de
Álamos, corresponden al arroyo de Cedros –afluente del río Mayo-, en un
paraje conocido precisamente como el “Valle de los Cedros”, así como en el
arroyo de Álamos, o Cuchujaque que es un tributario del Zuaque.
Éstos “nuevos asentamientos” del siglo XVII se establecieron cuando
así fue posible sobre los antiguos asentamientos de las naciones cahitas. Uno
de éstos refiere al puesto de Baciroa (espacio de refugio tradicionalmente
utilizado por los tehuecos), en el que se estableció don Mathías de Pereira
Lobo, en una fecha anterior a 1670247.
Los nuevos pobladores ocuparon los terrenos montañosos en torno
del real, espacios en los que los indios mayos no se habían establecido al
disfrutar abundantemente de las mejores tierras en el curso bajo del río.
Tenemos el testimonio del padre Francisco Dijerino, quien se quejaba al
iniciar el último cuarto del siglo XVII debido a lo inquieto que estaba el

247
Don José Ygnacio de Peralta, en 1753 expresaba que su propiedad, colindante
de la de Baciroa, “proviene de aquel antiguo primer poblador y poseedor del terreno de
Baciroa y otros paraxes inmediatos don Mathias de Pereira Lobo, que desde antes del año
de mil seiscientos setenta entró a gozarlos” AHJ, Tierras y Aguas, Libro 26, exp. 21., f.
185v.

140
ámbito de su misión con motivo de que se habían fundado recientemente
unas estancias en “las orillas del término de su partido”.248
Se trata en este caso de asentamientos que buscaron satisfacer las
necesidades de productos agropecuarios de la actividad minera. La cría de
ganado mayor, así como de mulas y caballos fue una de las constantes de
este tipo de unidades de producción. Algunas de ellas, como la de
Osobampo tuvieron el rango de haciendas, incluyendo los sentidos de
hacienda de campo y hacienda de minas249. En este caso, los yacimientos de
minerales encontrados en el entorno de los pueblos mayos de Tesia y Camoa
pusieron, frente a frente a los diversos actores del proceso poblador de
Sinaloa.
El registro de “Osobampo” realizado por Juan Bautista Echeneque ante
el gobernador Domingo Terán de los Ríos en 1687 es representativo de este
tipo de documentos, donde se expresa las intenciones del poblador y la
importancia que concedía al nuevo asentamiento. Se trataba de

… un sitio para hacer hacienda de sacar plata en dicho puesto de


Osobampo, y dos ojos de agua, el uno como dos tiros de arcabuz distante
de las casas para conducirlo a el lavadero y otro que estaba como a dos
leguas de dicha hacienda y legua y media del real de Nuestra Señora de
Guadalupe, hacia la parte de Canamoa, que llaman El Alamillo, así para

248
“El padre Pedro Zambrano, hace una relación de los religiosos que atienden las
misiones de los ríos Mayo y Yaqui”, en Ernest J. Burrus y Félix Zubillaga, Misiones
mexicanas de la Compañía… op. cit.
249
El término “hacienda” referido a las unidades de producción podía designar a
una “hacienda de campo”, es decir, aquella que se dedicaba a las actividades
agropecuarias, pero también existían las “haciendas de minas”, es decir, las haciendas para
el beneficio de los minerales. La interrelación existente entre ambos tipos de unidades de
producción hacía que no fuera extraño que principalmente las haciendas de minas fueran
asimismo “haciendas de campo”, como en este caso de Osobampo.

141
abrevadero de la mulada, como para fundar un rancho en qué mantener el
ganado del gasto de dicha hacienda.250

Junto a éste, un año antes se había establecido el capitán Esteban


López de Gracia, tras registrar “un sitio de ganado mayor y menor para el
ministerio de la labranza”.251 Nos encontramos pues, particularmente en el
río Mayo, que la dinámica de la actividad minera había impulsado un nuevo
patrón de poblamiento que además de las antiguas misiones incluyó
asentamientos de carácter hispano como los reales de minas, las estancias,
los ranchos y las haciendas de campo.
En general, esta época se caracterizó porque la dinámica del proceso
poblador se dirigió hacia la zona de transición entre las llanuras costeras y la
Sierra Madre. Desde el extremo sur, como es el caso de San Miguel de
Mocorito, pasando por la villa de Sinaloa y El Fuerte de Montesclaros, se
trata de asentamientos ubicados en pequeños valles limítrofes de la zona
montañosa, todos en alturas menores a los mil metros sobre el nivel del mar.
Lo mismo pasaba en Sinaloa, pues en el antiguo puesto de Aramoapa
se dio la transición de un antiguo asentamiento indígena a una estancia
ganadera, al registrarlo para tal fin don Miguel de Espinoza, quien por

250
Registro del puesto de Osobampo, de 10 de junio de 1687, incluido en el
“Título de merced a don Miguel de Amarilla, vecino de la jurisdicción del real de Los
Álamos de 2 sitios y ¾ de otro de ganado mayor y ½ caballería de tierra Sinaloa, por
haber justificado antigua posesión y servido con la cantidad que adentro se expresa”,
Guadalajara, 27 de abril de 1756. y a don Joseph de Escalante y Joseph de Coronado de 1
sitio y ¾ de ganado mayor y 3 ½ caballerías en aquella jurisdicción”, AHJ, Tierras y
Aguas, libro 12, exp. 16, fs. 76v-86.
251
Incluido en el “Auto en que se adjudica un cuarto de sitio de ganado mayor a
don Juan González de Sayas, vecino del real de Álamos, de la gobernación de Sinaloa, por
haber justificado antigua posesión y servido con la cantidad que adentro se expresa”,
Guadalajara, 27 de abril de 1756, AHJ, Tierras y Aguas, libro 26, exp. 20.

142
entonces era de los principales vecinos, además de regidor de la villa de
Sinaloa.252

Como se ha mostrado a lo largo de ésta primera parte de la investigación, el


antiguo territorio cahita presentó desde los primeros contactos con los
españoles un carácter de identidad que lo diferenció del resto de las
“naciones” de su entorno. Éste factor de identidad se refiere a la lengua. Sin
embargo, al observar al interior de las naciones que se conocieron
históricamente como “cahitas”, nos encontramos con que había un complejo
entramado de relaciones sociales entre los diversos grupos, que iban de la
alianza a un estado crónico de guerra.
La definición de este espacio, en el marco de la expansión de la
monarquía española, reconoció ese carácter de unidad en su diversidad del
territorio cahita, una diversidad que se reflejó asimismo en las etapas de la
entrada de los misioneros –y de los españoles- en estas tierras, de forma
paulatina, en atención a las diversas naciones cahitas en cada momento del
avance.
Desde el punto de vista de la evangelización, el trabajo de los
misioneros resultó fructífero, pues miles de indios habitantes de las riberas
entre el Mayo y el Yaqui fueron bautizados en las primeras tres décadas. La
incorporación de las almas a la Iglesia significó asimismo, en tanto que se
trataba de individuos que habían aceptado la religión Católica, la
incorporación de nuevos súbditos al ámbito de la monarquía253.

252
“Medidas del Rancho de San Francisco, del puesto de Aramoapa, en que
constan dos sitios de ganado mayor y una caballería de tierra en la conformidad que en
ellos se contiene…, año de 1727”, AHJ, Tierras y Aguas, Libro 34, exp. 13 ½.
253
Para el caso de España y Portugal, Marie-Lucie Copete y Federico Palomo han
explicado que la conversión tiene un sentido político cuya manifestación más clara es la

143
El papel de la Compañía de Jesús en esta etapa del poblamiento fue
clave, pues los misioneros fueron los encargados de realizar las
transformaciones del poblamiento antiguo en el marco de la administración
de la monarquía. Así, para el establecimiento de las misiones se
consideraron los rasgos del poblamiento antiguo, principalmente la
ubicación de los asentamientos a lo largo de los ríos, sin embargo, de
acuerdo con la nueva política de la corona se buscó congregar la diversidad
de rancherías en un menor número de asentamientos. Se trató este de un
proceso que tuvo su principal desarrollo en entre 1591 y 1620, pero que
continuó a lo largo del siglo XVII.
Por su parte, el establecimiento de las instancias administrativas civiles
sancionó el proceso previo de ocupación del territorio de los miembros de la
Compañía de Jesús, y en el caso del presidio de la villa de San Felipe y
Santiago de Sinaloa, fue de la mano del mismo, con vistas a garantizar la
entrada hispana sin costo humano para los jesuitas.
La siguiente etapa fue la del poblamiento civil que tuvo en la villa de
Sinaloa -como lo había tenido para los jesuitas- su principal polo de
expansión. Se trata de un proceso lento y que es asimismo el menos
conocido, por lo que le hemos dado un mayor énfasis.

tarea de pacificación de las comunidades, “Des caremes après le careme, stratégies de


conversion et fonctions politiques des missions intérieures en Espagne et Portugal (1540-
1650)”, en Revue de synthèse Les Jésuites dans le monde moderne, revue trimestrielle
publiée avec le concours du Centre national du livre, Centre international de synthèse
Albin Michel, T. 120, 4e, S.Nos. 2-3, avril-septembre, 1999, pp. 359-380.

144
Segunda parte

Transformaciones del poblamiento: de la primera


época de conflictos al periodo reformista de los
borbones

145
Capítulo IV. La segunda mitad del XVII,
época de conflictos

Está fundado en esta villa un Colegio de


Nuestra Compañía de Jesús, donde asisten dos
o tres religiosos continuamente, teniendo por
sufragáneos otros catorce padres, que atienden
a sus partidos separados. Dos veces al año se
juntan y se congregan todos para tratar cosas de
religión y las que tocan a la buena
administración y fruto de las almas de sus
partidos. Los dos o tres que continuamente
asisten en la villa, tienen a su cargo, como
curas, el administrar los santos sacramentos a
los vecinos de ella y su capitán, que a tiempos
del año paran en ella.254

En lo que respecta a las relaciones entre los distintos actores sociales de la


provincia de Sinaloa, la primera mitad del siglo XVII fue un periodo de
buenas relaciones entre los misioneros jesuitas y los capitanes del presidio
de la villa. Por su parte, después de lograda la paz con los indios yaquis en
1610255, las diversas naciones cahitas permanecieron en relaciones pacíficas
con la población hispana.
Como hemos visto, fue éste el periodo en el que se dio la
configuración del territorio misional cahita, que por lo demás dejó de ser

254
Andrés Pérez de Ribas, Historia de los triumphos… op. cit., p. 129.
255
Evelin Hu-DeHart, Adaptación y resistencia en el Yaquimí… op. cit., p. 31.

146
frontera en la medida que se consolidaba el proceso de poblamiento y que la
monarquía sentaba sus reales en Sonora.
Por otro lado tenemos que se trata de una época de fervor religioso de
parte de los misioneros en la medida en que los jesuitas participantes
formaban parte de un proyecto que ponía un énfasis especial en la
evangelización de “países remotos” que como Sinaloa se encontraban
habitados por miles de indígenas en proceso de conversión.256
Era asimismo una etapa de consolidación de la infraestructura central
de la orden que en 1626 consagraba su templo de San Ignacio de Loyola en
la ciudad de Roma. En cambio, a nivel local la segunda mitad del siglo se
caracterizó por la existencia de conflictos entre los jesuitas y las autoridades,
los pobladores hispanos y los indios cahitas; o entre éstos y los demás
actores del proceso de poblamiento. En el centro de la discordia se
encontraron los indios, cuya fuerza de trabajo era el principal motor de las
misiones, ranchos, estancias y reales de minas del territorio.
Por otro lado, aparecen elementos que indican, si no una disminución
en cuanto al fervor religioso, sí al menos un interés muy marcado en las
cuestiones de la administración económica de las misiones. Se trataba de un
problema advertido desde 1637 por el obispo de Guadiana 257, pero que en

256
Al menos en el discurso, la forma en que los generales se referían en esta época a
los misioneros de Sinaloa, Topia y Tepehuanes es muy expresiva en este tenor. Así, en
una carta al padre Guzmán, misionero en Sinaloa, el general expresaba la “buena cosecha”
que esperaba de su ministerio, a la vez que puntualizaba que “… aunque tengo en mi alma
y abrazo en el señor a todos los que fue servido darme por hijos , hago esto con particular
afecto con los que están empleados en las misiones, y más en las más remotas, las cuales y
el consuelo de los operarios que en ellas tan loablemente trabajan encargo siempre al
padre provincial y cuando estén menos en algo de lo terreno, suplirlo el señor en lo
celestial…”, “El padre general al padre Diego de Guzmán, (misionero de) Sinaloa, 1619”,
ARSI, Mex. 02, Ep. Gen. 1599-1638, f. 211v.
257
Luis Navarro García, Sonora y Sinaloa… op. cit., p. 25.

147
los años siguientes se hizo más evidente en la medida en que el colegio
jesuita de Sinaloa estuvo bajo las órdenes de un rector particularmente
enérgico en este aspecto.

a) El Apologético defensorio y el primer enfrentamiento abierto

La historiografía sobre el noroeste novohispano ha destacado la serie de


conflictos que se suscitaron en el marco de la alcaldía de Sinaloa, entre los
capitanes del presidio y los misioneros jesuitas desde mediados del siglo
XVII258, fundamentalmente en el marco de la redacción del documento
titulado “Apologético defensorio y puntual manifiesto que los padres de la
Compañía de Jesús, misioneros de las provincias de Sinaloa y Sonora
ofrecen por noviembre de este año de 1657 al rectísimo tribunal, y senado
justísimo de la razón, de la equidad y de la justicia, contra las antiguas,
presentes y futuras calumnias, que les ha forrado la envidia, les fabrica la
malevolencia, y cada día les está maquinando la iniquidad” mejor conocido
por su título abreviado de Apologético defensorio.259
Luego de casi setenta años de presencia jesuítica, el poblamiento
hispano de la provincia de Sinaloa se afianzaba, a partir de sus dos
principales asentamientos, la villa de San Felipe y Santiago y el Fuerte de
Montesclaros. De hecho, como hemos visto, en la villa confluían distintos
ámbitos administrativos al ser sede de la alcaldía mayor, del presidio y del

258
Sobre este aspecto puede consultarse principalmente Luis Navarro, Sonora y
Sinaloa… op. cit., pp. 153-156.
259
Francisco Xavier de Faria, Apologético defensorio… op. cit.

148
colegio y rectorado de los jesuitas, llamado asimismo, de Sinaloa, por lo que
su importancia específica era notable.
Se trataba también de la puerta de entrada a la provincia de Sonora
donde el avance misionero de la Compañía alcanzaba el curso alto de los
ríos Yaqui y Sonora donde se iniciaba un extenso ámbito de producción
minera fomentado por los pobladores hispanos.260 La villa de San Felipe y
Santiago fue pues, nuevamente, el centro de un conflicto que trascendió los
límites del antiguo territorio cahita y que al extenderse hasta Sonora, dejaba
entrever que Sinaloa había dejado de ser la frontera en la costa del Mar de
Cortés.
Navarro relata que los conflictos iniciaron en la década de 1640,
probablemente por los ataques de que los jesuitas eran objeto de parte de los
capitanes y quizá de los propios vecinos de Sinaloa, precisamente por los
cuantiosos bienes que la Compañía de Jesús había acumulado en Sinaloa y
Sonora. Así, a partir de los testimonios expresados por el fiscal de
Guadalajara en este contexto, el monarca pedía ser enterado de esta
problemática en particular261.
El Apologético fue escrito en 1657, década en la que el tema seguía
siendo del interés de los distintos actores sociales de la región. Precisamente
en un conflicto que tuvo don Mathías de Pereira Lobo con el alcalde mayor,
“cabo y caudillo” del presidio sale a relucir el nombre del individuo que
tuvo el primer gran conflicto con los jesuitas y que éstos callaron en el
citado documento.

260
Luis Navarro García, al referirse a los descubrimientos de plata de Sonora en la
segunda mitad del siglo XVII habla de “un nuevo norte minero”, Sonora y Sinaloa… op.
cit., pp. 41-43.
261
Luis Navarro García, Sonora y Sinaloa… op. cit., p. 153.

149
Se trata del general don Andrés Franco de León, capitán del presidio
de Sinaloa, con quien se marca claramente la ruptura entre los misioneros y
la autoridad militar. De acuerdo con un testimonio de Juan Álvarez, vecino
de Parral ante el gobernador en representación de Pereira Lobo, Franco de
León agravió a éste, en virtud de que

Visitó a los padres de la Compañía de Jesús en tiempo en que no se atrevía


ninguna persona a visitarlos por el miedo que tenían concebido todos los
(individuos) de aquella provincia por los bandos que sobre esto había
publicado, órdenes que había dado (y) amenazas que había hecho a los que
entrasen en el dicho Colegio a comunicar(se) con los dichos religiosos.262

Aunque hay duda respecto de si se trata de un Andrés Franco de León


o dos, el hijo y el padre, respectivamente el capitán y el alcalde mayor –pues
el testimonio está redactado de forma muy ambigua-, lo que sí queda claro
es el gran nivel del enfrentamiento que se presentaba en un ámbito tan
pequeño, ya fuera entre los miembros de la institución religiosa y los jueces
administradores, o sólo entre éstos mismos, como se ha expresado
anteriormente.
El conflicto entre don Andrés Franco de León, el capitán del presidio
de Sinaloa y los jesuitas del Colegio provocó sin duda una situación tensa
entre los pobladores de la villa, sobre todo si consideramos la polarización
del conflicto entre dos actores que hasta entonces habían jugado un papel de
aliados en el proceso de evangelización de los indios en el territorio, y por
ende, en el avance de la monarquía.

262
“Contra Manuel Francisco de León, alcalde mayor de la villa de San Phelipe y
Santiago de la provincia de Sinaloa, por Juan Álvarez, apoderado”, AHP, 1658, f. 1.

150
Por su parte, las discenciones presentadas en la década de 1620, entre
el padre Hernando de Tovar y el capitán Diego Martínez de Hurdaide263
fueron meras anécdotas, punto de referencia del cambio de la situación en
relación al nuevo problema que esta vez incluyó al grupo de misioneros que
en este caso como en otros posteriores actuaron de forma corporativa.
Fue así que los jesuitas optaron por la redacción de un texto que
buscaba ensalzar los frutos de su trabajo, y mediante un plan comparativo e
irónico ponía en la discusión sus “sufrimientos” de frente a las
“comodidades” de los capitanes del presidio. Un documentado dedicado a
actores externos, como son el virrey de la Nueva España, el gobernador de
la Nueva Vizcaya y el obispo de Durango, es decir, un grupo de individuos
que tenían en común el hecho de que todos participaban, desde sus distintos
ámbitos, de la administración del territorio264.
El padre Francisco Xavier de Faria, autor del texto, nos muestra
desde el interior una de las facetas de la Compañía, en su papel de
institución evangelizadora, responsable asimismo de la incorporación de los
indios cahitas al modelo de vida occidental. De esta forma nos enteramos de
las distintas actividades de la vida cotidiana de la misión, con sus rezos y
oraciones, festividades, esparcimiento y, también en buena medida, de las
diversas actividades económicas promovidas por los jesuitas en el marco de
la institución, a la sazón motivo del descontento del capitán del presidio,
como lo expresa el propio misionero jesuita:

263
Véase capítulo II, especialmente el inciso c) Sinaloa: formación de una región
misional.
264
Francisco Xavier de Faria, Apologético defensorio… op. cit.

151
… dicen pues que tenemos en Zinaloa exquisitos regalos, que no hay reyes
más abastecidos de lo exquisito en sus mesas, que nuestros misioneros en
las suyas; que tenemos huertas, jardines y aranjueces; que es riquísimo el
vino de nuestras viñas…265

Lo cual seguramente tenía como sustrato la evidencia de un éxito


extraordinario de las actividades fomentadas por los jesuitas en las misiones,
gracias a lo que era el telón de fondo del problema, a saber, el trabajo de los
indios266.
Aunque desconocemos los resultados de esta primer desavenencia, lo
importante es que a partir de entonces se puso en la mesa de la discusión el
carácter que habrían de jugar los misioneros de la Compañía de Jesús en sus
establecimientos de Sinaloa, en relación a los indios cahitas, así como en su
relación con los otros actores del poblamiento del territorio.
Una década después de la redacción del Apologético defensorio, en
1668 tenemos nuevamente los testimonios del general de los jesuitas
respecto de la problemática del Colegio de Sinaloa. Se trata, como en
anteriores ocasiones de sus respuestas a las inquietudes expresadas por los
misioneros y autoridades de la provincia jesuita de la Nueva España, en esta
ocasión dirigidas al padre provincial de México. Así, mientras que se habla
de las “necesidades” que en lo temporal tenía el mencionado Colegio, se
solicitaba a las misiones bajo su administración socorrerlo en lo que fuera
necesario267.

265
Francisco Xavier de Faria, Apologético defensorio… op. cit., p. 98.
266
Luis Navarro García, Sonora y Sinaloa… op. cit., pp. 153-156.
267
“Carta del general de la orden de los jesuitas al padre provincial de México”,
Roma, ARSI, México 3, Ep. Gen. 1668-1688, f. 2v.

152
Se justificaba de esta manera respecto del otro tema, es decir, la
existencia de estancias ganaderas bajo su dependencia, sobre las que habría
expresado el provincial en este contexto su ánimo de que fueran suprimidas.

Los padres misioneros escriben que sin ellos (los ranchos de las misiones)
no tendrán el sustento necesario para sí y para los indios que son las vacas
que en dichos ranchos se crían. Si hay algún exceso bien es que se prohiba
y que se procure que los padres misioneros no se ocupen tanto en solicitar
la multiplicación de las vacas que les impide el acudir a su principal
ocupación que es la enseñanza de los indios, lo que debe VR es que se
observen exactamente las órdenes particulares que pertenecen a las
misiones y que no se saque de ellas plata en abundancia como se ha
sacado…268

Se trataba pues de una serie de altercados de un conflicto que


continuó con altibajos hasta la expulsión de los jesuitas en 1767. De Faria
hablaba en 1657 parafraseando al capitán. En 1668 el general contestaba a
las solicitudes de los jesuitas. Sin embargo, en unos años otras voces se
alzarían de manera mucho más contundente en la denuncia de una serie de
abusos cometidos por algunos misioneros de la Compañía, se trata del
“fiscal defensor de indios”, figura presente de manera constante en otros
ámbitos novohispanos y que sólo ocasionalmente vemos actuar en las
alcaldías de la costa, justamente cuando los problemas con los indios
llegaban a los juzgados.
Los acontecimientos que se desarrollan a partir de 1671 llaman
particularmente nuestra atención pues se trata de una de las primeras
ocasiones para las que contamos con los testimonios de los propios indios

268
“Carta del general de la orden … Ibíd.

153
cahitas, que asumieron un rol protagónico en la denuncia ante las instancias
correspondientes.

b) El fiscal protector de indios y la defensa de los cahitas

Francisco de Luque, el defensor de indios en la provincia de Sinaloa, era un


habitante de la villa de San Felipe y Santiago, que ocupaba en 1671 el cargo
de alcalde de primer voto. No se trataba de un personaje notable por su
poder económico en la villa, pues se había dedicado en el pasado a
actividades como la albañilería y el traslado de mercancías de una banda a
otra del río. Sus detractores jesuitas lo acusaron también de un incierto
origen por su ascendencia mestiza269.
Sin embargo, el trabajo desempeñado por éste en la defensa de los
indios ante el gobernador de la Nueva Vizcaya y ante la audiencia de
Guadalajara deben ser destacados, sobre todo porque nos ofrece un
testimonio temprano de la vida en las misiones desde una perspectiva
crítica, que por lo demás se encuentra ausente en los periodos tempranos
debido a que, las fuentes son predominantemente de la misma Compañía de
Jesús.
De hecho, su nombramiento como juez protector de indios, dado en
el real de minas de Parral en septiembre de dicho año obedecía a las quejas

269
Esta información fue ofrecida por los jesuitas para la descalificación de la parte
acusadora. “Joseph García de Salcedo, gobernador de la Nueva Vizcaya en autos sobre la
condición de los indios de San Phelipe y Santiago por malos tratamientos”, BPEJ, Fondos
Especiales, ARAG, Ramo civil, exp. 29-8-392, años de 1671-1674, fs. 59-65.

154
que por entonces habían presentado los indios de la provincia de Sinaloa
respecto de los malos tratos y vejaciones que “algunas personas” les hacían
al no pagarles sus salarios ni darles de comer270. Se trata de una
problemática que no era privativa de las misiones de la costa, pues en la
misma época el gobernador de la Nueva Vizcaya dirigía sus esfuerzos ante
asuntos similares en el altiplano de la Nueva Vizcaya271.
De acuerdo con Navarro, el problema empezó cuando el misionero de
Tehueco, padre Jacinto Cortés, se negó a proporcionar indios de
repartimiento al capitán y alcalde mayor del presidio de Sinaloa, don Mateo
Ramírez de Castro. Argumentaba que los indios realizaban trabajos diversos
bajo las órdenes del capitán y que éstos no eran sólo para las necesidades del
presidio pues también los utilizaba en su propio beneficio. Como agravante,
Cortés afirmaba que además de ser un trabajo obligatorio, no se les pagaba
el jornal a los naturales272. Por entonces el jesuita superaba las cuatro
décadas en Sinaloa, situación que lo convertía en una autoridad moral
incuestionable ante la autoridad militar.

270
“Traslado del nombramiento del fiscal de indios laboríos de la provincia de
Sinaloa”, en BPEJ, Fondos Especiales, ARAG, Ramo civil, exp. 29- 8-382, fs. 1 y v.
271
“El maestre de campo Joseph García de Salcedo, caballero de la orden de
Santiago, gobernador y capitán general de este reyno de la Nueva Vizcaya y sus
provincias por S.M Consiste en disposiciones del señor gobernador, algunas tendientes a
beneficiar a los indios y que tienen como punto de referencia la problemática que en esos
años se presentaba en la costa, pues a la vez que se manda a los indios de misión de la
jurisdicción del real de Indée que tengan sus siembras de maíz, que críen ganados y
gallinas se les hace ver “que sepan que si un padre los ocupare en algunas faenas o trabajo
les ha de pagar a razón de dos reales cada día y que al ocuparlos ha de ser después de
hacer dichos indios sus sementeras ”, AHP, Caja 2, exp. 48 (Rollo 4), Tizonaso, 29 de
mayo de 1764, fs. 90-90v.
272
Luis Navarro García, Sonora y Sinaloa… op. cit., pp. 156-157. Sobre este tema
también se puede consultar de Sergio Ortega Noriega, “El sistema de misiones de Sinaloa,
Ostimuri y Sonora. Formación, crecimiento y crisis, 1591-1767”, en José Gaxiola y José
Carlos Zazueta (eds.), Memoria del seminario sobre la religión en el Noroeste
novohispano, Culiacán, Sinaloa, México, El Colegio de Sinaloa, 2004, p. 142.

155
La referencia en abstracto de los individuos sobre los que se hacía
mención en Parral dejó de serlo un año después, justo cuando Luque
acompañado de tres indios del pueblo de Mocorito, en el extremo sur de la
provincia de Sinaloa, se presentó ante la audiencia de Guadalajara con
motivo de exponer la problemática de los indios de la provincia. En esta
ocasión, la verdadera novedad era que se trataba de un problema que
además de los capitanes del presidio de la villa incluía a los misioneros de la
Compañía de Jesús.
Presento ahora un extracto del testimonio de Luque ante la real
audiencia:

… y digo que en cuatro ríos que tengo de mi cargo, que es jurisdicción de


la villa de Sinaloa que (es de donde) son los naturales, pasan muchos
trabajos, pues van dejando sus pueblos y tierras y se van a las extrañas y a
los montes por el trabajo que les dan sus padres ministros en sembrar tantas
cantidades de maíces, trigo, frijol y algodón, de que se les siguen muchos
(daños) a los naturales en sus casas y familias, por no dejarlos buscar su
remedio por el mucho interés que se les sigue a los padres, no dejando en
su libertad, tratándolos más que esclavos, por cuya causa no pueden
sustentar a sus hijos ni mujeres sin gozar de su libertad a dichos naturales,
sin pagarles su trabajo, teniendo tanto interés de ellos como tienen en los
míseros naturales, sirviéndose de sus mujeres e hijos; ellos son los que
crían tantas cantidades de ganados, tantas cantidades de caballada, ganados
menores, tantas muladas, ellos son los domadores, ellos son los arrieros,
ellos son los vinateros, ellos son los meleros, ellos son esclavos pues
trabajan de noche y de día, sin pagarles su trabajo, interesando los padres
tantas cantidades de hacienda a costa de la sangre de estos pobres…273

273
Acusación del fiscal Francisco de Luque ante la audiencia, en vía de agravio en
su carácter de protector de indios, en “Información sobre los malos tratamientos a los
naturales de la provincia de Sinaloa…”, Guadalajara, 10 de diciembre de 1672, BPEJ,
Fondos especiales, ARAG, Ramo civil, exp. 29-8-392, fs. 4 y v.

156
Se trata sin lugar a dudas de un testimonio contundente, mismo que al
ser presentado en la audiencia en diciembre de 1672 provocó reacciones
diversas, entre las que destaca la real cédula expedida en el mismo mes en la
que se ordena el buen trato que se ha de dar a los indios. Ello en primer
lugar, en el caso del trabajo en el presidio debido a ser justamente, uno de
los establecimientos milicianos más bien socorridos de la Nueva Vizcaya
que no tendría por que requerir el trabajo de los indios si no es por su
voluntad y pagándoles en moneda (2 1/2 reales) y no con su equivalente en
mercancías. Asimismo la real cédula ponía énfasis en que los indios debían
ser “puestos en libertad”, lo que presuponía claramente la existencia de una
coerción laboral (véase completa en anexo 5: “Real Cédula de la Audiencia
de Guadalajara para que no se den malos tratamientos a los indios).
En estos términos se dirigían los oidores en el documento:

Mandaron que se despache real provisión para que los alcaldes mayores de
Sinaloa y Sonora amparen y pongan en su libertad a todos los indios de
aquellas provincias sin consentir que ningunas personas de (97v) cualquier
estado, calidad y condición que sean los obliguen ni compelan a que sirvan
contra su voluntad en ningún ministerio en conformidad con las reales
cédulas que de esto tratan las cuales se inserten en las reales provisiones y si
se lo estorbaren con información sumaria den cuenta a esta real audiencia
para darla a su majestad, haciendo publicar la real provisión y reales cédulas
en las partes públicas que convengan para que se tenga noticia de todos274.

Cabe decir que la real cédula fue fundamentada en dos cédulas


anteriores, una general en que el monarca ordenaba a los súbditos quitar el

274
“Real cédula de la Audiencia de Guadalajara para que no se den malos
tratamientos a los indios” en “Joseph García de Salcedo en autos sobre la condición de
los indios…”, fs. 81-88v.

157
repartimiento de indios si lo hubiere, así como el servicio personal “pues es
lo principal que se procura atender”, fechada en Madrid, a siete de junio de
1621 y la otra de un caso muy similar en la que se les negaba a los religiosos
franciscanos de la provincia de Yucatán el servicio de los indios en sus
conventos e iglesias, así como el establecimiento de nuevas imposiciones,
que pretendieron instituir en el capítulo provincial que celebraron mayo de
1657 “contra lo establecido por derecho y por los concilio mexicano y
limense y en perjuicio de mi real patronato”.275
También se ordenó una serie de investigaciones en el lugar de los
hechos, que tuvieron como resultado una visita por los pueblos del río
Petatlán, donde los indios de Bamoa, Nío, Guasave y sobre todo, los de
Tamazula expresaron por escrito en lengua “maya” (es decir, cahita) los
diversos problemas que los aquejaban.

c) La visita de los pueblos del Petatlán y el testimonio de los indios

Para la Compañía un ataque de esta naturaleza significó en su momento un


cuestionamiento muy fuerte sobre su labor en Sinaloa, cuya legitimidad no
había sido cuestionada, más allá de los problemas que dieron pie al
Apologético defensorio. Una afirmación fue la que provocó más reacciones
al orgullo misionero pues de hecho se menciona un par de ocasiones en el
testimonio citado, así como en la real cédula, como es el hecho de que los

275
“Real cédula de la Audiencia de Guadalajara para que no se den malos
tratamientos a los indios” en “Joseph García de Salcedo en autos sobre la condición de
los indios…”, fs. 85v-86v.

158
indios trabajasen “como esclavos”. Afirmación contundente, aunque fuera
expresada en sentido figurado.
Parece ser incluso, que fueron los mismos misioneros los que
tomaron con más seriedad la acusación de esclavitud, pues su situación se
acercaba en alto grado a ello. De hecho, los testimonios de los indios
refieren un trabajo que rebasaba la simple obediencia, adquiriendo así un
claro matiz de coerción.
Al ser visitados los pueblos del Petatlán en abril de 1673, al menos
entre Bamoa y Tamazula se percibió un fuerte malestar por el trabajo
realizado en las misiones y en el Colegio de Sinaloa en el que participan los
hombres en actividades relativas a la agricultura, la ganadería y la
edificación y mantenimiento de las iglesias, además de las mujeres en
trabajos muy puntuales, que incluyen la realización de tejidos, la molienda
de trigo para la elaboración de harina y el acarreo de leña y agua para las
necesidades del misionero276.
Se trata de una serie de actividades que habían sido introducidas
desde los inicios de las misiones, que formaban parte de las actividades
normales, pero que en la medida en que se convertían en trabajo forzado por
parte de una autoridad religiosa particularmente enérgica podían trascender
la vida de la misión, como ocurrió con los indios del Mocorito y el Petatlán
en el último tercio del siglo XVII.

276
“Joseph García de Salcedo, gobernador de la Nueva Vizcaya en autos sobre la
condición de los indios de San Phelipe y Santiago por malos tratamientos”, BPEJ, Fondos
especiales, ARAG, Ramo civil, exp. 29-8-392, en especial fs. 30-34 y 50-52v. Sobre la
información presentada por los indios particularmente molestos con su misionero véase
anexo 6 “Carta de los naturales del pueblo de Tamazula al alcalde mayor de Sinaloa,
Miguel Calderón y Oxeda, en el marco de su visita, 1674”.

159
La visita de los pueblos fue realizada en el mes de abril de 1673 por
el alcalde mayor, capitán Miguel Calderón y Ojeda, quien se acompañaba de
Francisco de Luque, el protector de indios, como traductor.
Inició su encomienda en el pueblo de Bamoa, tras haber pregonado la
real provisión de la audiencia para poner en “libertad” a los indios de la
provincia de Sinaloa. El procedimiento consistió en realizar el conteo de los
indios, poniendo especial atención en los individuos que desempeñaban
trabajos para la misión a los que luego procedía a poner en “libertad”.

… llegó oy dicho día al pueblo de Bamoa donde halló que había en dicho
pueblo setenta y tres familias con más siete indios solteros y entre los
dichos indios se halló haber seis vaqueros, seis sabaneros, cuatro fiscales y
un teatopile y dos sacristanes y tres paxes y seis cantores, todos los cuales
se pusieron en libertad y se les dio el tlatole* que SM manda, así en Castilla
como en su lengua… 277

En este contexto, fueron expresados testimonios que refieren a


manifestaciones de rechazo a la vida en las misiones, como era,
fundamentalmente, la salida forzada de individuos de los pueblos.
Algunos de aquellos indios buscaban establecerse en lugares alejados
del contacto con los españoles, especie de “santuarios indígenas” mientras
que otros al contrario optaban por incorporarse a las estancias, ranchos y
haciendas de los pobladores hispanos del entorno cercano, así como a reales
de minas mucho más distantes, como el de Parral, donde se aprovechaba la
fuerza de trabajo de los indios de Sinaloa.

*
Palabras de mensaje, en este caso el mandamiento de la audiencia.
277
“Visita al pueblo de Bamoa por don Miguel Calderón y Oxeda, 16 de abril de
1673”, en BPEJ, Fondos especiales, ARAG, Ramo civil, exp. 8-15-111, “Información
sobre los malos tratamientos a los naturales de la provincia de Sinaloa…”

160
De la declaración del indio Juan Baptista, de la “nación Mocorito”,
del primero de noviembre de 1672 tenemos una de las últimas menciones
conocidas del pueblo y nación de los achires, de cazadores-recolectores en
la zona del litoral marítimo entre las alcaldías de Culiacán y Sinaloa. Se
trata, en palabras de Juan Baptista, precisamente del pueblo cuyos habitantes
huyeron a los montes y marismas con motivo de los trabajos que los jesuitas
obligaban hacer.278
Sin embargo, el litoral costero con sus esteros, islas y penínsulas no
fue el único espacio de refugio de los indios cahitas bajo el dominio
hispano. Contamos con testimonios de 1673 que hemos citado anteriormente
y que refieren a los indios “sonoras y sinaloas” establecidos en parajes
«remotos y de agria tierra» de la sierra tarahumara, donde podían vivir
libremente. En este caso su presencia fue advertida de manera accidental, al
perderse en las montañas de la sierra el mercader viandante Juan López
Camacho y encontrarse con unos ranchos de indios cargados de pescado. Se
trataba de un paraje a 18 leguas de la doctrina de Satebó.279
Es apenas una muestra de aquellos indios que acompañados de sus
familias buscaban la libertad en parajes recónditos de la sierra. De hecho los
grandes flujos de indios huidos se dirigían a lugares poblados, como es el
real de Parral, sobre el que Chantal Cramaussel consigna que un barrio

278
“Testimonio del indio cacique Juan Baptista, de nación Mocorito, del pueblo
de San Miguel, en la provincia de Sinaloa”, BPEJ, Fondos especiales, ARAG, Ramo civil,
exp. 29-8-392, “Información sobre los malos tratamientos a los naturales de la provincia
de Sinaloa…”, 21 de noviembre de 1672, f. 6.
279
“(Expediente) contra los indios de Sinaloa, por desobedientes a los justicias”,
puesto y paraje de Las Cuevas, a 15 de enero de 1673, AHP, exp. 2443, 4 fs. Fueron
capturados en esta ocasión siete indios y cinco indias con “toda la chusma pequeña”,
mismos que trasladaron en colleras al real de Parral. A pesar de su relativo aislamiento,
estos indios contaban con 16 cabezas de ganado menor, 5 bestias caballares y dos mulas.

161
entero, el de San Francisco, estaba conformado por indios originarios de
Sinaloa y Sonora.280
Incluso la misma villa de San Felipe y Santiago de Sinaloa se
convirtió en uno de los lugares a los que los indios de la provincia se
dirigían al huir de sus pueblos e incorporarse al servicio de las casas de los
vecinos.281

d) Los “mocoritos” y su problemática con los capitanes

Sin embargo, como se mencionó anteriormente, no fueron sólo los


pobladores hispanos y los misioneros jesuitas a quienes los indios de la
provincia de Sinaloa manifestaron su rechazo, sino que también se incluyen
en la lista los capitanes del presidio de la villa, quienes fueron acusados ante
la audiencia de cometer diversos abusos en los pueblos de misión.
Tenemos en concreto la referencia sobre los problemas de los indios
de Mocorito, que entre sus quejas del capitán don Mateo Ramírez de Castro
argumentaban malos tratamientos, pues éste mandó poner un palo de
mezquite –llamado “bramadero”- en el centro de la plaza de la villa de

280
De acuerdo con esta autora, los indios provenientes de la costa de Sinaloa y
Sonora se hallaban agrupados alrededor del hospicio real de los naturales y de su ermita,
llamada también de La Candelaria y que fue rebautizada como Nuestra Señora del Rayo.
Sin embargo, no todos los indios llegaban por su propia voluntad pues muchos de ellos
estaban en Parral por medio del repartimiento laboral, Chantal Cramaussel, “La
urbanización primitiva del real de Parral”, en Trace, Travaux et Recherches dans les
Amériques du Centre, México, Revista del CEMCA, diciembre de 1992, No. 22, p. 43.
281
“Informe sobre el centro de las misiones sinaloenses, compilado por el padre
Lucas Luis Álvarez … op. cit., p. 103.

162
Sinaloa como un elemento de persuasión, respecto del castigo que habrían
de merecer los naturales que hicieran caso omiso de sus mandamientos282.
Otros motivos de queja referían al maltrato que daban a sus caballos
al tomarlos de remuda en su paso por el pueblo, que estaba a la vera del
camino real entre San Miguel de Culiacán y la villa de Sinaloa, por lo que
recibían en pago «unas veces dos reales y otras nada», además de otras
quejas, como expresaba el alcalde de Mocorito:

… por el trabajo que los naturales suelen hacer en el dicho presidio les dan
un tomín* por el trabajo de un día, éste en una madeja de tochomitle que es
unas hebras de lana hebradas de diferentes colores y les dan de comer unas
veces bien y otras mal, y lo ordinario es una porción de maíz cocido, y que
es verdad que de orden del capitán que se fue y los antecedentes a el,
siempre los han obligado a los naturales a que acudan a sembrar dos milpas
para el dicho capitán, para el despachar unas cédulas que llaman sellos,
para que cada semana acudan a las dichas milpas unas veces tres y otras
cuatro indios…283

Se trataba pues de una serie de arbitrariedades que los capitanes


realizaban en tanto sentían que su actuar no sería cuestionado. Los
testimonios de los indios en Guadalajara iniciaron una tradición que
continuó durante el siglo XVIII en que al solicitar justicia en el máximo
órgano de la Nueva Galicia, eran atendidos, y en el caso de haber sufrido
despojos o ser pisoteados sus derechos éstos eran reivindicados. 284

282
Testimonios de los indios Juan Baptista y Martín Juárez, del pueblo de San
Miguel de Mocorito, en la provincia de Sinaloa, BPEJ, Fondos especiales, ARAG, Ramo
civil, exp. 8-15-111, “Información sobre los malos tratamientos a los naturales de la
provincia de Sinaloa…”
*
Un tomín, es decir, un real. Ocho reales eran el equivalente a un peso.
283
“Testimonio del indio cacique Juan Baptista”, documento citado, 21 de
noviembre de 1672, f. 6.
284
Luis Navarro García, Sonora y Sinaloa…, op. cit.

163
Si bien las disposiciones de la autoridad se dirigieron constantemente
a la defensa de los indios, en la práctica, al menos durante la segunda mitad
del siglo XVII, los misioneros de la Compañía de Jesús siguieron
disfrutando de un poder de hecho en los pueblos de su administración, que
la jurisdicción civil sólo cuestionaba, sin lograr obtener grandes cambios,
más allá de poner el problema en la mesa de discusión.
Por su parte, la Compañía de Jesús utilizó con bastante éxito la
estrategia de la desacreditación, tanto moral como legal de sus adversarios
políticos. Un arma contundente en una sociedad como ésta que mantenía un
status de excepción, justamente por ser “tierra de misiones” y por ser el
ámbito donde los mismos misioneros se desempeñaban como comisarios de
la santa inquisición, ante la presencia irrelevante de la autoridad eclesiástica
secular.
En el caso de la visita de 1673, esta fue interrumpida a pedimento de
los propios jesuitas, quienes dirigieron su defensa atacando los puntos
débiles del fiscal Francisco de Luque, a quien acusaron de ladrón, de tener
ascendencia mestiza, de ser “criollo de Sinaloa”, de haberse desempeñado
en oficios inapropiados para un funcionario de esta categoría como es la
albañilería, así como haber sido balsero (actividad por la que cruzaba
desnudo el río para el transporte de mercancías) y, más grave, de vivir en
“concubinato público y escandaloso con una mujer de raza india con quien
tenía cuatro hijos y tratándola como a su propia mujer”285.

285
“Testimonio del padre Bernabé Francisco Gutiérrez ante la Audiencia de
Guadalajara” e “Información presentada por el padre rector del Colegio de Sinaloa Pedro
de Maya para descargo de la a su vez vertida por Luque y los Mocoritos”, BPEJ, Fondos
especiales, ARAG, fs.80-88v y 59-65, respectivamente.

164
De hecho, esta acusación realizada por los jesuitas fue la que lo
habría llevado, desde su perspectiva, a “fugarse” de Sinaloa rumbo a la
audiencia de Guadalajara con los tres indios mocoritos al pretender los
jesuitas permaneciese en la villa so pena de excomunión.
En tanto, el alcalde mayor don Miguel Calderón y Ojeda, principal
autoridad en la visita de los pueblos del Petatlán también recibió
contundentes ataques, por “enemigo declarado y apasionado contra la
Compañía de Jesús y sus religiosos” a quien acusaron de no poder ocupar
dicho puesto por ser casado en España. Se trata de una jugada que rindió
rápidamente fruto en la estrategia de la Compañía, pues el fiscal Haro y
Monterroso mandó que se despachara la información ante el gobernador de
la Nueva Vizcaya por tratarse de la persona que lo había empleado para que
lo mandara inmediatamente a la península, dando cuenta de haberlo
ejecutado286.
El otro campo para la defensa de los jesuitas fue la presentación de
testigos en descargo de las acusaciones contra del actuar de los miembros de
la Compañía. Así, el capitán Miguel de la Vega, teniente de gobernador y
capitán a guerra de El Fuerte, a solicitud del visitador general de las
misiones de la Compañía de Jesús de las provincias de Sinaloa y Sonora,
padre Álvaro Flores de Sierra, certificó que las acusaciones presentadas en
contra de la Compañía eran inciertas, en tanto que más bien los misioneros
ayudaban a los indios en ocasiones de hambre y no los hacían trabajar sino
pagándoles por su desempeño287.

286
Luis Navarro García, Sonora y Sinaloa… op. cit., pp. 169-170.
287
“Miguel de la Vega, teniente de alcalde mayor y capitán a guerra en El Fuerte
de Montesclaros, de la provincia de Sinaloa, por el capitán don Miguel Calderón y Oxeda,
alcalde mayor de la villa de San Felipe y Santiago, a pedimento del muy reverendo padre
Álvaro Flores de Sierra, visitador general de las misiones de la Compañía de Jesús de las

165
En el caso de la Audiencia de Guadalajara, Navarro puso en evidencia
que el fiscal Fernando de Haro y Monterroso tuvo desde el principio del
proceso una visión pesimista respecto de la ejecución de las disposiciones
de esta autoridad regional en establecimientos tan lejanos de la ciudad de
Guadalajara, como de hecho ocurrió, en detrimento tanto de los vecinos
españoles, como de los propios miembros de los pueblos cahitas288. La
distensión de los mecanismos de poder era pues evidente en la misma
instancia encargada de la aplicación de la justicia. Así, por medio de sus
propios mecanismos, la Compañía de Jesús logró mantener su poder, que se
imponía finalmente en el territorio misional. Sin embargo, esta problemática
sería el punto de referencia de los conflictos entre los actores sociales de
Sinaloa en momentos posteriores.

e) La administración religiosa de la villa de Sinaloa

En el capítulo anterior se ha mostrado el carácter de los conflictos que se


presentaron en el ámbito de la administración civil. Es preciso mencionar
que éste tipo de conflictos también acontecieron entre las mismas
autoridades eclesiásticas pues había desacuerdos que ponían en riesgo la
estabilidad del territorio. Se trata fundamentalmente de la relación entre el
obispado de Durango en cuyo ámbito recaían las provincias y la Compañía
de Jesús, como artífice de la evangelización. Nuevamente el problema se
ubicó en la administración de la villa de Sinaloa.

provincias de Sinaloa y Sonora”, en BPEJ, Fondos especiales, ARAG, Ramo civil, exp. 8-
15-111, fs. 54-55v.

166
Conocemos que la “misión de Sinaloa” no era tal, sino sólo Colegio,
del mismo nombre, cabecera del rectorado de San Felipe y Santiago.289 No
se trataba pues de un asentamiento indígena, sino hispano. Sin embargo,
desde la llegada de los jesuitas y ante la ausencia del clero secular, la villa
permaneció administrada espiritualmente por los misioneros. Esta situación
fue tolerada por el obispo de Durango por casi un siglo.
Si bien los prelados realizaron visitas desde la época del
establecimiento del obispado, su participación allí era limitada.290 Acaso se
reconocía la labor de los ignacianos reflejada en el éxito de la
evangelización, la pacificación del territorio y el gran desarrollo
agropecuario, motivo éste último de los primeros conflictos entre la
autoridad secular y la regular.291
En 1681 hubo un intento por revertir ésta situación, al buscar el
obispo nombrar un curato en Sinaloa, donde según el testimonio en contra
de don Bernardo Pardo, provincial en Nueva España de la Compañía “nunca
lo ha habido ni se necesita, por tocar a ésta desde su descubrimiento”292.

288
Luis Navarro García, Sonora y Sinaloa… op. cit., pp. 169-173.
289
Al referirse pues los contemporáneos a la “misión de Sinaloa”, se referían
concretamente a la labor evangelizadora que tuvo su centro en la villa, no a una “misión”
en el sentido de asentamiento.
290
Sin precisar las fechas exactas, Pérez de Ribas consigna la visita del obispo de
Guadalajara don Juan del Valle Monge Benito (Ca. 1606), posteriormente, tras el
establecimiento del obispado de Durango en 1621, su primer titular don Fray Gonzalo de
Hermosillo visitaba las misiones cuando enfermó y murió en el Colegio de Sinaloa. El
segundo y tercer obispo de Durango, don Alonso Franco de Luna y don Fray Diego de
Evia Monge Benito, respectivamente, también hicieron la visita. En ella, además de
reconocer la Diócesis realizaban la confirmación de los bautizados. Andrés Pérez de
Ribas, Historia de los triumphos… op. cit., pp. 174-178.
291
Luis Navarro García, Sonora y Sinaloa… op. cit.
292
“Copia de la contundente respuesta dada por Fr. Bartolomé García de
Escañuela, obispo de Durango, a la real provisión de septiembre de 1681 en orden a cierto
memorial presentado al virrey conde de Paredes por el provincial de la Compañía de Jesús
Bernardo Pardo, manifestando que dicho obispo pretendía introducir novedades en

167
El provincial, apeló rápidamente a la impresión que causaría en los
indios éste tipo de “novedades” que “como reducidos a la fee por la
industria y amor de los religiosos los entibia y altera cualquier desaire en
ellos y más si continuada en sus principios se ve necesitada la Compañía a
retirar a sus misioneros”. Es decir, una respuesta retadora, que no pasó
desapercibida al fiscal de la audiencia de México, en este caso.293
Como en otras ocasiones, la presión habría sido consistente, pues el
virrey mandó suspender el nombramiento a don Manuel de Abee como cura
de Sinaloa, no sin el enojo del obispo Fray Bartolomé García de Escañuela,
quien en su argumento explicó que

La villa de Sinaloa es república formal de españoles, con dos alcaldes


ordinarios y un gobernador de las armas y presidio real con milicia
española; no es curato de indios, hay un cura: no es por presentación del
patrón y en tantos años como ha que se fundó Synaloa no se ha
quebrantado el patronato con el tal cura294.

En fin, un problema que ante la sobreposición de jurisdicciones


eclesiásticas se veía venir, sobre todo cuando los dos ámbitos de la
administración religiosa –regular y secular- se consideraban con el derecho
necesario para la administración del vecindario de la villa, así como de su
entorno. En el caso del real de Los Frailes, y sus agregados de Álamos y

perjuicio de la religión y despojo de sus misioneros”, BMNAH, Fondo Franciscano, rollo


7, exp. 200.
293
“Copia de la contundente respuesta… Ibíd.
294
“Copia de la contundente respuesta… Ibíd.

168
Guadalupe no hubo este tipo de problemas pues desde su origen se nombró
un clérigo secular por el gobernador de la Nueva Vizcaya.295

La segunda mitad del siglo XVII fue pues, la de la ruptura del orden
establecido con el advenimiento de las misiones de la Compañía de Jesús,
tanto en el antiguo territorio cahita, es decir, la provincia de Sinaloa y el sur
de la de Ostimuri, como en el resto de la alcaldía de Ostimuri y la de
Sonora.
La nueva situación puso a los diversos actores del poblamiento del
territorio en situaciones de conflicto, y salvo los problemas por la
administración religiosa de la villa de Sinaloa, que se dirimían al margen de
la presencia de la población cahita (si bien invocándola), los demás tuvieron
como foco del conflicto, precisamente a los indios.
Se trata de los conflictos entre la autoridad civil y/o militar con los
jesuitas; entre los jesuitas y los indios; o entre los capitanes del presidio y
éstos últimos. Era evidente que ante la presión por controlarlos, los indios
reaccionarían a partir de su situación específica.
La salida de los indios de los pueblos de misión era uno de las
manifestaciones de rechazo usuales, así como las quejas ante las autoridades
externas a la provincia, ya sea ante el gobernador de la Nueva Vizcaya o la
audiencia de Nueva Galicia.
Asimismo por entonces, en el marco del ambiente de revuelta que se
generó en las tierras del extremo norte, a partir de la insurrección de los

295
“Provisión del beneficio curado de Los frailes al Lic. Francisco Sainz de
Carrizosa”, AHD, Libro de asientos de títulos de alcaldes mayores y mercedes de tierras,
1689-1695, Cajón 8, exp. 9, fs. 36v-38.

169
indios pueblo de Nuevo México (1680-1693)296, se dieron los primeros
brotes de rechazo violento a la presencia española en el antiguo territorio
cahita.
José Luis Mirafuentes, en su citado trabajo sobre las guerrillas de
resistencia étnica en el Noroeste novohispano consigna que en la provincia
de Sinaloa, apenas hubo manifestaciones de rebelión contra los españoles
reflejadas en conatos tardíos y reducidos de “mayos” en Chicorato y Bamoa,
si bien también consignó zonas de conflicto en torno a Mochicahui, en el
Zuaque y en el curso medio del Mayo, así como en la zona del Yaqui297.
La ubicación y el desarrollo de la problemática ligada a los conflictos
surgidos en estos pueblos, y posteriormente a las sublevaciones de 1740 y
1769 son algunos de los tópicos que desarrollo en los siguientes dos
capítulos.

296
Un amplio desarrollo de ésta lo podemos encontrar en Martín González de la
Vara, “La rebelión de los indios pueblos de Nuevo México, 1680-1693”, en Organización
y liderazgo de los movimientos populares novohispanos… op. cit., pp. 1-36.
297
José Luis Mirafuentes Galván, Organización y liderazgo… op. cit.

170
V. Cambios en la relación de poder

Muchos juzgan –cuando oyen el término


sublevación- que todas estas naciones son por
lo general incultas, bozales y agrestes. Sin
embargo yo puedo decir, por lo que he visto
que los yaquis y mayos por lo general son más
ladinos que aún los indios de los suburbios o
barrios de México, y al tanto o más que los
cargadores que viven dentro de la ciudad, por
que sirviendo en minas se hacen al trato y
lengua de los españoles. Y los que no la hablan
por lo general la entienden, a excepción de tal
cual que no hace número… ¿Pues en qué
consistirá que estos indios, siendo ladinos,
estén tan poco sujetos? Por que no hay
españoles que los contengan.298

a) La regularización administrativa

Al comenzar el siglo XVIII, la configuración administrativa de la antigua


provincia de Sinaloa había adquirido sus rasgos principales. Como hemos
visto, se trataba de un ámbito costero, administrado por medio de una
alcaldía mayor, con una incipiente formación de espacios menores, llamados
tenientazgos299.
De hecho, el mayor descubrimiento minero de la parte final del siglo
XVII, que fue el real de Los Frailes (1683) llamado posteriormente real de
Álamos (al menos en 1686) no adquirió por sí mismo el carácter de alcaldía,

298
Rafael Rodríguez Gallardo, Informe sobre Sinaloa… op. cit., p. 41.

171
sino sólo el de tenientazgo de la alcaldía de Sinaloa, a pesar de que en unos
cuantos años se convirtió en el principal asentamiento al norte de la villa de
San Felipe y Santiago300. El otro tenientazgo al comenzar el siglo era el del
Fuerte de Montesclaros que gracias a un poblamiento promovido por el
pequeño asentamiento militar devino en “villa” avanzado el siglo XVIII.
Asimismo, el territorio cahita careció en el marco de la
administración hispana de una jurisdicción homogénea, pues mientras que
los pueblos del río Yaqui formaron parte de la alcaldía de Ostimuri, los de
los ríos Mocorito, Petatlán, Fuerte y Mayo dependieron de Sinaloa.
En el caso de la administración religiosa de los jesuitas había en
cambio desde la segunda mitad del siglo XVII una división más equilibrada,
pues tanto los pueblos del Mayo, como los del Yaqui correspondían a la
“Misión de San Ygnacio de Hiaqui”, así como los del entorno de la villa de
Sinaloa, entre los ríos Mocorito y Zuaque pertenecían a la “Misión de San
Felipe y Santiago”.301 Esta división, se identificaba a mediados del XVIII
en la división en rectorados, que son el Rectorado de Hiaqui y el de Sinaloa,
respectivamente302.
Fue asimismo por esta época en que se establecieron con mayor
precisión los ámbitos de administración, tanto de la alcaldía mayor de
Sinaloa, como de la de Ostimuri. En el caso de la primera, nos encontramos

299
Ver capítulo III, incisos “a” y “b”.
300
Luis Navarro García, Sonora y Sinaloa… op. cit., pp. 41-43.
301
“Relación de las misiones… Juan Ortiz Zapata (1678)”, AGN, Misiones 26, fs
257-267.
302
“Visita del padre Juan Lorenzo Salgado, remitida al padre provincial Ignacio
Calderón, Uiribis, 8 de marzo de 1756”, AGN, Archivo Histórico de Hacienda, Leg. 17,
exp. 39. El expediente cuenta con 10 fojas, sin embargo carece de numeración individual
por lo que se sugiere al lector guiar su consulta a partir del orden de los ríos en que se
administraban los pueblos, del Petatlán hacia el norte hasta terminar en el Yaqui, pues fue
este el del orden de la visita.

172
con el intento de un alcalde mayor de Urique (en la Tarahumara) para
expandirse estableciendo un tenientazgo hacia tierras más bajas, con motivo
de haberse encontrado minerales en el puesto de Baymoa, cercano al real de
Loreto, en las pertenencias de la misión jesuita de Chicorato303, es decir, en
un ámbito que correspondió tradicionalmente a la alcaldía de Sinaloa.
Sin embargo, ante una averiguación mandada hacer con este motivo
por el gobernador de la Nueva Vizcaya, don Juan Fernández de Córdoba se
expresó el malestar del capitán del presidio de Sinaloa, el general Andrés de
Rezabal, respecto de estas intenciones. Sobre todo al mencionar que se
buscaba limitar el ámbito de gobierno del presidio, cuando en la práctica
eran “las armas de Sinaloa” las que se encargaban de la seguridad, tanto de
estos lugares como de muchos otros más alejados de la villa de San Felipe y
Santiago, de tal forma que ante argumentos como éste las cosas
permanecieron sin cambios304.
Asimismo, en el caso del sur, respecto de un conflicto iniciado a
principios del siglo XVII por la administración de las vertientes y valles
interiores en el entorno de Badiraguato, que habían recaído en la villa de
Sinaloa, nos encontramos con que al iniciar el siglo XVIII estos se ubicaron
con mayor claridad en el ámbito de gobierno de los alcaldes mayores de
Culiacán.305 No obstante, en el segundo tercio del siglo se creó una nueva
alcaldía que abarcaba desde la zona del río Mocorito, hasta los pueblos

303
“Competencia de autoridad entre el gobernador político y militar de Sinaloa y el
de la Nueva Vizcaya, 1708”, AHP, C10-G7, 8 fs.
304
“Competencia de autoridad … Ibíd.
305
Gilberto López Castillo, Composiciones de tierras… op. cit., pp. 112-115 y 175-
176.

173
serranos de Badiraguato, que se llamó “alcaldía de San Benito y Santiago de
los Caballeros” con sede en el primero de los asentamientos306.
San Benito, la sede de la misma era un asentamiento hispano, en
contraposición al de San Miguel de Mocorito, núcleo del río del mismo que
se convirtió en el único de carácter indígena. Como veremos en este mismo
capítulo, con la erección de esta alcaldía se daba en la práctica el
reconocimiento de una importante zona de poblamiento hispano
caracterizada por un florecimiento de los ranchos y estancias ganaderas que
aprovecharon una escasa presencia nativa. Además, su vigencia reavivó los
problemas administrativos de origen de este ámbito, que por lo demás en el
último tercio del siglo XVIII no tuvo continuidad como instancia de
gobierno.
En el caso de Ostimuri, alcaldía en pleno proceso de conformación
después de la serie de descubrimientos mineros del último tercio del siglo
XVII, se estableció que los pueblos del río Yaqui correspondían a su ámbito
administrativo y no al de Sonora como habría acontecido hasta entonces.
Asimismo se dispuso que los pueblos de Behlem y Huírivis, ubicados en la
margen derecha del mismo río permanecieran en el ámbito sonorense.307

306
Aunque se cuenta con referencias cruzadas del nuevo ámbito administrativo se
carece por ahora de los argumentos por los que fue creado. La primera referencia proviene
de un “Libro de bautismos de la nueva alcaldía de San Benito de los Sabinos” (Ca. 1732),
ubicado en el Archivo Parroquial de San Miguel de Mocorito. Por su parte, J. Rafael
Rodríguez Gallardo lo consigna en su Informe sobre Sinaloa y Sonora, año de 1750,
México, Archivo General de la Nación, 1975 (edición de Germán Viveros), p. 192. En
esta fecha la nueva alcaldía contaba además con un teniente general ocupado seguramente
en la administración de la zona entre Badiraguato y Santiago de los Caballeros.
307
“Representaciones hechas sobre diferentes vejaciones que en la provincia de
Sonora reciben los misioneros y naturales de los vecinos de aquella jurisdicción y queja
del mejor remedio que ponen las justicias”, 1715-a D-128, 56 fs. (3766). El documento
incluye un listado de autoridades de Sonora al comenzar el siglo XVIII, así como la nota

174
En el contexto de los pueblos del bajo río Yaqui, el caso de Behlem
es excepcional, pues se trató de un asentamiento de indios pimas, que desde
épocas tempranas se administraba en lengua cahita308. Éste tuvo, además de
su visita de Huírivis, que sí pertenecía de origen a la nación Yaqui, un par
de rancherías cuya nación de origen era la “Guaymas”, propiamente la de
San Joseph de Guaymas y la de Santa Rosalía, ubicadas a quince y 20
leguas al norte de la cabecera309. Los habitantes de ambas rancherías fueron
cazadores y pescadores, a diferencia de los habitantes indígenas del
territorio cahita con su tradición agricultora.
El territorio cahita seguía siendo avanzado el siglo XVIII un ámbito
regional identificable en relación a otros grupos humanos más norteños. La
principal diferencia la encontramos en su carácter sedentario y al desarrollo
agrícola, sin embargo los misioneros mismos se encargaron de legitimarlo
mediante la administración en cahita de los indios allí asentados. También
podemos destacar que la delimitación administrativa de los pueblos del
Yaqui no obedeció a una simple ubicación a una u otra banda del río, sino
más bien estas decisiones consideraron la presencia de grupos extraños al
cahita, provenientes de tierras sonorenses.
Por su parte se conformó en Ostimuri el tenientazgo de Baroyeca, a
partir de un asentamiento minero surgido en la primera década del siglo
XVIII que tuvo la ventaja de ubicarse en las tierras bajas de los ríos Mayo y
Yaqui, es decir, en el territorio que corresponde históricamente a las dos

sobre el cambio de jurisdicción de los pueblos mencionados, incluida inicialmente en el


título de alcalde Phelipe de Bustamante (1705).
308
“Relación de las misiones… Juan Ortiz Zapata (1678)” (documento citado),
AGN, Misiones 26, f. 258.

175
naciones indígenas de mayor población al interior de la zona cahita.
Baroyeca se trató por lo mismo de un asentamiento estratégico para los
españoles que, al estar imposibilitados de acceder a las tierras de los yaquis,
disfrutaban de una mayor disponibilidad de la fuerza de trabajo de los indios
de misión.310
En cuanto a la administración religiosa secular nos encontramos que al
mediar el siglo XVIII la villa de Sinaloa aunque tenía el carácter de “curato”
seguía siendo administrada por los jesuitas. En cambio había curatos
dependientes del obispado de Durango en San Benito y Santiago de los
Caballeros, la villa del Fuerte de Montesclaros, el real de los Álamos y
Ostimuri. Álamos fue de origen el asentamiento español donde el obispo de
Durango tuvo una mayor presencia pues no había allí, como en San Felipe y
Santiago de Sinaloa un núcleo de jesuitas. Cada uno de estos curatos
comprendía un dilatado territorio.311

309
“Informe de la misión sonorense de Belén, en el río Yaqui, compilado por su
misionero, padre Juan Lorenzo Salgado, primero de diciembre, 1744”, en Ernest J. Burrus
y Félix Zubillaga, Misiones mexicanas de la Compañía de Jesús… op. cit., pp. 185-188.
310
Una de las primeras referencias de Baroyeca lo encontramos en “Autos sobre la
posesión de la alcaldía de San Ildefonso de Ostimuri”, AHP, 1705, D-107, 3481, donde se
expresa que “los vecinos y mineros de Nuestra Señora de Loreto y Baroyeca piden al
gobernador que no provea, como saben que lo ha hecho, del oficio de alcalde mayor de la
provincia de Ostimuri en la persona del capitán Blas Esquerr, quien se ha desempeñado el
último año y medio como teniente de alcalde mayor de este real y su jurisdicción con lo
que hemos experimentado lo inquieto de su natural”, Baroyeca, julio 16 de 1705 fs. 5-6.
311
J. Rafael Rodríguez Gallardo, Informe sobre Sinaloa… op. cit.,p. 58.

176
b) Intento truncado de mover el presidio de Sinaloa

En los orígenes de las misiones jesuitas de Sinaloa, el presidio había jugado


un papel muy importante, en tanto que fue la institución encargada de
garantizar la seguridad de los misioneros y, en general del avance del
poblamiento del territorio. Asimismo, los soldados fueron ellos mismos los
primeros pobladores de la villa de San Felipe y Santiago. Sin embargo,
después de más de un siglo de que la región se había incorporado a la
monarquía española era notorio que la situación había cambiado, pues al
principiar el siglo XVIII el padre Kino llevaba las avanzadas misioneras a la
Pimería Alta y se comenzaba con la nueva empresa misionera de California
(Ver mapa 5.1).312
Por entonces, la experiencia había demostrado que los mecanismos
para la defensa se caracterizaban por su ineficiencia, pues el presidio de
Sinaloa carecía de un núcleo numeroso de soldados, mientras que los
principales centros, se encontraban a una distancia notable, como era el caso
del real de minas de Parral, cabecera de la Nueva Vizcaya, o de la ciudad de
Guadalajara, sede de la audiencia de la Nueva Galicia313.

312
Bolton, Confines de la cristiandad… op. cit.
313
Los principales problemas en la época era la posibilidad de una rebelión
indígena e incluso los desembarcos corsarios que a fines del XVII habían asolado de
Mazatlán hacia el sur. Si bien los corsarios habían tenido uno de sus mayores éxitos en el
asalto del Galeón Santa Ana en 1587, fue la parte final del siglo XVII para la que se
consigna una mayor actividad de piratería. Hubo entonces asaltos en diversos puertos del
Pacífico, así como un desembarco en el puerto de Mazatlán que puso en jaque a las
autoridades de la Nueva Vizcaya. Michael Mathes W., Piratas en la costa de Nueva
Galicia en el siglo XVII, Guadalajara, Jalisco, 1976, pp. 17-19 y Gilberto López Castillo,
Composición de tierras… op. cit., pp. 126-131.

177
Mapa V.1. Mapa del Nuevo Reyno de la Nueva Navarra y territorios confinantes,
levantado por el padre Eusebio Francisco Kino (1710).

Fuente: Ernest J. Burrus y Félix Zubillaga, La obra cartográfica… op. cit., no. 13.

En general, las alcaldías costeras al norte de Culiacán la existencia de


un solo presidio cuyas fuerzas se compartían entre la villa de Sinaloa y el
Fuerte de Montesclaros hacía que los mecanismos para la defensa
particularmente ineficientes, cuando los problemas se presentaban en los

178
extremos del avance poblador hispano, es decir, como ocurría usualmente en
el caso las alcaldías de Ostimuri y en Sonora.
Como se ha mostrado, desde la segunda mitad del siglo XVII fue
notorio que las circunstancias por las que se promovió el establecimiento del
presidio en la villa de Sinaloa y del “Fuerte” en las riberas del Zuaque
habían cambiado. Así, el avance del poblamiento hispano, a partir de las
misiones, reales de minas, ranchos y estancias ganaderas requería de una
mayor presencia militar.
El florecimiento de un núcleo ranchero en el último tercio del siglo
XVII en el curso medio del río Mayo, en el lugar conocido como “Valle de
los Cedros” fue en los años siguientes una opción muy atractiva para las
autoridades que buscaron fortalecer la presencia militar en ámbitos más
norteños. En distintos niveles de gobierno se discutió el asunto. La primera
referencia alude a una real cédula de Felipe V de 11 de diciembre de 1702 y
a la orden del virrey duque de Albuquerque para la guerra ofensiva y
defensiva contra los indios rebeldes a la real Corona aceptando la traslación
del presidio de Sinaloa al valle de Los Cedros, pero no la fundación de otro
en la frontera sonorense de Turicachi. 314
Sobre esta real cédula se había dado la discusión en la junta de guerra
efectuada en la ciudad de México el 29 de julio de 1704, que optó por el
cambio de la sede del presidio de Sinaloa. El argumento consideraba que los
indios del entorno inmediato a la villa de San Felipe y Santiago de Sinaloa
estaban ya “domésticos y sosegados”, por lo que se determinaba que dicho
presidio

314
“Expediente sobre el traslado del Presidio de Sinaloa al Valle de Cedros”,
BMNAH, Archivo Franciscano, Microfilm, rollo 8, caja 13, expediente 222, años de
1702-1704), 11 fs.

179
… se pase y mude al dicho Valle de los Cedros, así por las conveniencias que en
sí tiene de valles, tierras y aguas y lo necesario para fabricarlo como por estar más
pronto e inmediato a las fronteras de Sonora, Guazapares, Sierra de Chínipas, Sierra
Madre, real de minas de San Ildefonso de Ostimuri, Tacupeto y otras y a la
provincia de Tarahumaras y servirán de antemural y seguro a las misiones que están
formadas y con más prontitud podrán las armas de este presidio visitar los pueblos y
misiones de los ríos Mayo y Yaqui y fronteras de la Sierra Madre, y de permanecer
en su situación de Sinaloa se hallará muy distante para todas estas asistencias.315

Desde una perspectiva externa, como la que tenía la junta de guerra,


los argumentos eran contundentes. Sin embargo, para el capitán del presidio
don Andrés de Rezabal, un cambio de esta naturaleza significaba
incomodidades que no estaba dispuesto a perder, de forma que buscó
argumentar en contra del cambio mediante la presentación de testigos a
favor de su postura.
El principal argumento de Rezabal fue que el presidio cubría más de
cien leguas desde el pueblo de Mocorito al sur, hasta la frontera de Yécora,
sin embargo no fue bastante frente a los testimonios adversos, como la
cercanía del Valle de los Cedros a los pueblos de Mayo y Yaqui; “que todos
los autos de guerra de Rezabal han sido en dichas fronteras de Yécora,
Moris y Tacupeto” a 30 leguas de Los Cedros y a 100 de Sinaloa; que los
indios de Sinaloa y El Fuerte son agricultores y que llevan siete décadas
pacificados, “siendo sus armas la coa y el azadón” y que los pueblos de
Mayo y Yaqui tienen muchos más indígenas en relación a los del entorno de
la villa de Sinaloa. 316

315
“Expediente sobre el traslado del Presidio… documento citado, fs. 9-10.
316
“Testimonio de la respuesta dada el 5 de agosto de 1705 en la ciudad de México
por los capitanes don Juan ignacio de la Vega y Sotomayor, don Martin de Sabalza y don
Juan de Salaices a una consulta del capitán don Andrés de Rezábal ponderando razones
para que el presidio de la villa de Sinaloa que tiene a su cargo no sea mudado al Valle de

180
Finalmente, entre los testigos presentados por la junta destaca el
capitán don Diego de Aguilar Montero, quien se había desempeñado como
teniente de gobernador y capitán de la provincia y presidio de Sinaloa, quien
sustentado en su experiencia “no sólo da razones para que se mude (el
presidio de Sinaloa) al Valle de los Cedros, sino que asegura ser inútil en
dicha villa de Sinaloa”, testimonios todos tomados en cuenta por el virrey
Conde de Galve quien dispuso el cambio del asentamiento. Sin embargo,
por circunstancias desconocidas ello no fue ejecutado, ni siquiera por el
siguiente gobernador, don Manuel de Agramont, indispuesto el mismo a
mudarse a la frontera317.
Una cosa era clara, pues al convertirse los soldados del presidio ellos
mismos en pobladores, de hecho, al ser el contingente más numeroso de
asentamientos como El Fuerte de Montesclaros y en su origen, de la villa de
Sinaloa, mostrarían en diversas ocasiones su indisposición al traslado a los
nuevos asentamientos fronterizos.

c) El establecimiento de la gobernación de Sinaloa y Sonora

El nuevo ámbito de gobierno, bajo cuya administración quedaría desde el río


de Las Cañas en su parte más meridional (alcaldía de El Rosario) hasta la
frontera norte de Sonora fue erigido en 1732, cuatro años después de
realizada la visita general a los presidios de la Nueva España septentrional

los Cedros en la provincia de Ostimuri”, BMNAH, Archivo Franciscano, Microfilm, rollo


8, caja 13, expediente 226, 1705, 9 fs.
317
“Testimonio de la respuesta… Ibíd.., f. 19.

181
por el brigadier Pedro de Rivera.318 Este funcionario realizó un diagnóstico
del territorio que recogió en buena medida el sentir de pobladores hispanos
y autoridades respecto de la problemática de las alcaldías de la costa.
Entre los argumentos que fundamentaron la nueva unidad de
gobierno se consideró la dificultad de administrar un territorio a partir de
dos centros de poder bastante alejados, como lo eran el reino de la Nueva
Vizcaya y la Audiencia de Nueva Galicia. Un problema que tenía sus
orígenes en el siglo XVI, pero que al continuar vigente durante el primer
tercio del XVII ponía en evidencia los lastres de los mecanismos de la
monarquía.
Al establecerse que las alcaldías de Copala, Maloya, El Rosario,
Culiacán, Sinaloa, Ostimuri y Sonora quedarían bajo la autoridad directa del
gobernador y capitán vitalicio de Sinaloa, don Manuel Bernal de Huidobro,
con sede la villa de San Felipe y Santiago se dio finalmente un gobierno
centralizado al territorio, que dejó el lazo que lo ligaba históricamente con la
Nueva Vizcaya319.
Si bien la audiencia con su sede en la ciudad de Guadalajara
permaneció como instancia de apelación en el ámbito judicial, el mayor
poder que en la práctica tuvieron los gobernadores devino en una relativa

318
Pedro de Rivera, Diario y derrotero de lo caminado, visto y observado en la
visita que hizo a los presidios de la Nueva España Septentrional el brigadier Pedro de
Rivera, introducción y notas de Vito Alessio Robles, Archivo Histórico Militar, No. 2,
México (segunda edición, Algazara, Málaga, 1946).
319
María del Valle Borrero Silva, “Un aspecto olvidado de la visita de Rivera: su
propuesta de creación de la Gobernación de Sonora y Sinaloa”, en Memoria del XVI
Simposio de Historia y Antropología de Sonora, vol. 1, Instituto de Investigaciones
Históricas, Universidad de Sonora, Hermosillo, Sonora, México, 1994. La autora ha
dedicado su obra en buena medida a esta nueva instancia administrativa como podemos
ver en Fundación y primeros años de la gobernación de Sonora y Sinaloa 1732-1750,
Hermosillo, Sonora, El Colegio de Sonora, 2004.

182
mayor eficiencia administrativa. Un problema insalvable de la nueva
instancia fue su carácter extenso, pues cubría desde El Rosario en el Sur,
hasta la Alta Pimería, en Sonora. El territorio de los indios cahitas quedó
justo en el centro de la gobernación.
En el nuevo ámbito de gobierno se carecía de grandes centros
poblacionales, a pesar de la conciencia que se tuvo desde fechas tempranas
por parte de las autoridades, relativa a la necesidad de la defensa de las
alcaldías costeras. Sólo la villa de Sinaloa, sede del gobernador, fue desde
sus orígenes el asentamiento de una alcaldía mayor, así como del Colegio de
la Compañía de Jesús, cabecera del resto de las misiones de la costa.
El rector del Colegio, como lo había hecho desde principios de la
evangelización jesuita se desempeñaba al mediar el siglo como el encargado
de los servicios religiosos de las 3,200 familias de la villa320.
Álamos, por su parte era un real de minas en ascenso, pero su ámbito
administrativo era restringido al propio de un tenientazgo de la alcaldía de
Sinaloa. Tuvo asimismo desde fechas tempranas un curato que administraba
los servicios religiosos de sus habitantes, así como de los rancheros y
mineros del entorno. Por su importancia, tanto este asentamiento minero
como el defensivo de El Fuerte de Montesclaros tuvieron un teniente
general, directamente dependientes del gobernador321.
Manuel Bernal de Huidobro, el primer gobernador, tuvo serios
conflictos con la Compañía de Jesús debido a que en su primera visita
general en 1734 buscó establecer la tributación en las alcaldías en que se

320
“Visita del padre Juan Lorenzo Salgado, remitida al padre provincial Ignacio
Calderón, Uiribis, 8 de marzo de 1756”, AGN, Archivo Histórico de Hacienda, Leg. 17,
exp. 39.
321
J. Rafael Rodríguez Gallardo, Informe sobre Sinaloa… op. cit., p. 60.

183
encontraban asentadas las misiones. Huidobro dejó asentado el hecho de que
hacía más de 130 años en la provincia de Sinaloa y noventa en la de Sonora,
que ya estaban sujetos sus habitantes indígenas y que éstos deberían estar
tributando a partir de haber cumplido diez años de estar pacificados y
reducidos.322 Ello no ocurría y el problema del no pago de impuestos se
convirtió en un tópico recurrente a medida que avanzaba el siglo.
Siguiendo una tradición del siglo XVII, el punto de vista del
gobernador fue criticado por el padre rector de los jesuitas, Cristóbal de
Cañas, religioso de la provincia de Sonora, y por varios de los misioneros,
así como por quien sería su sucesor, el sargento mayor del presidio de
Sinaloa, Agustín de Vildósola323. De hecho, el enfrentamiento con los
jesuitas y con el grupo de los pobladores de origen vasco a quienes
Vildósola representaba ha sido considerado como la principal causa de la
deposición del gobernador Bernal de Huidobro, a pesar de su título de
gobernador vitalicio. Sin embargo, la ocasión de la deposición ocurrió en el
marco de las críticas realizadas por su campaña contra los yaquis y mayos
en la rebelión de 1740.
De acuerdo con la investigadora María Luisa Rodríguez-Sala el
dominio de la provincia pasó de manos de castellanos a la de vascos y los
jesuitas conservaron, fortalecida, su influencia en el mecanismo de
dominación y asentamiento de los naturales convertidos y de expansión de

322
María Luisa Rodríguez-Sala, Los gobernadores de la provincia de Sonora y
Sinaloa, 1733-1771, Culiacán, Sinaloa, UNAM-UAS, 1999, p. 62. En los textos
novohispanos, en las referencias a “Sonora”, usualmente se daba por entendido la
inclusión de Ostimuri.
323
“Escrito que presentó el padre Manuel de Cañas, religioso de la Sagrada
Compañía de Jesús al gobernador de esta villa, sobre la inconveniencia de las medidas por
él tomadas en cuanto a asuntos indígenas(1735)”, BPEJ, Fondos especiales, Ramo Civil,
Exp. 93-3-1033, 16 fs.

184
sus misiones y con ello, de contribución al proceso de extensión e
integración territorial y de poblamiento.324
Su continuador, don Agustín de Vildósola, considerado por Huidobro
como una “hechura de los jesuitas” contribuyó facilitando los intereses de la
compañía en las provincias norteñas. Un rasgo sobresaliente de ésta época
fue que la provincia de Sinaloa dejó de ser la zona nuclear desde la cual se
debería ir logrando la integración política de la región, pues Vildósola se
había desempeñado en Sonora y estableció en el Pitic su residencia como
gobernador. El argumento que él y los sucesores adoptaron para mantener el
cambio era que Sinaloa se encontraba lejos de los lugares en que acontecía
con mayor frecuencia ataques de indígenas, como era el caso de seris y
apaches, en el caso sonorense.325
Durante el gobierno de Vildósola maduró la idea de que los presidios
podían garantizar el avance del poblamiento español en la región, además de
constituirse, como el primero de San Felipe y Santiago de Sinaloa, en focos
importantes de colonización326. Los nuevos presidios, establecidos en 1741,
se ubicaron propiamente en la provincia de Sonora (San Pedro de la
Conquista en el Pitic y San Felipe de Jesús de Gracia Real de Guevavi o
Terrenate), reconociéndose tácitamente que tanto Sinaloa como Ostimuri
quedaban en una relativa mayor estabilidad social, culminada la rebelión
yaqui de 1740.

324
María Luisa Rodríguez-Sala, Los gobernadores de la provincia…, op. cit., p.
63.
325
Ignacio del Río, “La inestable capital de la gobernación de Sonora y Sinaloa,
1732-1823: una reseña preliminar” en Estudios de Historia Novohispana, México,
UNAM, No. 28, enero-junio de 2003.
326
Saúl Jerónimo Romero, De las misiones a los ranchos y haciendas, la
privatización de la tenencia de la tierra en Sonora, 1740-1860, Hermosillo, Sonora,
Gobierno del Estado de Sonora/Secretaría de Educación y Cultura, 1995.

185
El traslado del presidio de Sinaloa más al norte ocurrió finalmente en
un momento posterior a la rebelión y a la nueva política respecto de este tipo
de establecimientos. Finalmente la autoridad reconocía la necesidad de
contar con un asentamiento militar mucho más cercano de los lugares de
conflicto y si bien el presidio no se trasladó al Valle de los Cedros si lo hizo
a un lugar muy cercano a éste como fue el real de Baroyeca327.

d) La “sublevación Yaqui” de 1740 y el problema del poblamiento

En realidad la sublevación no fue sólo de los indios yaquis, sino también de


los mayos y “fuerteños” y durante su transcurso se expresó el grado de
confrontación que se había alcanzado entre los actores del poblamiento de la
antigua provincia de Sinaloa. En particular, el grupo indígena yaqui, que
históricamente había mostrado menor tolerancia a la incursión hispana en su
tradicional forma de vida se convirtió en artífice de este movimiento que en
buena medida impactó el proceso de poblamiento impulsado hasta ese
momento.
Luis Navarro García en su clásico ensayo sobre la sublevación indígena
puntualizaba ya hace cuatro décadas sobre la forma en que durante los años
previos se habían enfrentado una serie de grupos humanos en forma mucho
más compleja que la simple contraposición entre españoles e indios, de hecho

327
J. Rafael Rodríguez Gallardo, Informe sobre Sinaloa… op. cit., p. 61.

186
menciona este autor, “los españoles no eran una masa homogénea ni penetrada
de unos mismos fines inmediatos, ni los dominados adoptaban una misma y
uniforme actitud ante el colonizador”.328 Además, no debemos olvidarlo, había
otro actor social, la Compañía de Jesús, cuya importancia en la región a un
siglo y medio de su establecimiento, se había consolidado.
No se trató de un movimiento indígena de carácter espontáneo, sino que
al contrario los indios de las comunidades buscaron negociar con las
autoridades españolas la satisfacción de las causas de su inconformidad al
menos desde 1736. Estas iban desde las quejas contra don Cristóbal de
Gurrola indio yaqui capitán general de los pueblos del río, hasta la incursión
de personas ajenas al grupo indígena, como los mestizos y coyotes que habían
ido a vivir a sus pueblos. El hecho de que sólo se mencionara a cinco personas
denota el cuidado que tuvieron los yaquis de mantener su unidad étnica a partir
de la segregación de su ámbito territorial, algo que habían logrado desde la
instauración de las misiones en la segunda década del siglo XVII.
Los reclamos tenían que ver principalmente con el establecimiento de
estos individuos en los diferentes pueblos del río Yaqui donde habrían
usurpado tierras, además de que se valían de la amistad que mantenían con el
capitán general para extorsionar a los indios indisponiendo a los jesuitas contra
ellos. 329
Esta problemática, canalizada por las vías tradicionales de apelación que
correspondía a las comunidades del Yaqui los llevó a presentar sus quejas ante
el alcalde mayor de Ostimuri don Miguel de Quiroz y Mora (1736), el teniente

328
Luis Navarro García, La sublevación yaqui de 1740, Sevilla-Escuela de
Estudios Hispanoamericanos, 1966, p. 15.
329
Éstos eran Juan Frías, Ignacio Alipazaga, Simón Hernández y su hijo José
Manuel, Gaspar Álvarez y el mulato Juan Manuel Samana, Luis Navarro García, La
sublevación yaqui… op. cit., pp. 27-28.

187
de gobernador de Sinaloa don Manuel de Mena (1736), ante su sucesor don
Martín Cayetano Fernández de Peralta (1737) y, finalmente ante el virrey de la
Nueva España por medio del liderazgo de dos indígenas, Juan Ignacio
Usacamea “el Muni” y Bernabé Basoritomea.330
Estas causas, consignadas por Luis Navarro refieren principalmente a la
problemática interna de las comunidades de yaquis. Por otro lado, los
testimonios de los jesuitas enriquecen la perspectiva pues ponen en la mesa de
discusión los problemas que ellos mismos como miembros de una institución
tenían con los otros actores sociales, como es el caso de las autoridades
locales, los pobladores civiles y los miembros del clero secular establecidos en
el real de Álamos. Los miembros de las comunidades nuevamente aparecen
como elemento central en la confrontación de los otros actores sociales:

Todo el principio desde su primera raíz fue un pleito que don Andrés de
Quiroz (el alcalde mayor de Ostimuri) puso a los naturales del pueblo de
Tepagüi, sobre querer poblar las tierras de Togibampo; y antes,
extrajudicialmente lo había pretendido de dichos indios y se lo habían negado
con el motivo de no querer que vivieran españoles entre ellos. Quiroz les dixo
que pelearan por que dentro de quince días había de poner su corral en dicho
puesto y una vez metido no lo habían de hechar de allí…331

En este contexto, los problemas entre los indios y la autoridad civil –de
acuerdo a los propios jesuitas- tenían como elemento de intermediación a la
Compañía de Jesús que no permitía la intromisión de los españoles en las
tierras de los indios, pues se trataba justamente de las tierras que estaban bajo
el cuidado de la misión misma. Posterior a este altercado ocurrido en torno a

330
Luis Navarro García, La sublevación yaqui… op. cit.
331
“Extracto segundo. Contiene el hecho, su origen, causas y progreso de la
sublevación de los indios Hiaquis, Maios, Pimas Bajos, siendo gobernador don Manuel
Bernal de Huidobro el año de 740”, ARSI, México, 18, Historia III, 1701-1803, f. 073.

188
1736 en el que Quiroz no logró su propósito hubo un cambio de alcalde mayor
al ser nombrado don Phelipe Marzal, quien tuvo un punto de vista favorable a
los indios.332
Sin embargo las intenciones de los españoles eran claras. Don Andrés de
Quiroz como representante de los intereses de los pobladores hispanos junto
con su hermano don Miguel pugnó ante la audiencia de Guadalajara por la
medición de las tierras del Yaqui, con vistas a determinar las que pertenecieran
al real patrimonio. Si bien se nombró con este motivo a don Juan de Huidobro,
un individuo cercano a ellos para realizar las pretendidas medidas, éstas no se
llevaron a cabo en virtud de que los padres jesuitas por medio del rector del
Colegio de Sinaloa acababan de ganar un pleito de tierras semejante sobre el
puesto de Maripeto, perteneciente al pueblo de Bacubirito.333
De nueva cuenta hubo un cambio de política cuando el hermano de don
Andrés, don Miguel de Quiroz fue nombrado alcalde mayor de Ostimuri, pues
se trata del momento en el que, de acuerdo a los jesuitas, “empezó a torcer a
las claras por los intereses particulares” en detrimento de los indios334.
Nos encontramos aquí nuevamente con dos escalas de la administración
del territorio que devenían en una diferenciada atención o no de la
problemática de las comunidades indígenas. En la escala local, lo usual era
que en caso de conflicto la autoridad optara por dar preferencia a los intereses
de los pobladores hispanos, pues incluso ellos mismos lo eran. Posteriormente,
como ya había ocurrido en el siglo XVII la instancia de apelación a la
audiencia de Guadalajara era muy sensible a los argumentos de la Compañía

332
“Extracto segundo (de la sublevación de los yaquis…)”, documento citado, f.
73v.
333
“Extracto segundo (de la sublevación de los yaquis…)”, documento citado, fs.
73v-74v. El testimonio original dice “Marigeto”.
334
Loc. cit.

189
de Jesús, que por medio de sus apoderados, que también eran jesuitas,
defendían los intereses de la agrupación de frente a las autoridades y
pobladores hispanos.
La posibilidad de que los líderes del Yaqui se presentaran directamente
ante el virrey de la Nueva España fue asimismo una manifestación del derecho
a voz que estas comunidades tenían para presentar sus quejas ante las más
altas instancias del gobierno virreinal y de que, cuando ello ocurría, recibían
respuestas de apoyo respecto de los abusos de la autoridad local. Sin embargo,
como se ha mencionado para el siglo XVII, la distancia era un medio de
relajación de las decisiones de las autoridades centrales y en el caso de la
sublevación de 1740 el tiempo en recorrer las grandes distancias también lo
fue, pues al no volver Muni y Bernabé en las fechas convenidas y al haber
corrido noticias de su muerte se daba pie para que, como había sido planeado,
iniciara la sublevación.
Para los jesuitas, la segunda causa de la rebelión, que tenía también que
ver con el problema de las tierras de los indios era el hecho de que ante el
éxito de los misioneros en evitar las medidas de las referidas tierras del Yaqui
a partir de un despacho de la audiencia de Guadalajara, “se empezó a poner los
ojos en la idea del patronato real de que se pusiesen en las misiones clérigos o
frailes de San Francisco en lugar de jesuitas para que pagasen tributo los
indios”.335 Y de que para lograrlo el gobernador, Manuel Bernal Huidobro
toleraba muchas de las libertades de los indios, con vistas a tenerlos
preparados para que pidieran clérigos en lugar de jesuitas.
Al no encontrar respuesta a sus planteamientos en las instancias locales y
en la ausencia de los líderes que hicieron el viaje a la ciudad de México para

190
presentarse ante el virrey estalló la sublevación a comienzos de 1740. Esta se
caracterizó por las grandes manifestaciones de poder por medio de las armas
de parte de los indios yaquis, mayos y fuerteños que, sobre todo en el caso de
los primeros, arrasaron con gran parte de los asentamientos agropecuarios
hispanos de las tierras bajas.
Luis Navarro ha destacado asimismo que las condiciones temporales
habían sido pésimas en los meses previos, pues si desde septiembre de 1739 se
reportaba gran escasez de víveres, 1740 comenzó con la gran creciente del río
que arrastró las siembras a su paso336. Por su parte, el informe de la misión de
San Ignacio de Tórim, realizada en 1744 por el padre Lorenzo José García
puso especial atención a esta circunstancia de la naturaleza:

Pero ya en el año de treinta y nueve comenzaron a deteriorarse, con fuerza,


las cosas; y en el año de mil setecientos y cuarenta, a los dos días de enero, se
llevó el río, con su extraordinaria y jamás vista inundación, no sólo todo el
pueblo de Vícam, con iglesia y casa y muchas alhajas, sino también los
bienes de campo en ambos pueblos, la mayor parte, así de ganado menor,
como de mayor y caballada, siendo mucho lo que ahogaron, en su creciente,
las aguas, y muchísimo lo que aislado, pereció de hambre”.337

El hambre que había comenzado el año anterior se vislumbraba en sí


como un grave problema para las comunidades de misión. En este contexto el
saqueo del rancho de Aquihuiqui de don Nicolás Félix Romero en las
cercanías de Baroyeca en el mes de febrero y de los ranchos de El Cajón,
Hiaquiquichi y Los Basitos a principios de la cuaresma de 1740 fueron las

335
“Extracto segundo (de la sublevación de los yaquis…)”, documento citado, f.
74v.
336
Luis Navarro García, La sublevación yaqui… op. cit., pp. 46-51.
337
“Informe de la misión de San Ignacio de Tórim… op. cit., p. 91.

191
primeras manifestaciónes violentas del descontento de los indios. En el primer
caso habían participado un indio eudeve de Batuc, un yaqui de Bácum y un
mayo de Tesia338, mientras que en el segundo, de acuerdo al testimonio de los
jesuitas, en el momento inicial se trató de un indio apache acompañado de
yaquis armados. En el mes de mayo la escuadra de indios dedicada al saqueo
llegaba al centenar339.
Así, la destrucción de los ranchos, el secuestro de los indios sirvientes y
de los niños, así como el vejamen de las mujeres españolas se convirtió en la
estrategia de los sublevados de frente a los españoles de la región340. Al menos
dos viudas cuyos esposos “los valenzuelas” fueron muertos por los indios, así
como la madre del clérigo Pedro de Mendíbil fueron conducidas a los pueblos
del río Yaqui. En unos meses se provocó el caos y un repliegue de la
población primero a Baroyeca, posteriormente a Los Cedros y finalmente al
real de Los Álamos donde el gobernador y los milicianos permanecerían desde
junio hasta el fin del conflicto341.
El despoblamiento del territorio por parte de los españoles fue pues el
principal resultado inmediato de la sublevación. Los testimonios mencionan
que la situación más grave se presentó en los reales de minas de Ostimuri. Una
de las mayores preocupaciones de las autoridades era justamente que el distrito

338
Luis Navarro García, La sublevación yaqui… op. cit., pp. 50-51.
339
“Extracto segundo (de la sublevación de los yaquis…)”, documento citado, fs.
79v y 80.
340
Los testimonios insisten en la muerte de los hombres, así como en el abuso
sexual sobre las mujeres. Otro informe, en este caso de los jesuitas al provincial lo
encontramos en “Relato de los atropellos cometidos por los yaquis y mayas (sic) en las
personas de las mujeres principales españolas, Guepaca, Julio 16 de 1740, por José Toral”,
AGN, Archivo Histórico de Hacienda, Leg. 17, exp. 2, fs. 33, Temporalidades Misiones
Sonora y Sinaloa.
341
“Extracto segundo (de la sublevación de los yaquis…)”, documento citado, fs.
85v-87.

192
minero en pleno había dejado de producir. Sin embargo, se trató de un
problema temporal, que habría de volver a la normalidad en los años
posteriores342.
Algunos de aquellos pobladores, sobre todo los que vivían aislados
sufrieron la muerte, si bien la mayoría logró refugiarse en el real de Álamos.
El triángulo comprendido entre este real y los pueblos de los bajos río Yaqui y
Mayo se convirtió en zona de guerra bajo el control de los indios. El incendio
de las casas, el saqueo y la muerte de los ocupantes ocurrieron en el rancho de
San Antonio de Cabora, mientras que otros sólo fueron azolados, como el de
San Joseph de los Mezcales y San José del Tabelo.343 Aunque los jesuitas
consignan sólo el deceso de 14 españoles, es muy probable que el número
haya sido mayor 344.
Por su parte, algunos de los pobladores colaboraron para la defensa de la
tierra, ya fuera participando como milicianos, pagando hombres armados para
la defensa o simplemente cooperando con ganado (reses, mulas y caballos)
para alimento y transporte de la tropa. Tal es el caso de doña Ana María
Aragón y de su hermano el bachiller Joseph Gabriel de Aragón, quien años
después daba el testimonio siguiente, con el objeto de fundamentar su calidad
como pobladores:

342
AGN, Minería, vol. 163, f. 434.
343
“Diligencias de medidas practicadas en el puesto de San Joseph del Tabelo a
favor del bachiller don Joseph Joachín Elías González de Sayas y sus coherederos como
adentro se expresa, por don Joseph Álvarez, comisario general de esta gobernación,
hechas en la jurisdicción del real de Álamos, en el año de 1766”, AHS, Títulos
primordiales, Tomo XLVIII, exp. 650, fs. 0429-0505 y “Diligencias de medidas de los
sitios de San Antonio de Cabora, cerro de la mina de Vizcárraga, y San Ramón de
Cocoraqui pertenecientes al señor bachiller don Joseph Joachin Elías de Sayas”, AHS,
Títulos primordiales, Tomo XXXIX, exp. 1796, fs. 0743-0811.
344
“Extracto segundo. Contiene el hecho, su origen, causas y progreso de la
sublevación de los indios Hiaquis…”, ARSI, México, 18, f. 85v.

193
Asimismo certifico que el señor bachiller Joseph Gabriel de Aragón, cura
vicario juez eclesiástico de este real de Los Álamos con su caudal y el de la
dicha doña Anna María su hermana sirvieron a su majestad el año pasado de
mil setecientos y cuarenta con un hombre armado, pagado y bastimentado en
la frontera del pueblo de Camoa y también me consta le remitió al cabo y
caudillo de la compañía del real presidio de Sinaloa a dicha frontera veinte
caballos y bastimentos y su costa y la de la susodicha por el tiempo de tres
meses que estuvo en ella hasta que vino el señor gobernador don Manuel
Bernal de Huydobro, a quien asimismo entregaron cincuenta pesos en plata
para ayuda de costas de la guerra contra los indios Hyaquis y Mayos y
también las mulas que se le repartieron para el transporte de los capitanes
que vinieron de la Vizcaya de socorro de este real, y cien caballos que se
aprontó a dicho señor gobernador para facilitar el que saliesen dichos
capitanes con su señoría a establecer las pases de dichos indios Hyaquis y
Mayos. 345

Cabe decir que el clérigo era uno de los individuos acusados por los
jesuitas como promotores de la sublevación, al ser un posible beneficiario ante
una posible salida de los jesuitas mediante la secularización de las misiones:
en uno de los testimonios a que hemos tenido acceso se expresa cómo

… los clérigos de aquellos países con la esperanza de evacuar las misiones


de jesuitas para entrar en ellas, andaban ya parciales del gobernador y aún
contentos de los aparatos de la sublevación general, entre ellos fue
principalmente el licenciado don Pedro Mendívil, que ya creía le había de
tocar el ramo de Baroyeca346

Se trata este de un tema al que no he podido dar un mayor desarrollo,


pero que sin duda era uno de los elementos de confrontación presente en las
provincias bajo administración jesuita que se agravó en esta parte media del
siglo XVIII.

345
En el anexo 7 se incorpora el testimonio completo.

194
Para la defensa del territorio se acudió tanto al presidio de Sinaloa como
a las fuerzas militares de Chihuahua, en especial a las del Valle de San
Bartolomé, que llegaron en el mes de septiembre. Estas fuerzas no vieron
acciones armadas ante los indios, pues un poco después los yaquis y mayos
ofrecieron la paz. Por otra parte, el gobernador Manuel Bernal Huidobro no
hizo frente en el campo de batalla a los indios en ningún momento, al menos
durante el periodo de crisis.
El despoblamiento hispano se dio principalmente en la zona de los ríos
Mayo y Yaqui. En lo que refiere al río Fuerte, fue despoblado el real de
Sivirijoa si bien sus habitantes volvieron a sus tierras en cuanto hubo las
condiciones de paz para ello. Al finalizar 1740 la provincia estaba ya
pacificada.
En el largo plazo la sublevación afectó en cuanto a las decisiones de los
individuos para iniciar establecimientos agropecuarios en la región, pues si
antes de 1740 se había presentado un proceso intermitente pero constante de
pobladores que establecían sus ranchos y estancias entre los ríos Mocorito y
Mayo, en los años posteriores a la sublevación hubo un marcado descenso en
este aspecto. Por otra parte, las armas no fueron durante esa época, como no lo
habían sido en los años precedentes, la única manifestación del descontento de
los indios.

346
“Extracto segundo (de la sublevación de los yaquis…)”, documento citado, f.
78v.

195
e) La salida de los indios de los pueblos de misión

La sublevación de 1740 puso al descubierto la gran libertad de movimiento


que los indios cahitas habían logrado, a pesar de formar parte de las misiones
de la Compañía de Jesús. La zona entre el Yaqui y el Mayo se convirtió en
aquel momento en el centro de las operaciones de los indios descontentos. La
salida de los indios de los pueblos llamó pues la atención de la autoridad en los
años posteriores.
Destaca aquí la maduración de dos fenómenos observados para el siglo
XVII. El primero que tiene que ver con los últimos movimientos de población
indígena que han dejado sus asentamientos originarios (o los que les habían
sido asignados por los jesuitas durante el siglo XVII) para establecerse en las
misiones más consolidadas, que se registra en las tierras altas de la villa de
Sinaloa y el segundo, más generalizado que refiere a la salida misma de la
población de las misiones para establecerse en los reales de minas, villas y
ranchos de población hispana.
Las “rancherías” del entorno inmediato de la villa de Sinaloa, como
Cubiri, Lopoche, Baburía y Matapán que dejaron de ser en épocas tempranas
asentamientos de población indígena se consolidaron como propias de “gente
de razón” al estar pobladas por españoles y personas “de varias calidades
como mulatos, coyotes, zambaigos”, con escasa población original, mientras
que la villa de San Felipe y Santiago de Sinaloa fue a la vez, un centro
receptor de la población cahita.347

347
“Informe sobre el centro de las misiones sinaloenses, compilado por el padre
Lucas Luis Álvarez, visitador, 30 de noviembre de 1744”, en Ernest J. Burrus y Félix
Zubillaga, Misiones mexicanas de la Compañía de Jesús… op. cit., pp. 103-104.

196
No se trata de que haya habido un proceso de eliminación de la
población indígena, sino que más bien, como anota el padre visitador Lucas
Luis Álvarez, los indios prefieren salir y dirigirse a otros espacios donde
escapan del ámbito de administración directa de la misión. Sus cálculos hablan
de un notable avance en cuanto a la salida de los indios de sus pueblos,
anotando además de las actividades agropecuarias, la recurrencia en el uso de
su trabajo en las casas de los vecinos españoles348.
Se trata, en palabras del jesuita de un círculo vicioso en el que unos
indios se van y otros regresan dejando el trabajo evangelizador
permanentemente inconcluso. Aparece aquí una institución muy extendida en
Nueva España, como es el endeudamiento laboral por el que mediante el
adelanto del pago del salario de los indios, éstos quedaban ligados a sus
patrones, en detrimento, en este caso, de las misiones349.

Ya, pues, salió un indio, como los más salen, a buscar, con su trabajo, para
vestirse a sí y a su familia. Y entramos ya en lo hondo de la dificultad. Los
géneros en estas tierras se les venden, como por acá se explican, a toda su ley,
que es lo mesmo decir a precio de cambalache; por que moneda no corre por
acá… pero, en lo natural, como quiera que antes de haber desquitado aquel
348
Loc. Cit.
349
Desde los trabajos fundadores de Francois Chevalier, este sistema ha sido
caracterizado para otros ámbitos novohispanos, sin embargo, su presencia en el ámbito
misional es mucho menos conocida. Francois Chevalier, La formación de los latifundios
en México. Tierra y sociedad en los siglos XVI y XVII, México, Fondo de Cultura
Económica, 1976 (Primera edición en Problemas Agrícolas e industriales de México,
1956), especialmente el tema “La fijación de los sistemas de trabajo: la servidumbre por
deudas”, pp. 338-351. Otros estudios clásicos de la institución, conocida también como
“peonaje por deudas” lo ofrecen Herbert Nickel en su Morfología social de la hacienda
mexicana, México, FCE, 1988 y Charles Gibson, Los aztecas bajo el dominio español
(1519-1810), México, DF, Siglo Veintiuno Editores, 1982. Ver también Arnold Bauer,
“Rural Workers in Spanish America; Problems of Peonage and Opression”, Hispanic
American Historical Review, LIX, No. 1, febrero, 1979, pp. 34-63 y Susan Deeds, “Rural
Work in Nueva Vizcaya: Forms of Labor Coercion on the Periphery”, Hispanic American
Historical Review, LXIX, No. 3, agosto, 1989, pp. 425-40.

197
primer empeño, ya se han roto sus trapos; de aquí se sigue serle preciso
causar otra nueva deuda sobre la primera; y ya este indio se haya sobre
empeñado y siempre lo estará más… y como los dueños exigen que se les
desquite lo que se les debe o que lo paguen por ellos, de aquí dimana que
muchos indios, por muchos años, viven fuera de sus pueblos, y sus hijuelos y
ellos mal doctrinados…350

Por su parte, la salida de los indios fue por demás notable en las misiones
de los ríos Yaqui y Mayo. A partir de su experiencia en la misión de San
Ignacio de Tórim el padre Lorenzo José García hablaba con desencanto de
éste fenómeno acontecido en el río Yaqui. Su cálculo de población para los
siete pueblos del río fue de 12,000 personas en 1744. Sin embargo, lo
sorprendente son sus estimaciones sobre la población ausente, que va de un
cuarto de familias empadronadas frente a tres cuartos ausentes, hasta el
extremo de un quinto frente a cuatro respectivamente351.
La salida de los indios de sus pueblos era una verdad conocida por todos
los pobladores de la región. Como hemos visto, los antecedentes de este
fenómeno se remontan a la segunda mitad del siglo XVII. Y es que la “voz
común” hablaba de que en los reales de minas de Batopilas y Chihuahua
vivían por su trabajo más indios yaquis que los que se hallaban
simultáneamente en sus pueblos352. A estos habría que considerar a los que se
habían asentado en el real de Parral y a los que estaban en la propia
gobernación, ya fueran ligados a las explotaciones mineras directamente,

350
“Informe sobre el centro de las misiones sinaloenses… op. cit., p. 104. De
acuerdo con el visitador Rafael Rodríguez Gallardo, el problema de la falta de moneda en
la gobernación de Sinaloa y Sonora fue uno de los principales del territorio al mediar el
siglo XVIII, J. Rafael Rodríguez Gallardo, Informe de Sinaloa… op. cit., pp. XLIV-
XLVII.
351
“Informe de la misión de San Ygnacio de Tórim… op. cit., pp. 76 y 77.
352
“Informe de la misión de San Ygnacio de Tórim… op. cit., pp. 75-77.

198
como es el caso de Álamos y Baroyeca en el entorno cercano, o en actividades
agropecuarias.
La salida de las misiones no significaba necesariamente una mejoría en
cuanto a la calidad de vida de estos hombres y mujeres que salían de los
pueblos cahitas. Es probable que su principal motivación haya sido escapar del
ámbito de supervisión de los jesuitas, sin embargo, el hambre era también una
motivación contundente que en épocas de crisis hacía que los pueblos
quedaran temporalmente casi abandonados.
Ocasionalmente nos encontramos con pistas aisladas de los espacios de
refugio de los indios. En 1717, durante un proceso legal entre los naturales del
pueblo de Macoyahui y el comerciante y minero de real de Álamos don Mateo
Gil Samaniego debido a que éste denunció para sí los sitios de Yoricarichi y
Camotes, mismo que los indios consideraban de su propiedad, se expresa el
patrón de poblamiento disperso característico de estos pueblos del pie de la
sierra, con diversas rancherías alejadas del asentamiento de la misión. Sin
embargo, el mayor problema por el que el denunciante esperaba un resultado a
su favor se fundamentaba en el hecho de que los puestos de Muniguasa y Los
Tanques estaban poblados por indios laboríos provenientes de otras naciones,
no sólo de macoyahuis353.

353
“Título y merced de los puestos de Yoricarichi y Camotes a los indios del pueblo
de Macoyahui de la provincia de Conicari (sic -debe decir Sinaloa-) en el reyno de la
Nueva Vizcaya por haber servido a S.M. con 110 pesos, 1720”, en AHJ, Tierras y Aguas,
Libro 14, exp. 17, fs. 48v-59. En este caso la diferencia entre las expectativas de los
participantes contra los indígenas fue bastante expresiva respecto de cómo se daba la
administración civil en Sinaloa. Así, la confrontación entre la autoridad local,
representada por el gobernador don Andrés de Rezabal y el poblador español don Mateo
Gil Samaniego de frente a los indígenas y cómo ésta fue cambiando ante la decisión de la
audiencia de Guadalajara de una clara defensa de los indios pasó sucesivamente de una
inicial intolerancia del vecino que apelaba a su carácter de minero y poblador de la
provincia, a una situación de negociación parcial, en la que Gil Samaniego restringía sus

199
Este tipo de argumentos para los que la autoridad local mostraba
permisividad a favor del poblador español frente a los indios eran usualmente
revertidos por la audiencia de Guadalajara, como ocurrió en este caso, sobre
todo en las ocasiones en que el pueblo afectado era misión jesuita, pues la
Compañía defendía sus intereses por medio de un procurador asentado
permanentemente en Guadalajara, como lo fue en este caso don Roque de
Yragorri.354
Los testimonios del padre Antonio de Estrada, misionero de Camoa en el
Mayo, destacan precisamente cómo hasta antes de 1720, a pesar de los “ciento
tres años de iniciada la evangelización” se carecía de progresos
trascendentales en el campo de lo “temporal”. Sobre ello argumentaba la falta
de formalidad del asentamiento como pueblo y del edificio mismo de la
misión. Uno de las causas citadas era, nuevamente la preferencia de los indios
de vivir montaraces en la orilla del río y montes, así como el poco celo
demostrado al respecto por el gobernador, Manuel Bernal de Huidobro en
mantenerlos en sus pueblos355.
Este tipo de problemática que acontecía en el Mayo y El Yaqui se trata
de un fenómeno muy similar del que en la misma época se presentaba en el
entorno inmediato de la alcaldía de Sinaloa. Sin embargo, ante una relativa
mayor población indígena de aquellos ríos la dispersión por los reales de
minas de la Nueva Vizcaya se notaba como algo más difundido, pues su
impacto regional era mayor.

aspiraciones; hasta otra de “rescate de lo posible” de parte del poblador a cuyas réplicas la
audiencia impuso de manera terminante un “perpetuo silencio en esta causa”.
354
“Título y merced de los puestos de Yoricarichi… Loc. cit.
355
“Informe de Camoa por su misionero, padre Antonio de Estrada, 30 de enero de
1744, en Ernest J. Burrus y Félix Zubillaga, Misiones mexicanas… op. cit., pp. 153-154.

200
Entre las soluciones para hacer frente a este problema en 1746 se
buscó dar permiso para que los misioneros jesuitas pudieran conceder
licencias para una salida controlada de los indios, si bien sólo a las minas,
ranchos y estancias de las inmediaciones de sus pueblos. Pero como los
reales de minas estaban generalmente alejados del ámbito misional de
Sinaloa el problema continuaba356.
Intentos como el del gobernador de Sinaloa Agustín de Vildósola que
hizo llegar al alcalde de Batopilas un requerimiento para que los indios
mayos y yaquis volvieran a sus pueblos tuvieron un alcance limitado. Por lo
demás, como expresaban las autoridades de la época, pensar que con la sola
lectura del requerimiento volverían a Sonora y Sinaloa los indios dispersos
en Parral, el mineral del Oro y Chihuahua era un error, pues para ello se
necesitaba que los misioneros afectados enviasen quien los llevara de
regreso357.
La disminución de la población era en todo caso más notoria cuando
ocurría en los asentamientos misionales serranos, pues por lo demás eran los
que tenían tanto una mayor dispersión como dificultades en cuanto a lo
accidentado de sus vías de acceso. En el caso de los asentamientos al oriente
de la villa de San Felipe y Santiago se trataba, además, de aquellos que
durante el siglo XVII habían sido congregados y recongregados a medida
que su población disminuía o que los jesuitas lo consideraban necesario para
una administración religiosa más efectiva.

356
“Despacho sobre la facultad que se otorga a los padres misioneros de conceder
licencia a los indios para ausentarse de sus pueblos”, AGN, Misiones, Vol. 27, exp. 61,
año de 1746, f. 485.
357
“Despacho en que se ordena se remitan a los indios yaquis y mayos que se
encuentran en los reales de minas de la Nueva Vizcaya a sus respectivos pueblos…”,
AGN, Misiones, Vol. 27, exp. 61, México, 13 de noviembre de 1746, f. 487.

201
El intento más importante y quizá el último en este aspecto durante el
periodo misional tuvo lugar en la misma época con motivo de la disposición
del provincial jesuita de Nueva España, padre Cristóbal de Escobar y
Llamas relativa a que se suprimieran las misiones de Ocoroni, Ogüera y
Bacubirito358. Se trataba en el caso de las dos últimas de misiones serranas,
caso que no ocurría con Ocoroni pues su emplazamiento se hallaba junto al
arroyo del mismo nombre entre los ríos Petatlán y Zuaque, es decir, en plena
zona nuclear de la alcaldía de Sinaloa por lo que el argumento para la
supresión se dirigía sólo a la baja de la población indígena que lo
conformaba.
De acuerdo con el provincial, ante el poco número de padres
disponibles no habría razón para aplicar en ellos la poca limosna asignada
por el monarca pudiéndola ocupar en “empresas de mayor importancia en la
conversión de nueva gentilidad”. 359
No se trataba, al igual que con el tema de los indios que salían de los
pueblos, de un problema que pudiera ser solucionado sólo con el envío de
un requerimiento, sino que para llevar a efecto este tipo de disposiciones se
necesitaba la actuación coordinada de los jesuitas con las autoridades
civiles, pues por todos era conocida la negativa de los indios de abandonar
sus antiguos asentamientos tal como se expresaba en el mandamiento sobre
la materia

… por esto la eterna cantinela que los indios rehusan dejar la tierra de su
nacimiento y del patrimonio de sus abuelos no nos ha de estorbar ni

358
“Despacho que ordena que las misiones de Ocoroni, Ogüera y Bacubirito se
supriman y su gente se acomode en otros pueblos”, AGN, Misiones. 1746. Vol. 27, exp.
65, fs. 492-493.
359
“Despacho que ordena que las misiones de Ocoroni, Ogüera y Bacubirito se
supriman…”, Ibíd.., fs. 492 y v.

202
arredrar. Las tierras propias que los indios transmigrados dexaren pueden
venderlas y con el producto comprar otras en los pueblos donde se
avecindaren y en estos aun que no los compraren no dudo que han de hallar
tierras bastantes, por que habiéndose todas nuestras misiones, quales más,
quales menos disminuido de gente no veo por qué las tierras que pocos
años ha eran suficientes para mayor número de inquilinos que al presente
hay no pueden ser bastantes por los pocos que ahora de nuevo se
agreguen360.

Desconocemos cuáles fueron los procedimientos iniciales por los que


se trató de llevar a efecto estas disposiciones que implicaban que los indios
desplazados quedaran bajo la administración religiosa de los jesuitas de la
villa de Sinaloa y de los misioneros de los pueblos de Chicorato y Nío.
Seis años después de este mandamiento, al momento de la visita de
Rafael Rodríguez Gallardo la situación no había cambiado. Si bien por
entonces ya se habrían formulado un par de ocursos de parte de los mismos
indios, uno en los mismos términos, y otro “para que quedasen por pueblos
de visita de las cabeceras o misiones más inmediatas, sin acción alguna para
pedir en lo futuro padre misionero”.361
Todo indica que los pueblos no desaparecieron, como habrían sido
las intenciones iniciales, tanto de la autoridad eclesiástica como de la civil,
sino que más bien sólo se eliminó el sínodo correspondiente a cada uno de
ellos. Con ello sólo se logró agravar el problema de la administración
religiosa de los indios, pues en la década siguiente, el padre visitador Juan
Lorenzo Salgado ponía énfasis en las dificultades que enfrentaban para que

360
“Despacho que ordena que las misiones de Ocoroni, Ogüera y Bacubirito se
supriman…”, Ibíd.., f. 492 v.
361
J. Rafael Rodríguez Gallardo, Informe sobre Sinaloa… op. cit., pp. 79-80.

203
un menor número de misioneros tuvieran bajo su cuidado a los pueblos de
Ocoroni, Ogüera y Bacubirito362.
Por lo demás, los indios vagantes en la zona serrana de la propia
provincia de Sinaloa no eran solamente miembros de las comunidades
misionales de los cahitas, o de las tahues en el caso de los provenientes de
Culiacán, sino que en la misma época había espacios en los que los
indígenas tarahumaras se establecían de manera temporal, aprovechando
una mayor benignidad del clima en los meses de invierno, como es el caso
del puesto denominado “Joya de Baboyagua” bajo la jurisdicción del real de
Álamos363. Como quiera que sea, estos espacios se fueron restringiendo a
medida que avanzaba el siglo XVIII y que los pobladores españoles se
fueron asentando en lugares menos cómodos, tanto en la zona de los valles
como hacia las tierras altas.

f) Las propiedades de tierra de la Compañía previo a la expulsión

Mediante un seguimiento puntual en los primeros dos tercios del siglo


XVIII, previo a la salida de los jesuitas de la Nueva España obtenemos de
manera directa referencias de las relaciones sociales entre los nuevos
pobladores y los asentamientos misionales.

362
“Visita del padre Juan Lorenzo Salgado, remitida al padre provincial Ignacio
Calderón, Uiribis, 8 de marzo de 1756”. AGN, Fondo Archivo Histórico de Hacienda,
Leg. 17, exp. 39, 10 fs.
363
“Diligencias de medidas de los puestos nombrados Baboyagua, Aguacaliente,
Alamillo y Paparique, jurisdicción del real de los Álamos, perteneciente a don Luis

204
Cabe preguntarse nuevamente en primera instancia respecto de las
propiedades de la misma Compañía de Jesús mencionadas en el capítulo
precedente, y lo que nos encontramos desde comienzos de siglo es la
expresión de la problemática a que se vio sometido el Colegio de Sinaloa
para mantener bajo su control aquellas tierras, en primera instancia debido a
que al no ser utilizadas plenamente, los vecinos de la villa se establecían en
ellas, ya fuera por préstamo o arrendamiento lo que provocaba conflictos
que se ventilaban ante la autoridad local y que solían prolongarse por
décadas.364
Ante estas circunstancias, los resultados durante este periodo se
dirigen en dos vertientes, los primeros sobre la necesidad que tuvo la
Compañía de regularizar la situación legal de sus propiedades por medio de
las composiciones de tierras, y la segunda, tendiente a la venta de algunas
tierras a los pobladores.
Así, la primera gran solución que dio la autoridad jesuita del Colegio
de Sinaloa a sus problemas debidos a la invasión que habían hecho los
vecinos sobre sus tierras fue justamente su venta en calidad de censo
redimible de los sitios de Cabrera y San Miguel. La actividad fue
complementada con la venta de ganado del mismo Colegio y que en su

Gonzaga de Aragón, hechas por don Joseph Álvarez”, AHS, tomo V, exp. 5, años de 1741
a 1770.
364
“El padre Gaspar Rodero, provincial (sic) de la Compañía de Jesús en Sinaloa
(suponemos que debe decir “rector del Colegio de la Compañía de Jesús en Sinaloa),
solicita permiso para vender los sitios de ganado mayor denominados “Cabrera” y “San
Miguel”, pertenecientes al colegio que tienen estos religiosos en aquellas provincias”,
AGN, Jesuitas, Leg. I-11, Exp. 2, fs. 18-25, 29 de octubre de 1722.

205
carácter de “ganado alzado” nos habla de que se criaba en espacios abiertos,
sin contar con el suficiente cuidado humano.365
La justificación del padre Gaspar de Rodero refiere a la imposibilidad
del Colegio de frente al impulso de los pobladores hispanos que veían en la
Compañía de Jesús el principal problema ante sus perspectivas de
convertirse en propietarios rurales. Se daba así una posibilidad para quienes
estuvieran en condiciones de pagar la correspondiente renta anual de
convertirse legalmente en usufructuarios de las tierras mencionadas.
Sin embargo la venta en calidad de censo no fue una solución
definitiva, pues en 1761, apenas unos años antes del decreto de
extrañamiento fueron medidas las tierras del Colegio de Sinaloa y se
incluyeron los puestos de Masocari, El Ojito, San Miguel y Lo de Cabrera,
es decir, en el caso de los dos últimos, justo los que habían sido vendidos en
censo medio siglo antes366. Se trató de una posesión no exenta de conflictos
con los indios, pues en las medidas de dicho año se consignó un convenio
con los naturales del pueblo de Ocoroni que implicó que una parte de las
tierras en cuestión quedarían bajo su poder.

365
“El padre Gaspar Rodero…”, documento citado, fs. 18-25, 29 de octubre de
1722.
366
“Medidas por don Joseph Bon por providencia dada por este juzgado a 16 de
diciembre de 1761 en los puestos de Masocari, El Ojito, San Miguel, Lo de Cabrera y
demás tierras inmediatas a instancia y pedimento del Colegio de la Sagrada Compañía de
Jesús, de la villa de Sinaloa”, AHJ, Tierras y Aguas, libro 33, exp. 62, fs. 288-289v.

206
5.1 Tierras de la Compañía de Jesús y sus nuevos propietarios,
antiguo territorio cahita, 1701-1767

Nombre del predio Ubicación Nuevo propietario


Masocari y Ojitos San Felipe y Santiago Temporalidades
Cabrera San Felipe y Santiago Temporalidades
San Miguel San Felipe y Santiago Temporalidades
Rancho del Portugués San Felipe y Santiago Don Juan Álvarez de Acevedo (1762)
San Pedro del Babue El Fuerte Ventura y Jorge de la Vega (al menos
desde 1739)
Maripa y Divisadero San Felipe y Santiago Salvador de Sotomayor (Ca. 1760)
Cahuinaguato y El San Benito Don Pedro de Sánchez (1765)
Carrizalejo
Puesto del Salado San Felipe y Santiago Don Juan Ignacio Uraga (febrero de 1746)
Don Fernando López de Goicochea
(diciembre de 1746)
Taimuco Álamos Don Domingo Francisco Amarillas
(Desde 1749)
San Joseph (a) el El Fuerte Don Joseph de Bojórquez (desde 1755)
Potrerillo Don Policarpo de Velarde (desde 1764 al
menos)

Fuente: AHJ, RTA, L 33-62 (Masocari y Ojitos, Cabrera y San Miguel, AHGGES RT, V 5 Fs. 79-83V y V 6,
Fs. 111-136 (Maripa), AHGGES, RT, V56 fs. 1-7v, (San Pedro del Babue), AHJ, RTA, L41-4 (Cahuinaguato y
El Carrizalejo), AHJ, RTA, L 39-8 (Rancho del Portugués), AHGGES, RT, V. 17. fs. 28f-42f. (Puesto del
Salado) y AHJ, RTA L43-18 (San Joseph).

Además de estas tierras que formaron desde los comienzos del Colegio
de Sinaloa y que nada indica hayan dejado de pertenecer a éste antes de
1767, la Compañía adquirió otras propiedades, algunas como hemos visto
provenían del siglo XVII, sin embargo, invariablemente todas fueron
vendidas a pobladores hispanos entre 1739 y 1765, es decir, en la época para
la que hemos mencionado que había a escala regional manifestaciones
explícitas de confrontación con los jesuitas, provenientes tanto de los
pobladores como de las autoridades civiles. Asimismo durante este periodo
había ocurrido la secularización de doctrinas en la escala novohispana. En lo
que atañe a las misiones jesuitas del norte, fueron secularizadas las de la

207
sierra de Topia, siendo entregadas para su administración al obispado de
Durango.
De acuerdo con la lógica que había llevado al padre Gaspar Rodero
relativa a poner en censo los sitios de Cabrera y San Miguel, durante el siglo
XVIII la Compañía tuvo una política de mantenerse fuera del mercado de
tierras, sin embargo en condiciones especiales, como por ejemplo tras la
muerte de un deudor si aceptaron pagarse la cuenta con alguna propiedad.
Tal fue el caso de Taimuco, propiedad que desde fines del siglo XVII
perteneció a don Manuel Carrasco y que tras su muerte recayó en la misión
de Conicari por medio del padre Antonio de Imaz. Fue en 1749 en que la
misión la vendió a don Francisco de Amarillas, compadre de Imaz, con el
permiso del padre Lucas Luis Álvarez, rector del Colegio de Sinaloa.367 En
este caso, la distinción entre las “tierras de la misión” en tanto instancia
evangelizadora y “las tierras de la comunidad indígena” en tanto tal eran
poco claras. Para los jesuitas no hubo duda, se trataba de una propiedad de
la agrupación religiosa, como lo demostró el permiso solicitado por Imaz a
su superior. La comunidad por medio de sus autoridades locales no pareció
interesarse en la misma.
De las propiedades de los jesuitas en el siglo XVII que se han
reconocido como tales nos encontramos que el Rancho del Portugués, fue
vendido en 1729 a don Juan Álvarez de Acevedo.368 San Pedro del Babue
fue denunciado en 1739 por los hermanos Ventura y Jorge de la Vega

367
Testimonio de don Miguel Coronado, vecino y español, 75 años, en “Expediente
promovido por don Miguel de Morales, apoderado de don Juan José Amarillas de la
jurisdicción del real de los Álamos sobre que se le mercene a su madre Michaela Carrasco
las tierras que posee en los parajes de Taymuco y Cerro Colorado”, AHS, Títulos
primordiales, Vol. LX, exp. 800, años de 1949-1791, fs. 1032-1079.

208
después de adquirir la propiedad de la Compañía de Jesús369 y Maripa fue
vendida por Lucas Luis Álvarez, padre rector del Colegio de Sinaloa (Ca.
1762)370, lo mismo que Cahuinahuato y el Carrizalejo en 1765.371
El puesto de El Salado, en la jurisdicción de la villa de Sinaloa fue
vendido por el padre Lucas Luis Álvarez de la Compañía de Jesús a don
Ignacio de Uraga en 1746 y el derecho legal de San Joseph (a) El Potrerillo
de la jurisdicción de El Fuerte fue vendido por el padre Francisco Xavier de
Anaya en 1755372 En suma nos encontramos con una política muy clara que
tuvo como su principal promotor al rector del Colegio de Sinaloa, Lucas
Luis Álvarez.
Esta política por medio de la cual la Compañía de Jesús se deshizo de
sus propiedades se manifestó en una época en la que la bonanza de los años
iniciales del Colegio quedaba atrás. Justo el visitador de 1755, expresaba
con sorpresa su impresión de los descuidos en cuanto a la evangelización de
los rectorados de San Felipe y Santiago y del Yaqui. Así, contrario al
vigoroso trabajo de los años fundadores se nos presenta a misioneros que se

368
“Título de confirmación del Rancho del Portugués a don Juan Álvarez de
Acevedo, vecino de Sinaloa”, AHJ, Tierras y Aguas, L. 40, exp. 3.
369
“Expediente de medidas de tierras de l punto nombrado San Pedro del Babue, en
jurisdicción del Fuerte”, AHGGES, Tierras, Vol. 56, fs. 1-7v.
370
“Diligencias de medidas del Puesto de San Antonio de Maripa y del Divisadero,
en la jurisdicción de la villa de Sinaloa, reino de la Nueva Andalucía, ejecutadas por el
comisario de tierras de esta gobernación, don Joseph Álvarez. Año de 1762”, AHGGES,
Tierras, Vol. 6, fs. 111-136.
371
“Título de adjudicación en forma de un sitio y tres cuartos de ganado mayor que
resultó realengo en el puesto de Cahuinaguato, cito en la jurisdicción de San Benito, del
reino de la Nueva Andalucía a favor de don Pedro Luis Sánchez, vecino de dicha
jurisdicción por haber servido a S.M. con cincuenta pesos en reales y su media annata”,
AHJ, Tierras y Aguas, L. 41, exp. 4, fs. 23v.-37.
372
“Título de adjudicación en forma de un sitio de ganado mayor y una caballería
en el puesto del señor San Joseph (a) El Potrerillo, en jurisdicción de la villa de El Fuerte
a favor de don Policarpo de Velarde por haber servido a S.M. con treinta pesos y su media
annata”, AHJ, Tierras y Aguas, Libro 43, exp. 18.

209
muestran incapaces de aprender las lenguas de los pueblos bajo su
administración, así como de ser los principales promotores de la
inestabilidad al interior de sus misiones al llevar consigo a pobladores
hispanos.373
Aunado a este tipo de problemas referidos a la administración
eclesiástica, en la misma fecha se consignaba el detrimento en que había
caído el edificio mismo del Colegio de Sinaloa, cuya puerta se cerraba con
una tranca, “como si fuera un corral”.374
Los misioneros jesuitas siguieron apareciendo durante estos primeros
dos tercios del siglo XVIII al defender ellos mismos las tierras que los
indios veían amenazadas por los pobladores hispanos. Como se ha
mencionado, los jesuitas jugaron entonces un rol como intermediadores
entre éstos y los indios bajo su administración. Si bien con ello no se logró
un “aislamiento” de los indios, como no se había logrado en el siglo
precedente, al menos sí se logró evitar abusos, y se llegó incluso a
negociaciones en casos de conflicto.
Tal fue el caso del puesto de San José del Tabelo, de la jurisdicción del
real de Álamos de bachiller don Joseph Joachín Elías González de Sayas y
sus coherederos pues durante las medidas de sus tierras realizadas por el
juez Joseph Álvarez los indios de Conicari pusieron contradicción. Ante esta
circunstancia, el misionero jesuita Vicente Rubio colaboró para el
establecimiento de un acuerdo entre las partes, “para la conservación y

373
“Visita del padre Juan Lorenzo Salgado, remitida al padre provincial Ignacio
Calderón, Uiribis, 8 de marzo de 1756”, AGN, Archivo Histórico de Hacienda, Leg. 17,
exp. 39.
374
“Visita del padre Juan Lorenzo Salgado… Ibíd.

210
unión de la paz” estableciéndose que el puesto del Chapote, en disputa,
quedaría para los naturales de Conicari:

… siendo de advertencia que por lo que mira a las tierras que hay de siembra
o hubiese en lo porvenir en toda la orilla del río (del Mayo) son y pertenecen
a los dichos naturales sin que por ningún efecto puedan evitarles sus
siembras, y que asimismo no puedan también impedir el tránsito a los bienes
del señor bachiller don Joseph Joachin Elías de Sayas para bajar al agua al
río, por que así lo estipulan sin que haya por ninguna parte oposición para
ello y puedan gozarlo los demás sucesores que hubiere, que así es
conformidad de unas y otras partes, sin que por ninguna de las partes puedan
poner rancho alguno por ser lindero… Tabelo, 8 febrero de 1766375.

Este rol de intermediador entre los pobladores y los indios había


acontecido en 1763 en el caso de Tehueco, al jugar este papel el padre
Francisco Anaya, de la Compañía de Jesús en el conflicto de los naturales del
pueblo de Tehueco y el coronel Francisco Julián de Alvarado sobre las tierras y
medidas de San Antonio del Chino. En este caso, que comentaremos a detalle más
adelante, el rol del misionero fue clave, pues se trataba del pueblo que encabezaba
una contradicción junto con otros pueblos del mismo río, en este caso Charay y
Sivirijoa.376
El rol de los misioneros como intermediadores no fue privativo del siglo
XVIII, pues en el siglo anterior también jugaron un papel que se dirigía más
claramente a la defensa de las tierras de las comunidades indígenas que eran
por ello mismo, las tierras de la misión. Aunque en este caso se habla de ser
“tierras de la iglesia” la defensa en el largo plazo resultó infructuosa. El

375
“Diligencias de medidas practicadas en el puesto de San Joseph del Tabelo a
favor del bachiller don Joseph Joachín Elías González de Sayas y sus coherederos como
adentro se expresa, por don Joseph Álvarez, comisario general de esta gobernación,
hechas en la jurisdicción del real de Álamos, en el año de 1766”, AHS, Títulos
primordiales, T. XLVIII, exp. 650, fs. 0429-0505.
376
“Expediente que comprende el puesto nombrado “Los Chinos”, en jurisdicción
de Álamos, año de 1766”, AHS, Títulos primordiales, T. XVI, Exp. 212, fs. 328-451.

211
registro original data de marzo de 1696 y fue realizado por Joseph de
Ubirichaga, vecino del real de Álamos ante don Manuel de Agramunt,
gobernador de la provincia de Sinaloa. Presentamos la defensa de Joseph de
Tapia, teólogo profeso de la Compañía de Jesús, y antiguo ministro por la misión
de Toro.

… que siendo de la iglesia de Toro, de inmemorial posesión, que es el más


fuerte título el puesto de Maquipo y habiéndolo tenido arrendado a varios y
actualmente a Santiago Quintero y a Miguel de Espinoza, difunto, trató de
comprarlo Joseph de Ubirichaga y oyéndolo el Dr. D Joseph González del
Pozo Lucenilla y el padre comisario don Atanasio Joseph Pérez de Rivera le
dije que no podía vendérselo, consiguiente a esto lo registró (según dicen) y
se metió de hecho en el dicho puesto, que consta de los antiguos de esta
dicha tierra como el general Mathías Pereira Lobo y los ( ) Valenzuelas
haberlo visto y conocido siempre por de dicha iglesia….377

Así, la referencia a una “antigua posesión” no fue bastante. En este


caso el poblador fundamentaba su derecho en que el puesto de Maquipo
estaba a diez leguas del pueblo de Toro, contrario a los ordenamientos del
monarca, que “manda estén los indios bajo campana y se les señala una
legua”. Aún más, que ha llegado información que ha salido una cédula
novísima para esta Nueva Vizcaya que “manda que todos los vecinos de
esta jurisdicción pueblen y cojan tierras y que estos las gocen en quieta y
pacífica posesión”.378 Parece ser que la Compañía no dio seguimiento al

377
“Testimonio del padre Joseph de Tapia, de la Compañía de Jesús, sobre las
tierras de Maquipo”, real de Álamos, junio 17 de 1697, AHS, Títulos primordiales, T.
XXV, Exp. 344, f. 1600.
378
“Testimonio de Joseph de Ubirichaga, sobre las tierras de Maquipo”, real de
Álamos, junio 17 de 1697, AHS, Títulos primordiales, T. XXV, Exp. 344, f. 1063.

212
caso en las instancias superiores, pues Maquipo se consolidó en el siglo
XVIII como un asentamiento hispano.379
Se trata de una de las primeras manifestaciones del proceso de
composiciones de tierras, desatada a partir de la real cédula de 1692 por la
que se creó la Superintendencia del beneficio y composición de tierras,
institución dependiente del Consejo de Indias y del establecimiento del
Juzgado Privativo de Tierras en la Audiencia de Guadalajara en 1693 a
partir de aquella380. Los pobladores hispanos tenían al fin un instrumento
para fundamentar sus peticiones.

g) El poblamiento como problema a resolver

A lo largo de la primera mitad del siglo XVIII nos encontramos con


distintos testimonios referidos al tema del débil poblamiento hispano del
territorio. Se trató de una problemática con rasgos diferenciados, pues en

379
“Título y real provisión de confirmación en forma de un sitio de ganado mayor y
dos caballerías de tierra en el puesto de San Joseph de Maquipo, en jurisdicción del real de
los Álamos, a favor de don Judas Tadeo Padilla por haber servido a S.M. con 13 pesos,
Guadalajara, 13 de enero de 1764, dado por don Francisco Galindo y Quiñónez”, AHJ,
Tierras y aguas, L. 28, exp. 238, fs. 405-406.
380
La real cédula de 1692 fue la que marcó el inicio de la sistematización del
proceso de composición de la tierra en la jurisdicción de la Audiencia de Nueva Galicia
(que incluyó el reino de la Nueva Vizcaya), pues a mediados del año siguiente el
superintendente Bernardino Valdés Girón, subdelegó en funcionarios de la Audiencia de
Guadalajara, el cobro de las composiciones de tierras. “Comisión delegada en Tomás
Pizarro Cortés, Francisco Feixoo y Centellas y don Luis Martínez Hidalgo, oidores y
fiscal de la Audiencia de Guadalajara respectivamente, para que efectúen el cobro de las
cantidades que se deben a la real hacienda, por concepto de compras y ventas de villas,
jurisdicciones, alcabalas, composiciones de tierras y otras tierras que se hayan enajenado

213
torno a la villa de San Felipe y Santiago y al Fuerte de Montesclaros se tuvo
desde sus orígenes un núcleo organizado de presencia española que logró
desde fechas tempranas un poblamiento notable desde el río Mocorito hasta
el Zuaque. Mientras tanto en el caso del distrito de Álamos y, en general de
Ostimuri y Sonora, el poblamiento se extendió a partir de la actividad
minera.
Una de las notas más conocidas de este proceso refiere al papel
jugado por la Compañía de Jesús para desestimular el establecimiento de
pobladores en las cercanías de las misiones381. Como se presentó en el
capítulo anterior, aunque se trató de una política definida por los jesuitas
desde los orígenes de la evangelización, esta no hizo crisis hasta la segunda
mitad del siglo XVII. Ya en el XVIII, es conocida la primera defensa
organizada del papel de los pobladores hispanos de frente a los misioneros
de la Compañía de Jesús. Aunque ocurrió fuera del territorio cahita se
trataba de una problemática compartida, en buena medida por los
pobladores desde Sinaloa hasta Sonora.
Fue así que en 1722 se realizó una junta secreta en el real de San Juan
Bautista de Sonora, convocada por el alcalde mayor, Rafael Pacheco
Cevallos en la que los españoles de aquella provincia expusieron su punto
de vista respecto de la problemática que les aquejaba. En dicha reunión se
llegó a plantear con claridad que las misiones eran un grave obstáculo para
el poblamiento hispano. Como solución al problema se sugirió la

de la corona. Otorgada en San Lorenzo El Real, el 30 de octubre de 1692”, Guadalajara,


julio 17 de 1693, AHJ, Libros de gobierno, No. 9, exp. 94, fs. 151v.-154v.
381
Ignacio del Río, “El sentido y los alcances de la política segregacionista de los
jesuitas en las misiones del Noroeste novohispano”, ponencia presentada en el Coloquio
internacional “Los jesuitas y la modernidad en Iberoamérica 1549-1773”, celebrado en

214
secularización de las misiones, esto es, el retiro de los jesuitas y su
sustitución por curas párrocos que atendieran los asuntos religiosos de las
comunidades, sin intervenir en los económicos ni en los administrativos.382
Entre las propuestas encontramos pues la salida de los jesuitas, el
reparto de tierras a los españoles y vecinos de la provincia, que los indígenas
pagaran diezmos, que no se permitiera a los jesuitas tener tierras ni ganado y
que se permitiera a los españoles y a los indios vivir mezclados en las
misiones383. Ninguna de dichas propuestas fue bien recibida por los jesuitas,
ni la autoridad local tuvo la capacidad de modificar la situación. Acaso la
presencia hispana comenzaba a manifestarse con más fuerza en el entorno
de las misiones, pero no conocemos que hubiera en épocas tempranas
pobladores entre los asentamientos indígenas. Sólo en el caso de los pueblos
del Yaqui, una leve manifestación que apareció entre los agravios de la
sublevación, justamente por su carácter excepcional.
Posteriormente, uno de los testimonios más importantes de la época
relativo al problema del poblamiento es el Informe de Sinaloa y Sonora, año
de 1750 de José Rafael Rodríguez Gallardo, quien llegó a la gobernación en
1748 a petición del virrey en el marco de las controversias que Agustín de
Vildósola, el segundo gobernador mantenía con un fuerte grupo de militares
tenidos por parciales de Manuel Bernal Huidobro. De hecho, la solicitud al
virrey la habían hecho los jesuitas, que buscaban la llegada al noroeste de un

Lima, Perú, por la Pontificia Universidad Católica del Perú, la Universidad del Pacífico y
la Universidad Antonio Ruiz de Montoya, del 8 al 11 de abril de 2003 (en prensa).
382
“Informe del padre José María Genovese al virrey: Sonora, 1722”, en Luis
González Rodríguez, Etnología y misión en la pimería alta. Informes y relaciones
misioneras de Luis Xavier Velarde, Giusseppe María Genovese, Daniel Januske, José
Agustín de Campos y Cristóbal de Cañas, México, UNAM/IIH, 1977, pp. 181-182 y
Sergio Ortega Noriega, Un ensayo de historia regional… op. cit., p. 85.
383
Saúl Jerónimo Romero, De las misiones a los ranchos… op. cit., p. 94.

215
visitador con autoridad suficiente para poner en orden a los individuos
conflictivos y establecer así la necesaria armonía social.384
Para Rodríguez Gallardo era claro que el asunto del poblamiento de
la Gobernación de Sinaloa y Sonora era uno de los problemas
fundamentales para garantizar la estabilidad del territorio: “para correr las
líneas de la colonización al gentilismo -decía el visitador- es necesario y
conveniente afianzar primero lo descubierto, y todo lo demás será
consiguiente y facilísimo”385.
Destacaba que los cuatro principales problemas de las provincias
integrantes de la gobernación de Sinaloa y Sonora, que eran la causa de su
perdición tenían que ver con los siguientes puntos:

… lo primero en no estar corriente y abierto el comercio por el mar, lo


segundo, en no estar la tierra poblada de familias, ni haberse puesto cuidado
en establecer vecindarios, que son fortalezas vivas, antemurales subsistentes
y nada costosos presidios; lo tercero en no correr moneda o reales y en lo
subido del precio de las platas... y lo cuarto en lo vasto y dilatado del
gobierno.386

Finalmente tenemos que desde su perspectiva, lo que frenaba el


poblamiento era que en ambas provincias predominaba el régimen
comunitario de propiedad de la tierra.
Una opinión similar de un vecino de Sonora, también de mediados del
siglo XVIII es la de Fernando Sánchez Salvador quien envió en 1751 al rey
cuatro consultas en las que expresaba su opinión sobre ciertos medios que

384
Ignacio del Río, La aplicación regional de las reformas borbónicas en Nueva
España, Sonora y Sinaloa, 1768-1787, México, UNAM/IIH, 1995, p. 45.
385
J. Rafael Rodríguez Gallardo, Informe sobre Sinaloa… op. cit., p. 7.
386
J. Rafael Rodríguez Gallardo, Informe sobre Sinaloa… op. cit., pp. 7-8.

216
conducirían a resolver los principales problemas de las provincias del
Noroeste novohispano. La principal propuesta consistía en secularizar las
misiones existentes en la región y, en la medida en que esto se llevara a cabo
establecer en los pueblos de indios el régimen del tributo. 387 Si bien el tema
de la secularización no era nuevo entre los pobladores de la región, en esta
ocasión nos encontramos ya con testimonios que se empatan con lo que era
la tendencia general en Nueva España, respecto de secularizar las doctrinas
de indios.
La propuesta de Sánchez Salvador aspiraba a cambios paulatinos en
los que de acuerdo con la antigüedad de las fundaciones, las de Sinaloa y
Ostimuri serían las primeras en ser secularizadas. Un siguiente paso sería
introducir, sobre todo en las provincias más despobladas, un competente
número de colonos, para lo cual habría que dar protección y apoyo a los que
quisiesen ir a poblar, a quienes se les podrían repartir las tierras que
poseyeran en exceso las comunidades misionales388.
En la época del gobierno del tercer gobernador, Diego Ortiz Parrilla
entre 1749 y 1753 nos encontramos con un consenso entre autoridades
locales y pobladores respecto de la secularización de las misiones. Si bien
ello se ejecutó solamente en las misiones de Topia en 1753389.
Como sus antecesores, Ortiz Parrilla se vio enfrentado a los jesuitas,
al hacer suyas algunas de las propuestas de Manuel Bernal de Huidobro e
integrar entre sus colaboradores a personas cercanas al gobierno de aquel.
Los gobernadores que le siguieron buscaron dedicarse predominantemente a

387
Ignacio del Río, La aplicación regional… op. cit., p. 50.
388
Ignacio del Río, La aplicación regional… op. cit., p. 50.
389
Susan Deeds, Rendering unto Caesar: the Secularization of Jesuit Missions in
Mid-eighteenth Century Durango, Universidad de Arizona, Tucson Arizona, University of
Arizona, tesis (Ph.D.), 1981.

217
la solución de los problemas militares, alejándose del enfrentamiento abierto
con los miembros de la Compañía. De acuerdo con Saúl Jerónimo Romero,
en este momento se tenía la certeza de que no se había aplicado el mejor
método de poblamiento en la región; consecuentemente se inauguró una
nueva política que tendía a favorecer la creación y el fortalecimiento de
poblaciones mixtas, en las que se daría a los pobladores todo tipo de
oportunidades para que pudieran tener un pedazo de tierra en propiedad
privada.390
De entonces data precisamente la Real instrucción de 1754 por la que
el monarca ordenaba la composición de todas las tierras ocupadas sin justos
títulos en sus dominios. Esta instrucción que tuvo un impacto generalizado
en Indias desató en las décadas siguientes el denuncio de tierras por parte de
los pobladores de las provincias costeras del noroeste novohispano, desde
Chiametla hasta Sonora. 391
Ignacio del Río menciona, el testimonio del auditor de guerra de la
Nueva España, Marqués de Altamira, refiriéndose a una representación sobre
las misiones del noroeste novohispano hecha por el padre Juan Antonio de

390
Saúl Jerónimo Romero, De las misiones a los ranchos… op. cit., p. 97.
391
La real instrucción de 15 de octubre de 1754 buscaba acelerar el proceso de
composición de tierras mediante la amenaza de despojo para aquellos propietarios rurales
que careciesen de sus títulos de merced y confirmación. Se estipuló entonces que a
quienes presentaran títulos expedidos por los jueces subdelegados de tierras con
anterioridad a 1700 se les dejara en “libre y quieta posesión” aun sin haber obtenido la
confirmación. Incluso si no tuvieran títulos, si demostraban su antigua posesión esta les
valdría como “título de justa prescripción”. En cambio, los que tuvieran título de sus
posesiones obtenido después de 1700 debían acudir ante las audiencias a tramitar su
confirmación, o en su defecto, su merced y confirmación, Francisco de Solano, Cedulario
de tierras, compilación de legislación agraria colonial 1497-1820), México,
UNAM/Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1991, documento no. 211 y Francisco de
Solano, “El juez de tierras y la Superintendencia del beneficio y composición de tierras”,
Anuario Histórico Jurídico Ecuatoriano, separata del volumen VI, Quito, 1980, pp. 355-
356.

218
Oviedo, en la que aquel dictaminaba que lo que más convenía a la monarquía
no era apoyar las misiones en modo alguno, sino secularizarlas y poblarlas de
españoles y demás “gente de razón”.392
Así, nos encontramos con que ésta situación de animadversión hacia la
orden en nuestro ámbito regional de investigación se ubica en el mismo tono
de los problemas que enfrentaba a la Compañía con los monarcas europeos de
la época. La cédula para el “extrañamiento” llegó a Nueva España y a las
alcaldías costeras cuando ya se planeaba una salida ordenada por parte de los
mismos jesuitas de California, Nayarit, Sinaloa, Tarahumara y Chínipas, pero
que no llegó a ser aprobada por las autoridades.393
La decisión de Carlos III de expulsar a la Compañía de Jesús de su
imperio se nos presenta como un fenómeno puramente externo. Sin embargo,
como se ha expresado, durante el último siglo los jesuitas habían mantenido
una serie de enfrentamientos con diversos miembros de la sociedad regional
que habían cristalizado en un cuestionamiento de la legitimidad de su
presencia en las alcaldías de Sinaloa, Ostimuri y Sonora.
Este tipo de planteamientos llevados incluso al monarca deben de
considerarse dentro de una explicación más amplia de las causas que llevaron
a Carlos III a una decisión como la expulsión. En todo caso, en ámbitos
administrativos como estos se dieron fermentos que se encaminaban a una
decisión quizá menos enérgica, como la secularización de las misiones y que
tuvo en los pobladores y autoridades civiles a sus principales promotores
visibles. La participación del clero secular en este tipo de planteamientos no ha

392
Ignacio del Río, “El sentido y los alcances… op. cit.
393
“Oblación de las misiones norteñas. A. Carta del provincial al procurador
general, México, 18 de mayo de 1766 y B. Decisión del Consejo de Indias”, en Francisco
Javier Alegre, Historia de la provincia…, T. IV, pp. 570-571.

219
podido ser fundamentada, sin embargo, en tanto posibles beneficiarios al ser
ellos quienes quedarían bajo la administración del ámbito de misiones
debieron estar a favor de este tipo de medidas.

220
Capítulo VI. El proceso poblador en torno a 1767,
nuevas tendencias en la apropiación social del espacio

Y por lo tocante a la otra parte (de las tierras


del pueblo de Navojoa, además de las de su
fundo) que es (son) las que gozan que entiendo
se me dice de aquellas que tan solo tienen el
goce de posesión por suyas sin ningún cultivo
debo decir que por la parte del norte de este
pueblo es sin limitación, pues se extiende su
terreno hasta el otro río del Yaqui que me dicen
los que han andado esta travesía tendrá treinta
leguas, y por la parte del sur dijo el gobernador
(Nicolás Cutil) que al tiempo de la medida que
manda su señoría hacer al realengo denunciado
(del puesto de Usibampo, para el que fue
citado) señalara los linderos de este
pueblo…394

a) Un nuevo contexto político

La salida de los misioneros de la Compañía de Jesús en 1767 marcó el


carácter del poblamiento en el antiguo territorio cahita. Cómo se ha
presentado en los capítulos precedentes, entre 1591 y 1767 se había
desarrollado un poblamiento que tuvo como principal punto de referencia a

394
“Diligencias del Pueblo de Navojoa. Don Manuel Ygnacio de Valenzuela con los
indios de Navojoa”, AHS, T. XXVIII, Exp. 387”, fs. 0062-0084. Las medidas fueron
realizadas por Juan María Figueroa, comisionado por el Juzgado privativo de tierras de la
Audiencia de Guadalajara en las provincias de Sonora y Sinaloa. Pueblo de Navojoa, 26
de febrero de 1788.

221
las misiones jesuitas; en adelante, los ranchos, las estancias y en general, los
intereses de los pobladores hispanos marcaron el rumbo en cuanto a la
apropiación social del espacio.
Los miembros de las antiguas comunidades indígenas, sobre todo de
mayos y “fuerteños” se enfrentaron en este contexto a un panorama distinto,
pues ante la ausencia del poder de la Compañía que defendió (o negoció) su
carácter de indios de misión aconteció un paulatino proceso de intromisión
de los pobladores hispanos en sus tierras ancestrales395. A partir de la
información proveniente para el caso de Sonora, se supone que rápidamente
las comunidades indígenas que antiguamente habían sido misiones jesuitas
recibieron en su seno los embates de los pobladores españoles relativos al
desplazamiento de la propiedad de sus tierras comunales y por tanto a poner
fin a una situación que se había prolongado por más de un siglo y medio,
como es el control que desde la institución de la misión se tenía para vedar a
los españoles su establecimiento, tanto en las propios asentamientos de las
comunidades, como en sus cercanías396.
En una perspectiva de tiempo largo, los resultados de la investigación
nos muestran que las cosas no ocurrieron de una manera mecánica, pues
desde sus orígenes, sobre todo entre los ríos Mocorito y Mayo, las

395
Al referirnos a las “tierras ancestrales” lo hacemos en un sentido amplio, es
decir, no sólo al ámbito del asentamiento mismo de cada pueblo (el casco) y su entorno
inmediato, sino que con ésta designación aludimos a aquellos espacios que cada
comunidad consideraba como propios de acuerdo a la tradición oral y que en ocasiones
circunscribía grandes espacios, sensiblemente alejados del núcleo del asentamiento.
396
Sergio Ortega Noriega, Un ensayo de historia regional… op. cit. pp. 102-103.
Sergio Ortega pone gran énfasis en este asunto, pues desde su perspectiva, la privatización
de la tenencia de la tierra afectó a la organización comunal de los pueblos de indios y fue
un medio para que, a través de fraudes, ventas y despojos, la tenencia de la tierra pasara a
manos no indígenas. Sobre este punto ver Saúl Jerónimo Romero, De las misiones a los
ranchos y haciendas… op. cit.

222
comunidades indígenas habían convivido con los pobladores españoles, al
establecerse en las cercanías de las misiones.
Por su parte, la sublevación de los indios yaquis, mayos y fuerteños de
1740 es acaso una de las manifestaciones más claras de que las
transformaciones del antiguo poblamiento indígena y las presiones que
recibieron los indios de misión provenían de las décadas precedentes. En
este contexto se expresaron problemas que tenían que ver con la
obligatoriedad del trabajo de los indios en las minas, la venta de las
cosechas de las misiones de parte de los jesuitas y la entrada a los pueblos
yaquis de personas de origen externo, como coyotes y mestizos; problemas
que asimismo se combinan con algunas de las manifestaciones de que estos
individuos comenzaron a apoderarse de las tierras al interior de los
pueblos397.
De hecho, uno de los rasgos característicos del periodo colonial tardío
en Nueva España fue el desplazamiento de la propiedad indígena de la
tierra. Sin embargo, no en todos los lugares ocurrió de manera uniforme,
pues de hecho se trata de un proceso iniciado desde el mismo siglo XVI. Al
referirse a los pueblos directamente dependientes de la ciudad de
Guadalajara, Eric Van Young ha destacado que para la época de las
Reformas Borbónicas era notable la frecuencia con la que la audiencia
defendía a las comunidades indígenas de las aspiraciones y abusos de los
españoles398.
En el caso de las comunidades de la gobernación de Sinaloa y Sonora,
usualmente la audiencia defendió sus derechos, siempre y cuando los

397
Luis Navarro García, La sublevación yaqui… op. cit., p. 28.
398
Eric Van Young, La ciudad y el campo en el México del siglo XVIII, la
economía rural de la región de Guadalajara, 1675-1820, México, FCE, 1989, p. 326.

223
indígenas acudieran a esta instancia cuando se encontraban envueltos en
procesos legales de ésta índole. Parece ser más bien, que la distancia se
convertía en un límite pocas veces salvado al ser citados los indios a
comparecer ante ésta, la más alta instancia regional de gobierno.

b) José de Gálvez y su política de poblamiento

La aplicación de las reformas borbónicas en el noroeste novohispano tuvo


en José de Gálvez al principal protagonista. Con el nombramiento de
visitador general de la Nueva España, abrió un amplio escenario de trabajo
en el que las provincias de Sinaloa, Sonora y California jugaron un papel
protagónico. La fama de la riqueza del territorio y la convicción de que en
éstas se había carecido de los mecanismos eficientes para su administración
rodearon a la visita de grandes perspectivas para aumentar los ingresos de la
monarquía399.
Correspondió a otro funcionario, Eusebio Bentura Beleña preparar las
circunstancias de la visita de Gálvez, mediante su actividad como delegado,
tendiente al establecimiento de los reales estancos de naipes, pólvora y
tabacos, en la villa de San Miguel de Culiacán, Sinaloa, El Fuerte y Álamos
así como de una “caja marca” en el real de Los Álamos con la que se

399
Modesto Aguilar Alvarado, La minería y las reformas borbónicas en Sinaloa,
Culiacán, Sinaloa, Colegio de Bachilleres del Estado de Sinaloa, 1999 y del mismo autor
tenemos “Las reformas borbónicas y la minería en Sinaloa durante el siglo XVIII”, Clío,
Revista de la Escuela de Historia de la Universidad Autónoma de Sinaloa, enero-abril de
1992, No. 5, pp. 7-15.

224
buscaba fomentar el desarrollo de la actividad minera, así como los
mecanismos de fiscalización400.
Además de ello, Bentura Beleña tuvo diversas comisiones
directamente relacionadas con la nueva política de poblamiento. De esta
manera, se hizo cargo de las “temporalidades” de los jesuitas y tuvo bajo su
responsabilidad la erección de las misiones en curatos, al menos en el
antiguo territorio cahita, correspondiente a los ríos Sinaloa, Fuerte, Mayo y
Yaqui. El repartimiento de tierras a los pueblos de indios y el
establecimiento del real tributo fueron las otras tareas que en conjunto
refieren a distintas facetas de las reformas para las que logró un éxito
relativo401.
El poblamiento del territorio fue uno de los principales rasgos de esta
problemática, pues como se ha mencionado, desde comienzos de la
ocupación hispana, una de las principales preocupaciones de las autoridades
civiles fue la escasez de pobladores de origen europeo. Ello en un principio
impedía el proceso mismo de conquista, mientras que ya en el siglo XVII en

400
Ignacio del Río, “La gestión política-administrativa de Eusebio Ventura Beleña
en Sonora y Sinaloa, 1768-1770”, en Vertientes regionales de México. Estudios históricos
sobre Sonora y Sinaloa (siglos XVI-XVIII), México, D.F., UNAM, 2001 (1ª. Ed. La Paz,
UABCS, B.C.S., 1996) y “Manifiesto de la conducta observada por Don Eusebio Bentura
Beleña en las Comisiones que pusieron a su cargo en esta Nueva-España los Señores
Excelentísimo Virrey Marqués de Croix, e Ilustrísimo Visitador General Don Joseph de
Gálvez, dándose con este motivo algunas noticias respectivas a las Provincias de Sinaloa y
Sonora como también de su última Expedición Militar”, Biblioteca Pública del Estado de
Jalisco, Sección de Manuscritos, manuscrito No. 62. Ha sido publicado por los miembros
del Seminario de Instituciones Novohispanas, Manifiesto de Eusebio Bentura Beleña,
edición, introducción y notas por Ignacio Almada Bay (et.al.), Zamora, Michoacán, El
Colegio de Michoacán-Universidad de Guadalajara-El Colegio de Sonora, 2006.
401
Ignacio del Río, “Colonialismo y frontera. La imposición del tributo en Sonora
y Sinaloa”, en Vertientes regionales de México… op. cit., pp. 45-73 y “Manifiesto de la
conducta observada por Don Eusebio Ventura Beleña… documento citado, parágrafo 12.

225
el contexto de las misiones significaba que el territorio tenía una débil
administración civil de frente al poder de la Compañía de Jesús.
En el nuevo contexto del último tercio del siglo XVIII en el que la
población hispana aumentaba, y ante la ausencia de los misioneros jesuitas
se abrieron nuevas perspectivas para la administración virreinal que buscó
quitar al territorio el carácter de excepcionalidad privativo de la “tierra de
misiones”. Con las reformas mencionadas se trataba de contribuir en este
aspecto, además de que, explícitamente se buscaba un reconocimiento de
vasallaje, del que gracias al mencionado carácter de “tierra de misiones” los
indios, así como las demás castas habían escapado402.
La llegada misma del visitador en junio de 1769 y un año antes, de su
delegado Beleña, pusieron de manifiesto las expectativas de los funcionarios
reformistas en el territorio y su población indígena, relativamente la más
numerosa en el noroeste novohispano. Con la política que se aplicó, los
funcionarios buscaron incorporar de forma definitiva a los miembros de las
antiguas misiones en el sistema económico español.
En particular nos encontramos que en el documento “Instrucción del
visitador don Joseph de Gálvez para la asignación y repartimiento de tierras
en los pueblos de indios para la cuenta de tributación” expedido el 23 de
junio de 1769 se contienen diversos ordenamientos sobre el particular por
los que la entrega de tierras a cada pueblo y el repartimiento de parcelas a
los indios en lo individual se convirtieron en las premisas para su

402
“Manifiesto de la conducta observada por Don Eusebio Ventura Beleña…
documento citado, parágrafo 13.

226
incorporación al sistema de poblamiento español y a los mecanismos de
tributación403.
Para Cynthia Radding la legislación de Gálvez tendió a separar al
indio de su comunidad y conferirle una especie de “igualdad” como súbdito
y tributario404. Al abundar al respecto, Ignacio del Río expresa que la
secularización de las misiones, los repartos de tierras y el pago de tributo
eran complejos aspectos de un mismo programa de transformación
económica y social, pero que sólo resultaría viable en la medida en que se le
hiciera avanzar de manera integral405.
Un esfuerzo de estas características significaba una inicial
diferenciación de los grupos indígenas de la gobernación de Sinaloa y
Sonora, cuya ámbito geográfico se extendía desde el pueblo de Escuinapa,
en la alcaldía de El Rosario hasta la Pimería Alta en Sonora. Los del sur de
Sinaloa se habían incorporado al sistema de poblamiento hispano sin la
mediación de la Compañía de Jesús y de hecho, las propuestas de Gálvez no
aplicaban allí, pues la tierra había comenzado a ser privatizada desde los
inicios de la presencia española. En cambio, en las alcaldías de Sinaloa y
Ostimuri, ámbito del antiguo territorio cahita había amplias posibilidades
para llevarse a efecto. Sin embargo, la negativa de las mismas comunidades
para aceptar esta política hizo que se quedara en el papel, al menos por un
par de décadas.

403
Para el Noroeste novohispano sólo los naturales de la provincia de Culiacán
participaban del sistema desde inicios de la conquista, como ocurría en general con todos
aquellos del centro del virreinato. Sobre el caso de Culiacán véase Luis Navarro García,
Sonora y Sinaloa… op. cit.
404
Cynthia Radding, “Las reformas borbónicas en la provincia de Sonora: el
régimen de la propiedad en la sociedad colonial”, en Noroeste de México, Hermosillo,
Son., Revista del Centro Regional Sonora, 1991.
405
Ignacio del Río, “Colonialismo y frontera… op. cit., p. 56.

227
c) La perspectiva gráfica del territorio y los nuevos asentamientos

Contamos con una representación gráfica del territorio de nuestro interés


para el momento previo a la salida de los misioneros jesuitas. Se trata de la
“Carta cartográfica de las misiones apostólicas que administró antes en
Topia y Tepehuana, y administra en Nayarit, Tarahumara, Chínipas,
Sinaloa, Sonora, Pimería y California de la Compañía de Jesús en la
América Septentrional”.
Aunque se trata de un anónimo, sabemos que fue realizado por
miembros de la Compañía de Jesús. Asimismo, aunque no está fechado, se
le puede datar entre 1753 y 1767, es decir, entre la secularización de las
misiones de Topia y la expulsión de los jesuitas406.
La importancia de los mapas de época en la investigación histórica es
primordial, pues nos brindan la oportunidad de acercarnos a la
representación que se tenía en la época de estudio respecto del territorio, a
partir de los elementos que al autor, o a la agrupación de la que era miembro
interesaba destacar.

406
“Carta cartográfica de las misiones apostólicas que administró antes en Topia y
Tepehuana, y administra en Nayarit, Tarahumara, Chínipas, Sinaloa, Sonora, Pimería y
California de la Compañía de Jesús en la América Septentrional”. Mapoteca Manuel
Orozco y Berra, Colección historias parciales 723. Varilla 1-número de control 1162.
Manuscrito. Óleo sobre papel. Autor: Compañía de Jesús, sin año (entre 1753 y 1767),
escala gráfica en leguas.

228
Mapa VI. Extracto de la “Carta cartográfica de las misiones apostólicas que administró
antes en Topia y Tepehuana, y administra en Nayarit, Tarahumara, Chínipas, Sinaloa,
Sonora, Pimería y California de la Compañía de Jesús en la América Septentrional”,
documento citado.

En este caso, se trata del mapa de las provincias misionales de la


Compañía de Jesús, pero no se limita a ello pues se integran otros elementos
que formaban parte de la geografía física y humana en que éstas se
encontraban. Se trata asimismo de un momento en que el desarrollo de la
cartografía ha llegado a escalas sobresalientes, sobre todo si comparamos

229
ésta representación, con otros mapas más tempranos de la zona costera del
norte novohispano407.
Al centrar la atención en el territorio de nuestro interés nos
encontramos con la versión final del patrón de poblamiento promovido por
la Compañía de Jesús en la región, es decir, el establecimiento de misiones
en los cinco ríos que lo cruzaban de oriente a poniente, que son el Mocorito,
Sinaloa, Zuaque, Mayo y Yaqui. Junto a éstos y los principales
asentamientos hispanos de la villa de Sinaloa, El Fuerte, Los Frailes408 y
Baroyeca, percibimos que la geografía humana ha cambiado sensiblemente,
pues además de los asentamientos misionales se encuentran localizados
diversos ranchos, haciendas y otros reales de minas que junto con las
misiones dotaron a este territorio de una nueva identidad: el antiguo
territorio cahita, se había transformado en un espacio social heterogéneo, en
el que además de los establecimientos misionales el poblamiento civil
alcanzó escalas notables.
Se trata como hemos expresado de un proceso paulatino, que con
diferenciaciones locales ha tenido un desarrollo desde comienzos del siglo
XVII. La verdadera novedad del mapa radica justamente en presentar a los
nuevos asentamientos como elementos integrantes del paisaje. Se muestra
pues el avance del proceso poblador hispano que se ha ubicado en los

407
Como sería por ejemplo el clásico Theatrus Orbis Terrarum… op. cit., que
incluye el mapa “Provinciae Culiacanae”, en el que aparece la zona más meridional de la
antigua provincia de Sinaloa. Una variedad de este tipo de mapas realizados por los
jesuitas durante la época colonial lo encontramos en Burrus y Zubillaga, La obra
cartográfica de la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús, 1567-1767, Madrid,
José Porrúa Turanzas, 1982. (Colección Chimalistac de Libros y Documentos Acerca de
la Nueva España 2).
408
“Los Frailes” designa a la sierra en torno del real de Álamos, a unas minas en
específico, pero también en este caso al real de los Álamos, que no aparece marcado como
tal.

230
intersticios del poblamiento misional, de forma limitada en las tierras
ribereñas bajas y con un mayor énfasis hacia las vertientes de la sierra donde
se han encontrado los yacimientos argentíferos.
Una zona es la que presenta el mayor despliegue por parte de los
pobladores hispanos, se trata de aquella para la que hemos percibido
movimientos desde la segunda mitad del siglo XVII, como es la de las áreas
intermedias de los ríos, de forma paralela a el litoral costero. En esta zona,
de transición entre las tierras bajas y las vertientes de la sierra nos
encontramos asimismo el trazo del principal camino costero, el “camino real
a la Sonora”, que desde la villa de San Miguel de Culiacán al sur, cruza el
territorio cahita enlazando los distintos puntos. El camino se ubica asimismo
paralelo, o en las cercanías de algunos de los afluentes principales de los
ríos, tales como el arroyo de Ocoroni, el Cuchujaque, o el brazo izquierdo
del propio río Mayo. Con el paso de los siglos y la experiencia que el
hombre ha adquirido de la tierra, esta principal ruta se alejó del litoral
costero, mayormente expuesto a las inundaciones, con escasez de agua
permanente y con un suelo de menor consistencia. 409
Asimismo, los asentamientos a la vera del camino tuvieron mejores
condiciones para hacer frente a los temporales, gracias a que, al encontrarse
en la zona de transición, la orografía ligeramente sinuosa, con lomas y

409
Se trata del principal camino de las provincias costeras pues enlazaba el
territorio de Sinaloa hacia Culiacán y Guadalajara, lo mismo que hacia Ostimuri y Sonora.
Es un camino utilizado desde tiempos prehispánicos y que fue utilizado desde las primeras
expediciones españolas hacia las tierras del norte, véase Carl Sauer, The Road to Cíbola…
op. cit. También existieron caminos que cruzaban la sierra y comunicaban los
asentamientos del valle con los principales reales de minas del altiplano de la Nueva
Vizcaya, como Parral y Batopilas. En particularmente testimonios proporcionados por
Luis Navarro aluden a lo problemático que resultaba durante el siglo XVII el arribo de
Guadalajara a las alcaldías de la costa, Sonora y Sinaloa… op. cit., pp. 43-46.

231
pequeños cerros se convertía en abrigo de tormentas y huracanes. Los
asentamientos de los pueblos, en cambio, al encontrarse usualmente en las
tierras bajas, estaban expuestos a la fuerza de los vientos y a las
inundaciones, pues a no ser por pequeñas elevaciones sólo contaban con los
árboles para su resguardo.
Los grandes espacios entre los ríos y sobre todo hacia el litoral costero
refieren a los ámbitos para los que tanto jesuitas como autoridades civiles
han buscado limitar la presencia indígena con el argumento de que era
donde vivían en libertinaje, al realizar actividades de hechicería y organizar
sus manifestaciones de rechazo a la monarquía española.
Como quiera que sea, son los tradicionales espacios de refugio de los
miembros de las comunidades misionales. Espacios para los que, como en el
caso del margen derecho del río Fuerte (el lado opuesto a los
establecimientos de los pueblos), existen prohibiciones específicas para el
poblamiento indígena, pero que como ocurrió durante la sublevación de
1740 fue el ámbito perfecto para la concentración de indígenas provenientes
de toda la región410.

d) Aproximaciones al poblamiento a partir de las composiciones de


tierras

El establecimiento de nuevos ranchos, estancias y haciendas no fue un


fenómeno que hubiese adquirido un ritmo vertiginoso a partir de la

232
expulsión de los jesuitas. Más bien nos encontramos que en buena medida,
el territorio cahita presentaba ya límites para la ocupación hispana. En todo
caso, lo que se percibe es que zonas concretas como las ribereñas bajas
comenzaron a ser los espacios preferidos por los pobladores que ya se
habían asentado en el entorno, pero que en el marco de la política borbónica
buscaron obtener los mejores espacios.

6.1. Nuevos asentamientos por distrito, antiguo


territorio cahita, 1701-1790
Distrito 1701-1767 1768-1790
Sinaloa 35 13
San Benito 26 7
El Fuerte 18 1
Álamos 35 8
Baroyeca 13 0
Total: 126 29

Fuente: Anexos 3 y 4

De acuerdo con la documentación de composiciones de tierras, uno de


nuestros principales índices para medir la ocupación social del espacio los
registros para el periodo 1651-1700 refieren a 39 nuevos asentamientos en el
antiguo territorio cahita, para el periodo siguiente, comprendido entre 1701-
1767 nos encontramos con que la cantidad se ha triplicado, con un número de
126.

410
Se menciona la presencia de indios yaquis y mayos tanto en las marismas
entorno de Ahome, como en Agiabampo, más al norte, Luis Navarro García, La
sublevación yaqui… op. cit., p. 79.

233
6.2. Índice de nuevos asentamientos en el antiguo territorio
cahita, 1651-1790

35

30

25

20
Asent.

15

10

0
1651- 1661- 1671- 1681- 1691- 1701- 1711- 1721- 1731- 1741- 1751- 1761- 1771- 1781-
1660 1670 1680 1690 1700 1710 1720 1730 1740 1750 1760 1770 1780 1790
Décadas

Fuente: Documentos citados en anexos 1,2,3 y 4 (en los cuadros 2, 3 y 4 se


incluye la referencia en cada caso, provenientes del AHS (títulos
primordiales), AHGGES (tierras) y AHJ (tierras y aguas).

Tenemos nuevamente al entorno cercano de la villa de Sinaloa y el real


de Álamos como los lugares preferidos para establecer los ranchos y las
estancias, una situación que proviene del siglo XVII. En la página siguiente
podemos ver el “Índice de unidades de composición en el antiguo territorio
cahita, 1651-1790” realizado a partir de la información acumulado de la
fecha de antigüedad estimada de los 197 asentamientos de la base de datos
conformada con las composiciones (excluyendo las propiedades del
Colegio).
La situación se torna inesperada, sobre todo después de que José de
Gálvez dictó su reglamentación para el reparto de tierras a los pueblos de
indios. Si bien la misma reglamentación incumplida las dos décadas

234
siguientes pudo haber inhibido el inicio de nuevos asentamientos, lo cierto
es que las zonas bajas de los ríos Fuerte y Mayo se convirtieron en los focos
de atención, justamente por los conflictos suscitados por la tierra de las
antiguas comunidades indígenas. Asimismo, podríamos adelantar a partir de
la información que atañe a conflictos de las comunidades indígenas que la
tendencia dominante no es ya el inicio de nuevos asentamientos, como había
sido en las décadas iniciales del siglo, sino más bien, que los ya existentes
crecieron mediante el denuncio de las demasías, fenómeno que guarda
relación con la salida de los misioneros jesuitas y con la nueva legislación
sobre la materia.

e) La rebelión de los indios “fuerteños”

Como parte de la visita de José de Gálvez, llegó a Sonora un ejército


expedicionario cuyo objetivo era pacificar a los grupos insurrectos de seris y
pimas que a lo largo del siglo XVIII habían manifestado su rechazo al
dominio hispano. Por tal motivo, el hecho de que éstos estuvieran
insurrectos podría parecer normal, sobre todo para Sonora, que continuaba
como la tierra de frontera desde el siglo XVII411. Sin embargo, que los
habitantes de la provincia de Sinaloa se manifestaran por medio de las armas
provocaba alarma, sobre todo por el gran periodo en el que habían

411
Se cuenta con un testimonio directo realizado por el mismo coronel Domingo
Elizondo, en Noticia de la expedición militar contra los rebeldes Seris y Pimas del Cerro
Prieto, Sonora : 1767-1771, edición crítica de José Luis Mirafuentes y Pilar Máynes,
México, UNAM-IIH, 1999.

235
permanecido pacíficos, hasta 1740, y por que además se trataba del ámbito
territorial en donde había propiamente un poblamiento hispano consolidado.
Un nuevo brote significaba que la política que se les buscaba aplicar
no era bien recibida, y de que además el ejército español no podía confiarse
en la pacificación de Sonora, cuando Sinaloa veía amenaza semejante. El
movimiento indígena, en el contexto de la visita de Gálvez adquirió
importancia específica.
José de Gálvez era un hombre enérgico, lo que contrasta con la
manifiesta timidez de Bentura Beleña ante las circunstancias de armas. Así,
cuando Gálvez pidió a Beleña que pasara de Los Álamos a El Fuerte a
realizar la pacificación de los naturales, éste acató la orden a regañadientes,
ante la amenaza de que con su negativa iría el mismo visitador general, a
pesar de la enfermedad que comenzaba a manifestársele412.
Los testimonios de Beleña son probablemente la mejor fuente existente
sobre aquella insurrección, sin embargo, sólo hizo explícita información
sobre las causas y el desenlace. El origen del problema lo encontramos, -
según don Eusebio- en haber querido matar los indios del pueblo de Charay
a su gobernador indio por que les impedía hacer y usar sus armas de arco y
flecha, precisamente por que les habían sido prohibidas.
El desenlace refiere a la sentencia dada por el gobernador de
California, Matías de Armona, como jefe militar de la expedición al Fuerte,
sobre la pena de muerte a 20 indígenas, cuyas cabezas fueron clavadas en
otras tantas picotas por el delito de traición y levantamiento. Doce
“cómplices” de aquellos fueron condenados en cambio a 200 azotes y cuatro

412
“Manifiesto de la conducta observada por don Eusebio Ventura Beleña…”,
documento citado, folios no. 30 y 31.

236
años de presidio en el arsenal de San Blas, además de que se les cortaría el
cabello. Cinco presos más sólo fueron condenados a cien azotes y al corte de
cabello413.
Además del manifiesto de Beleña, sólo hemos tenido acceso a un
documento, consistente en apuntes realizados en el real de Álamos mientras
que éste desempeñaba su comisión en los pueblos alzados. Se muestra aquí
el peligro a que se vio sometido el enviado del visitador general en su
búsqueda de la pacificación de los naturales, quienes lo obligaron junto a los
miembros de su escolta a refugiarse en la casa del párroco del pueblo de
Charay, donde estuvo por dos semanas hasta ser rescatado por las tropas
españolas414.
Visto el castigo dado a los insurrectos no se puede sino apoyar la
opinión de Sergio Ortega referida a que el movimiento fue reprimido con
excesiva crueldad. Sin embargo, al referirse a éste, como al de 1771 en que
se sublevó el jefe yaqui Calixto Ortega afirma que estas rebeliones parecen
indicar la resistencia de los indígenas ante el incremento de las presiones de
los colonos para despojarlos de sus tierras y de sus aguas comunales415. De
ahí la necesidad del estudio de los procesos históricos en la escala local,
como podría ser un pueblo, un conjunto de pueblos o las villas o los reales
de minas.
En este contexto, la información sobre la problemática de las
comunidades del río Fuerte, previo a la insurrección, e incluso, previo a la

413
“Manifiesto de la conducta observada por don Eusebio Ventura Beleña…”,
documento citado, parágrafo 37. También, “Movimiento de los naturales de los pueblos de
Charay, Mochicahui y San Miguel. El subdelegado Beleña corre peligro de ser
emplumado. Gandarilla y Padilla acuden a libertarlo. El gobernador de California don
Mathías de Armona (apuntes)”, BMNAH, Archivo Franciscano, Rollo 11, Exp. 33/719.
414
“Movimiento de los naturales... Ibíd.

237
expulsión de los jesuitas contribuye a la comprensión de las
transformaciones a las que fueron sometidas en el contexto del reformismo
borbónico.
Cabe ahora recordar, como se anotó en el capítulo precedente, que una
de las manifestaciones de las reformas tiene que ver con la cédula de 1754
por la que el monarca mandaba nuevamente la composición de las tierras del
reino. Debido a esta política todo el ámbito jurisdiccional de la audiencia de
Guadalajara se vio sometido a las presiones de los jueces de tierras para
componer sus propiedades carentes de título legítimo, es decir, expedido por
autoridad competente.
La gobernación de Sinaloa y Sonora, como ámbito dependiente de la
audiencia en este tema no fue la excepción, de tal forma que desde fines de
la década de 1750 y sobre todo en la década siguiente los jueces de tierras
buscaron a toda costa que los súbditos se acogieran a una “moderada
composición”. La persona que recibió inicialmente nombramiento como
juez subdelegado para realizar los trámites por parte del juzgado privativo
de Guadalajara fue un vecino de El Fuerte de Montesclaros, don Joseph
Álvarez416.
Como parte de su trabajo, Álvarez recorrió el territorio, desde El
Rosario hasta Sonora. Se trató de un funcionario que demostró su
compromiso con el monarca al buscar insistentemente que los pobladores
regularizaran su situación. Su trabajo, en el que priorizaba los intereses de la
real hacienda, e indirectamente de los pobladores hispanos impactó algunas
comunidades que vieron como sus tierras fueron afectadas en el contexto de
las medidas de los españoles.

415
Sergio Ortega Noriega, Un ensayo de historia regional… op. cit., p. 104.

238
El caso más temprano de nuestro interés se ubica entre 1763 y 1766,
justo en las tierras bajas del río Fuerte e inicia con motivo de que los indios
de Charay, Mochicahui y Tehueco se habían manifestado contra lo que
consideraban un despojo al ocupar el coronel Francisco Julián de Alvarado,
vecino del real de Álamos, las tierras de la otra banda del río, en este caso,
las del predio del Chino.
Si bien el área comprendida entre los ríos Fuerte y Mayo había tenido
una importante presencia hispana desde la segunda mitad del siglo XVII,
esta se había localizado en el entorno cercano al real de Álamos y de forma
mucho más intensa en la margen sur del río Mayo. Las zonas bajas fueron
en este caso conservadas de forma consuetudinaria por los indios, aún sin
tener los títulos de las mismas (Véase la cita textual al iniciar este capítulo
sobre las tierras de Navojoa). La utilidad de las tierras ya en el segundo
tercio del siglo XVIII nos la ofrece el misionero jesuita Diego de
Valladares:

Toda la distancia que ay de unos pueblos a otros es monte sin agua y


impenetrable por los abrojos y espinas; y con todo, les sirve a los naturales,
como en España los olivares y viñas. Por que en estas espesuras hayan la
planta de los mezcales, las pitahayas y otras muchas raíces y frutas de que
se sustentan.417

Ya en la segunda mita del XVIII, como había ocurrido en otros


ámbitos del noroeste novohispano, como la villa de San Miguel de Culiacán,
o los enclaves rancheros de San Xavier de Cabazán de la alcaldía de Copala

416
Gilberto López Castillo, Composición de tierras… op. cit., pp. 79-80.
417
“Relación del padre Diego de Valladares sobre las misiones del río Fuerte, 30
de diciembre de 1743”, en Ernest J. Burrus y Félix Zubillaga, Misiones mexicanas… op.
cit., p. 51.

239
y de la desembocadura del río Elota en el tenientazgo de Cosalá, la presión
de los pobladores hizo crisis en cuanto a que buscaron establecerse en estos
ámbitos propios de las comunidades indígenas, pero que eran a su vez, los
que carecían de una certeza legal para su dominio.
En cuanto al caso que ahora nos ocupa, es importante destacar que uno
de los primeros problemas de don Francisco Julián de Alvarado, dueño
asimismo de la Hacienda colindante de Tapizuelas, se habían presentado
con prominentes vecinos de Álamos, como lo eran don Pedro de Rivera y
los herederos de doña Bárbara Antonia de Ortega, propietarios éstos de las
tierras del Sonabari y que en la misma época se esforzaban por consolidar
sus propiedades mediante el denuncio de las tierras realengas colindantes a
las propias418.
Así, después de realizadas las medidas de El Chino se enteraron los
naturales de los tres pueblos mencionados, de donde se siguió su oposición,

… por lo que también nosotros ahora que de esas medidas tenemos noticia
nos oponemos a ellas… por ser de las tierras que desde donde hemos dicho
para acá hemos poseído de tiempo inmemorial, aprovechándonos de ellas
para nuestro natural sustento, ya pescando, ya pataleando y colmenando, ya
sembrando en algunas partes, ya escarbando raíces y cortando mezcales
que especialmente nos suplen la falta de el maíz que cuasi continuamente
padecemos por nuestras cortedades, y ya también con el pueble de algunas
bestiecillas nuestras que en ellas se han apacentado, aunque para beber
hayan ocurrido hasta este nuestro río y por eso de tierras de antigua
posesión nuestra de donde por lo consiguiente no pudieron ser esas

418
“Auto en que se hace merced de tres sitios de ganado mayor, veintiséis
caballerías y tres cuartos de otra a los herederos del capitán Gaspar de Alvarado que
comprende el puesto nombrado de Tapizuelas, cito en jurisdicción del real de los Álamos,
provincia de Sinaloa”, AHJ, Tierras y aguas, libro 26, exp. 7, fs. 90v.-100v.

240
medidas sin manifiesto agravio nuestro y sin perjuicio y menoscabo de
nuestras tierras…419

La actuación de Joseph Álvarez, juez subdelegado de tierras fue en


este caso polémica pues los indígenas de los pueblos de Charay, Tehueco y
Mochicahui lo consideraron como parcial en su contra al actuar en beneficio
de ciertos vecinos españoles, al aceptar medir tierras que ellos consideraban
como de su propiedad y exigir ceder tierras cuya propiedad no podían
justificar por falta de instrumento legal (título de tierras), como en el caso
del puesto de “Lo de Montoya”, de don Miguel de Avilés420. Álvarez, con
una fama de hombre implacable respecto de la defensa de los intereses del
monarca se vio envuelto en este conflicto justo en las inmediaciones de los
tenientazgos de El Fuerte y Álamos donde tenía su residencia y donde por la
misma razón, las presiones de los vecinos habrían sido mayores para
resolver en su beneficio en perjuicio de los indios.
Además, los puestos de Los Chinos y Lo de Montoya no fueron los
únicos que en esta época buscaron ampliar su extensión a costa de las
antiguas comunidades de misión, sino que también se consignan en el
expediente los puestos de Sebampo y Algodones, el de Carasebe y
Jubarebampo y el de Bacamocha, todos los cuales crecieron –de acuerdo al
testimonio de los propios indios- de uno a cuatro sitios de ganado mayor en
su extensión original421.
El resultado entonces fue impreciso, si bien se realizaron nuevas
medidas del puesto de “Los Chinos” en 1764. En primer lugar, por

419
“Expediente que comprende el puesto nombrado Los Chinos, en jurisdicción de
Álamos, año de 1766”, AHS, Títulos primordiales, T. XVI, Exp. 212, fs. 417-418.
420
“Expediente que comprende el puesto nombrado Los Chinos…”, fs. 328-451.
421
“Expediente que comprende el puesto nombrado Los Chinos…”, fs. 328-451.

241
intermediación del misionero de Tehueco, el padre Francisco Anaya, los
naturales de dicho pueblo desistieron de su petición al ser reconsiderados los
predios de su interés, mientras que los de Charay y Mochicahui habrían
permanecido inconformes. El desenlace en la audiencia de Guadalajara en
1766 fue una situación que ocurriría la mayor parte de las veces en que los
indígenas sinaloenses pugnaban por alegar su derecho ante esta instancia,
pues simplemente no se presentaban, con lo que la autoridad declaraba los
estrados por bastantes, saliendo beneficiado el poblador que había
denunciado las antiguas tierras de comunidad422.
El problema de la ocupación de este espacio era latente e hizo crisis en
el marco de la visita de José de Gálvez, uno de cuyos principales planes era,
como se ha mencionado, entregar a los indios sus tierras en propiedad
privada con vistas a la apertura de un mercado de la propiedad raíz. La
rebelión de los indios fuerteños inició justo una semana antes de que Gálvez
emitiera en Álamos sus principales disposiciones al respecto, el 23 de junio
de 1769. No había ya intermediadores jesuitas, como había ocurrido en
anteriores ocasiones y el movimiento indígena estalló.

f) Problemas en las tierras del Mayo

Gracias a la obra de Ignacio del Río conocemos la problemática a la que se


enfrentaron las autoridades para la ejecución de los ordenamientos de
Gálvez. De hecho había resistencias de parte de los indios para que sus

422
“Puesto de San Antonio del Chino, jurisdicción de Álamos”, AHJ, Tierras y

242
tierras fueran medidas. Conocedores de ello, los jueces de tierras, o las
“personas inteligentes en la materia” buscaron asimismo evitar la
realización de sus comisiones.
En 1772, Joseph Álvarez se manifestaba indispuesto para realizar las
medidas de los pueblos por problemas de salud que le impedían montar a
caballo, mientras que Joseph de la Piniella, a quien Álvarez había
recomendado, argumentaba salarios muy bajos que no le permitían la
contratación de los tres auxiliares para las mensuras423.
Después de ello pasaron dos décadas para que se realizaran medidas de
las tierras de los pueblos de indios, en este caso, en las tierras del río Mayo,
a pesar de una real cédula del monarca por la que durante el gobierno de
Pedro Corbalán aprobó las disposiciones tomadas por José de Gálvez al
respecto y mandaba asimismo se realizara el reparto de tierras424.
Como hemos mencionado en los capítulos precedentes, junto con los
ríos Mocorito y Sinaloa, la zona del curso medio del Mayo tuvo una
importante presencia hispana desde la segunda mitad del siglo XVII. Ésta
presencia se fortaleció durante el siglo XVIII, sin embargo, no es sino hasta
la década de 1760 en que nuevamente nos encontramos con una
problemática que hace crisis.
De hecho, en el caso del caso mencionado líneas arriba, los naturales
del Fuerte se habían enterado de que los habitantes de la misión jesuita de
Santa Cruz de Mayo, ubicada en la desembocadura del río del mismo
nombre se opusieron a las medidas de los puestos de El Chino, Sebampo,

Aguas, Libro 35, exp. 60.


423
Ignacio del Río, La aplicación regional… op. cit., especialmente pp. 130-142.
424
AGN, México, Reales Cédulas, Vol. 103, Exp. 161.

243
Algodones, Carasebe, Jubarebampo y Bacamocha, por lo que ellos también
pusieron su queja425.
En este caso, los problemas son asimismo de más de un pueblo, pues
comprendieron a las misiones de Navojoa, Tesia y Couirimpo. Estos salen a
la luz con motivo de la denuncia que pusieron las autoridades indígenas del
pueblo de Navojoa ante el justicia del real de los Álamos, respecto de
haberse apoderado de sus tierras de Cusibampo (o Usibampo) don
Raimundo Antonio Campoy. Asimismo, nombraron como su apoderado a
don Joseph de la Piniella, quien se ha desempeñado como juez de tierras en
auxilio de don Joseph Álvarez y es además propietario de tierras en la
misma zona426.
Al darse cabida a los testimonios de ambos bandos se muestra cómo
ésta zona del Mayo había tenido un poblamiento hispano al menos desde el
comienzo del siglo XVIII y que, aunque estos pobladores habían ocupado
espacios en las cercanías de los pueblos de indios carecían de los
instrumentos legales –al igual que los miembros de las comunidades- para
demostrarlo.
Así, cuando buscaron hacerlo, como en este caso de Cusibampo salen
a relucir las distintas versiones. Por un lado, comunidades que luchan por lo
que sienten les ha sido usurpado, cual es el caso de Navojoa u otras como
Thesia, que defienden lo que por derecho les pertenece, como en este caso,
las tierras de Tosalibampo. Los pobladores hispanos usualmente refieren a

425
“Expediente que comprende el puesto nombrado Los Chinos…”, documento
citado, fs. 328-451.
426
“Tierras del puesto de Cubsibampo, conflicto entre los naturales de Navojoa y
don Raymundo Antonio Campoy”, AHS, Títulos primordiales, Tomo XXII, Exp. 16, fs.
1301-1605v. Años de 1765-1787.

244
un antiguo poblamiento en el que las comunidades han cooperado, ya sea
por mera tolerancia, o por acuerdos concretos con los padres misioneros.
Al comparecer los implicados ante el teniente general de Álamos,
don Juan Agustín de Yriarte, éste se muestra a favor del poblador español
con el argumento de que mantiene pobladas y cultivadas las tierras en
disputa. Luego, al remitir el expediente al Juzgado privativo de tierras
localizado en la ciudad de Guadalajara se corta temporalmente la
información. Sin embargo, el hecho de que el poblamiento hispano
continuara nos habla de un caso irresuelto.
Así, a partir de 1769 don Manuel Ygnacio de Valenzuela pobló por su
parte Cusibampo con permiso de su suegro don Raimundo Antonio
Campoy. Él se mantuvo en la posesión hasta el 25 de enero de 1785 en que
vendió la propiedad al bachiller don Joachin Elías González de Sayas,
clérigo presbítero del obispado de Sonora y sin duda, un representante de los
nuevos ricos de la región. Al mes siguiente, el 26 de febrero, por un
mandamiento, la audiencia de Guadalajara solicitó que el poseedor de
Cusibampo compareciera ante el Juzgado privativo427. Dos décadas después,
el pleito resurgía428.
Aunque pudiera parecer una casualidad, lo cierto es que cualquier
movimiento en una propiedad incierta despertaba recelos. A la audiencia no
pasó desapercibido el trámite pendiente, de tal forma que tras realizar una
investigación, resolvió a favor de la comunidad de Navojoa en 1787429.

427
“Tierras del puesto de Cubsibampo…” documento citado.
428
“Diligencias del Pueblo de Navojoa. Don Manuel Ygnacio de Valenzuela con
los indios de Navojoa”, AHS, Títulos primordiales, Tomo XXVIII, Exp. 387, fs. 0062-
0084.
429
“Tierras del puesto de Cubsibampo… documento citado.

245
Después de éstos trámites y conflictos, especie de carrera de
resistencia, se puso en evidencia una situación. No siempre las disposiciones
de la audiencia eran aplicadas en territorios alejados, como lo eran éstos,
parte de la recién creada Intendencia de Arizpe. Es probable que el dictamen
de la audiencia no se haya conocido por los indios, o en su defecto que
hubieran realizado una negociación con el nuevo propietario pues en 1790,
en una diligencia mandada realizar en el pueblo de Navojoa por ordenes del
fiscal de indios de la audiencia, las autoridades indígenas de este pueblo y el
de Tesia expresaron su desistimiento respecto de las tierras de Cusibampo
“que antiguamente se pleitearon en tiempos de los padres jesuitas” pues
ahora ya no las necesitaban430.
La distensión de los mecanismos de la administración civil percibidas
para el siglo XVII continuaba presente un siglo después. Asimismo surgió
otro problema a escena, las disposiciones de Gálvez respecto de la medición
de las tierras de los pueblos de indios no fueron ejecutadas en los años
posteriores al movimiento indígena de los indios “fuerteños”. Pasaron casi
dos décadas para ello.
El primer pueblo fue el de Navojoa, justamente en el contexto de la
problemática por Cusibampo, pues al realizar las medidas de dicho
asentamiento don Juan María Figueroa, comisionado por el Juzgado
privativo de tierras de la audiencia de Guadalajara en las provincias de
Sonora y Sinaloa, tuvo que delimitar en primera instancia las tierras que
pertenecían a los indios, de tal forma que finalmente se dio inicio a este
proceso.

430
“Expediente de medidas de tierras del sitio de tierra del punto nombrado
Usibampo y quejas de los indios de Navojoa y Tesia”, AHS, Títulos primordiales, Tomo
LXII exp. 849, fs. 2019-2096.

246
En el pueblo de Navojoa, a los 27 días de dicho mes y año (febrero de 1788),
yo el dicho subdelegado agrimensor en cumplimiento de lo mandado por su
señoría el señor juez privativo en su superior despacho salí acompañado del
gobernador de este pueblo y el fiscal, ya nominados en el auto que antecede
y el contador don Miguel María de Figueroa y don Simón Santelices y
mandé a los dos primeros me llevasen por toda la orilla de la tierra de cultivo
que poniéndolo en efecto me guiaron por el viento poniente de este pueblo y
el de Cohuirimpo en cuyo tránsito vide que toda es tierra cultivada, la que no
de temporal de aguas, de verano cuya utilidad he regulado por siento y
veinte y cinco cuerdas.431

Los resultados iniciales indican justamente una situación que se puede


apreciar con claridad en el mapa VI-1, referido a la ocupación de la tierra en
el río Mayo en 1790. Se trata de la ocupación que de hecho han mantenido
las comunidades de las tierras ribereñas y de cómo estas han sido copadas
por numerosos vecinos españoles, sin embargo, en su mayoría, sin afectar
los espacios frente al río.
La narración que de las medidas hizo Juan María Figueroa es muy
clara, pues se habla en todo momento de que “toda es tierra cultivada” en
ambas márgenes del río, hasta topar con las tierras de los pueblos vecinos, al
poniente Couirimpo y al poniente Tesia y que suma “seis leguas de
circunferencia”, es decir, seis sitios de ganado mayor, sólo para las tierras
consideradas como del pueblo, sin contar todas aquellas que se han
mencionado, entre el río Mayo y el Yaqui, que los distintos pueblos de
indios reputaban como propias.432
En este sentido cabe decir que no se mencionan conflictos entre los
miembros de las distintas comunidades indígenas por este tipo de medidas,
pues entre ellos sí había la memoria histórica de los confines de sus tierras.

431
“Diligencias del Pueblo de Navojoa. Don Manuel Ygnacio de Valenzuela con
los indios de Navojoa”, AHS, T. XXVIII, Exp. 387, fs. 0067.
432
“Diligencias del Pueblo de Navojoa… Ibíd., fs. 0067-0068.

247
248
Algo que no ocurría en el caso de los vecinos españoles, que buscaron
introducirse en estos espacios, que desde su perspectiva estaban sin utilizar.
Tal situación sucedió con el propietario de Cusibampo, en este caso con la
mojonera de San Joseph del Retiro que provocó las quejas, tanto de los
naturales de Navojoa, como de los de Tesia.433
Después de Navojoa, fue hasta comienzos de la década de 1790 que
se realizaron algunas medidas de las tierras de los pueblos, en este caso en el
río Mayo, al menos en los pueblos de Tesia, Canamoa, Etchojoa y
Macoyahuis.434 En cambio en los ríos Mocorito, Sinaloa, Fuerte y Yaqui no
hubo este tipo de acciones.
Ello significó que diversos pobladores españoles pudieron legalizar la
situación en que se encontraban, pues en muchos de los casos, a pesar de
tener un antiguo poblamiento, al desconocerse las tierras que eran de cada
pueblo no podían realizarse sus propios trámites. Las medidas de las tierras
de los pueblos significaron entonces una apertura mucho más clara para
promover los nuevos asentamientos en el contexto de fines del siglo XVIII.

433
“Diligencias del Pueblo de Navojoa… Ibíd., fs. 0067-0068.
434
AGN, México, Reales Cédulas, Vol. 103, Exp. 161 y “Expediente que
comprende el puesto de Etchomocha, cito en la jurisdicción de Álamos”, AHS, T. XIX,
exp. 244. En este caso, cuyas medidas son de 1796 se refiere que no se había medido antes
por que estaba pendiente la mensura del pueblo de Etchojoa, del que Etchomocha
colindaba con el puesto de Bacabachi, pertenencia de los indios, fs. 202-310.

249
Conclusiones

Me ha interesado realizar esta investigación para desarrollar el estudio de un


proceso de poblamiento en un territorio tradicionalmente caracterizado por
la presencia de la Compañía de Jesús. Sin embargo, he tenido como eje
central de análisis el reconocimiento de la existencia de un territorio, el de
los indios cahitas, identificado como tal previo a la llegada de los
misioneros y que tuvo rasgos particulares en relación al Noroeste
novohispano durante el dominio español.
El primer problema fue identificar este territorio, pues cabe decir que
llegué a él a partir de una inicial propuesta que tomaba como objeto de
análisis a las alcaldías mayores de Sinaloa, Ostimuri y Sonora, ámbito
reconocido por Sergio Ortega como la “Subregión misional” del noroeste.435
Circunscribirme a este ámbito significaba abordar el estudio de un gran
ámbito regional que se caracterizaba de origen por ser tierra de misiones,
pero que sin embargo, comprendía en su interior una gran cantidad de
naciones indígenas cuyo seguimiento particular requería un esfuerzo de
sistematización muy amplio. La impresión inicial fue pues que el marco
regional de Ortega comprendía en su interior ámbitos específicos con una
mayor homogeneidad, el más claramente identificable tenía su centro en la
villa de San Felipe y Santiago de Sinaloa.
Sin embargo, no era mi intención realizar un estudio del poblamiento
de una alcaldía mayor, en este caso, la de Sinaloa, por lo que busqué un
asidero a partir de los grupos humanos que poblaron el territorio previo a la

435
Sergio Ortega, Un ensayo de historia regional… op. cit., pp. 9-32.

250
llegada de los españoles y ese fue, justamente el de los indios cahitas. Los
testimonios tempranos de misioneros, como el de los padres Gonzalo de
Tapia, Martín Pérez y Andrés Pérez de Ribas pusieron su atención en estos
grupos humanos habitantes de la franja costera entre los ríos Mocorito y
Zuaque cuyo elemento inicial de identidad fue justamente la lengua cahita.
De hecho, como parte de su labor evangelizadora la sistematizaron en un
Arte de la lengua cahita.436
A partir de este primer reconocimiento de una región indígena que fue
objeto de la penetración española me propuse realizar una caracterización de
este momento inicial. ¿El enfrentamiento que se daba en el territorio cahita
para la defensa de su espacio vital era único?, ¿qué rasgos había adquirido?
Así, al realizar un recorrido por la problemática novohispana de la época
nos encontramos que simultáneamente que se daban los primeros intentos
españoles por establecerse al norte de la provincia de Culiacán, se realizaba
la conocida como Guerra Chichimeca que tuvo manifestaciones violentas
entre españoles e indígenas en las tierras del Bajío, las villas de Guadiana y
Saltillo, Guadalajara e incluso Pánuco, en la costa del Golfo de México.
De forma que se concluyó que este avance hispano de frente a grupos
indígenas identificados en la época como “bárbaros”, ocurrido en tierras del
altiplano era semejante al que se presentaba en la llamada “provincia de
Sinaloa” desde el segundo tercio del siglo XVI. Y que incluso, la guerra de
los cahitas de frente a los pobladores hispanos, posterior a la fundación de la
villa de San Juan de Carapoa por Francisco de Ibarra en el río Zuaque en
1564 era, asimismo, una manifestación de la Guerra Chichimeca. Se trataba

436
Buelna, Eustaquio (Ed.), Arte de la lengua cahita… op. cit.

251
de otro frente de la misma problemática que ni en la época ni actualmente se
había considerado como tal.
Me propuse asimismo realizar un esfuerzo de explicación respecto de
las características de la llegada de los jesuitas a Sinaloa. ¿Por qué llegaron
los jesuitas y no otra orden?, ¿cuáles fueron los mecanismos para lograr su
permanencia cuando la legislación marcaba que los asentamientos de misión
que ellos fundaron en tierras de indios debían ser secularizados pasada una
década? El carácter misionero de la orden y la noción de frontera fueron
fundamentales para la comprensión de esta etapa del poblamiento hispano
en el territorio. Los jesuitas ejercieron su labor en las ciudades, fundaron
colegios para la enseñanza de los españoles, pero también tuvieron al
finalizar una vocación misionera que había sido fundamentado desde las
Constituciones de la orden a mediados de dicho siglo. Por otra parte, la idea
presentada por Manuel Marzal y Sandra Negro de que buscaban establecerse
en los márgenes del imperio es muy pertinente, pues como había acontecido
en América del Sur, los jesuitas tuvieron mayores libertades en tanto que las
instancias del gobierno de la monarquía se caracterizaban en estos ámbitos
por la ausencia de una verdadera capacidad de gobierno.
El estudio paralelo a la formación de la administración civil nos ha
permitido tener un referente en la larga duración relativo a los cambios en
cuanto a las estructuras de gobierno. Se pasa así, de un gobierno
personalizado en la figura del alcalde mayor y capitán del presidio, a la
separación de los ámbitos de administración civil y de guerra. Los
integrantes de las estructuras superiores de gobierno se convierten en actores
de los conflictos locales a medida que ellos mismos no se ponen de acuerdo
en cuanto a la administración del territorio. Así, el entrecruzamiento de

252
ámbitos administrativos pone de manifiesto la funcionalidad del sistema de
contrapesos que ha destacado John Elliot437 y que en provincias marginales
del territorio español aparecen como verdaderas confrontaciones entre los
miembros de la estructura virreinal, así como de la administración
eclesiástica.
En ambos casos, el gobierno de hecho se impone, ante la ineficiencia
administrativa, referido tanto a los ámbitos de civil como religioso. Por un
lado nos encontramos con la problemática entre la autoridad de los alcaldes
mayores, nombrados por la Nueva Vizcaya, de frente a los capitanes
dependientes directamente del virrey. Y por otro tenemos las dificultades a
que se enfrenta la autoridad secular para instalarse en una región donde los
jesuitas no sólo administran a los indios, sino también a la población
española, haciendo las veces de curas párrocos, en el caso de la villa de
Sinaloa.
Este tipo de problemas, que durante el siglo XVII se resolvieron
usualmente a favor de los poderes establecidos de los jesuitas y de los
capitanes de presidio, van cambiando de lado en la balanza a medida que los
poderes civiles se consolidan, que se establecen ámbitos de gobierno con
mayor fuerza –la gobernación de Sinaloa y Sonora- y de que los miembros
de la Compañía de Jesús son vistos con recelo. La disputa por la fuerza de
trabajo de los indios fue permanente bajo el dominio español.
El establecimiento de los miembros de la Compañía de Jesús en las
tierras de los indios cahitas fue el principal referente de los cambios que
acontecieron en este antiguo territorio indígena por casi dos siglos, entre
1591 y 1767. Sin embargo, los rasgos particulares que adquirió el proceso al

437
John Elliot, La España imperial… op. cit.

253
interior de este espacio estuvieron condicionados por el nivel de
organización de cada una de las naciones indígenas de frente, tanto a los
misioneros jesuitas como de los miembros de la sociedad civil con que
tuvieron que convivir.
Algunas naciones indígenas, como los mocoritos, al ser vecinos de los
indios de la provincia de Culiacán, conocieron de primera mano
instituciones virreinales, tales como la esclavitud y la encomienda. Los
guasaves, los bamoas, níos y ocoronis en cuya cercanía se estableció la villa
de Sinaloa convivieron desde los primeros tiempos con los pobladores
civiles. En cambio más al norte, los tehuecos, los zuaques y los cinaloas
fueron persistentes en sus esfuerzos por impedir los establecimientos
hispanos en la región, que no aceptaron hasta ser persuadidos por la fuerza
militar. En cambio, los mayos tuvieron una alianza temprana con el capitán
del presidio de Sinaloa por que así les convenía a sus intereses, en virtud de
sus enfrentamientos con los yaquis, pobladores del extremo norte de este
territorio que fueron, a la vez, el último bastión de libertad.
La dominación del Yaqui, como fruto de los enfrentamientos armados
y de una paz negociada les brindó la oportunidad de permanecer con una
mayor unidad en tanto nación indígena y sobre todo, al mantenerse aislada
del poblamiento hispano, les dio una mayor permanencia en cuanto al
reconocimiento de la territorialidad. Ello no pasó con las otras naciones
indígenas que con distintos matices compartieron sus espacios tradicionales
con los nuevos integrantes de la sociedad regional.
La cooperación inicial entre las autoridades novohispanas y la
Compañía de Jesús promovió un particular tipo de poblamiento acorde a los
intereses de ambos actores que tuvo como elemento central a la misión. Sin

254
embargo, a medida que se consolidaban los antiguos espacios de conquista
se fueron formando núcleos de pobladores civiles, a partir de la villa de San
Felipe y Santiago, a la vez que los miembros de las antiguas comunidades
indígenas conservaron por la vía de los hechos gran parte de sus espacios
ancestrales, de tal forma que el poblamiento adquirió aquí un carácter
heterogéneo. Este carácter, expresado con mayor vigor entrado el siglo
XVIII se convirtió en fuente de conflictos entre los diversos actores sociales.
La actitud de los indígenas en este proceso fue clave, pues gracias a un
esfuerzo de defensa coordinada lograron mantener gran parte de sus
antiguos territorios, si bien con diferencias en la escala local.
He realizado un esfuerzo por presentar los testimonios de, o sobre los
indios cahitas. El entrecruzamiento de fuentes de la Compañía, de las
autoridades civiles y en buena medida los conflictos de tierras nos muestran
a indios pertenecientes a comunidades específicas, defendiendo sus intereses
y luchando por ellos. Las manifestaciones de descontento van desde la
salida temporal de los pueblos hacia los reales de minas, los ranchos y las
villas, hasta el establecimiento definitivo de su residencia en estos
asentamientos, fuera del ámbito de la misión.
Su participación en los conflictos aparece usualmente mediada, ya sea
por los misioneros jesuitas o por la figura del juez protector de indios. Sin
embargo, cuando tuvieron la voz, ya sea ante los alcaldes mayores o la
audiencia de Guadalajara fueron contundentes en sus reclamos, de frente a
los misioneros, los capitanes del presidio o los mismos pobladores
indígenas. La oportunidad ofrecida por el virrey en el conflicto previo a la
sublevación de 1740 de que fueran los líderes a plantearle la problemática
fue aprovechada. En cambio, cuando los indios en conflictos de tierras eran

255
citados a la audiencia de Guadalajara para defender sus derechos,
usualmente no acudían con lo que perdían su oportunidad de apelación, muy
importante en la medida que los jueces locales se mostraban mucho más
condescendientes con los intereses de los vecinos de la región, que con los
indios de misión.
Me ha interesado asimismo realizar un seguimiento puntual en lo que
atañe a las propiedades de tierras del Colegio de la villa, en virtud de que se
le señalaba constantemente de monopolizar las mejores tierras de Sinaloa.
Lo que se ha encontrado es que, por un lado las tierras adquiridas para
estancia ganadera provienen de épocas tempranas y que, en efecto, se trata
de espacios ubicados en la zona nuclear del antiguo territorio cahita, en el
entorno cercano de la villa.
Sin embargo, en relación a la ocupación social del territorio realizada
por pobladores hispanos, la realizada por el Colegio no se trata de una gran
concentración. Más bien, lo que se encuentra como fondo del problema es
justamente que las tierras en cuestión se hallaban en las cercanías de la villa
y que, a medida que los nuevos pobladores fueron presionando por este
recurso, se encontraron que tenían limitaciones en el entorno cercano.
Por otra parte, el hecho de que se confundiera en la época la propiedad
de las tierras de las comunidades indígenas con el usufructo que de ellas
hacían los misioneros agravaba el problema. Usualmente las tierras de la
misión eran las tierras de los indios, aunque como se ha mostrado, hubo
ocasiones en que algún misionero obtenía para la Compañía tierras en las
cercanías de su jurisdicción. Finalmente, el hecho de los conflictos por este
tema, entre pobladores y jesuitas deviniera en conflictos legales motivó la
venta en calidad de censo de las principales propiedades del Colegio, y

256
durante el segundo tercio del siglo XVIII, es decir, en el periodo previo a la
expulsión los jesuitas en el que existe una situación de animadversión hacia
la orden se deshicieron de casi todas las propiedades.
Este deslizamiento de la posición inicial de la Compañía de Jesús del
rol de una agrupación que tiene un poder preponderante ante los otros
actores sociales aparece como una constante desde el extremo de los inicios
de las misiones, hasta la expulsión y tiene como telón de fondo el proceso
de secularización, en el sentido de disminución de la influencia de una
institución eclesiástica concreta de frente al poder regio y de la sociedad en
su conjunto.
Se ha presentado cómo en la escala regional del noroeste del
virreinato se expresan desde épocas tempranas las voces en contra de la
Compañía de Jesús, sin embargo no es hasta la primera mitad del siglo
XVIII en que esta situación hace crisis. En el juego de contrapesos y
equilibrios los jesuitas tienen ventajas en relación a otros actores regionales
en tanto que al actuar como corporación defienden sus intereses donde fuera
necesario, desde la audiencia de Guadalajara, el virreinato de Nueva España
y el Consejo de Indias.
Así, mueven los hilos de poder a partir de un eficiente sistema
epistolar que hace que estén representados en cualquier instancia de
gobierno. Sin embargo, la coincidencia de los intereses del resto de los
actores sociales se vuelve una constante al mediar el siglo XVIII. La
secularización de las doctrinas de Nueva España a partir de 1749 y de las
misiones jesuitas de la vecina provincia de Topia en 1753 fueron un primer
aviso de que los tiempos habían cambiado y quizá esta situación habría

257
puesto alerta al rector del Colegio de Sinaloa que en unos años se deshizo
mediante su venta de gran parte de la propiedad raíz de los jesuitas.
Finalmente tras la salida forzada, los miembros de las comunidades
cahitas, que ya en el siglo XVIII son conocidos como simplemente como
“fuerteños”, mayos o yaquis, perdiéndose la compleja identidad de las
naciones originales, se encuentran con un panorama distinto, pues no sólo
ya no están los misioneros que han defendido sus tierras ante los pobladores
civiles, sino que se ha expedido desde 1754 una legislación particularmente
enérgica respecto de la privatización de la tierra.
En este contexto el conjunto de las comunidades indígenas se
mantuvo firme en cuanto a no permitir las medidas de las tierras de
comunidad, pues en las sublevaciones de 1740 y 1769 fue uno de los
principales argumentos para lanzarse a las armas. Las medidas de las tierras
del pueblo de Navojoa en 1788 fueron el inicio de este proceso a partir de la
presión de los pobladores hispanos que conocían la legislación y que tenían
ocupadas tierras, pero que no podían legalizar debido a estar pendientes las
medidas de los pueblos de indios. Al iniciarse dichas medidas hubo una
mayor libertad para la privatización de la tierra. Se trata de un proceso que
continuó durante el siglo XIX.

258
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273
Índice de figuras

Mapas

1. Extracto de la “misión de Cinaloa” en el contexto de la


provincia jesuita de la Nueva España ………………………. 19
2. Asentamientos misionales del antiguo territorio cahita, fines del
siglo XVII ……………………………………………………. 21
I-1 Naciones indígenas del territorio cahita, siglo XVI …………… 55
I-1-bis Detalle de “Culiacanae, americae regionis descriptio” de
Abraham Ortelio ……………………………………………… 57
I-2 Primeras fundaciones hispanas de la provincia de Cinaloa,
siglo XVI ……………………………………………………… 65
II-1 Misión de San Felipe y Santiago, 1678 ………………………… 89
II-2 Misión de San Ygnacio de Yaqui, 1678 ……………………….. 91
III-1 Asentamientos hispanos del antiguo territorio cahita, siglo
XVII ………………………………………………………….… 106
V.1. Mapa del Nuevo Reyno de la Nueva Navarra y territorios
confinantes, levantado por el padre Eusebio Francisco Kino
(1710)…………………………………………………………… 178
VI. “Carta cartográfica de las misiones apostólicas que administró
antes en Topia y Tepehuana, y administra en Nayarit,
Tarahumara, Chínipas, Sinaloa, Sonora, Pimería y California
de la Compañía de Jesús en la América Septentrional”………. 229
VI-1 “Plan que demuestra los pueblos de Macoiagüi y Conicari,
1790” ………………………………………………………… 248

Gráficos

3.1. Tierras de la Compañía de Jesús, siglo XVII, antiguo territorio


cahita ………………………………………………………… 127
3.2. Nuevos asentamientos por distrito, antiguo territorio cahita,
1651-1700 …………………………………………………… 139
5.1. Tierras de la Compañía de Jesús y sus nuevos propietarios,

274
antiguo territorio cahita, 1701-1767 ………..………………… 207
6.1. Nuevos asentamientos por distrito, antiguo territorio cahita,
1701-1790 .................................................................................. 233
6.2. Índice de nuevos asentamientos en el antiguo territorio cahita,
1651-1790 ……………………………………………………. 234

Anexos

1. Listado cronológico de asentamientos agropecuarios del antiguo


territorio cahita, 1591-1790 …………………………………… 279

2. Asentamientos agropecuarios, antiguo territorio cahita, 1591-1700 285

3. Asentamientos agropecuarios, antiguo territorio cahita, 1701-1767 288

4. Asentamientos agropecuarios, antiguo territorio cahita, 1768-1790 294

5. Real cédula de la Audiencia de Guadalajara para que no se den


malos tratamientos a los indios ……………………………………… 296

6. Carta de los naturales del pueblo de Tamazula al alcalde mayor


de Sinaloa, Miguel Calderón y Oxeda, en el marco de su visita,
1674 ………………………………………………………………… 302

7. Certificación de don Salvador de Esquerr sobre el poblamiento


de San Antonio, Yocohibua y Baterebampo realizado por doña Anna
María de Aragón, así como los servicios al monarca en el contexto
de la sublevación de 1740 …………………………………………..... 304

8. Carta de los naturales de Sivirijoa, Tehueco y Charay al juez


subdelegado de tierras, don Joseph Álvarez” ……………………. 307

275
Fuentes de Archivo

- Archivo General de la Nación, DF, México.


Jesuitas, Vol. 27, exp. 21, Leg. 1-7, exp. 2, Leg. I-11, Exp. 2; Misiones,
Vols. 25, 26 , 27 y 27; Archivo Histórico de Hacienda, Temporalidades,
Leg. 17, exps. 2 y 39 y Reales Cédulas, Vol. 103, Exp. 161.

- Archivo Histórico de Durango, Durango, México.


Cajón 1, exps. 17,18, 19, 20, 23 y 24 y Cajón 8, exps. 9, 17, 81 y 82.

- Archivo Histórico de Jalisco, Guadalajara, Jalisco, México.


Libros de gobierno,
No. 9, exp. 94.

Tierras y Aguas
Libro 10, exps. 157 y 183; Libro 12, exps. 16, 61, 73, 81, 82 y 83; Libro 14,
exps. 5 y 17; Libro 18, exps. 1, 2 y 17; Libro 23, exp. 7; Libro 25, exp. 22;
Libro 26, exps. 7, 20, 21, 26 y 44; Libro 28, exps. 12, 13, 36, 37, 39, 41, 42,
43, 44, 46, 47, 53, 59, 60, 61, 62, 63, 65, 66, 67, 68, 91, 94, 95, 189, 196,
197, 212, 219, 238, 239 ½, 240, 245, 246 y 247 bis; Libro 33, exps. 11, 17,
33, 37, 43, 62, 69, 83 y 88; Libro 34, exp. 13 ½; Libro 35, exps. 35, 41, 49,
50, 53, 60, 66, 69, 85, 89 y 90; Libro 37-1, exps. 10, 18 y 20; Libro 37-2,
exps. 18, 26, 23, 25, 30, 31, 32, 35 y 36; Libro 38, exps. 1, 9, 15, 16, 19 y
21; Libro 39, exp. 8; Libro 40, exp. 3; Libro 41, exps. 4, 34 y 38; Libro 43,
exps. 2, 4, 5, 16, 18, 19, 22, 35 y 36; Libro 45, exps. 20, 23, 27, 34, 35, 42
bis, 47 y 83.

- Archivo Histórico de Parral, Hidalgo del Parral, Chihuahua, México.


1649, 1653, 1653-A, 1340, 584; 1654, 1656 A, 1658, 1673D, 2443-1951,
1678-A, D-102; 1681, exp. 36; 1682-A, 1695, 1705 D-107 3481 y 1715-a
D-128.

- Archivo Histórico General del Gobierno del Estado de Sinaloa, Culiacán,


Sinaloa, México, Ramo Tierras.
Vols. 1, 2, 3, 5, 6, 11, 16, 17, 20, 23, 22, 25, 29, 31, 36, 41, 42, 45, 47, 48,
53, 55, 56, 57, 58, 59, 64, 71, 73, 74 y 75.

276
- Archivo Histórico de Sonora, Hermosillo, Sonora, México.
Tomo V, exps. 5, 58 y 59; Tomo VI, exp. 61; Tomo X, exps. 124 y 127;
Tomo XIII, exp. 164 y 167; Tomo XVI, exp. 203 y 212; Tomo XVIII,
exp. 232; Tomo XIX, exp. 244; Tomo XXI, exps. 284 y 286; Tomo
XXII, exp. 16; Tomo XXIV, exp. 321; Tomo XXV, exp. 344; Tomo
XXVII, exp. 18; Tomo XXVIII, exps. 317 y 387; Tomo XXIX, exps.
400 y 402; Tomo XXX, exps. 408, 409 y 415; Tomo XXXVII, exp.
526; Tomo XXXIX, exp. 1796; Tomo XL, exps. 541 y 561; Tomo XLI,
exp. 654; Tomo XLIII, exp. 588; Tomo XLV, exps. 615 y 620; Tomo
XLVII, exp. 637; Tomo XLVIII, exp. 650; Tomo LIV, exp. 719; Tomo
LV, exps. 733 y 736; Tomo LVI, exp. 751; Tomo LX, exp. 800 y Tomo
LXII exp. 849

- Archivo Parroquial de San Miguel de Mocorito


Libro de bautismos de la nueva alcaldía de San Benito de los Sabinos.

- Archivum Romanum Societatis Iesu, Roma, Italia.


Mexico 2, Ep. Gen., 1599-1638, México 3; Ep. Gen. 1668-1688; México 15,
Litt. Ann. II; México 16, Historia 1565-1600; México 17; Historia II, 1562-
1699; México, 18, Historia III, 1701-1803.

- Biblioteca del Museo Nacional de Antropología e Historia, DF, México.


Fondo Franciscano, Rollo 7, exp. 200; Rollo 8, caja 13, expediente 222;
Rollo 8, caja 13, expediente 226 y Rollo 11, expediente 33/719.

- Biblioteca Pública del Estado de Jalisco, “Juan José Arreola” Guadalajara,


Jalisco, México. Archivo de la Real Audiencia de Guadalajara, Fondos
Especiales.
Ramo Civil, Caja 8-15; Ramo Civil, exp. 29-8-392; Ramo Civil, exp. 6-13-
78; Ramo Civil, exp. 8-15-111 y Ramo Civil, exp. 93-3-1033.

Sección manuscritos
Manuscrito No. 62.

- Mapoteca Manuel Orozco y Berra, DF, México.


Colección historias parciales 723. Varilla 1-número de control 1162.

277
Anexos

278
Anexo 1. Listado cronológico de asentamientos agropecuarios, antiguo
territorio cahita, 1591-1790

Numeración Antigüedad Nombre Distrito


consecutiva estimada

1 1598 Masocari y Ojitos Sinaloa


2 1621 Cabrera, Lo de Sinaloa
3 1621 Miguel, San Sinaloa
4 1665 Tutchel, Antonio, Pot. De, Lo de Mayo y N.S. de Re El Fuerte
5 1667 Babue, San Pedro del El Fuerte
6 1670 Paredón Blanco Sinaloa
7 1670 Olivas, Lo de Sinaloa
8 1670 Baciroa, San Antonio El Fuerte
9 1680 Maripa, San Antonio y Divisadero Sinaloa
10 1682 Tapizuelas Álamos
11 1683 Aramoapa, R. S. Fco de Sinaloa
12 1685 Tesia (?) Álamos
13 1685 Lucía, Labor de Santa Álamos
14 1686 Osobampo, T Jto. Al Arroyo de Álamos
15 1686 Capitaguaza Álamos
16 1687 Bachaca, Ojo de Agua de Álamos
17 1687 Carrizal y Alamillo (H de Osobampo) Álamos
18 1689 Guadalupe, S Joseph de (Real Viexo) Álamos
19 1690 Rojas Potrero de San Benito
20 1693 Juan S. y Sta. Rosa Álamos
21 1696 Guepagüe y Bacamaya (Mezquite) Álamos
22 1696 Erebazo Puesto de Álamos
23 1696 Maquipo, San Joseph de Álamos
24 1697 Babosari y Borja, SF de El Fuerte
25 1699 Yoricarichi y Camotes (Muniguasa y Cochibampo) Álamos
26 1699 Nicolás, P. De y Potrerillo Sinaloa
27 1699 Tule, El San Benito
28 1699 Cedros, V, Juanísimo y Thecosoma Álamos
29 1699 Jagüey, Tacubajuco y la Higuera Baroyeca
30 1699 Carrizal, Santa Lucía del Álamos
31 1699 Cahuinaguato P. De San Benito
32 1699 Mezcales, SJ de los Álamos
33 1699 Tasajera San Benito
34 1699 Cubiri Sinaloa
35 1699 Basiagua P. De El Fuerte

279
36 1699 Taymuco y Cerro Colorado Álamos
37 1699 Toypaque, S. Nicolás de y Colmenas El Fuerte
38 1699 Roxas, Palmar de San Benito
39 1699 Sabino, S. Joseph del Baroyeca
40 1700 Cusibampo, Bachaca y El Retiro Álamos
41 1700 Ciénega Álamos
42 1700 Huirocoba Puesto de Álamos
43 1701 Cuevas, San Joseph Álamos
44 1701 Espíritu Santo P de y Cañada del Salto del Agua Baroyeca
45 1701 Tobaca y Tabelo Álamos
46 1705 Aguacaliente San Benito
47 1705 Blas, Puesto de San Baroyeca
48 1705 Mutica, San Bernardo de, San Pantaleón y un Potrer Baroyeca
49 1706 Bamicori y Bacahusale Sinaloa
50 1706 Potrero, San Antonio del El Fuerte
51 1706 Tasajera, La El Fuerte
52 1706 Techobampo, Ntra. Sra. De los Dolores Sinaloa
53 1706 Tamazula, S Andrés de Sinaloa
54 1707 Hondo, Santa Anna del Arroyo Álamos
55 1707 Guajolote, puesto del Álamos
56 1707 Osabampo, O de Álamos
57 1707 Gerocoa Sinaloa
58 1707 Tortugas, las Álamos
59 1708 Barrama, S Joseph de y P del potr de las plomosas Álamos
60 1708 Plomosas, Potrero de las Álamos
61 1710 Caytime, SJ San Benito
62 1710 Canamoa, P del O de Agua junto a Baroyeca
63 1711 Chinobampo Álamos
64 1711 Huerta, P de S Nicolás San Benito
65 1712 Cabaiaguaza y SJ de Toropaco El Fuerte
66 1712 Baboyagua y su potrerillo, Alamillo y Paparique Álamos
67 1712 Maiculi (Ntra. Sra. De Gpe.) El Fuerte
68 1712 Babuyo, Puesto del El Fuerte
69 1712 Bacoyagüeto Sinaloa
70 1715 Lima, La Baroyeca
71 1715 Desconocido Baroyeca
72 1716 Carrizalejo, P. del San Benito
73 1716 Laxas, Las San Benito
74 1716 Desconocido Baroyeca
75 1716 Buyubampo El Fuerte
76 1717 Bacausi El Fuerte

280
77 1717 Aguilar, lo de Álamos
78 1717 Tanques, P de los Álamos
79 1717 Quiriego, Ntra. Sra. De la Concepción Baroyeca
80 1718 Hornillos, SJ de los El Fuerte
81 1718 Ojo de Agua, el Baroyeca
82 1719 Cineguilla, Señora de la Luz Álamos
83 1719 Majada, Rancho Viejo y Santa María Álamos
84 1719 Bárbara, Sta. San Benito
85 1721 Yocochibua, Vaterebampo, Techobampo y demás Álamos
86 1721 Desconocido Baroyeca
87 1722 Aguacaliente P del San Benito
88 1722 San Martin o lo de Rico Álamos
89 1722 Conisaca, Teconisaca, Techobampo, Zebampo, Chinobampo y Álamos
los algodones
90 1722 Aguacaliente San Benito
91 1723 Franciscos, Lo de Los Sinaloa
92 1723 Chinal, San José del Álamos
93 1724 Yorijiobe Álamos
94 1724 Cacalotán, Amoles y Potrerillo de las Bayas Sinaloa
95 1724 Tebuche, P de, SJ de los Soberanes y Sta Rosa San Benito
96 1724 Amoles y Potrero de las Mulas Sinaloa
97 1725 Gatos, SJ de los San Benito
98 1725 Bárbara, S San Benito
99 1727 Maripeto, Maborato y Chapotillo y el Agua de J. de San Benito
100 1727 Maquicoba, SFX de El Fuerte
101 1728 Yacochito y San Pedro del Guamuchil San Benito
102 1728 Rivera del Río Mocorito, San Joseph de la San Benito
103 1728 Junta, Santa Rosa Sinaloa
104 1728 Canaporito San Benito
105 1728 Desconocido Sinaloa
106 1728 Hierejiobe, San Martín de Álamos
107 1728 Barebampo Álamos
108 1729 Portugués, rancho del Sinaloa
109 1730 Cabora, S Antonio de y S Ramón de Cocoraqui y Mina de Álamos
Vizcárraga Cerro
110 1730 Higueras, Las Sinaloa
111 1730 Ranchito, San José del El Fuerte
112 1731 Salado, Puesto del (ex j.) Sinaloa
113 1732 Acatita, San Miguel de San Benito
114 1733 Chino, P de S Antonio Álamos
115 1733 Ranchito, puesto del (Realengo) Álamos
116 1734 Palos Blancos y Tultita Sinaloa

281
117 1734 Ojitos, los (a) NS del Carmen Sinaloa
118 1734 Disparate, S Anna y SJ del Aguacaliente El Fuerte
119 1735 Ciénega, La Sinaloa
120 1735 Piedra, Corral de Sinaloa
121 1735 Alhuey o Potrero de los Soldados San Benito
122 1735 Calabaza, sitio de San Benito
123 1735 Arballo, lo de Álamos
124 1736 Arenal, El Sinaloa
125 1736 Potrero, El y Las Canastas San Benito
126 1736 Caimán, El Sinaloa
127 1736 Aguacaliente, Vallesito, S Felipe y Soyabampo Sinaloa
128 1736 Nacabeba Sinaloa
129 1736 Sarabia y Zapote Sinaloa
130 1736 Corral Quemado Sinaloa
131 1736 Buenavista y Los Coyotes Sinaloa
132 1736 Bruno San y Santa Sabina Sinaloa
133 1736 Bautista SJ Valle de y Potrero de las Perdices San Benito
134 1737 Tasajera SF Xavier Sinaloa
135 1738 Tabelo, SJ de Álamos
136 1740 Aguacaliente, puesto del Potrero del Fuerte
137 1740 Rosa, Santa Baroyeca
138 1740 Torocagüi, San Lucas de El Fuerte
139 1740 Mezcaltitán Baroyeca
140 1740 Anna, Santa Sinaloa
141 1741 Gabriel, Lo de Sinaloa
142 1741 Nicolás S y El Potrerillo Sinaloa
143 1742 Ylama, Mirigüeto, SJ del Gavilán y el Potrerillo San Benito
144 1742 Gertrudis, Santa Álamos
145 1742 Guadalupe, San Joseph de Sinaloa
146 1742 Agua Salada, La Álamos
147 1743 Rosario, Nuestra Señora de Álamos
148 1743 Sauce, P. de San Joseph Álamos
149 1743 Hornos MS de la Luz de los Álamos
150 1743 Techauri y Mezquite El Fuerte
151 1743 Baromena, Puesto de San Benito
152 1744 Potrerillo, Sr. S Joseph El Fuerte
153 1746 Techobampo y Bayagueve El Fuerte
154 1751 Caracevi, Puesto de Álamos
155 1751 Bacosira, Puesto de San Benito
156 1753 Hornos, S J de los Sinaloa
157 1753 Cerritos S Antonio de los Sinaloa

282
158 1753 Babojo, Nuestra Señora deL Rosario Álamos
159 1753 Masiaca, Boca de Arroyo y Bacamocha Sinaloa
160 1754 Barepa, S Pantaleón, Saucillo, Guegachapa, Potrero El Fuerte
161 1756 Ahiabampo (realengo de la Hacienda del Potrerillo) Baroyeca
162 1756 Ranchito, P del Sr. S José El Fuerte
163 1757 Vacayopa, Puesto de El Fuerte
164 1758 Maripa, San José de Sinaloa
165 1761 Joachín, San Sinaloa
166 1762 Palmar San Benito
167 1762 Batamotita, Santa Ana de (Buenavista) San Benito
168 1763 Tetamecha, Ntra. Sra. De la Soledad de Sinaloa
169 1765 Cusibampo Álamos
170 1765 Cunoca, San Francisco de Álamos
171 1765 Turaquito San Benito
172 1768 Limonitita, Santa María de Sinaloa
173 1769 Etchomocha Álamos
174 1770 Palma, La Sinaloa
175 1771 Techuari (Realengo) Álamos
176 1773 Teycha, P. de San Benito
177 1773 Antonio, P. de San San Benito
178 1773 Tatemitas, San Juan de las San Benito
179 1773 Benito, Valle de San San Benito
180 1774 Metate, El El Fuerte
181 1776 Mochomobampo, P. Sr Pablo de Sinaloa
182 1776 Bacajaquito Álamos
183 1778 Paso, El y lo de Ventura San Benito
184 1780 Tedoto P. de, Cupira y La Boca San Benito
185 1780 Bárbara, P. de Santa San Benito
186 1780 Carrizal Álamos
187 1783 Jesús María, P Sinaloa
188 1783 Saratajoa, S Antonio de Sinaloa
189 1783 Bruno San (a) La Cruz del Negro Sinaloa
190 1784 Guayparime, San José de Sinaloa
191 1784 José Sr. S (a) La Cabeza Sinaloa
192 1784 Cabeza, San José Sr Sinaloa
193 1786 Curogüi Álamos
194 1787 Cerro, San José del Sinaloa
195 1788 Potrerillos, Sta. María de los Sinaloa
196 1790 Salitral Álamos
197 1790 Bernardo, San Álamos
198 1790 Ramírez, lo de (Las Tablas) Álamos

283
199 1790 Sacabüena, P. del Potrero de Sinaloa
200 1790 Basitito , P. de y Varina, S Fco de Sinaloa

284
Anexo 2. Asentamientos agropecuarios, antiguo territorio cahita,
1591-1700

A) Sinaloa

Antigüedad Nombre Propietario Tamaño Fuente


estimada
1598 Masocari y Ojitos Colegio de Sinaloa AHJ L 33-62
1621 Cabrera, Lo de Colegio de Sinaloa AHJ L 33-62
1621 Miguel, San Colegio de Sinaloa 20.5 S AHJ L 33-62
1670 Olivas, Lo de Redondo, Francisco 1.25 S AHJ L 30-2
1670 Paredón Blanco Buelna, Joseph de 1S AHJ L 30-2 1/2, y AHGGES V 16 Fs.
102-123
1680 Maripa, San Antonio Colegio de Sinaloa, Sotomayor, .125 S AHGGES V 5 Fs. 79-83V y V 6 Fs.
y Divisadero Salvador (2) 111-136
1683 Aramoapa, R. S. Fco Espinoza, Miguel y López de Ayala 1 S, 1 C AHJ L 34-13 ½
de y Guzmán, D. Sebastián 2
1699 Cubiri Guerrero don Juan Capistrano 6.781 C AHGGES V 20 Fs. 63-84V y test.
(último 1796) Antiguos
1699 Nicolás, P. De y Sotomayor D. Joaquín de y D. 1 S, 15 C AHGGES V 2 Fs. 3-13V
Potrerillo Matheo

B) El Fuerte

Antigüedad Nombre Propietario Tamaño Fuente


estimada
1665 Tutchel, Antonio, Pot. Vega, Pedro de la y Traslaviña, 3 S, 1 C AHJ L 37-1 Exp 18
De, Lo de Mayo y herederos de D. Antonio (2 y 3)
N.S. de Re
1667 Babue, San Pedro del Colegio de Sinaloa y Ventura y 1S AHGGES V 56 Fs. 1-7V e Informe
Jorge de la (2) de Ortiz Zapata
1670 Baciroa, San Antonio Aranda, D. Luis de 1.5 S AHJ L 23-7
1697 Babosari y Borja, SF Álvarez Castillejo, María Rosa 2S AHS T XLIII-588
de
1699 Toypaque, S. Nicolás Torre y Orrantia, D. Roque 1S AHJ L 35-50, AHGGES V 42
de y Colmenas
1699 Basiagua P. De Ruiz de Montoya, Doña Bárbara 3S AHJ L 33-39

285
C) San Benito
Antigüedad Nombre Propietario Tamaño Fuente
estimada
1690 Rojas Potrero de Ávila Juan de, Bernal Angelina (2) .5 S AHGGES V 16 Fs. 78-101V
Ignacio Sepúlveda G (3)
1699 Tule, El Terrazas, Juan Ignacio de Y 1.75 S AHJ L 40-3, L1F62 y AHGGES V 25
Dionicia Terrazas Fs. 30-43
1699 Tasajera Leyva, don Juan de, Castro, Don 1S AHJ V 43-5, y AHGGES V 25 Fs. 1-
Pedro de Y Domingo de Leyva (2) 14V
1699 Cahuinaguato P. De Colegio de Sinaloa y Sánchez, D. 1.75 S AHJ L 41-4
Pedro Luis (2)
1699 Roxas, Palmar de Sepúlveda, don Francisco Xavier de 1 3/4 S AHJ L 37-2 Exp 23

D) Álamos

Antigüedad Nombre Propietario Fuente


estimada Tamaño
1682 Tapizuelas Gaspar de Alvarado, H. del Capitán 3 S, 26.75 C AHJ L 26-7
1685 Lucía, Labor de Santa Gil Samaniego, don Manuel 2.5 S 19 C AHJ L 38-9
1685 Tesia (?) Félix Romero, don Nicolás 1S AHJ L 33-11
1686 Capitaguaza Torres, D. Miguel Díaz de la 1 S, 16.125 C AHJ L 26-8
1686 Osobampo, T Jto. Al González de Sayas, don Juan de 1.75 S, 3.5 C AHJ L 28-47
Arroyo de
1687 Bachaca, Ojo de Agua Escalante, D Joseph de la y J. 1.75 S AHJ L 12-16
de Coronado
1687 Carrizal y Alamillo Amarilla, don Miguel de 2.75 S, .5 C AHJ L 12-16
(H de Osobampo)
1689 Guadalupe, S Joseph Terán dl Ríos D Fco, Cap. Nicolás 1 S AHS T XLV-620
de (Real Viexo) Carrasco (2) y Cap. Manuel
Barcelán
1693 Juan S. y Sta. Rosa Valenzuela y Argüelles Ygnacio 2.25 S AHJ L 38-16
Cap., y Aragón, Da. Ana María (2)
1696 Guepagüe y Valenzuela, Francisco Javier 2.5 S AHS T V-59
Bacamaya (Mezquite)
1696 Erebazo Puesto de Villanueva, Miguel de, Alf. (1) D 9S AHS
FX de Aragón y D Pedro Muñoz de
S.
1696 Maquipo, San Joseph Ubirichaga, Joseph de (2) D. Judas 1S2C AHJ L 28-238, AHS T XXV-344
de T. Padilla
1699 Carrizal, Santa Lucía Cázarez Hnos y D J Fco de Avilés y 2.125 S AHS T LV-733
del Lucía Montiel (2)
1699 Taymuco y Cerro Carrasco, Manuel, Misión de 2 S, 2 C AHS T LX-800
Colorado Conicari (2), Domingo Amarillas
(3)
1699 Yoricarichi y Macoyahuis y (Manuel Montaño 2) 1 – SGM AHJ, L 14,-17, AHS TXXI-286
Camotes (Muniguasa (1774)
y Cochibampo)
1699 Mezcales, SJ de los Lucenilla, don Rápale, una pobre .5 S AHJ L 37-2 exp 30, AHGGES V 1
viuda (2) y don Antonio Quiroz y Fs. 159-169.

286
M
1699 Cedros, V, Juanísimo Valenzuela, Lucía de (vda de 8.25 S AHJ L 12-83
y Thecosoma Lucenilla)
1700 Huirocoba Puesto de Pérez, Juan, Pedro Gabriel de 3 S 14C AHJ L 38-1 y AHS T XX-263
Aragón (2) y Fco. Xavier de
Aragón
1700 Cusibampo, Bachaca Juán Barrón, Manuel Y. de 18 S AHS T XXII-16 y XXVIII-387
y El Retiro Valenzuela
1700 Ciénega Campa, alf. Juan de la, Juan de 0 AHS T XIII-164
Gasteategui (2) e Ignacio García (3)

E) Baroyeca
Antigüedad Nombre Propietario Tamaño Fuente
estimada
1699 Sabino, S. Joseph del Encinas, don Miguel de 1S AHJ 10-157
1699 Jagüey, Tacubajuco y Murrieta, don Martin de 4S AHJ 10-157
la Higuera

287
Anexo 3. Asentamientos agropecuarios, antiguo territorio cahita,
1701-1767

A) Sinaloa

Antigüedad Nombre Propietario Tamaño Fuente


estimada
1706 Tamazula, S Andrés Mollinedo, don Miguel Carlos 3S AHJ L 28-60 y AHGGES V 71 Fs. 2-
de 28V
1706 Bamicori y Bartolomé Ruiz Zintado 2S AHGGES V 59 Fs. 1-8
Bacahusale
1706 Techobampo, Ntra. Montes, Juan de 1S AHGGES V 48 Fs. 1-13V y AHJ L
Sra. De los Dolores 35-69
1707 Gerocoa Reyes, Juan de los 1S AHJ L 18-17
1712 Bacoyagüeto López de Guzmán, don Sebastián y 10.25 C AHGGES V 6 Fs. 1-110
Br. D Pedro López de Ayala
1723 Franciscos, Lo de Los Huidobro, Capitán don Thomás de 1 S AHJ L 28-13
1724 Cacalotán, Amoles y Don Sebastián López de Guzmán y 3 S, 3 C AHJ L 37-1 Exp. 20
Potrerillo de las Azcárraga, Sebastián Antonio de
Bayas (2)
1724 Amoles y Potrero de Heredia, Juan de y Azcárraga, don 1S AHJ L37-1 Exp. 20
las Mulas Sebastián Antonio de (2)
1728 Junta, Santa Rosa López de Guzmán D Sebastián y 1S AHGGES V 6 Fs. 1-110
Br. López de Ayala, don Pedro, Br.
1729 Portugués, rancho del Colegio de Sinaloa y Álvarez de 1S AHJ L 39-8
Azevedo Juan (2)
1730 Higueras, Las López de A. y Guzmán Da. Ma. 5S AHJ L 45-83
Justa
1731 Salado, Puesto del (ex López de Goicochea, don Fernando 1S AHGGES V 11 Fs. 58V-68V
j.)
1734 Palos Blancos y López de Ayala D Pedro, Br. 1S AHGGES V 6 Fs. 1-110
Tultita
1734 Ojitos, los (a) NS del Mollinedo, Don Miguel Carlos 2S AHJ L 28-58
Carmen
1735 Ciénega, La Gutierréz, Don Joseph Manuel de 1.25 S AHJ L 28-63
1735 Piedra, Corral de Colegio de Sinaloa 1746, Uraga D 1S AHGGES V 17 Fs. 28-41
Juan Ygnacio (2) y Fernando L. de
Go
1736 Arenal, El Mollinedo, Don Miguel Carlos 2S AHJ L 28-91
1736 Caimán, El López Peñuelas, D Germán 1S AHJ L 28-68
1736 Bruno San y Santa López de Ayala José Manuel .75 S AHGGES V 6 Fs. 1-110
Sabina
1736 Sarabia y Zapote Lugo, Da. Juana Juliana 1.5 S AHJ L 28-61
1736 Nacabeba Mollinedo, Don Miguel Carlos 4S AHJ L 28-59
1736 Corral Quemado López de Ayala, Nicolás 1S AHJ L 28-95
1736 Buenavista y Los López de Ayala don Pedro Antonio AHJ L 34-13 ½
Coyotes

288
1736 Aguacaliente, Maldonado, D Ana María 3 S, 1.5 C AHJ L 28-197
Vallesito, S Felipe y
Soyabampo
1737 Tasajera SF Xavier Villegas D Pablo y Uzárraga D 2S AHJ L 25-22
Guadalupe
1740 Anna, Santa Regalado de Sandoval, Pedro 1.125 S AHJ 33-43
1741 Nicolás S y El Sotomayor D Juachin de y D Mateo 1 S, 15 C AHJ L 41-34
Potrerillo Germán
1741 Gabriel, Lo de Sánchez, Gregorio 1S AHJ L 28-94
1742 Guadalupe, San Aragón, don Joseph Javier de 1S AHJ L 28-41
Joseph de
1753 Cerritos S Antonio de Olivar y Monge, don Antonio, 1 S, 24.5 C AHJ L 26-44
los Salvador de Lugo (2), D Thomas
Bernal H 3
1753 Hornos, S J de los Cabrera, don José Estanislao 34.75 C AHGGES V 17 Fs. 71-94
1753 Masiaca, Boca de Padilla y Arnao, D Judas Tadeo 8S AHJ L 35-41 y AHS T VI-61
Arroyo y Bacamocha
1758 Maripa, San José de Monreal, Manuel y Hnos. 7C AHGGES V 20 Fs. 1-12V
1761 Joachín, San López, don Sebastián 1 S 23 C AHJ L 43-18
1763 Tetamecha, Ntra. Sra. Heredia, Sebastián de (1), Heredia 1.5 S AHS T XXIX-402
De la Soledad de don Máximo (2) y Carlos de
Rentaría

B) El Fuerte
Antigüedad Nombre Propietario Tamaño Fuente
estimada
1706 Tasajera, La Villegas Juan (1) Villegas, Da. 2S AHGGES V 53 Fs. 1-13V y
María Teresa (2) AHGGES V 17
1706 Potrero, San Antonio López, Miguel .75 S AHJ L 37-2 exp. 35
del
1712 Babuyo, Puesto del Figueroa, D Francisco X. de 6S AHJ L 43-22
1712 Maiculi (Ntra. Sra. De Ávila, Gerónimo, Felipa Álvarez C. 1 S AHGGES V 55 Fs. 1-14
Gpe.) (2) Sotomayor, Francisco Javier (3
1712 Cabaiaguaza y SJ de Marques Caldera, don Juan Miguel 1 S, 2 C AHJ L 35-85
Toropaco
1716 Buyubampo Sotomayor, don Joachin y 3 S, 1 C AHJ L 45-23 y AHS T XLV-615
Sotomayor, Da Bárbara y
Hermanos (2)
1717 Bacausi Ruiz Sintado Antonio y Antonio 1.25 S AHGGES V75 1-14
López
1718 Hornillos, SJ de los Félix de Armenta D Ygnacio y 1S AHGGES, V57 FS 1-12V
Verdugo, Da. Felipa (V. 2)
1727 Maquicoba, SFX de Sotomayor, D Francisco de y 1S AHJ L37-2 exp. 36
Villegas, D Juan de (2)
1730 Ranchito, San José Apodaca, Cristóbal de 1S AHGGES V41, 73 y 74 y V45
del
1734 Disparate, S Anna y Gastelu D Ygnacio, D Juan, A 3 S, 3C AHJ L28-46
SJ del Aguacaliente Borboa, D J Glez de S
1740 Torocagüi, San Lucas Miranda, San Lucas de .75 S AHJ L28-196
de

289
1743 Techauri y Mezquite Mallén de Navarrete Da. Michaela 14 S, 32 C AHJ 28-43
Salvadora
1744 Potrerillo, Sr. S Anaya P. FX (Teh.), D Joseph de 1S1C AHJ 43-18
Joseph Bohórquez (2) Velarde, D Joseph
de (3)
1746 Techobampo y Toro, naturales de, (Por don .5 S AHJ L33-69
Bayagueve Bartholomé Fentanés)
1754 Barepa, S Pantaleón, Cancio, Don Fernando Antonio 9 S, 27 C AHJ L35-30 y AHGGES V47 FS10-
Saucillo, Guegachapa, 11
Potrero
1756 Ranchito, P del Sr. S Sandoval D. Ignacio 1S AHGGES V41, 73 y 74
José
1757 Vacayopa, Puesto de Torre, D Gregorio de la 38.125 C AHJ L37-10

C) San Benito
Antigüedad Nombre Propietario Tamaño Fuente
estimada
1705 Aguacaliente Gues, Ygnacio de, Ma López de .75 AHJ L43-19
Guzmán (2) y Camacho D Agustin
(3)
1710 Caytime, SJ Inzunza, D Diego 1S AHJ L45-20 y AHGGES V58 FS 1-
13V
1711 Huerta, P de S Guez doña Agustina .75 S AHJ L35-35
Nicolás
1716 Carrizalejo, P. del Gasteategui, don Juan de 0 AHL L35-53
1716 Laxas, Las Inzunza, Juan Francisco de 1S AHJ 33-88
1719 Bárbara, Sta. Perez de Figueroa (Hers.) y D Fca. 1S AHJ L33-83
X de Vla
1722 Aguacaliente P del Angulo, D Miguel Isidro, Juan 3S AHGGES V23 Fs. 1-12V y AHJ
Camacho y cop. L43-2
1722 Aguacaliente Castro, don Pedro Bernardo de 3S AHJ L43-2
1724 Tebuche, P de, SJ de Azcárraga, D Sebastián Antonio de 1.5 S AHGGES V2 Fs. 78-96V y AHJ 45-
los Soberanes y Sta 34
Rosa
1725 Bárbara, S Valenzuela, D Juan Ygnacio .75 S AHJ L33-37
1725 Gatos, SJ de los Álvarez de Azevedo, Juan 15 C AHJ L38-21
1727 Maripeto, Maborato y Angulo don Joseph e Ylarregui, Da. 3 S AHJ L37-2 Exp. 25
Chapotillo y el Agua Ygnacia de (2)
de J. de
1728 Rivera del Río Soberanes, Pedro de 1S AHJ L34 13 ½
Mocorito, San Joseph
de la
1728 Yacochito y San López de Ayala don Pedro 2.5 S AHJ L34- 13 ½
Pedro del Guamuchil
1728 Canaporito Madrid de la Rocha, D Andrés 1S AHJ L28-212
1732 Acatita, San Miguel Sánchez, Greogorio 1.25 C, 4 C AHJ L35-90
de
1735 Calabaza, sitio de Valenzuela, don Joaquín de 1S AHGGES V71 Fs. 29-34V, AHJ
L28-240
1735 Alhuey o Potrero de Presidio de Sinaloa AHGGES V16 Fs. 27-65V

290
los Soldados
1736 Potrero, El y Las Bohórquez, D Juan 2S AHJ L28-246, L1F22V
Canastas
1736 Bautista SJ Valle de y Sánchez, Gregorio 1.75 S AHJ L35-89 y AHGGES V29 FS 1-
Potrero de las 11
Perdices
1742 Ylama, Mirigüeto, SJ Sánchez, don José Manuel, don 8.5 S AHS TXXX-409 y AHJ 43-16
del Gavilán y el Pasqual y don Mariano
Potrerillo
1743 Baromena, Puesto de Báez, Ygnacio María 1 S, 5 C AHGGES V71, Fs. 35-65V
1751 Bacosira, Puesto de Angulo, D J Ygnacio y D J Benito 2.5 S AHJ L41-38
López
1762 Batamotita, Santa Rocha, D J Vicente, D J Ignacio y 1S AHGGES V22 Fs. 1-35
Ana de (Buenavista) D Joaquin
1762 Palmar Sánchez, don Guillermo 2S4C AHJ L43-4 y AHGGES V25 FS 30-
43
1765 Turaquito González de la Vega, D Francisco 1 S, 2.166 AHGGES V2 Fs. 39-66V

D) Álamos
Antigüedad Nombre Propietario Fuente
estimada Tamaño
1701 Cuevas, San Joseph Padilla y Arnao, D Joseph 1 S, 26 C AHJ L37-2 Exp. 19 y AHS T XLVI-
630
1701 Tobaca y Tabelo González de Sayas, D Francisco 12 S, 23 C AHS TXXIX-400
1707 Hondo, Santa Anna Cázarez Gabriel, Orduño Catalina .75 S AHS TLIV-719
del Arroyo (2) y Nicolás de Orduño (3)
1707 Osabampo, O de Zayas, D Juan de 1.75 S, 3.5 C AHJ L28-37 y AHS TXXX-415
1707 Guajolote, puesto del Gil Samaniego, Mateo 1S AHJ L14-5
1707 Tortugas, las Marino de Lobera don Antonio 1S AHJ L28-189 y AHS TXXIV-321
1708 Plomosas, Potrero de Corral, Jerónimo 1.5 S AHJ L12-73
las
1708 Barrama, S Joseph de Del Corral Jerónimo y Tadeo 1.5 SGM AHJ L28-239 ½
y P del potr de las Padilla, D Judas 2
plomosas
1711 Chinobampo De Aragón, D Fco Xavier y Muñoz 4 S AHJ L35-66 y AHS XXVII-18
de Sanabria, D Pedro
1712 Baboyagua y su De la Vega Andrés 7S AHS TV-5
potrerillo, Alamillo y
Paparique
1717 Aguilar, lo de Díaz Frías, Lic. D Antonio 1 SGM AHJ L18-1
1717 Tanques, P de los Félix Nicolás 2S AHJ, L18-2
1719 Majada, Rancho Gaxiola Simón, Luis de Aranda (2) 1 S, 27.5 C AHS TLV-736
Viejo y Santa María D Nicolás Félix (3) M I Félix (4) (5
1719 Cineguilla, Señora de Rentaría, Juan de y Aro D Vicente 31 C AHJ L37-2 Exp. 26, AHS T XIII-167
la Luz
1721 Yocochibua, Aragón, Da Ana María 19.5 S AHJ L38-15, AHS TXXI-284 y AHS
Vaterebampo, TXL-541
Techobampo y demás
1722 Conisaca, Teconisaca, Azedo, Da Juana Manuela (M de 3 S, 12 C AHJ L37-2, exp 32, AHS LVI-751

291
Techobampo, Peralta) Y D Fco. Julián de Alvarad
Zebampo, (2)
Chinobampo y los
algodones
1722 San Martin o lo de Peralta, don Thomas de 33.5 C AHJ L26-21
Rico
1723 Chinal, San José del Acosta, Nicolás de, Julián de 1 S, 23 C AHS TXLVII-637
Samaioa (2), Esquerra de Rosas,
don José
1724 Yorijiobe Díaz de la Serna, D José (1792) 1S AHS TXXI- Fs. 499-546
1728 Barebampo Díaz de la Serna, D José (1792) 1S AHS TXXI-Fs. 499-546
1728 Hierejiobe, San De Zazueta, Da Ma. 1S AHJ L28-36
Martín de
1730 Cabora, S Antonio de Elías de Sayas D Joseph Joachin 3S AHS TXXXIX, Fs. 0750-0811
y S Ramón de
Cocoraqui y Mina de
Vizcárraga Cerro
1733 Chino, P de S De Alvarado, (Cor) D Francisco 8.5 S AHJ L28-247BIS y L35-60
Antonio Julián
1733 Ranchito, puesto del Aragón D. Josefa Antonia y 1 S, 13 C AHJ L43-36
(Realengo) Balderrama, D José María (2)
1735 Arballo, lo de De Aragón, Da Antonia Josepha 1.5 S AHJ L37-2-Exp 18, AHS T5-51
1738 Tabelo, SJ de Martínez de Mendíbil D Pedro, 2.25 S AHS TXLVIII-650
Francisco Campoy (3), M Agueda
C (4), 5
1742 Gertrudis, Santa Velarde, D Manuel 2 S, 2 C AHJ L28-36 y AHS LV-729
1742 Agua Salada, La Alvarado, D Francisco 1.2 S AHJ L28-39
1743 Hornos MS de la Luz Gastelum Ignacio y Alvarado, .25 S 1 C AHJ L37-2 exp. 31
de los Francisco Julian de Cor. (2)
1743 Rosario, Nuestra De la Mora Castañeda, D Francisco 1 S, 4 C AHJ L28-44
Señora de Antonio
1743 Sauce, P. de San Valenzuela, D Clemente, Avilés, D 30 C AHJ L35-49 y AHS TXLVIII-648
Joseph Joseph Francisco (2)
1751 Caracevi, Puesto de Díaz de la Torre,Miguel 4S AHS TX-124
1753 Babojo, Nuestra Mora y Castañeda, don Francisco 1 S, 4 C AHS TXXX-408
Señora deL Rosario de la
1765 Cusibampo Campoy, Raymundo Antonio AHS T XXII-16, TXXVIII-317 y
LXII-849
1765 Cunoca, San Almada, D Antonio 4 S, 28 C AHS TXVIII-232
Francisco de

E) Baroyeca
Antigüedad Nombre Propietario Tamaño Fuente
estimada
1701 Espíritu Santo P de y Flores, Manuel Gaspar 1 S, 13.25 C AHJ L12-81
Cañada del Salto del
Agua
1705 Mutica, San Bernardo Flores, D Salvador Francisco 3S AHJ L 10-183
de, San Pantaleón y
un Potrero

292
1705 Blas, Puesto de San Valenzuela Miguel de 40.9 C AHJ L12-82
1710 Canamoa, P del O de Figueroa, Miguel de 1.5 S AHJ L12-61
Agua junto a
1715 Lima, La Encinas, D Joachin de 2S AHJ 28-65
1715 Desconocido Bustamante, Felipe Sánchez de y D 1 S, 1 C AHJ L28-42
David Patricio Búrquez
1716 Desconocido Flores, don Gaspar de 1S AHJ, L28-219
1717 Quiriego, Ntra. Sra. Borboa, don Manuel y González de 1 S AHJ L28-245
De la Concepción Sayas, D Andrés 2
1718 Ojo de Agua, el Piniella, don Joseph de la 1.5 S AHJ L28-12
1721 Desconocido Encinas, don Agustín y don Miguel 5 S AHJ L28-62
1740 Mezcaltitán Encinas don Miguel de 1.5 S AHJ L28-66
1740 Rosa, Santa Encinas, don Agustin de 1S AHJ L28-67
1756 Ahiabampo (realengo Castro, don Antonio .25 S AHJ L33-17
de la Hacienda del
Potrerillo)

293
Anexo 4. Asentamientos agropecuarios, antiguo territorio cahita,
1768-1790

A) Sinaloa

Antigüedad Nombre Propietario Tamaño Fuente


estimada
1768 Limontita, Santa De Castro, D Matías y D Juan y 2 S, .2 C AHGGES V64
María de hnas.
1770 Palma, La Bojórquez, D José Miguel y D 1S AHJ L45-27
Juachin
1776 Mochomobampo, P. Capistrano Guerrero, D Juan 5 S, 18 C AHGGES V1 Fs. 1-127F
Sr Pablo de
1783 Bruno San (a) La Gutiérrez de San Juan, Presb. 1 S, 33 C AHGGES V1, FS 128-158V
Cruz del Negro Domingo
1783 Jesús María, P De Heredia, D Máximo Y Da Fca 1 S, 12. 875 C AHGGES V5
Manuela Sepúlveda (2)
1783 Saratajoa, S Antonio Norzagaray, Agustin Antonio 7 S, 4 C AHGGES V 36
de
1784 José Sr. S (a) La López de Guzmán, Da María Justa 3.25 S AHGGES V2 Fs. 66-77
Cabeza
1784 Cabeza, San José Sr Azcárraga, D Sebastián Antonio 3S AHJ L45-34
1784 Guayparime, San José Castro, D Manuel y parcioneros .75 S, 6.75 C AHGGES V64 Fs. 26-51V
de
1787 Cerro, San José del Pérez Baro, D Juaquín y Leal D 2 S, 3.133 C AHGGES V2 Fs. 35-36
Hilario
1788 Potrerillos, Sta. María López, Francisco Javier 1 S, 2 C AHGGES V20 Fs. 48-62V
de los
1790 Basitito , P. de y De la Vega y mier, D Francisco 1S3C AHGGES V5 Fs. 1-51
Varina, S Fco de González
1790 Sacabüena, P. del Espinoza, D Ignacio 2S AHGGES V3
Potrero de

B) EL Fuerte
Antigüedad Nombre Propietario Tamaño Fuente
estimada
1774 Metate, El Gaxiola, D Juan Felipe 1 S 30 C AHJ L43-35

C) San Benito
Antigüedad Nombre Propietario Tamaño Fuente
estimada
1773 Teycha, P. de Camacho, D Pedro y coparcioneros 1 S 25 C AHGGES V29, Fs. 45-73V
1773 Antonio, P. de San López, D Marcos Gabriel y 1.25 S AHGGES V29, Fs. 121-141V
coparcioneros

294
1773 Tatemitas, San Juan Angulo, D Isidro y D Anselmo 2 S, 39 C AHGGES V31 Fs. 1-14
de las
1773 Benito, Valle de San López D Gabriel y socios 1.5 S, .5 C AHJ L45-35
1778 Paso, El y lo de Bojórquez, D Miguel Ygnacio .5 S, 4 C AHJ L45-42-bis
Ventura
1780 Tedoto P. de, Cupira L. de Ayala, D Juan Manuel y 6S AHGGES V29 Fs. 95-120V
y La Boca Francisco
1780 Bárbara, P. de Santa Sepúlveda, D José 4S AHGGES V31 Fs. 15-42V

D) Álamos
Antigüedad Nombre Propietario Fuente
estimada Tamaño
1769 Etchomocha Valenzuela, D Marcos de (Cacique 2 S, 19C AHS TXIX-244
de Etchojoa)
1771 Techuari (Realengo) Ruiz de Espino, Prudencio 1 S, 24 C AHJ L45-47
1776 Bacajaquito Lucenilla, José María de 5S AHS TV-58
1780 Carrizal Muñoz, Manuel 1S AHS TX-127
1786 Curogüi Zamarrón, D Antonio 2S AHS TXVI-203
1790 Ramírez, lo de (Las Salido Exsodar, D Bartolomé 1.75 S AHS
Tablas)
1790 Bernardo, San Anguis D Miguel 3 S, 9 C AHS, TXLI-654
1790 Salitral Padilla, Da Serafina 2.25 S AHS TXXXVII-526

E) Baroyeca (No hay registros)

295
Anexo 5

Real cédula de la Audiencia de Guadalajara para que no se den malos


tratamientos a los indios438.

(f. 81) Don Carlos por la gracia de Dios, rey de Castilla, de León, de
Aragón, de las dos Sicilias, de Jerusalén, de Navarra, de Granada, de
Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mayorca, de Sevilla, de Cerdeña, de
Córdova, de Córcega, de Murcia, de Jaén, de los Algarbes, de Algeciras, de
Gibraltar, de las islas de Canarias, de las Indias Orientales y Occidentales e
islas y Tierra Firme del Mar Océano, archiduque de Austria, duque de
Borgoña, de Bravante y Milán, Conde de Habsburgo, de Flandes, de Tirol y
Barcelona, señor de Vizcaya y de Molina. Y la reina doña Mariana de
Austria su madre como su tutora, curadora y gobernadora de dichos reinos y
señoríos. A voz mis alcaldes mayores de la provincia de Sonora que al
presente sois y a los que adelante fueren y demás jueces y justicias ante
quien esta mi carta se presentare (81v) y de ella fuere pedido su ejecución y
cumplimiento sabed que ante mi presidente y oidores de la mi Audiencia,
corte y Chancillería real que está y reside en la ciudad de Guadalajara de mi
nuevo reino de la Galicia. Francisco Lugo, protector de los naturales de la
provincia de Sinaloa, por escrito que presentó refirió las muchas vejaciones
y malos tratamientos que se hacen a los indios y naturales de esa dicha
provincia no pagándoles su trabajo personal, ni tratándoles bien y
quitándoles lo que tienen sin su voluntad y sus caballos, sin volvérselos por
los capitanes de la provincia de Sinaloa y sus soldados, haciéndoles
sembrar sus milpas sin pagarles nada, apremiándolos a ello, y asimismo por
el trabajo que les dan los padres misioneros (82) de la Compañía de Jesús
dejan sus pueblos y tierras y se van a las extrañas y a los montes por
hacerlos sembrar por hacerlos sembrar muchas cantidades de maíz, trigo,
frijol y algodón y no dejan a los dichos naturales que busquen su remedio y
que ellos son los que crían tantas cantidades de ganados mayores y menores,
caballadas y muladas, siendo los domadores, arrieros y otras cosas que sobre
lo referido representó pidiendo se pusiese remedio que convenía a tan gran

438
“Joseph García de Salcedo en autos sobre la condición de los indios de San Phelipe y
Santiago por malos tratamientos”, BPEJ, Fondos Especiales, Ramo Civil, 29-8-392,
Sinaloa, 1671-1674, fs. 81-88v.

296
daño, de que se dio vista al Licenciado don Fernando de Haro y Monterroso
de mi consejo y mi fiscal en la dicha mi audiencia a que respondió y para
pedir lo que convenía se examinasen los indios como lo pedía el protector y
habiéndose mandado por los dichos mi presidente (82v) y oidores que se
recibiese a la información y habiéndose hecho en vista de ella el dicho fiscal
por escrito de dieciocho del corriente, entre las cosas que pidió y representó
son los párrafos siguientes: y para lo de adelante respecto de aquel presidio
es de los más bien socorridos que hay en toda esta tierra y que a su tiempo y
en sus plazos se paga el situado de las reales cajas de Durango sin descuento
alguno y aunque no lo fueran, no debieran los indios sustentar con su trabajo
personal al capitán y soldados, ni hay razón alguna para que les hagan
trabajar y sembrar las milpas y otros ejercicios y servicios que piden los
capitanes, ni se debe permitir el que no les paguen sus jornales y mucho
menos el que si no les hacen alguna paga sea en ropa por que pide se
despache provisión (83) con inserción de la última cédula del servicio
personal para que los indios sean puestos en su libertad y que con ningún
pretexto los capitanes del presidio de Sinaloa les hagan trabajar, ni que les
hagan servicio alguno de leña, pescado, zacate, ni de siembra de maíz, trigo,
algodón, frijol, ni de otra semilla, ni en obrajes mayores ni menores, ni en
ser arrieros ni en otro algún servicio con ninguna causa ni razón, y que si los
indios quisieren voluntariamente aplicarse a estos ministerios sea
pagándoles sus jornales de dos reales y medio por día y no menos, y la paga
sea en reales y no en ropa por que a ninguna persona deben servir los indios,
se manda asimismo que no los hagan a los alcaldes mayores de Sinaloa y
Sonora, ni a los doctrineros seculares y regulares (83v) con ningún pretexto
ni causa, mandando a los alcaldes mayores que tengan mucho cuidado en lo
referido y que se proseguirá contra ellos si consintieren y permitieren que
los indios les hagan servicio, así a ellos como a los doctrineros amparando y
defendiendo a los indios de esta carga que ellos tanto sienten y que si
haciendo todas sus diligencias no pudieren remediar ni librar del servicio de
los capitanes y doctrineros den cuenta de ello con información sumaria para
que la audiencia provea de remedio y respecto de que los indios son flojos y
descuidados para sus sementeras y que los más por no hacerlas se alimentan
de raíces pide se mande a los alcaldes mayores de dichas provincias que en
todos los pueblos de indios los compelan a hacer sus milpas de comunidad y
que cada indio siembre una (84) fanega de maíz a lo menos para sí y su
familia y lo que se proveyere se despachen dos provisiones, la una para el
alcalde mayor de la Sonora y la otra para el de Sinaloa y en dicho escrito
está el otro sí que se sigue. Otro sí dice que los indios que han venido a esta

297
ciudad se han vuelto temerosos del padre misionero por causa de haber
venido en nombre de los demás indios a dar cuenta de lo referido y por que
por ello no deben ser molestados pide se mande al alcalde mayor los ampare
y defienda en caso necesario, si fuere comodidad de los indios los haga
avecindar en otro pueblo. Otro si dice que el dicho Francisco de Lugo
cumpliendo con su oficio de protector ha venido a esta ciudad en defensa de
los indios y ha estado tanto tiempo retenido y también ha ido a el Parral y
por que es justo alentar y premiar a los que cumplen con su ministerio (84v)
pide que se le confirme el título de protector y que se le despache provisión
para que se le resguarde con las mismas calidades que se lo dio el
gobernador de la Vizcaya. Guadalajara, y diciembre diez y ocho de 1672.
Licenciado don Fernando de Haro y Monterroso. Y con vista de todos mis
presidentes y oidores proveyeron un auto señalado con las rúbricas de sus
firmas, que con las reales cédulas que están despachadas por el rey mi señor
padre que santa gloria haya una en pos de otra es del tenor siguiente:

Cédula Real

El rey, presidente y oidores de mi audiencia real de la ciudad de


Guadalajara, de la provincia de la Nueva Galicia. El licenciado don Diego
González de Cuenca y fiscal de mi Consejo Real de las Indias me ha hecho
relación que estando prohibido por muchas y (85) diferentes cédulas,
ordenanzas y capítulos de cartas que ninguna persona de cualquiera calidad,
preeminencia o dignidad u oficio que sea se pueda servir de ningún indio en
ningún género que sea, so graves penas, por las graves molestias y
vejaciones que se hacían a los dichos indios. A su noticia ha venido que
esto no se guarda en esa provincia por que vosotros os servís en vuestras
casas de ellos, haciéndoles labrar las huertas y edificios de ellas y que
traigan leña, zacate y otras cosas semejantes y a las indias que muelan maíz
y hagan tortillas para los negros de vuestras casas y que crien vuestros hijos
y en todos los oficios serviles que se ofrecen y para ellos los traeis de sus
tierras y natural, por fuerza y contra su voluntad, a título de que en esa
provincia hay indios de repartimiento de que se siguen muy graves
inconvenientes y quebrantamientos de las dichas cédulas y órdenes para
cuyo remedio ha pedido mande proveer lo que convenga. Y habiéndose
visto en dicho (85v) mi consejo fue acordado que debía mandar esta mi
cédula por la cual os mando que para ningún caso os sirvais de indio ni un
día en ningún ministerio, ni consintais que otra persona ni justicia lo hagan,

298
so las penas contenidas en las cédulas sobre esto están dadas, demás que se
procederá contra vosotros y sereis castigados con la severidad que el caso
requiere. Y así mismo quitareis de todo punto el repartimiento de indios si lo
hubiere y el servicio personal, pues es lo principal que se procura atender,
fecha en Madrid a siete de junio de mil seiscientos veintiun años. Yo el rey.
Por mandado de el rey nuestro señor Pedro Ledesma.

Cédula Real

Por cuanto en mi real Consejo de las Indias se ha denegado a los religiosos


de la orden de San Francisco de la provincia de Yucatán la confirmación
que pidieron en el de las actas que instituyeron (86) en el capítulo provincial
que celebraron en el mes de mayo del año pasado de mil y seiscientos y
cincuenta y siete en el cual señalaron indios para el servicio de los
conventos, iglesias de la dicha provincia y las limosnas y contribuciones en
que habían de asistir a los religiosos doctrineros y los derechos que habían
de pagar para sus entierros, velaciones y bautizmos. Y habiéndose
reconocido el perjuicio que se sigue de gravar a los indios con nuevas
imposiciones que los dichos religiosos no tienen facultad para ello contra lo
establecido por derecho y por los concilio mexicano y limense y en perjuicio
de mi real patronato he resuelto despachar la presente por la que mando a
mis virreyes, presidentes, audiencias y gobernadores de mis Indias
Occidentales y encargo a los prelados de ellas que cada uno en su distrito
ponga todo cuidado en entender el modo (86v) con que proceden los
religiosos doctrineros con sus feligreses y si los gravan con servicios
personales o llevan estipendios en más cantidad que lo que les es permitido
por la disposición de los dichos concilios y por las cédulas que sobre esto
están despachadas y si les obligan a que les hagan limosnas involuntarias y
que cuiden mucho de lo referido usando para ello de los medios establecidos
por derecho dentro de los términos de su obligación y oficio y que me den
cuenta del estado en lo que esto hubiere y de lo que en razón de ello se
obrare, cumpliendo con todo lo que por derecho y cédulas mías tengo
encargado están de su obligación, fecha en Buen retiro a veinte y dos de
junio de mil seiscientos veintiun años. Yo el rey. Por mandado del rey
nuestro señor don Jerónimo de Ortega. En la ciudad de Guadalajara, a
veintidós días del mes de diciembre de mil y seiscientos setenta y dos años,
los señores presidentes y oidores de la real (87) audiencia del Nuevo reino
de la Galicia, habiendo visto lo pedido por Francisco de Luque, protector de

299
los naturales de Sinaloa, acerca de los malos tratamientos que se hacen a los
naturales de aquella provincia y la de Sonora por los capitanes del presidio
de ella y religiosos de la Compañía de Jesús sirviéndose de ellos en
diferentes ministerios sin pagarles, y las pagas que se les hacen en géneros a
tan subidos precios que no se pueden dichos indios mantener; sin
consentirles que ellos siembren para sí para su sustento y la información
sumaria hecha sobre lo referido y lo dicho por el señor fiscal sobre que se
pongan en libertad los dichos indios de las dichas provincias de Sonora y
Sinaloa que amparen a los tres indios Juan Bautista y Martín Xuárez y
Diego Martín de Nación Mocorito y asimismo a Francisco de Luque y
demás contenido en dichos escritos. Mandaron que se despache real
provisión para que los alcaldes mayores de Sinaloa y Sonora amparen y
pongan en su libertad a todos los indios de aquellas provincias sin consentir
que ningunas personas de (97v) cualquier estado, calidad y condición que
sean los obliguen ni compelan a que sirvan contra su voluntad en ningún
ministerio en conformidad con las reales cédulas que de esto tratan las
cuales se inserten en las reales provisiones y si se lo estorbaren con
información sumaria den cuenta a esta real audiencia para darla a su
majestad, haciendo publicar la real provisión y reales cédulas en las partes
públicas que convengan para que se tenga noticia de todos. Y todo lo que
obraren los alcaldes mayores remitan a esta real audiencia originalmente,
quedándose con un tanto de todo autorizado. Y los alcaldes mayores
amparen a dicho Francisco Luque y a los dichos tres indios para que por
razón de haberse venido a quejar a esta real audiencia no les hagan ninguna
vejación, molestia, ni agravio, y así lo proveyeron y rubricaron ante mí
Diego de Gallarreta. (88) En cuya conformidad fue acordado que debía
mandar dar esta mi carta para voz en la dicha razón que yo lo he tenido por
bien por la cual os mando que luego que sea mostrada por parte del dicho
Francisco de Luque y de los indios y naturales de esas provincias la veais y
guardeis y en su ejecución y cumplimiento amparareis a todos los indios e
indias de esas provincias y poniéndolos en su libertad sin consentir que
ningunas personas de ningún estado y condición que sean les obliguen y
compelan a que sirvan contra su voluntad en ningún ministerio en
conformidad en conformidad con mis reales cédulas que de esto tratan
guardándolas y cumpliéndolas como en ellas se contienen y si os lo
estorbaren dareis cuenta a la dicha mi audiencia con información sumaria
(88v) para que me la de en mi real Consejo de Indias y hareis publicar y que
se publique esta mi carta y real provisión y dichas mis reales cédulas en las
partes públicas que convengan para que llegue a noticia de todos. Y lo que

300
así obrareis todo originalmente lo remitireis a la dicha mi audiencia
quedándose con un tanto autorizado y asimismo os digo ampareis a dicho
Francisco de Luque y a Juan Bautista, Martín Xuarez y Diego Martín, indios
de nación Mocorito, para que ninguna persona les haga vejación, molestia ni
agravio por razón de haberse venido a quejar a la dicha mi audiencia y no
haréis ni consentiréis se haga cosa en contrario, en manera alguna so pena
de la mi merced. Dada en la ciudad de Guadalajara a veinticuatro (89) días
del mes de diciembre de mil seiscientos setenta y dos años. Licenciado Juan
de Bolívar y Cruz. Doctor don Jerónimo de Luna. Doctor don Tomás
Pizarro Cortés. Refrendado de Diego de Galarreta, escribano mayor de
cámara y gobierno, por su majestad. Registrada con el original, don Juan de
Aguilar.
Concuerda el registro de la real provisión que se despachó para las
provincias de Sonora y Sinaloa que está en el registro de real Chancillería de
esta real audiencia que es del cargo de don Juan de Aguilar chanciller y
registro de ella a que me refiero y para que conste de mandato de los señores
presidente y oidores de la real audiencia del Nuevo reino de la Galicia, di el
presente en la ciudad de Guadalajara, a siete de junio de mil y seiscientos
setenta y tres años siendo testigos al veerlo corregir Antonio Pacheco,
Francisco Gómez y Joseph del Alcázar, vecinos de esta ciudad, presentes.

En testimonio de verdad,
Diego de Galarreta.

301
Anexo 6

“Carta de los naturales del pueblo de Tamazula al alcalde mayor de


Sinaloa, Miguel Calderón y Oxeda, en el marco de su visita, 1674”439.

En veinticuatro días del mes de abril de mil seiscientos y setenta y cuatro


años, Baltazar de Acosta, intérprete de visita y alguacil mayor de cabildo de
la villa de Sinaloa, cumpliendo con el auto que por vuestra merced me fue
mandado de que traduzca en lengua castellana lo que los naturales del
pueblo de Tamazula dicen por su escrito a mi entender y saber es como se
sigue.
Señor alcalde mayor don Miguel Calderón y Oxedas, juez, esta
pesadumbre te damos a entender en nuestro decir para que nos ayudeis,
desde que vino este nuestro padre Domingo de Treto, nunca ha cuidado
aquí, alguna vez viene y otra vez duerme y no dice misa en estos tres años y
también está vendiendo lo perteneciente a la iglesia, maíz y frijol, mezcal y
vacas a plata y nada mete en esta iglesia, todo es viejo lo de la iglesia, con
esto estamos con gran pesadumbre y también cuando nos queremos morir es
sin confesión y cuando nos morimos no nos dice misa de novenario y el que
tiene un caballo o una mula a ese se le dice misa y eso hace este ministro,
también cuando casa no los vela, así los deja, esto no nos parece bien,
también cuando deshierban la milpa de la iglesia asota y tuza y hasta las
mujeres de los arrieros las da a la villa para que sirvan y el anda por las
milpas sólo cuando deshierban arreando a los indios. Ah señor capitán si
este escrito parece delante del ministro que alguien se lo diga luego te lo
acusaremos, esto te decimos nomás por que es cosa de pesadumbre y ahora
sabeis lo que dice el padre que aunque lo ven así chiquito es como un chili,
que no hay quien le haga nada, ni hay cosa que tema que sólo el es el
justicia y aunque se a voz te ha de charear (dicharachear?) y te habeis de
huir por que hay muchos padres y vos sois sólo que no vales nada y que ahí
viene el padre visitador que con el se animan ellos y aunque se pregonó el

439
“Joseph García de Salcedo, gobernador de la Nueva Vizcaya en autos sobre la
condición de los indios de San Phelipe y Santiago por malos tratamientos”, el documento
incluye la versión en español, así como la versión en “lengua maya”, es decir, cahita,
BPEJ, Fondos Especiales, ARAG, Ramo Civil, C. 29-8-392, fs. 39 y v.

302
tatole de nuestro gran monarca de ello se está riendo, dice que todos son
embustes y que tú nos engañas y que no te creamos. Y el capitán Andrés de
Buelna dice que todavía somos bosales y aun no somos ladinos, así lo
sabeis. Esto no es muy vergonzoso? Y esto nos apura. No más. Tus hijos los
del pueblo de Tamazulas. Borrado a la vuelta. Dice. Una. Testado que no
vale. Entre renglones. Vale morir. Y ante mí lo declaro el dicho intérprete
siendo testigos de mi asistencia Joseph de Lugo y Francisco González que lo
firmaron con migo dicho juez, Miguel Calderón alcalde mayor y visitador
de dicha provincia.

Baltasar de Acosta. Francisco González Joseph de Lugo

Miguel Calderón y Ojeda, juez visitador.

303
Anexo 7

“Certificación de don Salvador de Esquerr sobre el poblamiento de San


Antonio, Yocohibua y Baterebampo realizado por doña Anna María de
Aragón, así como los servicios al monarca en el contexto de la
sublevación de 1740”440.

El capitán don Salvador de Esquerr, teniente de gobernador y capitán


general en lo político y militar de este real de Nuestra Señora de la
Concepción de Los Álamos y su jurisdicción por su majestad que dios
guarde.
Certifico, doy fee y verdadero testimonio en cuanto puedo, debo y a lugar en
derecho, cómo habiendo pasado a hacer la visita general a esta jurisdicción
por comisión que me confirió el Lic. Don Joseph Rafael Rodríguez
Gallardo, ví y reconocí los puestos nombrados San Antonio, Yocohibua y
Batarebampo que están para la parte de el sur de este real de los Álamos y
en su jurisdicción, poseyéndolos doña Ana María de Aragón con pueble de
ganado, caballada y mulada bajo de los linderos por el oriente desde la
mojonera del sitio de Capitaguaza perteneciente a don Miguel Díaz de la
Torre, que está en unas lomas blancas peladas, hasta un portezuelo que está
en frente de un puesto que llaman Tetaroba al poniente, distante uno de otro
como cinco leguas y por el norte desde un potrerillo que está detrás de la
sierrecilla que llaman de Los Frailes y linda con el potrero de Jusacucha de
doña Isabel Tello de Meneses, hasta las milpas del puesto de Masiaca
pertenecientes a la misión de Santa Cruz, por el sur, distante este lindero del
otro seis leguas, en que se incluye para la parte del poniente la cañada que
llaman de Bahiamohue o Amocusiare por un cerro que está a la orilla de ella
así nombrado, y por la parte de el sur un cerrito llamado de Maizare y otro
Batarebampo; por la del oriente las lomas blancas peladas desde las
mojoneras supradichas del sitio de Capitaguaza y por la de el norte las
piedras blancas, Teachibe y un rinconcillo que llaman Thobari, con el rincón
que está junto a la sierrecilla de los Frailes, nombrado Siabampo y no ví en
ellos mas aguaje permanente que el ojo de agua de San Antonio, por que los

440
“Diligencias de medidas originales de los sitios de San Antonio, Yocohibua y
demás que comprenden en sus terrenos, hechas por don Joseph Álvarez, comisario general
subdelegado de tierras por SM DLG, pertenecientes a doña Anna María de Aragón, vecina
y minera del real de Los Álamos”, en AHS, Títulos primordiales, Volumen XL, exp. 561,
1749, fs. 2285-2286.

304
demás que se hayan en la ubicación que comprenden los linderos
supradichos sólo la tienen en el tiempo de aguas por lo que es necesario para
mantener en dichos sitios ganado, caballada y mulada, el hacer norias, con
crecidos costos, haciéndose por esto pesado su pueble y más pesado el haber
de pedir medidas por los crecidos costos que estas acarrean y la ninguna
utilidad que prometen por su sequedad, resultándole por esta razón poca
utilidad al real haber de su majestad por el poco valor en que se apreciaran
llegando el caso de avaluarlas, como que todas las dichas tierras las ví,
reconocí e inspeccioné en dicha visita por lo que me parece conveniente el
que remitiera a la dicha doña Anna María de Aragón a composición con su
majestad regulándosele lo que se deba pagar por lo comprendido dentro de
los linderos que van expresados por seguirse el que se pueblen dichos sitios
que de otra manera no se conseguirá por las razones ya expresadas.
Asimismo certifico que el señor bachiller Joseph Gabriel de Aragón, cura
vicario juez eclesiástico de este real de Los Álamos con su caudal y el de la
dicha doña Anna María su hermana sirvieron a su majestad el año pasado de
mil setecientos y cuarenta con un hombre armado, pagado y bastimentado
en la frontera del pueblo de Camoa y también me consta le remitió al cabo y
caudillo de la compañía del real presidio de Sinaloa a dicha frontera veinte
caballos y bastimentos y su costa y la de la susodicha por el tiempo de tres
meses que estuvo en ella hasta que vino el señor gobernador don Manuel
Bernal de Huydobro, a quien asimismo entregaron cincuenta pesos en plata
para ayuda de costas de la guerra contra los indios Hyaquis y Mayos y
también las mulas que se le repartieron para el transporte de los capitanes
que vinieron de la Vizcaya de socorro de este real, y cien caballos que se
aprontó a dicho señor gobernador para facilitar el que saliesen dichos
capitanes con su señoría a establecer las pases de dichos indios Hyaquis y
Mayos y hallándose al parecer este real por falta de bastimentos, que se
había escaseado con la sublevación de los indios salió en persona dicho
bachiller Aragón con inminente riesgo de su vida por entre los enemigos a la
villa de Sinaloa para solicitar bastimentos que consiguió a costa de su caudal
para beneficio común y finalmente habiendo entrado de gobernador el señor
sargento mayor don Augustin de Vildósola para la pacificación de dichos
indios remitió el dicho bachiller por el y por la dicha su hermana treinta
caballos para los soldados y a mi crédito suplió todo lo necesario para los
soldados arreglados que guardaban la frontera de Camoa, todo lo cual me
consta ser así por haberlo visto y así lo certifico y en caso necesario juro por
dios nuestro señor y la señal de la santa cruz en toda forma de derecho ser
cierto y verdadero y para que conste, de pedimento de doña Anna María de

305
Aragón doy la presente en el real de Los Álamos en tres días del mes de
agosto de mil setecientos cuarenta y nueve años y la firmé y autoricé por
receptoría a falta de escribano en papel común por no haber sellado de que
doy fee.

En testimonio de verdad lo firmé.

Salvador Esquerr
José Gastelum Joseph de Lauzuric

306
Anexo 8

“Carta de los naturales de Sivirijoa, Tehueco y Charay al juez


subdelegado de tierras, don Joseph Álvarez”441

Sr. Juez agrimensor

Vicente, gobernador del pueblo de Tehueco, Baltasar su teniente, Andrés


alcalde, Joseph maestro cantor, Ygnacio fiscal mayor; Lucas, gobernador
del pueblo de Sivirijoa, Balthasar teniente, Manuel alcalde, Juan Miguel,
fiscal mayor; Francisco Javier, gobernador del pueblo de Charay, Pablo
Sonora, teniente, Juan Alcalde, Ygnacio oficial mayor, Gaspar, Miguel,
Lázaro, Francisco Puchila, Miguel Satebo, Juan comisario, Xavier Lomay,
Juan Montana, Ygnacio Mochocal, Gaspar Calmavegica, Domingo Sepuli,
Nicolás de el Hierro, Ángel, Juan Tomás Vasemo, y Juan María Duarte,
todos naturales de dicho pueblo de Tehueco, Sivirijoa y Charay, por
nosotros y en nombre de todo el común de naturales de que se componen
nuestros dichos pueblos, como mejor proceda de derecho y al nuestro
convenga, parecemos ante vuestra merced y decimos que hemos sabido que
ha pedimento de don Francisco Albarado, don Joseph de Peralta, don
Miguel Díaz de la Torre y don Tadeo Padilla ha medido vuestra merced los
puestos de El Chino extendiéndolo a ocho sitios, el de Sebampo y
Algodones, con extención a cuatro dichos, el de Carasebe y Jubarebampo,
dilatándolo en otros cuatro y el de Bacamocha en once o doce; puestos todos
ciertamente incapaces de ser medidos; lo primero por ser ineptos a
construirse sitios para ranchos de ganado y caballada, por ser como son
unas tierras son agua, pues la que hay a tiempos es tan escasa que no basta
ni puede bastar para dicho fin, ni aun para el de mantener gente. Lo
segundo, que aunque hubiera agua esas tierras han pertenecido y se han
reconocido siempre por de los naturales de el río de Santa Cruz de Mayo, y
de los de éste nuestro río, corriendo las nuestras para éste, en cuyos
márgenes están situados estos nuestros pueblos, desde donde terminan
aquellas; por lo que hemos sabido hicieron aquellos contradicción a esas
medidas por vuestra merced practicadas luego que de ello supieron, como el
que vuestra merced no les quiso atender , ni oir; por lo que también nosotros
ahora que de esas medidas tenemos noticia nos oponemos a ellas, nos
oponemos a ellas por ser de las tierras que desde donde hemos dicho para

441
AHS, Títulos primordiales, T. XVI, Exp. 212, jurisdicción de Álamos, 1766.

307
acá hemos poseído de tiempo inmemorial, aprovechandonos de ellas para
nuestro natural sustento, ya pescando, ya pataleando y colmenando, ya
sembrando en algunas partes, ya escarbando raíces y cortando mezcales que
especialmente nos suplen la falta de el maíz que cuasi continuamente
padecemos por nuestras cortedades, y ya también con el pueble de algunas
bestiecillas nuestras que en ellas se han apasentado, aunque para beber
hayan ocurrido hasta este nuestro río y por eso de tierras de antigua posesión
nuestra de donde por lo consiguiente no pudieron ser esas medidas sin
manifiesto agravio nuestro y sin perjuicio y menoscabo de nuestras tierras,
tanto mayor cuanto más se hubieren internado las cuerdas y como nos
consta no habernos vuestra merced citado para ese acto que practicó de
medidas, cuya nulidad protestamos sin consentir se nos pare en ello
perjuicio alguno y por otra parte estamos ciertos (no dudando de semejante
daño padecido por las clandestinas medidas de los otros mencionados
puestos en que no consentimos) habérsenos inferido ese tan notable
perjuicio y agravio en la mensura por vuestra merced practicada de el
referido puesto de “El Chino”, a favor del dicho don Francisco de Alvarado,
tomándose con ella, como se tomó no sólo mucho más allá de el de
“Guiquibampo”, puesto del que por ser posesión nuestra y por nuestro aviso
retiró años ha el pueble que había hecho en el la gente y peones de don
Miguel Díaz de la Torre como es notorio), sino mucho más acá de dicho
puesto siendo así que no sólo hasta Guiquibampo, sino mucho más adelante,
hasta Techopobampo nos pertenece por razón de antigua posesión, que SM
eleva a título de justa prescripción. En esta atención pedimos, como que tan
nulas se manifiestan dichas medidas por lo dicho ya de las tierras y por la
evidente falta de citación para que por tales se declaren y nada puedan
operar en nuestro agravio y perjuicio; se sirva VM de acumular a ellas esta
vuestra petición con que nos oponemos a su facción cuando podemos
hacerlo, que es después de practicada la mensura, por no habernos VM en
tiempo citado constando con la acumulación esta oposición hecha y el
agravio y perjuicio que se nos ha inferido y esto sea sin querernos VM
obligar a que le hagamos demostración alguna de papeles, instrumentos o
títulos de pertenecernos dichas tierras, pues sabe VM que ni a los españoles
quiere SM que se les exijan precisa y determinadamente, bastándoles la
justificación que hicieren de su antigua posesión, ni tampoco a que
produzcamos dicha justificación de ser nuestra posesión tan antigua, pues lo
primero, aunque estamos prontos a producirla cuando sea necesario y ante
quien como imparcial y desapasionado juez nos atienda, sin repelernos con
desprecio por favorecer a otros, no cuando VM pida dicha justificación, ni

308
ante VM, por no observar VM con nosotros en su oficio aquella suavidad,
templanza y moderación con que la benignidad de nuestro rey y señor le
manda y proceder en sus reales instrucciones; antes sí, rigor, aspereza,
destemplanza e inmoderación ante nosotros, como lo experimentamos ante
la displicencia, enojo e impaciencia de VM y aún amenazas de castigo que
nos fulminó cuando para no ser perjudicado en las medidas que están
practicando de el “Puesto de Montoya” a favor de don Miguel de Avilés,
fuimos a hacernos presentes y pararnos en la raya, término y lindero de
nuestras posesiones, de donde quería VM pasasen para adelante los
cordeles, por lo que de ahora en adelante cuando nos es concedido en
derecho recusamos a vuestra merced, por una, dos y tres veces y las más que
sean necesarias por juez de esta causa y lo segundo quedado que hubiéramos
de producir pidiéndola VMD también que en aquel tiempo apto a instruirse
para medir y en que nos había de haber sitado, nos la había de haber pedido
y podíamos haberla dado nosotros y no ahora que sólo es tiempo que
nosotros, despojados por VMD de nuestra tierra pidamos ante todas cosas
ser restituidos y que las cosas todas de ese hecho irregular y nulo, vuelvan a
su estado primero, queremos decir que se repongan en el estado de tierras no
medidas y perseverantes aun en posesión de los naturales de estos nuestros
pueblos y los de el río Mayo, nuestros vecinos inmediatos como antes
estaban, para cuyo pedimento y ocurso nuestro que queremos hacer a
superior juzgado suplicamos a VMD, que atendiendo a la conmiseración
con que el rey nuestro señor nos recomienda, servirá de darnos con la
precisa citación e las partes que en dichas tierras se han introducido,
testimonio de las diligencias de esas medidas, con cuadra y mapa, figura y
clara expresión de todo y de esta nuestra petición de que recibamos un tanto
a la letra para en caso de negativa ocurrir con el representado en ese otro
agravio), que con todo ello aunque sea con aquellos o nosotros tan propias
escaceses, hambres y trabajos, que de todo protestamos hacer a VMD a
quien en derecho debamos el debido cargo caminaremos a presencia y
amparo de SA la real audiencia de Guadalajara en seguimiento de nuestra
justicia y solicitud de nuestro remedio. En cuya atención, reservándonos
como nos reservamos en todo lo favorable para su tiempo.

A VMD pedimos y suplicamos se sirva de proveer y determinar como


decimos en este escrito que firmamos los que sabemos y por nosotros y por
el común de nuestros pueblos y juramos por Dios nuestro señor y la señal de
la santa cruz en forma de derecho, no ser de malicia, el real patrocinio y
amparo imploramos y en lo necesario. Entregs. Medidas.

309
Por mí y por el común de Sivirijoa Por mí y por el común de Tehueco
Nicolás Tolentino maestro cantor José Maestro

Por mí y por el común de Tehueco Por mí y por el común de Charay


Joan Thomas Vasemos José Guichamona

Por mí y el común de Sivirijoa Por mí y por el común de Charay


Francisco Javier Leyva Santiago Lucas de Q,uay

21 de […] 1763.

310

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