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Universidad del Valle

Escuela de Estudios Literarios


Seminario taller de teorías literarias III
Reseña a la luz del texto: “Contra la interpretación” de Susan Sontag
Presentado a: Jacobo Arango Llanos
Presentado por: Jhon Edward Saa Cód. 1823306

Disertaciones interpretativas
Hace poco me encontraba en uno de los espacios de la universidad degustando con
algunos amigos y compañeros del programa. De pronto, se hizo presente el tema
de conversación acerca de la carrera, la academia, y cómo estamos atravesados
por un imperante parámetro de reaccionar a las obras desde la interpretación. Sí,
no tenemos permitido hablar del sentir (si nos gustó o no), estamos en la obligación
de darle un juicio de valor, sin importar qué tan a gusto nos sentimos con ella. Como
estudiantes universitarios, y más de literatura, no podemos cometer la afrenta de
referirnos a una obra desde la sensación exquisita que nos suscitaron sus
entramados, imaginería, prosa y capacidad de abstraernos; es preciso probarla
lentamente, detectar hasta el más mínimo ingrediente y detalle; situarla en los “por
qués” y “para qués”. Pues ciertamente la obra está bañada por una encriptada
intención, y pensar o más bien, asumir una textualidad como un acto de ocio y
liberación, no es más que una actitud pueril, puesto que eso implicaría ver la obra
como un mero producto nacido de la inspiración, y por tanto, algo a lo que
únicamente debemos sentarnos a contemplar, sin más.
La charla se tornó acalorada, ya que, mi forma de pensar respecto a la interpretación
friccionaba con la de una compañera ahí presente. El diálogo con ella parecía un
fuego cruzado de citas de autores e invocaciones de ideologías. Ella se apegaba a
la idea de que la obra debía disfrutarse, e incluso abandonar a aquellas que no nos
trastoquen de alguna manera. El arte para ella, debía admirarse de acuerdo a los
valores primigenios, en donde su valor era casi sagrado; la obra en este caso es un
artefacto catalizador de códigos y símbolos que permean nuestras emociones y
consciencia, llevándonos a alcanzar estados casi místicos. En ese momento me
plantea como ejemplo, la experiencia de la imagen que proyecta la poesía.
Argumentaba que dicha experiencia podría parecer algo sencillo de lograr, pero que
realmente costaba imaginar las abstracciones a las que nos invitaba el poema,
porque sencillamente imponíamos la lógica deconstructivista para su interpretación.
En ese mismo sentido, la mirada academicista siempre busca una interpretación del
arte poético supeditado a la dimensión semántica. Qué quieren decir los versos es
lo que importa porque el arte con sentido, con algo para significar es el que
realmente vale la pena interpretar. Mi compañera puedo anticipar mi intención de
objetar con relación a esto, porque no encuadraba en mis adentros la idea de que
el contenido semántico no tenía valor, así que antes de que pudiera expresarlo, ella
argumentó que no desconocía la importancia del contenido (semántica, ideológica
y prosódica), pero que para llegar a ese nivel de lectura, primero se debía pasar por
la experiencia de la imagen, ya que así era posible detectar los artificios artísticos
empleados en la obra para estructurar el sentido. De ahí que no todos los
académicos disfrutan de la poesía porque su lectura siempre se encamina al
contenido y al sentido, obviando otros códigos estéticos esenciales para el disfrute
e integra contemplación de esta forma artística.
La proposición de mi amiga no terminaba de convencerme, por ende, traté de llevar
la disertación por otros terrenos, sirviéndome de un texto que tenía a la mano (contra
la interpretación (1996) de Susan Sontag). “El antiguo estilo de interpretación era
insistente, pero respetuoso; sobre el significado literal erigía otro significado. El
moderno estilo de interpretación excava y, en la medida en que excava, destruye;
escarba hasta «más allá del texto» para descubrir un subtexto que resulte ser el
verdadero (P 29)” Esta cita me parecía pertinente, porque precisamente encerraba
la postura de ella, así que empleándola podría debilitar su posición. ¿Cómo puede
considerarse válido afirmar algo tal, tratar de ceñirse a un valor interpretativo
antiguo, pasivo y que prácticamente busca la permanencia de la esencia original de
la obra? -inquirí- No, el tiempo exige que seamos críticos, y la anterior cita casi que
asevera: ¿dejar a un lado la criticidad solo por no llenar de interpretaciones, a una
denotación artística magistral que merece permanecer inalterable?
Tal y como lo aborda Barthes en su texto S/Z (1970) existen dos tipos de textos: “los
escribibles” y “los legibles”. La primera categoría corresponde a aquellos textos que,
por poseer tantas indeterminaciones, siempre sugieren que el lector termine su
escritura y se apropie del texto. Así pues, estos textos son los que aluden al
concepto de “muerte del autor” también desarrollado por Barthes. Tal reescritura
consiste en que el lector sea capaz de determinar en primera instancia, toda la red
de conexiones sígnicas e intertextuales circunscritas en el plano denotativo, es
decir, contemplar en la medida de sus capacidades aquellos textos que influyeron
al autor inicial. el lector asumiría un rol de autor, rellenaría las indeterminaciones,
actualice su propia estructura semiótica y le provea al texto una infinidad de
posibilidades connotativas.
En cuanto a la categoría de los textos que son altamente “legibles” podría asumirse
que son aquellos que han ganado el rango de clásicos, que por su irrevocable
calidad sugieren una lectura netamente contemplativa, y el proceder analítico que
solo compete al plano denotativo, no obstante, Barthes interviene para hacer ver
que, al rastrear las intertextualidades que preceden a este texto de naturaleza
legible, se evidencia que ha tenido que nutrirse de todas estas fuentes para poder
pervivir en la historia y por lo tanto, requiere un proceso connotativo para
actualizarse y actualizar la cultura a la que se inserta, logrando así, pervivir. Por
tanto, el lector debe hacer lo mayormente escribibles a estos textos que parecen ser
solo legibles pero que en realidad juegan una dualidad que debe ser descubierta.
Sí, la pervivencia del arte y de las obras exige de parte de nosotros una actitud
crítica, porque al tenerla actualizamos el contenido, permitimos que atreviese
nuestro contexto y al hacerlo, tomamos verdadero partido en una realidad donde
pulula la información, que no siempre es confiable. Es vital ser críticos, por eso no
evité sentir malestar con las posturas de Sontag y de mi compañera; partiendo del
hecho, de que la autora critica en su texto las formas interpretativas modernas que
imponen verdades, pero ella al plantear esto, impone y sugiere su propia forma de
interpretación y de verdad.
Ella después de un rato de silencio intervino y dijo: “No niego que tienes razón, es
necesario que seamos críticos, pero hay que tener cuidado con la acepción que se
le da a la noción de interpretación partiendo de la criticidad, porque eso implica,
hacerla exclusiva a aquellos con buen capital cultural como para tener una posición
así, especialmente respecto a los clásicos. ¿Quién no tenga mucho bagaje cultural,
no puede considerar validad su interpretación de las obras, solo por haberse
conmovido e identificado? Desde mi perspectiva, una interpretación es valida en la
medida de que la obra toca mi subjetividad y me puedo encontrar en ella, y para ello
no necesito estar alineada la alta cultura, simplemente debo tener la disposición de
adentrarme en el entramado de la obra, perderme en su forma y contenido y
encontrarme a mí misma, en esa infinidad de posibilidades. Esa, desde mi
interpretación, es la experiencia de recepción que debería tenerse a la hora de
acceder al arte. Es mantener ese estilo antiguo que has tratado de cuestionar y
criticar hasta el momento, porque al menos para mí, mi primera obligación con una
lectura es disfrutarla, apropiarme de ella, y lo demás, que no es menos importante,
se desencadena a partir de ahí.”
La charla fue interrumpida por un timbre, pero a pesar de mi convicción por los
valores academicistas, debo reconocer, cuánto he pensado en que ya no disfruto
las obras igual. Ciertamente se impone un deber interpretativo y positivista. ¿Será
que tanto apego a esos valores han castrado en mí la capacidad de gozar a la hora
de leer cualquier forma textual? ¿Hasta qué punto la academia puede castrar la
autenticidad de la experiencia lectora? ¿Hasta qué punto debo procurar la criticidad
y la interpretación para apreciar el arte? Ahora no me atrevo a responder, solo
procuraré, porque para alguien que ya está inserto en la academia es difícil zafarse
de los códigos lectores adquiridos, disfrutar un poco más lo que leo, o al menos
tratar de recordar cómo se sentía cuando leía por placer.
Bibliografía
-Sontag Susan (1996). Contra la interpretación. Argentina: Editorial Alfaguara.
-Barthes, Roland. S/Z: 1st ed. Buenos Aires: Siglo XXI Editores Argentina, 2004.

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