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FORTALECIDOS EN EL ESPÍRITU
Lamentablemente son muchos los cristianos que no tienen ni idea de la importancia propia del sacramento de la
Confirmación. Para muchas generaciones la única evocación de este sacramento era el
recuerdo del "cachete "del obispo, cuya interpretación humorista se reducía a esta expresión:
"Yo soy el obispo de Roma, para que te acuerdes de mí, toma. "Sin embargo, el sacramento de
la Confirmación es inseparable de la perspectiva del desarrollo de la "vida nueva "bautismal
en el seno de la Iglesia; desarrollo al que no puede renunciar ningún cristiano consciente. Al
terminar la celebración comunitaria del Bautismo, según el nuevo rito, dice el celebrante:
"Estos niños, nacidos de nuevo por el Bautismo, se llaman y son hijos de Dios. Un día recibi -
rán por la Confirmación la plenitud del Espíritu Santo. Se acercarán al altar del Señor,
participarán en la mesa de su sacrificio, y lo invocarán como Padre en medio de su Iglesia."
"Por el sacramento de la Confirmación los fieles se vinculan más estrechamente a la Iglesia, se enriquecen
con una fuerza especial del Espíritu Santo y con ello quedan obligados más estrictamente a difundir y defender la
fe, como verdaderos testigos de Cristo, por la palabra juntamente con las obras." ( I 11)
"El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los
pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para
anunciar el año de gracia del Señor." (Lc 4, 18-20)
También en la historia de la Iglesia, que se asemeja en todo a su Señor, nada se explica sin la presencia del Espíritu, que
la anima incesantemente; y al decir "Iglesia" no se piense en un ente abstracto o inanimado, sino en las personas concretas
que integran la congregación de los fieles. Un cristiano lo es precisamente porque esta animado del Espíritu de Cristo. Esta es
la realidad significada por el sacramento de la Confirmación.
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Con la celebración de este sacramento, la Iglesia ofrece al bautizado los dones del Espíritu Santo:
Es claro que estos dones son los que impulsarán y caracterizarán la personalidad de los cristianos y su progreso en el
camino de la fe. Gracias a la fuerza del Espíritu podemos entender con eficacia la Palabra de Dios y, sino fuera por el
Espíritu, no podríamos reconocer la primacía de la Palabra de Dios sobre la palabra de los hombres. Reconocida la verdad de
la Palabra de Dios, es el Espíritu quien también nos hace transformar "la verdad del Evangelio" en "instancia" para nuestra
vida; no solamente "sabemos" que Dios es nuestro Padre, sino que por el don de piedad sentimos y nos comportamos como
hijos de Dios; no solamente reconocemos que Cristo es nuestra salvación, sino que por el don de fortaleza nos esforzamos por
seguir al Señor y servir a la iglesia; no solamente "explicamos" lo que son el hombre y el mundo, vistos desde la fe, sino que
trabajamos, animados e iluminados por el Espíritu de Cristo, para que el hombre y el mundo respondan a su destino, según la
voluntad de Dios.
Por todo esto es fácil caer en la cuenta de que la Confirmación no es un hecho esporádico en nuestra existencia, sino que
se proyecta a la perspectiva integral de nuestra historia personal como creyentes. Es necesaria toda una vida, con sus
alternativas de gracia y de pecado, para confirmar nuestra fidelidad victoriosa al Espíritu de Cristo. O, por el contrario, se
comprobará que la Confirmación ha quedado vacía de sentido en nuestra historia.
Evangelización
En la línea de la evangelización, responsabilidad de todos los fieles es comunicar el mensaje del Evangelio a quienes
todavía no creen y reavivar la fe de los alejados del camino de Cristo. Muchos son los que piensan que esta responsabilidad
es un asunto exclusivo de los curas. Olvidan que es misión de todo el Pueblo de Dios, en la que todos los cristianos participan
de manera especial en virtud del sacramento de la Confirmación. ¿A qué puede impulsar el Espíritu de Cristo, sino es a
proclamar la Palabra que ha de dar la vida a todos los hombres? El espíritu de Cristo es irreconocible en los cristianos que
permanecen mudos ante la incredulidad o la indiferencia frente al Evangelio. Los aficionados al fútbol hablan de fútbol; los
del boxeo, de boxeo; los de los toros, de los toros; los del cine, de cine; los del arte, de arte; los de la ciencia, de la ciencia; los
de la poesía, de la poesía; etc.; ¿acaso es que los aficionados a Cristo pueden callar el nombre de su Señor? Para afrontar el
riesgo y los compromisos que implica el presentarse como cristianos en medio de los demás hemos recibido en la
Confirmación la fuerza nueva del Espíritu. De quienes se avergüenzan de manifestarse como cristianos, Cristo mismo ha
dicho:
"Pues si uno se avergüenza de mí y de mis palabras, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando
venga con su gloria, con la fe del Padre y la de los ángeles santos." (Lc 9, 26)
Estas palabras de Cristo, así como la eficacia fortificadora, propia de la Confirmación, cobran hoy especial actualidad.
En muchos ambientes el título de "cristiano" está devaluado. Parece como si fuera un dato negativo a la hora de presentarse
en sociedad; lo que se lleva es declararse "hippy", revolucionario o marxista. Declararse cristiano no se cotiza en la escala de
"opciones" interesantes y muchos lo consideran como una "regresión cultural"; lo más que se reconoce es que se trata de una
opción válida para la intimidad de la conciencia personal. Y así son muchos los cristianos que están inhibidos en cuanto tales
por el complejo de ser religiosos y creyentes. El confirmado en la fe no ocultará ante los demás su convicción sobre la
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primacía perdurable de Cristo y de su Evangelio, sin rehuir la confrontación abierta en cualquier otra opción existen cial,
ideológica o cultural.
Catequesis
Misión del confirmado es también educar a los otros en la fe. Esta es la tarea de la catequesis y una forma valiosa de
realizarse como testigo de Cristo entre los hermanos que integran la comunidad cristiana.
A esta tarea están llamados de manera especial los padres cristianos, a quienes el Vaticano II ha cualificado como "los
primeros predicadores de la fe para sus hijos, mediante la palabra y el ejemplo" (I11). Es en el seno de la fami lia donde el
bautizado irá dando los primeros pasos, tal vez los más decisivos para el futuro de su realización como creyente, en el
conocimiento y en la práctica de la vida cristiana.
En general, a todos los fieles corresponde este ministerio, a cada uno según sus posibilidades. Podrán cumplir esta tarea
con modalidades distintas, sea a nivel de parroquia, de centro de enseñanza o de pequeños grupos cristianos.
En todo caso, lo que es importante subrayar es que la educación en la fe no se reduce exclusivamente a la enseñanza de
la doctrina católica. No se trata sólo de "saber más de religión", sino de vivir más cristianamente de manera progresiva. Por
esto el catequista se preocupa de que el educando se promocione en una sola línea. Es importante, primero, que los fieles
pasen de un conocimiento infantil de las "verdades" de la fe a un conocimiento más reflexivo, propio del adulto cristiano. Al
desarrollo de todo tipo, en que está embarcado el hombre moderno, debe corresponder también un desarrollo paralelo en
cuanto a su conciencia de creyente. Además del conocimiento "adulto" en la línea de la fe, el catequista ha de promocionar en
el educando la vivencia "adulta" cristiana; esta línea de catequesis se sitúa en el plano de la experiencia vital de la fe, que no
sólo es afirmación de verdades, sino también respuesta personal a la llamada de Dios y seguimiento de Cristo.
Este es el punto, precisamente, en que la exigencia del testimonio por la Palabra, que apremia al confirmando en la fe
por el sacramento, converge con otra exigencia fundamental: la del testimonio de vida.
Testimonio de vida
La forma eximia de testimonio a favor de Cristo es la palabra acompañada de las obras. Esta es la lección que daba el
apóstol Santiago a los creyentes de la primitiva comunidad cristiana:
"¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Es que esa fe lo podrá salvar?
Supongamos que un hermano o hermana andan sin ropa y faltos de alimento diario, y que uno de vosotros le
dice: Id en paz; abrigaos y llenaos el estómago, pero no le dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Esto
pasa con la fe; si no tiene obras, por sí sola está muerta. Alguno dirá: "Tú tienes fe y yo tengo obras. Enséñame
tu fe sin obras y yo, por las obras, te probaré mi fe." (St 2, 14-19)
Así es que la exigencia integral del auténtico testimonio cristiano no debe plantearse en forma disyuntiva; confesión de
fe o eficacia de las obras buenas, proclamación de la "verdad de Cristo" o adhesión a la praxis de los hombres en situaciones
concretas, creer o "comprometerse" en los procesos del cambio social.
Merece la pena insistir en esta observación para evitar dos deformaciones capitales en cuanto a la manera de entender el
testimonio de vida que han de dar los cristianos a los demás hombres; son deformaciones que afectan en la presente
coyuntura a amplios sectores del catolicismo. Una es la de quienes pretenden reducir el testimonio cristiano sólo a la palabra
de la fe, sea la predicación, la oración comunitaria o, como se dice, "la práctica de la reli gión", entendida en la línea de
cumplimiento de deberes cultuales. Olvidan aquello que también advertía el apóstol Santiago a las primeras comunidades
cristianas:
"La religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre es ésta: visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones
y no mancharse las manos con este mundo." (St 1, 27)
Otra deformación es la de quienes pretenden reducir la fe a las obras buenas, la "verdad de Cristo" a una determinada
praxis revolucionaria, creer, a "comprometerse". En esta línea lo que se olvida es que lo específico del testimonio cristiano es
confesar y anunciar que Cristo ha resucitado y que Él es el Señor. Este es el acontecimiento del que los apóstoles se declaran
testigos:
~ Dios resucitó a este Jesús y todos nosotros somos testigos." (Hch 2, 32)
En definitiva, hay que decir que el testimonio cristiano de vida se cifra en una praxis en el mundo animada por el
Espíritu de Cristo y realizada en el nombre del Señor. El cristiano que verdaderamente da testimonio en cuanto tal es aquel
que logra hacerse interpelar por los demás, a quienes ha encontrado en el camino de la fraternidad y del servicio, y que no
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elude su respuesta última:
Cristo es el Señor. Para el creyente adulto es imprescindible saber esto: que así como la fe sin las obras es muerta, así también
las obras sin la confesión explícita de su fe no llegan a la categoría de testimonio cristiano de vida. El Concilio Vaticano II ha
cuidado bien de vincular "vida" de los fieles y "confesión de fe":
"Al igual que los sacramentos de la Nueva Ley, con los que se alimenta la vida y el apostolado de los fieles,
prefiguran el cielo nuevo y la tierra nueva, así los laicos quedan constituidos en poderosos pregoneros de la fe
en las cosas que esperamos, cuando sin vacilación unen a la vida según la fe la profesión de esa fe." (I 35)
El testimonio de vida que los fieles puedan dar a favor de Cristo se realiza en múltiples decisiones, sea en la vida
familiar, sea en el orden de las estructuras humanas, sea en la línea profesional y laboral (1 35, 36). Sobre todas las moda-
lidades del testimonio cristiano destaca el padecer persecución por amor de Cristo. Los mártires son por antonomasia los
testigos de la fe. Y en esta perspectiva no hay que olvidar que para el creyente el amor a Cristo es inseparable del amor al
prójimo. Por consiguiente, hay que reconocer que una forma eximia de testimonio cristiano es padecer persecución por el
amor al prójimo en nombre del Señor. Y como las formas del amor al prójimo son múltiples, también las formas de padecer
persecución por su causa se multiplican; en esta línea sobresale, en todo caso, el testimonio de los cristianos que sufren por la
libertad y la justicia de los oprimidos y de los pobres.
Por todo esto queda bien claro que el destino del "confirmado" en la fe, como testigo de Cristo, trasciende los límites de
las prácticas rituales y se inserta en el complejo torbellino de la vida humana, no sólo individual, sino también colectiva. La
confirmación de la vida bautismal tiende a consolidar la posibilidad de presencia viva y eficaz del cristiano en el mundo
como creyente y miembro de la Iglesia, fortalecido con la fuerza nueva del Espíritu.
"Cultiven sin cesar el afecto a la diócesis, de la que la parroquia es como una célula, siempre prestos a
aplicar también sus esfuerzos en las obras diocesanas a la invitación de su Pastor." (AS 10)
Por las consideraciones que preceden, es fácil caer en la cuenta que el sacramento de la Confirmación no puede
considerarse de ninguna manera como un mero trámite eclesiástico, necesario para "hacer la primera comunión" o para
"casarse". Es un sacramento que integra todo el proceso sacramental de la iniciación cristiana, cuyo culmen es la
participación en la Eucaristía. Quien se acerca a la Confirmación ha de ser consciente de la res ponsabilidad que asume como
testigo de Cristo y servidor de la Iglesia. Tal vez el hecho de que este sacramento se haya recibido siendo aún niños,
minimiza para muchos la trascendencia de su significación. Pero la verdad es que en el transcurso de su existencia tendrá que
ir respondiendo a las instancias de la "milicia cristiana". De estas instancias San Pablo ha hecho una descripción formidable,
muy apropiada para descubrir el espíritu y el sentido de la Confirmación de la vida bautismal, a la que todos los cristianos
han de ser fieles:
"Por lo demás, buscad vuestra fuerza en el Señor y en su invencible poder. Poneos las armas que Dios os
da, para poder resistir a las estratagemas del diablo, porque nuestra lucha no es contra hombres de carne y
hueso, sino contra los principados, autoridades y poderes que dominan este mundo de tinieblas, contra las
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fuerzas sobrehumanas y supremas del mal." (Ef 6, 10-18)
Esta es la mejor síntesis para expresar las exigencias que entraña comportarse en el mundo como "confirmados" en la fe
por la fuerza nueva del Espíritu.
NOTAS COMPLEMENTARIAS
Algunos piensan que el obispo en la confirmación tiene que dar un golpe con la mano en la cara del muchacho. Pero no es
así. No se trata de un cachete, sino de una caricia, equivalente a un beso de paz en el nombre del Señor.
Entre los santos de la Iglesia, modelos para todos los fieles de "testigos de Cristo" y "servidores del Pueblo de Dios", unos
son los mártires: son los que han muerto por la fe en Cristo. Otros son "confesores": son los que han sobresalido en el
conocimiento y en la imitación de la vida de Cristo, como San Agustín, Santo Tomás de Aquino, San Isidro Labrador.
Otros son "vírgenes": son los que han sobresalido por su pureza, como San Luis Gonzaga o Santa María Goretti, etc.
Las persecuciones no han terminado. Muchos cristianos están hoy en la cárcel y otros llegan al martirio. La persecución
que hoy más conmueve es la que se padece por amor al prójimo en el nombre de Cristo.
El V Sínodo de los Obispos (1977) estuvo dedicado a la problemática de la catequesis. Al con cluir el Sínodo, los Padres
conciliares entregaron al Papa Pablo VI una documentación muy rica que Juan Pablo II asumió en 1979 en la exhortación
apostólica "Catechesí tradendae".
La Comisión Permanente del Episcopado Español ha insistido en que, además de la familia y de la comunidad cristiana,
también la escuela es ámbito propio para la acción catequética de la Iglesia:
"En la formación religiosa de las nuevas generaciones tienen un papel básico y preponderante la familia y las
instituciones pastorales de la comunidad cristiana. Pero también la escuela, en cuanto comunidad en la que los
bautizados reciben una formación integral, tiene una función propia en la formación religiosa. La escuela es
lugar privilegiado para la transmisión de unos' conocimientos orgánicos de la fe, y siempre relacionados con el
resto de los saberes que en la escuela se imparten. Esta formación más sistemática de la fe, que ha de ser al
mismo tiempo vital y concreta, y esta integración de la formación religiosa con la visión global del mundo
dentro del actual contexto cultural es hoy más necesaria en la sociedad pluralista para evitar una mera
yuxtaposición de las diversas dimensiones formativas del hombre... la formación religiosa escolar, en cuanto es
una modalidad de la acción catequética, contribuye también a la progresiva inserción del bautizado en la
comunidad religiosa y espiritual de la Iglesia asumiendo compromisos de servicio y colaboración en la misión
salvadora de la misma Iglesia" (Los planteamientos actuales de la enseñanza, PPC, 1976).
Resurge en muchas parroquias de las diócesis españolas la pastoral de la Confirmación, centrada en una preparación
catequética adecuada de los aspirantes. Como botón de muestra he aquí algunas citas de una carta dirigida "A los padres
de los chicos que se preparan a la Confirmación" en una parroquia madrileña:
"Siendo la Confirmación el Sacramento por el cual libremente se acepta ser cristiano
con todas sus consecuencias, creemos que esta decisión
personal requiere una edad mínima, pensamos que de 14
anos, a partir de los cuales se puede comenzar la
preparación en vistas a esta opción. Creemos que para
recibir este Sacramento es necesaria una seria
preparación que ayude al joven a reflexionar sobre su
cristianismo y lo inicie en un proceso de madurez que le
lleve más tarde a tomar una opción correspondiente a su
edad. Por tanto, no porque vuestro hijo(a) siga las
charlas quiere decir que se deba confirmar en este ano, sino que este paso lo debe dar cuando
se sienta con la preparación suficiente para aceptar libre y responsablemente su propio
cristianismo". (Parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe).