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Temática y relación de obras

Lee atentamente los resúmenes de las obras de referencia,


luego del que más te agrade ubica la problemática que
pueda estar asociada con tú realidad o realidad local,
nacional, luego argumenta dicha problemática siguiendo el
esquema que se propone a continuación. No olvides que
tiene que ser redactado en ARIAL N° 12 con las medidas
correspondientes.

Terminada la redacción de tu ensayo derivarlo al WhatsApp


personal de su maestra en formato WORD.

Escribimos nuestro ensayo argumentativo

En esta actividad recordaremos la estructura del ensayo argumentativo. También planificamos,


escribiremos y revisaremos para dar a conocer nuestra postura y los argumentos que sustentan a la tesis,
con el fin de generar reflexión y conciencia en nuestro entorno.

El ensayo argumentativo es un escrito libre en el que se propone y defiende una idea o postura personal
sobre un tema o problemática determinada. Tiene como propósito defender una tesis y convencer al lector
mediante el uso de argumentos.                  

 ESTRUCTURA DEL ENSAYO 

 Introducción. - Capta la atención del lector. Presenta el tema que se va a tratar, la tesis (idea principal)
que se pretende sustentar a lo largo del texto. Incluye la forma en que se piensa0 abordar y desarrollar
el tema.
Desarrollo. -   Presenta de forma ordenada, toda la información y argumentos necesarios para apoyar
y/o defender la tesis planteada. Procura incluir información válida que sirva como referente teórico para
fundamentar las apreciaciones personales.

Conclusión. - Sintetiza las informaciones presentadas en el Desarrollo y se retoma la tesis y la oración


tópica incluidas en la introducción. Se puede establecer ciertas soluciones y proponer algunas líneas de
análisis para futuras reflexiones o investigaciones.         

Planificamos la redacción de nuestro


ensayo                                                                   

Plan de escritura

Paso 1: Definimos el propósito, el público, el registro y la extensión

¿Con qué intención o propósito vamos a


escribir el ensayo?

¿A quién(es) va dirigido?

¿Qué tipo de lenguaje utilizaré?

¿Cuántos argumentos y premisas utilizaré?

Paso 2: Planteamos la tesis y los argumentos

¿Cuál es la postura que asumiré frente al


tema propuesto?

¿Cuáles serán mis argumentos?  

¿Qué ejemplos puedo considerar?

¿A qué tipo de fuentes recurriré para


apoyar mis argumentos?

Después de leer la lectura de tu obra,


completa el siguiente cuadro

Tesis:     .....................................................................
...................................................................................
.........................

...................................................................................
...................................................................................
.......................

Argumentos
1.

2.

3.

Ejemplo de un ensayo literario

JOSE MARÍA ARGUEDAS

INTRODUCCIÓN
Los ríos profundos, publicado en 1958, es una novela del escritor peruano José María
Arguedas. 
Tiene hondas raíces autobiográficas. Ernesto, su protagonista y narrador en primera
persona, es hijo de blancos, pero sus primeros años transcurren en una comunidad
india, cuyo mundo primitivo, puro, sumergido en la naturaleza y entretejido de magia,
será constantemente el refugio de sus recuerdos y nostalgias.
El título de la obra alude a la profundidad de los ríos andinos, que nacen en la cima de
la Cordillera de los Andes, pero a la vez se refiere a las sólidas y ancestrales raíces de la
cultura andina, la que, según Arguedas, es la verdadera identidad nacional del Perú.
Según la crítica especializada, esta novela marcó el comienzo de la corriente
neoindigenista, pues presentaba por primera vez una lectura del problema del indio
desde una perspectiva más cercana. 
Fama que va a compartir con el escritor mexicano Juan Rulfo. La mayoría de los críticos
coinciden en que esta novela es la obra maestra de Arguedas.

ARGUMENTOS:
ARGUMENTO 1
Los ríos profundos son para muchos la síntesis más perfecta del mundo andino y el
español. Su autor, el escritor y antropólogo peruano José María Arguedas, concibe toda
su literatura alrededor de un proyecto: un país dividido entre dos culturas (la andina, de
origen quechua, y la urbana, de raíces europeas) que deben integrarse en una relación
armónica de carácter mestizo. Y resulta ser en esta obra, "Los ríos profundos"; donde
mejor se plasman los grandes dilemas, angustias y esperanzas que ese proyecto
plantea. 

ARGUMENTO 2
Teniendo en cuenta que se trata de una novela de corte autobiográfico, la época en que
está ambientada la narración es la década de 1920, bajo el oncenio de Augusto B.
Leguía. Para ser más exactos, fue el año de 1924 en que Arguedas estudió el quinto de
primaria en el colegio de Abancay, dirigido por los padres mercedarios.
ARGUMENTO 3
Se trata de una novela de formación articulada sobre dos pilares estructurales de
dilatada tradición literaria, como son, por un lado el motivo del viaje y por el otro el del
héroe adolescente que protagoniza el tránsito de la infancia a la edad adulta. Ambos
motivos son de fácil rastreo a lo largo de la literatura, tanto aislados como combinados,
arrancados, desde la Biblia y la épica clásica, pasando por la picaresca hasta llegar a la
literatura del siglo XX.

ARGUMENTO 4
La novela narra el proceso de maduración de Ernesto, un muchacho de 14 años quien
debe enfrentar a las injusticias del mundo adulto del que empieza a formar parte y en el
que debe elegir un camino. El relato empieza en el Cuzco, ciudad a la que arriban
Ernesto y su padre, Gabriel, un abogado itinerante, en busca de un pariente rico
denominado El Viejo, con el propósito de solicitarle trabajo y amparo. Pero no tienen
éxito. Entonces reemprenden sus andanzas a lo largo de muchas ciudades y pueblos del
sur peruano. En Abancay, Ernesto es matriculado como interno en un colegio religioso
mientras su padre continúa sus viajes en busca de trabajo. Ernesto tendrá entonces que
convivir con los alumnos del internado que son un microcosmos de la sociedad peruana
y donde priman normas crueles y violentas. Más adelante, ya fuera de los límites del
colegio, el amotinamiento de un grupo de chicheras exigiendo el reparto de la sal, y la
entrada en masa de los colonos o campesinos indios a la ciudad que venían a pedir una
misa para las víctimas de la epidemia de tifo, originará en Ernesto una profunda toma de
conciencia: elegirá los valores de la liberación en vez de la seguridad económica. Con ello
culmina una fase de su proceso de aprendizaje. La novela finaliza cuando Ernesto
abandona Abancay y se dirige a una hacienda de propiedad de «El Viejo», situada en el
valle del Apurímac, a la espera del retorno de su padre.
ARGUMENTO 5
El viaje de Ernesto, el protagonista de la novela, pasa por tres etapas. La corta estancia
en Cuzco conforma la primera etapa del viaje iniciático de Ernesto; Cuzco es ciudad
sagrada y centro del mundo en el que se unen cielo y tierra. La segunda etapa es el largo
peregrinar del protagonista siguiendo los pasos de su padre por toda la geografía del
Perú. La estancia en Abancay constituye la tercera parte del viaje del protagonista;
Abancay romperá la idea del orden natural que Ernesto había aprendido con los indios,
porque en esa ciudad aparecerá materializado el mal. La última etapa del viaje de
Ernesto consiste en la vuelta a emprender el camino que lo integra con las sierras, los
ríos y el pasado, pues ese será, paradójicamente, su futuro. Son dos los narradores que
relatan los diferentes capítulos de la novela. Uno es el mismo protagonista que narra su
historia interior, y el otro es el narrador que narra la historia global. Pero se trata de un
narrador no del todo omnisciente, de una omnisciencia restringida que no cuenta más
allá de lo que podría saber Ernesto.

ARGUMENTO 6
En Los ríos profundos Arguedas presenta una visión del universo como un todo
interrelacionado y el acercamiento mágico a ese mundo consiste en intentar descubrir
los caminos subterráneos que se mueven entre los seres, las cosas y los valores
espirituales. Sin embargo esta percepción integradora y panteísta no es compartida por
todos los personajes de la novela, tan sólo por el pueblo indígena y por Ernesto, el
protagonista “introducido” por una infancia pasada en el ayllu y en su quebrada madre.
Esta magia es para Ernesto su guía vital y la encuentra en la memoria de las piedras
vírgenes del muro inca, de donde capta al palparlas con sus manos la ternura y
solidaridad de sus antepasados; la magia se encuentra de igual modo en los ríos, a los
que otorga el papel de divinidad purificadora ya que es sangre que desciende de la sierra
y trae consigo recuerdos de un pasado feliz. Esta magia también se apodera de su voz
convirtiéndola en canto y de este modo pasa a formar parte del lenguaje del mundo. Es
decir, aunque escrita en castellano, Los ríos profundos es una novela pensada y cantada
en quechua. El zumbaylú, que en un primer momento puede no parecer relacionado con
el pasado, representa en la novela la identidad profunda de la memoria, la naturaleza y
la música. Se trata de un simple trompo, que actúa como un objeto integrador que sirve
para hacer funcionar los recuerdos más recónditos. Para Ernesto es el instrumento ideal
en cuanto que es capaz de captar la interrelación existente entre los objetos. A la vez que
evoca a la Naturaleza es objeto pacificador que purifica los espacios negativos. 
ARGUMENTO 7
La dimensión al mismo tiempo histórica y mítica de la obra de Arguedas parece evidente.
Pero la misma mirada que se fija en el pasado legendario evocando mitos de hace miles
de años, se fija también en el presente y mucho más en un futuro histórico que
reconcilie a los pueblos del Perú, en el que proyecta siempre la memoria de los mitos y el
recuerdo personal de su infancia. Este presente se hace visible en la revolución de las
chicheras, en el borracho que orina sobre el muro...Así, la misión de Ernesto es la de
recuperar el pasado y ser capaz de relacionarlo con el presente.
ARGUMENTO 8
Los ríos profundos es una novela que se sustenta sobre una antítesis. Esta antítesis
viene dada por dos grandes conceptos unidos al hombre desde su existencia: el Bien y el
Mal. Este ha sido el aspecto más estudiado de la obra, puesto que de aquí parten la
caracterización y clasificación de los personajes. Es interesante la clasificación que
establece Gladys Marín al respecto. Mantiene que el mundo del Colegio está marcado por
los signos del bien y del mal y que se da a lo largo de la historia un proceso de
transformación que lleva a unos a la liberación y a otro a la condenación.
CONCLUSIONES
La obra “Los Ríos Profundos”, refiere la política de conducción dentro del Internado a
cargo del Obispo de Abancay.
En la ciudad, la política gubernamental del Perú de aquel entonces, mantenía el
feudalismo peruano, permitiendo la existencia de los hacendados gamonales y la
servidumbre de los campesinos que no ejercían propiedad privada sobre las tierras que
trabajaban. También podemos considerar un valor social, porque muestra la
heterogeneidad de razas existentes en la educación de la escuela religiosa, refiriéndose
tanto de estudiantes provenientes de su casa como de los que permanecían en el
internado.
Arguedas narra la disconformidad y la lucha de la clase media conformado por las
comerciantes (chicheras) ante el desabastecimiento fortuito de la sal contra las
autoridades gubernamentales y empresarios que acaparaban con fines de elevar
precios. 
En la obra distingo dos narradores: El narrador principal, un hombre adulto que evoca
su niñez, el segundo un narrador cognoscitivo cuya intervención es esporádica.
 El sexto
 Yawar fiesta
 Todas las sangres
 Los ríos profundos
 A nuestro padre creador Túpac Amaru (himno canción

“El Sexto”
narra la experiencia carcelaria de Arguedas entre 1937 y 1938. (Foto:
Bereniz Tello)
Con motivo del aniversario 482 de Lima, durante todo el mes de
enero, la Biblioteca Mario Vargas Llosa de la Casa de la Literatura
Peruana reseñará diferentes libros en homenaje a la capital. Esta
semana, coincidiendo con el nacimiento de José María
Arguedas (1911-1969), presentamos su cuarta novela, El Sexto (1961),
que cuenta una marcante experiencia en la ciudad de Lima.

Por Manuel Barrós Alcántara, Biblioteca Mario Vargas Llosa

El Sexto es una novela corta que narra la experiencia carcelaria de


Arguedas entre 1937 y 1938 en uno de los penales más conocidos de
la capital. Gabriel Osborno, alter ego del autor, es un estudiante
universitario que fue preso por su actividad como líder estudiantil.
Joven e idealista, la prisión significará para él conocer de cerca el
mundo criminal. Obligado a convivir con asesinos, maleantes y
detenidos de todo tipo, Gabriel ve amenazada su vida y su sensibilidad
al entrar en contacto con la escoria criminal de la cual empieza a formar
parte.  En el desarrollo del relato encontramos tres ejes
constitutivos que nos dan a conocer esa experiencia: los diversos
registros políticos de lo carcelario, el envilecimiento de los reos y
los ideales del protagonista a partir de un horizonte étnico
compartido. Son esos tres matices los que configuran el horror de los
once meses que el autor estuvo preso. De ahí que en la obra, todo es
decadencia y desengaño por parte del joven estudiante, por parte del
propio Arguedas.
La política lo impregna todo, espacialmente, en su forma más baja, la
politiquería. Esto lo encontramos a través de los apristas y comunistas,
bandos que se disputan el dominio de los tres pisos del presidio. En el
contexto del gobierno militar de Óscar R. Benavides (1936-1939), ambos
partidos eran clandestinos, ya que todas las agrupaciones políticas que
no tuvieran un origen nacional fueron declaradas ilegales. Cuando
Gabriel ingresa al penal, lo que encuentra no son divisiones de
clases sociales que estratificaran la cárcel, pues la miseria y la
inmundicia lo impregnan todo. Él percibe que los hombres se
enfrentan y desunen por criterios y politizaciones marcadamente
partidarias. Le sorprende que El Sexto asemeje la escindida
realidad nacional de la cual es víctima. Además, en el día a día
cualquier diferencia entre los presos es motivo para la politización del
conflicto, pues allí parten y culminan todas las pugnas internas. Por
eso, el intercambio de discursos efectistas, las manipulaciones, las
actitudes tendenciosas y las malas intenciones concentran la expresión
cotidiana de la maledicencia en la prisión.

A pequeña escala, la cárcel concentra el caos y violencia imperantes en


la ciudad. Para el protagonista El Sexto es consecuencia del sistema
racista, excluyente y elitista que impera en el Perú. Son las
tensiones sociales, los conflictos a nivel material y simbólico las que
conducen a la sociedad a una inevitable crueldad. De ahí que el
envilecimiento de los internos sea una respuesta, muchas veces
necesaria, para la supervivencia en el medio carcelario. La historia
proviene y deviene en la brutalidad y enajenamiento de los presos. Las
violaciones, acuchillamientos, complots y negociaciones internas
transcurren en la novela como pasajes fundamentales no solo de la
historia que se cuenta, sino, sobre todo, del devenir de la vida limeña
que en una prisión se suscitan. Tras ello se atisba mucho más que
costumbres carcelarias; hay un factor social más marcado. Los rezagos
de las organizaciones políticas agravan las consecuencias sociales de
las estructuras económicas y convierten la cárcel en un espacio de una
disputada conquista colectiva. Una y otra vez El Sexto se impone como
un bloque y ante él hay que tomar un bando.

En esa lucha por sobrevivir y, más aún, por resistir a sus propios
ideales —la libertad, la compasión, el afecto, la solidaridad— lo llevaban
a buscar un horizonte por compartir. Aunque Gabriel ha hecho algunas
amistades, ni ellas mismas lo consideran totalmente afianzado al
bando. Él no es ni comunista ni aprista. Mientras todos se preocupan
por corresponder a los partidos a los cuales pertenecen, el accionar de
Gabriel no se entusiasma por lo colectivo. Más allá de las posiciones
partidarias, el autor se posiciona con sus preocupaciones
existenciales y sociales desde su individualidad. En una
conversación con un preso, el autor escribe: “Pero yo no soy comunista,
Cámac; muchos otros participan de los ideales de justicia y libertad,
acaso mejor que los comunistas”. No es la teoría, sino la conducta.
No son los ecos de grandes elaboraciones intelectuales las que
alejan a las gentes, sino el entusiasmo exagerado por moldear la
realidad a partir de ellas. Gabriel no es un idealista a partir de
dilemas metafísicos, sino un idealista sentimental. Más que
sensible, muchas veces el protagonista yace absorto e irresuelto por su
imperante fragilidad: añora la infancia, piensa en la música y canciones
significativas en su vida, intercambia recuerdos con amigos y
compañeros de celda.

El oscilante registro emocional de Gabriel conduce su individualismo y


lo lleva a la valoración de otros aspectos de la vida en la
prisión. Aunque no lo dice textualmente, el autor sugiere que la
verdadera reconciliación de la sociedad yace en compartir el acervo
cultural del Perú, ese que los presos comparten sin siquiera saberlo
y que los hace herederos de la diversidad nacional. El autor matiza
el relato a través de ciertas manifestaciones culturales, musicales y
dancísticas; lo vuelve un muestrario de las diferencias y proximidades
étnicas que hay entre los presos. Ahí, más que una danza o forma
musical específica, el uso que este recurso tiene en el relato es el
divertimento, la mansedumbre e, incluso, la compasión. Pero en la
cárcel, este como cualquier otro detalle sentimental, era visto como
mera ingenuidad, una cojera al momento de actuar. En su alter ego,
Arguedas ensaya lo que paralelamente y a futuro se convertiría en
una de sus principales aportes a la cultura nacional: la valorización,
el rescate y el impulso a las entonces formas actuales de las
culturas nacionales, especialmente, la andina. Frente a la violencia
y la miseria, Gabriel militaba desde su frágil sensibilidad. Era así
como desplegaba el ejercicio de su libertad.

Yawar Fiesta
(Fiesta de sangre)
es la primera novela del escritor peruano José María
Arguedas, publicada en 1941. Pertenece a la corriente
del indigenismo. Ambientada en el pueblo de Puquio (sierra
sur del Perú), relata la realización de una corrida de toros al
estilo andino (turupukllay) en el marco de una celebración
denominada yawar punchay. Según los críticos, es la más
lograda de las novelas de Arguedas. Se aprecia el esfuerzo del
autor por ofrecer una versión lo más auténtica posible de la
vida andina sin recurrir a los convencionalismos y al
paternalismo de la anterior literatura indigenista de
denuncia. Con esta novela se inaugura el llamado
neoindigenismo
Pueblo indio
Se describe a Puquio, “pueblo indio” conformado por cuatro ayllus o
barrios indios: Pichk’achuri, K’ayau, K’ollana y Chaupi. Entre ellos
existía rivalidad para demostrar quién sobresalía más. Los mistis o
principales del pueblo (blancos y mestizos) habían invadido el pueblo ya
hacía mucho tiempo atrás, constituyendo un barrio que después fue
conocido como el jirón Bolívar.16711
El despojo
En este capítulo se describe los abusos y robos que realizaban los
mistis contra los indios. Les arrebataban sus tierras mediante argucias
legales y convertían terrenos tradicionalmente dedicados al cultivo
de papa y trigo en alfalfares para alimentar al ganado, pues la venta de
carne era más rentable. Incluso invadieron las tierras altas o puna,
obligando a los indios de esa zona a entregarles ganado y a trabajar la
tierra como peones.
Wakawak’ras, trompetas de la tierra
Al acercarse las fiestas patrias del 28 de julio empiezan a oírse en el
pueblo el sonido de los wakawak’ras, trompetas indias hechas de
cuernos de toro y que anunciaban las corridas de toros al estilo indio
(turupukllay). Se comentaba que para esta ocasión el ayllu de K’ayau se
había comprometido a traer al toro Misitu, animal montaraz que vivía
en la puna, al cual hasta entonces nadie había podido sacarle de su
querencia.
K’ayau
Los del ayllu K’ayau lograron convencer al hacendado don Julián
Arangüena para que les cediera al Misitu, que pasteaba en las tierras
altas de su propiedad.19 Todos celebraron el acontecimiento y en el
pueblo no se hablaba sino de las próximas corridas que prometían ser
todo un acontecimiento. Hasta mistis como el negociante don Pancho
Jiménez se alegran, más no el Subprefecto, quien consideraba las
fiestas como algo bárbaro y pagano.
El circular
El Subprefecto anuncia la llegada de un circular de parte del Gobierno
por la cual se prohibían en toda la República las corridas de toro al
“estilo indio”, a fin de evitar muertos y heridos. Los vecinos principales
se dividen ante tal noticia: unos, encabezados por don Demetrio
Cáceres, están de acuerdo con abolir lo que consideran una costumbre
salvaje, mientras que otros, a través de la voz de don Pancho, solicitan
que al menos se permita ese año celebrar por última vez las corridas
según la costumbre india, pues los preparativos ya estaban avanzados.
El Subprefecto se muestra inflexible y advierte que castigará a quien se
atreva contradecirle. Don Pancho es encarcelado, acusado de revoltoso.
Las autoridades municipales aceptan lo ordenado en la circular y como
alternativa se acuerda la contratación de un torero profesional en Lima,
a fin de realizar corridas al estilo “civilizado”, es decir, español.
La autoridad
Enterados de la prohibición, los indios se reúnen en masa en la plaza
principal, donde el alcalde y el vicario logran tranquilizarlos,
garantizándoles que de todas maneras habría turupukllay. El
Subprefecto hace traer a su despacho a don Pancho, con quien tiene
una conversación muy accidentada; al final lo suelta, advirtiéndole que
no azuzara a los indios, pues de lo contrario volvería a prisión. Cuando
ya estaba don Pancho retirándose, caminando en medio de la plaza, el
Subprefecto ordena al Sargento que le dispare por la espalda, pero el
Sargento se niega a realizar tal villanía. Este capítulo nos muestra
descarnadamente la degeneración moral de las autoridades enviadas
desde la capital.
Los “serranos”
En este capítulo se describe la migración de miles de lucaninos hacia la
capital, lo cual fue posible gracias a la carretera de Puquio a Nazca, de
300 kilómetros, que los mismos puquianos construyeron en solo 28
días, dirigidos por el Vicario o cura del pueblo. La mayoría de los
inmigrantes andinos trabajan como obreros, empleados y sirvientes, e
invaden terrenos en los arenales donde construyen viviendas precarias,
aunque también llegan a Lima algunos mistis adinerados quienes
instalan negocios y compran terrenos para vivienda en zonas
residenciales. En general son tratados despectivamente por los limeños
y llamados “serranos” a modo de insulto. Los lucaninos residentes en
Lima forman una asociación para defenderse y apoyar a sus
coterráneos, el Centro Unión Lucanas. Su presidente es el estudiante
Escobar, un mestizo de Puquio, influenciado por el pensamiento
de José Carlos Mariátegui, sociólogo marxista.
El Misitu
En este capítulo se cuenta sobre el toro Misitu, que era un ser casi
legendario, pues los indios decían que no tenía padre ni madre sino que
había surgido de un remolino de las aguas de la laguna Torkok’ocha; su
fama sobrepasaba los límites de la provincia de Lucanas. Vivía en la
puna o zona alta, abrigado por los queñuales de Negromayo, en
K’oñani.24 El hacendado don Julián Arangüena había intentado
capturarlo, sin lograrlo, por lo que decidió regalarlo, primero a los
habitantes de K’oñani y finalmente a los de K’ayau.
La víspera
El Subprefecto llamó a su despacho a los principales vecinos para
acordar la manera prudente de hacer cumplir la circular sin causar el
malestar de los indios. Uno de los vecinos, don Demetrio, le informa del
plan del Vicario: harían construir un pequeño coso en la plaza de
Pichk’achuri y se convencería a los pobladores que era mejor espectar
allí el evento, en vez de usar todo el pampón de la plaza. También se les
persuadiría de evitar el uso de dinamita y el ingreso del público a la
arena, a fin de evitar muertos y heridos. Se informa también que ya en
Lima el Centro de Lucanas había contratado a un torero español para
enviarlo a Puquio. El Subprefecto acepta todos estos planes; el Vicario
cumple entonces su parte y convence a los varayok’s indios de construir
un pequeño coso con troncos de eucaliptos.
El auki
El narrador explica la relación y la veneración que tienen los puquianos
hacia los espíritus de los cerros, especialmente hacia el auki (jefe)
K’arwarasu, padre de todas las montañas de Lucanas. Los del ayllu de
K’ayau se encomiendan a él para lograr la captura del Misitu.
Encabezados por el varayok alcalde suben a su cumbre y entierran una
ofrenda. De regreso les acompaña el layka (brujo) de Chipau, quien se
ofrece a guiarlos a capturar al toro. Los de K’ayau logran lacear al
Misitu y lo llevan a rastras hacia el coso de Puquio. El layka es
destripado por el toro y su muerte se entiende como un sacrificio de
sangre para compensar el favor otorgado por el auki.
Yawar Fiesta
El día de la festividad patria apareció una multitud inmensa en Puquio,
proveniente de toda la provincia de Lucanas e incluso de otros lugares
más lejanos, para ver el evento taurino que se realizaría en
el coso armado en la plaza de Pichk’achuri. Mientras tanto, don Pancho
y don Julián fueron encerrados en la cárcel por órdenes del
Subprefecto, para evitar que revolvieran a los indios. El coso rebalsó y
muchos se quedaron en las afueras, insistiendo ingresar vanamente.
Apareció el Misitu en la Plaza y de inmediato ingresó el torero Ibarito II,
quien ante la música de los wakawakras y el canto lúgubre de las
mujeres, sintió inseguridad. Al principio capeó bien, pero luego el toro
buscó su cuerpo y trató de arrollarlo, aunque pudo escapar y refugiarse
en los escondederos. Ello provocó la burla de los indios, quienes
exigieron que salieran a torear los suyos: el Wallpa, el Honrao, el Raura,
el K’encho. El primero en ingresar fue Wallpa, quien luego de dos
hábiles capeadas, fue alcanzado por el toro, que incrustó uno de sus
cuernos en su ingle, clavándolo en uno de los troncos de la cerca. Los
demás toreros indios lograron con gran esfuerzo separar al toro del
cuerpo de Wallpa. El varayo’k alcalde de K’ayau alcanzó un cartucho de
dinamita al Raura, con el que finalmente hirieron mortalmente al toro,
mientras que Wallpa sangraba a borbotones por la pierna, inundando el
suelo con su sangre. El alcalde le dijo entonces al Subprefecto que así
eran sus fiestas, el yawar punchay verdadero.

Todas las sangres

Todas las sangres es la


quinta novela del escritor peruano José María
Arguedas publicada en 1964. Es la novela más larga de dicho
autor, y la más ambiciosa, siendo un intento de retratar el
conjunto de la vida peruana, por medio de la representación
de escenarios geográficos y sociales de todo el país, aunque
su foco se sitúa en la sierra. El título alude a la variedad
racial, regional y cultural de la nación peruana. La novela se
desenvuelve entre dos ideas fundamentales: el peligro de la
penetración imperialista en el país por intermedio de las
grandes transnacionales y el problema de la modernización
del mundo indígena
La novela empieza con la aparición de don Andrés Aragón de
Peralta, jefe de la familia más poderosa de la villa de San
Pedro de Lahuaymarca, en la sierra del Perú. Don Andrés, ya
viejo, se sube al campanario de la iglesia del pueblo y desde
allí maldice a sus dos hijos, don Fermín y don Bruno, a
quienes acusa de apropiarse de sus tierras; asimismo,
anuncia su suicidio, dejando en herencia a los indios todos
los bienes que aún conservaba. En efecto, se retira a su casa
e ingiere veneno.
Los dos hijos de don Andrés, don Fermín y don Bruno, viven
en perpetua discordia. Don Bruno es dueño de la hacienda La
Providencia, donde viven varios centenares de indios como
colonos o siervos. Es un católico tradicional y fanático, que se
opone a que el progreso llegue a sus tierras pues cree que eso
corromperá inevitablemente a sus indios, al inoculárseles el
llamado veneno del lucro. Un rasgo característico de don
Bruno es su ardor sexual desenfrenado que lo lleva a poseer y
violar a muchas mujeres.
Por su parte, don Fermín es el propietario de la mina
Aparcora, que trata de explotarla al margen de la voracidad
de las empresas transnacionales. Don Fermín representa
al capitalismo nacional y desea que el progreso y la
modernidad lleguen a la región, oponiéndose así a su
hermano. Pero para explorar la mina necesita como
trabajadores a los indios de Bruno, quien acepta
entregárselos, a condición de que lo deje vivir en paz en sus
tierras.
Es entonces cuando entra en escena Rendón Willka, un «ex
indio», es decir un nativo transculturado, que ha vivido varios
años en Lima y que ha perdido parte de su herencia cultural,
pero que ha conservado sus valores tradicionales más
valiosos. Rendón Willka es contratado como capataz de la
mina, pero tiene ya el soterrado propósito de encabezar la
lucha por la liberación de sus hermanos de raza y cultura.
Don Fermín empieza a explorar la mina Aparcora en busca de
la veta principal, para lo cual empieza a usar la mano de obra
de unos 500 indios enviados por don Bruno. El sistema de
trabajo que impone es el de la mita, es decir por turnos, pero
los indios no reciben jornal y solo se les da alimentos. Para
continuar su proyecto, don Fermín calcula que necesitará
más suelos con agua, por lo que enfoca su interés en las
tierras de su hermano y en las de los vecinos de San Pedro.
Empieza por comprar tierras de algunos de estos vecinos.
Pero el consorcio internacional Wisther-Bozart, que ha puesto
sus miras en la mina, infiltra en ella al ingeniero Cabrejos
para que boicotee las labores y haga fracasar la exploración;
de esa manera don Fermín se vería obligado a vender la mina
al consorcio. Cabrejos logra su objetivo con la ayuda de un
músico llamado Gregorio, quien se adentra en el interior de la
mina y da aullidos simulando al Amaru, la serpiente mítica, a
fin de asustar a los indios, algunos de los cuales
efectivamente se espantan. Pero ocurre una explosión dentro
de la mina y Gregorio muere despedazado.
Entretanto, don Bruno sufre una transformación milagrosa.
Abandona la vida lujuriosa, uniéndose definitivamente a una
mestiza, Vicenta, de quien espera un hijo. Redimido por el
amor, Bruno visita a los comuneros de Paraybamba, a
quienes les brinda su apoyo.23 Allí también promueve el
castigo al cholo Adalberto Cisneros, un hacendado cruel y
abusivo, que es azotado y paseado desnudo por las calles.
Don Bruno se despide de Paraybamba aclamado por los
indios, mientras que Cisneros jura vengarse.
Volviendo a la mina, al fin se encuentra la veta del metal
argentífero y don Fermín viaja a Lima para tratar de formar
una sociedad con capitales peruanos, ya que se había
quedado descapitalizado. Sin embargo, la Whistert-Bozart
tiene mucho poder e influencias y obliga a don Fermín a que
le venda la mina. La empresa le reconoce un porcentaje de las
acciones de la mina y le cancela los gastos iniciales de la
exploración. Don Fermín decide invertir este dinero en la
industria pesquera, adquiriendo fábricas de harina y
conservas de pescado en Supe, de la que se encargará
administrar su cuñado, mientras que él vuelve a San Pedro,
dispuesto a ampliar y modernizar su hacienda La Esperanza.
Mientras tanto, la compañía minera necesita agua para
represarlas en beneficio de la mina y a fin de ello consigue
una orden judicial que obliga a los propietarios de San Pedro
a vender sus tierras de labranza de la hacienda La
Esmeralda. Los vecinos se niegan a hacerlo y deciden quemar
su pueblo y marcharse a otro lugar. Son acogidos
temporalmente por una de las comunidades indígenas.
Mientras tanto, llegan las maquinarias pesadas de la
compañía y cientos de indios como jornaleros. Empieza
también a proliferar en la región los locales de vicios citadinos
(bares y burdeles)
Don Bruno retorna a San Pedro y se apena sobre todo por la
destrucción de la iglesia. También llega don Fermín, trayendo
todo lo necesario para modernizar su hacienda La Esperanza
y prometiendo que el pueblo volvería a renacer con su ayuda.
Se anuncia también la llegada del hacendado Cisneros, quien
quería vengarse de don Bruno, pero su plan es desbaratado.
La empresa minera, continuando con la expropiación de la
hacienda La Esmeralda, comienza a aplanar la pampa con
máquinas bulldozer. Pero uno de los residentes, de nombre
Anto, se niega abandonar su propiedad y cuando una de las
máquinas ya se acercaba a derrumbar su casa, se tira contra
ella con varios cartuchos de dinamita en la mano, volando en
pedazos con todo.
Don Bruno se culpa de todas esas desgracias por haber
contribuido con la explotación minera, y decide purificar el
mundo acabando con los responsables. Coge sus armas y se
dirige a la hacienda de don Lucas, gamonal cruel y abusivo, a
quien mata, ante el regocijo de los indios. Luego se dirige a la
hacienda La Esperanza de su hermano don Fermín, a quien
acusa de ser responsable de todas las desgracias del pueblo y
le dispara, hiriéndole en las piernas. Pero de pronto, don
Bruno se arrepiente de lo que ha hecho y se echa a llorar.
Don Fermín es trasladado a Lima para ser atendido de sus
heridas, mientras que don Bruno es encarcelado en la capital
de la provincia.
Ante tal situación, Demetrio Rendón Willka se proclama
administrador de la hacienda La Providencia. Los colonos
trabajarían en adelante para ellos mismos, sin patrones. Esto
significa una revolución, por lo que el gobierno envía a los
guardias civiles a sofocar la revuelta que considera de
inspiración comunista. Mientras algunos huyen, Demetrio se
queda alentando a los indios a resistir. Los guardias
irrumpen a sangre y fuego, capturan a Demetrio Rendón
Willka y lo fusilan junto con otros indios. Pero Demetrio ha
cumplido la misión de despertar la conciencia de sus
hermanos de raza dejando abierto el camino para la
liberación
Los Ríos Profundos
LOS RIOS PROFUNDOS OBRA COMPLETA RESUMEN POR CAPITULOS
I. EL VIEJO.
El Viejo y mi padre se odiaban a pesar de ser parientes, pero tenía un
proyecto para él, por ello fuimos en su búsqueda al Cuzco, por fin
llegamos y nos hospedamos en su casa, a la llamada de mi padre
aparecieron un indio y un mestizo, el primero llevaba nuestro equipaje,
mientras el segundo nos guía con una lámpara escondida a lo que sería
nuestro cuarto de hospedaje, nos llevó al tercer patio con olor a
muladar, mi padre se enfadó porque el cuarto era una cocina, ¡estamos
en el patio de las bestias! Exclamó. Conversó con el Viejo pero sus
palabras terminaron por ofender a mi padre, por ello nos iríamos en la
madrugada, mientras tanto presuroso observaba el muro, los palacios,
templos y las plazas, ¡era el Cuzco! La ciudad natal de mi padre.
Posteriormente el Viejo le pide perdón a mi padre por ello nos iríamos a
la mañana siguiente, después de oír misa junto con el  Viejo, antes de
ello fuimos a la catedral, a la plaza, a los arcos, a  los muros del palacio
incaico, etc., y escuchamos un canto ¡era la María Angola!, la voz de la
campana, llegaba a cinco leguas de distancia. Luego nos dirigimos a
dormir, nos llevó el indio al tercer patio, hicimos nuestra cama en el
suelo, sobre la tierra, para ello yo ya contaba con catorce años de edad.

A la mañana siguiente empacamos pasamos por la vivienda del Viejo, y


en esa imponente casa tuve la oportunidad de conocerlo, su rostro era
ceniciento de piel dura, aparentemente descarnado de los huesos, era
muy bajo casi un enano, y sobre todo avaro, llegamos a la plaza de
armas, el Viejo se puso de rodillas y se persignó, mi padre lo observaba,
luego ingresamos al templo y se arrodilló sobre las baldosas, rezó
apresuradamente, su voz metálica, las arrugas de su frente resaltaban
a la luz de las velas, eran surcos y daban la impresión de que su piel se
había descarnado de sus huesos, no oímos misa y volvimos para
emprender viaje, en señal de despedida el Viejo me dio la mano, nos
veremos me dijo, subí al camión con mi padre, luego viajamos en tren, y
llegamos a Apurímac cuyo significado en quechua es: “Dios que habla”.

II. LOS VIAJES.
No teníamos una residencia fija mi padre fue un abogado, viajábamos
por valles cálidos, siempre junto a un rio pequeño, permanecíamos en
un lugar por tiempo corto, decidía irse de un pueblo a otro cuando las
montañas, los caminos, los campos de juego, el lugar donde duermen
los pájaros, cuando los detalles del pueblo empezaban a formar parte de
la memoria. Un día llegamos a un pueblo, cuyos vecinos principales
odiaban a los forasteros, los niños odiaban a los pájaros los mataban,
Yo abandoné ese pueblo cuando los indios velaban su cruz en medio de
la plaza, salí a pie hacia Huancayo, en ese pueblo nos quisieron matar
de hambre, apostaron un celador en cada esquina de nuestra casa para
amenazar a los litigantes que acudían al estudio. Mi padre viajaría en
camión al amanecer, yo salí a pie en la noche. Un día Llegamos Yauyos,
una quebrada pequeña sobre un afluente del rio Cañete, allí los
pobladores mataban a los loros que se posaban en los árboles, pasamos
por Huancapi, donde estuvimos solo unos días, era una quebrada
ancha y fría cerca de la cordillera, sobre los techos de paja de  las casa
tenían nieve, las cruces de las de los techos también tenían hielo. Nos
dirigimos a Cangallo bajamos hacia el fondo del valle, íbamos buscando
al gran rio, era el Pampas, extenso que pasaba por las regiones
templadas. De Cangallo viajamos a Huamanga, allí encontramos a los
indios morochucos, jinetes de rostro europeo, cuatreros legendarios son
descendientes de los almagristas excomulgados que se refugiaron en
esa pampa, fría, inhospitalaria y estéril.

III. LA DESPEDIDA.
Nos enrumbamos para Abancay, llegamos, al llegar repicaban las
campanas todas las mujeres y una parte de los hombres rezaban en las
calles de rodillas. Mi padre preguntó a una mujer la razón, y contestó:
“están operando en el Colegio al padre Linares, santo predicador de
Abancay y Director del Colegio”, entonces nos arrodillamos y rezamos
también.

Nos alojamos en la casa de un Notario ex compañero de colegio de mi


padre, al día siguiente y viendo la incomodidad que causábamos,
alquilamos una tienda en la calle central.

Me matriculó en el Colegio y dormía en el internado, mi padre colocó su


placa de abogado en la tienda y espero clientes, presentía que mi padre
se iba ir, y me dejaría por ello se presentó una tarde en el colegio en
compañía de un forastero, era de Chalhuanca, estaba pleiteando un
asunto contra un hacendado, por ello mi padre ya no podía ocultarme
que se iría, se recostó sobre la mesa y lloró, y nos separamos casi con
alegría, con la misma esperanza que después del cansancio de un
pueblo, nos ilumine al empezar otro viaje.

IV. LA HACIENDA.
El hacendado: canta y baila en la fiesta del pueblo, visten de casimir,
montan en su caballo y cruza la plaza a galope, se emborrachan y
vigilan a los indios cara a cara. La casa del hacendado tiene un patio y
un corral, un corredor, una dispensa, un troje, una sala amueblada con
bancas y sillones antiguos de madera. El hacendado es siempre el
mayordomo de las fiestas. El patrón y  su familia vivían como
extraviados en la inmensa villa. Los indios y las mujeres no hablaban
con los forasteros, un día quise hablarles, pero me rechazaron por ello
el Padre Director del Colegio me llamaba: “loco” y “tonto vagabundo”.
Me angustiaba no ver a mi padre, por eso a veces quería alcanzarlo, en
donde estaba, pero respetaba la decisión y espere contemplándolo todo.
Recordaba el canto de despedida del último ayllu que me acogió, por lo
cruel que me trataban mis parientes, mientras mi papá viajaba
perseguido, cuando volvió  no dejamos de viajar juntos. Los hacendados
solo venían al colegio a visitar al padre director, las mujeres, jóvenes y
hombres los consideran un santo.
V. PUENTE SOBRE EL MUNDO.
“¡Pachachaca! Puente sobre el mundo significa este nombre.” Y
Huanupata era el único barrio donde había chicherías, los sábados y
domingos tocaban arpa y violín, en las de mayor clientela tocaban
huaynos y marinera y la fama se fundaba muchas veces en la
hermosura de las mestizas que servía con su alegría y condescendencia,
venían gente de los Andes, y pedían su música al que tocaba el violín,
yo iba a las chicherías a oír cantar y a buscar a los indios de la
hacienda. Había muchos descampados, en esos campos jugaban los
alumnos del colegio, jugábamos a los “peruanos” y “chilenos”,
justamente un chileno era “Añuco” un alumno pobre que era hijo de un
hacendado que por juegos lo perdió todo, y a pesar de su absoluta
pobreza, era distinguido en el colegio tenía su protector otro alumno
apellidado Lleras, este era altanero, hosco, abusivo, y caprichoso. El
“Añuco” contaba ya con catorce años de edad. En las noches algunos
internos tocaban armónica, pero nadie tocaba mejor que Romero, el alto
y aindiado rondinista de Andahuaylas.

Ciertas noches entraba a la alcoba del padre una mujer demente, que
servía de ayudante de cocina, los alumnos mayores también lo
tumbaban al suelo para abusarla. Palacios era el interno más pequeño
y humilde había venido de la aldea de la cordillera.  Hubo un día en que
el Lleras había desnudado a la demente y exigía que el humilde 
Palacios se echara en su encima, todos lo defendimos.

Debía tener 19 o 20 años, su cuerpo era ancho, su nuca fuerte, como la


de un toro, sus manos eran grandes, era el “Peluca”, se había
enamorado de la demente, por ella lloraba y se ponía melancólico, no
había venido ya varias semanas por ello se encontraba impaciente,
todos los internos le fastidiaban.

Los ríos fueron siempre míos, recordaba el valle de los Molinos, ahí
había cinco molinos que eran movidos por el agua de un rio pequeño,
en esa quebrada viví abandonado durante varios meses por ello los días
domingos salía precipitadamente del colegio a recorrer los campos y
aturdirme con el fuego del valle.

Yo no sabía si amaba más al puente o al rio. Pero ambos despejaban mi


alma. Debía ser como el gran rio, cruzar las tierra cortar las rocas,
pasar indetenible y tranquilo, entre los bosques y montañas y entrar al
mar.

VI. ZUMBAYLLU.
Yllu representa en una de sus formas la música que producen las
pequeñas alas en el vuelo. Illa nombra a cierta especie de luz,  y a los
monstros que nacieron heridos por los rayos de la Luna.

Tankayllu es el nombre del tábano zumbador que vuela en el campo


libando flores, por ello llevan la miel en su cuerpo.
Pinkuyllu es el nombre la quena gigante, que tocan los indios del sur en
las fiestas comunales. El wak´rapuku es una corneta hecha de cuernos
de toro, de los cuernos más gruesos y torcidos le ponen la boquilla de
plata o de bronce.

¡Zumbayllu! En el mes de mayo lo trajo Antero, el primer Zumbayllu al


colegio, todos miraban la mano de Antero, el mismo “Añuco” lo miraba
era un pequeño trompo con un cordel, bajo el sol denso el canto del
Zumbayllu se propagó con una claridad extraña parecía tener agudo
filo, era el zumbido del trompo. Antero tenia cabellos rubios, su cabeza
parecía arder en los días de gran sol, regalo varios zumbayllus, todos
hicimos bailar el trompo pero lo hacía como él. La base de su cabello
era casi negro entre el color de la raíz de sus cabellos y sus lunares,
había una especie de indefinible pero clara identidad y su ojos parecía
de color negro a causa del misterio de su sangre, lo apodaron el
“Markask´a” que en quechua significa el marcado. Me encargó que le
escribiera una carta para Salvinia la niña de sus sueños, su reina, se
había fijado en ella y quería conquistarla.

Rondinel un interno de contextura delgada, hueso puro, sus ojos


hundidos muy pequeños, causaban lastima estaban rodeadas de
pestañas gruesas, me desafío a una pelea, Tú crees ya leer mucho me
dijo, crees también que eres un gran maestro del zumbayllu, ¡Eres un
indiecito, aunque pareces blanco! ¡Un indiecito no más! Lo apoyaba
Lleras. Valle un alumno del que había sentido respeto porque era el
único lector del colegio, habló con Rondinel, y le dijo que dado a las
características de ambos el tenia las probabilidades de derrotarme, lo
mío solamente era una situación honrosa, entonces me recordé y me
encomendé al “Apu K´arwarasu”. Y le hablé a él como se encomendaban
los escolares de mi aldea nativa, cuando tenían que luchar o competir
en carreras y en pruebas de valor.

El Lleras había hablado con la demente, y tenía que venir, y me dirigí al


patio interior porque estaba seguro que algo ocurriría, cuando
estábamos hablando de un momento a otro apareció la demente pegada
a la pared, rechoncha, bajita entró a la vereda de los excusados, no
había caminado ni dos metros cuando el “Peluca” salto sobre ella y la
derribó, en ese momento aparecieron el Lleras y el “Añuco”, y le
amarraron algo en la espalda del “Peluca”, y se fueron, posteriormente
nos dimos cuenta que en la espalda el peluca tenía un montón de
arañas que con tranquilidad los mató a pisotones.

A la mañana siguiente ya en la madrugada, me dirigí al patio de tierra,


me lavé la cabeza con el agua del pozo e hice bailar mi zumbayllu, el
trompo dio un salto armonioso, bajó casi lentamente, cantando por
todos sus ojos. Una gran felicidad fresca y pura iluminó mi vida.

VII. EL MOTIN.
Antero busco al Flaco Rondinel y le explicó, que tampoco yo quería
pelear entonces amistamos e hicimos bailar el zumbayllu, ante la
sorpresa de todos. A las doce una multitud de mujeres protestan contra
el robo de la sal, el que la guía es una chichera famosa, gorda, la
multitud de mujeres coreaban en quechua: ¡Manan! ¡Kunankamallam
suark´aku…! Decía. (¡No! ¡Solo hasta hoy robaron la sal!), hace su
aparición el padre director, escoltado por dos frailes y se abren paso
entre la multitud. El padre trata de calmarlas pero no se puede
protestan porque se había vendido la sal para las vacas de la hacienda,
y el pueblo estaba primero, entonces toda la multitud se dirige a la
oficina del estanco de la sal, Antero y yo lo seguimos, sacan
instantáneamente cuarenta costales de sal al patio y empiezan a
repartirlo con suma tranquilidad y orden, “para los pobres de
Patibamba tres sacos” dijeron. En el patio encontraron también
cuarenta mulas cargados con costales de sal, las mujeres cantaban de
alegría. Entonces nos dirigimos a Patibamba y entramos a  la Hacienda
donde estaban los colonos y repartieron la sal a las mujeres y niños
todas las mujeres se acercaron al sitio de reparto.

Yo no pude ver estaba sumergido en un sopor tenaz e invencible, eso


era a causa del cansancio, me despertó una señora de hermosos ojos
azules peló una naranja y me hizo comer, me trató con amabilidad. De
regreso ya en el barrio de Huanupata, estaban mestizos e indios
tomando chicha, celebraba el asalto a la salinera, por las mujeres
especialmente Doña Felipa, y empezaron a cantar.

Antero me encontró y me dijo que el padre, reprimió a todos en el


Colegio, pero antes me presentó a Salvinia, la niña la reina de sus ojos y
su pensamiento, llegamos a la puerta del Colegio me abrazó y me dijo:
no sé por qué contigo se abre mi pensamiento, se desata mi lengua, es
que no eres de acá, los anaquinos no son de confiar, mañana de busco,
¡te llevo tu zumbayllu! ¡Del winco, hermano del winco brujo! ¡Ahora
mismo lo hago!

VIII. QUEBRADA HONDA.
El Padre Director me llevó a la capilla y me azotó por seguir a la
indiada, dijo, al día siguiente me llevó rumbo a Patibamba, allí dio un
sermón y los indios y las indias, de la hacienda se arrodillaron y
lloraron yo también hice lo mismo, luego me envió de regreso al Colegio
en el anca de un caballo, lo guiaba un mayordomo, me comento que
venía la tropa, para dar un escarmiento a todas las que habían asaltado
la Salinera.

Me dejó en la puerta del Colegio y me recibió el hermano Miguel lo


abracé y me dijo que cuando volviera el Padre Director, también lo
abrace, Antero llego, y lo dejo pasar, y trajo el zumbayllu ¡winku y layk
´a! nunca antes visto de color gris oscuro, con resplandores rojos, lo
hicimos bailar, el hermano Miguel estaba sorprendido, Antero me regalo
el zumbayllu y me dijo que lo guardara que lo haríamos llorar en el
campo o sobre una piedra grande del rio.
Lleras había ofendido al Hermano Miguel, ¡negro de mierdas! Le dijo,
entonces el Hermano no se contuvo y le dio un puñetazo en la cara, y
salió sangre por lo que le ordenó que se pusiera de rodillas a Lleras y al
Añuco, y los hizo avanzar rumbo a la Capilla de sus rodilla manaba
abundante sangre. Entró entonces el Padre Director y ordeno que el
Hermano entrara en su celda y se llevó al Lleras a la dirección, luego
nos reunió en la capilla a todos los internos, y nos hizo reflexionar, sin
lugar a dudas el sermón que dio frente a los indios de Patibamba era
diferente como más condescendiente con los internos.

Escuchamos noticias que el ejército estaba entrando por el puente de


Pachachaca, las tiendas estaban cerradas y las indias habían huido, y
se ocultaban en sus casas. Apareció el Padre Director y nos hizo formar
como para ir a Misa por orden de estatura con mirada a la Dirección,
entonces llamo al Lleras y le dijo que se pida perdón del Hermano
Miguel que estaba en su frente, salió corriendo ¡ese es un negro! ¡Un
negro! Diciendo estas palabras se ocultó en uno de los cuartos.

Mientras el “Añuco” se arrodilló frente al Hermano, y le pidió perdón lo


siguió Palacitos, también de rodillas besándole las manos, entre sollozos
el Hermano lo levantó, lo abrazo contra su pecho, lo beso en la cara y
en los ojos. El Añuco saltaba de alegría.

Yo le mostré el winku layk´a al Añuco, y todos lo hicimos bailar, todos


en una alegría desbordante, entonces el Añuco: ¿me dijo me lo regalas?,
¿me lo regalas? Es tuyo Añuco le dije alegremente.

IX. CAL Y CANTO.
¡Mueran las chicheras! ¡La machorra doña Felipa! ¡Viva el Coronel! ¡El
glorioso regimiento!, escuchamos.

El Padre abrió la puerta avanzó rápidamente hacia donde estábamos los


internos, le pregunte por doña Felipa, y me dijo. “la prenderán esta
noche”, conversamos y me dio a conocer que mi padre ya no se
encontraba en Chalhuanca, si no se había ido a Coracora, a cien leguas
más allá. Me hizo saber que mi padre había mandado dinero, y que me
daría permiso el sábado en la tarde  más una buena propina. Sonaron
los cohetes de arranque nuevamente el mismo vocerío, ¡mueran las
chicheras! ¡Mueran! Gritaron en la calle.

El “Añuco” no vino más, los Padres se reunieron. Romerito tocó el


rondín, se unió a nosotros Palacitos, mientras tocábamos apareció la
opa, enseguida el “Peluca” que la quiso meter a los excusados para
abusarla, y ella se resistía, Romero lo amenazo, ¡te vas “Peluca” o te
rompo la crisma! La mujer desapareció en el pasadizo.

El “Añuco” no bajó al patio, en la mañana se llevaron su catre, su baúl


y un pequeño cajón donde guardaba insectos secos. Llegó un amigo del
“Iño” Villegas y dijo que estaban zurrando a las chicheras en la cárcel,
han chillado duro, como alborotando, dice que les fuetearon el trasero
delante de sus maridos. ¿Y doña Felipa? Pregunte, dice que ha huido de
noche, luego el amigo del “Iño” se fue.

Pero supimos que los persecutores de la Felipa, encontraron una de las


mulas tumbada en medio del puente de Pachachaca, la habían matado,
degollado y habían tendido sus entrañas a lo ancho del puente,
posteriormente encontraron los dos fusiles colgados sobre un árbol de
molle. El rebozo de doña Felipa, sigue colgado en la cruz del puente,
dicen que el rio y el puente asustan a quienes intenten sacarlo.

Con el Markask´a fuimos siempre a la alameda y nos encontramos con


Salvinia y Alcira, me despedí y volví, pase por el cuartel, luego entré a
las chicherías, pregunte a un soldado borracho por doña Felipa, y me
dijo que la habían matado,  poco después una mestiza los desmintió,
luego fui por el camino hacia el rio,  vi al Padre Augusto que bajaba la
cuesta por la otra banda montado sobre una  mula muy cerca al rio, me
oculte tras de un árbol, el Padre cruzó el puente, al paso lento de la
bestia, luego descubrí a la demente que corría ente los arbustos, divise
en ese instante,  el rebozo de doña Felipa, sobre la cruz de piedra del
puente, el viento la sacudió era de color anaranjado, desde la cima de
una piedra vi que el Padre Augusto se detenía en el camino y llamaba
con la mano a la demente, ella también lo llamaba. El Padre espoleo a la
mula y abandono a la opa, enseguida subió al releje trepo la cruz, y
sacó el rebozo, mugiendo siempre bajita y rechoncha. Me acerque al
puente en donde varias golondrinas se divertían cruzando, volando
sobre las aguas y encima del releje, de cal y canto, alejándose y
volviendo. Regresé al Colegio, incluso antes que el Padre y la opa, vi que
el ejército se retiraba, regresé al internado, el portero dijo: mañana
temprano se va el Hermano al Cuzco, con el niño “Añuco” ya están los
caballos listos.

X. YAWAR MAYU.
Palacitos pregunto al Padre Carpena: ¿se va el Hermano?, ¿se va el
“Añuco”? No sé nada le contesto secamente el Padre. La luna
menguante alumbraba el patio. Dos caballos ensillados esperaban en la
escalera. Un hombre le toma de la brida. Salió de su cuarto el Hermano
y la luna iluminó el hábito blanco, salió después el “Añuco”. El
Hermano me tocó la cabeza con las manos y me besó, cuando llegó el
“Añuco” y la claridad de la luna iluminó sus ojos hundidos, no pude
contener el llanto “adiós” me dijo, y me dio la mano. Bajó las gradas,
montaron. El “Añuco” partió primero, se volvió y nos hizo una señal de
adiós. Palacitos lloró.

La retreta cambió a la ciudad. En la misa el Padre pronunció un sermón


largo y felicito al Coronel Prefecto. A la salida del templo, bajo el sol
radiante, la banda de músicos, tocó una marcha. Vi a Valle paseando
muy orondo, escoltando una fila de señoritas. Entretanto dos jóvenes
que no había visto nunca, se acercaron al grupo de muchachas donde
se encontraba Salvinia. “Soy hijo del Comandante” llegué ayer lo
escuche decir. Y tomó del brazo a Salvinia. Antero montó en cólera
enfrentó al joven quien huyó hacia el parque.

Palacios reconoce a Prudencio un paisano suyo que hace muchos años


se fue a ser soldado y ahora tocaba en la banda de músicos del ejército.
Luego me dirigí a las chicherías, entre a la de doña Felipa, una de la
mozas me trajo un vaso grande de chicha, el arpista era el Oblitas el
“papacha” que afinaba su instrumento para tocar, de pronto ingresan
cuatro soldados y uno de ellos que era cabo fastidia a la moza. El
arpista Oblitas comienza a tocar y cantar una canción triste y
melodiosa que solamente sale de lo profundo de sus sentimientos
relacionado a los ríos y al vivir cotidiano de los indios. ¿Por qué en los
ríos profundos en estos abismos de rocas, de arbustos, y sol, el tono de
las canciones era dulce, siendo bravo, el torrente poderoso de las aguas
teniendo los precipicios ese semblante aterrador?

El maestro Oblitas tocaba dulces huaynos de Abancay. El cabo y el


soldado bailaban entre sí, una mestiza comienza a cantar y las letras
hacen alusión a doña Felipa favoreciendo todas las acciones
anteriormente hechas. El rostro de los soldados parecía enfriarse, a
pesar de su abatimiento, vi que en sus ojos bullía un sentimiento
confuso. Un guardia civil entro a la chichería hizo callar la música y
cesar la danza. Llevó preso al maestro Oblitas, todos huyeron yo
también me fui, encontré a la banda militar marchando hacia la plaza,
seguida por una parvada de chicos, “señoritos” y mestizos, marché a un
costado de la banda, cerca de los grandes, reconocí a Palacitos, iba casi
junto al Prudencio. Y descubrí a Antero que venía con el hijo del
Comandante al cual me presento, “mucho gusto” le dije. Su nombre era
Gerardo. Lugo se fueron rápidamente alcanzaron a una fila de
muchachas y aquietaron el paso. Me retiré a la plaza y tomé una
decisión que parecía alocada y que sin embargo me cautivó, ir a la
cárcel y preguntar por el papacha Oblitas. Le pregunte al guardia
haciéndome pasar como su ahijado, “no se nada me contesto”. Luego
me fui al colegio y me encontré con el “Peluca”, luego miré a la opa que
estaba en lo alto de la torre observando a la banda de músicos y a toda
la gente atiborrada.

XI. LOS COLONOS.
A doña Felipa no la pudieron encontrar los guardias que la buscaban se
extraviaron, con datos falsos que daba la gente. Se marchó el
regimiento de la ciudad. Yo no pude comprender como muchas de las
señoritas que vi en el parque durante la retreta lloraban por los
militares. No lo comprendía, me causaba sufrimiento. Recordé a  la opa
trepando a la cruz sacando el rebozo de doña Felipa, en el puente de
Pachachaca. ¿Para que servían los militares? Reflexioné. Palacios se
alegró porque venía su papá a visitarlo. Antero se alejó de mí. Se hizo
amigo de Gerardo hijo del comandante se convirtió en su héroe recién
llegado. Pablo el hermano de Gerardo se hizo amigo de Valle. En el
extremo del patio oscuro cave con mis dedos un hueco, con un vidrio
fino me ayude para ahondarlo, y allí enterré el zumbayllu que fue regalo
de Antero. Lo tire al fondo, palpándolo con mis dedos y lo sepulté.
Apisone bien la tierra. Me sentí  aliviado.

El “Chipro” dijo con voz temblorosa que en la banda de enfrente en la


hacienda Ninabamba, están muriendo, ¡algo sucede! Preguntamos al
padre pero nos negó la respuesta. Sabíamos que era el tifus, que se
propagó rápidamente matando a los pobres indios. Descubrí  que sobre
unos pellejos descansaba el cuerpo de la opa. Me acerque. La opa
agonizaba, la  cocinera rezó el padrenuestro, en quechua yo me
arrodillé. Me fui a avisar al Padre. La opa Marcelina ha muerto, ¡de tifus
Padre! ¡Hágala sacar del colegio!, salí corriendo volví a la opa palideció y
murió. Le pedí perdón en nombre de todos los alumnos. Llegó el Padre
me llevó me sacó a empujones, el portero me limpió el cuerpo y me llevó
a la celda deshabitada del Hermano Miguel. El Padre me interrogó:
¿entraste a su cama?, me cubrí el rostro con la frazada, ¡Padrecito! Le
dije, no me ensucie. Los ríos lo pueden arrastrar están conmigo. Me
cubrí la cabeza con las frazadas y no pude contener el llanto. Un llanto
feliz como si había escapado de un riesgo de contaminación con el
demonio. Salté de la cama, me vi desnudo y me cubrí con una frazada.
Como probando mis fuerzas. “¡yo no tengo fiebre!” voy a escapar. El
portero vino a mi cuarto y me confesó que tenía fiebre y que se había
metido a la cama de la opa Marcelina. Y que se iba a su tierra para
morir. El Padre me despertó al amanecer y me dijo que el “Peluca” había
perdido la razón y había sido sacado del Internado. No me dejaron salir
del dormitorio pensaban que tenía la fiebre. Palacitos se despidió
mediante una nota y cerca de mi celda me dijo: ¡Adiós!  Y salió
corriendo me dejo dos monedas de oro de una libra. El martes a
mediodía el Padre Director abrió la puerta del dormitorio se acercó a mi
cama apresuradamente. Te vas a la hacienda de tu tío Manuel Jesús.
Tengo la autorización de tu padre. Está a dos días de camino. ¡Iras a
pie! “¡el reloj despertador sonará a las cuatro de la mañana y hace hora
te iras!”. Le he prometido a tu padre. Al día siguiente corrí rumbo al
camino de Patibamba unos guardias lo custodiaban y no me
permitieron pasar, entonces regresé y vi que las puertas de las
chicherías se encontraban cerradas. Los colonos estaban pasando por
las oroyas pues se estaban muriendo de la peste, venían a solicitar una
misa grande al padre, pues decían que sin misa se iban a condenar. Los
colonos subían como una mancha de carneros, todos se dirigían a
Abancay. Luego fui al encuentro del padre y me encomendó para tocar
las campanas anunciando la misa. A la media noche repicaron tres
veces las campanas. Fue una misa corta de media hora los colonos
rezaban y cantaban. Al día siguiente salí del colegio fui por la quebrada
para llegar a la cordillera. Por el puente colgante de Auquibamba,
pasaría el rio, en la tarde la fiebre tal vez había sido aniquilado por los
colonos y puestos sobre una rama de chachacomo o de retama o
flotando sobre los montes de flores del pisonay, que estos ríos
profundos cargan siempre.
A nuestro padre creador Túpac Amaru 
Tupac Amaru, hijo del Dios Serpiente; hecho con la nieve del Salqantay; tu
sombra llega al profundo corazón como la sombra del dios montaña, sin
cesar y sin límites.

Tus ojos de serpiente dios que brillaban como el cristalino de todas las
águilas, pudieron ver el porvenir, pudieron ver lejos. Aquí estoy, fortalecido
por tu sangre, no muerto, gritando todavía.
Estoy gritando, soy tu pueblo; tú hiciste de nuevo mi alma; mis lágrimas las
hiciste de nuevo; mi herida ordenaste que no se cerrara, que doliera cada vez
más. Desde el día en que tú hablaste, desde el tiempo en que luchaste con el
acerado y sanguinario español, desde el instante en que le escupiste a la
cara; desde cuando tu hirviente sangre se derramó sobre la hirviente tierra,
en mi corazón se apagó la paz y la resignación. No hay sino fuego, no hay
sino odio de serpiente contra los demonios, nuestros amos.
Está cantando el río,
está llorando la calandria,
está dando vueltas el viento;
día y noche la paja de la estepa vibra;
nuestro río sagrado está bramando;
en las crestas de nuestros Wamanis montañas,
en su dientes, la nieve gotea y brilla.
¿En dónde estás desde que te mataron por nosotros?
Padre nuestro, escucha atentamente la voz de nuestros ríos; escucha a los
temibles árboles de la gran selva; el canto endemoniado, blanquísimo del mar;
escúchalos, padre mío, Serpiente Dios. ¡Estamos vivos; todavía somos! Del
movimiento de los ríos y las piedras, de la danza de árboles y montañas, de
su movimiento, bebemos sangre poderosa, cada vez más fuerte. ¡Nos
estamos levantando, por tu casa, recordando tu nombre y tu muerte!
En los pueblos, con su corazón pequeñito, están llorando los niños.
En las punas, sin ropa, sin sombrero, sin abrigo, casi ciegos, los hombres
están llorando, más tristes, más tristemente que los niños.
Bajo la sombra de algún árbol, todavía llora el hombre, Serpiente Dios, más
herido que en tu tiempo; perseguido, como filas de piojos.
¡Escucha la vibración de mi cuerpo! Escucha el frío de mi sangre, su temblor
helado.
Escucha sobre el árbol de lambras el canto de la paloma abandonada,
nunca amada;
el llanto dulce de los no caudalosos ríos, de los manantiales que suavemente
brotan al mundo.
¡Somos aún, vivimos!
De tu inmensa herida, de tu dolor que nadie habría podido cerrar, se levanta
para nosotros la rabia que hervía en tus venas. Hemos de alzarnos ya, padre,
hermano nuestro, mi Dios Serpiente. Ya no le tenemos miedo al rayo de
pólvora de los señores, a las balas y la metralla, ya no le tememos tanto.
¡Somos todavía! Voceando tu nombre, como los ríos crecientes y el fuego que
devora la paja madura, como las multitudes infinitas de las hormigas
selváticas, hemos de lanzarnos, hasta que nuestra tierra sea de veras
nuestra tierra y nuestros pueblos nuestros pueblos.

Escucha, padre mío, mi Dios Serpiente, escucha:


las balas están matando,
las ametralladoras están reventando las venas,
los sables de hierro están cortando carne humana;
los caballos, son sus herrajes, con sus locos y pesados cascos, mi cabeza,
mi estómago están reventando,
aquí y en todas parte;
sobre el lomo helado de las colinas de Cerro de Pasco,
en las llanuras frías, en los caldeados valles de la costa,
sobre la gran yerba viva, entre los desiertos.
Padrecito mío, Dios Serpiente, tu rostro era como el gran cielo, óyeme: ahora
el corazón de los señores es más espantosos, más sucio, inspira más odio.
Han corrompido a nuestros propios hermanos, les han volteado el corazón y,
con ellos, armados de armas que el propio demonio de los demonios no podría
inventar y fabricar, nos matan. ¡Y sin embargo, hay una gran luz en
nuestras vidas! ¡Estamos brillando! Hemos bajados a las ciudades de los
señores. Desde allí te hablo.
Hemos bajado como las interminables filas de hormigas de la gran selva.
Aquí estamos, contigo, jefe amado, inolvidable, eterno Amaru.
Nos arrebataron nuestras tierras. Nuestras ovejitas se alimentan con las
hojas secas que el viento arrastra, que ni el viento quiere; nuestra única vaca
lame agonizando la poca sal de la tierra. Serpiente Dios, padre nuestro: en tu
tiempo éramos aún dueños, comuneros. Ahora, como perro que huye de la
muerte, corremos hacia los valles calientes. Nos hemos extendido en miles
de pueblos ajenos, aves despavoridas.
Escucha, padre mío: desde las quebradas lejanas, desde las pampas frías o
quemantes que los falsos wiraqochas nos quitaron, hemos huido y nos
hemos extendido por las cuatro regiones del mundo. Hay quienes se aferran
a sus tierras amenazadas y pequeñas. Ellos se han quedado arriba, en sus
querencias y, como nosotros, tiemblan de ira, piensan, contemplan. Ya no
tememos a la muerte. Nuestras vidas son más frías, duelen más que la
muerte. Escucha, Serpiente Dios: el azote, la cárcel, el sufrimiento inacabable,
la muerte, nos han fortalecido, como a ti, hermano mayor, como a tu cuerpo y
tu espíritu. ¿Hasta donde nos ha de empujar esta nueva vida? La fuerza que
la muerte fermenta y cría en el hombre ¿no puede hacer que el hombre
revuelva el mundo, que lo sacuda?
Estoy en Lima, en el inmenso pueblo, cabeza de los falsos wiraqochas. En la
Pampa de Comas, sobre la arena, con mis lágrimas, con mi fuerza, con mi
sangre, cantando, edifiqué una casa. El río de mi pueblo, su sombra, su gran
cruz de madera, las yerbas y arbustos que florecen, rodeándolo, están, están
palpitando dentro de esa casa; un picaflor dorado juega en el aire, sobre el
techo.
Al inmenso pueblo de los señores hemos llegado y lo estamos removiendo.
Con nuestro corazón lo alcanzamos, lo penetramos; con nuestro regocijo no
extinguido, con la relampagueante alegría del hombre sufriente que tiene el
poder de todos los cielos, con nuestros himnos antiguos y nuevos, lo estamos
envolviendo. Hemos de lavar algo las culpas por siglos sedimentadas en esta
cabeza corrompida de los falsos wiraqochas, con lágrimas, amor o fuego.
¡Con lo que sea! Somos miles de millares, aquí, ahora. Estamos juntos; nos
hemos congregado pueblo por pueblo, nombre por nombre, y estamos
apretando a esta inmensa ciudad que nos odiaba, que nos despreciaba como
a excremento de caballos. Hemos de convertirla en pueblo de hombres que
entonen los himnos de las cuatro regiones de nuestro mundo, en ciudad feliz,
donde cada hombre trabaje, en inmenso pueblo que no odie y sea limpio, como
la nieve de los dioses montañas donde la pestilencia del mal no llega
jamás. Así es, así mismo ha de ser, padre mío, así mismo ha de ser, en tu
nombre, que cae sobre la vida como una cascada de agua eterna que salta y
alumbra todo el espíritu y el camino.
Tranquilo espera,
tranquilo oye,
tranquilo contempla este mundo.
Estoy bien ¡alzándome!
Canto;
mismo canto entono.
Aprendo ya la lengua de Castilla,
entiendo la rueda y la máquina;
con nosotros crece tu nombre;
hijos de wiraqochas te hablan y te
escuchan
como el guerrero maestro, fuego
puro que enardece, iluminando.
Viene la aurora.
Me cuentan que en otros pueblos
los hombre azotados, los que sufrían,
son ahora águilas, cóndores de
inmenso y libre vuelo.
Tranquilo espera.
Llegaremos más lejos que cuanto tú quisiste y soñaste.
Odiaremos más que cuanto tú odiaste;
amaremos más de lo que tú amaste,
con amor de paloma encantada, de calandria.
Tranquilo espera, con ese odio y con ese amor sin sosiego y sin límites, lo
que tú no pudiste lo haremos nosotros.
Al helado lago que duerme, al negro precipicio, a la mosca azulada que ve y
anuncia la muerte a la luna, las estrellas y la tierra, el suave y poderoso
corazón del hombre; a todo ser viviente y no viviente, que está en el mundo,
en el que alienta o no alienta la sangre, hombre o paloma, piedra o arena,
haremos que se regocijen, que tengan luz infinita, Amaru, padre mío. La
santa muerte vendrá sola, ya no lanzada con hondas trenzadas ni estallada
por el rayo de pólvora. El mundo será el hombre, el hombre el mundo, todo a
tu medida.
Baja a la tierra, Serpiente Dios, infúndeme tu aliento; pon tus manos sobre la
tela imperceptible que cubre el corazón. Dame tu fuerza, padre amado.

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