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1 - Resumen Civil Impresa
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CCyC reafirma aquí que los nacidos por las técnicas de reproducción humana asistida
son hijos —es decir, queda determinada la filiación— de quien dio a luz, y también
del hombre o la mujer que prestó el correspondiente consentimiento previo,
informado y libre en el modo que lo indican los arts. 560 y 561 CCyC, y siempre que
se encuentre debidamente inscripto en el Registro del Estado Civil y Capacidad de las
Personas, sin importar que ambas personas, una de ellas o ninguna haya aportado sus
gametos.
Así, toda persona que se somete a TRHA debe prestar el consentimiento. Si se trata
de una mujer sola que debe apelar a la donación de material genético masculino, la
voluntad procreacional y correspondiente consentimiento debidamente protocolizado
e inscripto en el registro civil, hace generar vínculo filial con esta; de este modo, las
TRHA constituyen un supuesto de monoparentalidad originaria. Si se trata de una
pareja, casada o no, de igual o diverso sexo, ambos integrantes de la pareja también
deben proceder a prestar el correspondiente consentimiento informado para generar
vínculo filial con el niño que nace de las TRHA, hayan aportado o no material
genético.
En la normativa en análisis también se observa la incidencia de la Ley 26.743, de
Identidad de Género, ya que no se refiere a la "mujer" que da a luz sino a "quien da a
luz", de manera neutra, acorde con esta legislación de vanguardia, pues al no ser
necesario realizar operación quirúrgica alguna, una persona que ha nacido mujer
pero que se cambia su identidad al género masculino, y tiene un hijo, es el padre, y
si estaba en pareja y también prestó el pertinente consentimiento previo, libre e
informado, quedará también determinada la filiación con este miembro de la pareja
que puede ser una mujer o un hombre.
FILIACIÓN (trilogía)
ART 559: Certificado de nacimiento. El Registro del Estado Civil y Capacidad de las
Personas sólo debe expedir certificados de nacimiento que sean redactados en forma
tal que de ellos no resulte si la persona ha nacido o no durante el matrimonio, por
técnicas de reproducción humana asistida, o ha sido adoptada.
Ello en consonancia con los términos de la Ley 26618, con el fin de evitar en la
inscripción de niños/as cuyos progenitores resulten ser del mismo sexo la adición de
constancias lesivas o discriminatorias, sin establecer diferencias ni referencias a la
orientación sexual de sus progenitores/as, generando así un proceso de identificación
y no discriminación, conforme al principio de igualdad.
la filiación derivada por TRHA tiene sus reglas propias, cuyo eje central o columna
vertebral es la voluntad procreacional (art. 562 CCyC) expresada a través del
consentimiento previo, informado y libre debidamente protocolizado (arts. 560 y 561
CCyC), con independencia de que estas personas —o una persona sola— hayan
aportado su material genético. En otras palabras, el material genético puede
provenir o corresponder a un tercero y, sin embargo, el vínculo filial quedar
establecido en quien o quienes prestaron el debido consentimiento, por ser quienes
tienen la voluntad de procrear o de ser padres a través del uso de las TRHA.
En art. 575 CCyC se deja bien en claro que la determinación de la filiación en los
casos de TRHA deriva del consentimiento previo, informado y libre, ya sea que se
esté en el marco de un matrimonio (filiación matrimonial) o por fuera de él (filiación
extramatrimonial), con o sin aporte de material genético por parte de quienes
quieren ser padres.
La utilización de material genético involucra varias cuestiones que son propias de la
filiación por TRHA. Además de lo atinente al derecho a la información, y a su acceso,
sobre la persona que donó el material —expresamente regulado en los arts. 563 y 564
CCyC—, el Código se ocupa de dejar bien en claro que jamás podrá haber vínculo
filial con el donante y por consecuente, no sería posible iniciar acción judicial de
ningún tipo para llevar adelante algún reclamo o ejercer ciertos derechos y deberes
contra el donante. El único vínculo legal expresamente previsto por el CCyC es, como
acontece en el caso de la filiación adoptiva plena, a los fines de los impedimentos
matrimoniales.
ART 22: Capacidad de derecho. Toda persona humana goza de la aptitud para ser
titular de derechos y deberes jurídicos. La ley puede privar o limitar esta capacidad
respecto de hechos, simples actos, o actos jurídicos determinados.
ART 23: Capacidad de ejercicio. Toda persona humana puede ejercer por si mismo
sus derechos, excepto las limitaciones expresamente previstas en este Código y en
una sentencia judicial.
ART 24: Personas incapaces de ejercicio. Son incapaces de ejercicio:
a- la persona por nacer;
b- la persona que no cuenta con la edad y el grado de madurez suficiente, con el
alcance de lo dispuesto en la sección 2 de este Capítulo;
c- la persona declarada incapaz por sentencia judicial, en la extensión dispuesta
en esa decisión.
ART 26: Ejercicio de los derechos por la persona menor de edad. La persona
menor de edad ejerce sus derechos a través de sus representantes legales.
No obstante, la que cuenta con edad y grado de madurez suficiente puede ejercer
por si solo los actos que le son permitidos por el ordenamiento jurídico. En
situaciones de conflicto de intereses con sus representantes legales, puede intervenir
con asistencia letrada.
La persona menor de edad tiene derecho a ser oída en todo proceso judicial que le
concierne así como a participar en las decisiones sobre su persona.
Se presume que el adolecente entre trece y dieciséis años tiene aptitud para decidir
por sí respecto de aquellos tratamientos que no resultan invasivos, ni comprometen
su estado de salud o provocan un riesgo grave en su vida o integridad física.
Si se trata de tratamientos invasivos que comprometen su estado de salud o está en
riesgo la integridad o la vida, el adolecente debe prestar su consentimiento con la
asistencia de sus progenitores; el conflicto entre ambos se resuelve teniendo en
cuenta su interés superior, sobre la base de la opinión médica respecto a las
consecuencias de la realización o no del acto médico.
A partir de los dieciséis años el adolecente es considerado como un adulto para las
decisiones atinentes al cuidado de su propio cuerpo.}
Así, continúa el art. 26: “… La persona menor de edad tiene derecho a ser oída en
todo proceso judicial que le concierne así como a participar en las decisiones sobre
su persona”.
Por su parte, al regular cada institución del derecho familiar que involucre los
derechos e intereses de niños y adolescentes, el CCYC incorpora como requisito de
efectividad este derechogarantía constitucional.
Art. 26 CCYC; ¿cuáles son las tres situaciones contempladas por la norma?
EMANCIPACIÓN
ART 27: Emancipación. La celebración del matrimonio antes de los dieciocho años
emancipa a la persona menor de edad.
La persona emancipada goza de plena capacidad de ejercicio con las limitaciones
previstas en este Código.
La emancipación es irrevocable. La nulidad del matrimonio no deja sin efecto la
emancipación, excepto respecto del cónyuge de mala fe para quien cesa a partir del
día en que la sentencia pasa en autoridad de cosa juzgada.
Si algo es debido a la persona menor de edad con cláusula de no poder percibirlo
hasta la mayoría de edad, la emancipación no altera la obligación ni el tiempo de su
exigibilidad.
El instituto de la emancipación importa por un lado la extinción de la responsabilidad
parental y a la vez la adquisición de plena capacidad de ejercicio, a excepción de
contadas restricciones que se mantienen en relación a actos jurídicos determinados.
Es requisito para la celebración del matrimonio contar con la edad de 18 años (art.
403, inc. f, CCyC), pero ¿qué sucede en caso de la pretensión de una persona menor
de dicha edad, es decir, de alguien que carece de la edad nupcial? En este aspecto el
CCyC establece una solución diversa en el caso de adolescentes mayores o menores
de 16 años. Si el adolescente que pretende contraer matrimonio cuenta con 16 años
puede contraer nupcias con autorización de sus representantes legales. En caso de no
contar con esta venia se requiere dispensa judicial. En cambio, si el adolescente es
menor de 16 años, se exige la previa dispensa judicial (art. 404 CCyC).
En uno u otro caso, la celebración del matrimonio emancipa a la persona menor de
edad. La emancipación tiene como efecto la adquisición de capacidad por la persona
menor de edad, con las únicas excepciones que son establecidas en el artículo
siguiente, el art. 28.
Se establece el efecto de la eventual nulidad del matrimonio y su impacto en la
emancipación anteriormente obtenida. Así, en tanto importa la adquisición de plena
capacidad, y conforme el principio de no regresividad, una vez adquirida la
capacidad fruto de la emancipación, ella es irrevocable. Aún el caso de nulidad del
matrimonio no afecta la emancipación y efectos adquiridos. La única excepción la
constituye el supuesto del cónyuge de mala fe, cuya emancipación cesa a partir del
día en que la sentencia de nulidad pase en autoridad de cosa juzgada.
La nulidad por falta de dispensa judicial constituye un supuesto de nulidad relativa,
por cuanto se establece en beneficio del cónyuge que no contaba con la edad
nupcial, ostentando legitimación para plantearla tanto este como las personas que,
en su representación, podrían haberse opuesto a la celebración del matrimonio (art.
425 inc. a, CCyC).
Si el matrimonio fue celebrado de buena fe por ambos cónyuges, produce todos los
efectos del matrimonio válido hasta el día en que se declare su nulidad. Si solo uno
de los cónyuges es de buena fe, tales supuestos operan en relación a este, además de
concederle los efectos mencionados en el art. 429. En cambio si ambos cónyuges lo
fueron de mala fe no produce efecto alguno (art. 430 CCyC).
La cláusula final del artículo, en tanto, tiene como objetivo la preservación de los
intereses de los terceros, que no pueden verse afectados por los efectos de la
emancipación derivada del matrimonio de la persona menor de edad.
ART 30: Persona menor de edad con título profesional habilitante. La persona
menor de edad que ha obtenido un título habilitante para el ejercicio de una
profesión puede ejercerla por cuenta propia sin necesidad de previa autorización.
Tiene la administración y disposición de los bienes que adquiere con el producto de
su profesión y puede estar en juicio civil o penal por cuestiones vinculadas a ella.
Restricciones a la capacidad
ART 31: Reglas generales. La restricción al ejercicio de la capacidad jurídica se rige
por las siguientes reglas generales:
a- La capacidad general de ejercicio de la persona humana se presume, aun
cuando se encuentre internada en un establecimiento asistencial;
b- Las limitaciones a la capacidad son de carácter excepcional y se imponen
siempre en beneficio de la persona;
c- La intervención estatal tiene siempre carácter interdisciplinario, tanto en el
tratamiento como en el proceso judicial;
d- La persona tiene derecho a recibir información a través de medios y
tecnologías adecuadas para su comprensión;
e- La persona tiene derecho a participar en el proceso judicial con asistencia
letrada, que debe ser proporcionada por el Estado si carece de medios;
f- Deben priorizarse las alternativas terapéuticas menos restrictivas de los
derechos y libertades.
ART 32: Persona con capacidad restringida y con incapacidad. El juez puede
restringir la capacidad para determinados actos de una persona mayor de trece años
que padece una adicción o una alteración mental permanente o prolongada, de
suficiente gravedad, siempre que estime que del ejercicio de su plena capacidad
puede resultar un daño a su persona o a sus bienes.
En relación a dichos actos, el juez debe designar el o los apoyos necesarios que
prevé el art 43, especificando las funciones con los ajustes razonables en función de
las necesidades y circunstancias de la persona.
El o los apoyos designados deben promover la autonomía y favorecer las decisiones
que respondan a las preferencias de la persona protegida.
Por excepción, cuando la persona se encuentre absolutamente imposibilitada de
interaccionar con su entorno y expresar su voluntad de cualquier modo, medio o
formato adecuado y el sistema de apoyos resulte ineficaz, el juez puede declarar
incapacidad y designar un curador.
( ver art siguientes del Código)
Responsabilidad parental
ART 638: Concepto. La responsabilidad parental es un conjunto de deberes y
derechos que corresponden a los progenitores sobre la persona y bienes del hijo,
para s protección, desarrollo y formación integran mientras sea menor de edad y no
se haya emancipado.
ART 639: Principios generales. La responsabilidad parental se rige por los siguientes
principios:
a- El interés superior del niño;
b- La autonomía progresiva del hijo conforme a sus características psicofísicas,
aptitudes y desarrollo. A mayor autonomía, disminuye la representación de
los progenitores en el ejercicio de los derechos de los hijos;
c- El derecho del niño a ser oído y a que su opinión sea tenida en cuenta según
su edad y grado de madurez.
El art. 658 dispone las reglas generales respecto a quienes son los obligados y
quienes son los beneficiados de la contribución alimentaria. En primer lugar
establece la paridad de ambos progenitores respecto a la manutención de los hijos,
condicionada a estrictos elementos objetivos, como la condición y fortuna de cada
uno de ellos. Es decir, si bien ambos progenitores se encuentran en el mismo lugar
respecto a su condición de sujetos pasivos de esta obligación, las condiciones
específicas de cada uno de ellos será la variable a considerar, junto con otras, para
definir la extensión o intensidad de cumplimiento de tal obligación. . Por lo tanto,
aquello a lo que se refiere la norma es que el nivel de vida de los progenitores incide
en forma directa en el de sus hijos.
La importante novedad que introduce la primera parte del art es separar el
cuidado personal de la obligación alimentaria, pues ello funciona como una saludable
alternativa que evita los reclamos de cuidado personal unilateral con la única razón
de obtener o evitar las consecuencias de contenido económico. Sin embargo, el
desarrollo de las tareas de cuidado personal tiene un contenido económico y ello es
valorado en el CCYC (art.660)
Por otra parte, se establece que los sujetos activos de esta obligación, es decir,
sus beneficiarios, son aquellos hijos de hasta veintiún años de edad. Ello, como regla
general, debe ser interpretada en forma conjunta con las disposiciones específicas de
los art. 662 y 663.
Así entonces, y en virtud del principio de no regresividad en el reconocimiento de
derechos, se mantiene el criterio que ya regía en el CC, que a través de la reforma
de la ley 26.579 disminuyo la edad en la cual se adquiere plena capacidad, fijándola
en los 18 años (mismo criterio del CCYC) pero mantuvo la obligación alimentaria
hasta los 21 años. Tanto el reclamo como la modalidad de cumplimiento de la
obligación alimentaria a esta especial franja etaria, de mayores de edad pero
beneficiarios de la obligación alimentaria, genero importantes debates doctrinarios y
jurisprudenciales. Luego, la ultima parte del art 658 mantiene la misma excepción al
reconocimiento de la condición de beneficiario: que el hijo mayor de edad cuente
con recursos suficientes para procurarse los alimentos por sí mismo.
Resulta necesario destacar que este art sienta la regla general y ello es evidente
respecto a los sujetos activos de la obligación alimentaria, ya que regula diversas
excepciones, tales como el hijo mayor que se capacita (art 663), el hijo no
reconocido (art 664) e incluso la mujer embarazada (art 665)
Respecto del contenido de la obligación alimentaria, el art 659 sigue el criterio
que ya establecía el CC, pero destaca la incorporación de aquellos gastos necesarios
para adquirir una profesión u oficio, con la clara finalidad de favorecer el desarrollo
autónomo de los hijos. La última parte del art establece, como modalidad de
cumplimiento, las prestaciones monetarias o en especie, cuestión que
necesariamente deberá relacionarse con las garantías de cumplimiento o las medidas
a tomar ante el incumplimiento. Y, finalmente se reitera la proporcionalidad como
criterio de determinación de la extensión alimentaria, no solo respecto de los
obligados entre sí, sino también en relación a las necesidades del alimentado. Es
decir, en la determinación de la cuantía, la proporcionalidad funciona en un doble
sentido; entre los obligados, sujetos pasivos de la obligación (art 658 y 666), y frente
al hijo, en tanto evaluación de posibilidades económicas en relación de las
necesidades del alimentado.
El art 660 también incorpora una novedad muy importante; la visibilización legal
del contenido económico de las tareas de cuidado personal. Efectivamente, dar cabal
cumplimiento a las funciones de atención, supervisión, desarrollo y dirección de la
vida cotidiana de los hijos implica un esfuerzo físico y mental imprescindible. Pero
objetivamente insume una cantidad de tiempo real que se traduce en valor
económico.
ART 662: Hijo mayor de edad. El progenitor que convive con el hijo mayor de edad
tiene legitimación para obtener la contribución del otro hasta que el hijo cumpla
veintiún años. Puede inicia el juicio alimentario o, en su caso, continuar con el
proceso promovido durante la minoría de edad del hijo para que el juez determine la
cuota que corresponde al otro progenitor. Tiene derecho a cobrar y administrar las
cuotas devengadas.
Las partes de común acuerdo, o el juez, a pedido de alguno de los progenitores o del
hijo, pueden fijar una suma que el hijo debe percibir directamente del progenitor no
conviviente. Tal suma, administrada por el hijo, será destinada a cubrir desembolsos
de su vida diaria, como esparcimiento, gastos con fines culturales o educativos,
vestimenta u otros rubros que se estimen pertinentes.
ART 663: Hijo mayor que se capacita. La obligación de los progenitores de proveer
recursos al hijo subsiste hasta que éste alcance la edad de veinticinco años, si la
prosecución de estudios o preparación profesional de un arte u oficio, le impide
proveerse de medios necesarios para sostenerse independientemente.
Pueden ser solicitados por el hijo o por el progenitor con el cual convive; debe
acreditarse la viabilidad del pedido.
(Leer art 664 al 670 CCYC)
Con total criterio de realidad, el art 663 contempla el supuesto de aquellos
hijos jóvenes que han superado el límite de 21 años, excluidos por lo tanto del art
662, pero que se encuentra en pleno proceso de capacitación o preparación
profesional, artística o laboral y la prosecución de sus estudios le impiden procurarse
su propio sustento.
Las exigencias de procedencia de esta especial obligación alimentaria son
varias: 1) ser hijo de entre 21 y 25 años. 2) ya encontrarse realizando estudios o en
preparación profesional, artística o de cualquier oficio. 3) que la prosecución de
tales estudios o preparación le impida obtener los recursos para mantenerse en
forma independiente.
En nuestro país, la jurisprudencia ya había receptado esta solución, con el
sólido argumento de los datos de la realidad, derivados tanto de la dificultad de los
jóvenes para lograr independencia económica y de la conveniencia de contar con
preparación profesional, artística o de algún oficio a los fines de logra tal
independencia económica.
NOMBRE DE LA PERSONA
ART 62: Derecho y deber. La persona humana tiene el derecho y el deber de usar el
prenombre y el apellido que le corresponden.
ART 63: Reglas concernientes al prenombre. La elección del prenombre esta sujeta
a las reglas siguientes:
a- Corresponde a los padres o a las personas a quienes ellos den su autorización
para tal fin; a falta o impedimento de uno de los padres, corresponde la
elección o dar la autorización al otro; en defecto de todos, debe hacerse por
los guardadores, el Ministerio Público o el funcionario del Registro del Estado
Civil y Capacidad de las Personas;
b- No pueden inscribirse mas de tres prenombres, apellidos como pronombres,
primeros prenombres idénticos a primeros prenombres de hermanos vivos;
tampoco pueden inscribirse prenombre extravagantes;
c- Pueden inscribirse nombres aborígenes o derivados de voces aborígenes
autóctonas y latinoamericanas
ART 64: Apellido de los hijos. El hijo matrimonial lleva el primer apellido de alguno
de los cónyuges; en caso de no haber acuerdo se determina por sorteo realizado en el
Registro Civil y Capacidad de las Personas. A pedido de los padres, o del interesado
con edad y madurez suficiente, se puede agregar el apellido del otro.
Todos los hijos de un mismo matrimonio deben llevar el apellido y la integración
compuesta que se haya decidido para el primero de los hijos.
El hijo extramatrimonial con un solo vínculo filial lleva el apellido de ese progenitor.
Si la filiación de ambos padres se determina simultáneamente, se aplica el primer
párrafo de este artículo. Si la segunda filiación se determina después, los padres
acuerdan el orden; a falta de acuerdo, el juez dispone el orden de los apellidos,
según el interés superior del niño.
ART 66: Casos especiales. La persona con edad y grado de madurez suficiente que
carezca de apellido inscripto puede pedir la inscripción del que este usando.
ART 67: Cónyuges. Cualquiera de los cónyuges puede optar por usar el apellido del
otro, con la preposición “de” o sin ella.
La persona divorciada o cuyo matrimonio ha sido declarado nulo no puede usar el
apellido del otro cónyuge, excepto que, por motivos razonables, el juez la autorice a
conservarlo.
El cónyuge viudo puede seguir usando el apellido del otro cónyuge mientras no
contraiga nuevas nupcias, ni constituya unión convivencial.
PERSONA JURÍDICA
ART 141: Definición. Son personas jurídicas todos los entes a los cuales el
ordenamiento jurídico les confiere aptitud para adquirir derechos y contraer
obligaciones para el cumplimiento de su objeto y los fines de su creación.
ART 147: Ley aplicable. Las personas jurídicas públicas se rigen en cuanto a su
reconocimiento, comienzo, capacidad, funcionamiento, organización y fin de su
existencia, por las leyes y ordenamiento de su constitución.
(Tratándose de persona jurídicas públicas, la regulación en sí es propia del derecho
público nacional e internacional según los casos.)
ART 149: Participación del Estado. La participación del Estado en personas jurídicas
privadas no modifica el carácter de éstas. Sin embargo, la ley o el estatuto pueden
prever derechos y obligaciones diferenciados, considerando el interés público
comprometido en dicha participación.
ART 150: Leyes aplicables. Las personas jurídicas privadas que se constituyen en la
República Argentina, se rigen:
a- Por las normas imperativas de la ley especial o, en su defecto, de este
Código;
b- Por las normas del acto constitutivo con sus modificaciones y de los
reglamentos, prevaleciendo las primeras en caso de divergencia;
c- Por las normas supletorias de leyes especiales o en su defecto, por las de
este Título.
Las personas jurídicas privadas que se constituyen en el extranjero se rigen
por lo dispuesto en la ley general de sociedades.
ART 225: Inmuebles por su naturaleza. Son inmuebles por su naturaleza el suelo,
las cosas incorporadas a él de una manera orgánica y las que se encuentran bajo el
suelo sin el hecho del hombre.
El art. 225 omite la referencia a las partes sólidas y fluidas que forman la
superficie y profundidad del suelo. Para salvar tal silencio, debemos tener presente
que "el suelo es la superficie de la tierra en su configuración natural comprende tres
entidades distintas, pero igualmente consideradas como inmuebles, 1° Suelo
propiamente dicho; 2° Subsuelo; 3° Supersuelo, o vuelo. 1° El suelo o nuda
superficie puramente natural, perceptible inmediatamente a la vista, comprende
tierra, arena, piedras, lava, agua superficial no importa sea pública o privada;
absorbe e incorpora a otras entidades como agua, abonos, detritus, lava, que
devienen inmuebles por el hecho de que devienen suelo. 2° El subsuelo es
igualmente considerado inmueble, independientemente de su pertenencia y de la
particular situación jurídica en que se encuentra; por tanto la mina, galerías y
hornagueras, reguladas por leyes especiales son inmuebles mientras los minerales se
encuentren en las entrañas de la tierra. 3° El supersuelo o espacio aéreo
jurídicamente no es cosa. Implica solamente utilidad económica que en el ámbito del
Derecho se manifiesta en la facultad de construir, o de hacer plantaciones sobre el
suelo. Mientras tales facultades sean inherentes a la propiedad, se trata de no cosa,
sino de facultad comprendida en el dominio.".
"... las cosas incorporadas a él de una manera orgánica..." El enunciado alude
a los vegetales cualquiera sea su clase, es decir: árboles, arbustos, plantas, pastos,
etc., aunque para algunos, como Llerena, las plantas son inmuebles por accesión. No
obstante la claridad que posee el art. 225 CCYC, los vegetales deben considerarse
inmuebles por su naturaleza, siempre y cuando se encuentren incorporados al suelo
de una manera orgánica. Se descarta de plano que las plantas que se encuentran en
macetas o almácigos sean inmuebles por su naturaleza; ellas son cosas muebles en
virtud de poder transportarse de un lugar a otro.
"... y las que se encuentran bajo el suelo sin el hecho del hombre". Se incluye
dentro de la categoría de inmuebles por su naturaleza todo aquello que se encuentre
debajo del suelo sin la concurrencia de la actividad del hombre, como los minerales
sólidos, líquidos o gaseosos: minas de metales preciosos, napas petrolíferas o
gaseosas.
ART 226: Inmuebles por accesión. Son inmuebles por accesión las cosas muebles
que se encuentran inmovilizadas por su adhesión física al suelo, con carácter
perdurable. En este caso, los muebles forman un todo con el inmueble y no pueden
ser objeto de un derecho separado sin la voluntad del propietario.
No se consideran inmuebles por accesión las cosas afectadas a la explotación del
inmueble o a la actividad del propietario.
Para que una cosa sea un inmueble por accesión física deben darse los
siguientes requisitos: 1) cosas muebles; 2) inmovilizadas por su adhesión física al
suelo; y 3) adhesión física con carácter perdurable. La concurrencia de aquellos
supuestos determina que los muebles formen un todo con el inmueble y que no
puedan ser objeto de un derecho separado sin la voluntad del propietario (una pauta
valiosa para reconocer la accesión física puede estar dada por la modificación de la
esencia de la cosa al separarse: si se destruye o modifica integra el todo y hay
accesión). Los inmuebles por accesión física son originariamente cosas muebles. Sin
embargo, mutan en su naturaleza jurídica al encontrarse inmovilizadas en razón de
su adhesión física al suelo con carácter perdurable. Para que las cosas muebles
cambien de naturaleza y pasen a ser inmuebles por accesión física es necesario que
ellas se encuentren "inmovilizadas" como producto de una adhesión física al suelo
provocada por el hecho del hombre. De esta forma se descartan aquellas cosas
inmovilizadas por sí mismas al suelo, ya que serían cosas inmuebles por su
naturaleza.
El gran cambio que introduce el art. 226, respecto del art. 2315 CC se da en
el fragmento de la norma “con carácter perdurable”. El art. 2315 rezaba: "con tal
que esta adhesión tenga el carácter de perpetuidad". El actual art. 226 demanda un
"carácter perdurable" de la inmovilización de la cosa mueble por su adhesión física al
suelo. El cambio produce una mayor flexibilidad, si se entiende que perdurable es lo
que dura mucho tiempo, mientras que perpetuo es lo que dura y permanece para
siempre. Se descartan para configurar el carácter de inmuebles por accesión física
las cosas muebles adheridas al suelo con carácter temporario o provisorio, como
pueden ser casillas, tinglados o galpones que se arman para ocasiones determinadas.
Derogación de los inmuebles por accesión moral y por carácter
representativo
El Código elimina los inmuebles por accesión moral e inmuebles por carácter
representativo. Inmuebles por accesión moral o por destino El art. 2316 CC establecía
que "son también inmuebles las cosas muebles que se encuentran puestas
intencionalmente, como accesorios de un inmueble, por el propietario de este, sin
estarlo físicamente". Es decir, son cosas muebles que sin estar físicamente adheridas,
cumplen una función económica en razón de la explotación del inmueble en la que
son ubicadas
como cosas muebles adheridas al inmueble en vistas de la profesión del propietario.
El art. 226 in fine CCYC establece que "no se consideran inmuebles por accesión las
cosas afectadas a la explotación del inmueble o a la actividad del propietario". La
prohibición, entonces, rige en los dos supuestos: 1) cosas afectadas a la explotación
del inmueble; y 2) cosas afectadas a la actividad del propietario.
Inmuebles por carácter representativo El art. 2317 CC expresaba: "son inmuebles por
su carácter representativo los instrumentos públicos de donde constare la adquisición
de derechos reales sobre bienes inmuebles, con exclusión de los derechos reales de
hipoteca y anticresis".
ART 227: Cosas muebles. Son cosas muebles las que pueden desplazarse por si
mismas o por una fuerza externa.
ART 228: Cosas divisibles. Son cosas divisibles las que pueden ser divididas en
porciones reales sin ser destruidas, cada una de las cuales forma un todo homogéneo
y análogo tanto a las otras partes como a la cosa misma.
Las cosas no pueden ser divididas si su fraccionamiento convierte en antieconómico
su uso y aprovechamiento. En materia de inmuebles, la reglamentación del
fraccionamiento parcelario corresponde a las autoridades locales.
ART 229: Cosas principales. Son cosas principales las que pueden existir por si
mismas.
ART 230: Cosas accesorias. Son cosas accesorias aquellas cuya existencia y
naturaleza son determinadas por otra cosa de la cual dependen o a la cual están
adheridas. Su régimen jurídico es el de la cosa principal, excepto disposición legal en
contrario.
Si las cosas muebles se adhieren entre sí para formar un todo sin que sea posible
distinguir la accesoria de la principal, es principal la de mayor valor. Si son del
mismo valor no hay cosa principal ni accesoria.
ART 321: Cosas consumibles. Son cosas consumibles aquellas cuya existencia
termina con el primer uso. Son cosas no consumibles las que no dejan de existir por
el primer uso que de ellas se hace, aunque sean susceptibles de consumirse o
deteriorarse después de algún tiempo.
ART 232: Cosas fungibles. Son cosas fungibles aquellas en que todo individuo de la
especie equivale a otro individuo de la misma especie, y pueden sustituirse por otras
de la misma calidad y en igual cantidad.
ART 233: Frutos y productos. Frutos son los objetos que un bien produce, de modo
renovable, sin que se altere o disminuya su sustancia.
Frutos naturales son las producciones espontaneas de la naturaleza.
Frutos industriales son los que se producen por la industria del hombre o la cultura
de la tierra.
Las remuneraciones del trabajo se asimilan a los frutos civiles.
Productos son los objetos no renovables que separados o sacados de la cosa alteran o
disminuyen su sustancia.
Los frutos naturales e industriales y los productos forman un todo con la cosa, si no
son separados.
ART 234: Bienes fuera del comercio. Están fuera del comercio los bienes cuya
transmisión esta expresamente prohibida: a) por ley, b) por actos jurídicos, en
cuanto este Código permite tales prohibiciones.
ART 237: Determinación y caracteres de las cosas del Estado. Uso y goce. Los
bienes públicos del Estado son inenajenables, inembargables e imprescriptibles. Las
personas tienen su uso y goce, sujeto a las disposiciones generales y locales.
La Constitución Nacional, la legislación federal y el derecho público local determinan
el carácter nacional, provincial o municipal de los bienes enumerados en los dos
artículos 235 y 236.
ART 238: Bienes de los particulares. Los bienes que no son del Estado nacional,
provincial, de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires o municipal, son bienes de los
particulares sin distinción de las personas que tengan derecho sobre ellos, salvo
aquellas establecidas por leyes especiales.
ART 239: Aguas de los particulares. Las aguas que surgen en los terrenos de los
particulares pertenecen a sus dueños, quienes pueden usar libremente de ellas,
siempre que no formen cauce natural. Las aguas de los particulares quedan sujetas al
control y a las restricciones que en interés público establezca la autoridad de
aplicación. Nadie puede usar de aguas privadas en perjuicio de terceros ni en mayor
medida de su derecho.
Pertenecen al dominio público si constituyen cursos de agua por cauces naturales.
Los particulares no deben alterar esos cursos de agua. El uso por cualquier título de
aguas públicas, u obras construidas para utilidad o comodidad común, no les hace
perder el carácter de bienes públicos del Estado, inalienables e imprescriptibles.
El hecho de correr los cursos de agua por los terrenos inferiores no da a los dueños de
éstos derecho alguno.
ART 240: Límites al ejercicio de los derechos individuales sobre los bienes. El
ejercicio de los derechos individuales sobre los bienes mencionados en las Secciones
1ª y 2ª debe ser compatible con los derechos de incidencia colectiva. Debe
conformarse a las normas del derecho administrativo nacional y local dictadas en el
interés público y no debe afectar el funcionamiento ni la sustentabilidad de los
ecosistemas de la flora, la fauna, la biodiversidad, el agua, los valores culturales, el
paisaje, entre otros, según los criterios previstos en la ley especial.
ART 241: Jurisdicción. Cualquiera sea la jurisdicción en que se ejerzan los derechos,
debe respetarse la normativa sobre presupuestos mínimos que resulte aplicable.
HECHOS JURÍDICOS
ART 258: simple acto lícito. El simple acto lícito es la acción voluntaria no prohibida
por la ley, de la que resulta alguna adquisición, modificación o extinción de
relaciones o situaciones jurídicas.
ART 259: Acto jurídico. El acto jurídico es el acto voluntario lícito que tiene por fin
inmediato la adquisición, modificación o extinción de las relaciones o situaciones
jurídicas.
Para ser reputado como voluntario, es preciso que el acto sea ejecutado con
discernimiento, intención y libertad, y que al mismo tiempo se exteriorice. Los 3
primeros requisitos constituyen los elementos internos de la voluntad, y el cuarto, el
elemento externo. Si falta alguno de ellos, el acto será nulo.
INSTRUMENTOS PÚBLICOS
El CCYC no conceptualiza, sino que enuncia los instrumentos públicos. Sin embargo,
la doctrina entiende por instrumento público el documento escrito otorgado con
intervención de un oficial público legalmente facultado para ello, con las
formalidades que la ley establece.
La seguridad jurídica requiere que ciertos actos queden documentados de
modo que el instrumento donde constan haga fe por sí mismo, es decir, no sea
normalmente pasible de desconocimiento, ni su eficacia quede supeditada a
ulteriores pruebas ni verificaciones.
De ahí que el Estado atribuya a ciertos funcionarios ("oficial público",
"escribano público", "actuario") la misión de dar fe de aquellos actos correspondientes
a la competencia que se les asigna y, a la vez, exija determinados recaudos a
observarse al tiempo del otorgamiento de esos instrumentos.
Luego se incluyen no solo los instrumentos que otorgan los escribanos, sino
también aquellos extendidos por funcionarios públicos con los requisitos que
establecen las leyes y, asimismo, los títulos emitidos por el Estado nacional,
provincial o de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, conforme las leyes que
autorizan su emisión.
Estos títulos son instrumentos oficiales que emanan de funcionarios y, aunque
conforme a la doctrina el contenido de estos documentos no es propio de la fe
pública por su jerarquía (son originados por órganos del poder público), gozan
también de una presunción de legitimidad y de autenticidad, que los habilita para
quedar incluidos en este CCYC como instrumentos públicos.
Las escrituras públicas y sus copias o testimonios. Sus modificaciones Entre los
instrumentos públicos, en primer lugar, se incluyen las escrituras públicas y las
copias o testimonios.
Aquí observamos una modificación respecto del Código velezano al haberse optado
por la sinonimia de estos dos vocablos de manera que se ha terminado la discusión
entre la palabra copia, que consignan las leyes notariales, y la palabra testimonio,
que es la utilizada en la práctica forense y notarial.
Los instrumentos que extienden los escribanos o los funcionarios públicos con los
requisitos que establecen las leyes Comprende una cantidad innumerable de
instrumentos emanados de autoridades integrantes de cualquiera de los tres poderes
del Estado (legislativo, ejecutivo, judicial). A saber, son instrumentos públicos las
partidas que expide el Registro Civil, las actuaciones judiciales producidas conforme
las leyes procesales que llevan la firma del juez o del secretario (la sentencia, las
resoluciones, las notas, los autos, los cargos que consignan fecha de presentación del
escrito, las actas de audiencias).
Son, además, instrumentos públicos las diligencias de los mandamientos o
notificaciones asentadas por el oficial de justicia o por el oficial notificador por las
vías de comunicación establecidas en las leyes de procedimiento, incluidas las
electrónicas y digitales, etc.
No obstante, el carácter de instrumentos públicos se amplía también a aquellos que
provienen de los escribanos y también a documentos notariales, aunque no sean
escrituras públicas. Es decir, son instrumentos notariales que se traducen, según el
art. 310 CCYC, en las llamadas actas notariales; por ejemplo, certificaciones de
firmas e impresiones digitales autorizados por escribanos; certificados que pueden
ser actas protocolares o extraprotocolares —por ejemplo, el acta de entrega de
testamento cerrado es acta extra protocolar—; los inventarios que realicen los
notarios; las actas de transcripción y la redacción de actas de asambleas y de actas
de protesto; las notificaciones; los testimonios de asientos contables; las actas
notariales de constatación de situaciones de hecho a pedido de personas
particulares.
Los títulos emitidos por el Estado nacional, provincial o la CABA, conforme las
leyes que autorizan su emisión Son aquellos títulos que se emiten de conformidad a
la norma que los crea. Si bien por su origen son instrumentos particulares, se los ha
revestido de la autenticidad que ostentan para facilitar el crédito público y su
circulación, y por la innecesariedad de justificar la certeza de la firma del
funcionario que las emite, simplificando así la negociación del Estado con los
particulares. A título de ejemplo, los billetes de papel moneda, los títulos de crédito
emitidos por el Estado nacional o provincial o de la CABA —o sea, los reconocimientos
de deuda del Estado—, los títulos de la deuda pública —como los bonos.
ART 290: Requisitos del instrumento público. Son requisitos de validez del
instrumento público:
a- La actuación del oficial público en los límites de sus atribuciones y de su
competencia territorial, excepto que el lugar sea generalmente tenido como
comprendido en ella;
b- Las firmas del oficial público, de las partes, y en su caso, de sus
representantes; si alguno de ellos no firma por sí mismo o a ruego, el
instrumento carece de validez para todos.
El CCYC determina cuáles son los requisitos sustanciales que califican los
instrumentos públicos. Da por sentado que el instrumento público debe ser otorgado
por un oficial público. Esta es la esencia del instrumento público —la existencia e
intervención del oficial público— y, sobre dicha base, el CCYC enuncia requisitos
subjetivos y objetivos para la validez del acto que aquel otorga.
Son subjetivos los siguientes:
a) capacidad del oficial público; b) comienzo y fin de la capacidad; c) inhabilidad del
oficial público; d) competencia del oficial público.
En tanto, podemos enunciar los requisitos objetivos que hacen a la validez del
siguiente modo:
a) la firma del oficial público; b) la firma de las partes o sus representantes, ya sea
que la estampen por sí mismos o a ruego.
Por último, el CCYC expone al final del artículo, y para el supuesto de falta de
firma de alguno de los comparecientes y del otorgante, la sanción legal de invalidez
del acto.
ART 291: Prohibiciones. Es de ningún valor el instrumento autorizado por un
funcionario público en asunto en que él, su cónyuge, su conviviente, o un pariente
suyo dentro del cuarto grado o segundo de afinidad, sean personalmente interesados.
ART 292: Presupuestos. Es presupuesto para la validez del instrumento que el oficial
público se encuentre efectivamente en funciones. Sin embargo son válidos los actos
instrumentados y autorizados por él antes de la notificación de la suspensión o
cesación de sus funciones hechos conforme a la ley o el reglamento que regula la
función de que se trata.
Dentro de los límites de la buena fe, la falta de los requisitos necesarios para su
nombramiento e investidura no afecta el acto ni el instrumento si la persona
interviniente ejerce efectivamente un cargo existente y actúa bajo la apariencia de
legitimidad del título.
En el art. 290, inc. 1°, CCYC se regulan los requisitos de validez del
instrumento público, entre ellos, la actuación del oficial público dentro del límite de
sus atribuciones y del espacio geográfico asignado para cumplirlas. En este artículo
se establece que el oficial público no solo debe ser "investido" de su ropaje como tal,
de acuerdo a las leyes que regulan el ejercicio de su desempeño según sea la función
de que se trate, sino que además debe estar "efectivamente" en funciones. Se regula,
pues, la necesariedad de que el funcionario "se encuentre en posesión del cargo".
De igual modo, si el oficial público es suspendido o cesa en sus funciones, los
actos otorgad os por él antes de que tome conocimiento de esas medidas que le
quitan temporal o definitivamente la "investidura", son válidos. En el segundo párrafo
del presente artículo se meritúa el principio de la buena fe. Allí se expresa que el
instrumento público otorgado en ejercicio efectivo del cargo por un oficial público,
con apariencia de legitimidad, no puede afectar la validez del acto. Ello así, porque
aun cuando el oficial público carezca del conjunto de condiciones necesarias para su
nombramiento, es fundamental que el principio de seguridad jurídica a los
particulares administrados sea sostenido, ya que en apariencia ese oficial público
ejerce legítimamente su investidura.
ART 293: Competencia. Los instrumentos públicos extendidos de acuerdo con lo que
establece este Código gozan de entera fe y producen idénticos efectos en todo el
territorio de la República, cualquiera sea la jurisdicción donde se hayan otorgado.
ART 294: Defectos de forma. Carece de validez el instrumento público que tenga
enmiendas, agregados, borraduras, entrelineas y alteraciones en partes esenciales, si
no están salvadas antes de las firmas requeridas.
El instrumento que no tenga la forma debida vale como instrumento privado si está
firmado por las partes.
ART 300: Protocolo. El protocolo se forma con los folios habilitados para el uso de
cada registro, numerados correlativamente en cada año calendario, y con los
documentos que se incorporan por exigencia legal o a requerimiento de las partes del
acto. Corresponde a la ley local reglamentar lo relativo a las características de los
folios, su expedición, así como los demás recaudos relativos al protocolo, forma y
modo de su colección en volúmenes o legajos, su conservación y archivo.
ART 301: Requisitos. El escribano debe recibir por sí mismo las declaraciones de los
comparecientes, sean las partes, sus representantes, testigos, cónyuges u otros
intervinientes. Debe calificar los presupuestos y elementos del acto, y configurarlo
técnicamente. Las escrituras públicas, que deben extenderse en un único acto,
pueden se manuscritas o mecanografiadas, pudiendo utilizarse mecanismos
electrónicos de procesamiento de textos, siempre que en definitiva la redacción
resulte estampada en el soporte exigido por las reglamentaciones, con caracteres
fácilmente legibles. En los casos de pluralidad de otorgantes en los que no haya
entrega de dinero, valores o cosas en presencia del notario, los interesados pueden
suscribir la escritura en distintas horas del mismo día de su otorgamiento. Este
procedimiento puede utilizarse siempre que no se modifique el texto definitivo al
tiempo de la primera firma.
Primer requisito: la obligatoriedad de la presencia del escribano en los actos
escriturarios.
Luego, calificar los elementos que las partes le han brindado al escribano y darles —
desde su ejercicio profesional— el encuadre jurídico de aquella figura cuyo objeto las
partes han deseado instrumentar. Configurarlo técnicamente significa redactarlo.
También regula que las escrituras pueden ser manuscritas o tener formato
mecanográfico, o de procesadores de texto y munirse del auxilio de la tecnología
informática (refiere a los mecanismos electrónicos y procesamientos de textos).
Pero, como requisito ineludible, determina que la redacción resulte estampada en el
soporte exigido por las reglamentaciones y, sobre todo, que se pueda leer
fácilmente. Advierte la norma que cuando se trate de escrituras con varios
otorgantes, y no deban entregarse valores o dinero o cosas en la presencia del
escribano, pueden suscribirse en distintas horas del mismo día en que se puso la
fecha del otorgamiento, aunque no puede modificarse el texto luego de la primera
firma que se hubiere estampado. En los demás casos en que, en presencia del
escribano, deban entregarse valores, dinero o cosas, el o los otorgantes del acto
deben concurrir al mismo tiempo y firmar en presencia del escribano. El
cumplimiento por parte del escribano de los requisitos apuntados es un deber propio
del quehacer notarial.
ART 302: Idioma. La escritura pública debe hacerse en idioma nacional. Si alguno de
los otorgantes declara ignorarlo, la escritura debe redactarse conforme a una minuta
firmada, que debe ser expresada en idioma nacional por traductor público, y si no lo
hay, por interprete que el escribano acepte. Ambos instrumentos deben quedar
agregados al protocolo.
ART 303: Abreviaturas y números. No se deben dejar espacios en blanco, ni utilizar
abreviaturas, o iniciales, excepto que estas dos últimas consten en los documentos
que se transcriben, se trate de constancias de otros documentos agregados o sean
signos o abreviaturas científicas o socialmente admitidas con sentido unívoco.
Pueden usarse números, excepto para las cantidades que se entregan en presencia
del escribano y otras cantidades o datos que corresponden a los elementos esenciales
del acto jurídico.
ART 304: Otorgante con discapacidad auditiva. Si alguna de las personas otorgantes
del acto tiene discapacidad auditiva, deben intervenir dos testigos que puedan dar
cuenta del conocimiento y comprensión del acto por la persona otorgante. Si es
alfabeta, además, la escritura debe hacerse de conformidad a una minuta firmada
por ella y el escribano debe dar fe de ese hecho. La minuta debe quedar
protocolizada.
ART 305: Contenido. La escritura debe contener:
a- lugar y fecha de su otorgamiento; si cualquiera de las partes lo requiere o el
escribano lo considera conveniente, la hora en que se firma el instrumento;
b- los nombres, apellidos, documento de identidad, domicilio real y especial si
lo hubiera, fecha de nacimiento y estado de familia de los otorgantes; si se
trata de personas casadas, se debe consignar también si lo son en primeras o
posteriores nupcias y el nombre del cónyuge, si resulta relevante en atención
a la naturaleza del acto; si el otorgante es una persona jurídica, se debe
dejar constancia de su denominación completa, domicilio social y datos de
inscripción de su constitución si corresponde;
c- la naturaleza del acto y la individualización de los bienes que constituyen su
objeto;
d- la constancia instrumental de la lectura que el escribano debe hacer en el
acto del otorgamiento de la escritura;
e- las enmiendas, testados, borraduras, entrelíneas, u otras modificaciones
efectuadas al instrumento en partes esenciales, que deben ser realizadas de
puño y letra del escribano y antes de la firma;
f- la firma de los otorgantes, del escribano y de los testigos si los hubiera; si
alguno de los otorgantes no sabe o no puede firmar, debe hacerlo en su
nombre otra persona; debe hacerse constar la manifestación sobre la causa
del impedimento y la impresión digital del otorgante.
(Se expresa que la falta de cumplimiento de los inc. A, b y f acarrea la nulidad del
acto escriturario. La inobservancia de las otras formalidades no anula las escrituras,
pero los escribanos o funcionarios públicos pueden ser sancionados.)
ART 306: Justificación de identidad. La identidad de los comparecientes debe
justificarse por cualquiera de los siguientes medios:
a- por exhibición que se haga al escribano de documento idóneo; en este caso,
se debe individualizar el documento y agregar al protocolo reproducción
certificada de sus partes pertinentes;
b- por afirmación del conocimiento por parte del escribano.
Este artículo refleja el principio general en cuanto remite a “las actas” a los
requisitos de las escrituras públicas. No obstante, la diferente intervención notarial
aplicada a la comprobación de hechos presenta algunas diferencias en relación a la
confección de escrituras.
ART 312: Valor probatorio. El valor probatorio de las actas se circunscribe a los
hechos que el notario tiene a la vista, a la verificación de su existencia y su estado.
En cuanto a las personas, se circunscribe a su identificación si existe, y debe dejarse
constancia de las declaraciones y juicios que emiten. Las declaraciones deben
referirse como mero hecho y no como contenido negocial.
En principio, el valor probatorio de las actas coincide con el valor probatorio
de los instrumentos públicos en general. No obstante, el artículo se refiere al valor
probatorio de las actas como una especie del género instrumento público. Se sostiene
que las actas prueban los hechos que el escribano tiene a la vista. Es decir, el
escribano puede dar fe solamente de aquello que percibe por sus sentidos y del
conocimiento que adquiere sensorialmente; por eso, verifica la existencia de lo que
observa y escucha. Constata el estado de un acontecimiento. Con relación a las
personas requirentes o convocantes del escribano para que se labre el acta, es
función principal la identificación de aquellos y también asentar en la hoja de
protocolo sus declaraciones. Estas resultan meros hechos que carecen de contenido
negocial.
INSTRUMENTOS PRIVADOS
ART 313: Firma de los instrumentos privados. Si alguno de los firmantes de un
instrumento privado no sabe o no puede firmar, puede dejarse constancia de la
impresión digital o mediante la presencia de dos testigos que deben suscribir también
el instrumento.
El art. 1012 CC dio lugar a un extenso debate doctrinario y jurisprudencial. La
firma no podía ser reemplazada por signos ni por las iniciales de los nombres y
apellidos. Cuando la norma fue redactada, no existía la dactiloscopia, por lo que los
autores discutieron sobre si la impresión digital constituía un signo o podía asimilarse
a la firma. Para un sector, los actos jurídicos se pueden probar por documentos
autenticados con la impresión digital del otorgante, aun cuando no estén firmados.
Otros autores negaron la posibilidad de equiparar a la impresión digital con la firma.
El CCYC innova sobre la materia y pone fin al debate. Sabemos que los
instrumentos particulares que se encuentran firmados, se denominan instrumentos
privados. En cambio, los instrumentos particulares que no lo están se llaman
"instrumentos particulares no firmados". Estos comprenden todo escrito no firmado,
entre otros, los impresos, los registros visuales o auditivos de cosas o hechos, y los
registros de la palabra y la información, cualquiera que sea el medio empleado (art.
287 CCYC).
Cuando el documento se encuentra firmado, no hay dudas, entonces, de que se trata
de un instrumento privado. La cuestión se plantea, aquí, cuando la persona no sabe o
no puede firmar. Esa imposibilidad puede ser permanente —como, por ejemplo, en el
caso del analfabeto— o, simplemente de carácter transitorio o accidental —por
ejemplo, el caso del sujeto que se ha fracturado su mano hábil—.
La solución que da el artículo es que puede dejarse constancia de la impresión
digital. En tal caso, ¿esa impresión digital tiene idéntica validez que la firma? El
título del artículo podría abrigar la duda respecto de si los instrumentos signados
digitalmente sean auténticos instrumentos privados. Repárese que dicho título reza
"firma de los instrumentos privados", lo que podría conducir a interpretar que
estamos en presencia de instrumentos de dicha naturaleza. Sin embargo, la última
parte del art. 314 CCYC zanja cualquier discusión sobre el particular: el documento
signado con la impresión digital vale como principio de prueba por escrito y puede
ser impugnado en su contenido. Esto significa que los instrumentos signados con la
impresión digital no constituyen verdaderos instrumentos privados, sino que caen
bajo la órbita de los instrumentos particulares no firmados.
Impresión digital y presencia de testigos La persona que no sabe o no puede firmar
puede dejar constancia de su impresión digital. Ello valdrá, según vimos, como
principio de prueba por escrito. Pero también pueden dejar constancia de la
presencia dos testigos que deben suscribir el instrumento.
El interrogante que plantea la redacción del artículo es si basta con la impresión
digital para que el instrumento valga como principio de prueba por escrito o si
resulta necesario que los dos testigos suscriban el instrumento. Pareciera, en
principio, que la persona impedida —por cualquier razón— de firmar tiene dos
alternativas: signar el documento con su impresión digital o acudir a la presencia de
dos testigos que suscriban el documento. Esta interpretación se deriva de la
utilización por parte del legislador de la conjunción "o". Sin embargo, las dudas se
generan a propósito de la utilización del adverbio "también" en la última parte de la
norma. Dicho adverbio de afirmación hace suponer, a priori, que se requieren ambos
extremos: la impresión digital y que los dos testigos firmen el instrumento. De modo
que una inicial interpretación llevaría a concluir que, para que el instrumento
signado con la impresión digital valga como principio de prueba por escrito, se
requiere de la presencia de dos testigos que firmen el documento. Sin embargo, la
ausencia de este último elemento no impide que el instrumento que contiene
únicamente la impresión digital produzca el mismo efecto. Los demás elementos de
prueba que se colecten en una eventual discusión, definirán la eficacia que pueda
otorgársele a dicho instrumento.
ART 316: Enmiendas. Las raspaduras, enmiendas o entrelíneas que afectan partes
esenciales del acto instrumentado deben ser salvadas con la firma de las partes. De
no hacerse así, el juez debe determinar en qué medida el defecto excluye o reduce
la fuerza probatoria del instrumento.
ART 317: Fecha cierta. La eficacia probatoria de los instrumentos privados
reconocidos se extiende a los terceros desde su fecha cierta. Adquieren fecha cierta
el día en que acontece un hecho del que resulta como consecuencia ineludible que el
documento ya estaba firmado o no pudo ser firmado después. La prueba puede
producirse por cualquier medio, y debe ser apreciada rigurosamente por el juez.
La exigencia de fecha cierta tiene por objeto salvar a los terceros del fraude
que las partes podrían cometer antedatando los instrumentos privados
La fecha cierta no puede tener influencia con respecto a las partes. La validez
de la firma importa la autenticidad de todo el instrumento. Una vez que este es
reconocido, no queda a los otorgantes otro medio para impugnar la validez de la
fecha que la prueba en contrario.
La fecha del instrumento no presenta interés especial para las partes, porque no es
requisito esencial de los instrumentos privados. En cambio, los terceros son los
principales interesados en tener certeza de la fecha del instrumento, en la medida
en que pueden ser víctimas de una confabulación entre las partes que perjudique sus
intereses.
Vélez Sarsfield le dedicó dos artículos al instituto de la fecha cierta. El 1034 CC dice
que "los instrumentos privados, aun después de reconocidos, no prueban contra
terceros o contra los sucesores a título singular, la verdad de la fecha expresada en
ellos", mientras que el siguiente establece que "aunque se halle reconocido un
instrumento privado, su fecha cierta en relación a los sucesores singulares de los
partes o a terceros, será: 1° La de su exhibición en juicio o en cualquiera repartición
pública para cualquier fin, si allí quedase archivado; 2° La de su reconocimiento ante
un escribano y dos testigos que lo firmaren; 3° La de su transcripción en cualquier
registro público; 4° La del fallecimiento de la parte que lo firmó, o del de la que lo
escribió, o del que firmó como testigo".
El nuevo régimen que trae el CCYC es, por cierto, más aconsejable. Se inclina por
afirmar que la fecha cierta se adquiere cuando acontece un hecho del que resulta
como consecuencia ineludible que el documento ya estaba firmado o no pudo ser
firmado después. Deja así un margen discrecional al juez para valorar si el
documento estaba o no fechado, pero la prueba debe analizarse rigurosamente. (Es
mas laxa)
ART 318: Correspondencia. La correspondencia, cualquiera sea el medio empleado
para crearla o transmitirla, puede presentarse como prueba por el destinatario, pero
la que es confidencial no puede ser utilizada sin consentimiento del remitente. Los
terceros no pueden valerse de la correspondencia sin asentimiento del destinatario, y
del remitente si es confidencial.
La correspondencia goza, en nuestro país, de una fuerte protección
constitucional. El art. 18 de la Carta Magna dispone que el domicilio es inviolable,
como también la correspondencia epistolar y los papeles privados; y una ley
determinará en qué casos y con qué justificativos podrá procederse a su allanamiento
y ocupación.
NULIDADES
Ineficacia de los actos jurídicos
ART 382: Categoría de ineficacia. Los actos jurídicos pueden ser ineficaces en razón
de su nulidad o de su inoponibilidad respecto de determinadas personas.
ART 383: Articulación. La nulidad puede argüirse por vía de acción u oponerse como
excepción. En todos los caso debe sustanciarse.
ART 384: Acto indirecto. Un acto jurídico celebrado para obtener un resultado que
es propio de los efectos de otro acto, es válido si no se otorga para eludir una
prohibición de la ley o para perjudicar a un tercero.
Efectos de la Nulidad
ART 390: Restitución. La nulidad pronunciada por los jueces vuelve las cosas al
mismo estado en que se hallaban antes del acto declarado nulo y obliga a las partes a
restituirse mutuamente lo que han recibido. Estas restituciones se rigen por las
disposiciones relativas a la buena o mala fe según sea el caso, de acuerdo a lo
dispuesto en las normas del Capítulo 3 del Título II del Libro Cuarto.
El CCYC, al igual que el Proyecto de 1998, simplifica el casuismo que contenía el CC,
circunstancia que permite una mejor comprensión y coherencia del sistema. A
efectos de la restitución, se remite a las disposiciones sobre los efectos de las
relaciones de poder.
Como principio general, la declaración de nulidad vuelve las cosas a su estado
anterior, y obliga a las partes a restituirse lo que han recibido en virtud del acto
nulo. El referido postulado se aplica a las partes y a los terceros. Sin embargo, cabe
distinguir dos situaciones: si el acto que fue declarado nulo tuvo o no principio de
ejecución. En el primer caso, nada habrán de restituirse las partes, porque no se
entregaron nada con anterioridad. En el segundo, la restitución es compleja porque
depende de distintas circunstancias. Entre otras valoraciones habrá que examinar si
el poseedor es o no de buena fe. En principio, cuadra remitirse a las disposiciones
que rigen los efectos de las relaciones de poder (art. 1932 y ss. CCYC). Cuando se
trata de inmuebles o muebles registrables el problema de la restitución queda regido
por el art. 392 CCYC.
El fundamento de la restitución —se ha dicho— no proviene de la nulidad, sino del
título que pueda invocar cada parte sobre la cosa entregada. Por tanto, para que
pueda hacerse efectiva, no es suficiente la declaración de nulidad, por cuanto
pueden existir otros motivos para impedirla. Así, una de las partes puede invocar que
la cosa pereció sin culpa de su parte o que le asiste algún otro fundamento o
circunstancia (posesión, pago indebido, enriquecimiento sin causa, etc.) para
mantener la posesión de la cosa. Por supuesto, una de las partes puede negarse a
restituir si la otra no cumple con su parte.
La restitución puede solicitarse por vía de acumulación en el mismo juicio en que se
solicitó la invalidez o en juicio por separado. Por supuesto, la parte que provocó la
nulidad no podría beneficiarse con la restitución, se trate de nulidad absoluta o
relativa. Rigen en el caso los efectos de las relaciones de poder y, por tanto, cabe
considerar la buena o mala fe del poseedor.
ART 391: Hechos simples. Los actos jurídicos nulos, aunque no produzcan los
efectos de los actos válidos, dan lugar en su caso a las consecuencias de los hechos
en general y a las reparaciones que correspondan.
Confirmación
ART 393: Requisitos. Hay confirmación cuando la parte que puede articular la
nulidad relativa manifiesta expresa o tácitamente su voluntad de tener al acto por
válido, después de haber desaparecido la causa de nulidad.
El acto de confirmación no requiere la conformidad de la otra parte.
Distinción La confirmación y la convalidación tienen entre sí la relación entre el
género y la especie. La confirmación es un acto jurídico que tiene por fin inmediato
convalidar a otro acto jurídico anterior, sujeto a una acción de nulidad —relativa— en
razón de experimentar un vicio en su origen. Por este acto jurídico —confirmación—
la parte interesada en la declaración de nulidad renueva su voluntad de hacer eficaz
el negocio, siempre —claro está— que hubiera desaparecido el vicio que lo afectaba.
Por supuesto, solo puede subsanar el acto la parte perjudicada cuando la nulidad sea
de carácter relativo, es decir, cuando ha sido establecida en su exclusivo interés.
La confirmación tiene efectos de carácter declarativo, característica que será
determinante para justificar los efectos retroactivos de los actos entre vivos, tanto
entre las partes como con relación —en general— a los terceros.
Actos susceptibles de confirmación Solo pueden ser subsanados o confirmados los
actos viciados de nulidad relativa, porque los actos afectados por una nulidad
absoluta no pueden ser revividos de ninguna manera por la naturaleza de la
protección y los intereses que se tutelan en ese caso.
Condiciones de fondo a) La confirmación debe expresar en forma expresa o tácita la
voluntad del titular de la acción de nulidad de subsanar el acto y, por ende, de no
reclamar la nulidad. Por tanto, solamente pueden confirmar el acto quienes están
facultados para solicitar la invalidez. No puede hacerlo la otra parte ni los terceros,
a quienes se niega la acción; b) la segunda condición de fondo es que haya cesado la
causa que da lugar a la nulidad. Desaparecido el vicio, la parte afectada estará en
condiciones de expresar la confirmación. Si se mantienen las condiciones viciosas, no
podría admitirse la posibilidad de confirmar. Así, cuando el acto ha sido celebrado
por dolo o violencia, la víctima en ambos casos tiene que haber conocido la verdad y
cesado el engaño o la violencia; c) la tercera condición de fondo, es que el acto de
confirmación no tenga, a su vez, un vicio que lo invalide.
Condiciones de forma Las condiciones de forma son exigibles en la confirmación
expresa que adopta la forma escrita (art. 394 CCyC), es decir, cuando la voluntad se
manifieste en orden a sanear el acto.
ART 394: Forma. Si la confirmación es expresa, el instrumento en que ella conste
debe reunir las formas exigidas para el acto que se sanea y contener la mención
precisa de la causa de la nulidad, de su desaparición y de la voluntad de confirmar el
acto.
La confirmación tácita resulta del cumplimiento total o parcial del acto nulo
realizado con conocimiento de la causa de nulidad o de otro acto del que se deriva la
voluntad inequívoca de sanear el vicio del acto.
ART 395: Efecto retroactivo. La confirmación del acto entre vivos originalmente
nulo tiene efecto retroactivo a la fecha en que se celebró. La confirmación de
disposiciones de última voluntad opera desde la muerte del causante.
La retroactividad de la confirmación no perjudica los derechos de terceros de buena
fe.
Inoponibilidad
ART 396: Efectos del acto inoponible frente a terceros El acto inoponible no tiene
efectos con respecto a terceros, excepto en los casos previstos por la ley.
RESPONSABILIDAD CIVIL
La Estructura de la Responsabilidad Civil en el nuevo Código Civil y Comercial
Introducción
A continuación se realiza una muy apretada síntesis de los lineamientos generales o
estructurales del nuevo régimen de la responsabilidad civil.
En primer lugar, el art. 1708 del nuevo Código Civil y Comercial destaca claramente
que las funciones de la responsabilidad civil son la prevención (arts. 1710 y ss) y la
reparación (arts. 1716 y ss). Ambas se estructuran sobre la premisa de la protección
de la persona humana. Ello es acorde con los mandatos que surgen de la Constitución
Nacional y de los tratados de derechos humanos con jerarquía constitucional. El art.
51 del nuevo Código establece que la persona humana es inviolable y que, en
cualquier circunstancia, tiene derecho al reconocimiento y respeto de su dignidad.
Por su parte, el art. 52 determina que su afectación permite reclamar la
“prevención” y la “reparación” de los daños sufridos. Es decir, el reconocimiento de
esos derechos fundamentales se complementa con la regulación de los
correspondientes y modernos mecanismos de protección; lo que dota al sistema de
coherencia y sentido práctico.
Estas pautas son fundamentales para comprender sobre qué cimientos se estructura
el nuevo régimen de la responsabilidad civil
La prevención.
El art. 1710 establece que toda persona tiene el “deber”, en cuanto de ella dependa,
de evitar causar un daño no justificado, y de adoptar de buena fe y conforme a las
circunstancias, las medidas razonables para evitar que se produzca un daño, o
disminuir su magnitud. Se trata de un mandato legal expreso dirigido a todas las
personas para que obren de buena fe y dirijan todos los actos de su vida evitando
causar daños injustos.
El art. 1711 regula la acción preventiva. Señala que procede cuando una acción u
omisión antijurídica hace previsible la producción de un daño, su continuación o
agravamiento. No se requiere la concurrencia de un factor de atribución. El art. 1712
se refiere a la legitimación señalando que pueden ejercerla quienes posean un
interés razonable en la prevención del daño, es decir, el interés será la medida de la
acción.
Por su parte, el art. 1713 determina que la sentencia que admite la acción
preventiva debe disponer, a pedido de parte o de oficio, en forma definitiva o
provisoria -el tema debe articularse con los ordenamientos procesales locales-,
obligaciones de dar, hacer o no hacer, según corresponda en cada caso, ponderando
los criterios de menor restricción posible y el medio más idóneo para asegurar la
eficacia en la obtención de la finalidad. La norma adopta el modelo del juez activo y
director del proceso; también comprometido con la prevención de los daños, y de allí
que puede actuar incluso de oficio. Se concede un significativo margen de acción
para actuar conforme a las circunstancias de cada caso en particular, lo cual se
adecua a la complejidad y diversidad de la vida moderna.
La prevención ya se encuentra legislada en ciertas leyes especiales, como por
ejemplo, la ley 24.240 de Defensa del Consumidor, la ley 24.557 de Riesgos del
Trabajo, la ley 25.675 General del Ambiente, y en la jurisprudencia -por ejemplo,
sobre tutela de la salud- donde se ha desarrollado la figura de la tutela preventiva y
las sentencias anticipatorias, entre otras cuestiones. El nuevo Código regula la
prevención de manera integral y con carácter general para todos los ámbitos, lo cual
es indudablemente un acierto.
Disposiciones generales
ART 1708: Funciones de la responsabilidad. Las disposiciones de este Título son
aplicables a la prevención del daño y a su reparación.
ART 1710: Prelación normativa. En los casos en que concurran las disposiciones de
este Código y las de alguna ley especial relativa a la responsabilidad civil, son
aplicables, en el siguiente orden de prelación:
a- las normas indisponibles de éste Código y de la ley especial;
b- la autonomía de la voluntad;
c- las normas supletorias de la ley especial;
d- las normas supletorias de este Código.
ART 1710: Deber de prevención del daño. Toda persona tiene el deber, en cuanto
de ella dependa, de:
a- evitar causar un daño no justificado;
b- adoptar, de buena fe y conforme a las circunstancias, las medidas razonables para
evitar que se produzca un daño, o disminuir su magnitud; si tales medidas evitan o
disminuyen la magnitud de un daño del cual un tercero sería responsable, tiene
derecho a que éste le reembolse el valor de los gastos en que Incurrió, conforme a
las reglas del enriquecimiento sin causa;
c- no agravar el daño, si ya se produjo.
El inc. a del art. 1710 CCyC consagra expresamente el deber general de no dañar a
otros, que —según lo ha declarado la Corte Suprema de Justicia de la Nación—tiene
rango constitucional. La trasgresión de tal deber, además de habilitar la acción
preventiva de los arts. 1711 a 1713 CCyC, funda la antijuridicidad como presupuesto
de la responsabilidad civil (art. 1717 CCyC).
El inc. b establece el deber genérico de evitar la producción de un daño, o de
disminuir sus efectos, si este ya se produjo. Como tal, el deber consagrado en la
norma puede hacerse valer erga omnes, es decir, no solo frente a quien causó el
daño por medio de alguna acción suya, sino también contra todo aquel que pueda
prevenir el perjuicio o evitar que se agrave, siempre que hacerlo se encuentre en su
esfera de actuación.
Supuestos comprendidos. Cuando la norma se refiere a disminuir la magnitud del
daño, parte del aspecto cualitativo (entidad o medida del daño), y su extensión en el
tiempo o prolongación. De esta manera, la tutela comprende todas las etapas y
supuestos posibles en que se puede evitar el perjuicio, e incluye a los daños
continuados. Este último supuesto puede presentarse, por ejemplo, en los daños
ambientales causados por la contaminación que continúa generándose aun después
de descubierto el perjuicio.
Finalmente, el deber se completa con la exigencia de no agravar el daño ya
producido, que es un supuesto distinto al anteriormente relatado, pues el sujeto
obligado no ha de esperar el reclamo indemnizatorio, ni el dictado de una sentencia
para reparar el perjuicio, sino que, estando a su alcance hacerlo, debe evitar que el
daño ya causado se agrave. Este último caso también comprende la situación de la
propia víctima que, pudiendo hacerlo, no toma las medidas necesarias para disminuir
el daño que ella misma sufrió, lo que puede conducir a que la futura indemnización
únicamente comprenda el perjuicio originalmente ocasionado, mas no la agravación
imputable al propio damnificado.
El deber genérico de prevención. Legitimación pasiva. La norma en análisis pone el
deber de prevenir el perjuicio en cabeza de todos aquellos que se encuentren en
posición de evitar la producción del daño. Pero resta determinar si este deber recae
sobre todos, en general, o solo sobre aquellos que se encuentran en una situación
específica que les permite evitar que el daño se produzca.
Este último aspecto del deber consagrado en el art. 1710 CCyC se vincula con los
casos en que la omisión de un sujeto puede constituir un obrar antijurídico. En este
sentido, cabe tener en cuenta que, conforme a lo dispuesto por el art. 1717 CCyC, en
materia de omisiones la antijuridicidad también es material y atípica, pues basta con
la violación del deber general de no dañar. Y esta norma señala expresamente que
ese deber incumbe a toda persona "en tanto dependa de ella", y hace referencia a la
adopción de "medidas razonables" para evitar que se produzca un daño o disminuir su
magnitud, todo ello en función del principio de buena fe (art. 1717, inc. b, CCyC). En
particular, la mención de este último estándar conecta la cuestión con la teoría del
abuso del derecho, pues este se configura —entre otros casos— cuando se exceden los
límites impuestos por la buena fe (art. 10 CCyC). Conjugando todas esas pautas
puede decirse que, en los términos del art. 1710 CCyC, existe un deber de actuar
para evitar daños cuando la abstención pueda configurar un abuso del derecho de no
actuar, y tal situación se presenta, por regla, cuando una persona, sin riesgo de sufrir
daños ni pérdidas, puede con su accionar evitar un daño a un tercero. Sin perjuicio
de ello, es claro que las consideraciones que anteceden se aplican a las denominadas
"omisiones puras", es decir, aquellas que implican una total ausencia de acción. Por
el contrario, los casos de "comisión por omisión" (es decir, cuando hay una omisión
que se inserta en el marco de un curso general de acción positivo —por ejemplo,
cuando el agente que ocasiona el perjuicio omite realizar una conducta tendiente a
disminuir la magnitud del daño que ha ocasionado—) pueden ser directamente
descriptos como acciones, y escapan a las reglas especiales que acabamos de
mencionar. En conclusión, mientras que para el autor del perjuicio el deber de
actuar en la prevención del daño es indudable, los terceros únicamente estarán
obligados a ello si la posibilidad de evitar la producción —sin sufrir daños ni pérdidas
— está en su esfera de actuación, pues en caso contrario el deber previsto en el art.
1710 CCyC no le incumbirá. Sin embargo, incurrirá en una infracción al deber
contenido en dicha disposición si, pese a poder evitar el perjuicio, cuando podía
hacerlo, omite realizar dicha conducta
ART 1711: Acción preventiva. La acción preventiva procede cuando una acción u
omisión antijurídica hace previsible la producción de un daño, su continuación o
agravamiento. No es exigible la concurrencia de ningún factor de atribución.
La norma consagra una legitimación amplia para promover la acción preventiva, pues
establece que puede iniciarla todo aquel que ostente un "interés razonable" en la
prevención del daño.
Más allá de la amplia legitimación activa regulada en la norma, no debe perderse de
vista que es un requisito primordial, no ya de la acción preventiva, sino del proceso
judicial en general, que quien promueva la acción plantee un caso concreto. Esto es
que le interesado deberá demostrar que persigue la determinación del derecho
debatido, y que tiene un interés jurídico suficiente en la resolución de la
controversia. Por ende, en la acción preventiva debe demostrarse que quien acciona
es titular de un derecho subjetivo o un interés legítimo, o que cuenta con
legitimación suficiente para tutelar un interés difuso determinado, como así también
que existe una amenaza cierta de que se produzca un daño ilegítimo.
ART 1713: Sentencia. La sentencia que admite la acción preventiva debe disponer, a
pedido de parte o de oficio, en forma definitiva o provisoria, obligaciones de dar,
hacer o no hacer, según corresponda; debe ponderar los criterios de menor
restricción posible y de medio más idóneo para asegurar la eficacia en la obtención
de la finalidad.
Los artículos 17124 y 1715 se refieren a las facultades del juez de morigerar o,
directamente, eliminar las sanciones que se hayan impuesto al responsable cuando
constituyan una punición excesiva.
Función resarcitoria
ART 1716: Deber de reparar. La violación del deber de no dañar a otro, o el
Incumplimiento de una obligación, da lugar a la reparación del daño causado,
conforme con las disposiciones de este Código.
ART 1717: Antijuridicidad. Cualquier acción u omisión que causa un daño a otro es
antijurídica si no está justificada.
El CCyC consagra una antijuridicidad objetiva y material. En consecuencia, cualquier
acción u omisión no justificada que causa un daño será antijurídica, con lo que para
que se configure este presupuesto basta con que se viole el deber general de no
dañar a otro. Es decir que, a diferencia de lo que ocurre en el derecho penal, el
ilícito civil es atípico, porque no es necesario que la ley describa en cada caso con
detalle la conducta prohibida.
Sin embargo, cabe hacer excepción a este principio en el caso de la responsabilidad
obligacional, dado que allí el daño resultará necesariamente del incumplimiento de
una obligación prexistente, que precisa la conducta que el deudor estaba obligado a
ejecutar.
Por otra parte, la antijuridicidad no requiere, en el CCyC, de la concurrencia de un
factor de atribución, porque si bien este último es presupuesto de la responsabilidad
civil, para la prevención del daño basta con la prueba de un hecho dañoso (actual o
inminentemente), sin necesidad de que medie aquel factor (art. 1711 CCyC).
Asimismo, hay que señalar que el principio de la atipicidad del ilícito también rige
para las omisiones, pues el art. 1710 CCyC permite afirmar que toda persona tiene el
deber de actuar para evitar daños cuando la abstención pueda configurar un abuso
del derecho de no actuar, y tal cosa sucederá, por regla, cuando una persona, sin
riesgo de sufrir daños ni pérdidas, puede con su accionar evitar un daño a un tercero.
Finalmente, es preciso aclarar que en ciertas circunstancias excepcionales puede
existir responsabilidad por actos lícitos (responsabilidad del Estado por actividad
legítima; daños causados en estado de necesidad —art. 1718, inc. c, CCyC—, etc.).
ART 1718: Legítima defensa, estado de necesidad y ejercicio regular de un
derecho. Está justificado el hecho que causa un daño:
a- en ejercicio regular de un derecho;
b-en legítima defensa propia o de terceros, por un medio racionalmente
proporcionado, frente a una agresión actual o inminente, ilícita y no provocada; el
tercero que no fue agresor ilegítimo y sufre daños como consecuencia de un hecho
realizado en legítima defensa tiene derecho a obtener una reparación plena;
c- para evitar un mal, actual o inminente, de otro modo inevitable, que amenaza al
agente o a un tercero, si el peligro no se origina en un hecho suyo; el hecho se halla
justificado únicamente si el mal que se evita es mayor que el que se causa. En este
caso, el damnificado tiene derecho a ser indemnizado en la medida en que el juez lo
considere equitativo.
El artículo establece con toda claridad que la exposición voluntaria por parte de la
víctima a una situación de peligro no justifica el hecho dañoso, ni exime de
responsabilidad. Así, el ordenamiento impide, entonces, que la supuesta asunción o
aceptación de riesgos por la víctima sea aducida para excusar la responsabilidad del
dañador—o de los responsables indirectos—, o bien para excluir la aplicación de un
factor de atribución objetivo expresamente establecido por la ley.
La única excepción que contempla el artículo se refiere a aquellos supuestos en los
cuales la supuesta "aceptación de riesgos" pueda calificarse como un hecho del
damnificado que interrumpe total o parcialmente el nexo causal. En este caso, la
exoneración no se producirá a nivel de la antijuridicidad (porque la aceptación de
riesgos no es una causal de justificación), sino de la relación causal, y resultará
aplicable el art. 1729 CCyC. Aquí no se trata ya de la mera exposición voluntaria a
una situación de peligro genérico y abstracto, sino de la exposición imprudente a un
peligro concreto, que tiene aptitud para erigirse en causa o concausa adecuada del
perjuicio (por ejemplo, aceptar ser transportado por quien conduce manifiestamente
en estado de ebriedad, o en la caja descubierta de una camioneta).
Cabe aclarar que la exclusión prevista en el art. 1719 CCyC no se aplica a los daños
causados entre jugadores que practican determinados deportes (fútbol, rugby,
boxeo, etc.).
En esos supuestos, hay acuerdo en que los participantes asumen la posibilidad de
sufrir ciertos daños derivados de los riesgos propios del deporte en cuestión, y por tal
razón no se responde por los perjuicios que aparezcan como una contingencia posible
del desarrollo normal del juego (por ejemplo, patada en un pie al disputar por la
pelota durante un partido de fútbol), sino solo de los excesivos o extraordinarios (en
el mismo ejemplo, un puñetazo en la cabeza.
Actos de abnegación o altruismo El segundo párrafo del art. 1719 CCyC se refiere a
los denominados "actos de abnegación o altruismo", es decir, los supuestos en los
cuales la víctima del daño se expone voluntariamente a una situación de peligro para
salvar la persona o los bienes de otro (por ejemplo, quien ingresa en un inmueble
incendiado para rescatar a sus ocupantes, y sufre quemaduras). La previsión tiene el
sentido de excluir la posibilidad de considerar que ese acto pueda constituir un
hecho del damnificado que dé lugar a la ruptura total o parcial del nexo de
causalidad, en los términos del art. 1729 CCyC.
La acción que se promueva en razón de los perjuicios sufridos en esa situación podrá
dirigirse contra quien creó la situación de peligro o contra el beneficiado por el acto
de abnegación. En este último caso, la norma en comentario dispone que la demanda
solo prosperará en la medida del "enriquecimiento" por él obtenido, lo que debe ser
interpretado en un sentido amplio, no limitado exclusivamente a la comparación de
bienes patrimoniales (por ejemplo, quien salva su vida a raíz de un acto de
abnegación ajeno puede considerarse "enriquecido" frente al salvador que, al sacarlo
del inmueble incendiado, sufre importantes quemaduras en su brazo).
ART 1720: Consentimiento del damnificado. Sin perjuicio de disposiciones
especiales, el consentimiento libre e informado del damnificado, en la medida en
que no constituya una cláusula abusiva, libera de la responsabilidad por los daños
derivados de la lesión de bienes disponibles.
Al igual que ocurría en vigencia del CC, el nuevo cuerpo legal civil y comercial
adopta la teoría de la causalidad adecuada para determinar el nexo causal entre el
accionar del agente y el daño producido. Asimismo, se mantiene el régimen de las
consecuencias para determinar la extensión del resarcimiento, que se equipara en las
dos órbitas de responsabilidad.
La relación causal es uno de los elementos primordiales de la responsabilidad civil.
Es preciso tener en cuenta que la teoría de la relación causal cumple una doble
función.
En primer lugar, permite determinar la autoría (es decir, quien resulta responsable
de un determinado daño) y, a su vez, cuál es la extensión del resarcimiento (que
consecuencias deben ser resarcidas).
En cuanto a la primera función enunciada, tanto en nuestro país como en el derecho
comparado existen diversas teorías para determinar el nexo causal, y explicar cuándo
un antecedente se eleva a la categoría de causa jurídica de un daño (equivalencia de
las condiciones, causa más próxima, causa eficiente, entre muchas otras). El art.
1726 CCyC toma partido, en este aspecto, por la teoría propugnada por la mayoría de
la doctrina y la jurisprudencia argentinas, la de la causalidad adecuada. Conforme
esta postura, no todas las condiciones necesarias de un resultado son causa de él,
sino solo aquella que, según el curso natural y ordinario de las cosas, es idónea para
producir ese resultado.
Se elabora partiendo de un juicio de probabilidad, es decir, si tal acción u omisión
del presunto responsable era idónea para producir, regular o normalmente, un
resultado.
No basta con que entre ambos extremos (hecho y resultado) medie una relación
causal desde un punto de vista físico, sino que es preciso, además, que el resultado
aparezca como una consecuencia previsible del hecho.
La segunda aplicación de este elemento de la responsabilidad civil, vinculada con la
extensión del resarcimiento, aparece en primer lugar en el art. 1726 CCyC, a cuyo
tenor—a diferencia de lo que ocurría con el CC—, salvo disposición legal en contrario,
la indemnización debe comprender las consecuencias inmediatas y las mediatas
previsibles, tanto en el ámbito contractual como extracontractual.
ART 1727: Tipos de consecuencias. Las consecuencias de un hecho que
acostumbran a suceder según el curso natural y ordinario de las cosas, se llaman en
este Código “consecuencias inmediatas”. Las consecuencias que resultan solamente
de la conexión de un hecho con un acontecimiento distinto, se llaman
“consecuencias mediatas”. Las consecuencias mediatas que no pueden preverse se
llaman “consecuencias casuales”.
El art. 1727 CCyC define los distintos tipos de consecuencias.
En primer lugar, las consecuencias inmediatas son aquellas que surgen,
directamente, como consecuencia del acto mismo, sin que entre este y la
consecuencia medie un hecho distinto. Es cierto que la norma se refiere a las "que
acostumbran suceder conforme el curso natural y ordinario de las cosas", pero esta
última es una característica tanto de las consecuencias inmediatas como de las
mediatas, que guardan relación adecuada de causalidad con el hecho ilícito. Las
consecuencias mediatas, por su parte, son aquellas que resultan solamente de la
conexión de un hecho con un acontecimiento distinto. Finalmente, las consecuencias
mediatas que no pueden preverse son llamadas "casuales". A su respecto no hay
relación causal adecuada, pues entre el hecho originario y el daño se interponen otro
u otros hechos que no son previsibles de acuerdo al curso normal de los
acontecimientos.
ART 1728: Previsibilidad contractual. En los contratos se responde por las
consecuencias que las partes previeron o pudieron haber previsto al momento de su
celebración. Cuando existe dolo del deudor, la responsabilidad se fija tomando en
cuenta estas consecuencias también al momento del incumplimiento.
Conforme a lo dispuesto por los arts. 1726 y 1727 CCyC, la extensión del
resarcimiento se determina recurriendo a la teoría de la causalidad adecuada, esto
es, las consecuencias que eran previsibles (en abstracto) para un hombre medio en
conocimiento de todas las circunstancias del caso (independientemente de si el
agente las conocía de hecho o no), conforme el curso normal y ordinario de los
acontecimientos, al momento de producirse el hecho ilícito.
Sin embargo, dicha regla no resulta extensible a la órbita del contrato, en donde es
preciso tener en cuenta las consecuencias que las partes previeron o pudieron prever
al tiempo de celebrar el contrato. Así, entre la causalidad adecuada y la regla de la
previsibilidad contractual hay diferencias relevantes. En primer lugar, si bien ambas
se fundan en lo que era previsible, la primera toma como parámetro al hombre
"medio" (apreciación en abstracto), mientras que la segunda se centra en lo que las
partes que celebraron el contrato pudieron prever en el caso concreto (apreciación
en concreto). En segundo término, la causalidad adecuada pone al intérprete —a fin
de determinar si era previsible o no determinada consecuencia— en el momento en
que se produjo el hecho ilícito, mientras que, en materia contractual, se toma en
cuenta lo que resultaba previsible para las partes al momento de celebrar el negocio,
y no el del incumplimiento. La distinción que realiza la norma se vincula con que, en
el ámbito contractual, son las partes las que mejor determinan el nivel de riesgos
que quieren aceptar, y el precio que están dispuestas a pagar por ello. Es preciso
tener en cuenta que la limitación enunciada en el art. 1728 CCyC se refiere
únicamente al incumplimiento contractual, por lo que no resulta aplicable a los
daños causados por el incumplimiento de obligaciones no contractuales. Asimismo,
como se señaló expresamente en los Fundamentos del Anteproyecto de Código, la
regla de la previsibilidad contractual no es aplicable a los contratos de consumo,
pues dicha limitación se asienta, justamente, en que las partes han podido negociar
libremente los alcances y características de la relación contractual que las vincula,
situación que no se presenta en el ámbito protectorio del consumidor. En este último
caso regirán las reglas establecidas en los arts. 1726 y 1727 CCyC.
Por último, si el deudor actuó con dolo la previsibilidad se medirá al momento en que
se configura el incumplimiento.
ART 1729: Hecho del damnificado. La responsabilidad puede ser excluida o limitada
por la incidencia del hecho del damnificado en la producción del daño, excepto que
la ley o el contrato dispongan que debe tratarse de su culpa, de su dolo, o de
cualquier otra circunstancia especial.
ART 1730: Caso fortuito. Fuerza mayor. Se considera caso fortuito o fuerza mayor
al hecho que no ha podido ser previsto o que, habiendo sido previsto, no ha podido
ser evitado. El caso fortuito o fuerza mayor exime de responsabilidad, excepto
disposición en contrario.
Este Código emplea los términos "caso fortuito" y "fuerza mayor" como sinónimos.
Hay caso fortuito o de fuerza mayor cuando un hecho imprevisible o inevitable, ajeno
al presunto responsable, viene a constituirse en la verdadera causa adecuada del
daño, y desplaza a la conducta del agente. En tal caso, el sindicado como
responsable se exime totalmente de responsabilidad. De hecho, el hecho de la
víctima y el de un tercero por quien no se debe responder únicamente exoneran si
reúnen las notas tipificantes del caso fortuito.
En ambos supuestos se está haciendo referencia a la misma cosa: un hecho que, por
resultar imprevisible o inevitable, fractura totalmente la cadena causal y se
constituye en la verdadera causa adecuada de los daños sufridos por la víctima. En
tanto se reúnan tales caracteres, poco importa si la eximente es consecuencia de un
hecho de la naturaleza (terremoto, inundación, etc.), o de acciones humanas ajenas
al demandado, y que este no puede impedir (hecho del príncipe, etc.).
El caso fortuito o fuerza mayor presenta como caracteres la imprevisibilidad, la
inevitabilidad y la ajenidad.
El art. 1734 CCyC —en cuya virtud la carga de la prueba del factor de atribución
recae sobre el actor en el proceso de daños— reconoce una excepción en lo atinente
a la prueba de la culpa del sindicado como responsable, en aquellos casos en que el
juez tenga fundados motivos para considerar que este último está en mejores
condiciones para acreditar su propia diligencia.
Se parte de la idea de que la víctima, muchas veces, se enfrenta a serias dificultades
a la hora de acreditar la culpa del agente (un caso típico está constituido por la
responsabilidad médica). Frente a esas dificultades, ha cobrado gran predicamento
en la jurisprudencia y la doctrina nacionales la teoría denominada "de las cargas
probatorias dinámicas", que permitiría, en ciertos casos, invertir la carga de la
prueba de determinados hechos.
De acuerdo a esa doctrina, la carga de la prueba de un hecho debe ser puesta en
cabeza de quien se encuentre en mejores condiciones de producirla. Por eso sería
"dinámica", pues no dependería de reglas rígidas que la distribuyan de antemano,
sino que podría ser modulada por el juez según quién pueda producir más fácilmente
la prueba en cada caso.
DAÑO RESARCIBLE
ART 1737: Concepto de daño. Hay daño cuando se lesiona un derecho o un interés
no reprobado por el ordenamiento jurídico, que tenga por objeto la persona, el
patrimonio, o un derecho de incidencia colectiva.
El art. 1737 CCyC establece qué debe entenderse como daño jurídico, y adopta una
definición explícita del daño resarcible. Asimismo, menciona algunos de los bienes
que pueden verse afectados por el hecho ilícito, esto es, respecto del daño desde el
punto de vista fáctico o naturalístico. Al respecto es preciso recordar que el daño,
apreciado desde un punto de vista material, consiste en la lesión que recae sobre un
bien y es distinto del perjuicio desde un punto de vista jurídico. Es el daño fáctico
que resulta indispensable para la construcción del hecho idóneo en que se funda la
responsabilidad, y que debe diferenciarse —como queda dicho— del daño jurídico, en
cuanto objeto del resarcimiento. La afectación del bien (en la enunciación del
artículo, la persona, el patrimonio, o un derecho de incidencia colectiva), que causa
la lesión de los intereses que un sujeto de derecho tiene sobre él, presupone la lesión
a cosas, derechos, bienes inmateriales con valor económico; pero también puede
tratarse del proyecto existencial, la intimidad, el honor, etc., que constituyen para
el derecho objetos de satisfacción no patrimoniales.
El daño jurídico, por el contrario, consiste en la lesión de un interés lícito,
patrimonial o extrapatrimonial (daño jurídico lato sensü), que produce consecuencias
en el espíritu o en el patrimonio (daño jurídico stricto sensu). La mención al interés
lesionado se realiza en la norma en comentario, mientras que la de las consecuencias
derivadas de él (que son propiamente lo que se resarce) resulta de los arts. 1738 y
1741 CCyC.
De este modo, el Código adopta una postura acorde con el centro neurálgico del
nuevo sistema de derecho privado, que es la tutela de la persona humana. En efecto,
señala que el perjuicio en sentido jurídico —no fáctico— es la lesión a un interés no
reprobado por el ordenamiento jurídico. El interés es el valor relativo que un bien
determinado tiene para un sujeto. De esta forma, el perjuicio debe entenderse desde
el ángulo del individuo, de manera tal que si existen diversos damnificados pueden
existir diversos intereses para cada uno de ellos. Es la posibilidad de que una o varias
personas puedan ver satisfechas sus necesidades mediante un bien o bienes
determinados. El bien afectado (daño fáctico) es el objeto que permite satisfacer
una necesidad, mientras que el interés (cuya privación constituye el daño jurídico
lato sensu) es la posibilidad que tiene el individuo de ver satisfecha la necesidad que
le proporciona el bien en cuestión. Finalmente, las consecuencias derivadas de la
lesión del interés, que necesariamente tienen la misma naturaleza (patrimonial o
extrapatrimonial) que este último, constituyen el daño resarcible propiamente dicho.
Para describir el ámbito de cada uno de estos dos conceptos a través de un ejemplo,
basta con imaginar un accidente de tránsito en el cual una persona sufre lesiones de
gravedad en su integridad física. En este supuesto el perjuicio resarcible no es la
lesión que padeció, sino las consecuencias derivadas de la afectación de los intereses
que respecto de su integridad física tenía la víctima. Así, serán reparables:
a. los gastos de atención y tratamiento médico en que tuvo que incurrir
(consecuencias patrimoniales que configuran un daño emergente); b. la incapacidad
sobreviniente (entendida como la pérdida de valores económicos futuros producto de
la disminución de las aptitudes de la víctima para realizar tareas económicamente
mensurables) y las ganancias que se vio privada de obtener por las curaciones a las
que fue sometida (consecuencias patrimoniales que configuran un lucro cesante); y
C. la afectación de su integridad espiritual como consecuencia del hecho ilícito
(consecuencias extrapatrimoniales que constituyen un daño moral).
Todas ellas son consecuencia, como se aprecia a primera vista, de la lesión que
recayó sobre el mismo bien jurídico: la integridad física del damnificado que, a la
postre, no constituye un daño jurídico.
Finalmente, cabe señalar que la norma en comentario se refiere a todo interés "no
reprobado por el ordenamiento jurídico". Como lógico corolario de ello, no es preciso
que el interés en cuestión se encuentre admitido expresamente por el ordenamiento
jurídico (derecho subjetivo), sino que también serán resarcibles las consecuencias
que surgen de la afectación de un interés legítimo o simple (por ejemplo, daño
patrimonial sufrido por el guardador de hecho de un menor como consecuencia de la
muerte de este, etc.).
De conformidad con la definición de daño jurídico que emana del art. 1738 CCyC,
puede definirse al daño moral (denominado en este artículo "consecuencias no
patrimoniales") como la lesión de un interés no patrimonial de la víctima que produce
consecuencias de la misma índole. La consecuencia resarcible, en estos casos,
consiste en una modificación disvaliosa del espíritu, en el desenvolvimiento de su
capacidad de entender, querer o sentir, que se traduce en un modo de estar
diferente de aquel en el que se hallaba antes del hecho, como consecuencia de este
y anímicamente perjudicial.
El CCyC, coherentemente con el principio de unidad de la responsabilidad civil, trata
al daño moral de manera unificada, que es aplicable por igual a la responsabilidad
surgida del incumplimiento de obligaciones o de hechos ilícitos extracontractuales
(art. 1716 CCyC).
El CCyC amplía la legitimación activa para reclamar el daño moral. En ese sentido,
continúa manteniendo el principio según el cual únicamente puede reclamar daño
moral el damnificado directo (con lo cual se restringe en este caso la legitimación
que surge del art. 1739 CCyC—a cuyo comentario cabe remitir en lo que atañe a la
definición de ambas clases de legitimados—, que abarca a las víctimas directas e
indirectas y que, por consiguiente, queda limitada al ámbito del daño patrimonial),
pero establece que los damnificados indirectos pueden reclamar también la
reparación del perjuicio extrapatrimonial en los supuestos en que la víctima directa,
como consecuencia del hecho, muera o sufra una "gran discapacidad". Asimismo, en
vez de referirse a los "herederos forzosos" (lo cual llevó, en el régimen anterior, a
una discusión acerca de si estos últimos estaban legitimados iure proprio o iure
hereditatis), el Código menciona ahora a los ascendientes, los descendientes y el
cónyuge, y añade que ellos tienen legitimación "a título personal" (es decir, no en
calidad de herederos, sino por el perjuicio que cada uno de ellos sufre
personalmente como consecuencia de la muerte o gran discapacidad de la víctima
directa). Además, incluye la posibilidad de que ejerzan la acción resarcitoria quienes
convivían con la víctima, recibiendo trato familiar ostensible. En esta última figura
quedan comprendidos, entre otros, los convivientes, y—en la medida en que se dé el
requisito de la convivencia— los progenitores e hijos afines (art. 672 CCyC y ss.).
También regula el artículo la posibilidad de que la acción por resarcimiento del daño
moral se transmita mortis causa a los herederos de la víctima directa, pero requiere,
en tal caso, que esta última la haya interpuesto en vida.
Finalmente, el art. 1741 CCyC, en su último párrafo, se refiere al carácter sustitutivo
y compensatorio de la indemnización otorgada en concepto de resarcimiento del
daño moral. Con eso queda sellada la discusión en cuanto a la naturaleza jurídica de
este tipo de perjuicio, y se consagra el carácter netamente resarcitorio (y no
punitivo) de esta categoría, lo cual, además, es acorde a la exclusión de la función
punitiva en el art. 1708 CCyC.
El art. 1742 CCyC consagra una excepción al principio general de la reparación plena
previsto en el art. 1740 CCyC y faculta al juez a atenuar la indemnización en algunos
casos excepcionales, y por razones de equidad.
La disposición contempla diversas pautas que el juez debe tener en cuenta a la hora
de apreciar si procede atenuar la indemnización; los examinaremos seguidamente.
a. El patrimonio del deudor. En primer lugar, la norma tiene en cuenta la situación
patrimonial del responsable. En atención al carácter excepcional de la atenuación,
cabe exigir que su patrimonio esté seriamente comprometido, y que, ya sea por una
mala situación anterior al hecho, o producto de lo cuantioso del resarcimiento, el
deudor únicamente cuente con los recursos suficientes para su subsistencia.
b. La situación patrimonial de la víctima. A diferencia de lo que dispuesto en el
Código Civil, la norma en estudio menciona expresamente a la situación patrimonial
del damnificado entre las pautas a tener en cuenta para morigerar la indemnización.
En este sentido, un sector de la doctrina ha postulado que la atenuación del
resarcimiento debe excluirse cuando el damnificado se encuentre en una situación
patrimonial difícil, que le impida, por ejemplo, atender a su subsistencia o a la de
sus familiares. Resultaría injusto atender exclusivamente a la condición económica
del obligado, y prescindir de aquella en que se encuentra o queda el damnificado.
c. Circunstancias del hecho. Finalmente, el artículo en comentario deja abierta la
posibilidad de que el juez también tome en cuenta las demás características del
hecho dañoso, para valorar debidamente la procedencia o no de la atenuación.
d. Ausencia de dolo del responsable. Más allá de los requisitos antes aludidos, la
norma en estudio impide la atenuación de la responsabilidad en los casos en que el
agente haya actuado con dolo. Es una aplicación del principio tradicional según el
cual el dolo impide al responsable prevalerse de topes o limitaciones a la reparación,
convencionales o legales. Cabe recordar que el dolo no únicamente consiste, en el
nuevo Código, en la intención de ocasionar el daño, sino también en la manifiesta
indiferencia por los intereses ajenos (art. 1724, in fine, CCyC). La norma únicamente
se refiere al dolo, pero la gravedad de la culpa del responsable puede también ser
valorada por el juez como parte de las "circunstancias de hecho" a las cuales se
refiere el artículo.
Es claro que la atenuación debe apreciarse con criterio restrictivo, pues rige, en
principio, la reparación plena, y la atenuación es una excepción a dicha regla
general.
ART 1743: Dispensa anticipada de la responsabilidad. Son inválidas las cláusulas
que eximen o limitan la obligación de indemnizar cuando afectan derechos
indisponibles, atenían contra la buena fe, las buenas costumbres o leyes imperativas,
o son abusivas. Son también inválidas si liberan anticipadamente, en forma total o
parcial, del daño sufrido por dolo del deudor o de las personas por las cuales debe
responder.
ART 1744: Prueba del daño. El daño debe ser acreditado por quien lo Invoca,
excepto que la ley lo Impute o presuma, o que surja notorio de los propios hechos.
El CCyC, al igual de lo que ocurría con los arts. 1084 y 1085 del Código de Vélez
Sarsfield, establece los componentes del daño material en caso de fallecimiento del
damnificado, corrientemente llamado "valor vida". No debe perderse de vista, de
todos modos, que este último término es técnicamente desacertado, pues es sabido
que la vida humana no tiene un valor económico, ni es susceptible de apreciación
económica en sí misma. El concepto encierra, entonces, a las consecuencias
resarcibles que se generan en cabeza de los damnificados indirectos como
consecuencia de la afectación del bien jurídico perteneciente al damnificado directo
(vida).
La norma se refiere, en primer lugar, a los gastos necesarios para la asistencia y
posterior funeral del fallecido, que constituyen un daño emergente. Asimismo,
establece expresamente que se encuentra legitimado para reclamar su reparación
quien haya realizado esas erogaciones, aun cuando se encontrara obligado
legalmente a hacerlo.
El segundo inciso establece que integran la indemnización los alimentos del cónyuge,
del conviviente y de los hijos menores, hasta los 21 años de edad, con derecho
alimentario, como así también de los hijos incapaces o con capacidad restringida,
aunque no hayan sido declarados tales judicialmente. Se trata —como ya se sostenía
respecto de los arts. 1084 y 1085 del Código de Vélez— de una presunción iuris
tantum de daño a favor de las personas mencionadas. Esto no quita que puedan
existir otros damnificados legitimados para demandar (por ejemplo, hijos mayores),
aunque en tal caso les corresponde producir la prueba del perjuicio que han sufrido
como consecuencia de la muerte de la víctima directa (art. 1744 CCyC) A diferencia
de lo que ocurría con el art. 1084 CC, que se refería a lo necesario para la
"subsistencia" de la viuda y de los hijos del muerto, la norma en comentario alude a
la prestación alimentaria que les corresponda. Se trata de toda la ayuda que el
fallecido habría prestado a los legitimados en vida, de no haberse producido el hecho
ilícito (lucro cesante). Se vincula con los requerimientos materiales para la
continuidad de la vida.
La presunción alcanza, en primer lugar, al cónyuge o conviviente. También incluye a
los hijos menores, aunque extiende la presunción hasta los 21 años de edad, sin
perjuicio de que la mayoría de edad se adquiere a los 18 años (art. 25 CCyC). Esto es
así porque la presunción subsiste mientras el fallecido deba prestar alimentos, lo que
ocurre hasta los 21 años de edad del descendiente, salvo supuestos especiales (art.
658 CCyC). Asimismo, se mantiene la presunción, cualquiera sea la edad del hijo,
cuando este último sea incapaz o con capacidad restringida, sin que sea preciso que
medie una declaración judicial en tal sentido. El hecho de que exista un deber
alimentario frente al reclamante por parte de un tercero no excluye la presunción.
En su tercer apartado, la norma en comentario menciona como resarcible a la
pérdida de chance de ayuda futura como consecuencia de la muerte de los hijos. Se
consagra, de esta forma, una reiterada doctrina y jurisprudencia nacional y
provincial que considera procedente el resarcimiento de este tipo de daño cuando,
como consecuencia del hecho ilícito, fallece el hijo menor de los demandantes. Se
trata de situaciones en que el hijo aún no realizaba efectivamente aportes a sus
progenitores, pero en los cuales existía la posibilidad cierta de que estos recibieran
su ayuda en el futuro. Si, por el contrario, el hijo fallecido ya hubiese estado
realizando aportes en favor de sus progenitores, se estaría ante un lucro cesante, y
no una pérdida de chance. Finalmente, el artículo en estudio no limita a los padres la
legitimación para reclamar la pérdida de chance, sino que la extiende a quienes
tengan la guarda del menor fallecido.
ART 1746: Indemnización por lesiones o incapacidad física o psíquica. En caso de
lesiones o incapacidad permanente, física o psíquica, total o parcial, la
indemnización debe ser evaluada mediante la determinación de un capital, de tal
modo que sus rentas cubran la disminución de la aptitud del damnificado para
realizar actividades productivas o económicamente valorables, y que se agote al
término del plazo en que razonablemente pudo continuar realizando tales
actividades. Se presumen los gastos médicos, farmacéuticos y por transporte que
resultan razonables en función de la índole de las lesiones o la incapacidad. En el
supuesto de incapacidad permanente se debe indemnizar el daño aunque el
damnificado continúe ejerciendo una tarea remunerada. Esta indemnización procede
aun cuando otra persona deba prestar alimentos al damnificado.
Dentro de los diversos rubros que pueden resarcirse en el marco del lucro cesante
reviste particular trascendencia la incapacidad sobreviniente. En un sentido
meramente "naturalístico" (daño fáctico, no jurídico), la incapacidad sobreviniente es
el resultado de una lesión sobre el cuerpo o la psiquis de la víctima que la inhabilita,
en algún grado, para el ejercicio de funciones vitales. Pero el menoscabo de esos
bienes (el cuerpo, la salud, la psiquis) puede conculcar o aminorar intereses
patrimoniales o extrapatrimoniales de la víctima, y dar lugar a la reparación de las
consecuencias resarcibles que se produzcan en una u otra de esas esferas. Desde el
punto de vista patrimonial, la "incapacidad sobreviniente" se traduce, entonces, en
un lucro cesante derivado de la disminución de la aptitud del damnificado para
realizar tareas patrimonialmente mensurables (trabajar, pero también desplegar
otras actividades de la vida cotidiana que pueden cifrarse en dinero).
La integridad psíquica de las personas no tiene, entonces, valor en sí misma (pues es
objeto del derecho personalísimo a la integridad física, de naturaleza
extrapatrimonial), sino en función de lo que aquellas pueden producir haciendo uso
de dicha integridad.
Más allá de la cuantificación de la incapacidad sobreviniente —cuestión que se
abordará en el apartado siguiente—, el art. 1746 CCyC dispone expresamente que el
sindicado como responsable no podrá oponer, como defensa frente al reclamo de una
reparación por incapacidad sobreviniente, la tarea laboral que siga desarrollando la
víctima pese a su incapacidad. Esto es así porque es perfectamente concebible que la
víctima siga trabajando luego del hecho, pero de todos modos haya experimentado
una disminución de sus aptitudes para realizar otras tareas que tienen valor
pecuniario. Por la misma razón, tampoco exime del deber de reparar la existencia de
un tercero obligado a afrontar los alimentos del demandante.
La cuantificación de la Incapacidad sobreviniente El artículo establece que ella
debe fijarse mediante la determinación de un capital que, invertido en alguna
actividad productiva, permita al damnificado obtener mensualmente —mediante la
utilización de una porción de ese capital y los intereses que obtenga por aquella
inversión— una cantidad equivalente a los ingresos frustrados por el hecho ilícito, de
modo tal que ese capital se agote al término del período de vida económicamente
activa que restaba al damnificado. La única forma de calcular ese capital, teniendo
en cuenta todas las variables mencionadas por el artículo, es el empleo de fórmulas
matemáticas, y es prístino que la ley está imponiendo su utilización por los jueces
para el cálculo de las indemnizaciones por incapacidad sobreviniente.
Cabe aclarar que el punto de partida para el cálculo no debe ser únicamente lo que
la víctima ganaba efectivamente en el momento del hecho, sino que también
corresponde computar sus posibilidades de mejora económica futura (por ejemplo,
chances de ascensos o aumentos de sueldo) y la pérdida de su aptitud para realizar
otras tareas no remuneradas, pero económicamente mensurables.
Los gastos médicos, farmacéuticos y de transporte El art. 1746 CCyC presume
expresamente los gastos médicos, farmacéuticos y de transporte, siempre que
resulten razonables en función de la índole de las lesiones o la incapacidad. Se trata
de una presunción legal iuris tantum, que admite, por lo tanto, prueba en contrario.
ART 1747: Acumulabilidad del daño moratorio. El resarcimiento del daño moratorio
es acumulable al del daño compensatorio o al valor de la prestación y, en su caso, a
la cláusula penal compensatoria, sin perjuicio de la facultad morigeradora del juez
cuando esa acumulación resulte abusiva.
ART 1748: Curso de los intereses. El curso de los intereses comienza desde que se
produce el perjuicio.
RESPONSABILIDADES
El CCyC clasifica los supuestos de responsabilidad según las circunstancias del hecho
generador. En efecto, en la Sección 5a se refiere a la "responsabilidad directa", que
aquí tiene el sentido de referirse a la que recae sobre el propio agente (por su hecho
propio), o sobre el deudor por el incumplimiento de la obligación. La siguiente
sección se refiere a los supuestos en que el daño que se imputa al responsable es
ocasionado por el accionar de otro sujeto (por ejemplo, responsabilidad del principal
por el hecho del dependiente, art. 1753 CCyC). Asimismo, la Sección 7a regula los
supuestos en que el daño resulta del hecho de una cosa viciosa o riesgosa, o de una
actividad peligrosa (art. 1757 CCyC y ss.).
Finalmente, los arts. 1760 a 1762 CCyC se refieren a los supuestos en que el daño es
ocasionado por el accionar de un grupo.
Responsabilidad Directa
ART 1749: Sujetos responsables. Es responsable directo quien Incumple una
obligación u ocasiona un daño Injustificado por acción u omisión.
ART 1750: Daños causados por actos involuntarios. El autor de un daño causado por
un acto Involuntario responde por razones de equidad. Se aplica lo dispuesto en el
artículo 1742.
El acto realizado por quien sufre fuerza Irresistible no genera responsabilidad para su
autor, sin perjuicio de la que corresponde a título personal a quien ejerce esa
fuerza.
ART 1754: Hecho de los hijos. Los padres son solidariamente responsables por los
daños causados por los hijos que se encuentran bajo su responsabilidad parental y
que habitan con ellos, sin perjuicio de la responsabilidad personal y concurrente que
pueda caber a los hijos.
Remisiones: ver comentario al art. 1756 CCyC.
El art. 1754 CCyC se refiere a la responsabilidad de los padres por el daño ocasionado
por sus hijos, y la sujeta a la concurrencia de tres presupuestos.
Minoridad del hijo El primer recaudo que debe encontrarse presente para que nazca
la responsabilidad de los padres es que el hijo sea menor de edad, es decir, que no
haya cumplido los 18 años de edad (art. 25 CCyC). En esa franja etaria se encuentran
comprendidos tanto los supuestos en que el niño actuó con discernimiento como
aquellos en los que no se encuentra reunido ese carácter (según que sea mayor o
menor de diez años, art. 261, inc. b, CCyC).
La solución legal, ya existente en el régimen anterior, se justifica en que el deber de
resarcir no emana del hecho de ser los progenitores del agente, sino de la
responsabilidad parental que les compete durante la minoridad. Por eso cabe
deslindar este supuesto de responsabilidad de la que pueda caber a los padres por el
accionar de su hijo mayor de edad, pero incapaz o con capacidad restringida. En
estos últimos supuestos, los progenitores revestirán —en principio— la calidad de
curadores de su hijo (art. 138 CCyC y ss.) y, por ende, su eventual responsabilidad se
regirá por lo dispuesto en el art. 1756 CCyC.
Que el menor se encuentre bajo la responsabilidad parental del responsable Para
que el hecho del menor sea imputable a sus progenitores es preciso que aquel se
encuentre bajo su responsabilidad parental. En principio la responsabilidad parental
incumbe a ambos progenitores, tanto si conviven como cuando cesa la convivencia o
se produce el divorcio de la pareja, o la nulidad del matrimonio (art. 641, incs. a y b,
CCyC).
La responsabilidad parental solo cesa en los supuestos previstos en el art. 699 CCyC,
o cuando uno de los progenitores queda privado de ella por las causales mencionadas
en el art. 700 CCyC. Igualmente, en este último supuesto, subsiste la responsabilidad
civil del progenitor privado de la responsabilidad parental, como se explica al
comentar el art. 1755 CCyC.
Que el menor conviva con el responsable Conforme a lo establecido por el artículo
en comentario, para que nazca el deber de resarcir por parte de los progenitores, es
preciso que el menor conviva con ellos. Sin embargo, esto no quiere decir que, al
momento de producirse el hecho, el niño se encuentre efectivamente conviviendo
con sus progenitores desde un punto de vista material. La locución "convivencia"
debe ser interpretada con un criterio flexible, es decir, partiendo de la idea de que
se configura cuando los progenitores, aun cuando no convivan materialmente con el
menor, puedan ejercer la vigilancia y educación de su hijo. Se trata de que los
padres compartan la vida de su descendiente, sin que sea determinante que puedan
vivir o dormir en una casa distinta, pero más o menos cercana, como para no
quebrantar dicha convivencia con sus padres.
Naturaleza del deber de responder de los padres por el accionar de sus hijos
menores de edad Como se verá al comentar el art. 1755 CCyC, la responsabilidad de
los padres es objetiva.
La norma en estudio establece expresamente que ellos (ambos) responden
solidariamente por los daños causados por sus hijos. En cambio, si estos últimos
también son responsables (por ejemplo, en los términos del art. 1750 CCyC), lo harán
concurrentemente con sus padres (sin perjuicio de que estos respondan
solidariamente el uno con el otro), por tener ambas deudas una causa distinta (art.
1751 CCyC).
ART 1755: Cesación de la responsabilidad paterna. La responsabilidad de los padres
es objetiva, y cesa si el hijo menor de edad es puesto bajo la vigilancia de otra
persona, transitoria o permanentemente.
No cesa en el supuesto previsto en el artículo 643.
Los padres no se liberan, aunque el hijo menor de edad no conviva con ellos, si esta
circunstancia deriva de una causa que les es atribuible.
Los padres no responden por los daños causados por sus hijos en tareas Inherentes al
ejercicio de su profesión o de funciones subordinadas encomendadas por terceros.
Tampoco responden por el Incumplimiento de obligaciones contractuales válidamente
contraídas por sus hijos.
ART 1759: Daño causado por animales. El daño causado por animales, cualquiera
sea su especie, queda comprendido en el artículo 1757.
El accionar de las personas jurídicas puede, sin lugar a dudas, generar daños de
distinta índole y por diversas circunstancias particulares, que tornan aplicables
diferentes disposiciones del sistema de reparación de daños instaurado por el CCyC, o
de los microsistemas vigentes para determinadas relaciones jurídicas.
Si el ente ideal celebra un contrato con otra persona física o jurídica, el vínculo se
rige, de tratarse de negocios paritarios, conforme a las disposiciones aplicables a los
contratos y, en lo que aquí interesa, a la responsabilidad que emana del
incumplimiento obligacional.
Asimismo, es muy común que las personas jurídicas actúen como proveedoras de
bienes y servicios, en cuyo caso, de ser estos adquiridos o utilizados por un
consumidor, la eventual responsabilidad por daños del primero se dilucida a través de
las normas propias del sistema tuitivo del consumidor, sin desmedro de que, en otros
casos, es posible que la cuestión se rija por disposiciones aplicables a otros
microsistemas jurídicos (por ejemplo de la Ley 20.744 de Contrato de Trabajo).
Por otra parte, también puede suceder que la persona jurídica deba responder por el
daño ocasionado a terceros por sus dependientes, en cuyo caso su deber de
responder se rige por las reglas aplicables en la materia (arts. 1753 CCyC y concs.), o
por el accionar de las cosas viciosas o riesgosas de las cuales es dueño o guardián, o
por la actividad peligrosa que realiza, o de la que se sirve u obtiene un provecho de
ella (arts. 1757 CCyC y ss.).
Con todo, el artículo objeto de este comentario se refiere a un supuesto muy acotado
de responsabilidad de la persona jurídica, vinculado con los daños que generen
quienes la dirigen o administran en ejercicio y con ocasión de sus funciones, y
siempre que no exista un vínculo obligacional con el damnificado.
Este supuesto de responsabilidad resulta aplicable, en primer lugar, cuando el daño
sea ocasionado por quienes dirigen o administran la persona jurídica.
A su vez, el menoscabo debe ser producido en ejercicio o con ocasión de la función
desarrollada por ellos. En cuanto al alcance de dicha previsión, resultan aplicables
las mismas reglas que rigen la responsabilidad por el hecho de los dependientes.
Igualmente, corresponde señalar que la ampliación del término "con ocasión" permite
considerar incluidos, dentro del ámbito de responsabilidad, no solo los actos propios
de la esfera de la incumbencia de los directores o administradores, sino también los
supuestos de ejecución defectuosa de las funciones, o los de ejercicio aparente o
abuso de estas.
En cuanto al factor de atribución aplicable en estos casos, se trata de un supuesto
de responsabilidad objetiva. Ello es así por cuanto, como lo ha dicho Orgaz, las
personas jurídicas, que carecen de toda subjetividad, no pueden ser tratadas sino
objetivamente: los principios de la responsabilidad subjetiva le son absolutamente
extraños. Es inútil mencionar, en estos casos, la voluntad y la culpa, conceptos que,
respecto de los entes ideales, carecen en absoluto de sentido.
ART 1764: Inaplicabilidad de normas. Las disposiciones del Capítulo 1 de este Título
no son aplicables a la responsabilidad del Estado de manera directa ni subsidiarla.
ART 1765: Responsabilidad del Estado. La responsabilidad del Estado se rige por las
normas y principios del derecho administrativo nacional o local según corresponda.
ART 1766: Responsabilidad del funcionario y del empleado público. Los hechos y
las omisiones de los funcionarios públicos en el ejercicio de sus funciones por no
cumplir sino de una manera irregular las obligaciones legales que les están impuestas
se rigen por las normas y principios del derecho administrativo nacional o local,
según corresponda.
Los arts. 1764 a 1766 excluyen del ámbito del Código la responsabilidad del Estado y
de sus funcionarios públicos, que se regirá conforme a las normas del derecho
administrativo nacional o local. Es más, el art. 1764 dispone expresamente que las
disposiciones atinentes a la responsabilidad civil no son aplicables a la
responsabilidad del Estado de manera directa ni subsidiaria.
A tenor de ello, en el ámbito nacional, la ley 26.944 reguló la responsabilidad por
actividad lícita e ilícita del Estado.
Más allá de ello, es preciso efectuar dos aclaraciones en cuanto a la aplicación del
Código en esta materia. En primer lugar, la limitación establecida en los artículos ya
citados, que impide la aplicación directa o subsidiaria del nuevo ordenamiento civil,
no veda la aplicación analógica del derecho común cuando ello sea necesario. En
segundo término, resulta de aplicación a la administración pública el régimen tuitivo
del consumidor, de forma tal que, en aquellos casos en que exista una relación de
consumo entre el particular y el Estado —conforme a lo dispuesto por los arts. 1° y 2°
de la ley 24.240 y 1092 CCyC—, resulta de aplicación el art. 42 de la Carta Magna
nacional, como así también las disposiciones expresas que, en materia de este tipo
de acciones, contiene el estatuto del consumidor.
ART 1767: Responsabilidad de los establecimientos educativos. El titular de un
establecimiento educativo responde por el daño causado o sufrido por sus alumnos
menores de edad cuando se hallen o deban hallarse bajo el control de la autoridad
escolar. La responsabilidad es objetiva y se exime sólo con la prueba del caso
fortuito.
El establecimiento educativo debe contratar un seguro de responsabilidad civil, de
acuerdo a los requisitos que fije la autoridad en materia aseguradora.
Esta norma no se aplica a los establecimientos de educación superior o universitaria.
El art. 1769 CCyC remite, en materia de responsabilidad por daños ocasionados por
automotores en circulación, a las reglas establecidas por los arts. 1757 y ss. del
mismo cuerpo legal, para los perjuicios causados por el accionar de cosas viciosas o
riesgosas. Ello no es casual pues la doctrina y jurisprudencia se encuentran contestes
en que el automotor es una típica cosa riesgosa. Es más, se trata de una cosa que,
por su propia naturaleza, es riesgosa o peligrosa para terceros. Por ende, es claro
que a la víctima del accidente de circulación le basta con acreditar el perjuicio
sufrido y la intervención de la cosa que lo produjo o, lo que es lo mismo, la relación
de causalidad puramente material entre vehículo y el daño.
Ello es así en la medida en que sobre el creador del riesgo gravita una presunción de
adecuación causal, que solo puede ser desvirtuada si se acredita la intervención de
una causa ajena. Es decir, si comprueba el hecho del damnificado, de un tercero por
quien no tenga el deber jurídico de responder o el caso fortuito o fuerza mayor. Este
principio es claro cuando la víctima del hecho ilícito es un peatón o algún supuesto
equivalente (por ejemplo, bicicleta). Sin embargo, resulta más complejo establecer
los contornos de la responsabilidad por el hecho de las cosas viciosas o riesgosas
cuando el daño proviene de una colisión plural de automotores. A ello nos
referiremos en el apartado siguiente.
La postura adoptada por la mayoría de la doctrina y jurisprudencia nacionales: los
daños sufridos por cada una de las eventuales víctimas se rige por la responsabilidad
genérica por el daño ocasionado por el vicio o riesgo de la cosa, de forma tal que el
dueño o guardián del automotor responde a título objetivo por la totalidad de los
daños sufridos por el propietario o los ocupantes del otro, salvo que demuestre
alguna eximente. El mismo criterio adoptó la Cámara Nacional de Apelaciones en lo
Civil en Pleno, pues estableció que cuando media una colisión plural de automotores
en movimiento no resulta aplicable el art. 1109 CC. Ello implica que el resarcimiento
de los daños sufridos por cada una de las eventuales víctimas se rige por las reglas de
la responsabilidad por el hecho de las cosas viciosas o riesgosas, a cuyo tenor el
dueño o guardián de cada automotor responde a título objetivo por la totalidad de
los daños sufridos por el propietario o los ocupantes del otro (o por los terceros
damnificados indirectos), salvo que demuestre alguna eximente.
En conclusión, en los supuestos en que exista una colisión plural de automotores, el
actor debe acreditar los presupuestos que tornan viable la acción (esto es, el
accionar de la cosa y el contacto material entre esta última y el daño padecido), y el
demandado la causa ajena para eximirse de responder. Asimismo, de mediar
reconvención, la presunción rige a favor de ambas partes por lo que deben demostrar
la relación de causalidad adecuada entre el accionar de la cosa cuyo hecho invocan y
el daño padecido.
ART 1770: Protección de la vida privada. El que arbitrariamente se entromete en la
vida ajena y publica retratos, difunde correspondencia, mortifica a otros en sus
costumbres o sentimientos, o perturba de cualquier modo su intimidad, debe ser
obligado a cesar en tales actividades, si antes no cesaron, y a pagar una
indemnización que debe fijar el juez, de acuerdo con las circunstancias. Además, a
pedido del agraviado, puede ordenarse la publicación de la sentencia en un diario o
periódico del lugar, si esta medida es procedente para una adecuada reparación.
ART 1771: Acusación calumniosa. En los daños causados por una acusación
calumniosa sólo se responde por dolo o culpa grave .El denunciante o querellante
responde por los daños derivados de la falsedad de la denuncia o de la querella si se
prueba que no tenía razones justificables para creer que el damnificado estaba
Implicado.
El art. 1771 CCyC regula el supuesto de responsabilidad por la acusación calumniosa y
establece expresamente que el denunciante únicamente responderá en los supuestos
en que haya actuado con dolo o culpa grave. A su vez, la norma establece
específicamente que únicamente debe responder el denunciante o querellante
cuando se pruebe que no tenía razones justificadas para creer que el damnificado
estaba implicado en el hecho.
En forma concordante, el art. 1779, inc. a, CCyC refuerza esta idea al señalar que es
improcedente la reparación del daño cuando se haya demostrado la verdad del hecho
reputado calumnioso.
En primer lugar, el sistema parte de la idea de que quien realiza una acusación
calumniosa contra otro y, de esta forma lesiona su honor, debe resarcir los daños
ocasionados. Los presupuestos de esta figura son la imputación de un delito de acción
pública, la correspondiente denuncia ante la autoridad (policial o judicial), la
falsedad de lo denunciado y el conocimiento por parte del denunciante de esa
falsedad.
Sobre este último recaudo, es preciso poner de resalto que la simple existencia de
una decisión judicial que absuelva o sobresea al imputado no es suficiente para que
este pueda reclamar la reparación de los daños que le fueron causados. Por el
contrario, es preciso que exista un factor subjetivo de atribución que debe ser el
dolo o, al menos, la culpa grave del denunciante. Al respecto, es clara la norma en
cuanto a que se requiere, como mínimo, una negligencia agravada. Y ello es así por
cuanto es imprescindible, como principio, preservar el interés social en la
investigación y represión de los delitos penales, por lo que debe mediar una culpa
grave o grosera sin que pueda exigirse al denunciante una diligencia mayor que la
que normalmente, y según las circunstancias del caso, corresponda a una situación
semejante. En efecto, a quien denuncia la posible comisión de un delito de acción
pública no es dable exigirle que evalúe la normal probabilidad de que sea acogida su
pretensión, o que tenga que existir una prudente preparación de los medios de
prueba.
En el régimen del CCyC, puede ocurrir que el deber de resarcir se extienda tanto al
responsable directo del daño (quien debe responder por cuanto su acción u omisión
produjo un daño injustificado, art. 1749 CCyC; el que causó un perjuicio actuando
involuntariamente, art. 1750 CCyC; o el encubridor, con el alcance de su cooperación
en la producción del daño, art. 1752 CCyC), como al indirecto, es decir, quien debe
responder por el accionar de otro (la responsabilidad del principal por el hecho del
dependiente, art. 1753 CCyC; la de los padres por el accionar de sus hijos, arts. 1754
y 1755 CCyC; o la de los tutores, curadores o delegados en la responsabilidad
parental por la conducta de las personas que se encuentran a su cuidado, art. 1756
CCyC).
La norma en comentario faculta a la víctima a dirigir la acción resarcitoria tanto
contra el responsable directo del daño como el indirecto. Así, el damnificado podrá,
por un lado, demandar únicamente al autor del hecho ilícito, o podrá también dirigir
su pretensión contra quien debe resarcir el daño en forma refleja o indirecta. La
trascendencia de la norma se asienta en que no es preciso demandar a quien
ocasionó personalmente el menoscabo para accionar contra el restante responsable.
Cuando un acto ilícito civil configura, a su vez, un delito del derecho criminal, se
plantean cuestiones derivadas de la diversidad de regímenes aplicables a cada uno de
esos ámbitos. En el primer caso, corresponde establecer el resarcimiento derivado
del accionar ilícito del agente y, en el segundo, imponer una sanción del tipo
represiva, conforme a las disposiciones del ordenamiento punitivo.
Si bien ambas corresponden a una misma conducta antijurídica, esta constituye dos
ilicitudes diferentes cuando la acción ilícita se integra conceptualmente con las
consecuencias que en cada hipótesis le vienen impuestas. No se trata de un mero
debate teórico, sino que de ella deriva el diverso tratamiento legislativo de cada una
de esas ilicitudes, inspirado sea en el mero interés particular del damnificado que
tiene en vista el ilícito civil, o del interés público que—en principio— compromete la
ilicitud penal. La norma, al igual que lo que ocurría en vigencia del CC consagra la
independencia sustancial de las acciones civil y penal derivadas del mismo hecho.
Ello, más allá de que ambas acciones pueden promoverse, conjuntamente, ante el
magistrado actuante en la sede punitiva, o sean interpuestas en forma independiente
para el conocimiento de los jueces actuantes en el fuero civil y penal.
Lo que no debe perderse de vista es que la disposición en análisis, más allá de que
confiere a la parte la posibilidad de optar por promover la acción en una u otra
jurisdicción, deja a salvo lo que puedan disponer las normas procesales locales en
cuanto a la autonomía procesal, no sustancial, de ambos litigios.
ART 1775: Suspensión del dictado de la sentencia civil. Si la acción penal precede
a la acción civil, o es Intentada durante su curso, el dictado de la sentencia
definitiva debe suspenderse en el proceso civil hasta la conclusión del proceso penal,
con excepción de los siguientes casos:
a. si median causas de extinción de la acción penal;
b. si la dilación del procedimiento penal provoca, en los hechos, una frustración
efectiva del derecho a ser Indemnizado;
c. si la acción civil por reparación del daño está fundada en un factor objetivo de
responsabilidad.
La regla establecida por el artículo anterior impone solucionar el problema del riesgo
del dictado de sentencias contradictorias en las sedes penal y civil. En efecto, dado
que las acciones derivadas del mismo hecho, que reúnen ambas calidades, tienen
independencia sustancial, y pueden ser promovidas autónomamente en ambas
jurisdicciones, existe el peligro de que los jueces actuantes dicten decisiones
disímiles, con el evidente escándalo jurídico que ello acarrearía. Es por ello que la
norma en comentario establece la prejudicialidad penal sobre la civil, al establecer
el principio conforme al cual no se dictará sentencia en la jurisdicción en la cual se
discute el resarcimiento del daño hasta tanto no haya recaído una decisión definitiva
en la sede punitiva.
Es claro que, como lo establece claramente el art. 1775 CCyC, lo que debe
suspenderse es el dictado de la decisión definitiva, por lo cual la pendencia del
proceso penal no obsta a la prosecución del civil. Así las cosas, el juez de esta última
jurisdicción debe suspender el trámite de la causa en ocasión del dictado de la
sentencia, sin que nada obste a la sustanciación del proceso y a la producción de las
pruebas de las cuales se pretendan valer las partes.
Ahora bien, el artículo consagra, a su vez, supuestos de excepción a la regla general
antes enunciada, en los cuales, pese a estar pendiente la acción penal, el magistrado
civil podrá expedirse sobre la pretensión resarcitoria sometida a su conocimiento.
El primero de ellos es aquel en que median causas de extinción de la acción penal. Se
trata, sin lugar a dudas, del supuesto más evidente, pues, como lo ha dicho la
doctrina, no se trata de una verdadera excepción, sino de la culminación del proceso
penal que, por lo tanto, ya no se encuentra pendiente. En este punto, la previsión
del CCyC es mucho más amplia que la análoga del ordenamiento civil por derogarse,
que únicamente preveía el supuesto de extinción de la acción penal por fallecimiento
del imputado. El segundo supuesto es aquel en el cual la dilación del procedimiento
penal provoca, en los hechos, una frustración del derecho a ser indemnizado. Quedan
comprendidos en este inciso los supuestos en que el proceso penal se paraliza sine
die por la ausencia del imputado, o cuando se suspende el juicio a prueba, en los
términos de los arts. 76 bis, ter y quater CP.
Finalmente, el art. 1775 CCyC excluye del principio general antes aludido a los
supuestos en que, en la sede resarcitoria, sea aplicable un factor de atribución
objetivo en el caso.
La idea que trasunta en esta excepción es que, por regla, la decisión que se adopta
en la sede punitiva se funda en la falta de prueba de la culpa del imputado,
presupuesto que, en los supuestos de responsabilidad objetiva, es irrelevante. Es por
ello que suspender el dictado de la sentencia civil en estos litigios tiene como
consecuencia que se retrasa innecesariamente la acción resarcitoria, cuando el
riesgo de que se dicten sentencias contradictorias es mucho menor que en otros
casos. Igualmente, no debe perderse de vista que, para el supuesto excepcional en
que efectivamente la solución adoptada en la sentencia penal posterior sea
contradictoria con lo dicho en la decisión resarcitoria, el art. 1780 CCyC prevé una
acción de revisión de esta última sentencia.
ART 1776: Condena penal. La sentencia penal condenatoria produce efectos de cosa
juzgada en el proceso civil respecto de la existencia del hecho principal que
constituye el delito y de la culpa del condenado.
El art. 1777 CCyC se refiere a los efectos de la sentencia penal en la civil cuando la
primera decide absolver al imputado.
En primer lugar, la norma en análisis vuelve sobre la idea del "hecho principal"
debatido en la causa penal. Es decir que el juez civil debe atenerse a los datos
fácticos que tuvo por verificados el magistrado actuante en la sede punitiva. En
consecuencia, si el acusado es absuelto en la jurisdicción criminal por no haberse
acreditado la existencia del hecho que se le imputa, no puede ser objeto de un
nuevo juicio civil, fundándose en que cometió el hecho, pues sería volver sobre la
cosa juzgada, y exponerse al escándalo jurídico de la existencia de decisiones
contradictorias. Asimismo, tampoco puede el juez civil reingresar en el análisis de la
cuestión vinculada con la autoría del imputado, es decir, cuando la sentencia penal
que absuelve al imputado lo hace declarando que él no fue el autor material del
hecho investigado. Se trata de la propia inexistencia del hecho en su "faz subjetiva",
esto es, el suceso ocurrió, pero no fue realizado por el sindicado como responsable.
Sin embargo, y como expresamente lo dispone la norma, la decisión penal no hace
cosa juzgada, en primer lugar, cuando el magistrado actuante en dicha sede
considere que el acto no encuadra en un tipo penal. Ello es así pues, mientras que el
sistema penal parte de ilicitud típica, la antijuridicidad civil, por expresa previsión
del art. 1717 CCyC, es atípica, y basta la infracción al deber genérico de no dañar.
Tampoco tendrá relevancia la decisión penal cuando la absolución se funde en la
falta de responsabilidad del agente. Con ello se despeja todo tipo de duda en cuanto
a la intrascendencia de esa decisión en la acción resarcitoria cuando se absuelva al
imputado por el beneficio de la duda, o cuando se sustente en la falta de culpa del
autor. Sobre este último aspecto, la doctrina es unánime en cuanto a que la
apreciación de la negligencia del agente es más estricta en sede civil que en la
jurisdicción represiva, por lo que la absolución por esta causal no impide al
magistrado que actúa en la litigio de daños volver a valorar la reprochabilidad de la
conducta del sindicado como responsable.
ART 1778: Excusas absolutorias. Las excusas absolutorias penales no afectan a la
acción civil, excepto disposición legal expresa en contrarío.
Las excusas absolutorias penales comprenden los supuestos en los cuales, por razones
de utilidad o conveniencia, la ley declara al autor impune de un hecho típico y
antijurídico, pese a que no concurra en su favor ninguna causa que excluya la
culpabilidad. El supuesto que más trascendencia ha tenido en el derecho civil es
aquel en el cual el acusado de injuria o calumnia queda exento de pena por su
retractación pública, antes de contestar la querella o en el acto de hacerlo. Como la
retractación configura un supuesto de excusa absolutoria que cancela la punibilidad,
la admisión de la excusa evita la pena al autor, pero deja subsistentes las
consecuencias civiles de su delito.
Es por ello que la norma establece expresamente que las excusas absolutorias
carecen de efecto alguno en sede civil, pues, en primer lugar, en todos estos casos
los presupuestos del deber de resarcir permanecen intactos y, en segundo término,
las razones que dan lugar a la exención penal no obstan a la prosecución del litigio
tendiente a obtener el resarcimiento del daño ocasionado.
ART 1779: Impedimento de reparación del daño. Impiden la reparación del daño:
a. la prueba de la verdad del hecho reputado calumnioso;
b. en los delitos contra la vida, haber sido coautor o cómplice, o no haber Impedido
el hecho pudiendo hacerlo.
El art. 1779 CCyC establece dos supuestos en los cuales no resulta procedente la
indemnización del daño ocasionado a la víctima.
Verdad de los hechos vertidos en la acusación reputada calumniosa Para que
proceda el resarcimiento de los daños ocasionados por una acusación calumniosa,
conforme a lo dispuesto por el art. 1771 CCyC, es preciso que existan elementos que
demuestren que las imputaciones que se efectuaron contra el demandante no
encontraban sustento alguno en los hechos, y son, por el contrario, fruto de un obrar
doloso o gravemente negligente de parte del denunciante.
Si, por el contrario, existiera un razonable basamento objetivo para esas
imputaciones, o si ellas hubiesen sido efectuadas con la suficiente verosimilitud de
quien creyó actuar real y fundadamente con la convicción de que contaba con
elementos suficientes para avalar su postura, nos hallaríamos ante un supuesto de
ejercicio regular de un derecho, lo que inhibiría a la acción de responsabilidad.
Partiendo de esas premisas, es evidente que si no solo se acredita el accionar
diligente del denunciante, sino que, además, se demuestra que el hecho imputado
era verídico, poca duda puede existir en cuanto a la improcedencia de todo tipo de
indemnización.
La intervención como coautor o cómplice, o el incumplimiento del deber de
prevención En su segundo inciso la disposición en estudio restringe el reclamo del
resarcimiento que le corresponda a los damnificados indirectos del hecho ilícito, en
los supuestos en que hayan sido coautores o cómplices de un delito contra la vida de
la víctima directa. De esta forma, todo aquel que haya intervenido en tal carácter en
el hecho ilícito contra la vida del damnificado directo, se encontrará impedido de
reclamar la indemnización que eventualmente le corresponda.
En la misma situación se encuentra el sujeto comprendido en el art. 1710 CCyC, es
decir, la persona que, teniendo bajo su ejido la posibilidad de evitar el daño, no lo
hace.