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El ensayo argumentativo es un escrito libre en el que se propone y defiende una idea o postura personal
sobre un tema o problemática determinada. Tiene como propósito defender una tesis y convencer al lector
mediante el uso de argumentos.
Introducción. - Capta la atención del lector. Presenta el tema que se va a tratar, la tesis (idea principal)
que se pretende sustentar a lo largo del texto. Incluye la forma en que se piensa0 abordar y desarrollar
el tema.
Desarrollo. - Presenta de forma ordenada, toda la información y argumentos necesarios para apoyar
y/o defender la tesis planteada. Procura incluir información válida que sirva como referente teórico para
fundamentar las apreciaciones personales.
Plan de escritura
¿A quién(es) va dirigido?
Tesis: .....................................................................
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...................................................................................
...................................................................................
.......................
Argumentos
1.
2.
3.
JOSE MARÍA ARGUEDAS
INTRODUCCIÓN
Los ríos profundos, publicado en 1958, es una novela del escritor peruano José María
Arguedas.
Tiene hondas raíces autobiográficas. Ernesto, su protagonista y narrador en primera
persona, es hijo de blancos, pero sus primeros años transcurren en una comunidad
india, cuyo mundo primitivo, puro, sumergido en la naturaleza y entretejido de magia,
será constantemente el refugio de sus recuerdos y nostalgias.
El título de la obra alude a la profundidad de los ríos andinos, que nacen en la cima de
la Cordillera de los Andes, pero a la vez se refiere a las sólidas y ancestrales raíces de la
cultura andina, la que, según Arguedas, es la verdadera identidad nacional del Perú.
Según la crítica especializada, esta novela marcó el comienzo de la corriente
neoindigenista, pues presentaba por primera vez una lectura del problema del indio
desde una perspectiva más cercana.
Fama que va a compartir con el escritor mexicano Juan Rulfo. La mayoría de los críticos
coinciden en que esta novela es la obra maestra de Arguedas.
ARGUMENTOS:
ARGUMENTO 1
Los ríos profundos son para muchos la síntesis más perfecta del mundo andino y el
español. Su autor, el escritor y antropólogo peruano José María Arguedas, concibe toda
su literatura alrededor de un proyecto: un país dividido entre dos culturas (la andina, de
origen quechua, y la urbana, de raíces europeas) que deben integrarse en una relación
armónica de carácter mestizo. Y resulta ser en esta obra, "Los ríos profundos"; donde
mejor se plasman los grandes dilemas, angustias y esperanzas que ese proyecto
plantea.
ARGUMENTO 2
Teniendo en cuenta que se trata de una novela de corte autobiográfico, la época en que
está ambientada la narración es la década de 1920, bajo el oncenio de Augusto B.
Leguía. Para ser más exactos, fue el año de 1924 en que Arguedas estudió el quinto de
primaria en el colegio de Abancay, dirigido por los padres mercedarios.
ARGUMENTO 3
Se trata de una novela de formación articulada sobre dos pilares estructurales de
dilatada tradición literaria, como son, por un lado el motivo del viaje y por el otro el del
héroe adolescente que protagoniza el tránsito de la infancia a la edad adulta. Ambos
motivos son de fácil rastreo a lo largo de la literatura, tanto aislados como combinados,
arrancados, desde la Biblia y la épica clásica, pasando por la picaresca hasta llegar a la
literatura del siglo XX.
ARGUMENTO 4
La novela narra el proceso de maduración de Ernesto, un muchacho de 14 años quien
debe enfrentar a las injusticias del mundo adulto del que empieza a formar parte y en el
que debe elegir un camino. El relato empieza en el Cuzco, ciudad a la que arriban
Ernesto y su padre, Gabriel, un abogado itinerante, en busca de un pariente rico
denominado El Viejo, con el propósito de solicitarle trabajo y amparo. Pero no tienen
éxito. Entonces reemprenden sus andanzas a lo largo de muchas ciudades y pueblos del
sur peruano. En Abancay, Ernesto es matriculado como interno en un colegio religioso
mientras su padre continúa sus viajes en busca de trabajo. Ernesto tendrá entonces que
convivir con los alumnos del internado que son un microcosmos de la sociedad peruana
y donde priman normas crueles y violentas. Más adelante, ya fuera de los límites del
colegio, el amotinamiento de un grupo de chicheras exigiendo el reparto de la sal, y la
entrada en masa de los colonos o campesinos indios a la ciudad que venían a pedir una
misa para las víctimas de la epidemia de tifo, originará en Ernesto una profunda toma de
conciencia: elegirá los valores de la liberación en vez de la seguridad económica. Con ello
culmina una fase de su proceso de aprendizaje. La novela finaliza cuando Ernesto
abandona Abancay y se dirige a una hacienda de propiedad de «El Viejo», situada en el
valle del Apurímac, a la espera del retorno de su padre.
ARGUMENTO 5
El viaje de Ernesto, el protagonista de la novela, pasa por tres etapas. La corta estancia
en Cuzco conforma la primera etapa del viaje iniciático de Ernesto; Cuzco es ciudad
sagrada y centro del mundo en el que se unen cielo y tierra. La segunda etapa es el largo
peregrinar del protagonista siguiendo los pasos de su padre por toda la geografía del
Perú. La estancia en Abancay constituye la tercera parte del viaje del protagonista;
Abancay romperá la idea del orden natural que Ernesto había aprendido con los indios,
porque en esa ciudad aparecerá materializado el mal. La última etapa del viaje de
Ernesto consiste en la vuelta a emprender el camino que lo integra con las sierras, los
ríos y el pasado, pues ese será, paradójicamente, su futuro. Son dos los narradores que
relatan los diferentes capítulos de la novela. Uno es el mismo protagonista que narra su
historia interior, y el otro es el narrador que narra la historia global. Pero se trata de un
narrador no del todo omnisciente, de una omnisciencia restringida que no cuenta más
allá de lo que podría saber Ernesto.
ARGUMENTO 6
En Los ríos profundos Arguedas presenta una visión del universo como un todo
interrelacionado y el acercamiento mágico a ese mundo consiste en intentar descubrir
los caminos subterráneos que se mueven entre los seres, las cosas y los valores
espirituales. Sin embargo esta percepción integradora y panteísta no es compartida por
todos los personajes de la novela, tan sólo por el pueblo indígena y por Ernesto, el
protagonista “introducido” por una infancia pasada en el ayllu y en su quebrada madre.
Esta magia es para Ernesto su guía vital y la encuentra en la memoria de las piedras
vírgenes del muro inca, de donde capta al palparlas con sus manos la ternura y
solidaridad de sus antepasados; la magia se encuentra de igual modo en los ríos, a los
que otorga el papel de divinidad purificadora ya que es sangre que desciende de la sierra
y trae consigo recuerdos de un pasado feliz. Esta magia también se apodera de su voz
convirtiéndola en canto y de este modo pasa a formar parte del lenguaje del mundo. Es
decir, aunque escrita en castellano, Los ríos profundos es una novela pensada y cantada
en quechua. El zumbaylú, que en un primer momento puede no parecer relacionado con
el pasado, representa en la novela la identidad profunda de la memoria, la naturaleza y
la música. Se trata de un simple trompo, que actúa como un objeto integrador que sirve
para hacer funcionar los recuerdos más recónditos. Para Ernesto es el instrumento ideal
en cuanto que es capaz de captar la interrelación existente entre los objetos. A la vez que
evoca a la Naturaleza es objeto pacificador que purifica los espacios negativos.
ARGUMENTO 7
La dimensión al mismo tiempo histórica y mítica de la obra de Arguedas parece evidente.
Pero la misma mirada que se fija en el pasado legendario evocando mitos de hace miles
de años, se fija también en el presente y mucho más en un futuro histórico que
reconcilie a los pueblos del Perú, en el que proyecta siempre la memoria de los mitos y el
recuerdo personal de su infancia. Este presente se hace visible en la revolución de las
chicheras, en el borracho que orina sobre el muro...Así, la misión de Ernesto es la de
recuperar el pasado y ser capaz de relacionarlo con el presente.
ARGUMENTO 8
Los ríos profundos es una novela que se sustenta sobre una antítesis. Esta antítesis
viene dada por dos grandes conceptos unidos al hombre desde su existencia: el Bien y el
Mal. Este ha sido el aspecto más estudiado de la obra, puesto que de aquí parten la
caracterización y clasificación de los personajes. Es interesante la clasificación que
establece Gladys Marín al respecto. Mantiene que el mundo del Colegio está marcado por
los signos del bien y del mal y que se da a lo largo de la historia un proceso de
transformación que lleva a unos a la liberación y a otro a la condenación.
CONCLUSIONES
La obra “Los Ríos Profundos”, refiere la política de conducción dentro del Internado a
cargo del Obispo de Abancay.
En la ciudad, la política gubernamental del Perú de aquel entonces, mantenía el
feudalismo peruano, permitiendo la existencia de los hacendados gamonales y la
servidumbre de los campesinos que no ejercían propiedad privada sobre las tierras que
trabajaban. También podemos considerar un valor social, porque muestra la
heterogeneidad de razas existentes en la educación de la escuela religiosa, refiriéndose
tanto de estudiantes provenientes de su casa como de los que permanecían en el
internado.
Arguedas narra la disconformidad y la lucha de la clase media conformado por las
comerciantes (chicheras) ante el desabastecimiento fortuito de la sal contra las
autoridades gubernamentales y empresarios que acaparaban con fines de elevar
precios.
En la obra distingo dos narradores: El narrador principal, un hombre adulto que evoca
su niñez, el segundo un narrador cognoscitivo cuya intervención es esporádica.
El sexto
Yawar fiesta
Todas las sangres
Los ríos profundos
A nuestro padre creador Túpac Amaru (himno canción
“El Sexto”
narra la experiencia carcelaria de Arguedas entre 1937 y 1938. (Foto:
Bereniz Tello)
Con motivo del aniversario 482 de Lima, durante todo el mes de
enero, la Biblioteca Mario Vargas Llosa de la Casa de la Literatura
Peruana reseñará diferentes libros en homenaje a la capital. Esta
semana, coincidiendo con el nacimiento de José María
Arguedas (1911-1969), presentamos su cuarta novela, El Sexto (1961),
que cuenta una marcante experiencia en la ciudad de Lima.
En esa lucha por sobrevivir y, más aún, por resistir a sus propios
ideales —la libertad, la compasión, el afecto, la solidaridad— lo llevaban
a buscar un horizonte por compartir. Aunque Gabriel ha hecho algunas
amistades, ni ellas mismas lo consideran totalmente afianzado al
bando. Él no es ni comunista ni aprista. Mientras todos se preocupan
por corresponder a los partidos a los cuales pertenecen, el accionar de
Gabriel no se entusiasma por lo colectivo. Más allá de las posiciones
partidarias, el autor se posiciona con sus preocupaciones
existenciales y sociales desde su individualidad. En una
conversación con un preso, el autor escribe: “Pero yo no soy comunista,
Cámac; muchos otros participan de los ideales de justicia y libertad,
acaso mejor que los comunistas”. No es la teoría, sino la conducta.
No son los ecos de grandes elaboraciones intelectuales las que
alejan a las gentes, sino el entusiasmo exagerado por moldear la
realidad a partir de ellas. Gabriel no es un idealista a partir de
dilemas metafísicos, sino un idealista sentimental. Más que
sensible, muchas veces el protagonista yace absorto e irresuelto por su
imperante fragilidad: añora la infancia, piensa en la música y canciones
significativas en su vida, intercambia recuerdos con amigos y
compañeros de celda.
Yawar Fiesta
(Fiesta de sangre)
es la primera novela del escritor peruano José María
Arguedas, publicada en 1941. Pertenece a la corriente
del indigenismo. Ambientada en el pueblo de Puquio (sierra
sur del Perú), relata la realización de una corrida de toros al
estilo andino (turupukllay) en el marco de una celebración
denominada yawar punchay. Según los críticos, es la más
lograda de las novelas de Arguedas. Se aprecia el esfuerzo del
autor por ofrecer una versión lo más auténtica posible de la
vida andina sin recurrir a los convencionalismos y al
paternalismo de la anterior literatura indigenista de
denuncia. Con esta novela se inaugura el llamado
neoindigenismo
Pueblo indio
Se describe a Puquio, “pueblo indio” conformado por cuatro ayllus o
barrios indios: Pichk’achuri, K’ayau, K’ollana y Chaupi. Entre ellos
existía rivalidad para demostrar quién sobresalía más. Los mistis o
principales del pueblo (blancos y mestizos) habían invadido el pueblo ya
hacía mucho tiempo atrás, constituyendo un barrio que después fue
conocido como el jirón Bolívar.16711
El despojo
En este capítulo se describe los abusos y robos que realizaban los
mistis contra los indios. Les arrebataban sus tierras mediante argucias
legales y convertían terrenos tradicionalmente dedicados al cultivo
de papa y trigo en alfalfares para alimentar al ganado, pues la venta de
carne era más rentable. Incluso invadieron las tierras altas o puna,
obligando a los indios de esa zona a entregarles ganado y a trabajar la
tierra como peones.
Wakawak’ras, trompetas de la tierra
Al acercarse las fiestas patrias del 28 de julio empiezan a oírse en el
pueblo el sonido de los wakawak’ras, trompetas indias hechas de
cuernos de toro y que anunciaban las corridas de toros al estilo indio
(turupukllay). Se comentaba que para esta ocasión el ayllu de K’ayau se
había comprometido a traer al toro Misitu, animal montaraz que vivía
en la puna, al cual hasta entonces nadie había podido sacarle de su
querencia.
K’ayau
Los del ayllu K’ayau lograron convencer al hacendado don Julián
Arangüena para que les cediera al Misitu, que pasteaba en las tierras
altas de su propiedad.19 Todos celebraron el acontecimiento y en el
pueblo no se hablaba sino de las próximas corridas que prometían ser
todo un acontecimiento. Hasta mistis como el negociante don Pancho
Jiménez se alegran, más no el Subprefecto, quien consideraba las
fiestas como algo bárbaro y pagano.
El circular
El Subprefecto anuncia la llegada de un circular de parte del Gobierno
por la cual se prohibían en toda la República las corridas de toro al
“estilo indio”, a fin de evitar muertos y heridos. Los vecinos principales
se dividen ante tal noticia: unos, encabezados por don Demetrio
Cáceres, están de acuerdo con abolir lo que consideran una costumbre
salvaje, mientras que otros, a través de la voz de don Pancho, solicitan
que al menos se permita ese año celebrar por última vez las corridas
según la costumbre india, pues los preparativos ya estaban avanzados.
El Subprefecto se muestra inflexible y advierte que castigará a quien se
atreva contradecirle. Don Pancho es encarcelado, acusado de revoltoso.
Las autoridades municipales aceptan lo ordenado en la circular y como
alternativa se acuerda la contratación de un torero profesional en Lima,
a fin de realizar corridas al estilo “civilizado”, es decir, español.
La autoridad
Enterados de la prohibición, los indios se reúnen en masa en la plaza
principal, donde el alcalde y el vicario logran tranquilizarlos,
garantizándoles que de todas maneras habría turupukllay. El
Subprefecto hace traer a su despacho a don Pancho, con quien tiene
una conversación muy accidentada; al final lo suelta, advirtiéndole que
no azuzara a los indios, pues de lo contrario volvería a prisión. Cuando
ya estaba don Pancho retirándose, caminando en medio de la plaza, el
Subprefecto ordena al Sargento que le dispare por la espalda, pero el
Sargento se niega a realizar tal villanía. Este capítulo nos muestra
descarnadamente la degeneración moral de las autoridades enviadas
desde la capital.
Los “serranos”
En este capítulo se describe la migración de miles de lucaninos hacia la
capital, lo cual fue posible gracias a la carretera de Puquio a Nazca, de
300 kilómetros, que los mismos puquianos construyeron en solo 28
días, dirigidos por el Vicario o cura del pueblo. La mayoría de los
inmigrantes andinos trabajan como obreros, empleados y sirvientes, e
invaden terrenos en los arenales donde construyen viviendas precarias,
aunque también llegan a Lima algunos mistis adinerados quienes
instalan negocios y compran terrenos para vivienda en zonas
residenciales. En general son tratados despectivamente por los limeños
y llamados “serranos” a modo de insulto. Los lucaninos residentes en
Lima forman una asociación para defenderse y apoyar a sus
coterráneos, el Centro Unión Lucanas. Su presidente es el estudiante
Escobar, un mestizo de Puquio, influenciado por el pensamiento
de José Carlos Mariátegui, sociólogo marxista.
El Misitu
En este capítulo se cuenta sobre el toro Misitu, que era un ser casi
legendario, pues los indios decían que no tenía padre ni madre sino que
había surgido de un remolino de las aguas de la laguna Torkok’ocha; su
fama sobrepasaba los límites de la provincia de Lucanas. Vivía en la
puna o zona alta, abrigado por los queñuales de Negromayo, en
K’oñani.24 El hacendado don Julián Arangüena había intentado
capturarlo, sin lograrlo, por lo que decidió regalarlo, primero a los
habitantes de K’oñani y finalmente a los de K’ayau.
La víspera
El Subprefecto llamó a su despacho a los principales vecinos para
acordar la manera prudente de hacer cumplir la circular sin causar el
malestar de los indios. Uno de los vecinos, don Demetrio, le informa del
plan del Vicario: harían construir un pequeño coso en la plaza de
Pichk’achuri y se convencería a los pobladores que era mejor espectar
allí el evento, en vez de usar todo el pampón de la plaza. También se les
persuadiría de evitar el uso de dinamita y el ingreso del público a la
arena, a fin de evitar muertos y heridos. Se informa también que ya en
Lima el Centro de Lucanas había contratado a un torero español para
enviarlo a Puquio. El Subprefecto acepta todos estos planes; el Vicario
cumple entonces su parte y convence a los varayok’s indios de construir
un pequeño coso con troncos de eucaliptos.
El auki
El narrador explica la relación y la veneración que tienen los puquianos
hacia los espíritus de los cerros, especialmente hacia el auki (jefe)
K’arwarasu, padre de todas las montañas de Lucanas. Los del ayllu de
K’ayau se encomiendan a él para lograr la captura del Misitu.
Encabezados por el varayok alcalde suben a su cumbre y entierran una
ofrenda. De regreso les acompaña el layka (brujo) de Chipau, quien se
ofrece a guiarlos a capturar al toro. Los de K’ayau logran lacear al
Misitu y lo llevan a rastras hacia el coso de Puquio. El layka es
destripado por el toro y su muerte se entiende como un sacrificio de
sangre para compensar el favor otorgado por el auki.
Yawar Fiesta
El día de la festividad patria apareció una multitud inmensa en Puquio,
proveniente de toda la provincia de Lucanas e incluso de otros lugares
más lejanos, para ver el evento taurino que se realizaría en
el coso armado en la plaza de Pichk’achuri. Mientras tanto, don Pancho
y don Julián fueron encerrados en la cárcel por órdenes del
Subprefecto, para evitar que revolvieran a los indios. El coso rebalsó y
muchos se quedaron en las afueras, insistiendo ingresar vanamente.
Apareció el Misitu en la Plaza y de inmediato ingresó el torero Ibarito II,
quien ante la música de los wakawakras y el canto lúgubre de las
mujeres, sintió inseguridad. Al principio capeó bien, pero luego el toro
buscó su cuerpo y trató de arrollarlo, aunque pudo escapar y refugiarse
en los escondederos. Ello provocó la burla de los indios, quienes
exigieron que salieran a torear los suyos: el Wallpa, el Honrao, el Raura,
el K’encho. El primero en ingresar fue Wallpa, quien luego de dos
hábiles capeadas, fue alcanzado por el toro, que incrustó uno de sus
cuernos en su ingle, clavándolo en uno de los troncos de la cerca. Los
demás toreros indios lograron con gran esfuerzo separar al toro del
cuerpo de Wallpa. El varayo’k alcalde de K’ayau alcanzó un cartucho de
dinamita al Raura, con el que finalmente hirieron mortalmente al toro,
mientras que Wallpa sangraba a borbotones por la pierna, inundando el
suelo con su sangre. El alcalde le dijo entonces al Subprefecto que así
eran sus fiestas, el yawar punchay verdadero.
II. LOS VIAJES.
No teníamos una residencia fija mi padre fue un abogado, viajábamos
por valles cálidos, siempre junto a un rio pequeño, permanecíamos en
un lugar por tiempo corto, decidía irse de un pueblo a otro cuando las
montañas, los caminos, los campos de juego, el lugar donde duermen
los pájaros, cuando los detalles del pueblo empezaban a formar parte de
la memoria. Un día llegamos a un pueblo, cuyos vecinos principales
odiaban a los forasteros, los niños odiaban a los pájaros los mataban,
Yo abandoné ese pueblo cuando los indios velaban su cruz en medio de
la plaza, salí a pie hacia Huancayo, en ese pueblo nos quisieron matar
de hambre, apostaron un celador en cada esquina de nuestra casa para
amenazar a los litigantes que acudían al estudio. Mi padre viajaría en
camión al amanecer, yo salí a pie en la noche. Un día Llegamos Yauyos,
una quebrada pequeña sobre un afluente del rio Cañete, allí los
pobladores mataban a los loros que se posaban en los árboles, pasamos
por Huancapi, donde estuvimos solo unos días, era una quebrada
ancha y fría cerca de la cordillera, sobre los techos de paja de las casa
tenían nieve, las cruces de las de los techos también tenían hielo. Nos
dirigimos a Cangallo bajamos hacia el fondo del valle, íbamos buscando
al gran rio, era el Pampas, extenso que pasaba por las regiones
templadas. De Cangallo viajamos a Huamanga, allí encontramos a los
indios morochucos, jinetes de rostro europeo, cuatreros legendarios son
descendientes de los almagristas excomulgados que se refugiaron en
esa pampa, fría, inhospitalaria y estéril.
III. LA DESPEDIDA.
Nos enrumbamos para Abancay, llegamos, al llegar repicaban las
campanas todas las mujeres y una parte de los hombres rezaban en las
calles de rodillas. Mi padre preguntó a una mujer la razón, y contestó:
“están operando en el Colegio al padre Linares, santo predicador de
Abancay y Director del Colegio”, entonces nos arrodillamos y rezamos
también.
IV. LA HACIENDA.
El hacendado: canta y baila en la fiesta del pueblo, visten de casimir,
montan en su caballo y cruza la plaza a galope, se emborrachan y
vigilan a los indios cara a cara. La casa del hacendado tiene un patio y
un corral, un corredor, una dispensa, un troje, una sala amueblada con
bancas y sillones antiguos de madera. El hacendado es siempre el
mayordomo de las fiestas. El patrón y su familia vivían como
extraviados en la inmensa villa. Los indios y las mujeres no hablaban
con los forasteros, un día quise hablarles, pero me rechazaron por ello
el Padre Director del Colegio me llamaba: “loco” y “tonto vagabundo”.
Me angustiaba no ver a mi padre, por eso a veces quería alcanzarlo, en
donde estaba, pero respetaba la decisión y espere contemplándolo todo.
Recordaba el canto de despedida del último ayllu que me acogió, por lo
cruel que me trataban mis parientes, mientras mi papá viajaba
perseguido, cuando volvió no dejamos de viajar juntos. Los hacendados
solo venían al colegio a visitar al padre director, las mujeres, jóvenes y
hombres los consideran un santo.
V. PUENTE SOBRE EL MUNDO.
“¡Pachachaca! Puente sobre el mundo significa este nombre.” Y
Huanupata era el único barrio donde había chicherías, los sábados y
domingos tocaban arpa y violín, en las de mayor clientela tocaban
huaynos y marinera y la fama se fundaba muchas veces en la
hermosura de las mestizas que servía con su alegría y condescendencia,
venían gente de los Andes, y pedían su música al que tocaba el violín,
yo iba a las chicherías a oír cantar y a buscar a los indios de la
hacienda. Había muchos descampados, en esos campos jugaban los
alumnos del colegio, jugábamos a los “peruanos” y “chilenos”,
justamente un chileno era “Añuco” un alumno pobre que era hijo de un
hacendado que por juegos lo perdió todo, y a pesar de su absoluta
pobreza, era distinguido en el colegio tenía su protector otro alumno
apellidado Lleras, este era altanero, hosco, abusivo, y caprichoso. El
“Añuco” contaba ya con catorce años de edad. En las noches algunos
internos tocaban armónica, pero nadie tocaba mejor que Romero, el alto
y aindiado rondinista de Andahuaylas.
Ciertas noches entraba a la alcoba del padre una mujer demente, que
servía de ayudante de cocina, los alumnos mayores también lo
tumbaban al suelo para abusarla. Palacios era el interno más pequeño
y humilde había venido de la aldea de la cordillera. Hubo un día en que
el Lleras había desnudado a la demente y exigía que el humilde
Palacios se echara en su encima, todos lo defendimos.
Los ríos fueron siempre míos, recordaba el valle de los Molinos, ahí
había cinco molinos que eran movidos por el agua de un rio pequeño,
en esa quebrada viví abandonado durante varios meses por ello los días
domingos salía precipitadamente del colegio a recorrer los campos y
aturdirme con el fuego del valle.
VI. ZUMBAYLLU.
Yllu representa en una de sus formas la música que producen las
pequeñas alas en el vuelo. Illa nombra a cierta especie de luz, y a los
monstros que nacieron heridos por los rayos de la Luna.
VII. EL MOTIN.
Antero busco al Flaco Rondinel y le explicó, que tampoco yo quería
pelear entonces amistamos e hicimos bailar el zumbayllu, ante la
sorpresa de todos. A las doce una multitud de mujeres protestan contra
el robo de la sal, el que la guía es una chichera famosa, gorda, la
multitud de mujeres coreaban en quechua: ¡Manan! ¡Kunankamallam
suark´aku…! Decía. (¡No! ¡Solo hasta hoy robaron la sal!), hace su
aparición el padre director, escoltado por dos frailes y se abren paso
entre la multitud. El padre trata de calmarlas pero no se puede
protestan porque se había vendido la sal para las vacas de la hacienda,
y el pueblo estaba primero, entonces toda la multitud se dirige a la
oficina del estanco de la sal, Antero y yo lo seguimos, sacan
instantáneamente cuarenta costales de sal al patio y empiezan a
repartirlo con suma tranquilidad y orden, “para los pobres de
Patibamba tres sacos” dijeron. En el patio encontraron también
cuarenta mulas cargados con costales de sal, las mujeres cantaban de
alegría. Entonces nos dirigimos a Patibamba y entramos a la Hacienda
donde estaban los colonos y repartieron la sal a las mujeres y niños
todas las mujeres se acercaron al sitio de reparto.
VIII. QUEBRADA HONDA.
El Padre Director me llevó a la capilla y me azotó por seguir a la
indiada, dijo, al día siguiente me llevó rumbo a Patibamba, allí dio un
sermón y los indios y las indias, de la hacienda se arrodillaron y
lloraron yo también hice lo mismo, luego me envió de regreso al Colegio
en el anca de un caballo, lo guiaba un mayordomo, me comento que
venía la tropa, para dar un escarmiento a todas las que habían asaltado
la Salinera.
IX. CAL Y CANTO.
¡Mueran las chicheras! ¡La machorra doña Felipa! ¡Viva el Coronel! ¡El
glorioso regimiento!, escuchamos.
X. YAWAR MAYU.
Palacitos pregunto al Padre Carpena: ¿se va el Hermano?, ¿se va el
“Añuco”? No sé nada le contesto secamente el Padre. La luna
menguante alumbraba el patio. Dos caballos ensillados esperaban en la
escalera. Un hombre le toma de la brida. Salió de su cuarto el Hermano
y la luna iluminó el hábito blanco, salió después el “Añuco”. El
Hermano me tocó la cabeza con las manos y me besó, cuando llegó el
“Añuco” y la claridad de la luna iluminó sus ojos hundidos, no pude
contener el llanto “adiós” me dijo, y me dio la mano. Bajó las gradas,
montaron. El “Añuco” partió primero, se volvió y nos hizo una señal de
adiós. Palacitos lloró.
XI. LOS COLONOS.
A doña Felipa no la pudieron encontrar los guardias que la buscaban se
extraviaron, con datos falsos que daba la gente. Se marchó el
regimiento de la ciudad. Yo no pude comprender como muchas de las
señoritas que vi en el parque durante la retreta lloraban por los
militares. No lo comprendía, me causaba sufrimiento. Recordé a la opa
trepando a la cruz sacando el rebozo de doña Felipa, en el puente de
Pachachaca. ¿Para que servían los militares? Reflexioné. Palacios se
alegró porque venía su papá a visitarlo. Antero se alejó de mí. Se hizo
amigo de Gerardo hijo del comandante se convirtió en su héroe recién
llegado. Pablo el hermano de Gerardo se hizo amigo de Valle. En el
extremo del patio oscuro cave con mis dedos un hueco, con un vidrio
fino me ayude para ahondarlo, y allí enterré el zumbayllu que fue regalo
de Antero. Lo tire al fondo, palpándolo con mis dedos y lo sepulté.
Apisone bien la tierra. Me sentí aliviado.
Tus ojos de serpiente dios que brillaban como el cristalino de todas las
águilas, pudieron ver el porvenir, pudieron ver lejos. Aquí estoy, fortalecido
por tu sangre, no muerto, gritando todavía.
Estoy gritando, soy tu pueblo; tú hiciste de nuevo mi alma; mis lágrimas las
hiciste de nuevo; mi herida ordenaste que no se cerrara, que doliera cada vez
más. Desde el día en que tú hablaste, desde el tiempo en que luchaste con el
acerado y sanguinario español, desde el instante en que le escupiste a la
cara; desde cuando tu hirviente sangre se derramó sobre la hirviente tierra,
en mi corazón se apagó la paz y la resignación. No hay sino fuego, no hay
sino odio de serpiente contra los demonios, nuestros amos.
Está cantando el río,
está llorando la calandria,
está dando vueltas el viento;
día y noche la paja de la estepa vibra;
nuestro río sagrado está bramando;
en las crestas de nuestros Wamanis montañas,
en su dientes, la nieve gotea y brilla.
¿En dónde estás desde que te mataron por nosotros?
Padre nuestro, escucha atentamente la voz de nuestros ríos; escucha a los
temibles árboles de la gran selva; el canto endemoniado, blanquísimo del mar;
escúchalos, padre mío, Serpiente Dios. ¡Estamos vivos; todavía somos! Del
movimiento de los ríos y las piedras, de la danza de árboles y montañas, de
su movimiento, bebemos sangre poderosa, cada vez más fuerte. ¡Nos
estamos levantando, por tu casa, recordando tu nombre y tu muerte!
En los pueblos, con su corazón pequeñito, están llorando los niños.
En las punas, sin ropa, sin sombrero, sin abrigo, casi ciegos, los hombres
están llorando, más tristes, más tristemente que los niños.
Bajo la sombra de algún árbol, todavía llora el hombre, Serpiente Dios, más
herido que en tu tiempo; perseguido, como filas de piojos.
¡Escucha la vibración de mi cuerpo! Escucha el frío de mi sangre, su temblor
helado.
Escucha sobre el árbol de lambras el canto de la paloma abandonada,
nunca amada;
el llanto dulce de los no caudalosos ríos, de los manantiales que suavemente
brotan al mundo.
¡Somos aún, vivimos!
De tu inmensa herida, de tu dolor que nadie habría podido cerrar, se levanta
para nosotros la rabia que hervía en tus venas. Hemos de alzarnos ya, padre,
hermano nuestro, mi Dios Serpiente. Ya no le tenemos miedo al rayo de
pólvora de los señores, a las balas y la metralla, ya no le tememos tanto.
¡Somos todavía! Voceando tu nombre, como los ríos crecientes y el fuego que
devora la paja madura, como las multitudes infinitas de las hormigas
selváticas, hemos de lanzarnos, hasta que nuestra tierra sea de veras
nuestra tierra y nuestros pueblos nuestros pueblos.