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La PlazAT
La revista digital de los Acompañantes Terapéuticos Nº 3 / Marzo de 2018.
SECCIÓN: Senderos
clínicos / Ética y
técnica.
(México DF).
La técnica es un saber indispensable para todo artista; pero también para aquellos clínicos
que apuesten su trabajo a escuchar. Ademas de la dificultad epistemologica que eso significa
en los campos del conocimiento, la escucha y el silencio son campos fundamentales de
nuestra practica, pues por nuestra propia naturaleza de lenguaje, escuchar produce un sujeto
en el discurso, a través de sus propias palabras, aun delirantes. Escucharlo, es una manera de
darle la dignidad del sujeto al psicótico. No esperar entender ayuda a poder escuchar, pues el
delirio es un discurso que no incluye al otro en su construcción, por lo tanto no esta hecho
para compartir nada y menos para entender. Por esto mismo quiénes nos trastornamos
somos los que queremos comprender, hacerlo un discurso de la ciencia; sin embargo,
escuchar es poder enloquecer en el sentido de renunciar a nuestro saber para ser llevado por
la voz del Otro, en sus contenidos y sus formas. A veces es más importante sostener la mirada
a un delirante que decir algo, pues en la lógica del objeto, hablan mas las cosas que las
palabras. El problema histórico de nuestra teorización de la psicosis es que se busco durante
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Proponer una técnica también debe incluir otras dimensiones del lenguaje donde las palabras
no operan, ya enunciamos la relación del delirio con el desconocimiento y ahora
mostraremos otros territorios donde la palabra no opera. En este sentido, el elemento mas
importante en la música y en la clínica son los silencios, donde la ausencia de palabras, crea
un espacio que despliega otras formas del lenguaje cercanas al objeto. Ahí, se juegan muchos
territorios que el cuerpo captura desde lo ICC. En este sentido, es importante señalar que se
trata de otra forma del saber, que no es un conocimiento del lado de la ciencia, se trata de los
silencios, que para quien escucha puede parecer un abismo, que aunque es territorio, es
profundo y oscuro, ahí la escucha no puede necesitar de la razón científica. En el trabajo con
psicosis, los silencios gritan por sus formas, producen una intuición del lugar donde el
psicótico se atrapa. En el devenir del AT es más importante estar que entender; por ello, el
trabajo analítico y del AT, es una forma de lidiar con los abismos del lenguaje. Saber que
esperar, es más productivo que pretender comprender, eso es mas peligroso, pues nos lleva a
la posibilidad de curar a nuestros pacientes de lo que nos pasa a nosotros.
Poder acompañar significa, estar dispuesto a tramitar la orden que imponga el Amo en cada
delirio, a cada momento y desde una reacción al otro encarnado en el analista y en el AT. El
acompañante y el analista, comienzan a ser testigos de la operación lógica del Amo. Tomando
como ejemplo los caprichos a los que se ve envuelta Alicia en ese país de "las maravillas",
podemos mostrar como esa condición de objeto, se produce desde la lógica de un sueño, sin
olvidar que se trata de la misma condición que produce el delirio, pues esta atrapada y sujeta
a las palabras del Otro, una lógica de la univocidad; de ahí su condición de objeto, fusionado
al orden y sus órdenes. Nuestros pacientes psicóticos tienen certezas, pero no saben porque
lo saben, es dogma. El discurso delirante se muestra como efecto de un texto hermético que
más que hecho de palabras parecen mostrar un acertijo a descifrar, a partir de signos que
habitan al sujeto. De esta manera, es un texto axiomático en el universo de los objetos donde
nuestro delirante es uno más que nombra ese orden. Como psicoanalista reconozco que el
lugar de acompañante terapéutico y del psicoanalista no son iguales ni suficientes para
atender este tipo de padecimientos. La condición de nuestros delirantes se producen también
en su cuerpo, por ello no es suficiente el trabajo con el lenguaje, necesitamos además la
atención a lo Real del cuerpo y la mirada del psiquiatra como parte del equipo.
La familia es también quien sostiene la locura del paciente; por ello son indispensables las
sesiones donde se pueda escuchar el lugar que le dan al delirante. En mi experiencia clínica,
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tener a un psicótico en la familia parece que vacuna al resto de la familia, que no quiere ver
en carne propia su participación en la locura de la casa. Generalmente las familias
involucradas prefieren pensar que se trata de una razón genética, porque esto los excluye de
la responsabilidad, sin embargo, su participación en los alcances de la cura es definitiva. Esta
forma de pensar el psicoanálisis teje una compleja madeja de epistemologías; de políticas en
los saberes, por un lado estaría el lugar del equipo de AT's y el analista; luego el psiquiatra
desde la posición de la certeza científica y en el mismo estatuto de verdad esta la condición de
certeza del delirio del paciente. Al menos tres posiciones del saber, certezas y preguntas,
escuchando y haciéndose cargo de dimensiones diversas del tratamiento, por eso es
importante el trabajo en equipo pues el enemigo a vencer es ese Amo que encarna el cuerpo
del delirante.
Es imposible hacer este trabajo sin haber pasado o estar en un psicoanálisis personal ya que
nuestro instrumento de trabajo es también lo que nos toca como sujetos. Para sostener la
mirada a quien delira, es indispensable tener una relación analítica con nuestros fantasmas
por lo que hay que soportar con el cuerpo. Este contexto de escucha de los abismos, tiene una
relación orgánica con nuestros fantasmas, por eso es importante saber que la transferencia se
invierte y nuestras fantasías del delirante son el proceso final de un trabajo con el cuerpo que
define una forma, un estilo y una posibilidad de tratamiento.
Un extranjero en casa, significa que las formas de las fantasías familiares contienen aquello
que es siniestro para todos. Entendemos lo ominoso del delirio, como aquello que es al
mismo tiempo íntimo y extraño en el discurso familiar. Por esto, la noción del extranjero se
juega desde muchos lugares. El primer lugar del extranjero, es quien delira, por eso se les
llama alienados; los que vienen de afuera, pero ese territorio exterior no es cualquiera, es el
que siempre representa lo in-familiar, es decir; las fantasías de varias generaciones,
enraizadas en el comercio familiar que devienen alucinaciones del paciente, que son un
infierno hecho a la medida de los miedos, sostenidos por las fantasías familiares. Entonces el
primero que llegó de fuera fue el delirio llegando desde esta exterioridad íntima, interior que
a todos representa.
Generalmente esta clínica comienza con una situación de desbordamiento y crisis, en este
contexto, el AT es una función indispensable en el inicio de un tratamiento; su posibilidad
ambulatoria le permite llegar a la situación que suele estar gobernada tiránicamente por el
mismo fantasma especular de la familia, en la versión de cada uno de sus miembros. Éste
primer momento del tratamiento hace del AT, un embajador de la alteridad, otro extranjero,
alguien que viene de afuera con una oferta; resolver las cosas de otra manera. En este primer
instante, se instituye a este otro como un intermediario del goce, es llegar a la territorialidad
de la horda primitiva, donde el padre brilla por su ausencia, es un espacio psíquico anterior al
padre, un territorio desolado, sin ley. Freud hace una referencia interesante cuando se refiere
a este contexto como el padre de la horda primitiva, en ella hace una analogía a la relación
entre un hipnotista y el hipnotizado. Esta relación marca una analogía entre el amo y el
esclavo como sucede en el delirio donde todo es objeto. Ahí no hay sujeto, este comienza con
la existencia de la ley, donde se sostiene por la existencia del otro. Después de la llamada de
un miembro de la familia, llegará el alienista, que inaugura el tratamiento bajo la forma del
AT, quien deviene el segundo extranjero después del delirante en la horda primitiva, donde
en el lugar la ley, hay Ordenes del Amo; apareciendo ahí un autoritarismo del Otro; todo es
revelación, saberes axiomáticos, incuestionables. Todos en la familia sufren de los mismos
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La pura presencia Real del AT contiene al paciente y a su familia; es una instancia distinta a
la que dicta el Amo, convirtiéndose así en una forma inaugural de lo social en la cura, y a
partir de esa relación terapéutica, el dispositivo ya es un lazo inaugural, aún siendo un
artificio de la transferencia, es un primer camino fuera de esta situación pre-edipica que vive
el grupo familiar. La presencia y la escucha del AT, es una oferta del otro, donde aparecen
nuevos caminos de la alteridad. Este dispositivo apuesta a promover una instancia que
favorezca la palabra, que instituye otras legalidades más dignas para el sujeto y más lejos de
la condición de objeto en que se ubicaba nuestro delirante. En esa soledad, la ruta siempre es
clara; se trata de ir al tiempo del paciente, hacia la exogamia, las formas de salir son
complejas, caso por caso, deviene sui-generis; ahí sólo se puede caminar desde lo que hace a
cada paciente distinto, no hacia los universales de la ciencia que borran las diferencias y nos
hace a todos iguales. Nuestra ciencia se trata de lo particular donde lo esencial no son las
categorías sino la subjetividad.
Un equipo clínico es también un artificio social; Una apuesta única para cada delirante y su
familia. Desde la mas profunda soledad del sujeto, comenzó el viaje de regreso, el llamado del
equipo, en donde lo que suceda en el equipo desde su función, su consistencia, el trabajo
interior, constituye un vector importante en la tramitación de la cura. Si la forma terapéutica
por excelencia se constituye fundamentalmente en una relación, es en el interior del mismo
grupo donde se tramita una parte de la dirección de la cura como propuesta social y
multidisciplinaria del trabajo. En este sentido; el trabajo al interior es donde se gesta el
retorno a lo social; a fin de cuentas el equipo es una forma legitima de lo social que esta
diseñado para ese paciente en particular. Recordemos que la lógica de inicio del tratamiento
es la geografía donde imperaba el padre de la horda primitiva, esa condición pre-edipica, sin
ley, sin fronteras, sin sujetos, son territorios ordenados por el deseo inconsciente, ahí viene a
insertarse el equipo como algo que viene de afuera. La exterioridad no existe, si no operan la
posibilidad de las fronteras que las palabras traen desde lo simbólico a través de la metáfora.
En esta condición de infinitud en la que se juega el inicio del tratamiento, nuestra
transferencia a cada caso en particular parece mostrar la ambición de poder pasar de la épica
a la ficción en las formas de la fantasía que gobiernan a nuestros delirantes y sus familias.
Otro. Los profetas devienen escribas y así pierden el nombre propio para hablar en nombre
del Otro. Esta disolución narcisista borra las fronteras del cuerpo y se fusiona con esta
exterioridad, deviene ilimitada, como el proceso primario. Al borrarse las fronteras,
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desaparece el sujeto donde la alucinación se sostiene bajo la lógica de lo Uno. En este sentido
es infinito porque no hay con que diferenciar, el principio lógico no existe.
El trabajo clínico con las psicosis se juega cuerpo a cuerpo, lo inconsciente impera y después
evoluciona en otra relación, en principio a través de la escucha del delirio; este proceso no
solo trata de las palabras sino ademas desde las formas de los silencios. Si el cuerpo del
analista y del AT, trabajan desde una escucha ICC, que no necesitan la razón y un delirio que
cree que tiene toda la razón, mas aun; Es la razón suprema desde su posición de encarnación
del mito. Sin duda, es mas importante estar que entender, escuchando nuestro propio
cuerpo, por ejemplo: en la manera de sostener la mirada frente al delirio. Así, se trata de un
trabajo cuerpo a cuerpo hasta que aparecen los primeros bocetos del otro. Nombrar produce
la diferencia un lugar donde aparecer como un dos, desde lo real precipita la aparición del
otro, luego los otros, y así cada quien comienza a tener un lugar, esa primera exterioridad son
el psiquiatra, el analista y el AT. La palabra muestra un deslizamiento en la estructura, una
suerte de procesamiento del objeto, donde en este regreso comienza con el equipo al romper
con la lógica de lo Uno. Este recorrido en la aparición del proceso secundario en el sujeto
delirante va mas allá del sentido, son ordenes y ordenes, que con el tiempo muestran una
significación única e unívoca, donde el acompañamiento es el arte de lidiar con lo imposible.
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La formación del AT, del analista y del músico comparten el hecho de que se puede enseñar
la técnica de su instrumento pero el verdadero desafío es la manera de escuchar. El clínico y
el músico, comparten el hecho de que, para escuchar es necesario dejar de pensar, dos no
caben, escuchar y entender no pueden aparecer al mismo tiempo. Lo importante es la
manera de habitar ese silencio interior; en el universo de los objetos las formas hablan. En el
músico y en el clínico el trabajo es escuchar y en esa intimidad inventar y producir otras
formas. Para el músico, solamente escuchando puede intervenir, al igual que el clínico.
Escuchar objetos, que hablan por sus formas, sin interponer un juicio o un saber. Desde
Freud se plantea desde esa atención flotante que prescinde del saber y en si mismo una forma
del saber contenido en esa formula de un saber que no se sabe; y sin embargo existe, se sabe,
se mueve.
Para el saber del clínico, escuchar con el cuerpo un delirio, no necesita palabras, el hecho de
estar habla por sus formas, pues esa construcción es un texto hermético, no esta escrito para
ser leído sino descifrado, para llegar a ese momento es necesario dejarse habitar la
incertidumbre de nuestra propia ignorancia, hasta que el cuerpo resuelva. Lo Real grita por
sus formas pero no conoce las palabras, se escucha desde la musicalidad del delirio, desde su
mirada, hasta en la corporeidad con la que escuchamos a los sujetos atrapados en el delirio.
El estilo en la escucha, produce ademas diferentes formas del silencio, ahí los objetos toman
la palabra, en tanto representacion-objeto; así, los silencios marcan un vector en la escucha
desde el trabajo cuerpo a cuerpo del equipo clínico.
acompañarlo, aun en su propia ausencia, que es la mas profunda soledad. Esto es un goce
clínico, es el reflejo de una pequeña porción de lo que nuestro delirante sufre, pero ahora ya
no esta solo y eso cuenta en su dignidad. Lo acompañamos sin entender, pues el paciente se
encuentra en donde no se puede pensar, se obedece. En este sentido la manera de estar de un
AT es crucial en el efecto que produce en el universo de las formas. Acompañar desde
cualquier lugar del equipo, es para los clínicos también un goce; donde tenemos una cierta fe
en el sujeto que nos permite apostar como hace el poeta al apalabrar desde los abismos del
lenguaje. Así el estilo se inventa, como el músico que comparte los laberintos del arte en la
invención de la escucha, que también implica inventar una voz generalmente discreta, que
pueda lidiar con los demonios, a veces, solo con el arma de dejarlos hablar, hasta que se
escuchen.
La luna
Jaime Sabines
La luna se puede tomar a cucharadas
o como una cápsula cada dos horas.
Es buena como hipnótico y sedante
y también alivia
a los que se han intoxicado de filosofía.
La PlazAT Nro. 3
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