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PERSONA HUMANA: CONCEPTO.

TECNICAS DE REPRODUCCION HUMANA ASISTIDA


(ART 560 Y SS)
Art. 19: Comienzo de la Existencia. La existencia de la persona humana comienza
con la concepción.
Art. 20: Duración del embarazo. Época de la concepción. Época de la concepción
es el lapso entre el máximo y el mínimo fijados para la duración del embarazo. Se
presume, excepto prueba en contrario, que el máximo de tiempo del embarazo es de
trescientos días y el mínimo de ciento ochenta, excluyendo el día de nacimiento.
Art. 21: Nacimiento con vida. Los derechos y obligaciones del concebido o
implantado en la mujer quedan irrevocablemente adquiridos si nace con vida.
Si no nace con vida, se considera que nunca existió.
El nacimiento con vida se presume.

El CCyC define el momento desde el cual se considera que se es persona


humana como centro de imputación de efectos —derechos y deberes— jurídicos en el
ámbito civil. El CCyC señala que el comienzo de la existencia de la persona humana
acontece desde la concepción. No aclara qué se entiende por concepción cuando se
trata de personas nacidas por técnicas de reproducción humana asistida (también
conocidas por su sigla: TRHA), pero ello se concluye por interpretación según la línea
legislativa que adopta el CCyC y atendiendo a otras legislaciones como la Ley 26.862
de Acceso Integral a los Procedimientos y Técnicas Médico Asistenciales de
Reproducción Médicamente Asistida y a lo decidido por la Corte IDH, cuya
jurisprudencia es obligatoria para la Argentina, so pena de incurrirse en
responsabilidad internacional. 
Por otra parte, la disposición transitoria segunda del CCyC establece que una
ley especial deberá regular la protección del embrión no implantado. Por lo tanto, la
naturaleza, límites y grado de protección que se le otorga al embrión no implantado
o in vitro, serán materia de una normativa especial, no siendo objeto de regulación
de la legislación civil.
La existencia de la persona desde la concepción en los casos de filiación
por naturaleza o biológica
El CCyC mantiene el momento de la existencia de la persona (agregándole el
calificativo de “humana”) desde la concepción, tal como lo previó Vélez Sarsfield. De
este modo, el concebido es considerado una persona humana a los efectos del CCyC,
en los mismos términos y con la misma extensión, limitación y condición (nacimiento
con vida) que hasta la actualidad.
Se reconoce a la persona por nacer como sujeto de derecho y, por ende,
protegido por la legislación civil siendo pasible de adquirir derechos y obligaciones
colocándose el eje en la noción de concepción.
La quita de la consideración de que la concepción acontece en el “seno
materno” (conf. art. 63 CC) responde a la coherencia que el CCyC mantiene con la
Ley 26.743 de Identidad de Género. La referida coherencia radica en que en el
derecho argentino no es necesario someterse a operación quirúrgica alguna para
proceder a la modificación del género: una persona que ha nacido mujer puede
cambiar su identidad al género masculino y quedar embarazado; en tal caso no sería
jurídicamente seno “materno” porque este niño nacería de un padre que es la
identidad “autopercibida” de quien da a luz, siendo este el elemento central en
respeto por el derecho a la identidad. Esta es la misma razón por la cual en el Título
V del Libro Segundo, referido a la filiación se alude en varios articulados a la persona
que da a luz y no a la noción de “madre” o “mujer”. De este modo, se alcanza una
regulación coherente y sistémica con todo el ordenamiento jurídico nacional en el
que prima el principio de igualdad y no discriminación, como el reconocimiento y
protección del derecho a la identidad en sus diferentes vertientes.

La existencia de la persona desde la concepción en los casos de filiación


derivada de las técnicas de reproducción humana asistida
¿Qué se entiende por “concepción” cuando la persona nace de las TRHA? Esto
no está respondido de manera expresa por el CCyC, pero su respuesta se deriva de
diferentes aciertos legislativos y jurisprudenciales.
Para la Corte IDH la existencia de la persona humana comienza con la
implantación del embrión y, por ende, el embrión no implantado no es persona
humana. Desde la óptica legislativa también se arriba a la misma conclusión que la
Corte IDH.
Tal como se analizará al examinar el próximo articulado, el art. 20, se
entiende por concepción el plazo que corre entre el mínimo y máximo para el
embarazo; es decir, se relaciona la noción de concepción con la de embarazo. Nunca
podría haber embarazo sin, como mínimo, la implantación del embrión en la persona.
Por su parte, el art. 21 es más elocuente al sentar como principio que los derechos y
obligaciones se consolidan o quedan sujetos al nacimiento con vida, diciéndose de
manera expresa que esta situación de latencia acontece desde la concepción o la
implantación del embrión hasta el efectivo nacimiento con vida. Así, el propio CCyC
alude de manera precisa y le da relevancia a la implantación del embrión.
Más todavía, el art. 561 que integra el Capítulo dedicado a las “Reglas
generales relativas a la filiación por técnicas de reproducción asistida” dispone —en
el mismo sentido que la ley 26.862 y su decreto reglamentario 956/2013— que el
consentimiento previo, informado y libre al sometimiento a esta práctica médica es
revocable “mientras no se haya producido la concepción en la persona o la
implantación del embrión”. Una vez más, la implantación del embrión tiene un
significado de relevancia para el CCyC.
Por último, la disposición transitoria segunda establece la obligación del
Congreso de la Nación de sancionar una ley especial en la materia que tenga por
objeto la protección del embrión no implantado; si fuera persona humana debería
estar regulado en el CCyC y no en una ley especial.
Por fuera del CCyC, tanto la Ley 26.862 Acceso integral a los procedimientos y
técnicas médico asistenciales de reproducción médicamente asistida, como su
decreto reglamentario 956/2013, siguen esta línea interpretativa de entender que el
embrión in vitro no es persona humana. Ello se funda en el permiso o regulación de
tres cuestiones centrales: 1) la donación de embriones, 2) la criopreservación de
embriones y 3) la reafirmación de la revocación del consentimiento hasta antes de la
transferencia del embrión en la persona.

Todas estas voces legislativas como la emanada de la máxima instancia regional en


materia de derechos humanos son coincidentes en entender que la persona humana
comienza, en el caso de TRHA, cuando el embrión se implanta o transfiere a la
persona.

Art. 560: Consentimiento en las técnicas de reproducción asistida. El centro de


salud interviniente debe recabar el consentimiento previo, informado y libre de las
personas que se someten al uso de las técnicas de reproducción humana asistida.
Este consentimiento debe renovarse cada vez que se procede a la utilización de
gametos o embriones.

. Como lo dispone el artículo, el consentimiento debe ser formal. Esta


formalidad se explicita en el artículo y en la ley especial que se dicte al respecto.
Sucede que al CCYC le incumbe regular lo relativo a la filiación (el vínculo filiatorio
nace con el consentimiento); y todo aquello que involucre otras cuestiones que
interesan a las técnicas de reproducción asistida debe formar parte de una ley
integral que se ocupe, entre otros temas, de la cuestión mas operativa, referida al
consentimiento informado. Mas allá de eso, el CCYC brinda los elementos básicos que
debe contener el consentimiento previo, informado y libre a las TRHA, con el
objetivo de que, si no se cuenta con ley especial al momento de entrada en vigencia
de la legislación civil y comercial, se pueda contar con una regulación mínima sobre
uno de los elementos centrales de la determinación filial cuando se trata de TRHA.

Art 561: Forma y requisitos del consentimiento. La instrumentación de dicho


consentimiento debe contener los requisitos previstos en las disposiciones especiales,
para su posterior protocolización ante escribano público o certificación ante
autoridad sanitaria correspondiente a la jurisdicción. El consentimiento es
libremente revocable mientras no se haya producido la concepción en la persona o la
implantación del embrión.
De conformidad a lo establecido en el art. 560 el consentimiento debe ser
formal. Esta formalidad consiste, de mínima, que el consentimiento sea por escrito:
a ello se refiere el CCYC cuando alude en la norma en análisis a la
“instrumentación”. Este instrumento debe contener ciertos requisitos que serán
fijados por la ley especial.
El CCYC agrega que la instrumentación del consentimiento no consiste solo en
que sea otorgado o se plasme por escrito, sino que también sea protocolizado ante
escribano público o certificación ante la autoridad sanitaria correspondiente a la
jurisdicción. En este sentido, el Ministerio de Salud sería el organismo encargado de
organizar como seria la protocolización que dispone la norma.
De este modo el CCYC da cumplimiento a una de sus tantas finalidades como
lo es la protección al más débil, por ello no prevé solo la protocolización ante
escribano público, con el costo económico que ello significa, sino también la
posibilidad de que una autoridad sanitaria estatal de fe pública del consentimiento a
las TRHA.
Por último, la disposición señala que el consentimiento es “libremente
revocable mientras no se haya producido la concepción en la persona o la
implantación del embrión”. Al respecto cabe esgrimir dos consideraciones: la relativa
a la relación intrínseca entre libertad y revocabilidad, y la naturaleza jurídica del
embrión y la idea de la concepción, cuestión que se vincula con el comienzo de la
vida.
Con relación a la primera consideración, la alusión a la posibilidad de revocar
el consentimiento hasta cierto momento, sigue exactamente la misma línea
legislativa que adopta la ley 26.862 (Acceso integral a los procedimientos y técnicas
médico-asistenciales de reproducción mecánicamente asistida) que en su art 7
dispone “el consentimiento es revocable hasta antes de producirse la implantación
en la mujer”. ¿a que se debe la quita que el CCYC hace referida a que la
implantación debe ser en la mujer? Es que luego de la sanción de la ley 26.743 de
identidad de género, cuya normativa permite que las personas trans masculinas
puedan conservar su aparato reproductor, es posible que la implantación del embrión
sea en un útero que corresponde jurídicamente –identitariamente- masculina. A esta
posibilidad, aunque en el plano factico sea excepcional, responde la norma. Mas allá
de esto, lo cierto es que la posibilidad de revocar el consentimiento se deriva de uno
de los elementos básicos que rodea a esa manifestación de voluntad: la libertad.
La segunda cuestión involucra la cuestión relativa del comienzo de la
existencia de la persona humana. Al respecto cabe traer a colación el anteproyecto
que dio lugar al CCYC, ya que allí diferenciaba cuando comienza la existencia de la
persona humana según se trate de filiación por naturaleza o biológica (lo que
acontece con la concepción) y de THRA. En este último supuesto se aclaraba que la
persona comenzaba con la implantación del embrión en la mujer. Esta diferenciación
se mantiene en otras disposiciones de CCYC (ej. art 21) que no fueron modificadas.
De este modo se deja bien en claro que la revocación del consentimiento puede
ocurrir hasta que se produzca la concepción (en los casos de concepción de baja
complejidad) o la implantación del embrión en la persona (en los casos de alta
complejidad).

ART. 562: Voluntad procreacional. Los nacidos por técnicas de reproducción


humana asistida son hijos de quien dio a luz y del hombre o de la mujer que también
ha prestado su consentimiento previo, informado y libre en los términos de los art.
560 y 561, debidamente inscripto en el Registro del Estado Civil y Capacidad de las
personas, con independencia de quien haya aportado los gametos.

CCyC reafirma aquí que los nacidos por las técnicas de reproducción humana asistida
son hijos —es decir, queda determinada la filiación— de quien dio a luz, y también
del hombre o la mujer que prestó el correspondiente consentimiento previo,
informado y libre en el modo que lo indican los arts. 560 y 561 CCyC, y siempre que
se encuentre debidamente inscripto en el Registro del Estado Civil y Capacidad de las
Personas, sin importar que ambas personas, una de ellas o ninguna haya aportado sus
gametos.
Así, toda persona que se somete a TRHA debe prestar el consentimiento. Si se trata
de una mujer sola que debe apelar a la donación de material genético masculino, la
voluntad procreacional y correspondiente consentimiento debidamente protocolizado
e inscripto en el registro civil, hace generar vínculo filial con esta; de este modo, las
TRHA constituyen un supuesto de monoparentalidad originaria. Si se trata de una
pareja, casada o no, de igual o diverso sexo, ambos integrantes de la pareja también
deben proceder a prestar el correspondiente consentimiento informado para generar
vínculo filial con el niño que nace de las TRHA, hayan aportado o no material
genético.
En la normativa en análisis también se observa la incidencia de la Ley 26.743, de
Identidad de Género, ya que no se refiere a la "mujer" que da a luz sino a "quien da a
luz", de manera neutra, acorde con esta legislación de vanguardia, pues al no ser
necesario realizar operación quirúrgica alguna, una persona que ha nacido mujer
pero que se cambia su identidad al género masculino, y tiene un hijo, es el padre, y
si estaba en pareja y también prestó el pertinente consentimiento previo, libre e
informado, quedará también determinada la filiación con este miembro de la pareja
que puede ser una mujer o un hombre.

563: Derecho a la información de las personas nacidas por técnicas de


reproducción asistida. La información relativa a que la persona ha nacido por el uso
de técnicas de reproducción humana asistida con gametos de un tercero debe constar
en el correspondiente legajo base para la inscripción del nacimiento.
Otro de los acalorados debates que ha generado la regulación de las TRHA en el CCyC
gira en torno al derecho de identidad de los niños nacidos de la llamada "filiación
heteró- loga", es decir, con material genético de un tercero.
El derecho a la información en las TRHA heteróloga está regulado en dos artículos, el
563 y el 564 CCyC. De ambas normativas surgen las tres facetas que involucra este
derecho, que merecen ser individualizadas para comprender con mayor precisión la
postura que adopta el CCyC. Estas facetas o vertientes del derecho a la información
son:
a) saber que se ha nacido de TRHA con material de un tercero; b) obtener
información no identificatoria (datos genéticos o de salud sobre el donante); y c)
obtener información identificatoria (nombre, apellido y datos que permiten
individualizar al donante).
A este respecto, interesa saber cuál de todas estas facetas y con qué extensión o
requisitos las admite el CCyC; y si la postura que se adopta pasa el test de
constitucionalidad/ convencionalidad en términos de respeto del derecho a la
identidad.
El CCyC promueve y protege toda información para que la persona pueda saber que
se ha nacido de TRHA con material de un tercero, lo cual queda, lamentablemente,
sujeto al tipo de formación, intervención y abordaje que haya tenido el centro de
salud para que las personas comprendan que es un derecho del hijo saber el modo en
que fue gestado. El control estatal de este compromiso que deberían prestar los
padres al firmar el consentimiento informado es bastante endeble porque a
diferencia de la adopción, que tramita mediante un proceso judicial. este deber
queda plasmado en un instrumento que integra un proceso administrativo.
El CCyC reafirma la existencia de un derecho a la información y de su debido
resguardo, a tal punto que establece que en el legajo base sobre el cual se procede a
inscribir el nacimiento de un niño debe constar que se trata de una persona que ha
nacido de TRHA con material genético de un tercero; y todo registro en el que conste
toda la información sobre dicho donante es materia de la regulación especial a la
cual remite el CCyC en varias oportunidades.
Como cierre, cabe señalar que, por un fundamento fáctico, los niños que nacen de
parejas del mismo sexo siempre sabrán que portan material genético de un tercero
ajeno a la pareja parental, al igual que las mujeres que deciden tener un hijo solas.
El problema del conocimiento o información de que se ha nacido de fertilización
heteróloga se presenta en las parejas —casadas o no— integrada por personas de
diverso sexo: es con estas parejas que se debe trabajar desde el campo
interdisciplinario para que comprendan la importancia que tiene para el hijo conocer
esta información que involucra su identidad.

ART. 564: Contenido de la información. A petición de las personas nacidas a través


de las técnicas de reproducción humana asistida, puede:
a- Obtenerse del centro de salud interviniente información relativa a datos del
donante, cuando es relevante para la salud,
b- Revelarse la identidad del donante, por razones debidamente fundadas,
evaluadas por la autoridad judicial por el procedimiento más breve que
prevea la ley local.

El acceso a la información no identificatoria no ha generado grandes debates. solo


cabe agregar que el CCyC habilita este acceso sin establecer una edad mínima, en
aplicación del principio de autonomía progresiva.
El debate que aún sigue latente se refiere al acceso a la información identificatoria,
es decir, nombre y apellido, domicilio, teléfono y cualquier otro dato que permita
dar con el paradero de la persona que, en su momento, donó material genético para
que esa persona y otras tantas más pudieran nacer y, a la par, varias personas vean
satisfechos su derecho a formar una familia y, a la vez, el derecho a gozar de los
beneficios y avances de la ciencia.
El otro interrogante, más complejo, reside en saber por qué, cuando se trata de
identificar al donante, hay que hacerlo previa petición fundada ante un juez y
esgrimiendo razones valederas que ameriten levantar el anonimato del donante, a
quien se le prometió reservar su identidad, justamente, para que done. ¿Esta es una
postura legislativa constitucional y convencionalmente válida? La respuesta positiva
se impone. Esta restricción se debe a un interés general: que haya donaciones y, así,
que nazcan niños por TRHA con material de un tercero y, por ende, que varias
personas o parejas puedan ser padres/madres. (teniéndose en cuenta la experiencia
que han tenido aquellos países que en la actualidad receptan un sistema abierto o de
no anonimato, lo cierto es que estos países pasaron por una primera etapa de fuerte
disminución de la donación, y aquellas personas o parejas que contaban con recursos
económicos, apelaban a bancos de gametos de otros países de la región en el que la
donación era anónima.)
En otras palabras, y por aplicación del principio de precaución, es probable que un
sistema jurídico que defienda el no anonimato podría poner en riesgo o producir una
baja disminución considerable en la cantidad de donantes, y este es un riesgo que no
se puede correr, al ser el nuestro es un ordenamiento que reconoce el matrimonio
igualitario y el consecuente acceso a las TRHA de manera integral, cualquiera sea la
orientación sexual y estado civil de los usuarios.
Para evitar cualquier disminución en una técnica de procreación que es necesaria
para muchas parejas heterosexuales, y fundamental o esencial para las parejas del
mismo sexo y para las mujeres solas, el CCyC no podía receptar un régimen que
pudiera poner en peligro la fertilización heteróloga de allí que se entienda que la
postura intermedia es la más equilibrada a la luz de los derechos en juego. Además,
con el tiempo, se podría ir construyendo la mencionada "cultura de la donación"
para, a lo mejor en algunos años, repensar si el sistema jurídico de anonimato
relativo que adopta el CCyC debería ser mantenido.

FILIACIÓN (trilogía)

Puede definirse la filiación como “la institución jurídica que determina la


posición de los sujetos en el orden de las generaciones, dentro de la familia”.
En consonancia con ello, el Código de Vélez reconocía dos fuentes de filiación: a) por
naturaleza, a través del hecho biológico de la procreación; b) por vía legal, a través
del instituto de la adopción.
Los principios generales de la filiación por naturaleza se mantienen
prácticamente inalterables, mientras que la filiación determinada por TRHA implica
un cambio de paradigma radical respecto del modo en que tradicionalmente se han
establecido las relaciones filiales en nuestro sistema normativo, ya que tiene su
fundamento en un acto derivado de la ciencia médica y, como consecuencia de ello,
en el elemento volitivo, con independencia de quién ha aportado el material
genético. El CCYC lo incorpora en el artículo 558.

ART 558: Fuentes de la filiación. Igualdad de efectos. La filiación puede tener


lugar por naturaleza, mediante técnicas de reproducción humana asistida, o por
adopción.
La filiación por adopción plena, por naturaleza o por técnicas de reproducción
humana asistida, matrimonial y extramatrimonial, surten los mismos efectos,
conforme a las disposiciones de este Código.
Ninguna persona puede tener más de dos vínculos filiales, cualquiera sea la
naturaleza de la filiación.

Es necesario determinar el límite a la cantidad de vínculos filiales dado que, como


resultado de estas técnicas de reproducción, si se permitiera la confluencia de
aspectos genéticos y volitivos, podrían generarse más de dos vínculos filiales.

Las técnicas de reproducción humana asistida involucran situaciones fácticas y


jurídicas muy diferentes a las de los otros dos tipos filiales. A la luz del principal
derecho humano comprometido en el derecho filial como lo es el derecho a la
identidad, se debe advertir que no solo la identidad puede ser biológica, por un lado,
o voluntaria o volitiva por el otro, sino que también observa una vertiente más: la
identidad genética. Sucede que las TRHA pueden practicarse con material de la
propia pareja, denominada fertilización homóloga, que acontece en algunas parejas
casadas o no, de diverso sexo; o también comprometer material genético de un
tercero, denominada fertilización heteróloga, caso que se observa en parejas de
igual sexo, como así también en parejas heterosexuales en el que uno o ambos
integrantes presentan alguna imposibilidad de prestar su propio material genético,
como aquellos supuestos de proyectos parentales de carácter monoparental. Así, en
los casos de filiación por naturaleza, la identidad genética, biológica y volitiva se
unifica en las personas que mantienen una relación sexual. En el caso de la filiación
adoptiva, la identidad genética y biológica está en cabeza de la familia de origen y
por el contrario, la identidad voluntaria en la familia adoptiva. En las TRHA la
cuestión se complejiza. Como se dijo, la técnica puede practicarse con material de la
propia pareja o con material genético (femenino y/o masculino) de un tercero. En
este caso, la identidad genética se independiza o recae en personas distintas de
aquellas con quien se tiene identidad biológica o voluntaria.
El ccyc determina el vínculo filial con quien prestó el consentimiento, con total
independencia de que se haya aportado o no el material genético. De este modo, en
las TRHA, el dato genético ocupa un lugar secundario, que se circunscribe al derecho
a conocer los orígenes, que carece de entidad para asignar vínculo jurídico de
filiación solo por el aporte de material genético.
En otras palabras, solo quien exterioriza la llamada "voluntad procreacional"
mediante el correspondiente consentimiento libre, previo e informado, es quien será
considerado progenitor de un niño y, por lo tanto, hace nacer todos los derechos y
deberes que se derivan del vínculo filial.
Por último, el CCyC sigue la línea legislativa de la gran mayoría de los países: limitar
a dos la cantidad de vínculos filiales que una persona puede ostentar. De este modo,
quedarían afuera las llamadas "familias pluriparentales", es decir, aquellas familias
cuyos niños poseen más de dos filiaciones. Por lo general, se trata de niños que
nacen en el marco de una relación de pareja conformada por dos personas del mismo
sexo (mujeres), que deciden llevar adelante el proyecto parental con otra persona
conocida (un hombre) que, además de aportar su material genético, también
colabora en la crianza y educación del niño.
Por otro lado, se protege la integridad del niño al no permitirse constancia
alguna en la partida de nacimiento de las prácticas de TRHA para lograr su
concepción. Especialmente, en relación con el certificado de nacimiento, el artículo
559 dice:

ART 559: Certificado de nacimiento. El Registro del Estado Civil y Capacidad de las
Personas sólo debe expedir certificados de nacimiento que sean redactados en forma
tal que de ellos no resulte si la persona ha nacido o no durante el matrimonio, por
técnicas de reproducción humana asistida, o ha sido adoptada.

Ello en consonancia con los términos de la Ley 26618, con el fin de evitar en la
inscripción de niños/as cuyos progenitores resulten ser del mismo sexo la adición de
constancias lesivas o discriminatorias, sin establecer diferencias ni referencias a la
orientación sexual de sus progenitores/as, generando así un proceso de identificación
y no discriminación, conforme al principio de igualdad.
 

Determinación de la filiación en los casos de THRA. (Matrimonial y


Extramatrimonial)

ART 569: Formas de determinación. La filiación matrimonial queda determinada


legalmente y se prueba:
a- Por la inscripción del nacimiento en el Registro del Estado Civil y Capacidad
de las Personas y por la prueba del matrimonio, de conformidad con las
disposiciones legales respectivas;
b- Por sentencia firme en juicio de filiación,
c- En los supuestos de técnicas de reproducción humana asistida, por el
consentimiento previo, informado y libre debidamente inscripto en el Registro
del Estado Civil y Capacidad de las Personas.
En lo que respecta a la filiación por naturaleza, el CCyC no introduce ninguna
modificación sustancial. Así, los hijos son matrimoniales cuando la inscripción cumple
con los requisitos que establecen las leyes especiales y complementarias.
La novedad o incorporación que introduce la disposición en análisis se refiere a la
determinación de la filiación matrimonial de niños nacidos por TRHA. Ello se condice
con la incorporación en el CCyC de las TRHA como una tercera causa/fuente filial con
reglas propias, en especial, en lo atinente a la determinación de la filiación en torno
a la voluntad procreacional y su consecuente exteriorización mediante un
consentimiento previo, formal e informado, con total independencia de que el
material genético haya sido aportado por los integrantes del matrimonio o por
terceros.
Así, si los adultos están casados, se sometieron a TRHA y prestaron el
correspondiente consentimiento, queda determinada la filiación matrimonial en el
marco de este tercer tipo filial, como lo son las TRHA. Si bien en todo matrimonio
opera la presunción legal que establece el art. 566 CCyC, cuando se trata de TRHA y
se ha procedido a acompañar el consentimiento que prevén los arts. 560 y 561 CCyC,
el vínculo filial será inimpugnable —otra característica distintiva de la filiación
derivada de las TRHA—. 

ART 575: Determinación en las técnicas de reproducción humana asistida. En los


supuestos de técnicas de reproducción humana asistida, la determinación de la
filiación se deriva del consentimiento previo, informado y libre, prestado de
conformidad con lo dispuesto en este Código y en la ley especial.
Cuando en el proceso reproductivo se utilicen gametos de terceros, no se generará
vinculo jurídico alguno con estos, excepto a los fines de impedimentos matrimoniales
en los mismos términos que la adopción plena.

la filiación derivada por TRHA tiene sus reglas propias, cuyo eje central o columna
vertebral es la voluntad procreacional (art. 562 CCyC) expresada a través del
consentimiento previo, informado y libre debidamente protocolizado (arts. 560 y 561
CCyC), con independencia de que estas personas —o una persona sola— hayan
aportado su material genético. En otras palabras, el material genético puede
provenir o corresponder a un tercero y, sin embargo, el vínculo filial quedar
establecido en quien o quienes prestaron el debido consentimiento, por ser quienes
tienen la voluntad de procrear o de ser padres a través del uso de las TRHA.
En art. 575 CCyC se deja bien en claro que la determinación de la filiación en los
casos de TRHA deriva del consentimiento previo, informado y libre, ya sea que se
esté en el marco de un matrimonio (filiación matrimonial) o por fuera de él (filiación
extramatrimonial), con o sin aporte de material genético por parte de quienes
quieren ser padres.
La utilización de material genético involucra varias cuestiones que son propias de la
filiación por TRHA. Además de lo atinente al derecho a la información, y a su acceso,
sobre la persona que donó el material —expresamente regulado en los arts. 563 y 564
CCyC—, el Código se ocupa de dejar bien en claro que jamás podrá haber vínculo
filial con el donante y por consecuente, no sería posible iniciar acción judicial de
ningún tipo para llevar adelante algún reclamo o ejercer ciertos derechos y deberes
contra el donante. El único vínculo legal expresamente previsto por el CCyC es, como
acontece en el caso de la filiación adoptiva plena, a los fines de los impedimentos
matrimoniales.

CAPACIDAD DE LA PERSONA HUMANA: RÉGIMEN DE CAPACIDADES PROGRESIVAS.


PERSONAS INHABILITADAS Y CON CAPACIDAD RESTRINGIDA.

ART 22: Capacidad de derecho. Toda persona humana goza de la aptitud para ser
titular de derechos y deberes jurídicos. La ley puede privar o limitar esta capacidad
respecto de hechos, simples actos, o actos jurídicos determinados.
ART 23: Capacidad de ejercicio. Toda persona humana puede ejercer por si mismo
sus derechos, excepto las limitaciones expresamente previstas en este Código y en
una sentencia judicial.
ART 24: Personas incapaces de ejercicio. Son incapaces de ejercicio:
a- la persona por nacer;
b- la persona que no cuenta con la edad y el grado de madurez suficiente, con el
alcance de lo dispuesto en la sección 2 de este Capítulo;
c- la persona declarada incapaz por sentencia judicial, en la extensión dispuesta
en esa decisión.

Persona menor de edad


ART 25: Menor de edad y adolecente. Menor de edad es la persona que no ha
cumplido dieciocho años.
Este Código denomina adolecente a la persona menor de edad que cumplió trece
años.

ART 26: Ejercicio de los derechos por la persona menor de edad. La persona
menor de edad ejerce sus derechos a través de sus representantes legales.
No obstante, la que cuenta con edad y grado de madurez suficiente puede ejercer
por si solo los actos que le son permitidos por el ordenamiento jurídico. En
situaciones de conflicto de intereses con sus representantes legales, puede intervenir
con asistencia letrada.
La persona menor de edad tiene derecho a ser oída en todo proceso judicial que le
concierne así como a participar en las decisiones sobre su persona.
Se presume que el adolecente entre trece y dieciséis años tiene aptitud para decidir
por sí respecto de aquellos tratamientos que no resultan invasivos, ni comprometen
su estado de salud o provocan un riesgo grave en su vida o integridad física.
Si se trata de tratamientos invasivos que comprometen su estado de salud o está en
riesgo la integridad o la vida, el adolecente debe prestar su consentimiento con la
asistencia de sus progenitores; el conflicto entre ambos se resuelve teniendo en
cuenta su interés superior, sobre la base de la opinión médica respecto a las
consecuencias de la realización o no del acto médico.
A partir de los dieciséis años el adolecente es considerado como un adulto para las
decisiones atinentes al cuidado de su propio cuerpo.}

Capacidad progresiva: La capacidad de ejercicio no se adquiere de un día


para el otro al cumplir 18 años. Es un proceso gradual por el cual las personas
menores de edad pueden ir ejerciendo derechos por sí mismas de acuerdo a su edad
y grado de madurez. Por eso se llama capacidad o autonomía progresiva.
Ahora bien, el principio de capacidad progresiva importa la participación en
carácter personal de los niños y los adolescentes en la realización y efectivización de
sus derechos, atendiendo al grado de desarrollo madurativo y discernimiento
alcanzado.
Aparece como un concepto central, que incrementa los márgenes de
capacidad a medida que el niño va madurando, y va ampliando sus bordes de
discernimiento a través del ejercicio de sus derechos con el acompañamiento de sus
padres.
El principio de capacidad o autonomía progresiva implica reconocer que el
niño, como sujeto de derecho, adquiere discernimiento a medida que crece para
comprender el sentido de sus acciones.
En este punto, es que la autonomía o capacidad progresiva, importa
progresividad en el ejercicio de los derechos, es decir, estamos frente a un proceso,
un tránsito de la niñez a la mayoría de edad, de manera gradual, escalonada. La
autonomía progresiva, implica la asunción por los niños, niñas y adolescentes de roles
y funciones conforme a su desarrollo y madurez.
El CCYC mantiene la solución tradicional propia al derecho civil, que resulta
necesaria a los fines de posibilitar la actuación de derechos eficaz en el caso de las
personas menores de edad: estas ejercen sus derechos a través de sus representantes
legales.

El ejercicio de los derechos a través de la representación legal. ¿Regla o


excepción?

Tal como veremos a continuación, la representación no se constituye en la


regla en materia de ejercicio de derechos por las personas menores de edad.
En efecto, la solución esbozada en el primer párrafo del artículo se enfrenta a
continuación con un principio —y no excepción— incorporado en forma expresa a la
codificación civil por la Reforma cual es el ejercicio personal de los derechos por
parte de los niños, niñas y adolescentes que presenten edad y grado de madurez
suficiente tal que les permita la actuación personal de sus derechos.
Si analizamos el presente artículo en conjunto con el art. 22, podemos
concluir que la incapacidad no es un principio en el CCYC, por cuanto son las
limitaciones o restricciones las que constituyen la excepción en el nuevo sistema
(art. 22).
La permeabilidad de los requisitos exigidos en la norma comprende una
amplitud de supuestos que pueden ser incluidos en esta suerte de “cláusula de
capacidad creciente o abierta”, de la mano del principio de autonomía progresiva de
rango constitucional (art. 5° CDN) que clarifica que las facultades y derechos
reconocidos a los progenitores guardan relación con el objetivo de orientar y
posibilitar el ejercicio de derechos por parte de las personas menores de edad.

La incorporación del principio de autonomía progresiva de niños, niñas y


adolescentes
Este parámetro, independiente de la capacidad civil, habilita la actuación de
derechos en forma directa por su titular. Ello, aun cuando este no tenga plena
capacidad, pero se evalúe que puede formar convicción y decisión razonada respecto
a la cuestión a decidir.
Ahora bien, en el CCYC la edad es tan solo una pauta a considerar, atendiendo
la norma más especialmente al concepto empíricojurídico de madurez suficiente —
suficiente para el acto concreto de que se trate—. ¿Por qué en la nueva legislación no
basta la consideración rígida de edad? Sencillamente porque el CCYC, observando las
normas constitucionales, cumple el mandato que deriva de la obligación estatal de
control de convencionalidad y, en consecuencia, regula el sistema de capacidad
jurídica de niños, niñas y adolescentes a la luz del principio constitucional de
autonomía progresiva (art. 5° CDN; OC 17/2002, Corte IDH).
Así, iguales edades no significan capacidades iguales y un mismo niño
presentará capacidad suficiente para ciertos actos y no para otros. El criterio es
dinámico, mutable: por ejemplo, mientras un adolescente cuenta con capacidad para
solicitar y decidir el empleo de métodos de anticoncepción —por ejemplo,
preservativos— no la presenta para consentir —por sí solo— una intervención
quirúrgica que pone en riesgo su salud o una cirugía estética.
Teniendo en consideración que este ejercicio personal puede generar
conflictos con las decisiones de los representantes legales, la norma brinda respuesta
a través de la facultad del niño, niña o adolescente de defender su posición con el
auxilio de asistencia letrada.

La escucha de niños, niñas y adolescentes: derecho y garantía

La efectiva realización del concepto de autonomía progresiva requiere la


previa escucha del niño, niña o adolescente de que se trate, frente a cualquier
cuestión que lo involucre. Esta exigencia surge ya de la previa ley 26.061 que,
receptando el principio general del art. 12 CDN, incorporó al art. 3° —como recaudo
integrante del concepto de interés superior— el derecho de los niños a “ser oídos y
atendidos cualquiera sea la forma en que se manifiesten, en todos los ámbitos”,
respetando “su edad, grado de madurez, capacidad de discernimiento, y demás
condiciones personales”. También otros artículos de la norma especificaron este
derecho: así, el art. 24 contiene el derecho del niño a “participar y expresar
libremente su opinión en los asuntos que les conciernan y en aquellos que tengan
interés (…) “[en] todos los ámbitos (…) estatal, familiar, comunitario, social, escolar,
científico, cultural, deportivo y recreativo” (concs. arts. 19, 27 CDN).

Así, continúa el art. 26: “… La persona menor de edad tiene derecho a ser oída en
todo proceso judicial que le concierne así como a participar en las decisiones sobre
su persona”.
Por su parte, al regular cada institución del derecho familiar que involucre los
derechos e intereses de niños y adolescentes, el CCYC incorpora como requisito de
efectividad este derechogarantía constitucional.

Ejercicio de derechos personalísimos relacionados con el cuidado de la salud y el


propio cuerpo

El Código regula en forma expresa lo relativo al ejercicio de derechos


personalísimos atinentes al cuidado de la salud y el propio cuerpo por las personas
menores de edad.
En forma coherente con la distinción establecida en el artículo anterior entre
niños y adolescentes, el ejercicio en forma personal de los derechos sobre el propio
cuerpo se concede en favor de estos últimos. En efecto, el piso etario para la
aplicación de la norma son los 13 años de edad.
En el otro extremo, la edad de 16 años se introduce como el tope a partir del
cual el régimen de menor edad ya no es aplicable en función de la presunción que la
norma establece en favor del adolescente mayor de 16 años: él es considerado como
un adulto para la toma de decisiones relativa al cuidado de su propio cuerpo.
En esta franja etaria —13 a 16 años— la cuestión relativa a la capacidad de
ejercicio de los actos personalísimos por el adolescente se regula considerando la
complejidad y/o efectos eventuales de los actos/tratamientos médicos. El sistema se
estructura a partir de presunciones: “Se presume que el adolescente entre trece y
dieciséis años tiene aptitud para decidir por sí respecto de aquellos tratamientos que
no resultan invasivos, ni comprometen su estado de salud o provocan un riesgo grave
en su vida o integridad física”. En cambio, “Si se trata de tratamientos invasivos que
comprometen su estado de salud o está en riesgo la integridad o la vida, el
adolescente debe prestar su consentimiento con la asistencia de sus progenitores; el
conflicto entre ambos se resuelve teniendo en cuenta su interés superior, sobre la
base de la opinión médica respecto a las consecuencias de la realización o no del
acto médico”.
Que el régimen admita la competencia o aptitud del adolescente para la toma
de decisiones frente a actos y/o tratamientos médicos, no importa consagrar su
capacidad para la celebración del contrato médico; el primer aspecto refiere al
ejercicio de un derecho personalísimo, en tanto el segundo es un acto jurídico
patrimonial que exige la consecuente capacidad; claramente, el adolescente carece
de capacidad para el segundo, pero no necesariamente para el primero.

Art. 26 CCYC; ¿cuáles son las tres situaciones contempladas por la norma?

a- Respecto de la pretensión de ejercicio de derechos y actos que no


comprometen la salud del adolescente ni provocan riesgo en su integridad
física —y psíquica—, la sola petición del adolescente hace presumir su aptitud
para el acto que desea practicar.
b- Frente a tratamientos invasivos que sí comprometen la integridad, salud o
vida del adolescente, se exige la asistencia del representante, con el
consentimiento de la persona menor de edad. No se está hablando de
representación ni de sustitución, sino de asistencia: es el adolescente el que
presta el consentimiento, asistido por su representante.
Siendo previsible la generación de conflictos entre las opiniones de quien
consiente y quien/es asienten, ello se resuelve judicialmente, debiendo la decisión
considerar dos pautas: por un lado, el interés superior del niño y, por el otro —si bien
se trata de un efecto que también se mide para delinear y adoptar la decisión que
realiza tal interés superior—, la opinión médica respecto a las consecuencias de la
realización del acto.
c- A partir de los 16 años el sistema se independiza de las previsiones,
incapacidad y competencia, considerándose como un mayor de edad al efecto
de la decisión médica.

EMANCIPACIÓN

ART 27: Emancipación. La celebración del matrimonio antes de los dieciocho años
emancipa a la persona menor de edad.
La persona emancipada goza de plena capacidad de ejercicio con las limitaciones
previstas en este Código.
La emancipación es irrevocable. La nulidad del matrimonio no deja sin efecto la
emancipación, excepto respecto del cónyuge de mala fe para quien cesa a partir del
día en que la sentencia pasa en autoridad de cosa juzgada.
Si algo es debido a la persona menor de edad con cláusula de no poder percibirlo
hasta la mayoría de edad, la emancipación no altera la obligación ni el tiempo de su
exigibilidad.
El instituto de la emancipación importa por un lado la extinción de la responsabilidad
parental y a la vez la adquisición de plena capacidad de ejercicio, a excepción de
contadas restricciones que se mantienen en relación a actos jurídicos determinados.
Es requisito para la celebración del matrimonio contar con la edad de 18 años (art.
403, inc. f, CCyC), pero ¿qué sucede en caso de la pretensión de una persona menor
de dicha edad, es decir, de alguien que carece de la edad nupcial? En este aspecto el
CCyC establece una solución diversa en el caso de adolescentes mayores o menores
de 16 años. Si el adolescente que pretende contraer matrimonio cuenta con 16 años
puede contraer nupcias con autorización de sus representantes legales. En caso de no
contar con esta venia se requiere dispensa judicial. En cambio, si el adolescente es
menor de 16 años, se exige la previa dispensa judicial (art. 404 CCyC).
En uno u otro caso, la celebración del matrimonio emancipa a la persona menor de
edad. La emancipación tiene como efecto la adquisición de capacidad por la persona
menor de edad, con las únicas excepciones que son establecidas en el artículo
siguiente, el art. 28.
Se establece el efecto de la eventual nulidad del matrimonio y su impacto en la
emancipación anteriormente obtenida. Así, en tanto importa la adquisición de plena
capacidad, y conforme el principio de no regresividad, una vez adquirida la
capacidad fruto de la emancipación, ella es irrevocable. Aún el caso de nulidad del
matrimonio no afecta la emancipación y efectos adquiridos. La única excepción la
constituye el supuesto del cónyuge de mala fe, cuya emancipación cesa a partir del
día en que la sentencia de nulidad pase en autoridad de cosa juzgada.
La nulidad por falta de dispensa judicial constituye un supuesto de nulidad relativa,
por cuanto se establece en beneficio del cónyuge que no contaba con la edad
nupcial, ostentando legitimación para plantearla tanto este como las personas que,
en su representación, podrían haberse opuesto a la celebración del matrimonio (art.
425 inc. a, CCyC).
Si el matrimonio fue celebrado de buena fe por ambos cónyuges, produce todos los
efectos del matrimonio válido hasta el día en que se declare su nulidad. Si solo uno
de los cónyuges es de buena fe, tales supuestos operan en relación a este, además de
concederle los efectos mencionados en el art. 429. En cambio si ambos cónyuges lo
fueron de mala fe no produce efecto alguno (art. 430 CCyC).
La cláusula final del artículo, en tanto, tiene como objetivo la preservación de los
intereses de los terceros, que no pueden verse afectados por los efectos de la
emancipación derivada del matrimonio de la persona menor de edad.

ART 28: Actos prohibidos a la persona emancipada. La persona emancipada no


puede, ni con autorización judicial:
a- Aprobar las cuentas de los tutores y darle finiquito;
b- Hacer donaciones de bienes que hubiese recibido a título gratuito;
c- Afianzar obligaciones.
(La existencia del cónyuge mayor de edad no suple la prohibición del emancipado –
importante)

ART 29: Actos sujetos a autorización judicial. El emancipado requiere autorización


judicial para disponer de los bienes recibidos a título gratuito. La autorización debe
ser otorgada cuando el acto sea de toda necesidad o de ventaja evidente.

ART 30: Persona menor de edad con título profesional habilitante. La persona
menor de edad que ha obtenido un título habilitante para el ejercicio de una
profesión puede ejercerla por cuenta propia sin necesidad de previa autorización.
Tiene la administración y disposición de los bienes que adquiere con el producto de
su profesión y puede estar en juicio civil o penal por cuestiones vinculadas a ella.

Restricciones a la capacidad
ART 31: Reglas generales. La restricción al ejercicio de la capacidad jurídica se rige
por las siguientes reglas generales:
a- La capacidad general de ejercicio de la persona humana se presume, aun
cuando se encuentre internada en un establecimiento asistencial;
b- Las limitaciones a la capacidad son de carácter excepcional y se imponen
siempre en beneficio de la persona;
c- La intervención estatal tiene siempre carácter interdisciplinario, tanto en el
tratamiento como en el proceso judicial;
d- La persona tiene derecho a recibir información a través de medios y
tecnologías adecuadas para su comprensión;
e- La persona tiene derecho a participar en el proceso judicial con asistencia
letrada, que debe ser proporcionada por el Estado si carece de medios;
f- Deben priorizarse las alternativas terapéuticas menos restrictivas de los
derechos y libertades.
ART 32: Persona con capacidad restringida y con incapacidad. El juez puede
restringir la capacidad para determinados actos de una persona mayor de trece años
que padece una adicción o una alteración mental permanente o prolongada, de
suficiente gravedad, siempre que estime que del ejercicio de su plena capacidad
puede resultar un daño a su persona o a sus bienes.
En relación a dichos actos, el juez debe designar el o los apoyos necesarios que
prevé el art 43, especificando las funciones con los ajustes razonables en función de
las necesidades y circunstancias de la persona.
El o los apoyos designados deben promover la autonomía y favorecer las decisiones
que respondan a las preferencias de la persona protegida.
Por excepción, cuando la persona se encuentre absolutamente imposibilitada de
interaccionar con su entorno y expresar su voluntad de cualquier modo, medio o
formato adecuado y el sistema de apoyos resulte ineficaz, el juez puede declarar
incapacidad y designar un curador.
( ver art siguientes del Código)

Para comprender adecuadamente cuál es el cambio que incorpora el CCyC al hablar


de "restricciones a la capacidad", primeramente debe hacerse una distinción entre
esta figura y la anterior inhabilitación. La condición de la persona sujeta a
restricciones a su capacidad en el CCyC no es la del inhábil del CC. La restricción a la
capacidad es una categoría genérica, que incluye un amplio abanico de posibilidades
relacionadas con la amplitud o estrechez de los actos que han sido limitados a la
persona por sentencia. En segundo lugar, la inhabilitación fue pensada
exclusivamente para la protección patrimonial de la persona, direccionada a actos de
administración y disposición, en tanto que la restricción a la capacidad apunta a
actos personales y/o patrimoniales. Finalmente, el efecto de la restricción de la
capacidad no es la designación de un curador —ni siquiera en su modalidad más
"benévola" de asistencia— sino la designación de figuras de apoyo, en los términos del
art. 12 CDPD.
Los requisitos determinantes Mediante una fórmula objetiva, el CCyC define las
personas pasibles de restricción a la capacidad: mayores de 13 años, con
padecimiento de adicción o una alteración mental permanente o prolongada, de
suficiente gravedad. El "piso" impuesto en los 13 años guarda coherencia con la
categoría de adolescente incorporada en el CCyC (art. 25) y la inexistencia de
discernimiento para los actos lícitos por debajo de dicha edad.
El CCyC elimina las etiquetas o calificaciones preexistentes —"sordomudos que no
saben darse a entender por escrito"; "dementes"; "disminuidos en sus facultades
mentales"— y reemplaza ello por enunciaciones genéricas: alteración mental y
adicción.
Además, la declaración de "capacidad restringida" requiere que la persona se
encuentre en situación de daño a su persona o a sus bienes consecuencia de sus
actos.
Efectos La restricción de la capacidad va de la mano de la designación de una o
varias medidas de apoyo que actuarán en los ámbitos y condiciones establecidos por
el juez, en función de las necesidades y circunstancias de la persona y con los ajustes
razonables que corresponda implementar (art. 43 CCyC).
El o los apoyos designados deben promover la autonomía y favorecer las decisiones
que respondan a las preferencias de la persona.
La incapacidad. El último párrafo del art. 32 prevé la incapacidad exclusivamente
para el caso en que la persona se encuentre absolutamente imposibilitada de
interaccionar con su entorno y expresar su voluntad por cualquier modo, medio o
formato adecuado y el sistema de apoyos resulte ineficaz.
En primer término, la incapacidad es el supuesto de excepción en el nuevo régimen.
A su turno, y aún admitida como opción viable, el Código exige también un criterio
objetivo, que excede a un diagnóstico de la persona y/o a su pertenencia a un grupo
social. Lo que se califica es la "situación" de la persona: absoluta imposibilidad de
interacción y/o comunicación por cualquier modo, medio o formato adecuado. La
imposibilidad no es cualquier dificultad o complejidad, sino que debe ser un
impedimento de carácter absoluto, tal como exige la norma.
Se trata de aquella persona que se encuentra en situación de ausencia de conciencia
de sí, de su alrededor, carente e imposibilitada de comunicación con el entorno, con
otras personas, y por todo lo cual un sistema de apoyo aparece insuficiente,
correspondiendo entonces la figura de un curador que ejerza representación pura.
Efectos de la incapacidad La declaración de incapacidad apareja la designación de
un curador que representará a la persona y cuya actuación se regirá por las normas
de la curatela (art. 138 CCyC, y concs.).
La principal función del curador es cuidar a la persona y sus bienes y procurar que
recupere su salud (art. 138 CCyC).
La figura se justifica, como dijimos, frente a la absoluta imposibilidad de la persona
de interactuar por su medio y expresar voluntad; no reconocer la opción de un
curador como alternativa en estos casos implicaría impedir a la persona el ejercicio
de sus derechos.

Responsabilidad parental
ART 638: Concepto. La responsabilidad parental es un conjunto de deberes y
derechos que corresponden a los progenitores sobre la persona y bienes del hijo,
para s protección, desarrollo y formación integran mientras sea menor de edad y no
se haya emancipado.

ART 639: Principios generales. La responsabilidad parental se rige por los siguientes
principios:
a- El interés superior del niño;
b- La autonomía progresiva del hijo conforme a sus características psicofísicas,
aptitudes y desarrollo. A mayor autonomía, disminuye la representación de
los progenitores en el ejercicio de los derechos de los hijos;
c- El derecho del niño a ser oído y a que su opinión sea tenida en cuenta según
su edad y grado de madurez.

ART 640: Figuras legales derivadas de la responsabilidad parental. Este Código


regula:
a- La titularidad y ejercicio de la responsabilidad parental;
b- El cuidado personal del hijo por los progenitores;
c- La guarda otorgada por el juez a un tercero.

El CCYC menciona los principios que rigen la responsabilidad parental. Estos


principios son reiteración de los derechos consagrados en la Convención sobre los
Derechos del niño, asi como en la ley 26.061.
Dentro de los principios, establece que a mayor autonomía disminuye la
representación de los progenitores en el ejercicio de los derechos de los hijos. Si
bien esto es una clara consecuencia de la capacidad progresiva, resulta conveniente
aclarar que esa totalidad que parece tener la responsabilidad parental va
disminuyendo con el crecimiento de los hijos, es decir, con la adquisición de madurez
para poder tomar decisiones propias.
El CCYC efectúa un cambio radical en las denominaciones de este instituto. No
se habla mas de patria potestad, sino de titularidad y del ejercicio de la
responsabilidad parental, se incorpora el cuidado personal de los hijos por los
progenitores, asi como la posibilidad de otorgar la guarda de su hijo menor de edad a
un tercero.

ART 641: Ejercicio de la responsabilidad parental. El ejercicio de la


responsabilidad parental corresponde:
a- En caso de convivencia con ambos progenitores, a estos. Se supone que los
actos realizados por uno cuentan con la conformidad del otro, con excepción
de los supuestos contemplados en el artículo 645, o que medie expresa
oposición;
b- En caso de cese de la convivencia, divorcio o nulidad de matrimonio, a ambos
progenitores. Se supone que los actos realizados por uno cuentan con la
conformidad del otro, con las excepciones del inciso anterior. Por voluntad de
los progenitores o por decisión judicial, en interés del hijo, el ejercicio se
puede atribuir a sólo uno de ellos, o establecerse distintas modalidades;

c- En caso de muerte, ausencia con presunción de fallecimiento, privación de la


responsabilidad parental o suspensión del ejercicio de un progenitor, al otro;
d- En caso de hijo extramatrimonial con un solo vinculo filial, al único
progenitor;
e- En caso de hijo extramatrimonial con doble vinculo filial, si uno se estableció
por declaración judicial, al otro progenitor. En interés del hijo, los
progenitores de común acuerdo o el juez pueden decidir el ejercicio conjunto
o establecer distintas modalidades.

El ejercicio de la patria potestad se encontraba regulado en al derogado


artículo 264, y en el se enumeraban distintas circunstancias. El actual 641 C.C.C.N.
sigue el criterio y determina la forma de ejercicio de la responsabilidad parental
según sean hijos matrimoniales o hijos nacidos fuera del matrimonio de parejas que
conviven y que no conviven.
El inciso a) trata el supuesto de los progenitores que conviven, estableciendo
que la responsabilidad parental será conjunta con la presunción de que los actos
realizados por uno cuentan con la conformidad del otro. La excepción se da en el
supuesto en que medie expresa oposición de uno de los progenitores o en los casos
contemplados en el artículo 645, esto es, los actos que requieran el consentimiento
de ambos.
El segundo supuesto que contempla el inciso b) es el de los padres que no
conviven ya sea por cese de la convivencia, divorcio o nulidad de matrimonio,
prescribiendo también para estos casos la responsabilidad parental a ambos
progenitores. Por ende, se aplica la misma presunción de que los actos realizados por
uno cuentan con la conformidad del otro, con las excepciones del inciso a), ut supra
mencionadas (O sea, expresa oposición de uno de los padres o actos que requieran el
consentimiento de ambos). Asimismo el inciso establece que en pos del interés del
hijo, por voluntad de los progenitores o por decisión judicial, el ejercicio de la
responsabilidad parental se puede atribuir a sólo uno de ellos, u optarse por otra de
las modalidades de ejercicio.
El inciso c) prescribe el tercer supuesto que son los casos de cese o suspensión
de la responsabilidad a causa de muerte, ausencia con presunción de fallecimiento,
privación de la responsabilidad parental o suspensión del ejercicio de un progenitor,
resultando el ejercicio de la responsabilidad parental en cabeza del otro progenitor.
El inciso d) por su parte establece que el ejercicio de la responsabilidad
parental en caso de hijo extramatrimonial con un solo vínculo filial corresponde,
obviamente, al único progenitor.
Por último, el inciso e) trata el caso del hijo extramatrimonial con doble
vínculo filial, considerando que si uno de los vínculos se estableció por declaración
judicial el ejercicio de la responsabilidad parental la tendrá el otro progenitor,
aunque nada obsta que puedan acordar otro tipo de ejercicio. Asimismo el inciso
prescribe que en interés del hijo, también el juez puede decidir el ejercicio conjunto
o establecer la aplicación de las otras modalidades de ejercicio.

ART 642: Desacuerdo. En caso de desacuerdo entre los progenitores, cualquiera de


ellos puede acudir al juez competente, quien debe resolver por el procedimiento mas
breve previsto por la ley local, previa audiencia de os progenitores con intervención
del Ministerio Público.
Si los desacuerdos son reiterados o concurre cualquier otra causa que entorpece
gravemente el ejercicio de la responsabilidad parental, el juez puede atribuirlo total
o parcialmente a uno de los progenitores, o distribuir entre ellos sus funciones, por
un plazo que no puede exceder de dos años. El juez también puede ordenar medidas
de intervención interdisciplinaria y someter las discrepancias a mediación.

Este artículo faculta a cualquiera de los progenitores para recurrir ante el


juez o tribunal competente a fin de que dilucide sobre el particular. Claramente
nada impide que la petición sea realizada en forma conjunta por ambos progenitores,
pero lo que si se debate actualmente es si cabe la posibilidad que el propio menor
sea el que requiera el auxilio judicial. En estos casos, el juez competente para
atender será el del lugar donde la persona tiene su centro de vida.
El artículo también faculta al juez a ordenar medidas de intervención
interdisciplinaria y someter las discrepancias a mediación.
Una gran novedad esta en la solución que el CCYC encuentra cuando los
desacuerdos entre los progenitores son reiterados o concurre cualquier otra causa
que obstaculice gravemente el ejercicio de la responsabilidad parental,
estableciendo que el juez puede atribuirlo en forma total o parcial a uno de los
progenitores, o distribuir entre ellos sus funciones, por un plazo que no puede
exceder de dos años. 
Cumplido el plazo debe revisarse a los fines de verificar si subsisten o han
cesado las causas que dieron lugar a la decisión de que se otorgue en forma
unilateral. Siempre con la intención de que el ejercicio de la responsabilidad
parental sea compartido por ambos progenitores.
ART 643: Delegación del ejercicio. En el interés del hijo y por razones
suficientemente justificadas, los progenitores pueden convenir que el ejercicio de la
responsabilidad parental sea otorgado a un pariente, sin perjuicio de lo establecido
en el artículo 674. El acuerdo con la persona que acepta la delegación debe ser
homologado judicialmente, debiendo oírse necesariamente al hijo. Tiene un plazo
máximo de un año, pudiendo renovarse judicialmente por razones debidamente
fundadas, por un periodo más con participación de las partes involucradas los
progenitores conservan la titularidad de la responsabilidad parental, y mantienen el
derecho de supervisar la crianza y educación del hijo en función de sus posibilidades.
Igual régimen es aplicable al hijo que sólo tiene un vínculo filial establecido.

Ver del Código art 644- progenitores adolecentes.

ART 645: Actos que requieren el consentimiento de ambos progenitores. Si el hijo


tiene doble vínculo filial se requiere el consentimiento expreso de ambos
progenitores para los siguientes supuestos:
a- Autorizar a los hijos adolescentes entre dieciséis y dieciocho años para
contraer matrimonio;
b- Autorizarlo para ingresar a comunidades religiosas, fuerzas armadas o de
seguridad;
c- Autorizarlo para salir de la República o para el cambio de residencia
permanente en el extranjero;
d- Autorizarlo para estar en juicio, en los supuestos que no puede actuar por sí;
e- Administrar los bienes de los hijos, excepto que se haya delegado la
administración de conformidad con lo previsto en este Capítulo.
En todos estos casos, si uno de los progenitores no da su consentimiento o media
imposibilidad de prestarlo, debe resolver el juez teniendo en miras el interés
familiar.
Cuando el acto involucra hijos adolescentes, es necesario su consentimiento
expreso.

En primer lugar el ejercicio de la responsabilidad parental se reconoce, en


principio, a ambos progenitores (art. 641 CCYC).
De allí entonces que tanto para los progenitores unidos en matrimonio o no, que
convivan o no, o incluso, su determinación filiatoria derive de una sentencia judicial
y en forma excepcional se reconoce el ejercicio de la responsabilidad parental, es
exigido el consentimiento de ambos para los actos indicados en este artículo.
¿Cuáles son estos actos?
Aquellos de mayor trascendencia en la vida de los hijos, tales como contraer
matrimonio (en concordancia con los límites etarios establecidos en los arts. 403 y
404 CCyC) o ingresar a comunidades religiosas, fuerzas armadas o de seguridad, o
salir del país.
Como novedad, se impone también la exigencia de doble consentimiento,
también para el cambio de residencia permanente fuera del país, a los fines de evitar
que, una vez obtenido el consentimiento para salir del país, se imponga por vía de los
hechos un cambio de residencia de tipo permanente en forma intempestiva,
debiendo recurrir al procedimiento de restitución internacional. Así, todo cambio de
residencia en el exterior requerirá del consentimiento expreso de ambos
progenitores, transformando automáticamente en ilegítima la modificación
intempestiva y unilateral.
También se exige el consentimiento expreso de ambos progenitores para
autorizarlo a estar en juicio, pero dicha exigencia no abarca aquellos supuestos en
los que el código o la legislación particular lo habilite a estar por sí; como en los
casos en que se concede legitimación activa autónoma (art. 661, inc. b, CCYC) o el
derecho de intervención con asistencia letrada propia (art. 26 CCYC).
El último inciso se relaciona con los aspectos patrimoniales del ejercicio de la
responsabilidad parental, se mantiene la exigencia de consentimiento expreso para
los actos de administración, salvo que se hubiese delegado la misma.
Por último, una vez más se torna explícito el principio de autonomía progresiva,
al imponer que en los supuestos en que cualquiera de estos actos se relacione con un
adolescente, se requiere necesariamente de su consentimiento, resultando
insuficiente la conformidad de ambos progenitores. Por supuesto que esta exigencia
implica que en aquellos supuestos en los cuales no se hubiera dado cumplimiento, el
adolescente se encuentra facultado para cuestionar en sede judicial la decisión
conjunta de sus progenitores.
(Leer art 646 al 657)

Obligación de Alimentos- menores


ART 658: Regla general. Ambos progenitores tienen la obligación y el derecho de
criar a sus hijos, alimentarlos y educarlos conforme a su condición y fortuna, aunque
el cuidado personal este a cargo de uno de ellos.
La obligación de prestar alimentos a los hijos se extiende hasta los veintiún años,
excepto que el obligado acredite que el hijo mayor de edad cuenta con recursos
suficientes para proveérselos por sí mismo.

ART 659: Contenido. La obligación de alimentos comprende la satisfacción de las


necesidades de los hijos de manutención, educación, esparcimiento, vestimenta,
habitación, asistencia, gastos por enfermedad y los gastos necesarios para adquirir
una profesión u oficio. Los alimentos están constituidos por prestaciones monetarias
o en especie y son proporcionales a las posibilidades económicas de los obligados y
necesidades del alimentado.
ART 660: Tareas de cuidado personal. Las tareas cotidianas que realiza el
progenitor que que ha asumido el cuidado personal del hijo tienen un valor
económico y constituyen un aporte a su manutención.

El art. 658 dispone las reglas generales respecto a quienes son los obligados y
quienes son los beneficiados de la contribución alimentaria. En primer lugar
establece la paridad de ambos progenitores respecto a la manutención de los hijos,
condicionada a estrictos elementos objetivos, como la condición y fortuna de cada
uno de ellos. Es decir, si bien ambos progenitores se encuentran en el mismo lugar
respecto a su condición de sujetos pasivos de esta obligación, las condiciones
específicas de cada uno de ellos será la variable a considerar, junto con otras, para
definir la extensión o intensidad de cumplimiento de tal obligación. . Por lo tanto,
aquello a lo que se refiere la norma es que el nivel de vida de los progenitores incide
en forma directa en el de sus hijos.
La importante novedad que introduce la primera parte del art es separar el
cuidado personal de la obligación alimentaria, pues ello funciona como una saludable
alternativa que evita los reclamos de cuidado personal unilateral con la única razón
de obtener o evitar las consecuencias de contenido económico. Sin embargo, el
desarrollo de las tareas de cuidado personal tiene un contenido económico y ello es
valorado en el CCYC (art.660)
Por otra parte, se establece que los sujetos activos de esta obligación, es decir,
sus beneficiarios, son aquellos hijos de hasta veintiún años de edad. Ello, como regla
general, debe ser interpretada en forma conjunta con las disposiciones específicas de
los art. 662 y 663.
Así entonces, y en virtud del principio de no regresividad en el reconocimiento de
derechos, se mantiene el criterio que ya regía en el CC, que a través de la reforma
de la ley 26.579 disminuyo la edad en la cual se adquiere plena capacidad, fijándola
en los 18 años (mismo criterio del CCYC) pero mantuvo la obligación alimentaria
hasta los 21 años. Tanto el reclamo como la modalidad de cumplimiento de la
obligación alimentaria a esta especial franja etaria, de mayores de edad pero
beneficiarios de la obligación alimentaria, genero importantes debates doctrinarios y
jurisprudenciales. Luego, la ultima parte del art 658 mantiene la misma excepción al
reconocimiento de la condición de beneficiario: que el hijo mayor de edad cuente
con recursos suficientes para procurarse los alimentos por sí mismo.
Resulta necesario destacar que este art sienta la regla general y ello es evidente
respecto a los sujetos activos de la obligación alimentaria, ya que regula diversas
excepciones, tales como el hijo mayor que se capacita (art 663), el hijo no
reconocido (art 664) e incluso la mujer embarazada (art 665)
Respecto del contenido de la obligación alimentaria, el art 659 sigue el criterio
que ya establecía el CC, pero destaca la incorporación de aquellos gastos necesarios
para adquirir una profesión u oficio, con la clara finalidad de favorecer el desarrollo
autónomo de los hijos. La última parte del art establece, como modalidad de
cumplimiento, las prestaciones monetarias o en especie, cuestión que
necesariamente deberá relacionarse con las garantías de cumplimiento o las medidas
a tomar ante el incumplimiento. Y, finalmente se reitera la proporcionalidad como
criterio de determinación de la extensión alimentaria, no solo respecto de los
obligados entre sí, sino también en relación a las necesidades del alimentado. Es
decir, en la determinación de la cuantía, la proporcionalidad funciona en un doble
sentido; entre los obligados, sujetos pasivos de la obligación (art 658 y 666), y frente
al hijo, en tanto evaluación de posibilidades económicas en relación de las
necesidades del alimentado.
El art 660 también incorpora una novedad muy importante; la visibilización legal
del contenido económico de las tareas de cuidado personal. Efectivamente, dar cabal
cumplimiento a las funciones de atención, supervisión, desarrollo y dirección de la
vida cotidiana de los hijos implica un esfuerzo físico y mental imprescindible. Pero
objetivamente insume una cantidad de tiempo real que se traduce en valor
económico.

ART 661: Legitimación. El progenitor que falte a la prestación de alimentos puede


ser demandado por:
a- El otro progenitor en representación del hijo;
b- El hijo con grado de madurez suficiente con asistencia letrada;
c- Subsidiariamente, cualquiera de los parientes o el Ministerio Público.

En primer lugar, se mantiene la legitimación activa para reclamar la prestación


de alimentos a uno de los progenitores en representación del hijo. ¿a que progenitor
se refiere? En principio, y e forma indudable, a aquel que tenga a su cargo el cuidado
unipersonal del hijo, ya que asume en forma principal tales tareas de cuidado. Pero
también puede darse el caso de cuidado personal compartido, en el supuesto que los
recursos de los progenitores no sean equivalentes y quien pretenda la fijación de una
cuota alimentaria a cargo del otro posea menores ingresos (art 666). En definitiva se
tratara de una situación fáctica a valorarse en cada caso particular.
Pero la novedad e importancia del art 661 radica en la amplia legitimación activa
que otorga, en efecto, le otorga al hijo con grado de madurez suficiente la
posibilidad de reclamar en forma directa, el cumplimiento de esta obligación, con
asistencia letrada. Es uno de los casos específicos en los que, en consonancia con el
principio de autonomía progresiva, se otorga protagonismo procesal al hijo, en
defensa de sus propios intereses. El criterio utilizado por la norma es el de “madurez
suficiente”, de manera que no está atado a un sistema etario, en consonancia con el
art 26 segundo párrafo, que también otorga a las personas menores de edad y grado
de madurez suficiente el ejercicio por sí de los actos que le son permitidos por el
ordenamiento jurídico. Este es uno de ellos. Respecto de los hijos adolescente rige la
presunción legal del art 667, es decir, se presume que los hijos de 13 a 18 años
cuentan con suficiente autonomía para intervenir en un proceso autónomo con
asistencia letrada.
Ahora bien, quien deberá valorar si el menor de 13 años tiene madurez
suficiente, será el juez que intervenga.
Finalmente, el art 661 otorga una amplia legitimación activa, incluyendo tanto a
los parientes como al Ministerio Público, pero con carácter subsidiario. Ello significa
que la actuación de los parientes o el Ministerio Público es secundaria, sea por que ni
el progenitor, ni el hijo con grado de madurez suficiente han accionado, o incluso,
que el hijo no ha alcanzado la madurez suficiente. La ampliación de la legitimación
respecto de los parientes encuentra su justificación tanto en la condición de derecho
humano básico y esencial de la prestación alimentaria en favor de niñas, niños y
adolescentes, como en la especifica obligación alimentaria impuesta a los
ascendiente del art 668 y las genéricas provenientes del Libro II, Título IV.
Parentesco. La correspondiente al Ministerio Público encuentra su justificación legal
en la representación complementaria o principal establecida en el art 103 CCYC.

ART 662: Hijo mayor de edad. El progenitor que convive con el hijo mayor de edad
tiene legitimación para obtener la contribución del otro hasta que el hijo cumpla
veintiún años. Puede inicia el juicio alimentario o, en su caso, continuar con el
proceso promovido durante la minoría de edad del hijo para que el juez determine la
cuota que corresponde al otro progenitor. Tiene derecho a cobrar y administrar las
cuotas devengadas.
Las partes de común acuerdo, o el juez, a pedido de alguno de los progenitores o del
hijo, pueden fijar una suma que el hijo debe percibir directamente del progenitor no
conviviente. Tal suma, administrada por el hijo, será destinada a cubrir desembolsos
de su vida diaria, como esparcimiento, gastos con fines culturales o educativos,
vestimenta u otros rubros que se estimen pertinentes.

Las discusiones doctrinaria respecto a quien debía percibir los alimentos, si el


hijo o el progenitor conviviente, quedan resueltas con la reforma (art 662). En primer
lugar otorga legitimación al progenitor que convive con el hijo mayor para reclamar
la contribución alimentaria al otro progenitor, pero además lo faculta para percibir y
administrar las cuotas alimentarias ya devengadas, pues resultaría incoherente
reconocer legitimación para el reclamo y negar su administración.
Aun mas, la última parte del art introduce una importante distinción, posibilitando
que como forma de cumplimiento de la obligación alimentaria en este particular
caso, se establezca por acuerdo o resolución judicial, una suma de dinero a percibir
por el hijo en forma directa del progenitor no conviviente y asuma su administración.
A su vez, precisa que tal suma este destinada a los gastos diarios y cotidianos del
hijo.

ART 663: Hijo mayor que se capacita. La obligación de los progenitores de proveer
recursos al hijo subsiste hasta que éste alcance la edad de veinticinco años, si la
prosecución de estudios o preparación profesional de un arte u oficio, le impide
proveerse de medios necesarios para sostenerse independientemente.
Pueden ser solicitados por el hijo o por el progenitor con el cual convive; debe
acreditarse la viabilidad del pedido.
(Leer art 664 al 670 CCYC)
Con total criterio de realidad, el art 663 contempla el supuesto de aquellos
hijos jóvenes que han superado el límite de 21 años, excluidos por lo tanto del art
662, pero que se encuentra en pleno proceso de capacitación o preparación
profesional, artística o laboral y la prosecución de sus estudios le impiden procurarse
su propio sustento.
Las exigencias de procedencia de esta especial obligación alimentaria son
varias: 1) ser hijo de entre 21 y 25 años. 2) ya encontrarse realizando estudios o en
preparación profesional, artística o de cualquier oficio. 3) que la prosecución de
tales estudios o preparación le impida obtener los recursos para mantenerse en
forma independiente.
En nuestro país, la jurisprudencia ya había receptado esta solución, con el
sólido argumento de los datos de la realidad, derivados tanto de la dificultad de los
jóvenes para lograr independencia económica y de la conveniencia de contar con
preparación profesional, artística o de algún oficio a los fines de logra tal
independencia económica.

NOMBRE DE LA PERSONA

ART 62: Derecho y deber. La persona humana tiene el derecho y el deber de usar el
prenombre y el apellido que le corresponden.

La regulación del nombre de las personas deja de estar comprendida en una


ley específica, como lo era la ley 18.248, derogada por la ley 26.994. Su contenido
actualizado y adecuado a principios constitucionales que otorgan preponderancia al
derecho a la identidad, a la autonomía de la voluntad y a la igualdad, pasa a integrar
el CCYC.
El uso del prenombre y el apellido es, a la vez, un derecho y una obligación
que tiene cada persona humana. El nombre, por tratarse de una institución
compleja, cumple una doble función, ya que protege interese individuales y sociales.
Entre ellos: a) es un atributo de la personalidad, y en ese sentido, al ser un elemento
esencial, quien lo porta tiene derecho a usarlo y protegerlo de injerencias de
terceros, y b) es una institución de policía civil en la que tiene incumbencia el Estado
para permitir la efectiva identificación de las personas en la sociedad. Sin
desconocer ambas funciones, la doctrina es conteste en que el nombre es un derecho
humano autónomo emparentado con el derecho a la identidad.
Según la doctrina, el nombre, que engloba el pronombre (nombre propio,
nombre individual, nombre de pila) y el apellido, tiene las siguientes características:
a) obligatoriedad, conforme al art 62, toda persona tiene el derecho y el deber de
llevar un nombre, b) inmutabilidad, o con mayor precisión, estabilidad: por principio,
ninguna persona se encuentra facultada para cambiar su nombre excepto en aquellos
supuestos contemplados por la ley, c) unidad: ningún sujeto puede tener mas de un
nombre, d) indisponibilidad: al ser un elemento de la personalidad se encuentra
fuera del comercio, en consecuencia, nadie puede enajenar, ceder o donar su
nombre, e) irrenunciabilidad: de igual forma, no se puede renunciar al nombre, y f)
imprescriptibilidad: el nombre no se puede adquirir o perder por prescripción;
empero, en determinadas circunstancias, habiéndolo utilizado durante un largo
tiempo, el sujeto puede lograr, a través de una acción judicial, que se le reconozca
en forma legal ese nombre.

ART 63: Reglas concernientes al prenombre. La elección del prenombre esta sujeta
a las reglas siguientes:
a- Corresponde a los padres o a las personas a quienes ellos den su autorización
para tal fin; a falta o impedimento de uno de los padres, corresponde la
elección o dar la autorización al otro; en defecto de todos, debe hacerse por
los guardadores, el Ministerio Público o el funcionario del Registro del Estado
Civil y Capacidad de las Personas;
b- No pueden inscribirse mas de tres prenombres, apellidos como pronombres,
primeros prenombres idénticos a primeros prenombres de hermanos vivos;
tampoco pueden inscribirse prenombre extravagantes;
c- Pueden inscribirse nombres aborígenes o derivados de voces aborígenes
autóctonas y latinoamericanas

Los sujetos habilitados para la elección del prenombre, son en primer


término, indiscutiblemente, en ejercicio de la responsabilidad parental,
ambos padres, o quien ellos autoricen. En caso de que falte uno de ellos o
tenga impedimento, la elección o la autorización recae en el otro.
Con respecto a la autorización, tratándose de un acto tan relevante en la vida
de las personas, debe cumplir con ciertos recaudos formales que permitan acreditar
fehacientemente que, quien concurre a inscribir el recién nacido, se encuentra
autorizado por el o los padres.
Respecto a las restricciones, si bien el articulo no lo dice expresamente, se
advierte que rige el principio de libertad en la elección del prenombre, con las
limitaciones enunciadas en el inc. B, que siempre deben interpretarse con criterio
restrictivo a fin de no afectar el derecho que asiste a los progenitores.
Perdura la prohibición de inscribir mas de tres prenombres, subsiste el criterio
que sostiene que permitir un número mayor dificultaría la identificación de la
persona. Se trata de un tope sensato y tiene relevancia en la celebración de los actos
jurídicos y públicos.
Respecto a la veda de utilizar apellidos como prenombres, cierto es que hay
muchos prenombres que a su vez son apellidos. Empero, lo que se busca es que no
pueda sortearse sin más la prohibición legal, que tiene por finalidad evitar
confusiones entre ambos elementos que componen la designación, individualización e
identificación de las personas. Corresponderá en última instancia, a los jueces,
decidir si el prenombre elegido encuadra en la restricción.
Con el mismo objetivo no se permite que impongan primeros prenombre
iguales a hermanos vivos.
Finalmente se prohíbe la inscripción de prenombre extravagante. Una
acepción de extravagante sería “raro, extraño, desacostumbrado, excesivamente
peculiar u original”. Ha de admitirse que un prenombre será extravagante o no de
acuerdo con el crisol con que se mire. Es decir, entra en juego la subjetividad de
quien este llamado a decidir si el mismo es o no extravagante. Una pauta objetiva
puede encontrarse pensando si este daría lugar a humillaciones o burlas que
perturben a la persona que lo porta.
En suma, la autonomía de la voluntad de los progenitores o su derecho a
inventar el prenombre o los prenombres de los hijos prima en la elección, con la
salvedad que no pueden ser extravagantes, ni superar el número de tres, a excepción
de los aborígenes o sus derivados

ART 64: Apellido de los hijos. El hijo matrimonial lleva el primer apellido de alguno
de los cónyuges; en caso de no haber acuerdo se determina por sorteo realizado en el
Registro Civil y Capacidad de las Personas. A pedido de los padres, o del interesado
con edad y madurez suficiente, se puede agregar el apellido del otro.
Todos los hijos de un mismo matrimonio deben llevar el apellido y la integración
compuesta que se haya decidido para el primero de los hijos.
El hijo extramatrimonial con un solo vínculo filial lleva el apellido de ese progenitor.
Si la filiación de ambos padres se determina simultáneamente, se aplica el primer
párrafo de este artículo. Si la segunda filiación se determina después, los padres
acuerdan el orden; a falta de acuerdo, el juez dispone el orden de los apellidos,
según el interés superior del niño.

La reforma más palmaria que introduce el CCYC es dejar de lado la diferencia


existente entre los progenitores de un mismo sexo, quienes tenían el derecho de
elegir el apellido de alguno de ellos, y los progenitores de distinto sexo, cuyos hijos
debían llevar siempre el apellido paterno. Esta incompatibilidad dio lugar a varios
pronunciamientos de inconstitucionalidad. El CCYC culmina con esta solución,
primacía del apellido paterno, y privilegiando a autonomía de los progenitores, se
permite para todos los hijos matrimoniales la elección del apellido de uno de los
cónyuges y la adición del apellido del otro si ambos están de acuerdo.
En el régimen derogado, si el hijo deseaba llevar el apellido compuesto de
aquel cónyuge del cual tuviera el primer apellido o del otro cónyuge, podía solicitarlo
ante el Registro del Estado Civil desde los 18 años, es decir, desde su mayoría de
edad. En cambio, en el CCYC, el hijo que cuenta con edad y madurez suficiente,
puede solicitar la agregación del apellido del otro progenitor.

ART 65: Apellido de la persona menor de edad sin filiación determinada. La


persona menor de edad sin filiación determinada debe ser anotada por el oficial del
Registro del Estado Civil y Capacidad de las Personas con el apellido que está usando,
o en su defecto, con un apellido común.

ART 66: Casos especiales. La persona con edad y grado de madurez suficiente que
carezca de apellido inscripto puede pedir la inscripción del que este usando.

ART 67: Cónyuges. Cualquiera de los cónyuges puede optar por usar el apellido del
otro, con la preposición “de” o sin ella.
La persona divorciada o cuyo matrimonio ha sido declarado nulo no puede usar el
apellido del otro cónyuge, excepto que, por motivos razonables, el juez la autorice a
conservarlo.
El cónyuge viudo puede seguir usando el apellido del otro cónyuge mientras no
contraiga nuevas nupcias, ni constituya unión convivencial.

Al igual que el caso de los hijos matrimoniales, se elimina toda diferencia


entre los cónyuges de distinto sexo y del mismo sexo. Que la opción solo la tuvieran
los matrimonios homosexuales resultaba claramente discriminatoria para los
matrimonios heterosexuales, pues aunque ambos, esposo y esposa, quisieran aportar
el apellido de la mujer, no estaba legalmente permitido
(Ley 26.618 – matrimonio igualitario)
ART 68: Nombre del hijo adoptivo. El nombre del hijo del adoptivo se rige por lo
dispuesto en el Capítulo V, Título IV del libro Segundo de este Código.

ART 69: Cambio de nombre. El cambio de prenombre o apellido solo procede si


existen justos motivos a criterio del juez.
Se considera justo motivo, de acuerdo a las particularidades del caso, entre otros, a:
a- El seudónimo, cuando hubiese adquirido notoriedad;
b- La raigambre cultural, étnica o religiosa;
c- La afectación de la personalidad de la persona interesada, cualquiera sea su
causa, siempre que se encuentre acreditada.
Se consideran justos motivos, y no requieren intervención judicial, el cambio
de prenombre y apellido por haber sido víctima de desaparición forzada,
apropiación ilegal o alteración o supresión del estado civil o de la identidad.

La enunciación de los justos motivos no es taxativa, de allí la


utilización de los vocablos “entre otros” previo a enunciar los supuestos que
dan lugar al cambio de nombre, debiendo siempre valorarse las
particularidades fácticas.
La expresión “justos motivos” carece de una definición legal, no obstante la
jurisprudencia ha plasmado una interesante casuística en la materia, ejemplos: 1) el
reconocimiento social y profesional del individuo que no perjudique a terceros, 2)
todas aquellas razones serias y fundadas tanto materiales o morales que merecen una
detenida valoración jurisdiccional, 3) aquellos que derivan e serio agravio material o
espiritual para los interesados, 4) cuando su misma enunciación convoque a un
significado despreciado o problemático, de modo evidente en el ámbito social en que
se desarrolla la vida de la persona. En fin, se ha dicho que justos motivos son
aquellas causas graves, razonables y poderosas capaces de violentar el principio de
estabilidad del nombre.
A su vez se ha considerado que no configuran justos motivos: 1) toda razón
frívola, toda causa intranscendente, toda justificación que no se funde en hechos que
agravien seriamente intereses materiales, morales o espirituales del sujeto que
pretenda la modificación, 2) razones de orden sentimental, placer, capricho o gusto,
3) la privación de la responsabilidad parental tiene carácter reversible, razón por la
cual no puede admitirse la supresión del apellido como consecuencia de esa sanción,
a menos que el uso del apellido paterno comprometa el equilibrio psíquico o mental
de los hijos.
Respecto de los supuestos expresamente contemplados, se trata de casos que
muestran mas que suficiente justificación, sin perjuicio de que la solicitud formulada
deberá pasar por el tamiz judicial. Así, se considera justo motivo el haber utilizado
un seudónimo, siempre que hubiera adquirido notoriedad. El seudónimo es la
denominación que una persona se da a sí misma, sea con el objeto de ocultar su
verdadera personalidad, o de darle realce en el ejercicio de su actividad principal
(no es suficiente para autorizar el cambio de nombre, la costumbre de usar un
nombre distinto al propio, sino que tiene que tener relevancia, conocimiento
público). En relación al raigambre cultural, étnica o religiosa, la jurisprudencia ya
había admitido que configura un justo motivo.
Con respecto a la afectación de la personalidad de la persona interesada,
cualquiera sea su causa, siempre que se encuentre acreditada. Podemos mencionar:
1) la supresión del apellido paterno por causar agravio moral o comprometer el
equilibrio psíquico o emocional de los hijos en medida que justifique el cambio, 2) el
carácter vejatorio del prenombre o apellido para el interesado; y 3) que alguno de
ellos agravie seriamente los interese materiales, morales o espirituales del sujeto
que aspira a obtener la modificación o cuando menos aquellos en los que la dificultad
alegada reúna tanta razonabilidad que a simple vista sea susceptible de
comprobación.
Por último, el articulado menciona dos tópicos, a los que, por su seriedad y
gravedad, respectivamente, califica como de justos motivos y no requieren
intervención judicial. Estos son, el cambio de prenombre por razón de identidad de
género y el cambio de prenombre y apellido por haber sido víctima de desaparición
forzada, apropiación ilegal, o alteración o supresión del estado civil o de la
identidad.

PERSONA JURÍDICA

ART 141: Definición. Son personas jurídicas todos los entes a los cuales el
ordenamiento jurídico les confiere aptitud para adquirir derechos y contraer
obligaciones para el cumplimiento de su objeto y los fines de su creación.

La persona jurídica (llamada “persona de existencia ideal” en la redacción del


CC) es un ente que normalmente recibe de las personas físicas, miembros o
integrantes que la componen, el sustrato indispensable para poder existir como tal.
La persona jurídica es definida como un ente, va de suyo que no es una
persona humana, al cual el ordenamiento jurídico le otorga aptitud para adquirir
derechos y contraer obligaciones “para el cumplimiento de su objeto y los fines de su
creación”.
De este modo el CCYC reglamenta la garantía constitucional de asociarse con
fines útiles, aclarando que el reconocimiento de la persona jurídica como ente con
capacidad de derecho es para el “cumplimiento de su objeto y los fines de su
creación”. Consagra asi claramente la “regla de la especialidad”.
Mientras que a la persona humana le son permitidos todos los actos y
puede ejercer todos los derechos que no le estén expresamente vedados, la
persona jurídica solo goza de capacidad jurídica para todo lo que esta
comprendido en sus fines propios.

ART 142: Comienzo de la existencia. La existencia de la persona jurídica privada


comienza desde su constitución. No necesita autorización legal para funcionar,
excepto disposición legal en contrario. En los casos en que se requiere autorización
estatal, la persona jurídica no puede funcionar antes de obtenerla.

El reconocimiento de la persona jurídica como ente con capacidad de derecho


puede ir desde el otorgamiento formal de la personalidad jurídica, mediante
autorización y aprobación del Estado, hasta la simple consideración de la entidad
como sujeto de derecho sin necesidad de autorización estatal expresa.
La fuerza jurígena de la voluntad en la creación de las personas jurídicas
privadas dentro del marco de las formas admitidas, adopta como principio general
aquel, según el cual, excepto disposición en contrario, la personalidad jurídica nace
con el acuerdo de voluntades.
El CCYC establece, de este modo, el principio de la libre constitución de las
personas jurídicas: nacen desde el acto de su constitución y fruto de la libre voluntad
de las partes, sin otro recaudo, excepto que la lay exija un requisito adicional.
A decir verdad, el reconocimiento estatal y el registro (en su caso) son
elementos formales necesarios para la personificación de una entidad, aunque el
carácter decisivo es la voluntad privada. La intervención estatal es un
reconocimiento meramente complementario y en función de policía de la entidad
creada por los particulares. Ello no obsta a que, cuando expresamente se requiere
autorización estatal, la personalidad quede condicionada a ese acto de la
administración pública. (Requieren autorización estatal las asociaciones y
fundaciones art 169).

ART 143: Personalidad diferenciada. La persona jurídica tiene una personalidad


distinta de la de sus miembros.
Los miembros no responden por las obligaciones de la persona jurídica, excepto en
los supuestos que expresamente se prevén en este Título y lo que disponga la ley
especial.

La diversa personalidad de la entidad y sus miembros componentes es esencial


para la compresión del tema: cada entidad es un sujeto de derecho independiente y,
por eso, es titular exclusivo de las relaciones jurídicas en que interviene. Cuando una
entidad dotada de personalidad jurídica contrata y adquiere bienes, resulta obligada
o favorecida por las consecuencias del contrato y propietaria de los bienes que
adquiere. Así, por ejemplo, las instalaciones de un club (asociación civil) son de la
entidad y no de los socios o asociados.
Por aplicación de la regla de distinta personalidad, dado un conflicto que
requiere autorización judicial, corresponde demandar a la persona jurídica como tal
y no a los miembros que la componen o los individuos que integran sus organismos
directivos, aun cuando la notificación de la demanda deba hacerse a la persona que
ejerce la representación de la entidad.
Se satisface así la finalidad perseguida por quienes constituyen una persona
jurídica: crear un nuevo sujeto de derecho con distinto patrimonio y distinta
responsabilidad.

ART 144: Inoponibilidad de la personalidad jurídica. La actuación que esté


destinada a la consecución de fines ajenos a la persona jurídica, constituya un
recurso para violar la ley , el orden público o la buena fe o para frustrar derechos de
cualquier persona, se imputa a quienes, a título de socios, asociados, miembros o
controlantes directos o indirectos, la hicieron posible quienes responderán solidaria e
ilimitadamente por los perjuicios causados.
Lo dispuesto se aplica sin afectar los derechos de terceros de buena fe y sin perjuicio
de las responsabilidades personales de que pueden ser pasibles los participantes en
los hechos por los perjuicios causados.

En efecto, el principio de la separación de la personalidad no es absoluto.


Cando la persona jurídica es utilizada para obtener finalidades distintas de aquellas
para las cuales ha sido creada, y ello provoca un perjuicio a un tercero, resulta lícito
indagar que hay detrás del ente creado e imputar la responsabilidad directamente a
sus integrantes.
Esta tesis ha sido ampliamente desarrollada en el ámbito societario y laboral
(art 54 de la ley 19.950). La novedad del CCYC es que hace extensiva esta teoría a
cualquier persona jurídica privada, ya que el abuso en su constitución y la
desvirtuación de su finalidad (tanto en su genética como en la posterior dinámica
funcional) constituyen manifestaciones de una utilización desviada del recurso de la
“personalidad”, que son susceptibles de producirse en cualquier clase de persona
jurídica, lo cual fundamenta la previsión del instituto en un sistema general.

ART 145: Clases. Las personas jurídicas son públicas o privadas.


ART 146: Personas jurídicas públicas. Son personas jurídicas públicas:
a- El Estado nacional, las Provincias, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, los
municipios, las entidades autárquicas y las demás organizaciones constituidas
en la República a las que el ordenamiento jurídico atribuya ese carácter;
b- Los Estados extranjeros, las organizaciones a las que el derecho internacional
público reconozca personalidad jurídica y toda otra persona constituida en el
extranjero cuyo carácter público resulte de su derecho aplicable;
c- La Iglesia Católica.

El ordenamiento jurídico otorga al Estado una personalidad jurídica suficiente para


obligarse y adquirir derechos, tanto en sus relaciones con los individuos físicos como
con otras personas jurídicas. El reconocimiento de personalidad jurídica al Estado
produce importante consecuencias jurídicas, como ser: resuelve el problema de la
continuidad jurídica del Estado, no obstante los sucesivos cambios en las formas de
gobierno o regímenes políticos, explica las relaciones patrimoniales entre la
Administración Pública y los ciudadanos (ej creación de tributos y su potestad para el
cobro compulsivo), hace posible las distintas formas jurídicas del obrar
administrativo (acto administrativo, decreto, contratos administrativos), legitima las
acciones de responsabilidad contra el Estado, quien responde con sus propios bienes,
da lugar a las relaciones de “distintos Estados entre sí”(ej. Relaciones entre
provincias, municipios), y posibilita que es Estado pueda estar en juicio, sea como
actor o como demandado.
Las entidades autárquicas son núcleos desprendidos de la organización
administrativa del Estado a las que este les encomienda funciones públicas
específicas para lo cual las dota de un patrimonio propio y de las atribuciones
necesarias para su administración. Como toda persona jurídica, las entidades
autárquicas tienen los atributos de la personalidad, es decir, nombre,
domicilio, capacidad, patrimonio. Ejemplos son Banco Central de la República
Argentina y las Universidades Nacionales.
La personalidad jurídica pública reconocida a la Iglesia Católica se extiende
a cada una de sus extensiones territoriales (diócesis y parroquias). E cambio las
corporaciones religiosas tienen carácter privado.
El reconocimiento de la personalidad jurídica de la iglesia produce los
siguientes efectos: legitima las acciones de responsabilidad contra la Iglesia, quien
responde con sus propios bienes, aunque su embargabilidad puede sufrir limitaciones;
goza de capacidad para contratar en el tráfico negocial; posibilita que pueda estar
en juicio, sea como actora o como demandada.
Otras personas jurídicas públicas no estatales (ultima parte del inc. A) son: los
Colegios profesionales, que tienen potestades de gobierno de las respectivas
matrículas de los profesionales; los sindicatos, que tiene facultades para estableces
convenciones colectivas de trabajo; las obras sociales de Estado Nacional.
Personalidad jurídica de los entes extranjeros. La idea central que explica
este reconocimiento de los Estados extranjeros, las organizaciones a las que el
derecho internacional público reconoce personalidad jurídica y toda otra persona
jurídica constituida en el extranjero (cuyo carácter público resulte de su derecho
aplicable), se basa en que son tales para el derecho argentino, por el solo hecho de
existir en otro. Entre las personas jurídicas internacionales podemos mencionar la
Organización de la Naciones Unidas, la UNESCO.

ART 147: Ley aplicable. Las personas jurídicas públicas se rigen en cuanto a su
reconocimiento, comienzo, capacidad, funcionamiento, organización y fin de su
existencia, por las leyes y ordenamiento de su constitución.
(Tratándose de persona jurídicas públicas, la regulación en sí es propia del derecho
público nacional e internacional según los casos.)

ART 148: Personas jurídicas privadas. Son personas jurídicas privadas:


a- Las sociedades;
b- Las asociaciones civiles;
c- Las simples asociaciones;
d- Las fundaciones;
e- Las iglesias, las confesiones, comunidades o entidades religiosas;
f- Las mutuales;
g- Las cooperativas;
h- El consorcio de propiedad horizontal;
i- Toda otra contemplada en disposiciones de este Código o en otras leyes y
cuyo carácter de tal se establece o resulta de su finalidad y normas de
funcionamiento.
En este artículo se enumeran, de manera no taxativa, las personas jurídicas
privadas, confiriéndole personalidad jurídica a entes que eran objeto de discusión
doctrinaria y jurisprudencial, como es el caso del consorcio de propiedad horizontal.

ART 149: Participación del Estado. La participación del Estado en personas jurídicas
privadas no modifica el carácter de éstas. Sin embargo, la ley o el estatuto pueden
prever derechos y obligaciones diferenciados, considerando el interés público
comprometido en dicha participación.

ART 150: Leyes aplicables. Las personas jurídicas privadas que se constituyen en la
República Argentina, se rigen:
a- Por las normas imperativas de la ley especial o, en su defecto, de este
Código;
b- Por las normas del acto constitutivo con sus modificaciones y de los
reglamentos, prevaleciendo las primeras en caso de divergencia;
c- Por las normas supletorias de leyes especiales o en su defecto, por las de
este Título.
Las personas jurídicas privadas que se constituyen en el extranjero se rigen
por lo dispuesto en la ley general de sociedades.

Con esta norma se establece un orden de prelación en la aplicación de


principios y normativas a las personas jurídicas privadas nacionales.
Como las personas jurídicas privadas son de diversa especie, en primer
término serán de aplicación las normas imperativas del estatuto particular que las
regule (ej. La ley general de Sociedades 19.550), o en su defecto, las imperativas de
CCYC. En segundo lugar, y en mérito a la libertad constitucional de asociación, la
persona jurídica se regirá por las propias normas fundacionales, esto es, por el acto
constitutivo. Asimismo, y con el mismo grado de prelación, será de aplicación el
estatuto como verdadero acto voluntario en el que, una vez autorizado
estatalmente, se erige en norma jurídica fundamental que gobierna la entidad y bajo
la cual están sometidos los miembros de la misma. Por último, serán de aplicación las
leyes supletorias previstas en los estatutos especiales o en el CCYC.
En cuanto a las personas jurídicas constituidas en el extranjero el CCYC
remite a la ley 19.550.
(Ver del código los artículos siguientes)

BIENES. NUEVA CLASIFICACIÓN 


Bienes con relación a las personas y los derechos de incidencia colectiva

ART 225: Inmuebles por su naturaleza. Son inmuebles por su naturaleza el suelo,
las cosas incorporadas a él de una manera orgánica y las que se encuentran bajo el
suelo sin el hecho del hombre.

El art. 225 omite la referencia a las partes sólidas y fluidas que forman la
superficie y profundidad del suelo. Para salvar tal silencio, debemos tener presente
que "el suelo es la superficie de la tierra en su configuración natural comprende tres
entidades distintas, pero igualmente consideradas como inmuebles, 1° Suelo
propiamente dicho; 2° Subsuelo; 3° Supersuelo, o vuelo. 1° El suelo o nuda
superficie puramente natural, perceptible inmediatamente a la vista, comprende
tierra, arena, piedras, lava, agua superficial no importa sea pública o privada;
absorbe e incorpora a otras entidades como agua, abonos, detritus, lava, que
devienen inmuebles por el hecho de que devienen suelo. 2° El subsuelo es
igualmente considerado inmueble, independientemente de su pertenencia y de la
particular situación jurídica en que se encuentra; por tanto la mina, galerías y
hornagueras, reguladas por leyes especiales son inmuebles mientras los minerales se
encuentren en las entrañas de la tierra. 3° El supersuelo o espacio aéreo
jurídicamente no es cosa. Implica solamente utilidad económica que en el ámbito del
Derecho se manifiesta en la facultad de construir, o de hacer plantaciones sobre el
suelo. Mientras tales facultades sean inherentes a la propiedad, se trata de no cosa,
sino de facultad comprendida en el dominio.".
"... las cosas incorporadas a él de una manera orgánica..." El enunciado alude
a los vegetales cualquiera sea su clase, es decir: árboles, arbustos, plantas, pastos,
etc., aunque para algunos, como Llerena, las plantas son inmuebles por accesión. No
obstante la claridad que posee el art. 225 CCYC, los vegetales deben considerarse
inmuebles por su naturaleza, siempre y cuando se encuentren incorporados al suelo
de una manera orgánica. Se descarta de plano que las plantas que se encuentran en
macetas o almácigos sean inmuebles por su naturaleza; ellas son cosas muebles en
virtud de poder transportarse de un lugar a otro.
"... y las que se encuentran bajo el suelo sin el hecho del hombre". Se incluye
dentro de la categoría de inmuebles por su naturaleza todo aquello que se encuentre
debajo del suelo sin la concurrencia de la actividad del hombre, como los minerales
sólidos, líquidos o gaseosos: minas de metales preciosos, napas petrolíferas o
gaseosas.

ART 226: Inmuebles por accesión. Son inmuebles por accesión las cosas muebles
que se encuentran inmovilizadas por su adhesión física al suelo, con carácter
perdurable. En este caso, los muebles forman un todo con el inmueble y no pueden
ser objeto de un derecho separado sin la voluntad del propietario.
No se consideran inmuebles por accesión las cosas afectadas a la explotación del
inmueble o a la actividad del propietario.
Para que una cosa sea un inmueble por accesión física deben darse los
siguientes requisitos: 1) cosas muebles; 2) inmovilizadas por su adhesión física al
suelo; y 3) adhesión física con carácter perdurable. La concurrencia de aquellos
supuestos determina que los muebles formen un todo con el inmueble y que no
puedan ser objeto de un derecho separado sin la voluntad del propietario (una pauta
valiosa para reconocer la accesión física puede estar dada por la modificación de la
esencia de la cosa al separarse: si se destruye o modifica integra el todo y hay
accesión). Los inmuebles por accesión física son originariamente cosas muebles. Sin
embargo, mutan en su naturaleza jurídica al encontrarse inmovilizadas en razón de
su adhesión física al suelo con carácter perdurable. Para que las cosas muebles
cambien de naturaleza y pasen a ser inmuebles por accesión física es necesario que
ellas se encuentren "inmovilizadas" como producto de una adhesión física al suelo
provocada por el hecho del hombre. De esta forma se descartan aquellas cosas
inmovilizadas por sí mismas al suelo, ya que serían cosas inmuebles por su
naturaleza.
El gran cambio que introduce el art. 226, respecto del art. 2315 CC se da en
el fragmento de la norma “con carácter perdurable”. El art. 2315 rezaba: "con tal
que esta adhesión tenga el carácter de perpetuidad". El actual art. 226 demanda un
"carácter perdurable" de la inmovilización de la cosa mueble por su adhesión física al
suelo. El cambio produce una mayor flexibilidad, si se entiende que perdurable es lo
que dura mucho tiempo, mientras que perpetuo es lo que dura y permanece para
siempre. Se descartan para configurar el carácter de inmuebles por accesión física
las cosas muebles adheridas al suelo con carácter temporario o provisorio, como
pueden ser casillas, tinglados o galpones que se arman para ocasiones determinadas.
Derogación de los inmuebles por accesión moral y por carácter
representativo
El Código elimina los inmuebles por accesión moral e inmuebles por carácter
representativo. Inmuebles por accesión moral o por destino El art. 2316 CC establecía
que "son también inmuebles las cosas muebles que se encuentran puestas
intencionalmente, como accesorios de un inmueble, por el propietario de este, sin
estarlo físicamente". Es decir, son cosas muebles que sin estar físicamente adheridas,
cumplen una función económica en razón de la explotación del inmueble en la que
son ubicadas
como cosas muebles adheridas al inmueble en vistas de la profesión del propietario.
El art. 226 in fine CCYC establece que "no se consideran inmuebles por accesión las
cosas afectadas a la explotación del inmueble o a la actividad del propietario". La
prohibición, entonces, rige en los dos supuestos: 1) cosas afectadas a la explotación
del inmueble; y 2) cosas afectadas a la actividad del propietario.
Inmuebles por carácter representativo El art. 2317 CC expresaba: "son inmuebles por
su carácter representativo los instrumentos públicos de donde constare la adquisición
de derechos reales sobre bienes inmuebles, con exclusión de los derechos reales de
hipoteca y anticresis".

ART 227: Cosas muebles. Son cosas muebles las que pueden desplazarse por si
mismas o por una fuerza externa.

Cosas muebles por su naturaleza Kemelmajer de Carlucci ha señalado que son


muebles todas las cosas que no son inmuebles, la categoría tiene entonces, carácter
abierto y residual. El art. 227 dispone que "son cosas muebles las que pueden
desplazarse por sí mismas o por una fuerza externa". La norma alude a las cosas
muebles por su naturaleza, contemplado sus requisitos:
"Son cosas muebles las que pueden desplazarse por sí mismas" Son cosas muebles por
su naturaleza las que pueden moverse de forma autónoma, tal es el caso de los
animales (semovientes).
"... o por una fuerza externa" Son también cosas muebles por su naturaleza las que,
sin tener autonomía en el movimiento (para poder desplazarse), pueden ser llevadas
de un lugar al otro en virtud de una fuerza externa. Tal es el caso, por ejemplo, de
una silla, un cuadro, un jarrón o de los locomóviles, —es decir, artefactos rodantes
dotados de propulsión propia, como automóviles, motocicletas, trenes, etc.
Supresión de las cosas muebles por su carácter representativo El art. 2319 CC
en su última parte establecía que eran también cosas muebles "todos los
instrumentos públicos o privados donde constare la adquisición de derechos
personales".

ART 228: Cosas divisibles. Son cosas divisibles las que pueden ser divididas en
porciones reales sin ser destruidas, cada una de las cuales forma un todo homogéneo
y análogo tanto a las otras partes como a la cosa misma.
Las cosas no pueden ser divididas si su fraccionamiento convierte en antieconómico
su uso y aprovechamiento. En materia de inmuebles, la reglamentación del
fraccionamiento parcelario corresponde a las autoridades locales.
ART 229: Cosas principales. Son cosas principales las que pueden existir por si
mismas.
ART 230: Cosas accesorias. Son cosas accesorias aquellas cuya existencia y
naturaleza son determinadas por otra cosa de la cual dependen o a la cual están
adheridas. Su régimen jurídico es el de la cosa principal, excepto disposición legal en
contrario.
Si las cosas muebles se adhieren entre sí para formar un todo sin que sea posible
distinguir la accesoria de la principal, es principal la de mayor valor. Si son del
mismo valor no hay cosa principal ni accesoria.
ART 321: Cosas consumibles. Son cosas consumibles aquellas cuya existencia
termina con el primer uso. Son cosas no consumibles las que no dejan de existir por
el primer uso que de ellas se hace, aunque sean susceptibles de consumirse o
deteriorarse después de algún tiempo.
ART 232: Cosas fungibles. Son cosas fungibles aquellas en que todo individuo de la
especie equivale a otro individuo de la misma especie, y pueden sustituirse por otras
de la misma calidad y en igual cantidad.
ART 233: Frutos y productos. Frutos son los objetos que un bien produce, de modo
renovable, sin que se altere o disminuya su sustancia.
Frutos naturales son las producciones espontaneas de la naturaleza.
Frutos industriales son los que se producen por la industria del hombre o la cultura
de la tierra.
Las remuneraciones del trabajo se asimilan a los frutos civiles.
Productos son los objetos no renovables que separados o sacados de la cosa alteran o
disminuyen su sustancia.
Los frutos naturales e industriales y los productos forman un todo con la cosa, si no
son separados.
ART 234: Bienes fuera del comercio. Están fuera del comercio los bienes cuya
transmisión esta expresamente prohibida: a) por ley, b) por actos jurídicos, en
cuanto este Código permite tales prohibiciones.

Bienes con relación a las personas

ART 235: Bienes pertenecientes al dominio público. Son bienes pertenecientes al


dominio público, excepto lo dispuesto por leyes especiales:
a) el mar territorial hasta la distancia que determinen los tratados internacionales y
la legislación especial, sin perjuicio del poder jurisdiccional sobre la zona contigua,
la zona económica exclusiva y la plataforma continental. Se entiende por mar
territorial el agua, el lecho y el subsuelo;
b) las aguas interiores, bahías, golfos, ensenadas, puertos, ancladeros y las playas
marítimas; se entiende por playas marítimas la porción de tierra que las mareas
bañan y desocupan durante las más altas y más bajas mareas normales, y su
continuación hasta la distancia que corresponda de conformidad con la legislación
especial de orden nacional o local aplicable en cada caso;
c) los ríos, estuarios, arroyos y demás aguas que corren por cauces naturales, los
lagos y lagunas navegables, los glaciares y el ambiente periglacial y toda otra agua
que tenga o adquiera la aptitud de satisfacer usos de interés general,
comprendiéndose las aguas subterráneas, sin perjuicio del ejercicio regular del
derecho del propietario del fundo de extraer las aguas subterráneas en la medida de
su interés y con sujeción a las disposiciones locales. Se entiende por río el agua, las
playas y el lecho por donde corre, delimitado por la línea de ribera que fija el
promedio de las máximas crecidas ordinarias. Por lago o laguna se entiende el agua,
sus playas y su lecho, respectivamente, delimitado de la misma manera que los ríos;
d) las islas formadas o que se formen en el mar territorial, la zona económica
exclusiva, la plataforma continental o en toda clase de ríos, estuarios, arroyos, o en
los lagos o lagunas navegables, excepto las que pertenecen a particulares;
e) el espacio aéreo suprayacente al territorio y a las aguas jurisdiccionales de la
Nación Argentina, de conformidad con los tratados internacionales y la legislación
especial;
f) las calles, plazas, caminos, canales, puentes y cualquier otra obra pública
construida para utilidad o comodidad común;
g) los documentos oficiales del Estado;
h) las ruinas y yacimientos arqueológicos y paleontológicos.
ART 236: Bienes del dominio privado del Estado. Pertenecen al Estado nacional,
provincial o municipal, sin perjuicio de lo dispuesto en leyes especiales:
a) los inmuebles que carecen de dueño;
b) las minas de oro, plata, cobre, piedras preciosas, sustancias fósiles y toda otra de
interés similar, según lo normado por el Código de Minería;
c) los lagos no navegables que carecen de dueño;
d) las cosas muebles de dueño desconocido que no sean abandonadas, excepto los
tesoros;
e) los bienes adquiridos por el Estado nacional, provincial o municipal por cualquier
título.

ART 237: Determinación y caracteres de las cosas del Estado. Uso y goce. Los
bienes públicos del Estado son inenajenables, inembargables e imprescriptibles. Las
personas tienen su uso y goce, sujeto a las disposiciones generales y locales.
La Constitución Nacional, la legislación federal y el derecho público local determinan
el carácter nacional, provincial o municipal de los bienes enumerados en los dos
artículos 235 y 236.

ART 238: Bienes de los particulares. Los bienes que no son del Estado nacional,
provincial, de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires o municipal, son bienes de los
particulares sin distinción de las personas que tengan derecho sobre ellos, salvo
aquellas establecidas por leyes especiales.

ART 239: Aguas de los particulares. Las aguas que surgen en los terrenos de los
particulares pertenecen a sus dueños, quienes pueden usar libremente de ellas,
siempre que no formen cauce natural. Las aguas de los particulares quedan sujetas al
control y a las restricciones que en interés público establezca la autoridad de
aplicación. Nadie puede usar de aguas privadas en perjuicio de terceros ni en mayor
medida de su derecho.
Pertenecen al dominio público si constituyen cursos de agua por cauces naturales.
Los particulares no deben alterar esos cursos de agua. El uso por cualquier título de
aguas públicas, u obras construidas para utilidad o comodidad común, no les hace
perder el carácter de bienes públicos del Estado, inalienables e imprescriptibles.
El hecho de correr los cursos de agua por los terrenos inferiores no da a los dueños de
éstos derecho alguno.

Bienes con relación a los derechos de incidencia colectiva

ART 240: Límites al ejercicio de los derechos individuales sobre los bienes. El
ejercicio de los derechos individuales sobre los bienes mencionados en las Secciones
1ª y 2ª debe ser compatible con los derechos de incidencia colectiva. Debe
conformarse a las normas del derecho administrativo nacional y local dictadas en el
interés público y no debe afectar el funcionamiento ni la sustentabilidad de los
ecosistemas de la flora, la fauna, la biodiversidad, el agua, los valores culturales, el
paisaje, entre otros, según los criterios previstos en la ley especial.

ART 241: Jurisdicción. Cualquiera sea la jurisdicción en que se ejerzan los derechos,
debe respetarse la normativa sobre presupuestos mínimos que resulte aplicable.

Límites sociales al ejercicio de los derechos individuales. Los derechos


subjetivos no se agotan en el ámbito de los intereses individuales en virtud de que
poseen un cariz social; esta faceta social de los derechos individuales fue
históricamente señalada por la doctrina nacional y extranjera.
El Código toma la naturaleza bifronte (individual y social) de los derechos
subjetivos y lo plasma en el articulado. Así, cabe mencionar el principio del ejercicio
de buena fe de los derechos individuales (art. 9°); el abuso del derecho (art. 10); el
orden público y fraude a la ley (art. 12), entre otros.
Un significativo ejemplo del aspecto social de los derechos individuales lo
encontramos en los Fundamentos del Anteproyecto cuando el codificador resalta la
llamada "función social" del derecho real de dominio, y expresa: "Todos los derechos,
ciertamente también el dominio, se admiten conforme a las leyes que reglamentan
su ejercicio; por otra parte, debe tratarse de un ejercicio regular, siendo
especialmente aplicable la normativa de la parte preliminar de este Código en
cuanto llama la atención contra el ejercicio antifuncional y abusivo. Se tiene
presente que el derecho a la propiedad privada vincula tanto el interés de su titular
como el provecho de la sociedad, de manera que no puede ejercerse en forma
egoísta ni en perjuicio del interés social.

Limites ambientales al ejercicio de los derechos individuales La novedad


pasa por armonizar el ejercicio de los derechos subjetivos con el ordenamiento
jurídico ambiental. En este caso, el aspecto ambiental supera a los propios intereses
sociales por comprender estos a las generaciones venideras. Por tal motivo, los
derechos subjetivos se someten a una doble limitación en cuanto a su ejercicio:
límites que provienen del mayor bien para la sociedad y límites que se originan del
mayor bien para el medio donde la sociedad se desarrolla.
De esta manera, el Código se centra en el llamado "paradigma ambiental". Enseña
Lorenzetti que "con el paradigma ambiental, los conflictos surgen en la esfera social,
que contempla los bienes públicos y aquellos actos que realiza el individuo situado en
la acción colectiva. En este escenario lo individual no tiene primacía y no rige la
reciprocidad, ya que es un conflicto donde se afecta a un bien común. En estos casos
los derechos subjetivos deben ser interpretados de modo tal que, no conspiren contra
el deterioro de tales bienes". Ello explica la existencia del art. 14 que establece en
su último párrafo que "la ley no ampara el ejercicio abusivo de los derechos
individuales cuando pueda afectar al ambiente y a los derechos de incidencia
colectiva en general".

Mención expresa a los componentes del derecho ambiental El art. 240


dispone que el ejercicio de los derechos individuales "no debe afectar el
funcionamiento ni la sustentabilidad de los ecosistemas de la flora, la fauna, la
biodiversidad, el agua, los valores culturales, el paisaje, entre otros". La norma
enuncia una serie de elementos que hacen al derecho ambiental, siendo ello una
novedad; es más, la expresión "entre otros" denota el carácter enunciativo de la
nómina.

( ver art siguiente del Código)

HECHOS JURÍDICOS

ART 257: Hecho jurídico. El hecho jurídico es el acontecimiento que, conforme al


ordenamiento jurídico, produce el nacimiento, modificación o extinción de
relaciones o situaciones jurídicas.

El hecho jurídico es un acontecimiento al que el ordenamiento legal asigna o


adjudica determinados efectos. Abarca una serie de supuestos —hechos, omisiones o
abstenciones, situaciones o incluso estados de ánimo o mentales con incidencia en la
realidad— que no provienen solamente del hombre, sino que también pueden derivar
de los hechos externos o de la naturaleza.
En efecto, los hechos jurídicos pueden provenir de la naturaleza —el granizo
que destruye la cosecha, el nacimiento, la muerte— o pueden consistir en hechos
humanos.
En cualquiera de esos casos, siempre es el ordenamiento el que les atribuye aptitud
para cambiar o modificar situaciones preexistentes y para configurar situaciones
nuevas.
A diferencia del CC, el artículo en comentario sustituye el criterio según el
cual los hechos son aquellos "susceptibles de producir" consecuencias jurídicas por la
circunstancia concreta de producir efectivamente tales efectos, vale decir, el que
efectivamente los produce. Es preciso, entonces, que estos se manifiesten sobre las
relaciones y situaciones jurídicas.
Los hechos que interesan al derecho —hechos jurídicos— pueden emanar de la
naturaleza o bien provenir de la persona humana. A los primeros se los denomina
"hechos de la naturaleza" por oposición a los "hechos humanos".
Tradicionalmente se distinguen unos de otros porque en los hechos de la
naturaleza no interviene el ser humano. La doctrina más reciente afirma, en cambio,
que deben ser tratados como hechos de la naturaleza también aquellos en los que
participa el ser humano pero como ente biológico, como es el caso del nacimiento, la
muerte o la enfermedad. Es decir, en este caso la intervención humana no es
decisiva porque los efectos jurídicos de la muerte se producen con prescindencia de
su voluntad, como es la transmisión de los derechos a los sucesores de la persona
fallecida.
Los hechos humanos, en cambio, son aquellos que emanan directamente de
un sujeto, siempre y cuando no sea producto de actos inconscientes o reflejos.
El CCYC califica los hechos jurídicos por la producción de efectos que se proyectan
sobre las situaciones y relaciones jurídicas. Se suprime así la referencia a los
"derechos y obligaciones" por una fórmula que abarca no solo a los derechos
subjetivos y a las obligaciones, sino también a las potestades y deberes que no son
obligaciones.
Por situaciones jurídicas deben entenderse determinadas calificaciones que
las normas atribuyen a personas, cosas y actos. Es un modo permanente y objetivo de
estar alguien con respecto a otro que habilita a aquel titular para el ejercicio
indefinido de poderes o prerrogativas mientras tal situación subsista. La relación
jurídica, por su parte, se configura como un vínculo que el derecho objetivo
establece entre personas al atribuir a una ellas el poder de imponer a la otra un
determinado comportamiento. Las relaciones jurídicas encuentran el sustrato en las
relaciones sociales, en la vida cotidiana; son infinitas, esencialmente variables y
están destinadas a agotarse. Son ejemplo de esta categoría las obligaciones que
surgen de un contrato o de un hecho ilícito.

ART 258: simple acto lícito. El simple acto lícito es la acción voluntaria no prohibida
por la ley, de la que resulta alguna adquisición, modificación o extinción de
relaciones o situaciones jurídicas.

ART 259: Acto jurídico. El acto jurídico es el acto voluntario lícito que tiene por fin
inmediato la adquisición, modificación o extinción de las relaciones o situaciones
jurídicas.

Los simples actos lícitos son aquellos hechos humanos, voluntarios, no


prohibidos por el ordenamiento normativo que producen efectos con independencia
de la voluntad de las partes. Es la ley la que deriva los efectos de la conducta
consciente y voluntaria de la persona, aunque sus efectos son producidos
directamente por imposición del ordenamiento jurídico, más allá de si las partes
quieren o no producir tales efectos. Así, por ejemplo, quien escribe una canción por
placer no piensa, mientras lo hace, que el ordenamiento legal protege su creación
intelectual y le asigna la paternidad de la obra.
Los simples hechos lícitos se refieren a los actos voluntarios que no son
contrarios al ordenamiento jurídico y que tampoco tienen por fin inmediato la
producción de efectos sobre las situaciones y relaciones jurídicas. Esta última es la
diferencia esencial entre simple acto lícito y el acto jurídico. En relación a estos
últimos, las personas tienen por fin inmediato producir efectos en el mundo del
derecho, mientras que en los simples actos lícitos es el derecho el que deriva los
efectos del acto con prescindencia de la voluntad o del querer del sujeto, es decir,
no se producen ex voluntate, sino ex lege.
Los simples actos lícitos no eran específicamente tratados en el CC, pero la
doctrina los consideraba como una categoría independiente. Se trata de una
elaboración doctrinaria que los admitía en función del principio según el cual todo lo
que no está prohibido se encuentra permitido (art. 19 CN). Se encuentran
comprendidas aquí una serie de conductas que pueden ser o no intrascendentes para
el derecho, pero que pueden derivar en la concreción de efectos jurídicos por
prescripción legal. Así, por ejemplo, el derecho de pensar, caminar libremente,
ejercer alguna facultad; también cabe incluir la apropiación de las cosas
abandonadas (art. 1947, inc. a.i); la percepción de los frutos (art. 1928). Estos actos,
aunque en sí mismos no sean jurídicamente significativos, pueden serlo si, por
ejemplo, su ejercicio le es impedido al titular, de manera que provocan la reacción
del ordenamiento jurídico, el cual podrá restablecer el derecho vulnerado y
sancionar —si fuere el caso— al responsable.

ART 260: Acto voluntario. El acto voluntario es el ejecutado con discernimiento,


intención y libertad, que se manifiesta por un hecho exterior.

Para ser reputado como voluntario, es preciso que el acto sea ejecutado con
discernimiento, intención y libertad, y que al mismo tiempo se exteriorice. Los 3
primeros requisitos constituyen los elementos internos de la voluntad, y el cuarto, el
elemento externo. Si falta alguno de ellos, el acto será nulo.

ART 261: Acto involuntario. Es involuntario por falta de discernimiento:


a- El acto de quien, al momento de realizarlo, esta privado de la razón;
b- El acto ilícito de la persona menor de edad que no ha cumplido diez años;
c- El acto ilícito de la persona menor de edad que no ha cumplido trece años, sin
perjuicio de lo establecido en disposiciones especiales.

ART 262: Manifestación de la voluntad. Los actos pueden exteriorizarse oralmente,


por escrito, por signos inequívocos o por la ejecución de un hecho material.

ART 263: Silencio como manifestación de la voluntad. El silencio opuesto a actos o


a una interrogación no es considerado como una manifestación de voluntad conforme
al acto o la interrogación, excepto en los casos en que haya un deber de expedirse
que puede resultar de la ley, de la voluntad de las partes, de los usos y prácticas, o
de una relación entre el silencio actual y las declaraciones precedentes.
ART 264: Manifestación tácita de la voluntad. La manifestación tácita de la
voluntad resulta de los actos por los cuales se la puede conocer con certidumbre.
Carece de eficacia cuando la ley o la convención exigen una manifestación expresa.
(Ver art siguientes de acto jurídico)

INSTRUMENTOS PÚBLICOS

ART 289: Enunciación. Son instrumentos públicos:


a- Las escrituras públicas y sus testimonios y copias;
b- Los instrumentos que extienden los escribanos o los funcionarios públicos con
los requisitos que establecen las leyes;
c- Los títulos emitidos por el Estado nacional, provincial o la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires, conforme a las leyes que autorizan su emisión.

El CCYC no conceptualiza, sino que enuncia los instrumentos públicos. Sin embargo,
la doctrina entiende por instrumento público el documento escrito otorgado con
intervención de un oficial público legalmente facultado para ello, con las
formalidades que la ley establece.
La seguridad jurídica requiere que ciertos actos queden documentados de
modo que el instrumento donde constan haga fe por sí mismo, es decir, no sea
normalmente pasible de desconocimiento, ni su eficacia quede supeditada a
ulteriores pruebas ni verificaciones.
De ahí que el Estado atribuya a ciertos funcionarios ("oficial público",
"escribano público", "actuario") la misión de dar fe de aquellos actos correspondientes
a la competencia que se les asigna y, a la vez, exija determinados recaudos a
observarse al tiempo del otorgamiento de esos instrumentos.
Luego se incluyen no solo los instrumentos que otorgan los escribanos, sino
también aquellos extendidos por funcionarios públicos con los requisitos que
establecen las leyes y, asimismo, los títulos emitidos por el Estado nacional,
provincial o de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, conforme las leyes que
autorizan su emisión.
Estos títulos son instrumentos oficiales que emanan de funcionarios y, aunque
conforme a la doctrina el contenido de estos documentos no es propio de la fe
pública por su jerarquía (son originados por órganos del poder público), gozan
también de una presunción de legitimidad y de autenticidad, que los habilita para
quedar incluidos en este CCYC como instrumentos públicos.
Las escrituras públicas y sus copias o testimonios. Sus modificaciones Entre los
instrumentos públicos, en primer lugar, se incluyen las escrituras públicas y las
copias o testimonios.
Aquí observamos una modificación respecto del Código velezano al haberse optado
por la sinonimia de estos dos vocablos de manera que se ha terminado la discusión
entre la palabra copia, que consignan las leyes notariales, y la palabra testimonio,
que es la utilizada en la práctica forense y notarial.
Los instrumentos que extienden los escribanos o los funcionarios públicos con los
requisitos que establecen las leyes Comprende una cantidad innumerable de
instrumentos emanados de autoridades integrantes de cualquiera de los tres poderes
del Estado (legislativo, ejecutivo, judicial). A saber, son instrumentos públicos las
partidas que expide el Registro Civil, las actuaciones judiciales producidas conforme
las leyes procesales que llevan la firma del juez o del secretario (la sentencia, las
resoluciones, las notas, los autos, los cargos que consignan fecha de presentación del
escrito, las actas de audiencias).
Son, además, instrumentos públicos las diligencias de los mandamientos o
notificaciones asentadas por el oficial de justicia o por el oficial notificador por las
vías de comunicación establecidas en las leyes de procedimiento, incluidas las
electrónicas y digitales, etc.
No obstante, el carácter de instrumentos públicos se amplía también a aquellos que
provienen de los escribanos y también a documentos notariales, aunque no sean
escrituras públicas. Es decir, son instrumentos notariales que se traducen, según el
art. 310 CCYC, en las llamadas actas notariales; por ejemplo, certificaciones de
firmas e impresiones digitales autorizados por escribanos; certificados que pueden
ser actas protocolares o extraprotocolares —por ejemplo, el acta de entrega de
testamento cerrado es acta extra protocolar—; los inventarios que realicen los
notarios; las actas de transcripción y la redacción de actas de asambleas y de actas
de protesto; las notificaciones; los testimonios de asientos contables; las actas
notariales de constatación de situaciones de hecho a pedido de personas
particulares.
Los títulos emitidos por el Estado nacional, provincial o la CABA, conforme las
leyes que autorizan su emisión Son aquellos títulos que se emiten de conformidad a
la norma que los crea. Si bien por su origen son instrumentos particulares, se los ha
revestido de la autenticidad que ostentan para facilitar el crédito público y su
circulación, y por la innecesariedad de justificar la certeza de la firma del
funcionario que las emite, simplificando así la negociación del Estado con los
particulares. A título de ejemplo, los billetes de papel moneda, los títulos de crédito
emitidos por el Estado nacional o provincial o de la CABA —o sea, los reconocimientos
de deuda del Estado—, los títulos de la deuda pública —como los bonos.

ART 290: Requisitos del instrumento público. Son requisitos de validez del
instrumento público:
a- La actuación del oficial público en los límites de sus atribuciones y de su
competencia territorial, excepto que el lugar sea generalmente tenido como
comprendido en ella;
b- Las firmas del oficial público, de las partes, y en su caso, de sus
representantes; si alguno de ellos no firma por sí mismo o a ruego, el
instrumento carece de validez para todos.

El CCYC determina cuáles son los requisitos sustanciales que califican los
instrumentos públicos. Da por sentado que el instrumento público debe ser otorgado
por un oficial público. Esta es la esencia del instrumento público —la existencia e
intervención del oficial público— y, sobre dicha base, el CCYC enuncia requisitos
subjetivos y objetivos para la validez del acto que aquel otorga.
Son subjetivos los siguientes:
a) capacidad del oficial público; b) comienzo y fin de la capacidad; c) inhabilidad del
oficial público; d) competencia del oficial público.
En tanto, podemos enunciar los requisitos objetivos que hacen a la validez del
siguiente modo:
a) la firma del oficial público; b) la firma de las partes o sus representantes, ya sea
que la estampen por sí mismos o a ruego.
Por último, el CCYC expone al final del artículo, y para el supuesto de falta de
firma de alguno de los comparecientes y del otorgante, la sanción legal de invalidez
del acto.
ART 291: Prohibiciones. Es de ningún valor el instrumento autorizado por un
funcionario público en asunto en que él, su cónyuge, su conviviente, o un pariente
suyo dentro del cuarto grado o segundo de afinidad, sean personalmente interesados.

El título de la norma, "prohibiciones", alerta desde el comienzo de su lectura


clara, llana y de fácil comprensión para todos, sobre la ética en el ejercicio del
desempeño que debe mantener el funcionario público para preservar la
imparcialidad. Además, sanciona legalmente con la invalidez del acto a aquellos que
autorice en la órbita de su desempeño tratándose de asuntos en los que se encuentre
personalmente interesado él o sus parientes allí enumerados en los que se presume la
parcialidad en el ejercicio de su labor. Por ello es que sanciona la conducta,
fulminando el acto celebrado como inválido. La norma no deja duda alguna: prohíbe
la intervención del funcionario público en el otorgamiento de cualquier instrumento
en el que se encuentren interesados personalmente él mismo o sus familiares,
especificando los grados de parentesco —por consanguinidad o afinidad—.
Novedosamente, incluye al conviviente.

ART 292: Presupuestos. Es presupuesto para la validez del instrumento que el oficial
público se encuentre efectivamente en funciones. Sin embargo son válidos los actos
instrumentados y autorizados por él antes de la notificación de la suspensión o
cesación de sus funciones hechos conforme a la ley o el reglamento que regula la
función de que se trata.
Dentro de los límites de la buena fe, la falta de los requisitos necesarios para su
nombramiento e investidura no afecta el acto ni el instrumento si la persona
interviniente ejerce efectivamente un cargo existente y actúa bajo la apariencia de
legitimidad del título.
En el art. 290, inc. 1°, CCYC se regulan los requisitos de validez del
instrumento público, entre ellos, la actuación del oficial público dentro del límite de
sus atribuciones y del espacio geográfico asignado para cumplirlas. En este artículo
se establece que el oficial público no solo debe ser "investido" de su ropaje como tal,
de acuerdo a las leyes que regulan el ejercicio de su desempeño según sea la función
de que se trate, sino que además debe estar "efectivamente" en funciones. Se regula,
pues, la necesariedad de que el funcionario "se encuentre en posesión del cargo".
De igual modo, si el oficial público es suspendido o cesa en sus funciones, los
actos otorgad os por él antes de que tome conocimiento de esas medidas que le
quitan temporal o definitivamente la "investidura", son válidos. En el segundo párrafo
del presente artículo se meritúa el principio de la buena fe. Allí se expresa que el
instrumento público otorgado en ejercicio efectivo del cargo por un oficial público,
con apariencia de legitimidad, no puede afectar la validez del acto. Ello así, porque
aun cuando el oficial público carezca del conjunto de condiciones necesarias para su
nombramiento, es fundamental que el principio de seguridad jurídica a los
particulares administrados sea sostenido, ya que en apariencia ese oficial público
ejerce legítimamente su investidura.
ART 293: Competencia. Los instrumentos públicos extendidos de acuerdo con lo que
establece este Código gozan de entera fe y producen idénticos efectos en todo el
territorio de la República, cualquiera sea la jurisdicción donde se hayan otorgado.
ART 294: Defectos de forma. Carece de validez el instrumento público que tenga
enmiendas, agregados, borraduras, entrelineas y alteraciones en partes esenciales, si
no están salvadas antes de las firmas requeridas.
El instrumento que no tenga la forma debida vale como instrumento privado si está
firmado por las partes.

ART 295: Testigos inhábiles. No pueden ser testigos en instrumentos públicos:


a- Las personas incapaces de ejercicio y aquella a quienes una sentencia les
impide ser testigo en instrumentos públicos;
b- Los que no saben firmar;
c- Los dependientes del oficial público;
d- El cónyuge, el conviviente y los parientes del oficial públicos, dentro del
cuarto grado y segundo de afinidad;
El error común sobre la idoneidad de los testigos salva la eficacia de los instrumentos
en que han intervenido.

ART 296: Eficacia probatoria. El instrumento público hace plena fe:


a- En cuanto a que se ha realizado el acto, a fecha, el lugar y los hechos que el
oficial público enuncia como cumplido por él o ante él hasta que sea
declarado falso en juicio civil o criminal;
b- En cuanto al contenido de las declaraciones sobre convenciones,
disposiciones, pagos, reconocimientos y enunciaciones de hechos
directamente relacionados con el objeto principal del acto instrumentado,
hasta que se produzca prueba en contrario.

Es la ley la que confiere autenticidad a los instrumentos públicos de acuerdo a sus


especialidades, requerimientos y condiciones que ella prevé. Entonces, los
instrumentos públicos son un medio de prueba de los hechos y de las declaraciones
absolutamente importantes y necesarios para la sociedad, ya que evitan que cada
vez que se tenga que hacer valer actos o negocios, estos tengan que ser sometidos a
reconocimientos o pruebas gravosas de su existencia y veracidad. Dicha fuerza
probatoria, que no requiere de ningún elemento externo al instrumento celebrado
para tener vigencia, no solo alcanza y se extiende a las partes y a sus sucesores, sino
también a los terceros y a todos los sujetos que no tienen ninguna relación con el
acto o el negocio. Se facilita de ese modo la prueba, otorgándose a los instrumentos
plena fe de su contenido. La fuerza probatoria es el elemento que caracteriza al
instrumento público y que lo diferencia del instrumento privado, que no tiene esa
cualidad. La autenticidad se refiere a la existencia, legitimidad o veracidad en el
significado de lo que contiene el instrumento.
Declaraciones formalmente esenciales, por ejemplo, lugar, fecha, domicilio,
identificación del requerido, motivo u objeto de la medida a cumplir, lugar donde se
practica la diligencia efectivamente, personas intervinientes, entrega de cosas o
dinero en presencia del oficial público o exhibición de títulos (si ese era el objeto de
la medida). Tales cualidades del instrumento son esenciales y tienen fuerza
probatoria porque ocurrieron ante el oficial público o se han cumplido por él mismo,
o han sido manifestadas por el oficial en ese acto: este ha estampado su firma y
sello, ha recabado previamente la firma del requerido y de los comparecientes, ha
expresado los motivos de su investidura que lo autorizan a llevar a cabo el
instrumento público, y es quien la ley presume auténtico, con fuerza probatoria y
con capacidad para dar plena fe de lo actuado. Aquí la fuerza probatoria alcanza su
nivel más alto; para derrumbar la veracidad, autenticidad, legitimidad, plena fe que
hace el instrumento frente a todos, no basta con una simple prueba en contrario: hay
que acudir a la justicia criminal, bajo la figura del delito de redargución de falsedad.
Declaraciones dispositivas de las partes al momento del acto que se otorga;
declaraciones enunciativas directas; declaraciones simples de una de las partes a)
Las primeras son aquellas declaraciones que el oficial público recibe, cuya veracidad
no comprueba personalmente. Por ejemplo, las partes declaran que antes del acto ya
se habían hecho entrega de dinero o que ya han celebrado un acuerdo. Este tipo de
declaraciones tiene fuerza probatoria instrumental diferente a las declaraciones
formalmente esenciales.
b) Las segundas no son necesarias al acto. Pero, al hacerlas y aceptarlas, tienen un
valor de cláusulas dispositivas. Por ejemplo, se declara que se ha entregado la
posesión antes del acto y se establece un día determinado. También tienen fuerza
probatoria instrumental de diferente rango de las declaraciones formalmente
esenciales.
c) Las terceras son manifestaciones unilaterales sobre hechos que no tienen relación
con el acto. Por ejemplo, se declara que la numeración de la calle donde está
ubicado el inmueble es idéntica a la del inmueble donde se muda. Estas
declaraciones no tienen fuerza de prueba instrumental, pero tal vez sirvan como
principio de prueba por escrito para demostrar alguna circunstancia.
Como conclusión, tratándose de las cláusulas insertas en el cuerpo del instrumento
público de dispositivas y enunciativas directas (equiparables, como se dijo, a las
dispositivas), si bien tienen plena fe entre las partes y terceros, para impugnar su
contenido o veracidad, basta ofrecer prueba en contra y será el juez quien la
aprecia.
No se requiere acudir a la tramitación de un juicio de redargución de falsedad en
sede penal. Basta que en el juicio donde se invoca el instrumento público la parte
impugnante traiga pruebas de la inexactitud de las declaraciones.
ART 297: Incolumidad formal. Los testigos de un instrumento público y el oficial
público que lo autorizó no pueden contradecir, variar ni alterar su contenido, si no
alegan que testificaron u otorgaron el acto siendo víctimas de dolo o violencia.
Se entiende que el instrumento público que fue otorgado con todos los
recaudos de fondo y forma exigidos por la ley no puede ser modificado al arbitrio del
otorgante o sus testigos. Al haberse cumplido todo tipo de solemnidades propias de
cada especie de instrumento, este conjunto visto como conjunto de garantías
constitucionales constituye una protección a los ciudadanos en los actos realizados
con máxima trascendencia para ellos. El CCYC evita crear inseguridad sobre los
derechos que las personas constituyeron en dicho instrumento público.
Para el caso en que el oficial público y los testigos víctimas de su obrar por dolo y
violencia lo aleguen —lo puedan probar en un eventual juicio en el que sean llamados
—, el instrumento público podrá anularse. Pero prima el principio de la conservación
de los actos jurídicos.
ART 298: Contradocumento. El contradocumento particular que altera lo expresado
en un instrumento público puede invocarse por las partes, pero es inoponible
respecto a terceros interesados de buena fe.
ESCRITURA PÚBLICA
ART 299: Escritura pública. Definición. La escritura pública es el instrumento
matriz extendido en el protocolo de un escribano público o de otro funcionario
autorizado para ejercer las mismas funciones, que contienen uno o más actos
jurídicos. La copia o testimonio de las escrituras públicas que expiden los escribanos
es instrumento público y hace plena fe como la escritura matriz. Si hay alguna
variación entre esta y la copia o testimonio, se debe estar al contenido de la
escritura matriz.
¿Quiénes son los otros funcionarios autorizados para otorgar escrituras
públicas en ejercicio de las mismas funciones? Los funcionarios del Servicio Exterior
de la Nación a cargo de oficinas o secciones consulares, los cónsules.
Otros funcionarios ejercen actividad notarial (comandante de un avión o capitán de
un buque; oficiales en el caso de testamentos militares; médicos autorizados; jueces
de paz). No obstante, estos instrumentos otorgados no son escrituras públicas sino
otros instrumentos públicos —de incumbencia notarial—, excepcionalmente
autorizados como forma válida del acto. Estos otros instrumentos públicos pueden
reconocer una procedencia administrativa, judicial o notarial.
Sin embargo, es la Ley de Servicio Exterior de la Nación la que autoriza a los cónsules
a celebrar todos los actos jurídicos que corresponden a los escribanos públicos, lo
que denota que estos funcionarios pueden extender escrituras públicas.
Escritura pública La escritura pública es una especie del género instrumento público
que, por excelencia, es otorgada por los escribanos. Es, sin duda, la más importante
en el derecho privado.
Se trata de un instrumento público otorgado por un escribano de registro en su
protocolo, y con las formalidades que la ley establece. La escritura pública no solo
permite dar plena fuerza probatoria a gran número de actos, sino que es requerida
por la ley en diversas disposiciones: esta exige escrituras públicas como formalidad
exclusiva o, simplemente, como formalidad relativa. Habitualmente, las escrituras
públicas se otorgan ante los escribanos de registro —que, valga la reiteración, son
depositarios de la fe pública y dan autenticidad a los instrumentos otorgados ante
ellos y redactados en los protocolos—.
La escritura matriz es la escritura pública original, la que está asentada en el
protocolo del escribano público de Registro. Si bien las copias o testimonios
expedidos por los escribanos a pedido de partes intervinientes e interesadas hacen
plena fe y, en tal sentido, funcionan "como" la escritura matriz, no lo son. Las copias
o testimonios son retiradas de la escribanía y entregadas a las partes intervinientes,
utilizándose para surtir efectos formales y probatorios. Siendo las que circulan, son
también llamadas escrituras públicas —lo que es correcto por tratarse de una
nominación que alude a su contenido—.
En cambio, las escrituras matrices quedan reservadas en los libros de protocolo que
cada escribano de Registro conforma, conserva y custodia de acuerdo a las
específicas formalidades que las leyes notariales provinciales del país y CABA, y las
reglamentaciones de los Colegios de Escribanos exigen y el escribano público debe
cumplir. Pasados unos años, previa impresión y encuadernación, el libro de protocolo
se remite al Archivo Notarial, donde queda para siempre.
Respecto a las "copias o testimonios" a las que se refiere la norma bajo comentario,
el CCYC opta por la sinonimia entre estos vocablos. Ello, como modo de terminar con
la polémica entre la palabra "copia", que consignan las leyes notariales y que el
Código de Vélez utiliza al referirse a esta clase de reproducciones, la palabra
"testimonio", que es la usada en la práctica judicial y notarial.

ART 300: Protocolo. El protocolo se forma con los folios habilitados para el uso de
cada registro, numerados correlativamente en cada año calendario, y con los
documentos que se incorporan por exigencia legal o a requerimiento de las partes del
acto. Corresponde a la ley local reglamentar lo relativo a las características de los
folios, su expedición, así como los demás recaudos relativos al protocolo, forma y
modo de su colección en volúmenes o legajos, su conservación y archivo.
ART 301: Requisitos. El escribano debe recibir por sí mismo las declaraciones de los
comparecientes, sean las partes, sus representantes, testigos, cónyuges u otros
intervinientes. Debe calificar los presupuestos y elementos del acto, y configurarlo
técnicamente. Las escrituras públicas, que deben extenderse en un único acto,
pueden se manuscritas o mecanografiadas, pudiendo utilizarse mecanismos
electrónicos de procesamiento de textos, siempre que en definitiva la redacción
resulte estampada en el soporte exigido por las reglamentaciones, con caracteres
fácilmente legibles. En los casos de pluralidad de otorgantes en los que no haya
entrega de dinero, valores o cosas en presencia del notario, los interesados pueden
suscribir la escritura en distintas horas del mismo día de su otorgamiento. Este
procedimiento puede utilizarse siempre que no se modifique el texto definitivo al
tiempo de la primera firma.
Primer requisito: la obligatoriedad de la presencia del escribano en los actos
escriturarios.
Luego, calificar los elementos que las partes le han brindado al escribano y darles —
desde su ejercicio profesional— el encuadre jurídico de aquella figura cuyo objeto las
partes han deseado instrumentar. Configurarlo técnicamente significa redactarlo.
También regula que las escrituras pueden ser manuscritas o tener formato
mecanográfico, o de procesadores de texto y munirse del auxilio de la tecnología
informática (refiere a los mecanismos electrónicos y procesamientos de textos).
Pero, como requisito ineludible, determina que la redacción resulte estampada en el
soporte exigido por las reglamentaciones y, sobre todo, que se pueda leer
fácilmente. Advierte la norma que cuando se trate de escrituras con varios
otorgantes, y no deban entregarse valores o dinero o cosas en la presencia del
escribano, pueden suscribirse en distintas horas del mismo día en que se puso la
fecha del otorgamiento, aunque no puede modificarse el texto luego de la primera
firma que se hubiere estampado. En los demás casos en que, en presencia del
escribano, deban entregarse valores, dinero o cosas, el o los otorgantes del acto
deben concurrir al mismo tiempo y firmar en presencia del escribano. El
cumplimiento por parte del escribano de los requisitos apuntados es un deber propio
del quehacer notarial.

ART 302: Idioma. La escritura pública debe hacerse en idioma nacional. Si alguno de
los otorgantes declara ignorarlo, la escritura debe redactarse conforme a una minuta
firmada, que debe ser expresada en idioma nacional por traductor público, y si no lo
hay, por interprete que el escribano acepte. Ambos instrumentos deben quedar
agregados al protocolo.
ART 303: Abreviaturas y números. No se deben dejar espacios en blanco, ni utilizar
abreviaturas, o iniciales, excepto que estas dos últimas consten en los documentos
que se transcriben, se trate de constancias de otros documentos agregados o sean
signos o abreviaturas científicas o socialmente admitidas con sentido unívoco.
Pueden usarse números, excepto para las cantidades que se entregan en presencia
del escribano y otras cantidades o datos que corresponden a los elementos esenciales
del acto jurídico.
ART 304: Otorgante con discapacidad auditiva. Si alguna de las personas otorgantes
del acto tiene discapacidad auditiva, deben intervenir dos testigos que puedan dar
cuenta del conocimiento y comprensión del acto por la persona otorgante. Si es
alfabeta, además, la escritura debe hacerse de conformidad a una minuta firmada
por ella y el escribano debe dar fe de ese hecho. La minuta debe quedar
protocolizada.
ART 305: Contenido. La escritura debe contener:
a- lugar y fecha de su otorgamiento; si cualquiera de las partes lo requiere o el
escribano lo considera conveniente, la hora en que se firma el instrumento;
b- los nombres, apellidos, documento de identidad, domicilio real y especial si
lo hubiera, fecha de nacimiento y estado de familia de los otorgantes; si se
trata de personas casadas, se debe consignar también si lo son en primeras o
posteriores nupcias y el nombre del cónyuge, si resulta relevante en atención
a la naturaleza del acto; si el otorgante es una persona jurídica, se debe
dejar constancia de su denominación completa, domicilio social y datos de
inscripción de su constitución si corresponde;
c- la naturaleza del acto y la individualización de los bienes que constituyen su
objeto;
d- la constancia instrumental de la lectura que el escribano debe hacer en el
acto del otorgamiento de la escritura;
e- las enmiendas, testados, borraduras, entrelíneas, u otras modificaciones
efectuadas al instrumento en partes esenciales, que deben ser realizadas de
puño y letra del escribano y antes de la firma;
f- la firma de los otorgantes, del escribano y de los testigos si los hubiera; si
alguno de los otorgantes no sabe o no puede firmar, debe hacerlo en su
nombre otra persona; debe hacerse constar la manifestación sobre la causa
del impedimento y la impresión digital del otorgante.

(Se expresa que la falta de cumplimiento de los inc. A, b y f acarrea la nulidad del
acto escriturario. La inobservancia de las otras formalidades no anula las escrituras,
pero los escribanos o funcionarios públicos pueden ser sancionados.)
ART 306: Justificación de identidad. La identidad de los comparecientes debe
justificarse por cualquiera de los siguientes medios:
a- por exhibición que se haga al escribano de documento idóneo; en este caso,
se debe individualizar el documento y agregar al protocolo reproducción
certificada de sus partes pertinentes;
b- por afirmación del conocimiento por parte del escribano.

ART 307: Documentos habilitantes. Si el otorgante de la escritura es un


representante, el escribano debe exigir la presentación del documento original que
lo acredite, el que ha de quedar agregado al protocolo, excepto que se trate de
poderes para más de un asunto o de otros documentos habilitantes que hagan
necesaria la devolución, supuesto en el cual se debe agregar copia certificada por el
escribano. En caso de que los documentos habilitantes ya estén protocolizados en el
registro del escribano interviniente, basta con que se mencione esta circunstancia,
indicando folio y año.
ART 308: Copias o testimonios. El escribano debe dar copia o testimonio de la
escritura a las partes. Ese instrumento puede ser obtenido por cualquier medio de
reproducción que asegure su permanencia indeleble, conforme a las
reglamentaciones locales. Si alguna de las partes solicita nueva copia, el escribano
debe entregarla, excepto que la escritura contenga la constancia de alguna
obligación pendiente de dar o de hacer, a cargo de otra de las partes. En este caso,
se debe requerir la acreditación en instrumento público de la extinción de la
obligación, la conformidad del acreedor o la autorización judicial, que debe tramitar
con citación de las partes del acto jurídico.
ART 309: Nulidad. Son nulas las escrituras que no tengan la designación del tiempo y
lugar en que sean hechas, el nombre de los otorgantes, la firma del escribano y de
las partes, la firma a ruego de ellas cuando no saben o no pueden escribir y la firma
de los dos testigos del acto cuando su presencia sea requerida. La inobservancia de
las otras formalidades no anula las escrituras, pero los escribanos o funcionarios
públicos pueden ser sancionados.
ACTAS
ART 310: Actas. Se denominan actas los documentos notariales que tienen por
objeto la comprobación de hechos.
Las actas constituyen documentos matrices notariales que deben extenderse
en el protocolo cuyo objeto resulta comprobar los hechos que se vuelcan en los
documentos notariales. Las actas son instrumentos públicos que requieren la
autorización de un escribano competente, que interviene a requerimiento de una
persona con interés legítimo y tiene como objeto constatar la verdad de un hecho.
Para lograr dicho objeto perseguido por la ley, y en razón de la investidura que
ostenta, es el notario quien autentica las actas, lo que importa la fijación de los
hechos y su comprobación.
Tanto las leyes notariales como la doctrina en general sostienen que las actas son
escrituras públicas efectuadas en el protocolo que registran hechos que el escribano
presencia. Salvo excepciones, las actas no poseen negocio jurídico. El escribano debe
limitarse a una descripción de lo percibido por sus sentidos: es decir, de lo que
observa por los ojos y lo que escucha por sus oídos. Las actas son exclusivamente
protocolares, salvo estipulación en contrario. De ahí que llevan número al ser
escrituras y se ordenan cronológicamente en el protocolo.
Novedosamente, en esta normativa el CCYC reconoce puntualmente a esta clase de
instrumentos públicos como documentos notariales y enseña que el objeto de las
actas es la de comprobar hechos. El Código velezano no traía un concepto genérico
de actas, sino que se refería a ellas en distintos supuestos del articulado. Es
significativo y de toda razonabilidad que el CCYC reconozca y conceptúe finalmente
la importancia de las actas porque su contenido resulta comprobar distintos hechos
fehacientemente.
De las actas complementarias Las actas protocolares complementarias se rigen, en
su aspecto formal, por las normas establecidas, para las que constituyen documento
matriz. Es decir, deben ordenarse cronológicamente. Esto debe observarse
estrictamente por el escribano. Y no debe ser alterado ya que es la garantía de la
correlatividad y continuidad. Lo es, en base de la seguridad jurídica porque impide la
ante o post datación de los instrumentos. A diferencia de los documentos matrices,
que deben iniciarse en cabeza de folio y llevar todos los años numeración sucesiva
del uno en adelante, las actas notariales complementarias están exceptuadas de
dicho recaudo, porque ellas guardan relación con el documento que complementan.
Se ha definido a las actas notariales, incluidas las complementarias, como escrituras
públicas efectuadas en protocolo que registran hechos que el escribano presencia.
Ellas, en general, no poseen negocio jurídico. Debe reiterarse, que el escribano en
estos supuestos debe circunscribirse a lo percibido por sus sentidos.
ART 311: Requisitos de las actas notariales. Las actas están sujetas a los requisitos
de las escrituras públicas, con las siguientes modificaciones:
a- se debe hacer constar el requerimiento que motiva la intervención del notario
y, en su caso, la manifestación del requirente respecto al interés propio o de
terceros con que actúa;
b- no es necesaria la acreditación de personería ni la del interés de terceros que
alega el requirente;
c- no es necesario que el notario conozca o identifique a las personas con
quienes trata a los efectos de realizar las notificaciones, requerimientos y
otras diligencias;
d- las personas requeridas o notificadas, en la medida en que el objeto de la
comprobación así lo permita, deben ser previamente informadas del carácter
en que interviene el notario y, en su caso, del derecho a no responder o de
contestar; en este último supuesto se deben hacer constar en el documento
las manifestaciones que se hagan;
e- el notario puede practicar las diligencias sin la concurrencia del requirente
cuando por su objeto no sea necesario;
f- no requieren unidad de acto ni de redacción; pueden extenderse
simultáneamente o con posterioridad a los hechos que se narran, pero en el
mismo día, y pueden separarse en dos o más partes o diligencias, siguiendo el
orden cronológico;
g- pueden autorizarse aun cuando alguno de los interesados rehúse firmar, de lo
cual debe dejarse constancia.

Este artículo refleja el principio general en cuanto remite a “las actas” a los
requisitos de las escrituras públicas. No obstante, la diferente intervención notarial
aplicada a la comprobación de hechos presenta algunas diferencias en relación a la
confección de escrituras.
ART 312: Valor probatorio. El valor probatorio de las actas se circunscribe a los
hechos que el notario tiene a la vista, a la verificación de su existencia y su estado.
En cuanto a las personas, se circunscribe a su identificación si existe, y debe dejarse
constancia de las declaraciones y juicios que emiten. Las declaraciones deben
referirse como mero hecho y no como contenido negocial.
En principio, el valor probatorio de las actas coincide con el valor probatorio
de los instrumentos públicos en general. No obstante, el artículo se refiere al valor
probatorio de las actas como una especie del género instrumento público. Se sostiene
que las actas prueban los hechos que el escribano tiene a la vista. Es decir, el
escribano puede dar fe solamente de aquello que percibe por sus sentidos y del
conocimiento que adquiere sensorialmente; por eso, verifica la existencia de lo que
observa y escucha. Constata el estado de un acontecimiento. Con relación a las
personas requirentes o convocantes del escribano para que se labre el acta, es
función principal la identificación de aquellos y también asentar en la hoja de
protocolo sus declaraciones. Estas resultan meros hechos que carecen de contenido
negocial.

INSTRUMENTOS PRIVADOS
ART 313: Firma de los instrumentos privados. Si alguno de los firmantes de un
instrumento privado no sabe o no puede firmar, puede dejarse constancia de la
impresión digital o mediante la presencia de dos testigos que deben suscribir también
el instrumento.
El art. 1012 CC dio lugar a un extenso debate doctrinario y jurisprudencial. La
firma no podía ser reemplazada por signos ni por las iniciales de los nombres y
apellidos. Cuando la norma fue redactada, no existía la dactiloscopia, por lo que los
autores discutieron sobre si la impresión digital constituía un signo o podía asimilarse
a la firma. Para un sector, los actos jurídicos se pueden probar por documentos
autenticados con la impresión digital del otorgante, aun cuando no estén firmados.
Otros autores negaron la posibilidad de equiparar a la impresión digital con la firma.
El CCYC innova sobre la materia y pone fin al debate. Sabemos que los
instrumentos particulares que se encuentran firmados, se denominan instrumentos
privados. En cambio, los instrumentos particulares que no lo están se llaman
"instrumentos particulares no firmados". Estos comprenden todo escrito no firmado,
entre otros, los impresos, los registros visuales o auditivos de cosas o hechos, y los
registros de la palabra y la información, cualquiera que sea el medio empleado (art.
287 CCYC).
Cuando el documento se encuentra firmado, no hay dudas, entonces, de que se trata
de un instrumento privado. La cuestión se plantea, aquí, cuando la persona no sabe o
no puede firmar. Esa imposibilidad puede ser permanente —como, por ejemplo, en el
caso del analfabeto— o, simplemente de carácter transitorio o accidental —por
ejemplo, el caso del sujeto que se ha fracturado su mano hábil—.
La solución que da el artículo es que puede dejarse constancia de la impresión
digital. En tal caso, ¿esa impresión digital tiene idéntica validez que la firma? El
título del artículo podría abrigar la duda respecto de si los instrumentos signados
digitalmente sean auténticos instrumentos privados. Repárese que dicho título reza
"firma de los instrumentos privados", lo que podría conducir a interpretar que
estamos en presencia de instrumentos de dicha naturaleza. Sin embargo, la última
parte del art. 314 CCYC zanja cualquier discusión sobre el particular: el documento
signado con la impresión digital vale como principio de prueba por escrito y puede
ser impugnado en su contenido. Esto significa que los instrumentos signados con la
impresión digital no constituyen verdaderos instrumentos privados, sino que caen
bajo la órbita de los instrumentos particulares no firmados.
Impresión digital y presencia de testigos La persona que no sabe o no puede firmar
puede dejar constancia de su impresión digital. Ello valdrá, según vimos, como
principio de prueba por escrito. Pero también pueden dejar constancia de la
presencia dos testigos que deben suscribir el instrumento.
El interrogante que plantea la redacción del artículo es si basta con la impresión
digital para que el instrumento valga como principio de prueba por escrito o si
resulta necesario que los dos testigos suscriban el instrumento. Pareciera, en
principio, que la persona impedida —por cualquier razón— de firmar tiene dos
alternativas: signar el documento con su impresión digital o acudir a la presencia de
dos testigos que suscriban el documento. Esta interpretación se deriva de la
utilización por parte del legislador de la conjunción "o". Sin embargo, las dudas se
generan a propósito de la utilización del adverbio "también" en la última parte de la
norma. Dicho adverbio de afirmación hace suponer, a priori, que se requieren ambos
extremos: la impresión digital y que los dos testigos firmen el instrumento. De modo
que una inicial interpretación llevaría a concluir que, para que el instrumento
signado con la impresión digital valga como principio de prueba por escrito, se
requiere de la presencia de dos testigos que firmen el documento. Sin embargo, la
ausencia de este último elemento no impide que el instrumento que contiene
únicamente la impresión digital produzca el mismo efecto. Los demás elementos de
prueba que se colecten en una eventual discusión, definirán la eficacia que pueda
otorgársele a dicho instrumento.

ART 314: Reconocimiento de la firma. Todo aquel contra quien se presente un


instrumento cuya firma se le atribuye debe manifestar si ésta le pertenece. Los
herederos pueden limitarse a manifestar que ignoran si la firma es o no de su
causante. La autenticidad de la firma puede probarse por cualquier medio. El
reconocimiento de la firma importa el reconocimiento del cuerpo del instrumento
privado. El instrumento privado reconocido, o declarado auténtico por sentencia, o
cuya firma está certificada por escribano, no puede ser impugnado por quienes lo
hayan reconocido, excepto por vicios en el acto del reconocimiento. La prueba
resultante es indivisible. El documento signado con la impresión digital vale como
principio de prueba por escrito y puede ser impugnado en su contenido.
La primera parte de la norma impone el deber a la persona que se le atribuye
una firma, de reconocer o no si le pertenece. El texto recoge la solución similar que
tenía el art. 1031 CC.
Se trata de un supuesto en el que existe obligación legal de expedirse (art. 919 CC y
art. 263 CCYC). La incomparecencia al acto de reconocimiento implica que el juez
puede atribuirle la autoría de la firma. Pero el deber de comparecer se circunscribe
a la persona a la que se le pretende atribuir la autoría. No se encuentran
constreñidos a expedirse los terceros ni tampoco, como veremos, los herederos. En
ese caso, el eventual silencio que estos pudieran guardar, carece de relevancia y no
puede constituirse en un antecedente desfavorable a sus intereses.
Tratándose de personas jurídicas, la citación debe hacerse al representante legal. En
caso de haber sido citado un representante distinto al que insertó la firma, puede
manifestar que ignora quién colocó la firma, en cuyo caso corresponde acudir al
mecanismo de la prueba pericial.
ART 315: Documento firmado en blanco. El firmante de un documento en blanco
puede impugnar su contenido mediante la prueba de que no responde a sus
instrucciones, pero no puede valerse para ello de testigos si no existe principio de
prueba por escrito. El desconocimiento del firmante no debe afectar a terceros de
buena fe. Cuando el documento firmado en blanco es sustraído contra la voluntad de
la persona que lo guarda, esas circunstancias pueden probarse por cualquier medio.
En tal caso, el contenido del instrumento no puede oponerse al firmante excepto por
los terceros que acrediten su buena fe si han adquirido derechos a título oneroso en
base al instrumento.
Tal como lo regulaban los arts. 1016 al 1019 CC, es posible para el CCYC
acudir al mecanismo de la firma de un documento en blanco. Quien obra de esa
manera, está encomendando a otro que lo represente, ya que está permitiendo que
escriba un texto que generará efectos para el firmante.
La firma en blanco puede ser otorgada para que se complete la totalidad del
documento o una parte. Se trata de un acto basado en la confianza pero que genera
riesgos, pues podrían suscitarse discordancias entre las instrucciones brindadas y lo
que efectivamente quedó plasmado en el documento.
La norma habilita al firmante de un documento en blanco a impugnar su
contenido. Deberá arrastrar con la difícil carga de demostrar que lo asentado en el
documento no condice con las instrucciones dadas. Para ello, no podrá valerse de la
prueba testimonial, excepto que exista principio de prueba por escrito.
La solución de excluir la prueba testimonial se justifica plenamente, pues lo
contrario permitiría invalidar con facilidad obligaciones en verdad contraídas. El
nuevo artículo, sin embargo, permite valerse de dicho medio probatorio cuando
existe principio de prueba por escrito.
Los derechos de los terceros de buena fe quedan debidamente resguardados
frente a la eventualidad de que se impugne el documento. Una solución contraria a
la que propicia la norma implicaría atentar contra la seguridad jurídica que debe
primar en la materia. Quien asumió el riesgo de firmar un documento en blanco o
una parte de él debe cargar con las consecuencias que su proceder genera.
Sustracción del documento una situación hipotética que hace variar, en principio, el
eje de la cuestión es cuando el documento firmado en blanco es sustraído contra la
voluntad de quien lo guardaba. En ese caso, su contenido no puede oponerse al
signatario del instrumento.
El firmante tiene que demostrar que el documento le ha sido sustraído. Se puede
valer de cualquier medio probatorio para verificar ese extremo. El instrumento
puede estar en manos del propio firmante o de un tercero. Lo importante no es quién
lo tenía, sino la sustracción contra la voluntad de su guardador.
El CCYC protege los derechos de los terceros de buena fe y a título oneroso, pero con
la salvedad de que deben acreditar su buena fe. Cuando hay sustracción del
documento, la buena fe no se presume y el tercero que la alega tiene la carga de
demostrarla. La reforma es plausible porque, a diferencia de lo que ocurría en el
Código Civil de Vélez, se deja abierta la posibilidad de que el tercero pueda probar
su buena fe.

ART 316: Enmiendas. Las raspaduras, enmiendas o entrelíneas que afectan partes
esenciales del acto instrumentado deben ser salvadas con la firma de las partes. De
no hacerse así, el juez debe determinar en qué medida el defecto excluye o reduce
la fuerza probatoria del instrumento.
ART 317: Fecha cierta. La eficacia probatoria de los instrumentos privados
reconocidos se extiende a los terceros desde su fecha cierta. Adquieren fecha cierta
el día en que acontece un hecho del que resulta como consecuencia ineludible que el
documento ya estaba firmado o no pudo ser firmado después. La prueba puede
producirse por cualquier medio, y debe ser apreciada rigurosamente por el juez.
La exigencia de fecha cierta tiene por objeto salvar a los terceros del fraude
que las partes podrían cometer antedatando los instrumentos privados
La fecha cierta no puede tener influencia con respecto a las partes. La validez
de la firma importa la autenticidad de todo el instrumento. Una vez que este es
reconocido, no queda a los otorgantes otro medio para impugnar la validez de la
fecha que la prueba en contrario.
La fecha del instrumento no presenta interés especial para las partes, porque no es
requisito esencial de los instrumentos privados. En cambio, los terceros son los
principales interesados en tener certeza de la fecha del instrumento, en la medida
en que pueden ser víctimas de una confabulación entre las partes que perjudique sus
intereses.
Vélez Sarsfield le dedicó dos artículos al instituto de la fecha cierta. El 1034 CC dice
que "los instrumentos privados, aun después de reconocidos, no prueban contra
terceros o contra los sucesores a título singular, la verdad de la fecha expresada en
ellos", mientras que el siguiente establece que "aunque se halle reconocido un
instrumento privado, su fecha cierta en relación a los sucesores singulares de los
partes o a terceros, será: 1° La de su exhibición en juicio o en cualquiera repartición
pública para cualquier fin, si allí quedase archivado; 2° La de su reconocimiento ante
un escribano y dos testigos que lo firmaren; 3° La de su transcripción en cualquier
registro público; 4° La del fallecimiento de la parte que lo firmó, o del de la que lo
escribió, o del que firmó como testigo".
El nuevo régimen que trae el CCYC es, por cierto, más aconsejable. Se inclina por
afirmar que la fecha cierta se adquiere cuando acontece un hecho del que resulta
como consecuencia ineludible que el documento ya estaba firmado o no pudo ser
firmado después. Deja así un margen discrecional al juez para valorar si el
documento estaba o no fechado, pero la prueba debe analizarse rigurosamente. (Es
mas laxa)
ART 318: Correspondencia. La correspondencia, cualquiera sea el medio empleado
para crearla o transmitirla, puede presentarse como prueba por el destinatario, pero
la que es confidencial no puede ser utilizada sin consentimiento del remitente. Los
terceros no pueden valerse de la correspondencia sin asentimiento del destinatario, y
del remitente si es confidencial.
La correspondencia goza, en nuestro país, de una fuerte protección
constitucional. El art. 18 de la Carta Magna dispone que el domicilio es inviolable,
como también la correspondencia epistolar y los papeles privados; y una ley
determinará en qué casos y con qué justificativos podrá procederse a su allanamiento
y ocupación.

ART 319: Valor probatorio. El valor probatorio de los instrumentos particulares debe


ser apreciado por el juez ponderando, entre otras pautas, la congruencia entre lo
sucedido y narrado, la precisión y claridad técnica del texto, los usos y prácticas del
tráfico, las relaciones precedentes y la confiabilidad de los soportes utilizados y de
los procedimientos técnicos que se apliquen.

Este artículo fija las pautas de interpretación de los documentos particulares,


es decir de aquellos que no se encuentran firmados por las partes. Su valor
probatorio deber ser apreciado por el juez y, a tal fin, se determinan una serie de
pautas que no son excluyentes, como la congruencia entre lo sucedido y narrado, la
precisión y claridad técnica del texto, los usos y prácticas del tráfico, las relaciones
precedentes y la confiabilidad de los soportes utilizados y de los procedimientos
técnicos que se apliquen.
Gran parte de las directivas están orientadas a los documentos electrónicos, que han
sido definidos como toda representación en forma electrónica de un hecho
jurídicamente relevante susceptible de ser recuperado en forma humanamente
comprensible.

NULIDADES
Ineficacia de los actos jurídicos
ART 382: Categoría de ineficacia. Los actos jurídicos pueden ser ineficaces en razón
de su nulidad o de su inoponibilidad respecto de determinadas personas.
ART 383: Articulación. La nulidad puede argüirse por vía de acción u oponerse como
excepción. En todos los caso debe sustanciarse.
ART 384: Acto indirecto. Un acto jurídico celebrado para obtener un resultado que
es propio de los efectos de otro acto, es válido si no se otorga para eludir una
prohibición de la ley o para perjudicar a un tercero.

NULIDAD ABSOLUTA Y RELATIVA


ART 386: Criterio de distinción. Son de nulidad absoluta los actos que contravienen
el orden público, la moral o las buenas costumbres. Son de nulidad relativa los actos
a los cuales la ley impone esta sanción sólo en protección del interés de ciertas
personas.

El CCYC elimina la doble clasificación entre actos nulos y anulables. Durante


la vigencia del CC, la doctrina había ensayado distintos fundamentos para establecer
el criterio de distinción entre ambos. El más difundido y aceptado es que en los actos
nulos el vicio surge evidente o salta a la vista. Esta expresión quiere decir que,
cuando se advierte un vicio o defecto congénito, basta con subsumir el caso en una
norma jurídica determinada para que este quede privado de sus efectos propios. Es
la ley, por sí misma, sin cooperación de ningún otro órgano o poder, quien fulmina de
nulidad del acto. Los actos anulables, en cambio, solo tienen en la ley un principio
de sanción que el juez debe destacar, definir y regular, porque el vicio no es rígido y
perfilado por la ley sino que depende de juzgamiento.
Otra diferencia entre actos nulos y anulables es la que gravita fundamentalmente en
el razonamiento y en la actividad del juez frente a la irregularidad congénita de un
acto. En el acto nulo, se limita a comprobar la existencia de un vicio que está
previamente perfilado y tasado por la ley. En cambio, en el acto anulable, la ley
simplemente define cuáles son los requisitos que debe reunir un supuesto
determinado para que pueda ser declarado nulo. En este caso, la labor del juez es de
juzgamiento.
La nulidad absoluta procede cuando el interés inmediatamente vulnerado es el
interés general, esto es, "el orden público, la moral y las buenas costumbres". La
nulidad relativa —en cambio— está instituida en beneficio de las personas que
resultan perjudicadas por un acto viciado y es viable en los casos en que el defecto
afecte el interés individual.
El art. 386 CCYC establece que son de nulidad absoluta los actos que contravienen el
orden público, la moral o las buenas costumbres. Son, en cambio, de nulidad
relativa, aquellos a los cuales la ley impone la sanción solo y exclusivamente en
protección al interés de ciertas personas.
Más allá de las críticas que pudiera suscitar la opción legislativa realizada en este
punto, para discernir si se trata de una nulidad absoluta deben tenerse en cuenta no
solo las disposiciones que conciernen al orden público, sino también la lesión causada
a los intereses generales cuya violación —de igual modo— pulverizará de nulidad al
acto. De modo que el negocio jurídico será nulo de nulidad absoluta cuando
inmediatamente se afecten intereses generales. En el caso de los vicios de la
voluntad, en cambio, no se produce de manera inmediata una afección al interés
público ni al orden público sino exclusivamente al particular o individual. Por tanto,
la nulidad será relativa.
En algunos supuestos puede presentarse la hipótesis en que un interés particular
merece ser protegido especialmente por el legislador. Ello ocurre cuando el interés
comprometido es primordialmente de orden privado, pero el legislador estableció
determinada tutela como manera de protegerlo por su importancia para la sociedad.
En tal caso, a pesar de afectar intereses privados, la nulidad o invalidez será
absoluta, como ocurre cuando se viola la capacidad de obrar en atención a la
particular situación de las personas entre sí. Es el supuesto en que se prohíbe a los
padres y tutores contratar por sí, o por intermedio de otra persona, con sus hijos
menores de edad (art. 120 CCYC).
Como se advierte, aunque se hace referencia al "orden público" y no al interés
general, con las diferencias que ambos conceptos suponen, lo cierto es que en la
referencia a este último se aglutinan tanto los supuestos en que se viola el orden
público como la moral y las buenas costumbres de la sociedad.
Para determinar si la nulidad es absoluta o relativa, será preciso entonces examinar
hacia dónde apunta la potencialidad destructora del vicio congénito y cuál es el bien
jurídico que lesiona, hiere o infringe.
ART 387: Nulidad absoluta. Consecuencias. La nulidad absoluta puede declararse
por el juez, aun sin mediar petición de parte, si es manifiesta en el momento de
dictar sentencia. Puede alegarse por el Ministerio Público y por cualquier interesado,
excepto por la parte que invoque la propia torpeza para lograr un provecho. No
puede sanearse por la confirmación del acto ni por la prescripción.

El CCYC mantiene el mismo funcionamiento de la nulidad absoluta que su


predecesor. Aclara, sin embargo, un aspecto que había dado lugar a polémicas,
vinculado con la posibilidad de decretar la invalidez del acto de oficio cuando el vicio
y la afectación al interés colectivo o general surge claro de la prueba, admitiendo
ahora inequívocamente esa posibilidad.
Caracteres. 1) Puede ser declarada de oficio por el juez, cuando surge manifiesta en
el momento de dictar sentencia. Es preciso aclarar —para evitar cualquier duda
interpretativa— que, en el texto actual, la posibilidad de declarar de oficio la nulidad
es viable cuando el vicio o defecto que lesiona directamente al orden público, la
moral y las buenas costumbres, surja de la prueba producida en el caso, ya sea de la
aportada por la propia parte o bien de la que se adquiera en el curso del trámite. No
interesa que la acción de nulidad se hubiere deducido en el momento de la
interposición de la demanda ni que surja evidente por ese entonces. La posibilidad
real del juez de declarar la invalidez del acto surge cuando el defecto se encuentre
claramente probado al concluir los trámites, de modo que esté en condiciones de
apreciarlo y valorarlo al tiempo de dictar sentencia. 2) Tanto el Ministerio Público
como cualquier persona —entre ellos, el Defensor de Menores— pueden solicitar la
declaración de nulidad. Basta con que justifiquen un interés legítimo. Como es
lógico, no pueden solicitar la nulidad del acto quienes hubieren producido el vicio o
lo hayan conocido al tiempo de ejecutar el negocio. Es una manifestación del
principio según el cual nadie puede invocar su propia torpeza. 3) No puede ser
saneado por confirmación El fundamento de la prohibición que contiene este
artículo, en concordancia con el art. 393 CCYC, se explica a partir de lo expuesto
anteriormente. Si la nulidad absoluta protege intereses colectivos, o de la sociedad
en general, no podrían las partes sanear el acto inválido. Es una consecuencia del
principio según el cual la acción de nulidad en este caso no es renunciable. 4) Es
imprescriptible Tampoco la acción para reclamar la nulidad absoluta es susceptible
de prescripción. De otro modo se podría admitir implícitamente la renuncia en este
tipo de casos, pues bastaría con mantenerse activo en el transcurso de cierto tiempo
para que opere la confirmación tácita del acto viciado de nulidad absoluta.
ART 388: Nulidad relativa. Consecuencias. La nulidad relativa sólo puede
declararse a instancia de las personas en cuyo beneficio se establece.
Excepcionalmente puede invocarla la otra parte, si es de buena fe y ha
experimentado un perjuicio importante. Puede sanearse por la confirmación del acto
y por la prescripción de la acción. La parte que obró con ausencia de capacidad de
ejercicio para el acto, no puede alegarla si obró con dolo.

La nulidad relativa está instituida en beneficio de una de las partes. Por


tanto, solamente pueden pedir la nulidad la parte perjudicada por el acto. También
pueden hacerlo sus herederos siempre que el acto viciado no sea intransmisible. El
CCYC contiene en este punto una novedad importante, porque amplía la legitimación
y confiere acción no solo a la parte en beneficio de quien se estableció, sino además
a la otra, en tanto sea de buena fe, siempre que exhiba un determinado interés o
"perjuicio importante", como lo denomina el Código. Es una nueva directiva dentro
del régimen nacional de las nulidades. De este modo procura lograr el equilibrio
entre el principio según el cual el interés es la medida de la acción y se atiende a la
posibilidad de decretar la nulidad en tanto ésta importe restaurar la realidad, sin que
ninguna de las partes obtenga un beneficio indebido.
No hay un concepto unívoco. Sin embargo, puede definirse como la sanción legal que
priva de efectos al acto jurídico en razón de un vicio congénito que produce
perjuicios a intereses particulares o privados.
Caracteres de la nulidad relativa 1) Procede solo a petición de parte interesada La
nulidad en este caso ha sido instituida en protección de intereses privados. Por
tanto, consecuentemente con ello, el Código solo autoriza a pedir la nulidad a quien
haya padecido el vicio, esto es, por ejemplo, a la víctima de dolo o de violencia. Rige
en toda su extensión el principio según el cual el interés es la medida de la acción.
De modo que el juez no puede decretar de oficio la invalidez. Es claro que la acción
es transmisible a los herederos o sucesores universales, siempre, claro está, que no
se trate de un derecho inherente a la persona. Por supuesto no está legitimada la
parte que provocó el vicio ni la parte capaz cuando el defecto radicara justamente
en la incapacidad de la otra, tal como lo prevé la última parte del artículo en
comentario. 2) No puede ser invocada por el Ministerio Público Por las mismas
razones expuestas anteriormente. Puede, sin embargo, tener facultades concurrentes
si, además de la afectación del interés particular, se incurre en violación de algunas
del orden público o intereses generales. Sus facultades en ese caso serán
concurrentes con las del interesado. Tendrá acción el Defensor de Menores
exclusivamente en aquellos supuestos en que el art. 103 CCYC le confiere
legitimación para actuar en forma principal. 3) El acto puede ser confirmado Como la
nulidad está instituida en beneficio de una de las partes, el acto viciado es
susceptible de confirmación, expresa o tácita. 3) La acción es prescriptible También
la nulidad puede ser renunciada por la parte a quién beneficia la acción.
Incapacidad de ejercicio. Sujeto que obró en forma dolosa Como se ha visto, el
principio general es que se encuentra legitimada para articular la invalidez la parte
en cuyo beneficio se instituyó la nulidad. Este postulado alcanza a quienes eran
incapaces de hecho al tiempo de celebrar el acto. Sin embargo, la disposición que se
comenta contiene una contraexcepción, y es que la parte beneficiada no podría
plantear la nulidad del acto si obró con dolo, esto es, cuando ocultó deliberadamente
su incapacidad y la otra parte obró de buena fe, confiando en la apariencia generada
por quien entonces disimuló o de cualquier modo impidió conocer la falencia
existente al tiempo de celebrarlo. Es el caso de quien falsificó sus documentos para
aparentar ser mayor de edad y sorprendió a la otra parte con su actitud de mala fe.

Nulidad total y parcial


ART 389: Principio. Integración. Nulidad total es la que se extiende a todo el acto.
Nulidad parcial es la que afecta a una o varias de sus disposiciones.
La nulidad de una disposición no afecta a las otras disposiciones válidas, si son
separables. Si no son separables porque el acto no puede subsistir sin cumplir su
finalidad, se declara la nulidad total.
En la nulidad parcial, en caso de ser necesario, el juez debe integrar el acto de
acuerdo a su naturaleza y los intereses que razonablemente puedan considerarse
perseguidos por las partes.

Es total cuando el vicio o defecto congénito afecta e impregna a todo el


negocio. Será, en cambio, parcial, si alcanza a una o varias cláusulas que son
perfectamente separables del resto. En este punto, el CCYC ha tomado en cuenta el
principio de separabilidad de las distintas cláusulas, al igual que el art. 1039 CC.
Para poder declarar la nulidad parcial del acto es preciso que el juez verifique si la
cláusula inválida es o no separable. Para ello, deberá valorar si una vez excluida se
mantiene el propósito que las partes tuvieron en miras al celebrar el acto, esto es,
no solo la intención práctica sino también las circunstancias del caso, apreciadas
según las reglas de la buena fe.
La nueva disposición contiene una novedad. Prevé que en caso que sea necesario
para salvar la validez el acto jurídico, el juez debe integrar el acuerdo. Esta
posibilidad coincide con otras disposiciones, concretamente, las que rigen la nulidad
de las cláusulas generales o contratos de adhesión o cuando existe abuso de posición
dominante que contiene la Ley de Defensa del Consumidor (art. 37 de la ley 24.240 y
sus modificatorias).
Principio de separabilidad. Concepto y caracteres A diferencia de lo que ocurre en
el caso de la nulidad total, para que resulte viable considerar la posibilidad de
disponer la nulidad parcial de un acto jurídico, es preciso que contenga distintas
cláusulas o disposiciones. Para apreciar si las distintas cláusulas son o no separables,
la doctrina distingue entre unidad interna y unidad externa del negocio. Muchas
veces las distintas cláusulas de un acto están entrelazadas de tal modo que no se
puede declarar la nulidad parcial porque su interdependencia es tan intensa que no
pueden sobrevivir si no es conjuntamente.
Nulidad parcial. Integración del acto jurídico. En este punto, se prevé que en caso
de declararse la nulidad parcial el juez se encuentra facultado para integrar el acto
jurídico. Rige aquí el principio de conservación de los actos jurídicos. La integración
judicial procede solamente cuando "es necesario" para salvar la validez del negocio.
No se persigue que el juez subsane la voluntad negocial ni libre a una de las partes
de la equivocación en que incurrió o del perjuicio que se causó por su propia
negligencia, sino que su integración ha de proceder cuando la índole del negocio lo
requiera para salvar su validez sin romper el equilibrio interno del acto.
En efecto, las facultades del juez no son discrecionales, sino que tiene el deber de
integrar el acto o contrato si fuere necesario para salvar su subsistencia. Es una
manifestación del principio de conservación. Para ello, tendrá en cuenta la
naturaleza del negocio de que se trata y los intereses que razonablemente puedan
considerarse perseguidos por las partes. Habrá de considerar especialmente el fin
abstracto, el que normalmente el negocio está destinado a producir y no las
circunstancias concretas de alguna de las partes.

Efectos de la Nulidad
ART 390: Restitución. La nulidad pronunciada por los jueces vuelve las cosas al
mismo estado en que se hallaban antes del acto declarado nulo y obliga a las partes a
restituirse mutuamente lo que han recibido. Estas restituciones se rigen por las
disposiciones relativas a la buena o mala fe según sea el caso, de acuerdo a lo
dispuesto en las normas del Capítulo 3 del Título II del Libro Cuarto.

El CCYC, al igual que el Proyecto de 1998, simplifica el casuismo que contenía el CC,
circunstancia que permite una mejor comprensión y coherencia del sistema. A
efectos de la restitución, se remite a las disposiciones sobre los efectos de las
relaciones de poder.
Como principio general, la declaración de nulidad vuelve las cosas a su estado
anterior, y obliga a las partes a restituirse lo que han recibido en virtud del acto
nulo. El referido postulado se aplica a las partes y a los terceros. Sin embargo, cabe
distinguir dos situaciones: si el acto que fue declarado nulo tuvo o no principio de
ejecución. En el primer caso, nada habrán de restituirse las partes, porque no se
entregaron nada con anterioridad. En el segundo, la restitución es compleja porque
depende de distintas circunstancias. Entre otras valoraciones habrá que examinar si
el poseedor es o no de buena fe. En principio, cuadra remitirse a las disposiciones
que rigen los efectos de las relaciones de poder (art. 1932 y ss. CCYC). Cuando se
trata de inmuebles o muebles registrables el problema de la restitución queda regido
por el art. 392 CCYC.
El fundamento de la restitución —se ha dicho— no proviene de la nulidad, sino del
título que pueda invocar cada parte sobre la cosa entregada. Por tanto, para que
pueda hacerse efectiva, no es suficiente la declaración de nulidad, por cuanto
pueden existir otros motivos para impedirla. Así, una de las partes puede invocar que
la cosa pereció sin culpa de su parte o que le asiste algún otro fundamento o
circunstancia (posesión, pago indebido, enriquecimiento sin causa, etc.) para
mantener la posesión de la cosa. Por supuesto, una de las partes puede negarse a
restituir si la otra no cumple con su parte.
La restitución puede solicitarse por vía de acumulación en el mismo juicio en que se
solicitó la invalidez o en juicio por separado. Por supuesto, la parte que provocó la
nulidad no podría beneficiarse con la restitución, se trate de nulidad absoluta o
relativa. Rigen en el caso los efectos de las relaciones de poder y, por tanto, cabe
considerar la buena o mala fe del poseedor.
ART 391: Hechos simples. Los actos jurídicos nulos, aunque no produzcan los
efectos de los actos válidos, dan lugar en su caso a las consecuencias de los hechos
en general y a las reparaciones que correspondan.

Se instala el principio según el cual el acto acaecido en la realidad, aunque


imperfecto, es susceptible de ser subsumido en otro supuesto, se trate de un simple
acto lícito, o un hecho ilícito o un acto jurídico y puede presentarse una aplicación
del principio de conversión. La licitud o ilicitud surgirá de las particularidades de
cada uno.
Nulidad y acción resarcitoria. Naturaleza de la obligación La nulidad impide que el
negocio pueda producir sus efectos propios, esto es, aquellos a que estaba destinado.
Produce, sin embargo, los efectos de los simples hechos en general y, en
consecuencia, el acto podrá ser subsumido en otro supuesto jurídico, ya sea de un
simple acto lícito, un acto ilícito o —incluso— en otro acto jurídico si se encuentran
reunidas las condiciones para que opere la conversión (art. 384 CCYC).
Cuando la nulidad reduce el acto a un hecho ilícito, el perjudicado puede solicitar,
además, la reparación de los daños y perjuicios, siempre —claro está— que se reúnan
y se prueben los presupuestos de la responsabilidad. A tal efecto, el acto nulo es un
simple hecho, cuyas consecuencias o repercusiones dañosas deben ser reparadas.
Para ello, es preciso que se verifiquen los presupuestos de la responsabilidad civil;
fundamentalmente, que haya ocasionado un perjuicio por culpa o dolo del autor. Si
el ilícito hubiera sido cometido, por ejemplo, con la complicidad de un tercero, la
parte y el tercero serán solidariamente responsables por los perjuicios causados a la
víctima, como dispone, para el caso de dolo, el art. 275 CCYC, y para la violencia, el
art. 278 CCYC.
La acción resarcitoria es autónoma de la nulidad. No obstante, también puede ser
complementaria o bien supletoria o sucedánea de la obligación de restituir.
De no ser posible la restitución de las cosas al estado anterior —por ejemplo porque
la sentencia de nulidad no alcanza a un tercero adquirente de buena fe y a título
oneroso— corresponde la indemnización sustitutiva. Si, además, se produjeron daños
y la víctima pretende su resarcimiento, deberá probar que se configuran los
presupuestos de la responsabilidad civil. Es claro que el pedido de reparación de los
daños debe ser expresamente solicitado por la víctima, ya sea en forma acumulada al
pedido de nulidad o en juicio por separado.
ART 392: Efectos respecto de terceros en cosas registrables. Todos los derechos
reales o personales transmitidos a terceros sobre un inmueble o mueble registrable,
por una persona que ha resultado adquirente en virtud de un acto nulo, quedan sin
ningún valor, y pueden ser reclamados directamente del tercero, excepto contra el
subadquirente de derechos reales o personales de buena fe y a título oneroso.
Los subadquirentes no pueden ampararse en su buena fe y título oneroso si el acto se
ha realizado sin intervención del titular del derecho.

El efecto principal de la nulidad es volver las cosas al estado anterior al acto


declarado nulo y, en consecuencia, las partes habrán de restituirse lo que
mutuamente se entregaron en miras al acto viciado. En este punto el CCYC no innova
con relación al CC que, por conducto de la ley 17.711, introdujo la teoría de la
apariencia del acto, aunque se amplía su ámbito de aplicación. Por tanto, quedan
exceptuados de la obligación de restituir y a resguardo de la acción de
reivindicación, los terceros subadquirentes de buena fe y a título oneroso de bienes
inmuebles o de muebles registrables. La referida excepción no se aplica a los actos a
título gratuito, con prescindencia de la buena o mala fe del subadquirente ni a los
actos realizados sin la intervención del titular del derecho. Este último supuesto es el
que se conoce tradicionalmente como enajenación a non domino.
La disposición transcripta establece, en primer lugar, cuál es el principio
general al que cabe atenerse cuando un acto es nulo y las partes se han entregado
cosas, bienes o precios. Sigue al respecto el principio general de la restitución que
establece el art. 390 CCYC, aunque establece una importante salvedad, con
fundamento en la protección de los terceros titulares de derechos adquiridos de
buena fe y a título oneroso. Es lo que la doctrina denomina "buena fe
sublegitimante", o protección de la apariencia jurídica.
Por cierto, la parte final de la norma excluye la posibilidad de invocar la buena fe
sublegitimante en aquellos supuestos en que el acto se ha realizado sin intervención
del titular. Durante la vigencia del Código Civil, un sector de la doctrina afirmaba
que la venta por parte de quien no es el propietario de la cosa —por ejemplo por
sustitución de identidad del verdadero propietario, falsificación de firma o de
documentos, entre otros supuestos— era inexistente y, por tanto, sustraía el
supuesto de la aplicación del art. 1051 CC. En tales condiciones, el propietario
original tenía a su disposición la acción reivindicatoria para recuperar el inmueble,
aún frente a terceros de buena fe y a título oneroso. Para otros autores, se trataba
de un acto inoponible para el titular del bien. Solo un sector minoritario sostenía que
las enajenaciones a non domino se encontraban alcanzadas por la segunda parte del
art. 1051 CC.
El CCYC no adopta la inexistencia como categoría de ineficacia distinta de la nulidad,
pero establece un principio importante al excluir a las ventas a non domino de la
aplicación de la doctrina de la apariencia. De este modo se suministra una solución
armónica con el resto del articulado. La protección del artículo no se concede a la
otra parte del acto —quien siempre está obligada a restituir— sino a terceros de
buena fe y a título oneroso.
La buena fe del tercer adquirente puede ser entendida de distintas maneras. Un
sector de opinión puede considerar que es suficiente con que el adquirente haya
confiado en las constancias de los registros para ser considerado como adquirente de
buena fe. Este criterio se enuncia como "buena fe registral". Para otros, en cambio,
no basta con las constancias registrales sino que es preciso que el tercero adquirente
haya tomado los recaudos para asegurarse que la realidad extra registral coincide
con la registrada. Por tal razón, en materia de adquisición de inmuebles, solamente
se considera que el subadquirente es de buena fe si realizó un estudio de títulos que
no reflejaba ninguna anomalía en la cadena de dominio.
La norma no precisa si el principio de la apariencia se aplica exclusivamente a los
casos de nulidad relativa o si también le cabe a los de nulidad absoluta. Queda en pie
la discusión de la doctrina sobre el punto. En tanto el texto legal no hace ninguna
excepción.

Confirmación
ART 393: Requisitos. Hay confirmación cuando la parte que puede articular la
nulidad relativa manifiesta expresa o tácitamente su voluntad de tener al acto por
válido, después de haber desaparecido la causa de nulidad.
El acto de confirmación no requiere la conformidad de la otra parte.
Distinción La confirmación y la convalidación tienen entre sí la relación entre el
género y la especie. La confirmación es un acto jurídico que tiene por fin inmediato
convalidar a otro acto jurídico anterior, sujeto a una acción de nulidad —relativa— en
razón de experimentar un vicio en su origen. Por este acto jurídico —confirmación—
la parte interesada en la declaración de nulidad renueva su voluntad de hacer eficaz
el negocio, siempre —claro está— que hubiera desaparecido el vicio que lo afectaba.
Por supuesto, solo puede subsanar el acto la parte perjudicada cuando la nulidad sea
de carácter relativo, es decir, cuando ha sido establecida en su exclusivo interés.
La confirmación tiene efectos de carácter declarativo, característica que será
determinante para justificar los efectos retroactivos de los actos entre vivos, tanto
entre las partes como con relación —en general— a los terceros.
Actos susceptibles de confirmación Solo pueden ser subsanados o confirmados los
actos viciados de nulidad relativa, porque los actos afectados por una nulidad
absoluta no pueden ser revividos de ninguna manera por la naturaleza de la
protección y los intereses que se tutelan en ese caso.
Condiciones de fondo a) La confirmación debe expresar en forma expresa o tácita la
voluntad del titular de la acción de nulidad de subsanar el acto y, por ende, de no
reclamar la nulidad. Por tanto, solamente pueden confirmar el acto quienes están
facultados para solicitar la invalidez. No puede hacerlo la otra parte ni los terceros,
a quienes se niega la acción; b) la segunda condición de fondo es que haya cesado la
causa que da lugar a la nulidad. Desaparecido el vicio, la parte afectada estará en
condiciones de expresar la confirmación. Si se mantienen las condiciones viciosas, no
podría admitirse la posibilidad de confirmar. Así, cuando el acto ha sido celebrado
por dolo o violencia, la víctima en ambos casos tiene que haber conocido la verdad y
cesado el engaño o la violencia; c) la tercera condición de fondo, es que el acto de
confirmación no tenga, a su vez, un vicio que lo invalide.
Condiciones de forma Las condiciones de forma son exigibles en la confirmación
expresa que adopta la forma escrita (art. 394 CCyC), es decir, cuando la voluntad se
manifieste en orden a sanear el acto.
ART 394: Forma. Si la confirmación es expresa, el instrumento en que ella conste
debe reunir las formas exigidas para el acto que se sanea y contener la mención
precisa de la causa de la nulidad, de su desaparición y de la voluntad de confirmar el
acto.
La confirmación tácita resulta del cumplimiento total o parcial del acto nulo
realizado con conocimiento de la causa de nulidad o de otro acto del que se deriva la
voluntad inequívoca de sanear el vicio del acto.

Confirmación expresa En este supuesto, se requiere una declaración de voluntad por


escrito que reúna la forma exigida para el acto que se sanea, que contenga los
siguientes requisitos:
a) que en la declaración se haga referencia precisa a la causa de la nulidad del acto
que se quiere confirmar; b) que el sujeto que pretende confirmar indique cuál ha
sido el vicio y la causa de nulidad que invalidaba al acto, y que esta ha desaparecido;
c) que se manifieste la intención de reparar el acto que se pretende confirmar. Se
trata, en verdad, de renunciar al derecho a hacer valer la nulidad relativa del acto a
efectos de destituirlo de todo efecto y de volver las cosas al estado anterior.
Forma de la confirmación expresa El CCyC exige que el instrumento reúna las
formalidades exigidas para el acto que se sanea.
Confirmación tácita La confirmación tácita resulta del cumplimiento voluntario y
espontáneo —total o parcial— del acto nulo realizado. Por ejemplo, si la persona
menor de edad que realizó un acto por sí —por ejemplo una venta— paga el saldo de
precio cuando alcanza la mayoría de edad. El Código exige también que ese
cumplimiento sea deliberado, esto es, que el sujeto tenga pleno conocimiento de la
causa de nulidad y tenga expresa voluntad de sanear el vicio del acto. La virtualidad
de la confirmación tácita se justifica por el principio según el cual nadie puede
ponerse en contradicción con sus propios actos anteriores y plenamente eficaces. El
Código exige que la manifestación tácita de la voluntad de confirmar sea inequívoca.
Ello quiere decir que en caso de duda, debe aplicarse un criterio estricto y, por
ende, corresponde interpretar que no ha existido voluntad de confirmar.
La validez de la confirmación tácita queda supeditada a los siguientes presupuestos:
a) debe haber cesado la causa de la nulidad; b) la parte que confirma tiene que tener
plena conciencia del acto que realiza; c) debe surgir inequívoca la voluntad de
confirmar; d) el nuevo acto no debe tener vicios que, a su vez, lo invaliden.
Prueba de la confirmación La confirmación —ya sea expresa o tácita— debe ser
acreditada por quien la invoca. Si la confirmación fuera expresa, deberá
acompañarse el instrumento que la acredita, con los recaudos que son necesarios
para que tenga eficacia. Si, en cambio, la confirmación fuera tácita, la parte que
aduce su existencia debe acreditarla por cualquier medio de prueba.

ART 395: Efecto retroactivo. La confirmación del acto entre vivos originalmente
nulo tiene efecto retroactivo a la fecha en que se celebró. La confirmación de
disposiciones de última voluntad opera desde la muerte del causante.
La retroactividad de la confirmación no perjudica los derechos de terceros de buena
fe.

En este punto no existen discrepancias con la legislación anterior. El CCyC


mantiene los lineamientos del CC. Es decir, prevé el efecto retroactivo del acto como
principio general entre las partes y con relación a los terceros, sin perjuicio de los
derechos adquiridos por estos entre la celebración del acto inválido y la
confirmación.
La confirmación de un acto nulo tiene efectos retroactivos a la fecha en que fue
celebrado el acto. Debido a que la confirmación impide la impugnabilidad del acto
defectuoso, si el acto no se ejecutó, a partir de ese momento podrá exigirse el
cumplimiento por cuanto desde entonces producirá sus efectos típicos.

Inoponibilidad
ART 396: Efectos del acto inoponible frente a terceros El acto inoponible no tiene
efectos con respecto a terceros, excepto en los casos previstos por la ley.

A diferencia del CC, el CCyC regula la inoponibilidad como categoría de ineficacia


distinta y autónoma de la nulidad, aunque comparte con esta su origen legal. En
esta norma se regulan los efectos del acto inoponible, tanto en su faz positiva como
negativa. No obstante el principio general a que se refiere este artículo, alude
exclusivamente a los supuestos de inoponibilidad negativa.
Inoponibilidad positiva y negativa Son actos de inoponibilidad positiva aquellos
casos que experimentan una ineficacia funcional refleja. No está en juego la validez
o eficacia estructural del acto jurídico, sino que en tanto ese acto incide sobre
intereses de terceros y los perjudica, la ley establece que, para ellos, dicho negocio
jurídico ha de tenerse por no celebrado (Ej. el acto otorgado en fraude a los
acreedores que promovieron la acción pauliana respectiva y resultaron triunfadores,
o el pago de un crédito embargado a la persona del deudor, que resulta inoponible
para el acreedor embargante).
En los actos de inoponibilidad negativa, en cambio, la sentencia que declara la
nulidad entre las partes principales es oponible —en principio— erga omnes aunque
no se puede hacer valer frente a ciertos terceros a quienes por un motivo especial la
ley beneficia. Es el caso de los subadquirentes de buena fe y a título oneroso de
bienes registrables que pueden repeler la reivindicación por parte de quien ha
obtenido sentencia favorable en la acción de nulidad (art. 392 CCyC); la renuncia, la
revocación y las demás causas de extinción del poder no resultan oponibles a los
terceros que las hubiesen ignorados sin culpa (art. 381 CCyC).

RESPONSABILIDAD CIVIL
La Estructura de la Responsabilidad Civil en el nuevo Código Civil y Comercial
Introducción
A continuación se realiza una muy apretada síntesis de los lineamientos generales o
estructurales del nuevo régimen de la responsabilidad civil.
En primer lugar, el art. 1708 del nuevo Código Civil y Comercial destaca claramente
que las funciones de la responsabilidad civil son la prevención (arts. 1710 y ss) y la
reparación (arts. 1716 y ss). Ambas se estructuran sobre la premisa de la protección
de la persona humana. Ello es acorde con los mandatos que surgen de la Constitución
Nacional y de los tratados de derechos humanos con jerarquía constitucional. El art.
51 del nuevo Código establece que la persona humana es inviolable y que, en
cualquier circunstancia, tiene derecho al reconocimiento y respeto de su dignidad.
Por su parte, el art. 52 determina que su afectación permite reclamar la
“prevención” y la “reparación” de los daños sufridos. Es decir, el reconocimiento de
esos derechos fundamentales se complementa con la regulación de los
correspondientes y modernos mecanismos de protección; lo que dota al sistema de
coherencia y sentido práctico.
Estas pautas son fundamentales para comprender sobre qué cimientos se estructura
el nuevo régimen de la responsabilidad civil

La prevención.
El art. 1710 establece que toda persona tiene el “deber”, en cuanto de ella dependa,
de evitar causar un daño no justificado, y de adoptar de buena fe y conforme a las
circunstancias, las medidas razonables para evitar que se produzca un daño, o
disminuir su magnitud. Se trata de un mandato legal expreso dirigido a todas las
personas para que obren de buena fe y dirijan todos los actos de su vida evitando
causar daños injustos.
El art. 1711 regula la acción preventiva. Señala que procede cuando una acción u
omisión antijurídica hace previsible la producción de un daño, su continuación o
agravamiento. No se requiere la concurrencia de un factor de atribución. El art. 1712
se refiere a la legitimación señalando que pueden ejercerla quienes posean un
interés razonable en la prevención del daño, es decir, el interés será la medida de la
acción.
Por su parte, el art. 1713 determina que la sentencia que admite la acción
preventiva debe disponer, a pedido de parte o de oficio, en forma definitiva o
provisoria -el tema debe articularse con los ordenamientos procesales locales-,
obligaciones de dar, hacer o no hacer, según corresponda en cada caso, ponderando
los criterios de menor restricción posible y el medio más idóneo para asegurar la
eficacia en la obtención de la finalidad. La norma adopta el modelo del juez activo y
director del proceso; también comprometido con la prevención de los daños, y de allí
que puede actuar incluso de oficio. Se concede un significativo margen de acción
para actuar conforme a las circunstancias de cada caso en particular, lo cual se
adecua a la complejidad y diversidad de la vida moderna.
La prevención ya se encuentra legislada en ciertas leyes especiales, como por
ejemplo, la ley 24.240 de Defensa del Consumidor, la ley 24.557 de Riesgos del
Trabajo, la ley 25.675 General del Ambiente, y en la jurisprudencia -por ejemplo,
sobre tutela de la salud- donde se ha desarrollado la figura de la tutela preventiva y
las sentencias anticipatorias, entre otras cuestiones. El nuevo Código regula la
prevención de manera integral y con carácter general para todos los ámbitos, lo cual
es indudablemente un acierto.

La reparación. En relación a la función resarcitoria se mantienen los mismos


presupuestos que establece el Código de Vélez. Sin embargo, se han actualizado
recogiendo las modernas tendencias jurisprudenciales y doctrinarias, por lo que se
dota al sistema de herramientas que se adecuan y son útiles a las nuevas realidades.
a) Unificación de las órbitas: En primer lugar, conforme a lo reclamado por la
doctrina casi unánime, se unifican las órbitas de la responsabilidad civil contractual y
extracontractual. Sin embargo, ello no significa la homogeneidad ya que existen
ciertas diferencias que no pueden ser suprimidas. No puede desconocerse en el
ámbito contractual que existe un acuerdo de voluntades por el cual las partes han
reglado sus derechos e intereses. Ello debe ser tenido en cuenta, por ejemplo, para
determinar la extensión del resarcimiento (art. 1728), si se ha prometido o no un
resultado ya que ello determinará el factor de atribución aplicable (art. 1723).
También se pudieron haber establecido cláusulas penales (art. 793), etc.
b) Antijuridicidad: Se recepta el “alterum non laedere” (no dañar a otro), lo cual es
una clara muestra de la constitucionalización del derecho privado (conf. art. 19 CN).
El art. 1717 determina que cualquier acción u omisión que causa un daño a otro es
antijurídica si no está justificada. Lo relevante es el daño injustamente sufrido más
allá de la injusticia de la conducta que lo genera. Se recoge la tendencia
jurisprudencial de la antijuridicidad genérica o amplia. Se regulan expresamente las
causas de justificación, es decir, aquellas que borran la antijuridicidad, a saber: el
ejercicio regular de un derecho, la legítima defensa y el estado de necesidad (art.
1718). También se regulan la asunción de riesgos (art. 1719) y la figura del
consentimiento del damnificado (art. 1720).
c) Factores de atribución: Se mantiene en el art. 1721 la distinción entre factores
objetivos y subjetivos (tal como lo hace el Código de Vélez con la reforma de la ley
17.711)
El art. 1722 establece que el factor es objetivo cuando la culpa del agente es
irrelevante a fin de atribuir responsabilidad, y en tales casos, el responsable se libera
-eximente- demostrando la causa ajena, salvo disposición legal en contrario. Es
lógico que si la responsabilidad objetiva se funda en la causalidad, luego la eximente
debe estar dada, necesariamente, por su fractura o interrupción. Por ello, con rigor
lógico se establece que las mismas serán el hecho de la víctima (art. 1729) o de un
tercero (art. 1731) o el caso fortuito (art. 1730).
En el ámbito de los contratos cuando de las circunstancias de la obligación o de lo
convenido surge que el deudor se ha comprometido a un resultado, su
responsabilidad es objetiva (art. 1723). Dentro de los factores objetivos cabe citar al
riesgo o vicio (arts. 1757, 1758 y 1759), la garantía (arts. 1753, 1754), la equidad
(art. 1750), etc.
Una novedad es que se regula la responsabilidad derivada de las actividades que
pueden ser riesgosas o peligrosas según su naturaleza, por los medios empleados o
por las circunstancias de su realización (art. 1757).
También se define qué se entiende por “guardián”, superando así las discusiones
doctrinarias sobre tal concepto (art. 1758); y se determina que su responsabilidad es
concurrente con la del dueño. El art. 1773 establece que el legitimado tiene derecho
a interponer su acción, conjunta o separadamente, contra el responsable directo
(art. 1749) y el indirecto.
Junto a los factores referidos conviven los subjetivos. El art. 1724 define a la culpa
casi en los mismos términos que el Código de Vélez, y señala que el dolo se configura
por la producción de un daño de manera intencional o con manifiesta indiferencia
por los intereses ajenos. Es decir, se mantuvo aquello que demostró haber
funcionado correctamente -ej. la definición de culpa-, y se mejoró y actualizó
aquello que fue necesario. La figura del dolo así definida adquiere trascendencia
práctica en materia contractual, sobre todo si se tiene en cuenta lo dispuesto por el
art. 1728 en relación a la mayor responsabilidad en tales casos.
La culpa es el factor de atribución de responsabilidad en caso de ausencia normativa
(art. 1721). Se mantiene la regla de que cuanto mayor es el deber de obrar con
prudencia y pleno conocimiento de las cosas mayor es la diligencia exigible al agente
(art. 1725). Tal pauta también debe ser tenida en cuenta para valorar la
previsibilidad de las consecuencias, es decir, se proyecta sobre la causalidad.
Es novedosa la regulación referida a las facultades judiciales. Si bien el principio
general (conf. art. 1734) consiste en que quien alega debe probar (ya sea el factor de
atribución o la eximente), el art. 1735 determina que el juez puede distribuir la
carga de la prueba de la culpa o de haber actuado con la diligencia debida
(eximente) ponderando cuál de las partes se halla en mejor situación para aportarla.
Si el juez lo considera pertinente, durante el proceso debe comunicar a las partes
que aplicará este criterio. Si bien esto es novedoso en un código de fondo, lo cierto
es que la teoría de las cargas probatorias dinámicas no es extraña a nuestra práctica
judicial.
d) La relación de causalidad: Se mantiene, como principio, la teoría de la causalidad
adecuada (art. 1726) -previsibilidad en abstracto-, por lo que en este aspecto no hay
mayores cambios. Se buscó evitar nuevas discusiones doctrinarias y jurisprudenciales
sobre un tema tan complejo como es la causalidad. Se distingue entre las
consecuencias inmediatas, las mediatas y las casuales, y se elimina la referencia a las
“remotas” que tanta controversia generó (art. 1727). Se tiene especialmente en
cuenta la previsibilidad contractual, de corte subjetivo, ya que las partes responden
por las consecuencias que previeron o pudieron haber previsto al momento de la
celebración del contrato; y en caso de dolo del deudor la responsabilidad se fija
tomando en cuenta estas consecuencias también al momento del incumplimiento
(art. 1728).
Asimismo, se regula la imposibilidad de cumplimiento (arts. 1732, 955 y 956).
e) El daño: El art. 1737 define al daño como la lesión a un derecho o a un interés no
reprobado por el ordenamiento jurídico que tenga por objeto la persona –que
adelantamos es el centro o eje del sistema-, el patrimonio, o un derecho de
incidencia colectiva.
A su vez, el art. 1738 se refiere a la indemnización señalando que comprende la
pérdida o disminución del patrimonio de la víctima, el lucro cesante, y la pérdida de
la chance. Se tienen en cuenta las consecuencias de la violación a los derechos
personalísimos (art. 51 y ss), su integridad personal, su salud psicofísica, sus
afecciones espirituales y las que resulten de la interferencia a su proyecto de vida.
Se determinan los requisitos del daño resarcible (art. 1739) y se contempla el
principio de la reparación plena (art. 1740).
Se introducen novedades en la indemnización de las consecuencias no patrimoniales.
Está legitimado para reclamar esta indemnización el damnificado directo; pero si del
hecho resulta su muerte o sufre gran discapacidad también tienen legitimación a
“título personal”, según las circunstancias, los ascendientes, los descendientes, el
cónyuge y quienes convivan con aquél recibiendo trato familiar ostensible (art.
1741). Se trata de una modificación que recoge la tendencia de la jurisprudencia más
moderna en la materia y contempla las nuevas realidades familiares.
El art. 1745 se refiere a la indemnización por fallecimiento estableciendo cuál es su
contenido.
El art. 1746 se refiere a la indemnización por lesiones o incapacidad permanente,
física o psíquica, total o parcial, estableciendo un criterio de cuantificación
matemático o actuarial, lo cual es novedoso en la legislación civil, pero no para la
jurisprudencia de algunas jurisdicciones y fueros. Como se puede advertir, en
relación a los rubros indemnizatorios se ha recogido la tendencia doctrinaria y
jurisprudencial, dando concretas pautas para cuantificar los distintos perjuicios
irrogados.
f) Acciones civil y penal: Se mantiene la independencia de ambas acciones (art.
1774).
También se conserva el principio de que si la acción penal precede a la civil o es
intentada durante su curso, el dictado de la sentencia civil debe suspenderse hasta la
conclusión del proceso penal. Sin embargo, se admiten excepciones: 1) si median
causas de extinción de la acción penal, b) si la dilación del proceso penal provoca
una frustración efectiva del derecho a ser indemnizado, 3) si la acción civil por
reparación del daño está fundada en un factor objetivo de responsabilidad (art.
1775).
Se conserva el principio de que la sentencia penal condenatoria produce efecto de
cosa juzgada en el proceso civil respecto de la existencia del hecho principal que
constituye el delito y de la culpa del condenado (art. 1776).
Por su parte, se determina que si la sentencia penal decide que el hecho no existió,
o que el sindicado como responsable no participó, estas circunstancias no pueden ser
discutidas en el proceso civil.
En cambio, si la sentencia penal decide que un hecho no constituye delito o que no
compromete la responsabilidad penal del agente, en el proceso civil puede discutirse
libremente ese mismo hecho en cuanto generador de responsabilidad civil.
Es indudable que en este aspecto se ha mejorado el sistema y se lo ha actualizado a
fin de evitar todas las discusiones doctrinarias y jurisprudenciales que surgieron en
torno a estos aspectos.
g) Prescripción: El art. 2561 establece que el reclamo de la indemnización de daños
derivados de la responsabilidad civil prescribe a los tres años. Se trata de un plazo
único acorde con la unificación de las órbitas. A su vez, se establecen ciertos plazos
especiales en dicha norma y en los artículos siguientes (arts. 2561, 2562, 2564).

Disposiciones generales
ART 1708: Funciones de la responsabilidad. Las disposiciones de este Título son
aplicables a la prevención del daño y a su reparación.

El CC derogado, establecía un sistema de responsabilidad civil de corte netamente


resarcitorio, es decir, que persigue, cuando el daño ya se ha producido, que quien
produjo el perjuicio restablezca —mediante el pago de una indemnización— la
situación anterior al momento de producirse el hecho ilícito.
Correlativamente, el actual derecho de daños se enfoca en la prevención del
perjuicio como finalidad primordial. Se trata de revisar la función clásicamente
otorgada a esta rama del derecho —es decir, la resarcitoria—, y poner el acento en
actuar con anterioridad a que el daño se produzca.
El art. 1708 CCyC añade a la función preventiva a la tradicional finalidad resarcitoria
del derecho de daños.
La función resarcitoria, ya consagrada en el CC, actúa cuando el daño ya se ha
producido, y tiene por fin que el sindicado como responsable repare el perjuicio, sea
en especie o por equivalente dinerario.
Por el contrario, la función preventiva busca actuar con anterioridad a que el
perjuicio se produzca, o que, si ya se ha producido, no se agrave. De esta forma,
queda consagrada en el ordenamiento jurídico la función preventiva genérica, en
paridad con la función resarcitoria ya mencionada.
El CCyC no se limita a consagrar la nueva función preventiva, sino que, además,
sienta las bases y principios del deber genérico de prevenir el daño, y de la acción
tendiente a evitarlo (art. 1710 CCyC y ss).
La desaparición de la función punitiva del sistema general de derecho de daños
Un sector importante de la doctrina nacional confiere al derecho de daños una
tercera función, la punitiva. Esta tercera finalidad no tendría ya por objeto prevenir
o resarcir el perjuicio, sin sancionar a quien causa un daño a otro deliberadamente, o
con el propósito de obtener un rédito. Esta última función cobraría relevancia en los
supuestos en que quien ocasionó el daño lo hizo con dolo, o al menos con negligencia
grave, teniendo en cuenta que le era más beneficioso perjudicar a la víctima que no
hacerlo. En el Anteproyecto entregado al Poder Ejecutivo nacional por la Comisión de
Reforma dicha función también estaba consagrada, sin embargo, fue excluida por el
legislador del texto definitivo del Código, lo que sella la suerte de los daños
punitivos, que no integran el nuevo sistema del derecho de daños.
Eso no es causal, pues la aludida función punitiva es ejercida por otras ramas del
derecho, tales como el derecho penal y el derecho administrativo.

ART 1710: Prelación normativa. En los casos en que concurran las disposiciones de
este Código y las de alguna ley especial relativa a la responsabilidad civil, son
aplicables, en el siguiente orden de prelación:
a- las normas indisponibles de éste Código y de la ley especial;
b- la autonomía de la voluntad;
c- las normas supletorias de la ley especial;
d- las normas supletorias de este Código.

Función preventiva y punición excesiva

ART 1710: Deber de prevención del daño. Toda persona tiene el deber, en cuanto
de ella dependa, de:
a- evitar causar un daño no justificado;
b- adoptar, de buena fe y conforme a las circunstancias, las medidas razonables para
evitar que se produzca un daño, o disminuir su magnitud; si tales medidas evitan o
disminuyen la magnitud de un daño del cual un tercero sería responsable, tiene
derecho a que éste le reembolse el valor de los gastos en que Incurrió, conforme a
las reglas del enriquecimiento sin causa;
c- no agravar el daño, si ya se produjo.

El inc. a del art. 1710 CCyC consagra expresamente el deber general de no dañar a
otros, que —según lo ha declarado la Corte Suprema de Justicia de la Nación—tiene
rango constitucional. La trasgresión de tal deber, además de habilitar la acción
preventiva de los arts. 1711 a 1713 CCyC, funda la antijuridicidad como presupuesto
de la responsabilidad civil (art. 1717 CCyC).
El inc. b establece el deber genérico de evitar la producción de un daño, o de
disminuir sus efectos, si este ya se produjo. Como tal, el deber consagrado en la
norma puede hacerse valer erga omnes, es decir, no solo frente a quien causó el
daño por medio de alguna acción suya, sino también contra todo aquel que pueda
prevenir el perjuicio o evitar que se agrave, siempre que hacerlo se encuentre en su
esfera de actuación.
Supuestos comprendidos. Cuando la norma se refiere a disminuir la magnitud del
daño, parte del aspecto cualitativo (entidad o medida del daño), y su extensión en el
tiempo o prolongación. De esta manera, la tutela comprende todas las etapas y
supuestos posibles en que se puede evitar el perjuicio, e incluye a los daños
continuados. Este último supuesto puede presentarse, por ejemplo, en los daños
ambientales causados por la contaminación que continúa generándose aun después
de descubierto el perjuicio.
Finalmente, el deber se completa con la exigencia de no agravar el daño ya
producido, que es un supuesto distinto al anteriormente relatado, pues el sujeto
obligado no ha de esperar el reclamo indemnizatorio, ni el dictado de una sentencia
para reparar el perjuicio, sino que, estando a su alcance hacerlo, debe evitar que el
daño ya causado se agrave. Este último caso también comprende la situación de la
propia víctima que, pudiendo hacerlo, no toma las medidas necesarias para disminuir
el daño que ella misma sufrió, lo que puede conducir a que la futura indemnización
únicamente comprenda el perjuicio originalmente ocasionado, mas no la agravación
imputable al propio damnificado.
El deber genérico de prevención. Legitimación pasiva. La norma en análisis pone el
deber de prevenir el perjuicio en cabeza de todos aquellos que se encuentren en
posición de evitar la producción del daño. Pero resta determinar si este deber recae
sobre todos, en general, o solo sobre aquellos que se encuentran en una situación
específica que les permite evitar que el daño se produzca.
Este último aspecto del deber consagrado en el art. 1710 CCyC se vincula con los
casos en que la omisión de un sujeto puede constituir un obrar antijurídico. En este
sentido, cabe tener en cuenta que, conforme a lo dispuesto por el art. 1717 CCyC, en
materia de omisiones la antijuridicidad también es material y atípica, pues basta con
la violación del deber general de no dañar. Y esta norma señala expresamente que
ese deber incumbe a toda persona "en tanto dependa de ella", y hace referencia a la
adopción de "medidas razonables" para evitar que se produzca un daño o disminuir su
magnitud, todo ello en función del principio de buena fe (art. 1717, inc. b, CCyC). En
particular, la mención de este último estándar conecta la cuestión con la teoría del
abuso del derecho, pues este se configura —entre otros casos— cuando se exceden los
límites impuestos por la buena fe (art. 10 CCyC). Conjugando todas esas pautas
puede decirse que, en los términos del art. 1710 CCyC, existe un deber de actuar
para evitar daños cuando la abstención pueda configurar un abuso del derecho de no
actuar, y tal situación se presenta, por regla, cuando una persona, sin riesgo de sufrir
daños ni pérdidas, puede con su accionar evitar un daño a un tercero. Sin perjuicio
de ello, es claro que las consideraciones que anteceden se aplican a las denominadas
"omisiones puras", es decir, aquellas que implican una total ausencia de acción. Por
el contrario, los casos de "comisión por omisión" (es decir, cuando hay una omisión
que se inserta en el marco de un curso general de acción positivo —por ejemplo,
cuando el agente que ocasiona el perjuicio omite realizar una conducta tendiente a
disminuir la magnitud del daño que ha ocasionado—) pueden ser directamente
descriptos como acciones, y escapan a las reglas especiales que acabamos de
mencionar. En conclusión, mientras que para el autor del perjuicio el deber de
actuar en la prevención del daño es indudable, los terceros únicamente estarán
obligados a ello si la posibilidad de evitar la producción —sin sufrir daños ni pérdidas
— está en su esfera de actuación, pues en caso contrario el deber previsto en el art.
1710 CCyC no le incumbirá. Sin embargo, incurrirá en una infracción al deber
contenido en dicha disposición si, pese a poder evitar el perjuicio, cuando podía
hacerlo, omite realizar dicha conducta

ART 1711: Acción preventiva. La acción preventiva procede cuando una acción u
omisión antijurídica hace previsible la producción de un daño, su continuación o
agravamiento. No es exigible la concurrencia de ningún factor de atribución.

En el CC existían diversas normas dispersas en el sistema que cumplían una función


preventiva en algunos supuestos específicos, ejemplo, la acción por daño temido
(art. 2499 CC), o la acción negatoria, consideradas las acciones inhibitorias clásicas.
En el ámbito procesal encontramos algunas herramientas que pueden utilizarse con la
intención de prevenir el daño o evitar su agravamiento, como las medidas cautelares
genéricas y las autosatisfactivas. Dichas herramientas, si bien son muy útiles, no
resultan suficientes para hacer efectiva la tutela preventiva en todos los casos. En
efecto, algunas de ellas rigen únicamente en relaciones jurídicas específicas, como
ocurre en el ámbito del derecho del consumo y del ambiente. Otras, si bien pueden
utilizarse con un objetivo preventivo, no fueron confeccionadas con ese fin, como
ocurre en el caso de las medidas cautelares.
La acción preventiva El artículo consagra la tutela inhibitoria genérica, como
instrumento autónomo de las distintas herramientas particulares existentes en el
ordenamiento jurídico hasta la actualidad.
En cuanto a los caracteres de la acción preventiva así consagrada, la disposición
establece que ella procede frente a cualquier acción u omisión antijurídica. Ello, en
concordancia con lo que dispone en cuanto a la ilicitud el art. 1717 del mismo cuerpo
legal, implica que la contradicción entre el accionar y el ordenamiento jurídico debe
apreciarse desde un punto de vista objetivo, es decir, prescindiendo de toda
valoración en cuanto a la reprochabilidad de la conducta del agente que ocasionó el
perjuicio.
En segundo lugar, para que proceda la acción preventiva debe ser previsible la
producción o el agravamiento del daño. Es claro entonces que no será preciso que se
haya efectivizado un daño cierto en la esfera jurídica de la víctima, sino que basta la
amenaza para que resulte procedente la tutela preventiva. Más allá de ello, no es
suficiente para justificar la promoción de la acción inhibitoria el mero creer
subjetivo de la víctima, sino que es preciso que sea causalmente previsible que el
accionar del agente ocasionará un perjuicio a la víctima. Desde el aspecto
probatorio, el demandante deberá aportar elementos ajenos a su mera subjetividad
que permitan tener por acreditado que existe un riesgo cierto de que el daño se
produzca. Por ejemplo, si una persona construye un local bailable sin cumplir con las
normas de insonorización vigentes, fácilmente puede presumirse que el
funcionamiento de dicho comercio afecte a los vecinos colindantes. Las reglas de la
teoría de la causalidad adecuada (lo que resulta previsible según el curso normal y
ordinario de las cosas) constituirán un importante parámetro para apreciar la
probabilidad de que el perjuicio se produzca.
Por último, la norma prevé una particularidad de la acción preventiva que la
diferencia sustancialmente del proceso resarcitorio clásico. En efecto, para la
procedencia de la demanda tendiente a evitar que el daño se produzca no será
preciso que se encuentre configurado un factor de atribución. Es que, en este tipo de
acciones, es muy común que la pretensión se dirija a detener una conducta que aún
no ha comenzado a realizarse, por lo que difícilmente puede evaluarse si el factor de
atribución se encuentra presente.
ART 1712: Legitimación. Están legitimados para reclamar quienes acreditan un
Interés razonable en la prevención del daño.

La norma consagra una legitimación amplia para promover la acción preventiva, pues
establece que puede iniciarla todo aquel que ostente un "interés razonable" en la
prevención del daño.
Más allá de la amplia legitimación activa regulada en la norma, no debe perderse de
vista que es un requisito primordial, no ya de la acción preventiva, sino del proceso
judicial en general, que quien promueva la acción plantee un caso concreto. Esto es
que le interesado deberá demostrar que persigue la determinación del derecho
debatido, y que tiene un interés jurídico suficiente en la resolución de la
controversia. Por ende, en la acción preventiva debe demostrarse que quien acciona
es titular de un derecho subjetivo o un interés legítimo, o que cuenta con
legitimación suficiente para tutelar un interés difuso determinado, como así también
que existe una amenaza cierta de que se produzca un daño ilegítimo.
ART 1713: Sentencia. La sentencia que admite la acción preventiva debe disponer, a
pedido de parte o de oficio, en forma definitiva o provisoria, obligaciones de dar,
hacer o no hacer, según corresponda; debe ponderar los criterios de menor
restricción posible y de medio más idóneo para asegurar la eficacia en la obtención
de la finalidad.

Es claro que la acción preventiva presenta aristas particulares y específicas que la


distinguen del proceso civil y comercial clásico.
La primera nota distintiva que, al respecto, trae el art. 1713 CCyC, es que el juez
podrá actuar de oficio, es decir, podrá apartarse de las pretensiones esbozadas por
las partes, y adoptar la decisión que considere pertinente con el objeto de prevenir
la producción del daño. De esta forma, el Código deja de lado, en lo que se refiere a
la faz preventiva del derecho de daños, el principio de congruencia.
Por otra parte, la norma consagra la posibilidad de que el juez dicte una sentencia
que imponga obligaciones, ya sean de dar, de hacer o de no hacer. Esta expresa
referencia es consecuencia de las características particulares que tiene la sentencia
en la tutela inhibitoria. La acción preventiva se aparta del proceso dispositivo
clásico, y confiere facultades al juez para imponer conductas al agente que no han
existido hasta ese momento o que, incluso, no fueron peticionadas en su
oportunidad.
Por otra parte, el art. 1713 CCyC establece un marco para la actuación del juez,
quien, al dictar la sentencia preventiva, deberá ponderar los criterios de menor
restricción posible, y de medio más idóneo para garantizar la obtención de la
finalidad. Lo que se busca es que el magistrado cuente con amplias facultades para
adoptar la decisión que mejor se adapte a la prevención del daño cuya producción se
teme, de acuerdo a las circunstancias particulares del caso.

ART 1714: Punición excesiva. Si la aplicación de condenaciones pecuniarias


administrativas, penales o civiles respecto de un hecho provoca una punición
Irrazonable o excesiva, el juez debe computarla a los fines de fijar prudencialmente
su monto.
ART 1715: Facultades del juez. En el supuesto previsto en el artículo 1714 el juez
puede dejar sin efecto, total o parcialmente, la medida.

Los artículos 17124 y 1715 se refieren a las facultades del juez de morigerar o,
directamente, eliminar las sanciones que se hayan impuesto al responsable cuando
constituyan una punición excesiva.

Función resarcitoria
ART 1716: Deber de reparar. La violación del deber de no dañar a otro, o el
Incumplimiento de una obligación, da lugar a la reparación del daño causado,
conforme con las disposiciones de este Código.

A diferencia de lo que ocurría en el Código de Vélez Sarsfield, el CCyC unifica las


órbitas de responsabilidad, que se regirán, en principio, por las mismas reglas. Sin
embargo, ello no es óbice a que subsistan algunas diferencias entre el régimen
aplicable al daño que emana del incumplimiento de una obligación preexistente, y el
que se deriva de un hecho ilícito stricto sensu.
 
En nuestro país, hace ya tiempo que existía consenso doctrinal en el sentido de
propiciar una reforma del CC que unificara los dos subsistemas de responsabilidad.
Sin perjuicio de otras varias, las diferencias de regulación más importantes que
subsistían entre las dos órbitas en el código de Vélez eran las siguientes: a) el
resarcimiento se extendía en la responsabilidad extracontractual a las consecuencias
inmediatas y las mediatas, y podía comprender también casuales cuando mediaba
dolo del autor del daño, mientras que el deudor que incumplía una obligación
únicamente debía indemnizar —en principio— las consecuencias "inmediatas y
necesarias" , y las mediatas solo en caso de incumplimiento "malicioso"; b) la acción
para reclamar el resarcimiento en la responsabilidad aquiliana prescribía a los dos
años , mientras que en la esfera contractual se aplicaba —en principio— el término
genérico de diez años.
El CCyC parte del principio opuesto, pues dispone que cualquiera sea la fuente de la
responsabilidad (el incumplimiento de obligaciones, o la violación del deber general
de no dañar) serán aplicables —en principio— las mismas reglas. Como consecuencia
de ello, desaparecen las diferencias antes aludidas:
a). se fija un plazo común de tres años para la prescripción liberatoria de las
acciones de responsabilidad civil (art. 2561, párr. 2, CCyC), cualquiera sea la fuente
del deber de resarcir; y si bien se prevén plazos distintos para supuestos especiales
(arts. 2561, párr. 2 y 3; 2562, incs. b y d, y 2563, inc. c, CCyC), ellos no se fundan en
la naturaleza obligacional o extracontractual de la responsabilidad en esos casos;
b). el deber de resarcir se extiende a las consecuencias inmediatas y mediatas, lo
cual es aplicable tanto en el ámbito aquiliano como en el obligacional —con la
excepción de los contratos paritarios, como se verá—;
c). el curso de los intereses comienza con la producción de cada perjuicio (art. 1748
CCyC), lo que echa por tierra todo debate en cuanto a la forma en que se produce la
mora en ambas órbitas..
Más allá de lo antes dicho, no debe perderse de vista que la unificación de las dos
órbitas no diluye la distinta estructura del contrato —o más ampliamente, del
incumplimiento de obligaciones— respecto del hecho ilícito, sino que se propone,
simplemente, unificar las consecuencias de ambos, sometiéndolos, salvo casos de
excepción, a las mismas reglas.
Es por ello que el CCyC mantiene estas diferencias irreductibles, que derivan de la
distinta naturaleza del hecho generador de responsabilidad en cada una de las
hipótesis.
En primer lugar, mientras que la antijuridicidad es atípica en el ámbito
extracontractual, no sucede lo mismo en la órbita obligacional, pues en este último
caso el perjuicio se produce como consecuencia de la infracción de una obligación
específica, que ligaba al deudor de la ejecución de determinada conducta.
En segundo término, a diferencia de lo que ocurre en la responsabilidad
extracontractual, el incumplimiento de una obligación no solo da lugar a la
reparación del daño causado, sino que también genera el derecho del acreedor a
exigir la ejecución forzada de lo debido, incluso si esa ejecución se logra por
equivalente dinerario (art. 730, inc. c, CCyC). Es claro que se trata de remedios
diferentes, que tiene presupuestos propios: mientras que, para lograr la ejecución
forzada, basta al acreedor con alegar el incumplimiento, para obtener el
resarcimiento de los daños ocasionados es preciso que acredite los presupuestos de la
responsabilidad civil; en especial, la existencia de un daño resarcible.
Asimismo, en la responsabilidad extracontractual la determinación del factor de
atribución depende de las circunstancias del hecho que generó el daño (si
intervinieron cosas viciosas o riesgosas, si fue un hecho propio del agente, etc.), o de
la relación que tiene quien dañó con un tercero (dependiente, hijo menor, etc.). Por
el contrario, en el ámbito obligacional el deber de resarcir nace como consecuencia
de la infracción de una obligación, que es un vínculo específico que constriñe a uno o
algunos sujetos a cumplir cierta conducta en relación a otro u otros, en todos los
casos determinados o determinables. Es por ello que, en este último supuesto, el
factor de atribución depende del alcance del deber de conducta asumido por el
obligado (solo conducta diligente, o un resultado concreto), y de la forma en que, de
hecho, se incumple. Así, cuando lo debido sea un resultado se aplica el art. 1723
CCyC, razón por la cual el incumplimiento se configura por la falta de obtención del
fin perseguido por el acreedor. Por el contrario, si el plan prestacional consiste en
una conducta diligente jugará el art. 1724 CCyC, y la configuración del
incumplimiento —y de la responsabilidad del obligado— requerirá de la presencia de
culpa del solvens.
Por otra parte, si bien el caso fortuito libera siempre de responsabilidad (art. 1730
CCyC), en el campo de las obligaciones ese efecto únicamente se produce si el casus
genera una imposibilidad de cumplimiento objetiva y absoluta (art. 1732 CCyC).
En cuanto a la relación causal, cuando la obligación incumplida surge de un contrato
celebrado paritariamente el CCyC se aparta de la teoría de la causalidad adecuada,
pues dispone que en tal caso el deudor únicamente responde por las consecuencias
que hayan sido previstas o previsibles para las partes (y no para un hombre medio) al
momento en que se celebró el contrato (y no al momento del incumplimiento), con la
salvedad de los casos en que haya actuado con dolo (art. 1728 CCyC).
Por lo demás, el deudor contractual responde siempre en forma directa (art. 1749
CCyC), incluso si el incumplimiento es materializado por un tercero (art. 732 CCyC).
En cambio, en el terreno extracontractual el principal responde indirectamente por
el daño causado por su dependiente (art. 1753 CCyC).
Finalmente, para los casos de pluralidad de responsables el art. 1751 CCyC establece
el principio según el cual todos ellos responden frente a la víctima por el total de la
deuda, ya sea que las obligaciones respectivas sean solidarias o concurrentes. Sin
embargo, en materia de obligaciones el art. 828 CCyC mantiene el principio de la
simple mancomunación, pues expresamente dispone que la solidaridad no se
presume, y debe surgir inequívocamente de la ley o del título constitutivo de la
obligación.

ART 1717: Antijuridicidad. Cualquier acción u omisión que causa un daño a otro es
antijurídica si no está justificada.
El CCyC consagra una antijuridicidad objetiva y material. En consecuencia, cualquier
acción u omisión no justificada que causa un daño será antijurídica, con lo que para
que se configure este presupuesto basta con que se viole el deber general de no
dañar a otro. Es decir que, a diferencia de lo que ocurre en el derecho penal, el
ilícito civil es atípico, porque no es necesario que la ley describa en cada caso con
detalle la conducta prohibida.
Sin embargo, cabe hacer excepción a este principio en el caso de la responsabilidad
obligacional, dado que allí el daño resultará necesariamente del incumplimiento de
una obligación prexistente, que precisa la conducta que el deudor estaba obligado a
ejecutar.
Por otra parte, la antijuridicidad no requiere, en el CCyC, de la concurrencia de un
factor de atribución, porque si bien este último es presupuesto de la responsabilidad
civil, para la prevención del daño basta con la prueba de un hecho dañoso (actual o
inminentemente), sin necesidad de que medie aquel factor (art. 1711 CCyC).
Asimismo, hay que señalar que el principio de la atipicidad del ilícito también rige
para las omisiones, pues el art. 1710 CCyC permite afirmar que toda persona tiene el
deber de actuar para evitar daños cuando la abstención pueda configurar un abuso
del derecho de no actuar, y tal cosa sucederá, por regla, cuando una persona, sin
riesgo de sufrir daños ni pérdidas, puede con su accionar evitar un daño a un tercero.
Finalmente, es preciso aclarar que en ciertas circunstancias excepcionales puede
existir responsabilidad por actos lícitos (responsabilidad del Estado por actividad
legítima; daños causados en estado de necesidad —art. 1718, inc. c, CCyC—, etc.).
ART 1718: Legítima defensa, estado de necesidad y ejercicio regular de un
derecho. Está justificado el hecho que causa un daño:
a- en ejercicio regular de un derecho;
b-en legítima defensa propia o de terceros, por un medio racionalmente
proporcionado, frente a una agresión actual o inminente, ilícita y no provocada; el
tercero que no fue agresor ilegítimo y sufre daños como consecuencia de un hecho
realizado en legítima defensa tiene derecho a obtener una reparación plena; 
c- para evitar un mal, actual o inminente, de otro modo inevitable, que amenaza al
agente o a un tercero, si el peligro no se origina en un hecho suyo; el hecho se halla
justificado únicamente si el mal que se evita es mayor que el que se causa. En este
caso, el damnificado tiene derecho a ser indemnizado en la medida en que el juez lo
considere equitativo.

El ejercicio regular de un derecho: el ejercicio regular de un derecho funciona


como una causa de justificación de los daños que pudieren resultar de él (por
ejemplo, los sufridos por ruidos en inmuebles vecinos que no exceden la normal
tolerancia).
Sin embargo, esta justificación tiene como límite el ejercicio abusivo del derecho. De
acuerdo a lo establecido por el art. 10 CCyC, el derecho debe ser ejercido de
conformidad con los fines del ordenamiento jurídico y los límites impuestos por la
buena fe, la moral y las buenas costumbres. Cuando esos límites se transgreden se
configura el abuso, y el acto —pese a encontrarse formalmente dentro de los límites
del derecho—se torna ilícito.
La legítima defensa, ya sea propia o de terceros. La aplicación de esta causa de
justificación requiere: a) existencia de una agresión ilícita, actual o inminente. Dado
que es ilícito dañar (art. 1717 CCyC), la agresión tendiente a causar daño a quien se
defiende o a un tercero será ilícita en los términos de la norma, salvo que quien
agrede actúe a su vez en ejercicio de una causa de justificación; b) ausencia de
provocación de parte de quien se defiende, o del tercero contra quien se dirige la
agresión; c) empleo de un medio racionalmente proporcionado para defenderse, en
relación con el usado por el atacante (por ejemplo, no actúa en legítima defensa
quien responde con disparos de arma de fuego a un simple empujón propinado por el
agresor). El empleo de medios excesivos impide prevalerse de la causa de
justificación, y convierte en antijurídico el acto dañoso.
Finalmente, la última parte del inciso toma partido en un tema polémico, referido a
los daños causados a terceros por quien actúa en legítima defensa (por ejemplo,
quien al repeler a balazos la agresión de un delincuente hiere a un tercero que
pasaba por el lugar). El texto descarta la postura según la cual en tal caso los daños
causados al tercero también estarían cubiertos por la causa de justificación —lo que
llevaría a que aquel únicamente pudiese reclamar una indemnización de equidad (no
plena)—y se inclina, en cambio, por considerar que la legítima defensa justifica
únicamente los daños que se causan a quien es agresor, mas no los sufridos por
terceros ajenos a ese ataque. En este último caso, el tercero víctima tiene derecho a
obtener una reparación plena.
El estado de necesidad Este supuesto se distingue de la legítima defensa por cuanto
aquí el perjudicado es una persona ajena al hecho. El agente debe encontrarse
frente a una situación de peligro que él no ha contribuido a causar, y que genera la
amenaza, para él o para un tercero, de sufrir un mal (un daño) actual o inminente.
La única posibilidad de evitar ese daño debe ser la producción de otro de menor
entidad; en tal caso, si el agente opta por causar este último perjuicio habrá obrado
en legítima defensa, y su acción no será antijurídica.
Para que resulte de aplicación esta causa de justificación es preciso que el mal que
se ha ocasionado sea menor que el que se evita, razón por la cual no rige la causal si
ambos daños son de igual entidad.
De reunirse esos requisitos, el damnificado tiene derecho a ser indemnizado en la
medida en que el juez lo considere equitativo, lo que puede conducir a que la
reparación no cubra la totalidad del perjuicio realmente sufrido por la víctima. La
justificación de esta solución se encuentra en que en este supuesto nos encontramos
ante un caso de responsabilidad por acto lícito.

ART 1719: Asunción de riesgos. La exposición voluntaria por parte de la víctima a


una situación de peligro no justifica el hecho dañoso ni exime de responsabilidad a
menos que, por las circunstancias del caso, ella pueda calificarse como un hecho del
damnificado que interrumpe total o parcialmente el nexo causal.
Quien voluntariamente se expone a una situación de peligro para salvar la persona o
los bienes de otro tiene derecho, en caso de resultar dañado, a ser indemnizado por
quien creó la situación de peligro, o por el beneficiado por el acto de abnegación. En
este último caso, la reparación procede únicamente en la medida del
enriquecimiento por él obtenido.

El artículo establece con toda claridad que la exposición voluntaria por parte de la
víctima a una situación de peligro no justifica el hecho dañoso, ni exime de
responsabilidad. Así, el ordenamiento impide, entonces, que la supuesta asunción o
aceptación de riesgos por la víctima sea aducida para excusar la responsabilidad del
dañador—o de los responsables indirectos—, o bien para excluir la aplicación de un
factor de atribución objetivo expresamente establecido por la ley.
La única excepción que contempla el artículo se refiere a aquellos supuestos en los
cuales la supuesta "aceptación de riesgos" pueda calificarse como un hecho del
damnificado que interrumpe total o parcialmente el nexo causal. En este caso, la
exoneración no se producirá a nivel de la antijuridicidad (porque la aceptación de
riesgos no es una causal de justificación), sino de la relación causal, y resultará
aplicable el art. 1729 CCyC. Aquí no se trata ya de la mera exposición voluntaria a
una situación de peligro genérico y abstracto, sino de la exposición imprudente a un
peligro concreto, que tiene aptitud para erigirse en causa o concausa adecuada del
perjuicio (por ejemplo, aceptar ser transportado por quien conduce manifiestamente
en estado de ebriedad, o en la caja descubierta de una camioneta).
Cabe aclarar que la exclusión prevista en el art. 1719 CCyC no se aplica a los daños
causados entre jugadores que practican determinados deportes (fútbol, rugby,
boxeo, etc.).
En esos supuestos, hay acuerdo en que los participantes asumen la posibilidad de
sufrir ciertos daños derivados de los riesgos propios del deporte en cuestión, y por tal
razón no se responde por los perjuicios que aparezcan como una contingencia posible
del desarrollo normal del juego (por ejemplo, patada en un pie al disputar por la
pelota durante un partido de fútbol), sino solo de los excesivos o extraordinarios (en
el mismo ejemplo, un puñetazo en la cabeza.
Actos de abnegación o altruismo El segundo párrafo del art. 1719 CCyC se refiere a
los denominados "actos de abnegación o altruismo", es decir, los supuestos en los
cuales la víctima del daño se expone voluntariamente a una situación de peligro para
salvar la persona o los bienes de otro (por ejemplo, quien ingresa en un inmueble
incendiado para rescatar a sus ocupantes, y sufre quemaduras). La previsión tiene el
sentido de excluir la posibilidad de considerar que ese acto pueda constituir un
hecho del damnificado que dé lugar a la ruptura total o parcial del nexo de
causalidad, en los términos del art. 1729 CCyC.
La acción que se promueva en razón de los perjuicios sufridos en esa situación podrá
dirigirse contra quien creó la situación de peligro o contra el beneficiado por el acto
de abnegación. En este último caso, la norma en comentario dispone que la demanda
solo prosperará en la medida del "enriquecimiento" por él obtenido, lo que debe ser
interpretado en un sentido amplio, no limitado exclusivamente a la comparación de
bienes patrimoniales (por ejemplo, quien salva su vida a raíz de un acto de
abnegación ajeno puede considerarse "enriquecido" frente al salvador que, al sacarlo
del inmueble incendiado, sufre importantes quemaduras en su brazo).
ART 1720: Consentimiento del damnificado. Sin perjuicio de disposiciones
especiales, el consentimiento libre e informado del damnificado, en la medida en
que no constituya una cláusula abusiva, libera de la responsabilidad por los daños
derivados de la lesión de bienes disponibles.

Cuando la víctima consiente el daño sufrido, ello constituye una causal de


justificación, y elimina toda nota de antijuridicidad, lo que conduce al rechazo de la
pretensión indemnizatoria promovida por el damnificado. Esto es una consecuencia
directa del principio de autodeterminación o autonomía personal, que permite a
cada persona adoptar en soledad las decisiones que hacen a su vida, con excepción
de aquellas acciones que perjudican a terceros (art. 19 CN). En ejercicio de ese
derecho, la víctima puede —en principio— aceptar voluntariamente ser dañada, y esa
aceptación excluye —también en principio— la antijuridicidad del hecho o la omisión
dañosa.
Si bien el consentimiento de la víctima puede canalizarse por medio de un contrato —
y en tal caso será de aplicación el principio de libertad contractual consagrado en el
art. 958 CCyC—, también es concebible que se preste en materias no contractuales,
por medio de un acto jurídico unilateral (por ejemplo, una persona autoriza a otra a
practicar tiro al blanco contra la pared del fondo de su jardín).
Sin embargo, por tratarse de una excepción a la regla general, no todo
consentimiento del damnificado será suficiente para excluir la responsabilidad del
agente. Ello conduce a analizar sobre qué clases de bienes puede recaer, y cuáles
son los recaudos que debe cumplir dicho consentimiento.
En este sentido, es preciso tener en cuenta que, aun con anterioridad a la
elaboración del CCyC, la doctrina argentina se encontraba conteste en que los
derechos personalísimos, por sus características particulares, solo pueden ser objeto
de la voluntad de la víctima en tanto y en cuanto sean disponibles. Es por ello que la
norma en comentario establece que la lesión debe recaer sobre esta última clase de
bienes. En consecuencia, mientras que nada impide que el damnificado admita que
se produzca un daño a sus bienes patrimoniales, no ocurrirá lo mismo con los bienes
personalísimos, que únicamente podrán encuadrar en esta causa de justificación
cuando sean disponibles, de conformidad con lo dispuesto por el art. 55 CCyC.
Para que exista esta causa de justificación, es preciso que el damnificado haya
prestado un consentimiento libre e informado.
Finalmente, el art. 1720 CCyC excluye, en forma expresa, las cláusulas que impliquen
el consentimiento de la víctima cuando ellas resulten abusivas, por lo que resultan
aplicables las reglas consagradas en los arts. 988 y 989 para los contratos por
adhesión, y las que rigen en el ámbito específico del derecho del consumo (arts.
1119a 1122 CCyC, y art. 37 y ss. de la ley 24.240).
ART 1721: Factores de atribución. La atribución de un daño al responsable puede
basarse en factores objetivos o subjetivos. En ausencia de normativa, el factor de
atribución es la culpa.

El factor de atribución, presupuesto esencial de la responsabilidad, es el fundamento


que la ley toma en consideración para atribuir jurídicamente la obligación de
indemnizar un daño, haciendo recaer su peso sobre quien en justicia corresponde. Es
la razón jurídica por la cual se debe responder.
Mientras que los factores de atribución subjetivos (culpa y dolo) ponen el acento en
el reproche de la conducta del responsable, los factores objetivos prescinden del
análisis valorativo de la conducta, y se centran en elementos objetivos que varían en
cada supuesto (la creación de un riesgo, el análisis de las circunstancias del caso
sobre la base de la equidad, el hecho de haber prometido un resultado, etc.).
Hace tiempo que resulta indiscutible en la teoría de la responsabilidad civil que
existen factores subjetivos y objetivos de atribución.
El art. 1721 CCyC consagra la existencia de ambos tipos de factores de atribución.
El art. 1721 CCyC adopta una posición determinada en cuanto a un aspecto que ha
merecido un arduo debate en la doctrina: si la culpa actúa como norma del cierre del
sistema, o si se trata de un factor de atribución más. La cuestión no es menor, pues,
para la doctrina anterior a la reforma, considerar a la culpa como norma de clausura
impedía aplicar, por la vía analógica, los factores objetivos de atribución a casos
distintos de los expresamente establecidos.
La Comisión de Reforma ha optado por hacer mención a la culpa como pauta
residual, pero ha aclarado expresamente en los Fundamentos del Anteproyecto que
eso no impide aplicar analógicamente los factores objetivos. Así, si nos encontramos,
por ejemplo, ante un supuesto en que interviene una cosa riesgosa o una actividad
peligrosa, nada impide la aplicación de la analogía, porque implica definir un
supuesto de hecho similar al contemplado en el art. 1757 del nuevo cuerpo legal. Por
lo tanto, solamente rige la culpa como factor residual cuando haya una laguna, es
decir, cuando no exista ninguna norma respecto de la cual sea posible
una interpretación por analogía.
ART 1722: Factor objetivo. El factor de atribución es objetivo cuando la culpa del
agente es irrelevante a los efectos de atribuir responsabilidad. En tales casos, el
responsable se libera demostrando la causa ajena, excepto disposición legal en
contrario.

La responsabilidad objetiva se define por contraposición a la subjetiva. Si esta última


se sustenta en la culpabilidad (lato sensu) del agente, la primera prescinde
totalmente de ella y discierne el deber de responder sobre la base de criterios que
varían de un factor a otro (la creación de un riesgo, o la obtención de un provecho a
partir de él, la equidad, etc.), pero que en ningún caso imponen una indagación de la
subjetividad del agente, o un juicio de reproche hacia su conducta. Por eso dice la
norma en comentario que el factor de atribución es objetivo cuando la culpa del
agente es irrelevante para atribuir responsabilidad. A esto cabe añadir que en tales
casos el sindicado como responsable tampoco se exonera probando su falta de culpa
(su diligencia). Es decir, en la responsabilidad objetiva la culpa no es criterio ni de
imputación ni de eximición de responsabilidad.
En cuanto a las eximentes, es frecuente afirmar que si la responsabilidad es objetiva
el demandado se exonera únicamente mediante la prueba de la causa ajena, y así lo
dice también el artículo en análisis. Sin embargo, también en la responsabilidad
subjetiva la fractura del nexo causal exonera de responsabilidad, razón por la cual
esa eximente (que en puridad corresponde a otro elemento de la responsabilidad, la
relación causal) no es propia y exclusiva de los factores objetivos. Por el contrario,
cada factor objetivo de atribución tiene su propia "faz negativa", en el sentido de
que el sindicado como responsable podrá eximirse si demuestra que no se dan las
condiciones exigidas por la ley para que se aplique el factor en cuestión (por
ejemplo, que la cosa que causó el daño no era riesgosa, o fue usada en contra de la
voluntad del dueño o guardián; que no había relación de dependencia, etc.).
ART 1723: Responsabilidad objetiva. Cuando de las circunstancias de la obligación,
o de lo convenido por las partes, surge que el deudor debe obtener un resultado
determinado, su responsabilidad es objetiva.

Para que nazca la responsabilidad por incumplimiento obligacional es un recaudo


ineludible que exista un incumplimiento de la obligación comprometida por el deudor
(arts. 1716 y 1749 CCyC). Una vez acreditado el incumplimiento, y los perjuicios que
guardan relación de causalidad adecuada con aquel, el deudor deberá resarcir el
daño ocasionado, salvo que acredite que la obligación se ha extinguido por alguna
razón, principalmente, por la imposibilidad de cumplimiento objetiva y absoluta, de
conformidad con lo dispuesto por los arts. 955 y 1732 CCyC.
Así las cosas, para determinar que se configuró el mentado incumplimiento debemos
determinar, en primer lugar, qué era lo debido por el solvens, pues el
incumplimiento se define, justamente, por contraposición con lo que el deudor debía
hacer para cumplir.
Ahora bien, según los casos, el deudor puede haberse obligado a más o a menos, a
actuar diligentemente en pos de la obtención de un resultado, pero sin garantizarlo
(obligación de medios), o directamente a alcanzar esa finalidad, y de ese modo
satisfacer el interés del acreedor (obligación de resultado). El incumplimiento se
configura, entonces, de distinta forma en cada uno de los supuestos antes
enunciados. En las obligaciones de medios, al menos en principio, el incumplimiento
del deudor surge del desarrollo negligente del plan de conducta comprometido, por
lo cual debe acreditarse su culpa. Por el contrario, en las de fines es irrelevante si el
deudor cumplió diligentemente o no la obligación: la no obtención del resultado
debido configurará, por sí misma, su incumplimiento.
Esta distinción, ampliamente aceptada por la doctrina y la jurisprudencia nacionales,
se ve ahora reflejada expresamente en el CCyC. No solo en la norma que ahora se
comenta, sino también en la clasificación que realiza el art. 774 CCyC respecto de la
prestación de un servicio, en donde distingue claramente entre los supuestos en que
el deudor se compromete a realizar cierta actividad, con la diligencia apropiada,
independientemente de su éxito (inc. a), de aquellos en los cuales se procura al
acreedor el resultado eficaz comprometido, con o sin independencia de su eficacia
(incs. b y c). También el art. 1768 CCyC dispone que la responsabilidad del
profesional liberal es subjetiva, salvo que haya comprometido un resultado concreto.
Ahora bien, para determinar cuándo nos encontramos ante una obligación de fines o
de medios debemos recurrir a las pautas brindadas por las normas mencionadas en
último término. Si lo "convenido por las partes" y las "circunstancias de la obligación"
permiten advertir que se comprometió un resultado determinado, la diligencia del
deudor será irrelevante a los fines de configurar el incumplimiento (art. 1723 CCyC).
Por el contrario, en las obligaciones de hacer deberá valorarse si el deudor se
comprometió a desarrollar cierta actividad, con la diligencia apropiada (art. 774, inc.
a, CCyC), supuesto en el cual nos encontramos ante una obligación de medios, o le
procuró al deudor cierto resultado concreto, asegurando la eficacia o no del fin
comprometido (art. 774, incs. b y c, CCyC).
Finalmente, es preciso tener en cuenta que la norma en comentario no se refiere a la
carga de la prueba de la culpa del deudor, sino a cuál es el factor de atribución
aplicable en el caso. Para la carga de la prueba rige el principio del art. 1734 CCyC:
el acreedor deberá probar el incumplimiento, lo que en la obligación de medios
equivale a probar la culpa, y en las de resultado, la falta de consecución de este
último. Sin embargo, la carga de la prueba de la culpa podrá ser invertida en ciertos
casos, por aplicación del art. 1735 CCyC.

ART 1724: Factores subjetivos. Son factores subjetivos de atribución la culpa y el


dolo. La culpa consiste en la omisión de la diligencia debida según la naturaleza de la
obligación y las circunstancias de las personas, el tiempo y el lugar. Comprende la
imprudencia, la negligencia y la impericia en el arte o profesión. El dolo se configura
por la producción 
de un daño de manera intencional o con manifiesta indiferencia por los intereses
ajenos.
 
El art. 1724 CCyC se refiere a los factores subjetivos de atribución, la culpa y el dolo.
Respecto de la culpa, mantiene en líneas generales la definición que daba el art. 512
CC, que contaba con una amplia aceptación por parte de la doctrina y la
jurisprudencia. Así, la culpa se define como la omisión de la diligencia que exige la
naturaleza de la obligación, y que corresponda a las circunstancias de las personas,
del tiempo y del lugar.
Asimismo, la culpa puede manifestarse como negligencia, imprudencia o impericia
("formas" de la culpa). La negligencia consiste en no prever lo que era previsible o,
habiéndolo hecho, no adoptar la diligencia necesaria para evitar el daño. La
imprudencia, por su parte, se traduce en una conducta positiva, precipitada o
irreflexiva, que es llevada a cabo sin prever las consecuencias. Finalmente, la
impericia consiste en la incapacidad técnica para el ejercicio de una función
determinada, profesión o arte.
La culpa —a diferencia de lo que ocurre con la relación causal— se aprecia en
concreto, sobre la base de la naturaleza de la obligación, y de las circunstancias de
las personas, del tiempo y del lugar.
En cuanto a la valoración de la conducta del agente (art. 1725 CCyC), el juez deberá
analizar las circunstancias del caso concreto a los efectos de estimar el mayor o
menor deber de previsión, y con estos elementos conformará un tipo abstracto de
comparación, flexible, circunstancial, específico, que represente la conducta con la
que debió actuar quien ocasionó el daño. En síntesis, la culpa se analiza en concreto,
pero utilizando un tipo comparativo abstracto.
Respecto al dolo, corresponde señalar que, mientras el CC se refería únicamente al
dolo directo (es decir, aquel dirigido a causar un daño, art. 1071 CC), el art. 1724
CCyC incorpora también el dolo eventual (la acción no se ejecuta para causar el
daño, pero el autor del hecho desdeña el perjuicio que puede ocasionar), al
referirse, además de la intencionalidad, a la manifiesta indiferencia por los intereses
ajenos.
ART 1725: Valoración de la conducta. Cuanto mayor sea el deber de obrar con
prudencia y pleno conocimiento de las cosas, mayor es la diligencia exigible al
agente y la valoración de la previsibilidad de las consecuencias.
Cuando existe una confianza especial, se debe tener en cuenta la naturaleza del acto
y las condiciones particulares de las partes Para valorar la conducta no se toma en
cuenta la condición especial, o la facultad intelectual de una persona determinada, a
no ser en los contratos que suponen una confianza especial entre las partes. En estos
casos, se estima el grado de responsabilidad, por la condición especial del agente.
En su primer párrafo la norma sienta el principio conforme al cual, cuanto mayor es
la diligencia exigible al agente, mayor será el estándar con el cual se valorará su
conducta. Esta regla es aplicable, principalmente, en los casos de profesionales,
especialistas, técnicos, científicos o cualquiera que haya recibido una educación
superior. Las condiciones personales del agente deben ser tenidas en cuenta a los
efectos de estimar el mayor o menor deber de previsión, con arreglo a lo dispuesto
en este artículo.
El segundo y el tercer párrafo complementan este principio con la regla según la cual
en los contratos no se toma en cuenta la condición especial de las partes, salvo en
aquellos que suponen una confianza especial (mandato, contratos médicos, etc.),
caso en el cual estas condiciones especiales también son tomadas en cuenta —junto
con las demás circunstancias de las personas, el tiempo y el lugar— para elaborar el
parámetro abstracto de comparación que sirve de base al juicio de culpabilidad.
Pese a que una lectura desprevenida podría dar a entender lo contrario, el art. 1725
CCyC se refiere únicamente a la eventual agravación del estándar aplicable a la
valoración de la culpa, y no es aplicable en materia de relación causal. No debe
perderse de vista que la relación causal se aprecia, en todos los casos, en forma
objetiva y abstracta, prescindiendo de la valoración de la conducta del agente, o de
lo que este efectivamente sabía en el caso concreto.
ART 1726: Relación causal. Son reparables las consecuencias dañosas que tienen
nexo adecuado de causalidad con el hecho productor del daño. Excepto disposición
legal en contrario, se indemnizan las consecuencias inmediatas y las mediatas
previsibles.

Al igual que ocurría en vigencia del CC, el nuevo cuerpo legal civil y comercial
adopta la teoría de la causalidad adecuada para determinar el nexo causal entre el
accionar del agente y el daño producido. Asimismo, se mantiene el régimen de las
consecuencias para determinar la extensión del resarcimiento, que se equipara en las
dos órbitas de responsabilidad.
La relación causal es uno de los elementos primordiales de la responsabilidad civil.
Es preciso tener en cuenta que la teoría de la relación causal cumple una doble
función.
En primer lugar, permite determinar la autoría (es decir, quien resulta responsable
de un determinado daño) y, a su vez, cuál es la extensión del resarcimiento (que
consecuencias deben ser resarcidas).
En cuanto a la primera función enunciada, tanto en nuestro país como en el derecho
comparado existen diversas teorías para determinar el nexo causal, y explicar cuándo
un antecedente se eleva a la categoría de causa jurídica de un daño (equivalencia de
las condiciones, causa más próxima, causa eficiente, entre muchas otras). El art.
1726 CCyC toma partido, en este aspecto, por la teoría propugnada por la mayoría de
la doctrina y la jurisprudencia argentinas, la de la causalidad adecuada. Conforme
esta postura, no todas las condiciones necesarias de un resultado son causa de él,
sino solo aquella que, según el curso natural y ordinario de las cosas, es idónea para
producir ese resultado.
Se elabora partiendo de un juicio de probabilidad, es decir, si tal acción u omisión
del presunto responsable era idónea para producir, regular o normalmente, un
resultado.
No basta con que entre ambos extremos (hecho y resultado) medie una relación
causal desde un punto de vista físico, sino que es preciso, además, que el resultado
aparezca como una consecuencia previsible del hecho.
La segunda aplicación de este elemento de la responsabilidad civil, vinculada con la
extensión del resarcimiento, aparece en primer lugar en el art. 1726 CCyC, a cuyo
tenor—a diferencia de lo que ocurría con el CC—, salvo disposición legal en contrario,
la indemnización debe comprender las consecuencias inmediatas y las mediatas
previsibles, tanto en el ámbito contractual como extracontractual.
ART 1727: Tipos de consecuencias. Las consecuencias de un hecho que
acostumbran a suceder según el curso natural y ordinario de las cosas, se llaman en
este Código “consecuencias inmediatas”. Las consecuencias que resultan solamente
de la conexión de un hecho con un acontecimiento distinto, se llaman
“consecuencias mediatas”. Las consecuencias mediatas que no pueden preverse se
llaman “consecuencias casuales”.
El art. 1727 CCyC define los distintos tipos de consecuencias.
En primer lugar, las consecuencias inmediatas son aquellas que surgen,
directamente, como consecuencia del acto mismo, sin que entre este y la
consecuencia medie un hecho distinto. Es cierto que la norma se refiere a las "que
acostumbran suceder conforme el curso natural y ordinario de las cosas", pero esta
última es una característica tanto de las consecuencias inmediatas como de las
mediatas, que guardan relación adecuada de causalidad con el hecho ilícito. Las
consecuencias mediatas, por su parte, son aquellas que resultan solamente de la
conexión de un hecho con un acontecimiento distinto. Finalmente, las consecuencias
mediatas que no pueden preverse son llamadas "casuales". A su respecto no hay
relación causal adecuada, pues entre el hecho originario y el daño se interponen otro
u otros hechos que no son previsibles de acuerdo al curso normal de los
acontecimientos.
ART 1728: Previsibilidad contractual. En los contratos se responde por las
consecuencias que las partes previeron o pudieron haber previsto al momento de su
celebración. Cuando existe dolo del deudor, la responsabilidad se fija tomando en
cuenta estas consecuencias también al momento del incumplimiento.

Conforme a lo dispuesto por los arts. 1726 y 1727 CCyC, la extensión del
resarcimiento se determina recurriendo a la teoría de la causalidad adecuada, esto
es, las consecuencias que eran previsibles (en abstracto) para un hombre medio en
conocimiento de todas las circunstancias del caso (independientemente de si el
agente las conocía de hecho o no), conforme el curso normal y ordinario de los
acontecimientos, al momento de producirse el hecho ilícito.
Sin embargo, dicha regla no resulta extensible a la órbita del contrato, en donde es
preciso tener en cuenta las consecuencias que las partes previeron o pudieron prever
al tiempo de celebrar el contrato. Así, entre la causalidad adecuada y la regla de la
previsibilidad contractual hay diferencias relevantes. En primer lugar, si bien ambas
se fundan en lo que era previsible, la primera toma como parámetro al hombre
"medio" (apreciación en abstracto), mientras que la segunda se centra en lo que las
partes que celebraron el contrato pudieron prever en el caso concreto (apreciación
en concreto). En segundo término, la causalidad adecuada pone al intérprete —a fin
de determinar si era previsible o no determinada consecuencia— en el momento en
que se produjo el hecho ilícito, mientras que, en materia contractual, se toma en
cuenta lo que resultaba previsible para las partes al momento de celebrar el negocio,
y no el del incumplimiento. La distinción que realiza la norma se vincula con que, en
el ámbito contractual, son las partes las que mejor determinan el nivel de riesgos
que quieren aceptar, y el precio que están dispuestas a pagar por ello. Es preciso
tener en cuenta que la limitación enunciada en el art. 1728 CCyC se refiere
únicamente al incumplimiento contractual, por lo que no resulta aplicable a los
daños causados por el incumplimiento de obligaciones no contractuales. Asimismo,
como se señaló expresamente en los Fundamentos del Anteproyecto de Código, la
regla de la previsibilidad contractual no es aplicable a los contratos de consumo,
pues dicha limitación se asienta, justamente, en que las partes han podido negociar
libremente los alcances y características de la relación contractual que las vincula,
situación que no se presenta en el ámbito protectorio del consumidor. En este último
caso regirán las reglas establecidas en los arts. 1726 y 1727 CCyC.
Por último, si el deudor actuó con dolo la previsibilidad se medirá al momento en que
se configura el incumplimiento.
ART 1729: Hecho del damnificado. La responsabilidad puede ser excluida o limitada
por la incidencia del hecho del damnificado en la producción del daño, excepto que
la ley o el contrato dispongan que debe tratarse de su culpa, de su dolo, o de
cualquier otra circunstancia especial.

El hecho de la víctima (expresión que viene a reemplazar a la de "culpa" de la


víctima, empleada tradicionalmente) constituye uno de los tres supuestos englobados
bajo la denominación de "causa ajena". En este caso, la conducta de la víctima ha
sido causa o concausa adecuada del daño, y en esa medida da lugar a la exoneración
del sindicado como responsable, o a la disminución de la indemnización.
El nexo causal entre el hecho ilícito —o el incumplimiento contractual—y el daño es
un elemento primordial de la responsabilidad civil. Sin embargo, el vínculo de
causalidad se interrumpirá cuando el resultado sea consecuencia de una causa ajena.
Los supuestos de causa ajena, que pueden —según los casos— exonerar total o
parcialmente al agente, son el hecho de la víctima, el de un tercero por el cual no se
debe responder y el caso fortuito o fuerza mayor.
El artículo en comentario se refiere al primero de los casos enunciados (hecho de la
víctima), mientras que los subsiguientes tratan, respectivamente, acerca del caso
fortuito o fuerza mayor y el hecho de un tercero.
Hay hecho de la víctima cuando el propio damnificado despliega una conducta que —
de acuerdo al curso normal de los acontecimientos— es apta para producir total o
parcialmente el resultado dañoso. Por ejemplo, el peatón que cruza la calle por
fuera de la línea peatonal, el paciente que no sigue las prescripciones médicas, el
esquiador que sale de la pista y pretende descender por una zona no autorizada, etc.
Puede ocurrir que el accionar de la víctima sea causa exclusiva del resultado,
supuesto en el cual el agente se eximirá totalmente de responsabilidad. Pero
también puede suceder que el accionar del damnificado concurra con el del
sindicado como responsable, caso en el cual la indemnización otorgada deberá
disminuirse en la proporción de participación causal del perjudicado en el hecho
ilícito. Finalmente, también puede suceder que el hecho del damnificado, si bien no
rompe el nexo de causalidad entre el accionar del agente y el resultado (daño-
evento), si sea causa adecuada de alguna consecuencia dañosa (daño-consecuencia)
sufrida por la víctima (por ejemplo, si un motociclista sufre un daño grave en su
cabeza debido a que no circulaba con el casco reglamentario).
Ahora bien, para que el hecho de la víctima desplace totalmente la autoría del
agente y se constituya en causa exclusiva del perjuicio, es preciso que reúna los
caracteres del caso fortuito o fuerza mayor. Es decir, debe tratarse de un hecho
imprevisible o inevitable, y exterior al demandado (art. 1730 CCyC). Ello es así por
cuanto únicamente el casus rompe totalmente el nexo de causalidad entre el hecho y
el perjuicio.
Si el hecho de la víctima no encuadra en un supuesto de caso fortuito o fuerza
mayor, entonces concurrirá con el accionar del sindicado como responsable en la
producción del hecho dañoso. El demandado solo responderá en la medida en que su
hecho haya contribuido causalmente al resultado, pues en la proporción restante el
daño será soportado por el perjudicado, y quedará sin resarcir.
Más allá de ello, el art. 1729 CCyC echa luz sobre una antigua discusión en cuanto a
si es preciso que el hecho de la víctima sea culpable. Al respecto cabe recordar que
un sector de la doctrina argentina postulaba que, para que se configure la eximente,
el hecho debe ser imputable al damnificado y, si no lo es, no excusa la
responsabilidad del demandado, más allá de las consideraciones que quepa realizar
por razones de equidad. La norma en análisis sella toda discusión al respecto, pues
expresamente se refiere al "hecho del damnificado". Así las cosas, para que opere la
interrupción total o parcial del nexo de causalidad basta —en principio— con el
simple hecho de la víctima, sin que sea necesario valorar la subjetividad de la
conducta de este último. Ello es así pues lo relevante a los fines de la interrupción
del nexo causal no es la gravedad del accionar del agente, sino la operatividad causal
de su conducta, que excluye o limita el deber indemnizatorio de terceros. Cabe
recordar, en este sentido, que en materia de vínculo causal lo que importa es
sopesar la relación puramente material entre causa y efecto. Desde este punto de
vista, el accionar de una persona carente de discernimiento (en los términos del art.
261 CCyC) tiene la misma aptitud causal que el de quien obra un acto voluntario.

ART 1730: Caso fortuito. Fuerza mayor. Se considera caso fortuito o fuerza mayor
al hecho que no ha podido ser previsto o que, habiendo sido previsto, no ha podido
ser evitado. El caso fortuito o fuerza mayor exime de responsabilidad, excepto
disposición en contrario.
Este Código emplea los términos "caso fortuito" y "fuerza mayor" como sinónimos.

Hay caso fortuito o de fuerza mayor cuando un hecho imprevisible o inevitable, ajeno
al presunto responsable, viene a constituirse en la verdadera causa adecuada del
daño, y desplaza a la conducta del agente. En tal caso, el sindicado como
responsable se exime totalmente de responsabilidad. De hecho, el hecho de la
víctima y el de un tercero por quien no se debe responder únicamente exoneran si
reúnen las notas tipificantes del caso fortuito.
En ambos supuestos se está haciendo referencia a la misma cosa: un hecho que, por
resultar imprevisible o inevitable, fractura totalmente la cadena causal y se
constituye en la verdadera causa adecuada de los daños sufridos por la víctima. En
tanto se reúnan tales caracteres, poco importa si la eximente es consecuencia de un
hecho de la naturaleza (terremoto, inundación, etc.), o de acciones humanas ajenas
al demandado, y que este no puede impedir (hecho del príncipe, etc.).
El caso fortuito o fuerza mayor presenta como caracteres la imprevisibilidad, la
inevitabilidad y la ajenidad.

ART 1731: Hecho de un tercero. Para eximir de responsabilidad, total o


parcialmente, el hecho de un tercero por quien no se debe responder debe reunir los
caracteres del caso fortuito.
 
El art. 1731 CCyC consagra el hecho de un tercero como eximente en forma general,
esto es, para cualquier supuesto de responsabilidad.
Para que el accionar del tercero actúe como eximente es preciso, a tenor del claro
texto del art. 1731 CCyC, que reúna los caracteres del caso fortuito, esto es, que se
trate de un hecho imprevisible o inevitable para el sindicado como responsable, y
que sea exterior Sobre este último extremo, ha sido objeto de debate si el hecho del
tercero puede eximir parcialmente de responsabilidad al agente.
ART 1732: Imposibilidad de cumplimiento. El deudor de una obligación queda
eximido del cumplimiento, y no es responsable, si la obligación se ha extinguido por
imposibilidad de cumplimiento objetiva y absoluta no imputable al obligado. La
existencia de esa imposibilidad debe apreciarse teniendo en cuenta las exigencias de
la buena fe y la prohibición del ejercicio abusivo de los derechos.

Tanto en materia extracontractual como en la responsabilidad derivada del


incumplimiento de obligaciones el caso fortuito exime de responsabilidad. Sin
embargo, mientras que en el primer caso ese efecto deriva de la ruptura del nexo
causal entre el obrar del sindicado como responsable y el daño (pues la verdadera
causa adecuada del perjuicio viene a ser entonces el caso fortuito), en materia de
obligaciones el casus únicamente libera en tanto y en cuanto genera un obstáculo
insuperable para el cumplimiento de la prestación a cargo del deudor. La
imposibilidad de cumplimiento causada por caso fortuito extingue la obligación (art.
955 CCyC) y, precisamente por esa circunstancia, libera al solvens de responsabilidad
—en tanto no subsiste ninguna obligación incumplida (art. 1732 CCyC) —.
A diferencia de lo que ocurría en el CC, el Código Civil y Comercial se refiere
expresamente a los caracteres que debe reunir la imposibilidad de cumplimiento
para exonerar al deudor.
En primer lugar, es preciso que la imposibilidad sea sobrevenida, esto es, se debe
haber producido luego de celebrado el vínculo obligatorio. Si es anterior o
concomitante, entonces el negocio será nulo por imposibilidad de su objeto (art. 725
CCyC).
Asimismo, la imposibilidad, en primer término, debe ser objetiva, y reviste tal
carácter cuando está constituida por un impedimento inherente a la prestación en sí
y por sí considerada. Por ende, a fin de valorar este recaudo son irrelevantes las
condiciones personales o patrimoniales propias del deudor (por ejemplo,
insolvencia), en la medida en que ellas no se conecten de manera inmediata con la
prestación en sí y por sí considerada.
En segundo término, la imposibilidad debe ser absoluta, es decir, la prestación no
debe poder ser cumplida en modo alguno, y el impedimento no puede ser vencido
por las fuerzas humanas. Por lo tanto, el hecho de que la prestación a su cargo se
haya tornado más onerosa no desliga al solvens de responsabilidad, si bien podría
eventualmente dar lugar a la aplicación de otros remedios, como la teoría de la
imprevisión.
Sin embargo, el artículo en comentario añade que la imposibilidad debe apreciarse
conforme a las exigencias de la buena fe y la prohibición del ejercicio abusivo de los
derechos. Con ello se busca, para casos excepcionales, morigerar el carácter
absoluto de la imposibilidad (por ejemplo, en casos de la llamada "imposibilidad
moral", como en el ejemplo de la cantante cuyo hijo cae gravemente enfermo el día
previsto para la representación, o cuando el cumplimiento requiera de medios
anormales o excepcionales ajenos al programa de prestación, como el caso del reloj
que por negligencia del deudor ha caído al fondo de un lago, y cuya recuperación
precisaría contratar buzos y submarinos).
Asimismo, para que la imposibilidad exima es preciso que no sea imputable a la culpa
del obligado (arts. 955 y 1732 CCyC). Entonces, si la prestación se torna imposible
por negligencia del solvens, la obligación subsiste, y el obligado deberá el valor de la
prestación —que se regirá por las normas referidas a la ejecución forzada—y los
mayores daños ocasionados al acreedor más allá de aquel valor.
Finalmente, cabe señalar que únicamente la imposibilidad definitiva libera
totalmente de responsabilidad. La imposibilidad transitoria únicamente exime al
obligado de la reparación de los daños causados por el retraso, salvo los casos
especiales enunciados por el art. 956 CCyC, al que corresponde remitir en este
punto.
ARTICULO 1733: responsabilidad por caso fortuito o por imposibilidad de
cumplimiento. Aunque ocurra el caso fortuito o la Imposibilidad de cumplimiento, el
deudor es responsable en los siguientes casos:
a. si ha asumido el cumplimiento aunque ocurra un caso fortuito o una imposibilidad;
b. si de una disposición legal resulta que no se libera por caso fortuito o por
imposibilidad de cumplimiento;
c. si está en mora, a no ser que ésta sea indiferente para la producción del caso
fortuito o de la imposibilidad de cumplimiento;
d. si el caso fortuito o la imposibilidad de cumplimiento sobrevienen por su culpa;
e. si el caso fortuito y, en su caso, la imposibilidad de cumplimiento que de él
resulta, constituyen una contingencia propia del riesgo de la cosa o la actividad;
f. si está obligado a restituir como consecuencia de un hecho ilícito.

El artículo en análisis se refiere a determinados supuestos en los cuales, pese a que


se configuran los caracteres del caso fortuito, o de la imposibilidad de cumplimiento
derivada de aquel, el responsable debe afrontar igualmente la indemnización de los
daños ocasionados.

ART 1734: Prueba de los factores de atribución y de las eximentes. Excepto


disposición legal, la carga de la prueba de los factores de atribución y de las
circunstancias eximentes corresponde a quien los alega.

Si bien la cuestión referida a la carga de la prueba se encuentra regida, en principio,


por las normas procesales, el CCyC trae algunas reglas especiales en cuanto a la
prueba de los elementos de responsabilidad, en especial sobre el factor de atribución
(arts. 1734 y 1735 CCyC), la prueba de la relación causal (art. 1736 CCyC), y la
prueba del daño (art. 1744 CCyC).
La norma en estudio pone en cabeza del demandante la prueba del factor de
atribución.
Así, en principio, el actor deberá acreditar, según los casos, la existencia de una
conducta negligente del demandado, la intervención en la producción del daño de
una cosa o actividad riesgosa, etc.
Como lo señala el mismo art. 1734 CCyC, pueden existir disposiciones legales
contrarias a este principio. Con ello, la norma se refiere a los supuestos en que se
presume la culpa del agente, como ocurre en la responsabilidad de los tutores o
curadores (art. 1756 CCyC), o cuando el juez se encuentra facultado para aplicar la
teoría de las cargas probatorias dinámicas, con el alcance que surge de lo dispuesto
en el art. 1735 CCyC, a cuyo comentario cabe remitir.
En el ámbito específico del incumplimiento obligacional, es preciso tener en cuenta
que la prueba del factor de atribución se encuentra subsumida en la del
incumplimiento. En efecto, si nos encontramos ante una obligación de resultado, al
acreedor le bastará con demostrar la no satisfacción de su interés para que aparezca
acreditado el factor de atribución objetivo (art. 1723 CCyC). Por el contrario, en las
obligaciones de medios, en las que lo comprometido es un plan de conducta diligente
a cargo del solvens, para demostrar el incumplimiento el acreedor deberá acreditar
la culpa del deudor, lo que importará probar tanto el factor de atribución
(negligencia) como el incumplimiento.
Finalmente, la norma añade que también la prueba de las eximentes está a cargo de
quien las alegue, por lo que es el demandado quien debe acreditarlas.
ART 1735: Facultades judiciales. No obstante, el juez puede distribuir la carga de la
prueba de la culpa o de haber actuado con la diligencia debida, ponderando cuál de
las partes se halla en mejor situación para aportarla. Si el juez lo considera
pertinente, durante el proceso debe comunicar a las partes que aplicará este
criterio, de modo de permitir a los litigantes ofrecer y producir los elementos de
convicción que hagan a su defensa.

El art. 1734 CCyC —en cuya virtud la carga de la prueba del factor de atribución
recae sobre el actor en el proceso de daños— reconoce una excepción en lo atinente
a la prueba de la culpa del sindicado como responsable, en aquellos casos en que el
juez tenga fundados motivos para considerar que este último está en mejores
condiciones para acreditar su propia diligencia.
Se parte de la idea de que la víctima, muchas veces, se enfrenta a serias dificultades
a la hora de acreditar la culpa del agente (un caso típico está constituido por la
responsabilidad médica). Frente a esas dificultades, ha cobrado gran predicamento
en la jurisprudencia y la doctrina nacionales la teoría denominada "de las cargas
probatorias dinámicas", que permitiría, en ciertos casos, invertir la carga de la
prueba de determinados hechos.
De acuerdo a esa doctrina, la carga de la prueba de un hecho debe ser puesta en
cabeza de quien se encuentre en mejores condiciones de producirla. Por eso sería
"dinámica", pues no dependería de reglas rígidas que la distribuyan de antemano,
sino que podría ser modulada por el juez según quién pueda producir más fácilmente
la prueba en cada caso.

ART 1736: Prueba de la relación de causalidad. La carga de la prueba de la relación


de causalidad corresponde a quien la alega, excepto que la ley la Impute o la
presuma. La carga de la prueba de la causa ajena, o de la Imposibilidad de
cumplimiento, recae sobre quien la Invoca.

Como regla general, en el proceso de daños es la víctima quien invoca la relación


causal entre el daño y el hecho atribuido al autor y, por ende, recae sobre ella la
prueba de dicho elemento, conforme a la regla establecida en el art. 1736 CCyC.
El actor en el proceso de daños deberá, entonces, probar la relación de causalidad
material o fáctica (es decir, que entre el hecho del agente y el daño puede
predicarse la existencia de causalidad desde el punto de vista físico), y además que
ese nexo así establecido es adecuado (causalidad jurídica), porque el resultado suele
derivarse del hecho ilícito según la experiencia de vida, lo que importa tanto como
afirmar que ese resultado era previsible. Si se está ante un incumplimiento
contractual (pero no de obligaciones no contractuales), la prueba de la causalidad
adecuada se ve desplazada por la de que las partes previeron o pudieron haber
previsto dicha consecuencia al momento de celebración del negocio (art. 1728
CCyC).
Por otra parte, la regla sentada por el artículo en comentario cede frente a la
existencia de presunciones de causalidad material (caso de los arts. 1760 y 1761
CCyC, que presumen iuris tantum la autoría de todos los integrantes del grupo del
cual provino el daño causado por un autor anónimo) o de adecuación causal (arts.
1757 y 1758 CCyC, pues en los daños causados por cosas o actividades riesgosas la
víctima únicamente debe acreditar el contacto material entre la cosa o la actividad y
el daño, y queda a cargo del demandado probar la causa ajena).
Por último, y en cuanto a la prueba de los eximentes, la norma establece que se
encuentra a cargo de quien los alega, de forma tal que la prueba de la ruptura del
nexo causal recaerá sobre el agente, y la de la imposibilidad de cumplimiento —
propia del ámbito obligacional—, en el deudor incumplidor.

DAÑO RESARCIBLE
ART 1737: Concepto de daño. Hay daño cuando se lesiona un derecho o un interés
no reprobado por el ordenamiento jurídico, que tenga por objeto la persona, el
patrimonio, o un derecho de incidencia colectiva.

El art. 1737 CCyC establece qué debe entenderse como daño jurídico, y adopta una
definición explícita del daño resarcible. Asimismo, menciona algunos de los bienes
que pueden verse afectados por el hecho ilícito, esto es, respecto del daño desde el
punto de vista fáctico o naturalístico. Al respecto es preciso recordar que el daño,
apreciado desde un punto de vista material, consiste en la lesión que recae sobre un
bien y es distinto del perjuicio desde un punto de vista jurídico. Es el daño fáctico
que resulta indispensable para la construcción del hecho idóneo en que se funda la
responsabilidad, y que debe diferenciarse —como queda dicho— del daño jurídico, en
cuanto objeto del resarcimiento. La afectación del bien (en la enunciación del
artículo, la persona, el patrimonio, o un derecho de incidencia colectiva), que causa
la lesión de los intereses que un sujeto de derecho tiene sobre él, presupone la lesión
a cosas, derechos, bienes inmateriales con valor económico; pero también puede
tratarse del proyecto existencial, la intimidad, el honor, etc., que constituyen para
el derecho objetos de satisfacción no patrimoniales.
El daño jurídico, por el contrario, consiste en la lesión de un interés lícito,
patrimonial o extrapatrimonial (daño jurídico lato sensü), que produce consecuencias
en el espíritu o en el patrimonio (daño jurídico stricto sensu). La mención al interés
lesionado se realiza en la norma en comentario, mientras que la de las consecuencias
derivadas de él (que son propiamente lo que se resarce) resulta de los arts. 1738 y
1741 CCyC.
De este modo, el Código adopta una postura acorde con el centro neurálgico del
nuevo sistema de derecho privado, que es la tutela de la persona humana. En efecto,
señala que el perjuicio en sentido jurídico —no fáctico— es la lesión a un interés no
reprobado por el ordenamiento jurídico. El interés es el valor relativo que un bien
determinado tiene para un sujeto. De esta forma, el perjuicio debe entenderse desde
el ángulo del individuo, de manera tal que si existen diversos damnificados pueden
existir diversos intereses para cada uno de ellos. Es la posibilidad de que una o varias
personas puedan ver satisfechas sus necesidades mediante un bien o bienes
determinados. El bien afectado (daño fáctico) es el objeto que permite satisfacer
una necesidad, mientras que el interés (cuya privación constituye el daño jurídico
lato sensu) es la posibilidad que tiene el individuo de ver satisfecha la necesidad que
le proporciona el bien en cuestión. Finalmente, las consecuencias derivadas de la
lesión del interés, que necesariamente tienen la misma naturaleza (patrimonial o
extrapatrimonial) que este último, constituyen el daño resarcible propiamente dicho.
Para describir el ámbito de cada uno de estos dos conceptos a través de un ejemplo,
basta con imaginar un accidente de tránsito en el cual una persona sufre lesiones de
gravedad en su integridad física. En este supuesto el perjuicio resarcible no es la
lesión que padeció, sino las consecuencias derivadas de la afectación de los intereses
que respecto de su integridad física tenía la víctima. Así, serán reparables:
a. los gastos de atención y tratamiento médico en que tuvo que incurrir
(consecuencias patrimoniales que configuran un daño emergente); b. la incapacidad
sobreviniente (entendida como la pérdida de valores económicos futuros producto de
la disminución de las aptitudes de la víctima para realizar tareas económicamente
mensurables) y las ganancias que se vio privada de obtener por las curaciones a las
que fue sometida (consecuencias patrimoniales que configuran un lucro cesante); y
C. la afectación de su integridad espiritual como consecuencia del hecho ilícito
(consecuencias extrapatrimoniales que constituyen un daño moral).
Todas ellas son consecuencia, como se aprecia a primera vista, de la lesión que
recayó sobre el mismo bien jurídico: la integridad física del damnificado que, a la
postre, no constituye un daño jurídico.
Finalmente, cabe señalar que la norma en comentario se refiere a todo interés "no
reprobado por el ordenamiento jurídico". Como lógico corolario de ello, no es preciso
que el interés en cuestión se encuentre admitido expresamente por el ordenamiento
jurídico (derecho subjetivo), sino que también serán resarcibles las consecuencias
que surgen de la afectación de un interés legítimo o simple (por ejemplo, daño
patrimonial sufrido por el guardador de hecho de un menor como consecuencia de la
muerte de este, etc.).

ART 1738: Indemnización. La indemnización comprende la pérdida o disminución


del patrimonio de la víctima, el lucro cesante en el beneficio económico esperado de
acuerdo a la probabilidad objetiva de su obtención y la pérdida de chances. Incluye
especialmente las consecuencias de la violación de los derechos personalísimos de la
víctima, de su integridad personal, su salud psicofísica, sus afecciones espirituales
legítimas y las que resultan de la interferencia en su proyecto de vida.

Previo a ingresar en el análisis particular de la norma en comentario es preciso


recordar que, si bien el daño resarcible lato sensu es la afectación de un interés
lícito, no puede perderse de vista que existe una homogeneidad entre la sustancia
del daño y su efecto o secuela. En efecto, si el interés afectado es patrimonial, la
consecuencia es entonces de la misma índole, y si el interés vulnerado es moral, la
consecuencia, por lo tanto, también lo ha de ser. Entonces, el daño jurídico debe ser
entendido como la ofensa a un interés ajeno lícito, que provoca consecuencias (o
alteraciones) desfavorables en el patrimonio o en el espíritu.
Esta última postura es la que ha adoptado el CCyC. En efecto, mientras que el art.
1737 CCyC define al daño jurídico como la lesión a un derecho o a un interés no
reprobado por el ordenamiento jurídico, el art. 1738 CCyC menciona al daño
emergente y al lucro cesante —esto es, las consecuencias resarcibles desde el punto
de vista patrimonial—, y también a las consecuencias de la lesión de los derechos
personalísimos de la víctima, que en puridad pueden ser tanto patrimoniales como
extrapatrimoniales. Por su parte, el art. 1741 CCyC—a cuyo comentario cabe remitir
— regula la indemnización de las consecuencias no patrimoniales.
Es claro entonces que el nuevo Código sigue manteniendo la clasificación dual del
daño, que lo divide en patrimonial (o material) y moral (o extrapatrimonial), y no
admite ninguna otra categoría (lo cual, por otra parte, violaría el principio lógico de
tercero excluido, pues lo que no es patrimonial es extrapatrimonial, y viceversa). La
mención a la salud psicofísica, las afecciones espirituales legítimas y las que resultan
de la interferencia en el proyecto de vida no implica entonces postular la existencia
de "nuevos daños" (porque todas esas son descripciones de posibles formas de
nocividad desde el punto de vista del bien sobre el que recae la lesión, es decir, en
sentido fáctico o "naturalístico", no jurídico), sino enfatizar que la tutela se centra
en la persona, y que la violación de sus derechos personalísimos dará lugar a la
reparación de las consecuencias patrimoniales o extrapatrimoniales que de ella
resulten.
El daño emergente La norma en comentario se refiere en primer lugar al daño
emergente, que puede producirse tanto por la destrucción, deterioro o privación del
uso o goce de bienes materiales como por los gastos que, en razón del evento
dañoso, la víctima ha debido realizar. En ambos casos se produce un detrimento o
disminución del patrimonio del damnificado como consecuencia del hecho que se
analiza. Es preciso tener en cuenta, sin embargo, que cuando se resarce el daño
emergente no se está indemnizando el valor del bien comprometido, sino el interés
que aquel satisfacía en la esfera patrimonial del damnificado, que puede o no
coincidir con el valor objetivo del bien en sí mismo. Entre otros, se encuentran
comprendidos en el daño emergente los gastos de reparación o reposición de las
cosas menoscabadas como consecuencia del acto ilícito, los gastos médicos,
farmacéuticos y de transporte (a los cuales alude expresamente el art. 1746 CCyC),
los gastos de tratamiento psicológico, etc.
El lucro cesante El art. 1738 CCyC se refiere también al lucro cesante, es decir, a la
privación o frustración de un enriquecimiento patrimonial de la víctima. Este ítem se
presenta cuando el hecho ilícito impide al damnificado obtener ciertos lucros o
ganancias que se traducirían en un enriquecimiento económico. Es el cercenamiento
de utilidades o beneficios materiales susceptibles de apreciación pecuniaria, es
decir, de algún enriquecimiento valorable desde una óptica económica. El art. 1738
CCyC requiere, para que proceda el resarcimiento, que exista una probabilidad
objetiva de obtención del beneficio económico. Alude, en definitiva, a la
certidumbre que debe presentar el lucro cesante para ser resarcible. No se trata de
una cuestión sencilla pues, por definición, el daño se encuentra constituido por la
privación de una ganancia que no se obtuvo, es decir, por un hecho que no ocurrió ni
va a suceder. Por ende, para probar la certeza del lucro cesante solo es factible
recurrir a la vía presuncional, pero eso no implica que el lucro cesante sea un daño
presunto. Por el contrario, es necesario que la víctima aporte indicios precisos,
graves y concordantes, que permitan presumir la existencia del perjuicio cuyo
resarcimiento se persigue. A esto alude la norma en estudio cuando requiere que
exista una "probabilidad objetiva" de obtener el beneficio.
Dentro de los diversos rubros que pueden quedar comprendidos en el ámbito del
lucro cesante tiene especial trascendencia la incapacidad sobreviniente, que puede
definirse como la inhabilidad o impedimento, o bien la dificultad, apreciable en
algún grado, para el ejercicio de las funciones vitales. Así, la incapacidad
sobreviniente no es la lesión a la integridad física de la persona, que no tiene un
valor económico en sí misma, sino el daño patrimonial consistente en la pérdida de
utilidades futuras, o de la posibilidad de realizar tareas económicamente
mensurables, en función de lo que la persona puede o no producir haciendo uso de
dicha integridad. El CCyC se refiere a este rubro específicamente en el art. 1746.
La pérdida de chance Finalmente, el artículo en análisis se refiere al daño por
pérdida de chance, concepto que, si bien gozaba de un amplio predicamento por
parte de la doctrina y la jurisprudencia, no había sido consagrado normativamente.
Se trata de un perjuicio autónomo, que surge cuando lo afectado por el hecho ilícito
es la frustración de la posibilidad actual y cierta con que cuenta la víctima de que un
acontecimiento futuro se produzca o no se produzca, sin que pueda saberse con
certeza si, de no haberse producido el hecho dañoso, ese resultado esperado o
temido habría efectivamente ocurrido.
Ahora bien, a diferencia de lo que ocurre con los conceptos antes enunciados (daño
emergente y lucro cesante), la pérdida de chance es un daño "fáctico" o
"naturalístico", y no una consecuencia resarcible. Es decir, es el menoscabo material,
la privación de un bien (la chance) del cual se extraen las consecuencias resarcibles,
que pueden ser, por ende, tanto de naturaleza patrimonial como extrapatrimonial.
Por ejemplo, si un paciente fallece a causa de la falta de atención en debido tiempo
y forma de la patología que lo afecta —producto de la cual el enfermo únicamente
tenía posibilidades de sobrevivir—, las consecuencias resarcibles a favor de su
cónyuge e hijos por la omisión en que incurrieron los galenos que lo atendieron
surgen de la pérdida de chance de la víctima de obtener su curación. Respecto de los
damnificados indirectos, esa chance satisfacía tanto intereses patrimoniales (seguir
recibiendo aportes económicos de la víctima directa) como espirituales (sobrevida de
su padre y esposo), razón por la cual la privación de aquel porcentaje de
posibilidades produce consecuencias resarcibles en ambas esferas. La valuación de
esos perjuicios se practicará, entonces, mediante un procedimiento consistente en
calcular el "resultado final" (daños morales y patrimoniales que la muerte causa a los
damnificados indirectos, pero que no son resarcibles en tanto tales) y afectar ese
valor al porcentaje de chances (en el ejemplo, de sobrevida) con el que contaba el
damnificado directo.
La afectación de los derechos personalísimos de la víctima En su segunda parte el
art. 1738 CCyC pone el énfasis en el resarcimiento de las consecuencias que emanan
de la afectación de determinados bienes jurídicos que merecen especial tutela, es
decir, los derechos personalísimos de la víctima. El texto menciona la integridad
personal, la salud psicofísica, las afecciones espirituales legítimas, y las que resultan
de la interferencia en el proyecto de vida.
Como ya se ha dicho, todos estos constituyen daños desde un punto de vista fáctico
(no jurídico), y es por ello que el art. 1738 CCyC se refiere expresamente a que lo
resarcible son las consecuencias (patrimoniales o extrapatrimoniales) de su
afectación. La mención de esos derechos personalísimo no tiene, entonces, el
propósito de abrir la puerta a supuestos "nuevos daños" (como el llamado "daño al
proyecto de vida", que carece de autonomía), sino simplemente el de ratificar la
tutela preferente que el nuevo Código otorga a la persona humana.
ART 1739: Requisitos. Para la procedencia de la indemnización debe existir un
perjuicio directo o indirecto, actual o futuro, cierto y subsistente. La pérdida de
chance es indemnizable en la medida en que su contingencia sea razonable y guarde
una adecuada relación de causalidad con el hecho generador.
La norma en estudio se refiere a tres cuestiones que merecen un tratamiento
independiente. En primer lugar, menciona dos de los requisitos del daño resarcible
(certeza y subsistencia), y sugiere un tercero (la personalidad del daño), mientras
que el restante (la afectación de intereses no prohibidos por el ordenamiento) se
encuentra mencionado en el art. 1737 CCyC. En segundo término, se refiere a
algunas de las clasificaciones posibles del daño —que se conectan, de todos modos,
con los mencionados requisitos—. Finalmente, regula los caracteres que debe reunir
el daño por pérdida de chance para que proceda el resarcimiento.
La certeza del daño El principal presupuesto para que el daño sea resarcible es que
sea cierto, es decir, que exista realmente y no se trate de un perjuicio meramente
eventual o hipotético. Así, el simple peligro o la sola amenaza o perspectiva de daño
—que puede eventualmente dar lugar a la tutela preventiva— no es suficiente para
tornarlo indemnizable. Tanto es así que, si se indemnizara un perjuicio incierto y,
finalmente, este no llegara a consumarse, existiría un enriquecimiento sin causa por
parte de la víctima.
La subsistencia del daño Para que sea resarcible, el perjuicio debe subsistir al
momento de dictarse la sentencia, pues nadie puede reclamar la reparación de un
daño que ya ha sido resarcido. Si el propio responsable es quien ha indemnizado el
daño, su obligación queda extinguida por pago, o por alguno de los otros modos de
extinción previstos en el ordenamiento jurídico. Si lo reparó un tercero (por ejemplo,
compañía de seguros), la deuda de responsabilidad subsiste —en principio— respecto
de este. Si, finalmente, el bien menoscabado (daño fáctico, pero no jurídico) es
reparado por la víctima, entonces el perjuicio subsiste en su patrimonio, y debe ser
resarcido.
La personalidad del daño El perjuicio, para ser resarcible, debe ser personal de
quien reclama su indemnización.
Esto implica que únicamente la persona que sufrió el daño (aquella cuyos intereses
fueron lesionados mediante el hecho lesivo) puede requerir su reparación, y resulta
inadmisible reclamar a nombre propio la reparación de daños ocasionados a terceros.
Este presupuesto no se encuentra mencionado expresamente en la norma en análisis,
pero —además de resultar evidente—se infiere de la referencia que ella realiza a la
reparación del perjuicio "directo o indirecto". Tanto si quien reclama la reparación es
la víctima del hecho ilícito (damnificado directo) como si se trata de un tercero que
ve lesionado un interés propio como consecuencia de aquel (damnificado indirecto)
la pretensión resarcitoria se refiere a la vulneración de intereses propios o personales
de quien demanda, lo que excluye implícitamente el supuesto inverso.
La afectación de intereses no reprobados por el ordenamiento jurídico Si bien no
es menester que el hecho lesivo conculque un derecho subjetivo de la víctima, se
requiere al menos que el interés vulnerado sea lícito, es decir, no reprobado por el
ordenamiento jurídico (art. 1737 CCyC). Por ese motivo, no es reparable, por
ejemplo, el lucro cesante sufrido por quien a raíz del hecho se vio privado de
ganancias derivadas de una actividad ilícita, o que no contaba con la habilitación
normativamente exigida.
Clasificaciones del daño previstas Daño directo o indirecto Si bien esta clasificación
puede tener distintas acepciones, consideramos que la norma parte del punto de
vista de quienes son los legitimados activos para reclamar el resarcimiento del
perjuicio que se les ha ocasionado. En consecuencia, es daño directo el que padece
la víctima que sufrió el daño "fáctico" (el sujeto pasivo del hecho ilícito), mientras
que es daño indirecto el que sufre otra persona de rebote, es decir, en aquellos casos
en que el hecho ilícito lesiona intereses de terceros que, sin embargo, no han sido
sujetos pasivos de él.
En los dos casos el daño es resarcible, con la excepción de lo dispuesto en el art.
1741 CCyC para el daño moral, donde la ley opera una restricción de la legitimación
activa.
Actual o futuro El art. 1739 CCyC establece expresamente que es reparable tanto el
daño actual como el futuro. El primero es aquel que, cronológicamente, ya se ha
producido al momento del dictado de la sentencia, mientras que el daño futuro es el
que todavía no se ha producido, pero que ciertamente ocurrirá luego de la decisión
judicial (por ejemplo, si como consecuencia del hecho es ineludible efectuar gastos
de tratamiento futuro).
Los presupuestos de la reparación de la pérdida de chance En su segunda parte la
norma se refiere específicamente a los recaudos que debe reunir la pérdida de
chance para ser resarcible. En este sentido, establece que este tipo de daño debe
guardar una relación adecuada de causalidad con el hecho ilícito. Esa previsión
despeja todo tipo de duda en cuanto a que el daño por pérdida de chance no
constituye una herramienta auxiliar para despejar la incertidumbre respecto del nexo
causal. Por el contrario, para que las consecuencias de este daño fáctico sean
resarcibles es preciso que exista una relación de causalidad adecuada entre el actuar
del agente y la pérdida de la oportunidad.
Es que, en el caso del daño por pérdida de chance, no existe relación causal entre el
hecho ilícito y el suceso (resultado final) que, en definitiva, se produce (por ejemplo,
muerte del paciente). Por el contrario, este resultado bien podría haber ocurrido, o
—según los casos— haberse evitado, si el hecho ilícito no hubiera tenido lugar. Sin
embargo, sí debe existir una relación de causalidad adecuada entre el actuar del
sindicado como responsable y la pérdida de la oportunidad en sí misma, es decir que
la víctima debe estar en una situación en donde únicamente tiene un porcentaje de
chances de evitar la producción del resultado final (por ejemplo, chances de
sobrevida), y el hecho ilícito debe hacerle perder esas chances (es, por ejemplo, el
caso del médico que por impericia omite detectar a tiempo una dolencia cuyo
tratamiento oportuno logra en cierto porcentaje de casos evitar la muerte).
Por otra parte, el artículo establece que el daño por pérdida de chance es
indemnizable "... en la medida en que su contingencia sea razonable". Este apartado
de la norma en estudio se vincula con el hecho de que, para que las consecuencias
que se derivan de este tipo de daño sean resarcibles —y como ocurre con todo tipo
de daño—, la pérdida de la oportunidad debe constituir un daño cierto. Lo que
sucede es que, en la pérdida de chance, la certeza adquiere aristas particulares. En
efecto, en todos los casos en que se encuentra involucrada la pérdida de una chance,
la víctima solo contaba con una posibilidad o probabilidad de ver finalmente
obtenida la ganancia o evitado el perjuicio.
La principal característica de este tipo de daño, entonces, es justamente que lo
único que existe es una posibilidad, pero no una certeza sobre la obtención del
resultado perseguido por el damnificado. El eventual beneficio que espera la víctima
puede o no ocurrir y, en definitiva, nunca se sabrá si se habría producido de no
mediar el evento dañoso.
Pero la incertidumbre respecto de este eventual resultado no afecta la certeza de la
chance, que se verifica a través de la comprobación de la existencia de una
oportunidad que, por el accionar del agente, se ha visto perdida. Por el contrario, si
la posibilidad no existe (por ejemplo, si la enfermedad era fatal y el paciente no
contaba con la posibilidad de curarse), entonces el daño por pérdida de chance es
hipotético o eventual y, por ende, no resarcible, de conformidad con lo establecido
por la norma en comentario.
Por consiguiente, debe entenderse que la razonabilidad de la contingencia de la
chance perdida no se refiere a que ella sea estadísticamente importante, sino a que
efectivamente haya existido una posibilidad de evitar el perjuicio u obtener una
ganancia. Demostrada la existencia de esa chance, procede su resarcimiento aunque
ella hubiera sido numéricamente poco significativa (por ejemplo, chance de curación
o mejoría del 5%).
ART 1740: Reparación plena. La reparación del daño debe ser plena. Consiste en la
restitución de la situación del damnificado al estado anterior al hecho dañoso, sea
por el pago en dinero o en especie. La víctima puede optar por el reintegro
específico, excepto que sea parcial o totalmente imposible, excesivamente oneroso o
abusivo, en cuyo caso se debe fijar en dinero. En el caso de daños derivados de la
lesión del honor, la intimidad o la identidad personal, el juez puede, a pedido de
parte, ordenar la publicación de la sentencia, o de sus partes pertinentes, a costa del
responsable.

El principio de reparación integral Como es sabido, este principio tiene raigambre


constitucional, y se deduce del principio alterum non laedere, que a su vez resulta
de una interpretación a contrarío sensu del art. 19 CN, a cuyo tenor las acciones que
no perjudiquen a terceros están exentas de la autoridad de los magistrados. La
reparación plena o integral es uno de los pilares fundamentales sobre los que se erige
nuestro sistema de responsabilidad por daños, y supone la necesidad de una
razonable equivalencia jurídica entre el daño y su reparación. Por eso, cuando
alguien ha sufrido un perjuicio, ya sea este patrimonial o moral, debe percibir una
indemnización que le permita que el estado de cosas actual sea razonablemente
coincidente con el estado en que se encontraba antes de sufrir el daño. Lo que se
persigue, entonces, es suprimir los efectos nocivos del suceso dañoso, de la manera
más completa posible. Sin embargo, decir que debe indemnizarse todo el daño
ocasionado no implica que todo perjuicio sea resarcible, sino que solo lo es el
admitido por el ordenamiento jurídico. Se trata, entonces, de la plenitud jurídica de
la indemnización (derecho a ser reparado en toda la extensión establecida por la
ley). Por ejemplo, las consecuencias no previstas por las partes al momento de
contratar pueden, desde un punto de vista material, generar una disminución del
patrimonio de la víctima, pero no serán resarcibles, pues exceden el límite impuesto
por el art. 1741 CCyC.
La reparación en especie o por equivalente dinerario La norma establece que la
reparación consiste en la restitución de las cosas al estado en que se encontraban
con anterioridad al hecho ilícito. El resarcimiento tiende entonces a borrar los
efectos del acto dañoso, de modo que todo suceda como si el hecho ilícito nunca
hubiera tenido lugar.
Ahora bien, dicha reparación puede tener lugar en especie o por equivalente
dinerario. La primera de ellas implica, justamente, volver las costas materialmente
al estado que tenían con anterioridad al hecho ilícito (por ejemplo, reparación de los
deterioros causados en una cosa de propiedad del damnificado). Por el contrario, la
reparación por equivalente se configura cuando el responsable paga a la víctima una
suma de dinero que tiene por función recomponer su patrimonio y compensar el
perjuicio extrapatrimonial que sufrió.
En este último caso, la indemnización debe ser equivalente a los valores
patrimoniales menoscabados (consecuencias con repercusión en el patrimonio), pero
es imposible establecer una equivalencia exacta en lo que atañe al daño moral; en
ese último supuesto, el dinero es una forma de procurar a la víctima satisfacciones
sustitutivas que compensen las consecuencias espirituales del hecho ilícito (art.
1741, in fine, CCyC). Finalmente, también es concebible que la reparación tenga
lugar parcialmente en especie, y otra parte en dinero.
El CCyC prevé que la víctima puede optar por una u otra vía, es decir, por la
restitución de las cosas a su estado anterior, o por una indemnización en dinero. Pero
la primera opción no será de aplicación cuando la reparación in natura se haya vuelto
imposible (por ejemplo, porque se trata de lesiones sufridas por la víctima en su
integridad física o moral), o cuando resulte excesivamente oneroso o abusivo.
La publicación de la sentencia El art. 1740 CCyC dispone que, en los casos en que el
hecho ilícito haya afectado el honor, la intimidad o la identidad personal, el juez
podrá ordenar la publicación de la sentencia, o de sus partes pertinentes, a costa del
responsable. Esta enunciación no tiene el sentido de constituir un numerus clausus,
por lo que también podría resultar procedente la publicación de la sentencia frente a
la lesión de otros derechos personalísimos, tales como los datos personales, la voz o
la imagen.
Se trata de una condena accesoria de la indemnización, que podrá computarse como
una reparación parcial en especie. Es decir, el magistrado ordenará la publicación de
la sentencia y el resarcimiento en dinero de la porción restante del daño.
Finalmente, la publicación de la sentencia se encuentra supeditada a un pedido
expreso del damnificado, por lo el juez no puede disponerla de oficio.
ART 1741: Indemnización de las consecuencias no patrimoniales. Está legitimado
para reclamar la indemnización de las consecuencias no patrimoniales el damnificado
directo. Si del hecho resulta su muerte o sufre gran discapacidad también tienen
legitimación a título personal, según las circunstancias, los ascendientes, los
descendientes, el cónyuge y quienes convivían con aquél recibiendo trato familiar
ostensible.
La acción sólo se transmite a los sucesores universales del legitimado si es
interpuesta por éste.
El monto de la Indemnización debe fijarse ponderando las satisfacciones sustitutivas
y compensatorias que pueden procurar las sumas reconocidas.

De conformidad con la definición de daño jurídico que emana del art. 1738 CCyC,
puede definirse al daño moral (denominado en este artículo "consecuencias no
patrimoniales") como la lesión de un interés no patrimonial de la víctima que produce
consecuencias de la misma índole. La consecuencia resarcible, en estos casos,
consiste en una modificación disvaliosa del espíritu, en el desenvolvimiento de su
capacidad de entender, querer o sentir, que se traduce en un modo de estar
diferente de aquel en el que se hallaba antes del hecho, como consecuencia de este
y anímicamente perjudicial.
El CCyC, coherentemente con el principio de unidad de la responsabilidad civil, trata
al daño moral de manera unificada, que es aplicable por igual a la responsabilidad
surgida del incumplimiento de obligaciones o de hechos ilícitos extracontractuales
(art. 1716 CCyC).
El CCyC amplía la legitimación activa para reclamar el daño moral. En ese sentido,
continúa manteniendo el principio según el cual únicamente puede reclamar daño
moral el damnificado directo (con lo cual se restringe en este caso la legitimación
que surge del art. 1739 CCyC—a cuyo comentario cabe remitir en lo que atañe a la
definición de ambas clases de legitimados—, que abarca a las víctimas directas e
indirectas y que, por consiguiente, queda limitada al ámbito del daño patrimonial),
pero establece que los damnificados indirectos pueden reclamar también la
reparación del perjuicio extrapatrimonial en los supuestos en que la víctima directa,
como consecuencia del hecho, muera o sufra una "gran discapacidad". Asimismo, en
vez de referirse a los "herederos forzosos" (lo cual llevó, en el régimen anterior, a
una discusión acerca de si estos últimos estaban legitimados iure proprio o iure
hereditatis), el Código menciona ahora a los ascendientes, los descendientes y el
cónyuge, y añade que ellos tienen legitimación "a título personal" (es decir, no en
calidad de herederos, sino por el perjuicio que cada uno de ellos sufre
personalmente como consecuencia de la muerte o gran discapacidad de la víctima
directa). Además, incluye la posibilidad de que ejerzan la acción resarcitoria quienes
convivían con la víctima, recibiendo trato familiar ostensible. En esta última figura
quedan comprendidos, entre otros, los convivientes, y—en la medida en que se dé el
requisito de la convivencia— los progenitores e hijos afines (art. 672 CCyC y ss.).
También regula el artículo la posibilidad de que la acción por resarcimiento del daño
moral se transmita mortis causa a los herederos de la víctima directa, pero requiere,
en tal caso, que esta última la haya interpuesto en vida.
Finalmente, el art. 1741 CCyC, en su último párrafo, se refiere al carácter sustitutivo
y compensatorio de la indemnización otorgada en concepto de resarcimiento del
daño moral. Con eso queda sellada la discusión en cuanto a la naturaleza jurídica de
este tipo de perjuicio, y se consagra el carácter netamente resarcitorio (y no
punitivo) de esta categoría, lo cual, además, es acorde a la exclusión de la función
punitiva en el art. 1708 CCyC.

ART 1742: Atenuación de la responsabilidad. El juez, al fijar la Indemnización,


puede atenuarla si es equitativo en función del patrimonio del deudor, la situación
personal de la víctima y las circunstancias del hecho. Esta facultad no es aplicable en
caso de dolo del responsable.

El art. 1742 CCyC consagra una excepción al principio general de la reparación plena
previsto en el art. 1740 CCyC y faculta al juez a atenuar la indemnización en algunos
casos excepcionales, y por razones de equidad.
La disposición contempla diversas pautas que el juez debe tener en cuenta a la hora
de apreciar si procede atenuar la indemnización; los examinaremos seguidamente.
a. El patrimonio del deudor. En primer lugar, la norma tiene en cuenta la situación
patrimonial del responsable. En atención al carácter excepcional de la atenuación,
cabe exigir que su patrimonio esté seriamente comprometido, y que, ya sea por una
mala situación anterior al hecho, o producto de lo cuantioso del resarcimiento, el
deudor únicamente cuente con los recursos suficientes para su subsistencia.
b. La situación patrimonial de la víctima. A diferencia de lo que dispuesto en el
Código Civil, la norma en estudio menciona expresamente a la situación patrimonial
del damnificado entre las pautas a tener en cuenta para morigerar la indemnización.
En este sentido, un sector de la doctrina ha postulado que la atenuación del
resarcimiento debe excluirse cuando el damnificado se encuentre en una situación
patrimonial difícil, que le impida, por ejemplo, atender a su subsistencia o a la de
sus familiares. Resultaría injusto atender exclusivamente a la condición económica
del obligado, y prescindir de aquella en que se encuentra o queda el damnificado.
c. Circunstancias del hecho. Finalmente, el artículo en comentario deja abierta la
posibilidad de que el juez también tome en cuenta las demás características del
hecho dañoso, para valorar debidamente la procedencia o no de la atenuación.
d. Ausencia de dolo del responsable. Más allá de los requisitos antes aludidos, la
norma en estudio impide la atenuación de la responsabilidad en los casos en que el
agente haya actuado con dolo. Es una aplicación del principio tradicional según el
cual el dolo impide al responsable prevalerse de topes o limitaciones a la reparación,
convencionales o legales. Cabe recordar que el dolo no únicamente consiste, en el
nuevo Código, en la intención de ocasionar el daño, sino también en la manifiesta
indiferencia por los intereses ajenos (art. 1724, in fine, CCyC). La norma únicamente
se refiere al dolo, pero la gravedad de la culpa del responsable puede también ser
valorada por el juez como parte de las "circunstancias de hecho" a las cuales se
refiere el artículo.
Es claro que la atenuación debe apreciarse con criterio restrictivo, pues rige, en
principio, la reparación plena, y la atenuación es una excepción a dicha regla
general.
ART 1743: Dispensa anticipada de la responsabilidad. Son inválidas las cláusulas
que eximen o limitan la obligación de indemnizar cuando afectan derechos
indisponibles, atenían contra la buena fe, las buenas costumbres o leyes imperativas,
o son abusivas. Son también inválidas si liberan anticipadamente, en forma total o
parcial, del daño sufrido por dolo del deudor o de las personas por las cuales debe
responder.

Partiendo del principio de autonomía de la voluntad y el efecto vinculante de las


relaciones negocíales, es lógico que el legislador haya previsto la posibilidad de que
las partes pacten una dispensa anticipada de responsabilidad, para los casos en que
así lo hayan previsto. De hecho, lo mismo resulta del art. 1720 CCyC, que prevé al
consentimiento de la víctima como una causa de justificación. Sin embargo, este
principio cuenta con diversas e importantes excepciones.
Cabe aclarar que el ámbito de aplicación de esta disposición se encuentra
circunscripto a la órbita de las obligaciones, pues solo puede concebirse la dispensa
respecto del incumplimiento de prestaciones determinadas. En cambio, en el terreno
de los hechos ilícitos deben considerarse nulas las cláusulas por las cuales una
persona abdique anticipadamente de su derecho a ser indemnizado —o lo limite—
frente a cualquier daño que le cause la otra.
La norma enuncia los supuestos en que la dispensa —o limitación— de responsabilidad
es inválida.
En primer lugar, será improcedente cuando se refiera a la lesión de derechos
indisponibles. La cuestión atañe específicamente a los derechos personalísimos, que
son disponibles como regla general —en la medida en que ello no sea contrario a la
ley, la moral o las buenas costumbres (art. 55 CCyC)—, pero con una importante
excepción en lo atinente a los derechos sobre el propio cuerpo.
Aquí únicamente se valida el consentimiento de la víctima si se trata de bienes
renovables o media una necesidad terapéutica (art. 56 CCyC).
Por otra parte, también será improcedente la cláusula de dispensa contraria a la
buena fe y las buenas costumbres.
En tercer lugar, tampoco será de recibo la dispensa cuando una norma especial la
prohíba. Así, por ejemplo, no podrán pactarse cláusulas de tal calibre en el ámbito
tuitivo del consumidor, por expresa prohibición del art. 37 de la ley 24.240 y del art.
1117 CCyC.
Asimismo, será también inválido este tipo de cláusulas cuando sean abusivas,
conforme a lo dispuesto por el art. 988 CCyC y concs.
Finalmente, la norma en comentario impide pactar la liberación anticipada del dolo
del deudor pues lo contrario se prestaría a abusos por parte del deudor y vulneraría
la buena fe.

ART 1744: Prueba del daño. El daño debe ser acreditado por quien lo Invoca,
excepto que la ley lo Impute o presuma, o que surja notorio de los propios hechos.

El CCyC, al igual de lo que ocurre con la prueba del factor de atribución y de la


relación causal, sienta las reglas básicas de distribución de la carga de la prueba, y
establece que el daño debe ser probado por quien lo invoca, es decir, por la víctima
que pretende el resarcimiento de los daños que le fueron ocasionados.
Al respecto, cabe recordar que el daño es el elemento esencial constitutivo de la
acción, por lo cual corresponde al accionante su demostración. Por ello, será este
último quien deberá acreditar que la afectación o pérdida de un determinado bien
jurídico ha lesionado un interés patrimonial o extrapatrimonial que le es personal, y
que ello ha generado consecuencias resarcibles. Asimismo, la prueba del daño
implica acreditar los elementos que lo tornan resarcible, esto es, que es personal de
quien acciona, subsistente a la fecha de la sentencia, consiste en la lesión de un
interés no prohibido y presenta un grado de certeza suficiente que amerita su
resarcimiento.
Ahora bien, puede suceder, como lo señala la disposición en examen, que la ley
presuma el daño, supuesto en el cual el damnificado se verá relegado de aportar
pruebas que lo demuestren.
En primer lugar, existen presunciones iuris et de iure de daño; por ejemplo, en las
obligaciones de dar sumas de dinero, donde el interés moratorio se debe desde la
mora.
En segundo término, la ley establece a veces presunciones iuris tantum de daño,
como ocurre en el supuesto de la indemnización por fallecimiento (ver comentario al
art. 1745 CCyC).
Finalmente, la norma se refiere a los supuestos en que el daño surja notorio de los
propios hechos del caso. Se refiere, por un lado, a los casos en que el juez presume,
en base a indicios serios, graves y concordantes, la existencia del perjuicio
reclamado. Y por el otro, a aquellos casos en que el perjuicio se encuentra
acreditado in re ipsa, esto es, surge patente de los propios hechos.

ART 1745: Indemnización por fallecimiento. En caso de muerte, la Indemnización


debe consistir en:
a. los gastos necesarios para asistencia y posterior funeral de la víctima. El derecho a
repetirlos incumbe a quien los paga, aunque sea en razón de una obligación legal;
b. lo necesario para alimentos del cónyuge, del conviviente, de los hijos menores de
veintiún años de edad con derecho alimentario, de los hijos incapaces o con
capacidad restringida, aunque no hayan sido declarados tales judicialmente; esta
indemnización procede aun cuando otra persona deba prestar alimentos al
damnificado indirecto; el juez, para fijar la reparación, debe tener en cuenta el
tiempo probable de vida de la víctima, sus condiciones personales y las de los
reclamantes;
c. la pérdida de chance de ayuda futura como consecuencia de la muerte de los
hijos; este derecho también compete a quien tenga la guarda del menor fallecido.

El CCyC, al igual de lo que ocurría con los arts. 1084 y 1085 del Código de Vélez
Sarsfield, establece los componentes del daño material en caso de fallecimiento del
damnificado, corrientemente llamado "valor vida". No debe perderse de vista, de
todos modos, que este último término es técnicamente desacertado, pues es sabido
que la vida humana no tiene un valor económico, ni es susceptible de apreciación
económica en sí misma. El concepto encierra, entonces, a las consecuencias
resarcibles que se generan en cabeza de los damnificados indirectos como
consecuencia de la afectación del bien jurídico perteneciente al damnificado directo
(vida).
La norma se refiere, en primer lugar, a los gastos necesarios para la asistencia y
posterior funeral del fallecido, que constituyen un daño emergente. Asimismo,
establece expresamente que se encuentra legitimado para reclamar su reparación
quien haya realizado esas erogaciones, aun cuando se encontrara obligado
legalmente a hacerlo.
El segundo inciso establece que integran la indemnización los alimentos del cónyuge,
del conviviente y de los hijos menores, hasta los 21 años de edad, con derecho
alimentario, como así también de los hijos incapaces o con capacidad restringida,
aunque no hayan sido declarados tales judicialmente. Se trata —como ya se sostenía
respecto de los arts. 1084 y 1085 del Código de Vélez— de una presunción iuris
tantum de daño a favor de las personas mencionadas. Esto no quita que puedan
existir otros damnificados legitimados para demandar (por ejemplo, hijos mayores),
aunque en tal caso les corresponde producir la prueba del perjuicio que han sufrido
como consecuencia de la muerte de la víctima directa (art. 1744 CCyC) A diferencia
de lo que ocurría con el art. 1084 CC, que se refería a lo necesario para la
"subsistencia" de la viuda y de los hijos del muerto, la norma en comentario alude a
la prestación alimentaria que les corresponda. Se trata de toda la ayuda que el
fallecido habría prestado a los legitimados en vida, de no haberse producido el hecho
ilícito (lucro cesante). Se vincula con los requerimientos materiales para la
continuidad de la vida.
La presunción alcanza, en primer lugar, al cónyuge o conviviente. También incluye a
los hijos menores, aunque extiende la presunción hasta los 21 años de edad, sin
perjuicio de que la mayoría de edad se adquiere a los 18 años (art. 25 CCyC). Esto es
así porque la presunción subsiste mientras el fallecido deba prestar alimentos, lo que
ocurre hasta los 21 años de edad del descendiente, salvo supuestos especiales (art.
658 CCyC). Asimismo, se mantiene la presunción, cualquiera sea la edad del hijo,
cuando este último sea incapaz o con capacidad restringida, sin que sea preciso que
medie una declaración judicial en tal sentido. El hecho de que exista un deber
alimentario frente al reclamante por parte de un tercero no excluye la presunción.
En su tercer apartado, la norma en comentario menciona como resarcible a la
pérdida de chance de ayuda futura como consecuencia de la muerte de los hijos. Se
consagra, de esta forma, una reiterada doctrina y jurisprudencia nacional y
provincial que considera procedente el resarcimiento de este tipo de daño cuando,
como consecuencia del hecho ilícito, fallece el hijo menor de los demandantes. Se
trata de situaciones en que el hijo aún no realizaba efectivamente aportes a sus
progenitores, pero en los cuales existía la posibilidad cierta de que estos recibieran
su ayuda en el futuro. Si, por el contrario, el hijo fallecido ya hubiese estado
realizando aportes en favor de sus progenitores, se estaría ante un lucro cesante, y
no una pérdida de chance. Finalmente, el artículo en estudio no limita a los padres la
legitimación para reclamar la pérdida de chance, sino que la extiende a quienes
tengan la guarda del menor fallecido.
ART 1746: Indemnización por lesiones o incapacidad física o psíquica. En caso de
lesiones o incapacidad permanente, física o psíquica, total o parcial, la
indemnización debe ser evaluada mediante la determinación de un capital, de tal
modo que sus rentas cubran la disminución de la aptitud del damnificado para
realizar actividades productivas o económicamente valorables, y que se agote al
término del plazo en que razonablemente pudo continuar realizando tales
actividades. Se presumen los gastos médicos, farmacéuticos y por transporte que
resultan razonables en función de la índole de las lesiones o la incapacidad. En el
supuesto de incapacidad permanente se debe indemnizar el daño aunque el
damnificado continúe ejerciendo una tarea remunerada. Esta indemnización procede
aun cuando otra persona deba prestar alimentos al damnificado.

Dentro de los diversos rubros que pueden resarcirse en el marco del lucro cesante
reviste particular trascendencia la incapacidad sobreviniente. En un sentido
meramente "naturalístico" (daño fáctico, no jurídico), la incapacidad sobreviniente es
el resultado de una lesión sobre el cuerpo o la psiquis de la víctima que la inhabilita,
en algún grado, para el ejercicio de funciones vitales. Pero el menoscabo de esos
bienes (el cuerpo, la salud, la psiquis) puede conculcar o aminorar intereses
patrimoniales o extrapatrimoniales de la víctima, y dar lugar a la reparación de las
consecuencias resarcibles que se produzcan en una u otra de esas esferas. Desde el
punto de vista patrimonial, la "incapacidad sobreviniente" se traduce, entonces, en
un lucro cesante derivado de la disminución de la aptitud del damnificado para
realizar tareas patrimonialmente mensurables (trabajar, pero también desplegar
otras actividades de la vida cotidiana que pueden cifrarse en dinero).
La integridad psíquica de las personas no tiene, entonces, valor en sí misma (pues es
objeto del derecho personalísimo a la integridad física, de naturaleza
extrapatrimonial), sino en función de lo que aquellas pueden producir haciendo uso
de dicha integridad.
Más allá de la cuantificación de la incapacidad sobreviniente —cuestión que se
abordará en el apartado siguiente—, el art. 1746 CCyC dispone expresamente que el
sindicado como responsable no podrá oponer, como defensa frente al reclamo de una
reparación por incapacidad sobreviniente, la tarea laboral que siga desarrollando la
víctima pese a su incapacidad. Esto es así porque es perfectamente concebible que la
víctima siga trabajando luego del hecho, pero de todos modos haya experimentado
una disminución de sus aptitudes para realizar otras tareas que tienen valor
pecuniario. Por la misma razón, tampoco exime del deber de reparar la existencia de
un tercero obligado a afrontar los alimentos del demandante.
La cuantificación de la Incapacidad sobreviniente El artículo establece que ella
debe fijarse mediante la determinación de un capital que, invertido en alguna
actividad productiva, permita al damnificado obtener mensualmente —mediante la
utilización de una porción de ese capital y los intereses que obtenga por aquella
inversión— una cantidad equivalente a los ingresos frustrados por el hecho ilícito, de
modo tal que ese capital se agote al término del período de vida económicamente
activa que restaba al damnificado. La única forma de calcular ese capital, teniendo
en cuenta todas las variables mencionadas por el artículo, es el empleo de fórmulas
matemáticas, y es prístino que la ley está imponiendo su utilización por los jueces
para el cálculo de las indemnizaciones por incapacidad sobreviniente.
Cabe aclarar que el punto de partida para el cálculo no debe ser únicamente lo que
la víctima ganaba efectivamente en el momento del hecho, sino que también
corresponde computar sus posibilidades de mejora económica futura (por ejemplo,
chances de ascensos o aumentos de sueldo) y la pérdida de su aptitud para realizar
otras tareas no remuneradas, pero económicamente mensurables.
Los gastos médicos, farmacéuticos y de transporte El art. 1746 CCyC presume
expresamente los gastos médicos, farmacéuticos y de transporte, siempre que
resulten razonables en función de la índole de las lesiones o la incapacidad. Se trata
de una presunción legal iuris tantum, que admite, por lo tanto, prueba en contrario.
ART 1747: Acumulabilidad del daño moratorio. El resarcimiento del daño moratorio
es acumulable al del daño compensatorio o al valor de la prestación y, en su caso, a
la cláusula penal compensatoria, sin perjuicio de la facultad morigeradora del juez
cuando esa acumulación resulte abusiva.
ART 1748: Curso de los intereses. El curso de los intereses comienza desde que se
produce el perjuicio.

RESPONSABILIDADES
El CCyC clasifica los supuestos de responsabilidad según las circunstancias del hecho
generador. En efecto, en la Sección 5a se refiere a la "responsabilidad directa", que
aquí tiene el sentido de referirse a la que recae sobre el propio agente (por su hecho
propio), o sobre el deudor por el incumplimiento de la obligación. La siguiente
sección se refiere a los supuestos en que el daño que se imputa al responsable es
ocasionado por el accionar de otro sujeto (por ejemplo, responsabilidad del principal
por el hecho del dependiente, art. 1753 CCyC). Asimismo, la Sección 7a regula los
supuestos en que el daño resulta del hecho de una cosa viciosa o riesgosa, o de una
actividad peligrosa (art. 1757 CCyC y ss.).
Finalmente, los arts. 1760 a 1762 CCyC se refieren a los supuestos en que el daño es
ocasionado por el accionar de un grupo.

Responsabilidad Directa
ART 1749: Sujetos responsables. Es responsable directo quien Incumple una
obligación u ocasiona un daño Injustificado por acción u omisión.

El art. 1749 CCyC resulta de aplicación en dos supuestos claramente disímiles. En


primer lugar, se trata la responsabilidad extracontractual por hecho propio, mientras
que en segundo término se regula la responsabilidad del deudor frente al
incumplimiento de una obligación.
Respecto del primer supuesto, el ámbito de aplicación de la norma queda
circunscripto únicamente a los supuestos en que el perjuicio es ocasionado por la
acción u omisión propia del agente. Es decir, solo alcanza a los perjuicios causados
sin cosas (que quedan subsumidas en la regulación de los arts. 1757 y concs. CCyC), o
con empleo de cosas meramente instrumentales (es decir, que carecen de un
accionar independiente a la conducta humana propiamente dicha). Puede tratarse
tanto de daños causados mediante el empleo físico del cuerpo (golpes, empujones,
manipulación de cosas instrumentales) como de los resultantes de otra clase de
conductas del agente (por ejemplo, injurias o calumnias).
Es evidente que, aunque la norma no lo diga, el supuesto se refiere a los daños
causados por la culpa o el dolo del agente. Por si hiciese falta, resulta de aplicación
la regla del art. 1721 CCyC, según la cual cuando no hay una norma que establezca el
factor de atribución la responsabilidad se imputa en base a la culpa.
La responsabilidad directa en el incumplimiento obligacional, se refiere a la
responsabilidad directa del deudor derivada del incumplimiento obligacional. En este
supuesto, para que surja el deber de resarcir el daño es preciso que se configure un
incumplimiento (arts. 1716, 1749 CCyC y concs.). Acreditado este, el deudor debe
resarcir el daño ocasionado, salvo que demuestre la existencia de una imposibilidad
de cumplimiento total, absoluta, objetiva y no imputable (arts. 1732 y 955 CCyC).
Naturalmente que ese incumplimiento se configurará de manera distinta en las
obligaciones de medios y en las de resultado, porque mientras que en las primeras el
inexacto cumplimiento requerirá una culpa del deudor, en las segundas bastará con
la sola falta de consecución del resultado (arts. 774, 1723, 1768 y concs.).
Por otra parte, el deudor obligacional (a diferencia de lo que ocurre cuando el daño
es consecuencia de un hecho ilícito extracontractual) responde siempre en forma
directa, sea que él haya ejecutado personalmente la prestación, sea que lo haya
hecho por intermedio de un dependiente o auxiliar. Eso es así porque el obligado al
cumplimiento de la obligación es siempre el solvens, más allá de quién haya
materializado de hecho el incumplimiento (art. 732 CCyC).
En consecuencia, si el deudor pone a un tercero a cumplir en su lugar, el
incumplimiento materializado por este tercero lo hace responsable en los términos
del art. 1749 CCyC.

ART 1750: Daños causados por actos involuntarios. El autor de un daño causado por
un acto Involuntario responde por razones de equidad. Se aplica lo dispuesto en el
artículo 1742.
El acto realizado por quien sufre fuerza Irresistible no genera responsabilidad para su
autor, sin perjuicio de la que corresponde a título personal a quien ejerce esa
fuerza.

El artículo en análisis se refiere a dos supuestos que, en apariencia, parecen


distintos, pero que se encuentran íntimamente vinculados. En primer lugar se refiere
a la responsabilidad por equidad, cuando el daño deriva de un acto involuntario. En
segundo término prevé que, cuando el daño haya sido ocasionado mediando una
fuerza irresistible, el autor no deberá responder frente a la víctima.
La indemnización por equidad Cabe recordar que, para que surja la responsabilidad
extracontractual directa prevista en el art. 1749 CCyC —ya comentado— es preciso
que el acto sea imputable al agente, ya sea a título de culpa o dolo (art. 1721 CCyC).
Asimismo, para que eso sea posible es preciso que el acto desarrollado por el
sindicado como responsable sea voluntario, es decir, que haya sido ejecutado con
discernimiento, intención y libertad (arts. 260 y 261 CCyC).
Cuando falta alguno de esos elementos, no puede imputarse responsabilidad en los
términos del art. 1749 CCyC en cuestión. Eso conduce a la pregunta de, si en estos
casos, es procedente el resarcimiento a la víctima por parte de quien actuó
involuntariamente, y cuál sería el alcance de dicha indemnización.
Esta cuestión ya se había planteado en el CC. En efecto, el codificador había
previsto, en el art. 907 de dicho cuerpo legal, que la indemnización por el daño
ocasionado por un hecho involuntario solo procedía cuando el agente se había
enriquecido como consecuencia de su accionar. No se trataba entonces de un
resarcimiento, sino de una aplicación de la teoría del enriquecimiento sin causa. La
ley 17.711 incorporó al artículo citado en último término la indemnización por
razones de equidad. Con este agregado se pretendió garantizar la reparación de los
daños ocasionados por los hechos involuntarios partiendo de una base equitativa y de
un fundamento moral de justicia distributiva, a los fines de mantener el equilibrio
vulnerado por el hecho dañoso involuntario.
El mismo camino transita el CCyC, que dispone que el autor de un daño causado por
un acto involuntario (por ausencia de discernimiento o porque el agente obró en el
marco del error, el dolo o la violencia) responde por razones de equidad. Los jueces
deben analizar el caso a la luz de las pautas establecidas en el art. 1742 CCyC para la
atenuación de la indemnización, es decir, la situación personal de la víctima, el
patrimonio del deudor y las demás circunstancias del caso.
Es preciso tener en cuenta que, conforme al sistema instaurado en el CCyC, el
accionar involuntario del agente será igualmente ilícito, pues la antijuridicidad
consagrada en el art. 1717 CCyC es objetiva, es decir, no requiere que la conducta
del agente sea reprochable desde un punto de vista subjetivo. Por ende, el hecho
será ilícito aun cuando no exista voluntariedad.
Daños causados por fuerza irresistible dentro del vicio de violencia quedan
comprendidas tanto la fuerza física irresistible como la intimidación o violencia
moral.
En el primer supuesto (fuerza física irresistible), es claro que el autor material del
daño únicamente actuó como sujeto pasivo de la acción de otro, por lo que el autor
real del daño —y, en consecuencia, responsable— es aquel que empleó una fuerza
irresistible sujetando a la víctima contra su voluntad, como instrumento suyo. Por el
contrario, cuando el vicio nace como consecuencia de la intimidación (es decir, del
temor de sufrir un mal inminente o grave) quien sufre la amenaza actúa por su propia
determinación, la cual, provocada por el miedo, se dirige a evitar que se la amenaza
se concrete. En consecuencia, la existencia de la intimidación puede influir en el
agente de manera más o menos intensa, pero lo cierto es que no excluye por
completo la subjetividad del amenazado. Lo que sucede es que en el caso en que la
violencia es generada por la fuerza física irresistible ejercida por otro no existe —en
puridad— una acción humana (acto) de la víctima de dicha violencia, quien
únicamente actúa como proyectil de otro. Es por eso que la norma en comentario
restringe la exclusión de responsabilidad a este supuesto particular, mientras que en
el caso de la intimidación subsiste el deber de responder —siempre por razones de
equidad— por el daño ocasionado por el acto involuntario.
ART 1751: Pluralidad de responsables. Si varias personas participan en la
producción del daño que tiene una causa única, se aplican las reglas de las
obligaciones solidarias. Si la pluralidad deriva de causas distintas, se aplican las
reglas de las obligaciones concurrentes.

Obligaciones solidarias y concurrentes. Entre los distintos supuestos de solidaridad,


la pasiva es aquella en la cual existe una pluralidad de deudores y un solo acreedor,
quien puede reclamar de cualquiera de los primeros el pago íntegro de la deuda. La
característica más relevante de las obligaciones solidarias es que los diferentes
vínculos coligados que unen a acreedores y deudores deben tener su origen en una
causa fuente común (art. 827 CCyC).
Por su parte, las obligaciones concurrentes son aquellas que tienen identidad de
acreedor y de objeto debido, pero presentan distinta causa y deudor. A diferencia de
lo que sucede en la obligación solidaria (que es una relación jurídica única), en las
obligaciones concurrentes encontramos una pluralidad de obligaciones que presentan
los caracteres antes enunciados, es decir, tienen un mismo objeto y mismo acreedor.
Ahora bien, la distinta naturaleza de cada uno de los supuestos determina que
existan efectos disímiles. Así, en el supuesto de las obligaciones solidarias, los
efectos de la interrupción, suspensión y cumplimiento del plazo de prescripción se
propagan a todos los deudores involucrados (art. 839 CCyC), mientras que en el
ámbito de las obligaciones concurrentes "... la prescripción cumplida y la
interrupción y suspensión de su curso no producen efectos expansivos respecto de los
otros obligados concurrentes" (art. 851, inc. e, CCyC).
Por otra parte, la mora de uno de los deudores, en las obligaciones concurrentes, no
produce efectos expansivos respecto de los demás (art. 851, inc. f, CCyC), lo que sí
ocurre en el ámbito de las obligaciones solidarias (art. 838 CCyC).
En cuanto a la acción de contribución, esta tiene un distinto funcionamiento según a
cuál tipo de obligación nos refiramos. En efecto, en las obligaciones solidarias el
deudor que efectúa el pago puede repetirlo de los demás obligados conforme a la
participación que cada uno de ellos tuvo en la deuda (art. 840 CCyC), y las cuotas de
dicha contribución se determinan según la fuente y la finalidad de la obligación, o la
causa de la responsabilidad (art. 841, inc. b, CCyC). Por el contrario, en las
obligaciones concurrentes la acción de contribución con que cuenta el solvens que
paga la deuda contra los otros obligados concurrentes se rige por las relaciones
causales que originaron la concurrencia (art. 851, inc. h, CCyC). Esta distinción parte
de la idea de que en las obligaciones solidarias hay relaciones internas entre los
codeudores, que se rigen por los principios de participación y contribución, mientras
que en las concurrentes no existe tal vínculo. En definitiva, la norma en comentario
dispone claramente la regla según la cual todos los corresponsables (sin importar en
qué proporción cada uno de ellos contribuyó a causar el daño) responden frente a la
víctima por el total de la indemnización, ya sea en carácter de responsables
solidarios o concurrentes. Las diferencias entre estas categorías fincan en la
propagación o no de ciertos efectos entre los corresponsables y en la posibilidad o no
de deducir una acción automática de contribución por el solo hecho de haber pagado
la deuda.
Más allá de lo expuesto, lo cierto es que la regla general sentada por el artículo en
examen encuentra una excepción en el supuesto de los daños ocasionados por el
incumplimiento obligacional, pues aquí el CCyC mantiene, en el art. 828, el principio
de la simple mancomunación, dado que la solidaridad no se presume, y debe surgir
inequívocamente de la ley o del título constitutivo de la obligación.
Supuestos de obligaciones solidarias y concurrentes en materia de responsabilidad
civil Así, en el ámbito de las obligaciones solidarias se encuentran comprendidas la
responsabilidad por hecho propio (cuando distintas personas hayan actuado como
copartícipes o cómplices, art. 1749 CCyC), la de los miembros de un grupo cuando el
autor del daño es anónimo (arts. 1760 y 1761 CCyC) y la de los integrantes de un
grupo de riesgo (art. 1762 CCyC).
En cambio, es concurrente la responsabilidad del principal y el dependiente por el
daño ocasionado por este último en ejercicio o con ocasión de la función (art. 1753
CCyC), la de los padres con la de sus hijos por el accionar de estos últimos (art. 1754
CCyC y ss.), o la de los delegados en el ejercicio de la responsabilidad parental, los
tutores y los curadores por el daño producido por quienes se encuentren bajo su
cuidado (art. 1756 CCyC).
También lo es la responsabilidad del dueño y el guardián de la cosa viciosa o
riesgosa, o de los que realizaron, se sirvieron u obtuvieron un provecho de la
actividad riesgosa o peligrosa (art. 1757 CCyC y ss.). Es igualmente concurrente la
responsabilidad del dueño y guardián de un vehículo cuando concurre con la del
conductor dependiente —por ende, no guardián—(arts. 1749 y 1757 CCyC), o la del
deudor obligacional, cuando su deber de responder concurre con la responsabilidad
por hecho propio del tercero ejecutor de la obligación (art. 1749 CCyC).

ART 1752: Encubrimiento. El encubridor responde en cuanto su cooperación ha


causado daño.
Cabe recordar que el encubrimiento constituye una figura penalmente
independiente, tipificada en los delitos contra la administración de justicia. Se
configura cuando, sin promesa anterior, después de la ejecución del delito, se ayuda
a alguien a eludir las investigaciones de la autoridad o a sustraerse de la acción de
ella, o se omite denunciar el hecho, estando obligado a hacerlo (art. 277 CP).
Es claro que la responsabilidad del encubridor se configura en forma distinta a la de
los autores, consejeros o cómplices, pues, por definición, el encubridor no participó
en el hecho ilícito que tuvo como consecuencia el daño cuyo resarcimiento se
pretende. Es por eso que el art. 1752 CCyC prevé que el encubridor responde solo
cuando su accionar ha cooperado en la producción del daño que sufrió el
damnificado. Esto es, cuando es justamente su aporte causal lo que lo obliga a
responder, y no su participación directa en el hecho del autor.
En consecuencia, el encubridor no responde solidariamente con los autores del hecho
ilícito, pues su deber de resarcir los daños ocasionados emana de su propio accionar,
que es independiente de la obligación que recae sobre el autor principal. Se aplican
en la materia las reglas correspondientes a las obligaciones concurrentes, y no a las
solidarias, pues, siguiendo el principio sentado por el art. 1751 CCyC, el deber de
responder del encubridor tiene una causa distinta de la que obliga a los autores
principales.

Responsabilidad por el hecho de terceros


ART 1753: Responsabilidad del principal por el hecho del dependiente. El
principal responde objetivamente por los daños que causen los que están bajo su
dependencia, o las personas de las cuales se sirve para el cumplimiento de sus
obligaciones, cuando el hecho dañoso acaece en ejercicio o con ocasión de las
funciones encomendadas.
La falta de discernimiento del dependiente no excusa al principal.
La responsabilidad del principal es concurrente con la del dependiente.

La responsabilidad del principal es objetiva, y su verdadero fundamento se encuentra


en la idea de la "garantía" hacia los terceros. Se trata, entonces, de un deber legal
como medio para brindar una más eficaz protección a la víctima, ante la posible
insolvencia del autor directo del daño.
Como surge claramente del art. 1753 CCyC, para que el hecho del dependiente sea
imputable al principal es preciso que se encuentren reunidos tres recaudos, a saber:
1. debe existir una relación de dependencia entre el dependiente y el principal; 2. el
daño debe haber sido causado en ejercicio o en ocasión de la función; y 3. debe
existir un hecho ilícito del subordinado.
1. Relación de dependencia Para que nazca el deber de responder del principal es
preciso que exista un vínculo de dependencia o subordinación entre el principal y el
autor del hecho ilícito. También en este aspecto existió una evolución trascendente
de la doctrina y jurisprudencia anterior a la reforma, desde la postura restringida,
que consideraba que debía existir un contrato de locación de servicios entre el
comitente y su subordinado, hasta la posición actualmente, que considera que
también se encuentra reunido ese presupuesto cuando existe un encargo ocasional
por parte del principal. La dependencia no precisa entonces la existencia de un
poder jurídico de subordinación, y se contenta con que el dependiente haya obrado,
de hecho, sobre la base de un pedido o autorización del principal, y en interés de
este último (aunque también pueda existir un interés propio del dependiente).
Asimismo, la noción de dependencia presupone el poder virtual o efectivo de
impartir órdenes o instrucciones al autorizado acerca de la manera en que deben
ejecutarse las funciones. Supone, necesariamente, que el principal tenga la facultad
de dirigir la actividad del dependiente, dentro de ciertos límites. La falta de
cualquiera de dichos elementos impide tener por configurada la relación de
dependencia requerida por el artículo en comentario.
2. Daño ocasionado en ejercicio o con ocasión de la función Además de la
dependencia, para imputar responsabilidad al principal es preciso que exista una
necesaria relación entre las tareas propias del subordinado y el daño producido. La
norma en análisis establece, en ese sentido, que el perjuicio debe haber sido
ocasionado en ejercicio o con ocasión de la función del dependiente.
Hay ejercicio de la función encomendada cuando el dependiente ejecuta el acto
dañoso practicando el cargo recibido. Por ejemplo, si su tarea consiste en la
conducción de un ómnibus de pasajeros en un determinado recorrido, y provoca una
lesión a un transeúnte durante ese itinerario.
En cuanto al daño causado "con ocasión" de las funciones, solo comprende aquellos
actos ajenos o extraños a la función, pero que únicamente pudieron ser llevados a
cabo por el dependiente en tal calidad o por mediar esas funciones. Es decir que no
habrían podido realizar, de ninguna manera, de no ser por el desarrollo de la
función.
3. Acto ilícito del dependiente En principio, para que nazca el deber de responder
por el accionar del subordinado es preciso que exista un hecho ilícito de este último.
Eso no quiere decir que la víctima está precisada a obtener previamente la condena
del dependiente, pues le basta con establecer que este obró un hecho que lo haría
personalmente responsable. Tampoco es preciso que el factor de atribución de
responsabilidad respecto del dependiente sea subjetivo (culpa o dolo), puesto que la
ley no distingue uno u otro caso, y se limita a establecer que la responsabilidad del
principio concurrente con la del dependiente.
Sin embargo, como lo señala la norma, el principal también responde cuando el daño
es ocasionado por un acto involuntario del dependiente. En este supuesto, si el juez
considera —en los términos del art. 1750 CCyC— que no es equitativo en el caso que
el dependiente responda, la responsabilidad del comitente será —excepcionalmente—
directa y no refleja.
El Código establece que el principal y el dependiente responden concurrentemente,
lo cual es de toda lógica porque la responsabilidad de ambos tiene —en los términos
del art. 1751 CCyC— causas distintas. El principal responde indirectamente y a título
de garantía, mientras que el dependiente lo hará, según los casos, por su hecho
propio, o en tanto dueño de la cosa que empleó, etc.
El principal que resarció a la víctima no tiene una acción automática contra su
dependiente, sino que ella resultará de las relaciones causales que originaron la
concurrencia (art. 851, inc. h, CCyC).

ART 1754: Hecho de los hijos. Los padres son solidariamente responsables por los
daños causados por los hijos que se encuentran bajo su responsabilidad parental y
que habitan con ellos, sin perjuicio de la responsabilidad personal y concurrente que
pueda caber a los hijos.
Remisiones: ver comentario al art. 1756 CCyC.

El art. 1754 CCyC se refiere a la responsabilidad de los padres por el daño ocasionado
por sus hijos, y la sujeta a la concurrencia de tres presupuestos.
Minoridad del hijo El primer recaudo que debe encontrarse presente para que nazca
la responsabilidad de los padres es que el hijo sea menor de edad, es decir, que no
haya cumplido los 18 años de edad (art. 25 CCyC). En esa franja etaria se encuentran
comprendidos tanto los supuestos en que el niño actuó con discernimiento como
aquellos en los que no se encuentra reunido ese carácter (según que sea mayor o
menor de diez años, art. 261, inc. b, CCyC).
La solución legal, ya existente en el régimen anterior, se justifica en que el deber de
resarcir no emana del hecho de ser los progenitores del agente, sino de la
responsabilidad parental que les compete durante la minoridad. Por eso cabe
deslindar este supuesto de responsabilidad de la que pueda caber a los padres por el
accionar de su hijo mayor de edad, pero incapaz o con capacidad restringida. En
estos últimos supuestos, los progenitores revestirán —en principio— la calidad de
curadores de su hijo (art. 138 CCyC y ss.) y, por ende, su eventual responsabilidad se
regirá por lo dispuesto en el art. 1756 CCyC.
Que el menor se encuentre bajo la responsabilidad parental del responsable Para
que el hecho del menor sea imputable a sus progenitores es preciso que aquel se
encuentre bajo su responsabilidad parental. En principio la responsabilidad parental
incumbe a ambos progenitores, tanto si conviven como cuando cesa la convivencia o
se produce el divorcio de la pareja, o la nulidad del matrimonio (art. 641, incs. a y b,
CCyC).
La responsabilidad parental solo cesa en los supuestos previstos en el art. 699 CCyC,
o cuando uno de los progenitores queda privado de ella por las causales mencionadas
en el art. 700 CCyC. Igualmente, en este último supuesto, subsiste la responsabilidad
civil del progenitor privado de la responsabilidad parental, como se explica al
comentar el art. 1755 CCyC.
Que el menor conviva con el responsable Conforme a lo establecido por el artículo
en comentario, para que nazca el deber de resarcir por parte de los progenitores, es
preciso que el menor conviva con ellos. Sin embargo, esto no quiere decir que, al
momento de producirse el hecho, el niño se encuentre efectivamente conviviendo
con sus progenitores desde un punto de vista material. La locución "convivencia"
debe ser interpretada con un criterio flexible, es decir, partiendo de la idea de que
se configura cuando los progenitores, aun cuando no convivan materialmente con el
menor, puedan ejercer la vigilancia y educación de su hijo. Se trata de que los
padres compartan la vida de su descendiente, sin que sea determinante que puedan
vivir o dormir en una casa distinta, pero más o menos cercana, como para no
quebrantar dicha convivencia con sus padres.
Naturaleza del deber de responder de los padres por el accionar de sus hijos
menores de edad Como se verá al comentar el art. 1755 CCyC, la responsabilidad de
los padres es objetiva.
La norma en estudio establece expresamente que ellos (ambos) responden
solidariamente por los daños causados por sus hijos. En cambio, si estos últimos
también son responsables (por ejemplo, en los términos del art. 1750 CCyC), lo harán
concurrentemente con sus padres (sin perjuicio de que estos respondan
solidariamente el uno con el otro), por tener ambas deudas una causa distinta (art.
1751 CCyC).
ART 1755: Cesación de la responsabilidad paterna. La responsabilidad de los padres
es objetiva, y cesa si el hijo menor de edad es puesto bajo la vigilancia de otra
persona, transitoria o permanentemente.
No cesa en el supuesto previsto en el artículo 643.
Los padres no se liberan, aunque el hijo menor de edad no conviva con ellos, si esta
circunstancia deriva de una causa que les es atribuible.
Los padres no responden por los daños causados por sus hijos en tareas Inherentes al
ejercicio de su profesión o de funciones subordinadas encomendadas por terceros.
Tampoco responden por el Incumplimiento de obligaciones contractuales válidamente
contraídas por sus hijos.

Factor de atribución aplicable El art. 1755 CCyC es claro en cuanto a la


responsabilidad objetiva de los padres por el hecho de sus hijos menores de edad. En
cambio, la cuestión era discutida en el régimen de los arts. 1114a 1116 CC, incluso
luego de la reforma instaurada por la ley 24.830.
En efecto, un sector de la doctrina postulaba la responsabilidad subjetiva de los
padres, con sustento en la eximente prevista en el art. 1116 del Código de Vélez,
mientras que otro considera que se trataba de un supuesto de responsabilidad
objetiva, que podía fundarse tanto en el factor de atribución garantía como en el
riesgo que emana de la patria potestad.
El CCyC termina con todo debate al respecto, por un lado, al consagrar que la
responsabilidad de los padres es de corte netamente objetivo y, por el otro, al
excluir la posibilidad de que los progenitores se eximan de responsabilidad
acreditando que les ha sido imposible evitar la producción del daño.
En consecuencia, como principio general los padres, para eximirse de responder,
deben acreditar la causa ajena (art. 1722 CCyC).
Eximentes específicas Más allá de que, como acaba de referirse, los padres
responden objetivamente por el accionar de sus hijos menores de edad y, por ende,
se eximen demostrando la existencia de una causa ajena, la norma en análisis regula
algunas eximentes específicas, que se tratan a continuación.
Puesta del menor bajo la vigilancia de otra persona, transitoria o
permanentemente El art. 1755 CCyC exime de responsabilidad a los progenitores
cuando el menor se encuentre bajo la vigilancia de otra persona, sea transitoria o
permanentemente. La primera nota distintiva de esta disposición es que modifica la
norma análoga del CC (art. 1115), que solo eximía a los padres cuando el menor era
puesto bajo la vigilancia de otra persona en forma permanente.
Ahora bien, para que se configure esta causal es preciso que se haya desplazado el
deber de contralor sobre el menor hacia otra persona física o jurídica. Dicha
transferencia debe ser legítima, es decir, debe estar destinada a la formación,
educación, rehabilitación o seguridad del menor. Se trata, por ejemplo, del supuesto
en que el niño es dejado en el establecimiento escolar, en cuyo caso la
responsabilidad por el accionar del educando se traslada al titular de la institución,
en los términos del art. 1756 CCyC.
Asimismo, el desplazamiento en el cuidado del menor debe ser circunstancial, pues,
de lo contrario, se estaría delegando la responsabilidad parental.
Por otra parte, es preciso que no exista dependencia entre la persona a la cual se
entregó el cuidado del menor y sus progenitores, pues en el caso que sea así no
existirá una transmisión de la vigilancia activa del menor: el cuidador actuará bajo
las órdenes y dirección del padre o madre al cual se encuentra subordinado.
Sin perjuicio de ello, la norma en análisis establece expresamente que no se
configura esta eximente en los casos en que los padres han delegado voluntariamente
la responsabilidad parental. En este sentido, cabe recordar que el art. 643 CCyC
faculta a los progenitores a delegar, en interés del hijo y por razones justificadas, la
responsabilidad parental a un pariente, acuerdo que debe ser homologado
judicialmente. En estos casos, la norma citada en último término es clara en cuanto
a que la delegación no implica la suspensión de la titularidad en la responsabilidad
parental, por lo que es una consecuencia lógica que se mantenga en estos casos la
responsabilidad de los padres por el accionar de sus hijos.
La falta de convivencia del menor con sus progenitores y la extinción de la
responsabilidad parental Al comentar el artículo que antecede se ha visto que uno
de los presupuestos de la responsabilidad de los padres por el hecho de sus hijos es
que estos últimos convivan con ellos. También es preciso que los padres ejerzan la
responsabilidad parental.
Sin embargo, la inexistencia de estos presupuestos no siempre actúa como eximente
del deber de resarcir de los progenitores. En efecto, y a tenor de lo establecido por
el art. 1755 CCyC, en los casos en que el cese de la convivencia o la extinción o
suspensión de la responsabilidad parental estén fundados en una causa atribuible al
padre o madre del niño, subsiste el deber de resarcir el daño ocasionado por este
último. El fundamento de esta previsión se encuentra en que sería injusto que quien
ha incurrido en las más groseras violaciones a los deberes que le impone la
responsabilidad parental, a punto de haber sido privado de ella, quede en mejor
situación que aquel que ha cumplido acabadamente con aquellos. Partiendo de esas
premisas, subsiste el deber de resarcir el daño en cabeza de los padres cuando se
presenten los supuestos de privación de la responsabilidad parental enumerados en el
art. 700 CCyC (condena como autor, coautor, instigador o cómplice de un delito
doloso contra la persona o los bienes del hijo —inc. a—; abandono del menor —inc. b
—, y poner en peligro la seguridad, la salud física o psíquica del hijo —inc. c—), como
así también cuando se produce la suspensión del ejercicio de la responsabilidad
parental por convivir el hijo con un tercero, que fue separado de sus progenitores por
razones graves (art. 702, inc. d, CCyC).
El ejercicio de tareas inherentes a la profesión, de funciones subordinadas
encomendadas por terceros, y el cumplimiento de las obligaciones válidamente
contraídas por el menor Como lo ha dicho la doctrina con anterioridad a la reforma,
es claro que, en los actos vinculados con el trabajo, profesión o la actividad
comercial del menor, es prácticamente imposible que los padres ejerzan alguna
vigilancia o contralor, y el hijo puede obrar laboral o profesionalmente aun contra la
voluntad paterna (art. 30 CCyC). Es por eso que, en estos casos, el menor responde
de manera exclusiva por los hechos dañosos causados en ejercicio de su trabajo,
profesión o comercio.
ART 1756: Otras personas encargadas. Los delegados en el ejercicio de la
responsabilidad parental, los tutores y los curadores son responsables como los
padres por el daño causado por quienes están a su cargo.
Sin embargo, se liberan si acreditan que les ha sido Imposible evitar el daño; tal
Imposibilidad no resulta de la mera circunstancia de haber sucedido el hecho fuera
de su presencia.
El establecimiento que tiene a su cargo personas Internadas responde por la
negligencia en el cuidado de quienes, transitoria o permanentemente, han sido
puestas bajo su vigilancia y control.
La norma objeto de este comentario se refiere a dos supuestos de responsabilidad
distintos. En primer lugar, trata acerca del deber de responder de los delegados en la
responsabilidad parental, tutores y curadores por el accionar de los incapaces que se
encuentran bajo su protección. En segundo término, se refiere a la responsabilidad
de los establecimientos de internación por los daños ocasionados a terceros por las
personas que se encuentran bajo su cuidado. En ambos casos la responsabilidad es
subjetiva, aunque en el primero hay una inversión de la carga de la prueba de la
culpa.
El deber de responder de los delegados en la responsabilidad parental, tutores y
curadores En el CC, y partir de la reforma instaurada por la ley 24.830, la
responsabilidad de los tutores y curadores por el daño ocasionado por las personas
que se encuentren bajo su cuidado quedó equiparada a la responsabilidad de los
padres (art. 1114 CC). El nuevo ordenamiento civil y comercial, aunque agrava la
responsabilidad de los padres, mantiene el régimen anterior para el caso de los
tutores y curadores, quienes podrán invocar (además de las eximentes previstas para
la responsabilidad de los padres) que les ha sido imposible evitar la producción del
daño para eximirse de responder.
Asimismo, la disposición en estudio incorpora la figura del delegado en la
responsabilidad parental (art. 643 CCyC), quien responderá con el mismo alcance que
los tutores y curadores.
Ahora bien, el art. 1756 CC consagra una presunción iuris tantum de culpa en cabeza
de las personas mencionadas, que únicamente puede desvirtuarse si los encargados
del menor o incapaz demuestran que les ha sido imposible impedir el daño o, lo que
es igual, si acreditan su obrar diligente. Por ende, para liberarse deberán demostrar
que ejercieron una razonable vigilancia del menor o incapaz, y les otorgaron una
buena educación. Por ejemplo, se ha considerado que no existe una vigilancia activa
cuando los niños juegan en la calle, con hondas o gomeras, o tiran piedras, o cuando
vagabundean solos por la vía pública; o si se les permite el uso de armas de fuego u
otros instrumentos peligrosos, o cuando se consiente la realización de actividades
peligrosas para su edad o su capacidad.
El deber de responder de los establecimientos de internación En su segundo
apartado, el art. 1756 CCyC establece que los establecimientos que tengan a su cargo
personas internadas responden subjetivamente por el cuidado de las que, transitoria
o permanentemente, se encuentren bajo su vigilancia y control.
El análisis de este supuesto de responsabilidad torna necesario distinguir entre los
supuestos en que el daño es ocasionado por la persona internada a terceros y
aquellos otros en que el damnificado es quien se encuentra bajo el cuidado de la
institución.
En el primer caso, es claro que el establecimiento asistencial responde
subjetivamente frente a los terceros, quienes deben acreditar la negligencia de la
institución en el cuidado y control de la persona que se encuentra a su cuidado.
Por el contrario, si el daño es sufrido por la persona internada, en principio resulta
de aplicación el régimen de la Ley de Defensa del Consumidor (arts. 1° y 2° de la ley
24.240), de forma tal que el establecimiento responde objetivamente por la
infracción de la obligación de seguridad (arts. 5° y 6° de este último cuerpo legal)

Responsabilidad derivada de la intervención de cosas y de ciertas actividades


ART 1757: Hecho de las cosas y actividades riesgosas. Toda persona responde por
el daño causado por el riesgo o vicio de las cosas, o de las actividades que sean
riesgosas o peligrosas por su naturaleza, por los medios empleados o por las
circunstancias de su realización.
La responsabilidad es objetiva. No son eximentes la autorización administrativa para
el uso de la cosa o la realización de la actividad, ni el cumplimiento de las técnicas
de prevención.

En el CC no existía la responsabilidad por riesgo, como así tampoco ningún supuesto


de responsabilidad objetiva. Ello fue así por la sencilla razón de que la sola idea de
que nazca la obligación de resarcir el daño ocasionado sin la intervención de una
conducta subjetivamente reprochable era inimaginable.
Muchos años después, el supuesto ahora regulado en los arts. 1757 y 1758 CCyC fue
uno de los puntos más trascendentes de la reforma instaurada al ordenamiento civil
anterior por la reforma del año 1968 (ley 17.711), que modificó el art. 1113 de dicho
cuerpo legal, e incorporó la responsabilidad objetiva en el ámbito extracontractual.
En particular, la del dueño o guardián de una cosa viciosa o riesgosa por los daños
ocasionados por el accionar de aquella, quien únicamente se eximía acreditando la
ruptura del nexo causal, o la pérdida de la guarda de la cosa.
Más allá de ello, en la misma disposición se preveía la responsabilidad por los daños
ocasionados "con" la cosa, supuesto en el cual se presume la culpa del agente. Sin
perjuicio de que este último régimen de responsabilidad fue muy raramente aplicado
por la jurisprudencia, lo cierto es que la distinción entre el daño ocasionado por el
vicio o riesgo de la cosa, o con la cosa, se mantuvo vigente hasta la actualidad.
Cosas viciosas o riesgosas. Actividades peligrosas El primer caso previsto en el art.
1757 CCyC presupone el accionar de una cosa riesgosa o viciosa en la producción del
daño. Al respecto, cabe recordar que las cosas pueden ser riesgosas: a. por su propia
naturaleza, esto es, cuando, conforme a su estado natural, constituyen un peligro
potencial para terceros; b. cuando la cosa, que no es peligrosa o riesgosa por su
naturaleza, ve potenciada esa aptitud para generar daños por la propia conducta del
responsable que multiplica, aumenta o potencia las posibilidades de dañosidad. En
este último caso quedan comprendidos distintos supuestos, por ejemplo, aquel en
que el daño es causado por el funcionamiento particular de la cosa (automóvil), o
cuando el peligro nace del estado en que se encuentra (fusil cargado), o de la
posición en que se localiza (madera transportada en un camión que cae sobre un
automóvil al que precede en la ruta).
En cuanto a las cosas viciosas, ellas son relevantes, cuando, debido al defecto que
presenta, la cosa tiene virtualidad suficiente para convertirse en una fuente
potencial de riesgos para terceros. Es que el riesgo o contingencia del daño es la
mera consecuencia o derivación del vicio propio de la cosa.
Sobre el riesgo de la actividad, ella puede ser peligrosa por su naturaleza, es decir,
con motivo de sus características intrínsecas o habituales, o por las circunstancias de
su realización, es decir, por factores contingentes referidos a la manera de llevarlas
a cabo. El primer supuesto se presenta, por ejemplo, por la explotación de la energía
nuclear, que es siempre peligrosa, y susceptible de generar accidentes para terceros.
En cuanto al segundo caso, se configura cuando existen factores contingentes
referidos a la manera de llevar a cabo la actividad. Se trata de un riesgo accidental,
que puede o no presentarse, según el caso. Se vincula con las circunstancias que son
determinantes para la calificación riesgosa de la actividad desplegada, que se
vinculan, principalmente, con los medios o elementos empleados para el despliegue
de la actividad, que pueden y deben ser controlados por su titular
Régimen de la responsabilidad por el hecho de las cosas y por actividades
riesgosas El art. 1757 CCyC consagra dos supuestos de responsabilidad distintos, que
generan efectos similares. En primer término, regula la responsabilidad por el daño
ocasionado por las cosas viciosas o riesgosas y, en segundo término, incluye en el
mismo régimen el daño producido por las actividades peligrosas o riesgosas por su
naturaleza.
a. Responsabilidad por vicio o riesgo de la cosa. La primera nota distintiva de la
disposición en estudio es que elimina la categoría de daños causados "con" las cosas
que, como ya lo hemos adelantado, se encontraba prácticamente vacía de contenido,
pues era de muy esporádica utilización por la jurisprudencia. El art. 1757 CCyC
centra su campo de aplicación, entonces, en aquellos supuestos en que el daño es
ocasionado por las cosas viciosas o riesgosas, es decir, los supuestos en que el
perjuicio es producido por el hecho de la cosa, en los que esta interviene
activamente en la producción del resultado. Así las cosas, resulta de aplicación la
disposición cuando el daño sea ocasionado por una cosa que, por su naturaleza,
estado o modo de utilización engendra daños para terceros.
Por otra parte, la responsabilidad es, en estos casos, objetiva, es decir que la
conducta subjetivamente reprochable del agente es irrelevante a los fines de
imputarle responsabilidad. El factor de atribución aplicable es el riesgo. Por ende,
para eximirse de responsabilidad el sindicado como responsable deberá acreditar la
causa ajena, es decir, el hecho de la víctima, de un tercero por el cual no debe
responder o el caso fortuito o fuerza mayor (arts. 1722, 1729, 1730 y 1731 CCyC).
Partiendo de esa premisa, a la víctima le bastará con acreditar el contacto material
entre el hecho de la cosa y el daño, para que surja la presunción de adecuación
causal, es decir, que el accionar de la cosa viciosa o riesgosa fue la que, conforme el
curso normal y ordinario de los acontecimientos, produjo el resultado,
b. Los daños ocasionados por las actividades peligrosas. La disposición en análisis
prevé también la responsabilidad objetiva por el daño ocasionado por las actividades
riesgosas. Cabe recordar, sobre este último aspecto, que una actividad es riesgosa
cuando, por su propia naturaleza o por las circunstancias de su realización, genera un
riesgo o peligro para terceros. No es relevante la intervención de cosas en la
realización de la actividad.
Con anterioridad a la reforma, estos supuestos eran considerados comprendidos en el
supuesto previsto —por analogía—en el art. 1113, in fine, CC. En estos casos, quien
realiza la actividad, se sirve u obtiene un provecho de ella (art. 1758 CCyC) debe
resarcir el daño ocasionado.
El art. 1757 CCyC dispone expresamente que la autorización administrativa para el
uso de la cosa o la realización de la actividad reputada riesgosa no funciona como
una eximente del deber de responder. Este principio es fundamental pues, como es
sabido, en general la utilización de cosas riesgosas por su naturaleza es admitida por
el ordenamiento jurídico (por ejemplo, utilización de automotores). Por ende, la sola
utilización de la cosa no es en sí mismo un hecho ilícito, pero se volverá tal cuando el
accionar de esta última ocasione un daño a un tercero (art. 1717 CCyC). Lo mismo
sucede en el caso de las actividades peligrosas, que muchas veces están autorizadas
por la normativa aplicable.
Tampoco podrá oponerse a la acción incoada por la víctima la adopción de las
medidas de prevención necesarias para evitar la producción del daño
ART 1758: Sujetos responsables. El dueño y el guardián son responsables
concurrentes del daño causado por las cosas. Se considera guardián a quien ejerce,
por sí o por terceros, el uso, la dirección y el control de la cosa, o a quien obtiene un
provecho de ella. El dueño y el guardián no responden si prueban que la cosa fue
usada en contra de su voluntad expresa o presunta.
En caso de actividad riesgosa o peligrosa responde quien la realiza, se sirve u obtiene
provecho de ella, por sí o por terceros, excepto lo dispuesto por la legislación
especial.

La legitimación pasiva en los supuestos de daños ocasionados por cosas viciosas o


riesgosas Respecto del primer supuesto contemplado por la norma, se consagra la
responsabilidad del dueño o guardián de la cosa viciosa o riesgosa.
En cuanto al dueño de la cosa que ocasiona el daño, es aquel que ostenta la
titularidad de dominio, en los términos del art. 1941 CCyC. Por ende, será dueño de
una cosa mueble registrable quien cuente con la inscripción registral pertinente (art.
1892 CCyC), y en los casos de cosas muebles no registrables conforme a las reglas de
la apropiación, establecidas en el art. 1947 CCyC.
Más allá de ello, la principal reforma en la materia está dada por la figura del
guardián, pues el nuevo ordenamiento civil y comercial no se limita a mencionarlo,
sino que también establece los recaudos que deben reunirse para que el sindicado
como responsable reúna tal calidad. En efecto, es guardián de la cosa quien ostenta
su uso, control y dirección. Por ende, en los términos del art. 1758 CCyC, es guardián
quien se sirve de la cosa, ejerciendo, de manera autónoma, el poder de control y
gobierno de ella, aunque no pueda llegar a servirse de la cosa. Es preciso que el
ejercicio de dicho poder sobre la cosa sea autónomo e independiente respecto de
cualquier otra persona, por lo que, quien utiliza o emplea la cosa siguiendo las
instrucciones o directivas de otro, no asume la condición de guardián. Ahora bien, es
claro que la disposición requiere, para que surja la figura del guardián, que se
encuentren reunidos los tres presupuestos. Es decir que el sindicado como
responsable debe tener el uso, la dirección y el control de la cosa. El art. 1758 CCyC
es claro al utilizar el término copulativo "y" que, valga la redundancia, sirve para unir
palabras o cláusulas en concepto afirmativo. No se trata de un detalle, o de una
discusión meramente académica, pues es la suma de los tres elementos lo que
permite configurar el poder de control autónomo sobre la cosa. Por ende, si quien
utiliza la cosa lo hace siguiendo instrucciones u órdenes de otro, no es guardián, pues
dicho carácter le corresponde a quien le imparte las indicaciones en cuyo interés se
ejerce la guarda. Por su parte, también debe responder como guardián quien obtiene
un provecho de la cosa, es decir, quien se sirve de ella para su beneficio.
La legitimación pasiva por los daños ocasionados por el desarrollo de actividades
riesgosas o peligrosas En los supuestos en los cuales el daño es consecuencia de una
actividad riesgosa o peligrosa, responde quien realiza tal actividad, se sirve u obtiene
un provecho de ella. Ello es así pues, en este caso, no existe un dueño de la
actividad, sino que es responsable quien ejerce un poder fáctico sobre su desarrollo,
quien la ejecuta o desarrolla con un poder real autónomo e independiente de
dirección sobre ella. La responsabilidad recae, entonces, sobre quien genera,
fiscaliza, supervisa, controla o potencia, de forma autónoma, la actividad riesgosa.
La pérdida de la guardia no voluntaria como eximente Amén de las previsiones
relativas a la legitimación pasiva en el régimen de responsabilidad en estudio, la
norma consagra una eximente más en este supuesto del deber de resarcir: la pérdida
de la guarda no voluntaria. Esta eximente, ya vigente en el marco del CC, encuentra
su razón de ser en el hecho de que, en estos casos, el dueño o guardián cesa en el
poder que ejerce sobre la cosa, que pasa a la esfera de actuación de otra persona,
que es el legitimado pasivo. Se configurará esta eximente, entonces, cuando el
dueño o guardián haya sido privado de la cosa por el obrar de un tercero (hurto,
robo, apropiación, etc.). Sin embargo, cuando el sindicado como responsable haya
transmitido la guarda voluntariamente a un tercero, se presume que ha autorizado o
consentido el uso de la cosa por parte de este último.

ART 1759: Daño causado por animales. El daño causado por animales, cualquiera
sea su especie, queda comprendido en el artículo 1757.

El ordenamiento civil derogado establecía un complejo sistema para regular la


responsabilidad por los daños causados por los animales, en el art. 1124 y ss. La
primera disposición citada establecía la responsabilidad del dueño del animal
doméstico o feroz por el daño que causare, o de quien se servía del animal.
Asimismo, los artículos siguientes hacían alusión a la eximición del dueño del animal
cuando este último fuese excitado por un tercero (art. 1125 CC), a la responsabilidad
del dueño aun cuando el animal se encuentre bajo la guarda de un dependiente, o
cuando el hecho no sea propio del accionar de la especie (art. 1126 CC), la eximición
del guardián por el extravío no culpable del animal (art. 1127 CC), los daños
ocasionados por un animal a otro (art. 1130 CC, etc.).
El art. 1759 CCyC simplifica el régimen de responsabilidad por los daños ocasionados
por animales, al equipararlo al de la responsabilidad por el daño ocasionado por
cosas viciosas o riesgosas. Ello es consecuencia de que, en puridad, los animales
revisten la categoría de cosas muebles (art. 227 CCyC), por lo que en el sistema del
nuevo ordenamiento civil y comercial no resulta pertinente efectuar una
diferenciación respecto de los daños que pueden ocasionar el accionar de las cosas
en general.
Asimismo, la norma en estudio sella toda discusión en cuanto a cuál es el factor de
atribución aplicable en estos casos. En efecto, con anterioridad a la reforma se
discutió en la doctrina si nos encontramos ante un supuesto de responsabilidad
objetiva o subjetiva, y la postura clásica sustentaba que la imputación del dueño o
guardián era a título de culpa, por no haber vigilado adecuadamente al animal para
que no produjera daño alguno.
Sin embargo, el CCyC adopta, en esta materia, la posición sustentada por la mayoría
de la doctrina y jurisprudencia, en cuanto a que el dueño o guardián del animal
responden objetivamente, pues han creado un riesgo del cual se benefician y cuyas
consecuencias es justo que afronten. Los legitimados pasivos son el dueño y guardián
del animal. Es dueño quien tiene la posesión de aquel, salvo que se trate de un
supuesto en que la legislación específica requiera la registración de la cosa (art. 1895
CCyC). En cuanto al guardián, y siguiendo la regla sentada al respecto por el art.
1758 CCyC, es quien ostenta un poder de dirección, control y uso independiente del
animal, como quien se sirve de él, o percibe un beneficio económico de su
utilización.
Para eximirse de responder el sindicado como responsable debe acreditar la ruptura
del nexo causal o la pérdida no voluntaria de la cosa (arts. 1757 y 1758 CCyC), con lo
que la regla del anterior ordenamiento civil, conforme a la cual el guardián se exime
cuando el animal haya sido excitado por un tercero, deja de existir.
Responsabilidad colectiva y anónima
ART 1760: Cosa suspendida o arrojada. Si de una parte de un edificio cae una cosa, o
si ésta es arrojada, los dueños y ocupantes de dicha parte responden solidariamente
por el daño que cause. Sólo se libera quien demuestre que no participó en su
producción.

El art. 1760 CCyC regula un supuesto especial de responsabilidad colectiva, en la cual


se ocasiona un daño al tercero con una cosa caída o arrojada de un edificio. La
disposición establece los caracteres particulares del régimen de responsabilidad
colectiva por el integrante anónimo de un grupo, a los cuales nos referiremos a
continuación.
Cosa arrojada o caída que ocasiona un daño El primer elemento requerido para que
nazca la responsabilidad que emana de la norma en análisis es que el daño sea
ocasionado por una cosa arrojada o caída de una parte del edificio. El texto del
artículo, a diferencia de lo que ocurría en el Código derogado, no prevé el lugar
donde debe caer la cosa para que se configure el supuesto de responsabilidad.
Quedan incorporados en el ámbito de la responsabilidad colectiva así consagrada los
casos en que la cosa es arrojada o cae desde un edificio. Incluye, entonces, tanto los
supuestos en que la cosa haya sido arrojada, como aquellos en los que cae una
mampostería, o revoques, macetas, carteles, adornos, o cualquier otra clase de
elementos que puedan caer desde las aperturas de las paredes o de los balcones. Es
decir, ambos supuestos, hecho del hombre o hecho de la cosa, son tratados en la
normativa de la misma forma.
Legitimación pasiva En el ordenamiento civil anterior era complejo determinar el
alcance de los responsables, identificados por el art. 1119 CC como los "padres de
familia" o "los inquilinos de la casa". En efecto, se criticaba la fórmula utilizada por
ser confusa, aunque existía acuerdo en cuanto a que se refería a aquellos que
ejercen la autoridad doméstica sobre un grupo de personas que viven en común, por
un lado, y por el otro al dueño, locatario, usufructuario, usuario, poseedor,
comodatario, depositario, etc. Como sea, el CCyC elabora una fórmula más sencilla
al establecer que deberán responder los dueños y ocupantes de dicha parte del
edificio. Por ende, la responsabilidad alcanza tanto al titular de dominio de la cosa,
como a todo aquel que ostente algún tipo de control sobre ella, cualquiera sea su
título (locatario, usufructuario, comodatario, etc.).
En especial, es preciso destacar que el consorcio de copropietarios es una persona
jurídica (art. 2044 CCyC), de forma tal que, si en la parte del edificio de la cual cayó
o fue arrojada la cosa, además de las distintas unidades funcionales, existe una parte
común (por ejemplo, el techo, azotea, terraza o patio solar, art. 2041, inc. c, CCyC),
el consorcio también deberá responder, en su carácter de titular de esa parte.
Por otra parte, la norma es clara en cuanto a que el deber de resarcir el daño
ocasionado alcanza tanto a los dueños como a los ocupantes, esto es, que la
existencia de un habitante que no revista la primera calidad (por ejemplo, un
inquilino) no excluye la responsabilidad del titular de dominio del bien.
Todos los sujetos mencionados son responsables solidariamente por el daño
ocasionado a la víctima. Más allá de la expresa previsión normativa, ello es una
consecuencia de la regla general establecida en el art. 1751 del mismo cuerpo legal,
dado que la causa del deber de resarcir es la misma para todos.
Eximentes La norma en estudio es clara en cuanto a que únicamente se libera quien
demuestre que no participó en la producción del daño. Ello implica establecer una
presunción en favor de la víctima que ha sufrido el daño por la caída de la cosa desde
el edificio, de que los autores son los ocupantes, y que los dueños deben responder
en forma solidaria con aquellos. Más allá de esta clara regla, existen dos notas
distintivas que también deben tenerse en cuenta.
En primer lugar, el art. 1760 CCyC se refiere, expresamente, a que la cosa debe
haber caído o sido arrojada desde una "parte" del edificio. Con ello se quita todo
manto de duda al hecho de que la responsabilidad colectiva consagrada no alcanza a
las personas que habiten o sean propietarios de una parte distinta del bien del cual
provino la cosa (por ejemplo, los habitantes del contrafrente, o cuyas ventanas no
dan a la arteria desde la cual, ineludiblemente, cayó o fue arrojada la cosa dañosa).
En segundo término, tampoco debe encontrarse individualizada la unidad funcional
desde la cual se arrojó o cayó la cosa, pues, en este último supuesto, solo debe
responder el propietario del bien particular. Lo que sucede es que, identificado el
causante del daño, ya el supuesto de responsabilidad aplicable no será el establecido
en la norma objeto de este comentario, sino que quien arrojó en efecto la cosa debe
responder directamente por su accionar (art. 1749 CCyC), o por el hecho de la cosa
que cayó desde su propiedad (art. 1757 CCyC y ss.). Por ende, no se trata de un
eximente de responsabilidad, sino de un presupuesto de aplicación del artículo en
análisis.
Factor de atribución Sin embargo, es claro que la eventual conducta subjetivamente
reprochable del autor nada tendrá que ver con la imputación de responsabilidad. En
efecto, el sindicado como responsable no solo puede no ser culpable, sino que incluso
puede no ser el autor material del daño. Es por ello que se trata de un supuesto de
responsabilidad objetiva y, por ende, resultan de aplicación las pautas previstas al
respecto por los arts. 1722 y 1723 CCyC

ART 1761: Autor anónimo. Si el daño proviene de un miembro no Identificado de un


grupo determinado responden solidariamente todos sus Integrantes, excepto aquel
que demuestre que no ha contribuido a su producción.
 
La norma consagra la responsabilidad colectiva del grupo cuando resulta imposible
identificar al autor material del daño.
Es preciso poner de resalto que la intervención plural de un grupo en la producción
de un daño puede adoptar distintas características.
En primer lugar, la intervención es conjunta o común cuando varios sujetos,
individualmente considerados, cooperan o toman parte en la producción del
resultado dañoso, en calidad de coautores, consejeros, cómplices o auxiliares de un
acto ilícito. En este supuesto, existen varios hechos ilícitos individuales entre sí, pero
conexos en cuanto producen un resultado lesivo común. Es claro que cada uno de
ellos responde directamente por su accionar, en los términos del art. 1749 CCyC, y se
encuentran solidariamente obligados a resarcir el daño ocasionado a la víctima (art.
1751 del mismo cuerpo legal).
En segundo término, el accionar plural puede ser concurrente, en los casos en que el
mismo daño es provocado por la acción, independiente entre sí, de dos o más
personas, con la particularidad de que, aun sin mediar el hecho de la otra, el
resultado se habría producido igualmente. Tal es el supuesto cuando dos personas
suministran una dosis de veneno a la víctima, y cualquiera de ellas pudo ocasionarle
la muerte en forma independiente. También en este caso el accionar de cada uno de
ellos es individual, pero todos deben responder frente al damnificado por la totalidad
del daño ocasionado. La doctrina distingue el supuesto en el cual la intervención es
alternativa o disyunta, es decir, en donde el daño es atribuible a una persona o a
otra, pero de manera alternativa o excluyente. En este último caso es en el cual se
encuentra comprendido el accionar de un miembro no identificado dentro de un
grupo circunstancial dañoso individualizado de posibles responsables. Por ejemplo, si
varios cazadores disparan simultáneamente sus armas, pero la víctima solo ha
recibido el impacto de un disparo que le provoca la muerte. Solo uno de ellos ha sido
el autor del daño, pero no puede establecerse cuál de los agentes es el que provocó
el resultado dañoso, por lo que la autoría permanece en el anonimato. Como podrá
advertir el lector, este es justamente el supuesto regulado por la disposición sub
examine.
Finalmente, existen supuestos en los cuales ya no se responsabiliza al grupo por el
accionar de uno de sus integrantes, que permanece anónimo, sino que lo que se toma
en cuenta es el accionar del grupo en general. La autoría individual de cada uno de
los integrantes es, a diferencia de los casos mencionados en los párrafos que
anteceden, irrelevante, pues lo que tiene en cuenta la ley a los fines de imputar el
hecho dañoso es el accionar del grupo en sí mismo. La autoría es del colectivo, y ya
no interesa la conducta particular de uno de sus integrantes. Se trata del supuesto de
los daños causados por el accionar riesgoso o peligroso de un grupo, regulado por el
art. 1762 CCyC, a cuyo comentario remitimos.
Los caracteres y presupuestos de la responsabilidad colectiva por el daño
ocasionado por el autor anónimo Para que resulte aplicable la normativa en análisis
es preciso, en primer lugar, que exista un grupo determinado. No se trata de
cualquier reunión individual de personas, sino que debe existir una "pertenencia" de
cada uno de sus integrantes al conjunto, a través de un lazo de cohesión, más o
menos definido. En segundo término, es un recaudo ineludible que exista un daño
ocasionado por alguno de los miembros del grupo en cuestión, pero no puede
discernirse cuál de sus integrantes fue el que lo produjo. Estamos ante un supuesto
en que la autoría individual del daño permanece desconocida, y dicho anonimato es
básico y esencial para que se configure el supuesto de responsabilidad en estudio. Es
también un presupuesto de aplicación de la norma en estudio que el grupo no haya
desarrollado una actividad peligrosa, pues en este caso será de aplicación lo
dispuesto por el art. 1762 del mismo cuerpo legal.
Acreditados los extremos antes aludidos, se encuentran obligados a resarcir el daño
ocasionado todas las personas que conforman el grupo de autores probables del
menoscabo. Esa probabilidad de autoría debe ser demostrada en forma inequívoca,
mediante la prueba de la relación causal que se remonta desde el daño sufrido hasta
el grupo considerado. También pesa sobre el damnificado la carga de acreditar que
el demandado formaba parte del colectivo en cuestión.
Una vez demostrados estos extremos, la norma presume la autoría en todos los
integrantes del grupo, quienes deberán responder solidariamente por la
indemnización del daño ocasionado al damnificado.
En cuanto al factor de atribución aplicable en estos supuestos, es claro que nos
encontramos ante un supuesto de responsabilidad objetiva, por lo cual será
irrelevante la subjetividad de la conducta de los integrantes del grupo a los fines de
determinar su responsabilidad.
La responsabilidad del grupo se rige por las reglas de la garantía, pues la norma pone
en cabeza del colectivo un deber de indemnidad frente al eventual damnificado por
el daño que le pueda ocasionar cualquiera de sus integrantes.
Respecto de los eximentes que puede oponer el sindicado como responsable, debe
demostrar que no ha participado en la producción del daño. Es decir, que su accionar
no contribuyó a la producción del resultado dañoso, por lo que no hay relación de
causalidad entre el daño y su conducta. Así, puede probar que no formó parte del
grupo de autores probables o, más aun, probar quién es el autor material del daño,
mediante la prueba inequívoca y la demostración de que la autoría es exclusiva.
Igualmente, para que se configure esta última causal no basta con acreditar quien
fue el causante del perjuicio, sino que también debe comprobarse que el demandado
no ha contribuido a la producción del daño.

ART 1762: Actividad peligrosa de un grupo. Si un grupo realiza una actividad


peligrosa para terceros, todos sus integrantes responden solidariamente por el daño
causado por uno o más de sus miembros. Sólo se libera quien demuestra que no
Integraba el grupo.
 
El art. 1762 CCyC incorpora al sistema de responsabilidad por daños el supuesto de
los daños causados por el accionar de un grupo peligroso. Se trata de un caso de
particular gravedad, en donde el riesgo creado que justifica la imputación de
responsabilidad asume un carácter extraordinario, y está referido al grupo en sí
propio considerado, y no al anonimato en la causación del daño. La norma prevé el
supuesto fáctico de un daño que tiene causa en la actividad riesgosa para terceros de
un grupo de personas. Con la incorporación al ordenamiento jurídico de este
supuesto de responsabilidad se construye una herramienta jurídica dirigida a regular,
en forma más estricta, el accionar de grupos que causan daños que, en la mayoría de
los casos, devienen difusos (v. gr., patotas, grupos de agentes contaminantes,
etcétera). La autoría del riesgo se confunde en buena medida con la autoría del
daño. Es por ello que el perjuicio se atribuye al grupo, y se responde por el solo
hecho de pertenecer a él. Si quisiéramos ver la cuestión a partir de un ejemplo,
supongamos un grupo de personas que organiza una "picada" de autos en la vía
pública, y como consecuencia del desarrollo de esa actividad uno de los
automovilistas atropella a un peatón que cruzaba la calle. A partir de este supuesto
podemos apreciar cómo la actuación particular deviene intrascendente, dado que es
la actividad del grupo —que creó un riesgo que se patentizó en el daño sufrido por el
transeúnte— lo relevante a los fines de imputar responsabilidad a la totalidad de los
integrantes del colectivo considerado.
Para que nazca el deber de resarcir el daño ocasionado en estos casos, es preciso que
se encuentre acreditado en la causa que existió la actuación de un grupo que realizó
una actividad riesgosa o peligrosa para terceros. Asimismo, para que el accionar del
grupo en cuestión sea considerado riesgoso o peligroso, es necesario que se
encuentren reunidos los recaudos estipulados en el art. 1757 del mismo cuerpo legal,
es decir, que la actividad sea peligrosa por su naturaleza, por los medios empleados
o por las circunstancias de su realización; la prueba de esas características, como la
relación causal entre el daño y la actividad peligrosa del grupo, debe ser aportada
por el damnificado.
Sobre este último aspecto corresponde señalar que esa relación causal entre el
accionar del grupo y el daño padecido por la víctima no se presume, y la prueba pesa
sobre el damnificado de conformidad con lo dispuesto por el art. 1736 CCyC.
A diferencia de lo que ocurre con la responsabilidad colectiva por el accionar del
autor anónimo, la identificación del sujeto particular que ocasionó el daño no exime
de responsabilidad a los restantes integrantes del grupo. Es por ello que, como
claramente lo dispone el artículo, los integrantes del colectivo únicamente se eximen
demostrando que no participaron del grupo. Los sujetos responsables son quienes
hayan desarrollado la actividad riesgosa para los terceros; su responsabilidad es
solidaria, más allá de las acciones de regreso que les correspondan.

Supuestos especiales de responsabilidad


ART 1763: Responsabilidad de la persona jurídica. La persona jurídica responde por
los daños que causen quienes las dirigen o administran en ejercicio o con ocasión de
sus funciones.

El accionar de las personas jurídicas puede, sin lugar a dudas, generar daños de
distinta índole y por diversas circunstancias particulares, que tornan aplicables
diferentes disposiciones del sistema de reparación de daños instaurado por el CCyC, o
de los microsistemas vigentes para determinadas relaciones jurídicas.
Si el ente ideal celebra un contrato con otra persona física o jurídica, el vínculo se
rige, de tratarse de negocios paritarios, conforme a las disposiciones aplicables a los
contratos y, en lo que aquí interesa, a la responsabilidad que emana del
incumplimiento obligacional.
Asimismo, es muy común que las personas jurídicas actúen como proveedoras de
bienes y servicios, en cuyo caso, de ser estos adquiridos o utilizados por un
consumidor, la eventual responsabilidad por daños del primero se dilucida a través de
las normas propias del sistema tuitivo del consumidor, sin desmedro de que, en otros
casos, es posible que la cuestión se rija por disposiciones aplicables a otros
microsistemas jurídicos (por ejemplo de la Ley 20.744 de Contrato de Trabajo).
Por otra parte, también puede suceder que la persona jurídica deba responder por el
daño ocasionado a terceros por sus dependientes, en cuyo caso su deber de
responder se rige por las reglas aplicables en la materia (arts. 1753 CCyC y concs.), o
por el accionar de las cosas viciosas o riesgosas de las cuales es dueño o guardián, o
por la actividad peligrosa que realiza, o de la que se sirve u obtiene un provecho de
ella (arts. 1757 CCyC y ss.).
Con todo, el artículo objeto de este comentario se refiere a un supuesto muy acotado
de responsabilidad de la persona jurídica, vinculado con los daños que generen
quienes la dirigen o administran en ejercicio y con ocasión de sus funciones, y
siempre que no exista un vínculo obligacional con el damnificado.
Este supuesto de responsabilidad resulta aplicable, en primer lugar, cuando el daño
sea ocasionado por quienes dirigen o administran la persona jurídica.
A su vez, el menoscabo debe ser producido en ejercicio o con ocasión de la función
desarrollada por ellos. En cuanto al alcance de dicha previsión, resultan aplicables
las mismas reglas que rigen la responsabilidad por el hecho de los dependientes.
Igualmente, corresponde señalar que la ampliación del término "con ocasión" permite
considerar incluidos, dentro del ámbito de responsabilidad, no solo los actos propios
de la esfera de la incumbencia de los directores o administradores, sino también los
supuestos de ejecución defectuosa de las funciones, o los de ejercicio aparente o
abuso de estas.
En cuanto al factor de atribución aplicable en estos casos, se trata de un supuesto
de responsabilidad objetiva. Ello es así por cuanto, como lo ha dicho Orgaz, las
personas jurídicas, que carecen de toda subjetividad, no pueden ser tratadas sino
objetivamente: los principios de la responsabilidad subjetiva le son absolutamente
extraños. Es inútil mencionar, en estos casos, la voluntad y la culpa, conceptos que,
respecto de los entes ideales, carecen en absoluto de sentido.
ART 1764: Inaplicabilidad de normas. Las disposiciones del Capítulo 1 de este Título
no son aplicables a la responsabilidad del Estado de manera directa ni subsidiarla.

ART 1765: Responsabilidad del Estado. La responsabilidad del Estado se rige por las
normas y principios del derecho administrativo nacional o local según corresponda.
ART 1766: Responsabilidad del funcionario y del empleado público. Los hechos y
las omisiones de los funcionarios públicos en el ejercicio de sus funciones por no
cumplir sino de una manera irregular las obligaciones legales que les están impuestas
se rigen por las normas y principios del derecho administrativo nacional o local,
según corresponda.
 
Los arts. 1764 a 1766 excluyen del ámbito del Código la responsabilidad del Estado y
de sus funcionarios públicos, que se regirá conforme a las normas del derecho
administrativo nacional o local. Es más, el art. 1764 dispone expresamente que las
disposiciones atinentes a la responsabilidad civil no son aplicables a la
responsabilidad del Estado de manera directa ni subsidiaria.
A tenor de ello, en el ámbito nacional, la ley 26.944 reguló la responsabilidad por
actividad lícita e ilícita del Estado.
Más allá de ello, es preciso efectuar dos aclaraciones en cuanto a la aplicación del
Código en esta materia. En primer lugar, la limitación establecida en los artículos ya
citados, que impide la aplicación directa o subsidiaria del nuevo ordenamiento civil,
no veda la aplicación analógica del derecho común cuando ello sea necesario. En
segundo término, resulta de aplicación a la administración pública el régimen tuitivo
del consumidor, de forma tal que, en aquellos casos en que exista una relación de
consumo entre el particular y el Estado —conforme a lo dispuesto por los arts. 1° y 2°
de la ley 24.240 y 1092 CCyC—, resulta de aplicación el art. 42 de la Carta Magna
nacional, como así también las disposiciones expresas que, en materia de este tipo
de acciones, contiene el estatuto del consumidor.
ART 1767: Responsabilidad de los establecimientos educativos. El titular de un
establecimiento educativo responde por el daño causado o sufrido por sus alumnos
menores de edad cuando se hallen o deban hallarse bajo el control de la autoridad
escolar. La responsabilidad es objetiva y se exime sólo con la prueba del caso
fortuito.
El establecimiento educativo debe contratar un seguro de responsabilidad civil, de
acuerdo a los requisitos que fije la autoridad en materia aseguradora.
Esta norma no se aplica a los establecimientos de educación superior o universitaria.

Originariamente este artículo preveía la responsabilidad subjetiva de los directores


de colegio y maestros artesanos por el daño causado por sus alumnos y aprendices.
A diferencia de lo que ocurría en la norma de Vélez Sarsfield, el art. 1767 CCyC
establece la responsabilidad del "titular" de la institución, es decir, la de la persona
que detente el carácter de propietario de la institución a la que concurre el alumno
dañador o damnificado. Sobre este último aspecto, corresponde señalar que el
concepto de titularidad no debe ser asimilado al del dueño del inmueble en el que se
desarrollan las actividades, sino a la persona que regentea la empresa educativa,
esto es, quien organiza y gestiona el desarrolle de la actividad por su propio interés.
A su vez, la disposición solo es aplicable a los establecimientos de enseñanza que se
encuentren incluidos en las normas que rigen el sistema educativo nacional,
provincial o municipal. Engloba, por lo tanto, a todos aquellos centros de enseñanza
que imparten la educación mínima regulada mediante la normativa educativa
específica, sean de gestiones privadas o estatales.
En cuanto al factor de atribución, es claro que se trata de un supuesto de
responsabilidad objetiva, fundado en el deber de indemnidad que asume el titular
del establecimiento, tanto frente a terceros como por los daños que puedan sufrir los
alumnos durante el desarrollo de la actividad educativa. Se trata de un caso de
responsabilidad objetiva agravada, pues el titular únicamente se exime demostrando
el caso fortuito o fuerza mayor, es decir, que el hecho fue imprevisible o inevitable
para el explotador de la actividad educativa.
El supuesto previsto por la norma es muy amplio —daño causado o sufrido por el
alumno—, lo que hace que, muchas veces, el deber de resarcir del titular del
establecimiento se rija por otras disposiciones más específicas. Así, y partiendo de
los daños ocasionados por el alumno, lo cierto es que este puede lesionar, por
ejemplo, a uno de sus docentes, pero en este caso el deber de resarcir a cargo del
titular del establecimiento se rige por las normas aplicables al vínculo laboral que lo
une con el profesor damnificado. Por otra parte, podría ocurrir también que el daño
sea ocasionado por un educando a otro, o que el perjuicio sea sufrido por el alumno,
y la cuestión puede recaer en el ámbito tuitivo del consumidor, por lo que serán
aplicables las reglas que allí se estipulan para la infracción de la obligación de
seguridad. Es decir que aun teniendo en cuenta la amplitud de la disposición en
análisis, lo cierto es que su aplicación se encuentra prácticamente circunscripta a los
daños que pueda ocasionar el alumno a terceros ajenos al establecimiento educativo.
En segundo lugar, es preciso que se trate de un daño ocasionado por un alumno
menor de edad, requisito expresamente establecido en el artículo en comentario.
Asimismo, la responsabilidad del titular del establecimiento se extiende mientras el
estudiante se encuentre bajo control de la autoridad educativa. Sin embargo, la
norma rige también a los supuestos en que el menor debe hallarse bajo el control de
la autoridad, es decir, por los daños sufridos u ocasionados mientras los educandos se
encuentran realizando una actividad educacional fuera del establecimiento (v. gr.
viaje de estudios, excursión cultural, etc.),(208) o cuando el alumno ingresa a la
institución pero se escapa, o sus padres desconocen que en el horario escolar se
hallaba fuera del ámbito educativo, debido a que no se le permitió el ingreso, etc.
Finalmente, se establece la obligación de la autoridad educativa de contratar un
seguro de responsabilidad civil. Sobre este aspecto del art. 1767 CCyC corresponde
poner de resalto que no basta la contratación de un seguro que cubra únicamente un
riesgo ínfimo en cabeza de la institución educativa, sino que es preciso que la
cobertura resulte suficiente como para solventar la indemnización de los daños que
razonablemente puedan producirse como consecuencia del desarrollo de la actividad.
En caso contrario, la cláusula que limite la cobertura sería contraria a lo
expresamente dispuesto por la norma mencionada y, por ende, insalvablemente nula
ART 1768: Profesionales liberales. La actividad del profesional liberal está sujeta a
las reglas de las obligaciones de hacer. La responsabilidad es subjetiva, excepto que
se haya comprometido un resultado concreto. Cuando la obligación de hacer se
preste con cosas, la responsabilidad no está comprendida en la Sección 7a, de este
Capítulo, excepto que causen un daño derivado de su vicio. La actividad del
profesional liberal no está comprendida en la responsabilidad por actividades
riesgosas previstas en el artículo 1757.

Entre las diversas innovaciones que presenta el sistema de derecho de daños


instaurado en el CCyC existe una norma específica que, a diferencia del
ordenamiento anterior, regula la responsabilidad de los profesionales liberales,
tomando en cuenta las notas tipificantes de la relación que se entabla entre el
experto y el profano, y del sistema especial de responsabilidad en los casos en que el
profesional ocasiona un daño a su cliente en el desarrollo de su actividad.
Cabe destacar que, en esta materia, la unificación de las órbitas de responsabilidad
tiene consecuencias ineludibles que tornan necesario regular específicamente las
singularidades del deber de resarcir de los profesionales liberales, tanto por el
incumplimiento de la prestación principal a su cargo, como por las consecuencias de
su accionar que, en el régimen anterior, podían quedar comprendidas en el marco de
la obligación de seguridad que ha desaparecido del derecho común con la reforma.
Sentado ello, el art. 1768 CCyC establece, en primer lugar, que el deber de resarcir
el daño que pesa sobre los profesionales liberales se rige por las reglas aplicables a
las obligaciones de hacer. Así las cosas, cobra especial relevancia en la materia el
art. 774 CCyC (referido a la prestación de servicios) en cuanto a que la prestación a
cargo del experto puede consistir, por un lado, en realizar cierta actividad, con la
diligencia apropiada, más allá de su éxito (inc. a) o en la obtención del resultado
concreto o eficaz perseguido por el acreedor (inc. b y c). Esto es que el
incumplimiento del profesional liberal queda patentizado según cual sea la
prestación a la cual se haya comprometido (de medios o de resultado).
Igualmente, el artículo en análisis establece expresamente que el deber de resarcir
el daño a cargo del experto se rige, en principio, por las normas aplicables a la
responsabilidad subjetiva. Esta última disposición se afinca en el hecho de que, en
general, el incumplimiento de los profesionales liberales se concreta por su accionar
negligente en la prestación del plan de conducta comprometido. Tal es la situación,
por ejemplo, de los médicos, quienes no se comprometen a obtener la cura del
enfermo, o del abogado, quien tampoco garantiza el fin perseguido por su cliente en
el litigio en el cual lo representa o patrocina.
Sin embargo, en el mismo apartado el art. 1768 CCyC deja a salvo la posibilidad de
que el experto se haya comprometido a obtener la satisfacción del resultado
perseguido por el acreedor. Es que, amén de que existen muchas profesiones en las
cuales el deudor garantiza el interés del acreedor (v. gr. ingenieros, arquitectos o
constructores), también en los supuestos clásicos de obligaciones de medios puede
suceder que el experto contraiga una obligación de resultado. Por ejemplo, en
materia de responsabilidad médica, el supuesto en que el galeno se compromete a
llevar adelante una cirugía estética embellecedora, o cuando el abogado se
compromete a redactar un contrato, un estatuto societario, o a realizar una
partición, etc. Es decir, más allá del principio general establecido en la norma, lo
cierto es que no resulta posible determinar ex ante la naturaleza de la obligación
comprometida, que es de medios o de resultado según el caso.
En síntesis de lo dicho, el art. 1768 CCyC establece que el profesional liberal
responde, por el incumplimiento de la prestación principal, en principio
subjetivamente, y es preciso acreditar su culpa para que se patentice el
incumplimiento. Sin embargo, en aquellos supuestos en que el experto se haya
comprometido a obtener el resultado perseguido por el acreedor, o cuando incumpla
total, parcial o tardíamente la obligación de medios, el factor de atribución es la
garantía, de forma tal que su diligencia o negligencia es irrelevante a los fines de
determinar su responsabilidad.
En cuanto a la apreciación de la culpa en el supuesto particular de los profesionales
liberales resultan aplicables las reglas sentadas por los arts. 1724 y 1725 CCyC. Así las
cosas, la culpa del experto —valorada en concreto— debe apreciarse en comparación
con el parámetro general de conducta que se elabora partiendo de las circunstancias
particulares del caso, sin perder de vista que no es la misma diligencia la exigible
respecto del hombre medio que la que debe existir en el accionar del experto.
En su segunda parte el art. 1768 CCyC excluye a los profesionales liberales del
sistema de responsabilidad por el hecho de las cosas viciosas o riesgosas y por
actividades peligrosas. Esta previsión tiene en miras, principalmente, el accionar de
los médicos que muchas veces pueden encuadrar en alguna de estas figuras, sea que
utilizan cosas per se riesgosas en el desarrollo de su tarea profesional (v. gr. bisturí)
o que la actividad que desarrollan es peligrosa en sí misma (v. gr. operación
quirúrgica). Por lo tanto, la exclusión se vuelve necesaria al producirse la unificación
de las órbitas de responsabilidad, pues supuestos como los enunciados
precedentemente, que antes se regían por las normas propias de la órbita
obligacional, podrían llegar a recaer —indebidamente— en un régimen de
responsabilidad que no es adecuado para regular la cuestión. Por ejemplo, si el deber
de resarcir del médico se rigiera por las normas aplicables a la responsabilidad por el
hecho de las cosas viciosas o riesgosas (art. 1757 CCyC y ss.), el factor de atribución
aplicable sería objetivo —el riesgo—, lo que resulta absurdo dado el contenido de la
prestación comprometida por el experto.
Sin embargo, dicha exclusión no es aplicable en los supuestos en que el daño derive
del vicio que presenta la cosa involucrada, pues en este caso particular lo que
ocasiona el daño no es el accionar del médico, sino el hecho de la cosa en sí misma,
derivado de su mal funcionamiento. En consecuencia, residualmente se prevé la
aplicación del art. 1757 CCyC cuando el daño sea causado por el vicio de la cosa que,
como tal, desborda la actividad del galeno y el control material que ejercía sobre
ellas.
A fin de ejemplificar este último supuesto, cabe traer a colación un caso sometido a
conocimiento de la Suprema Corte de Justicia de la Provincia de Buenos Aires, en el
cual, al ser sometido un menor de edad a una intervención quirúrgica quedó en
estado vegetativo por la inhalación excesiva de vapores anestésicos por una falla del
aparato que los suministraba. Aquí se aprecia que el actuar de los profesionales de la
medicina, en cuanto al diagnóstico y tratamiento del paciente nada tuvo que ver con
el perjuicio padecido por la víctima, que fue el resultado del accionar defectuoso de
la cosa de la cual se sirvieron para el desarrollo de su tarea. Lo mismo sucede en el
caso en que la víctima sufre una quemadura a raíz del bisturí eléctrico utilizado en la
intervención quirúrgica, supuesto en el cual el hecho del médico tampoco tiene que
ver con el resultado que se produce.
ART 1769: Accidentes de tránsito. Los artículos referidos a la responsabilidad
derivada de la intervención de cosas se aplican a los daños causados por la
circulación de vehículos.

El art. 1769 CCyC remite, en materia de responsabilidad por daños ocasionados por
automotores en circulación, a las reglas establecidas por los arts. 1757 y ss. del
mismo cuerpo legal, para los perjuicios causados por el accionar de cosas viciosas o
riesgosas. Ello no es casual pues la doctrina y jurisprudencia se encuentran contestes
en que el automotor es una típica cosa riesgosa. Es más, se trata de una cosa que,
por su propia naturaleza, es riesgosa o peligrosa para terceros. Por ende, es claro
que a la víctima del accidente de circulación le basta con acreditar el perjuicio
sufrido y la intervención de la cosa que lo produjo o, lo que es lo mismo, la relación
de causalidad puramente material entre vehículo y el daño.
Ello es así en la medida en que sobre el creador del riesgo gravita una presunción de
adecuación causal, que solo puede ser desvirtuada si se acredita la intervención de
una causa ajena. Es decir, si comprueba el hecho del damnificado, de un tercero por
quien no tenga el deber jurídico de responder o el caso fortuito o fuerza mayor. Este
principio es claro cuando la víctima del hecho ilícito es un peatón o algún supuesto
equivalente (por ejemplo, bicicleta). Sin embargo, resulta más complejo establecer
los contornos de la responsabilidad por el hecho de las cosas viciosas o riesgosas
cuando el daño proviene de una colisión plural de automotores. A ello nos
referiremos en el apartado siguiente.
La postura adoptada por la mayoría de la doctrina y jurisprudencia nacionales: los
daños sufridos por cada una de las eventuales víctimas se rige por la responsabilidad
genérica por el daño ocasionado por el vicio o riesgo de la cosa, de forma tal que el
dueño o guardián del automotor responde a título objetivo por la totalidad de los
daños sufridos por el propietario o los ocupantes del otro, salvo que demuestre
alguna eximente. El mismo criterio adoptó la Cámara Nacional de Apelaciones en lo
Civil en Pleno, pues estableció que cuando media una colisión plural de automotores
en movimiento no resulta aplicable el art. 1109 CC. Ello implica que el resarcimiento
de los daños sufridos por cada una de las eventuales víctimas se rige por las reglas de
la responsabilidad por el hecho de las cosas viciosas o riesgosas, a cuyo tenor el
dueño o guardián de cada automotor responde a título objetivo por la totalidad de
los daños sufridos por el propietario o los ocupantes del otro (o por los terceros
damnificados indirectos), salvo que demuestre alguna eximente.
En conclusión, en los supuestos en que exista una colisión plural de automotores, el
actor debe acreditar los presupuestos que tornan viable la acción (esto es, el
accionar de la cosa y el contacto material entre esta última y el daño padecido), y el
demandado la causa ajena para eximirse de responder. Asimismo, de mediar
reconvención, la presunción rige a favor de ambas partes por lo que deben demostrar
la relación de causalidad adecuada entre el accionar de la cosa cuyo hecho invocan y
el daño padecido.
ART 1770: Protección de la vida privada. El que arbitrariamente se entromete en la
vida ajena y publica retratos, difunde correspondencia, mortifica a otros en sus
costumbres o sentimientos, o perturba de cualquier modo su intimidad, debe ser
obligado a cesar en tales actividades, si antes no cesaron, y a pagar una
indemnización que debe fijar el juez, de acuerdo con las circunstancias. Además, a
pedido del agraviado, puede ordenarse la publicación de la sentencia en un diario o
periódico del lugar, si esta medida es procedente para una adecuada reparación.

En el CC, la norma análoga a la que ahora es objeto de comentario no solo establecía


las facultades con que contaba el agraviado frente a la afectación de su intimidad,
sino que actuaba como disposición reglamentaria del art. 19 CN, tutelando el
derecho a la intimidad.
Por el contrario, en el CCyC el art. 1770 no es la única norma que se refiere a la
protección de la intimidad, toda vez que el derecho a la intimidad se encuentra
tutelado expresamente en el art. 52 del mismo cuerpo legal, que consagra a la
dignidad de la persona (integrada por su intimidad personal o familiar, honra o
reputación, imagen o identidad) como un derecho personalísimo y, por tal, como
centro gravitante de todo el sistema del derecho privado. Partiendo de esta idea, en
el sistema del nuevo Código la norma citada en último término consagra a la
protección de la intimidad como un derecho personalísimo, y el artículo ahora en
comentario actúa como norma de aplicación, es decir, establece las herramientas a
las cuales podrá recurrir el damnificado para obtener la prevención del daño o su
resarcimiento.
Titulares del derecho toda persona física se encuentra amparada en su intimidad. En
cuanto a las personas jurídicas, ya la doctrina anterior a la reforma se había
expresado en contra de que exista un derecho a la intimidad de tales entes. Esta
conclusión se ve reforzada en el nuevo ordenamiento civil y comercial, que, al
referirse a los atributos de la persona jurídica, no menciona en ningún momento a la
intimidad (arts. 151 a 156 CCyC).
Presupuesto de aplicación de la norma El elemento primordial que debe estar
presente para que el damnificado pueda recurrir a los remedios previstos en la norma
en comentario es que exista un entrometimiento arbitrario por parte del sindicado
como responsable en su vida.
Lo que determina la ilicitud, entonces, es la arbitrariedad, es decir, el haber llevado
a cabo la acción de entrometimiento sin contar con un derecho a hacerlo. Esto no
sucederá solo cuando se actúa con culpa o dolo, sino cuando se hace un ejercicio
irregular del propio derecho.
Formas de afectar el derecho a la intimidad El art. 1770 CCyC enuncia algunos
supuestos en que puede producirse un entrometimiento arbitrario en la intimidad del
damnificado. Sin perjuicio de ello, no debe perderse de vista que dichos casos son
meramente enunciativos, pues, como surge de la letra de la norma, también será
aplicable cuando se afecte la intimidad "de cualquier modo" Remedios previstos en
la norma a. Acción preventiva. Si bien el art. 1770 CCyC se refiere al cese de la
afectación y al resarcimiento del daño ocasionado, es claro que el damnificado puede
recurrir también a la acción preventiva, aun cuando su intimidad todavía no haya
sido afectada.
En este sentido, es importante tener en cuenta que en el sistema de Vélez Sarsfield
tal acción era inviable al no existir una tutela inhibitoria genérica a la cual pueda
recurrir la víctima. Por el contrario, en el régimen del nuevo Código el damnificado
podrá recurrir a la acción preventiva genérica, siempre que se encuentren reunidos
los recaudos de admisibilidad previstos en el art. 1711 CCyC (acción u omisión
antijurídica y previsibilidad del daño).
b. Acción de cese. Cuando la afectación de la intimidad ya comenzó a producirse,
puede promoverse una acción tendiente al cese de tal accionar y, de esta forma,
evitar que el daño se siga produciendo o disminuir su magnitud.
C. Resarcimiento del daño ocasionado. En el supuesto en que el daño ya se haya
producido, la víctima tiene derecho a obtener el resarcimiento del daño que se le ha
ocasionado.
d. Publicación de la sentencia. Finalmente, el interesado podrá requerir la
publicación de la sentencia. Para valorar la procedencia de esta pretensión, será
necesario que el juez tenga en consideración la mayor o menor difusión del hecho si
la persona agraviada es o no un sujeto que ha adquirido notoriedad, fama o estado
público, etc.

ART 1771: Acusación calumniosa. En los daños causados por una acusación
calumniosa sólo se responde por dolo o culpa grave .El denunciante o querellante
responde por los daños derivados de la falsedad de la denuncia o de la querella si se
prueba que no tenía razones justificables para creer que el damnificado estaba
Implicado.
El art. 1771 CCyC regula el supuesto de responsabilidad por la acusación calumniosa y
establece expresamente que el denunciante únicamente responderá en los supuestos
en que haya actuado con dolo o culpa grave. A su vez, la norma establece
específicamente que únicamente debe responder el denunciante o querellante
cuando se pruebe que no tenía razones justificadas para creer que el damnificado
estaba implicado en el hecho.
En forma concordante, el art. 1779, inc. a, CCyC refuerza esta idea al señalar que es
improcedente la reparación del daño cuando se haya demostrado la verdad del hecho
reputado calumnioso.
En primer lugar, el sistema parte de la idea de que quien realiza una acusación
calumniosa contra otro y, de esta forma lesiona su honor, debe resarcir los daños
ocasionados. Los presupuestos de esta figura son la imputación de un delito de acción
pública, la correspondiente denuncia ante la autoridad (policial o judicial), la
falsedad de lo denunciado y el conocimiento por parte del denunciante de esa
falsedad.
Sobre este último recaudo, es preciso poner de resalto que la simple existencia de
una decisión judicial que absuelva o sobresea al imputado no es suficiente para que
este pueda reclamar la reparación de los daños que le fueron causados. Por el
contrario, es preciso que exista un factor subjetivo de atribución que debe ser el
dolo o, al menos, la culpa grave del denunciante. Al respecto, es clara la norma en
cuanto a que se requiere, como mínimo, una negligencia agravada. Y ello es así por
cuanto es imprescindible, como principio, preservar el interés social en la
investigación y represión de los delitos penales, por lo que debe mediar una culpa
grave o grosera sin que pueda exigirse al denunciante una diligencia mayor que la
que normalmente, y según las circunstancias del caso, corresponda a una situación
semejante. En efecto, a quien denuncia la posible comisión de un delito de acción
pública no es dable exigirle que evalúe la normal probabilidad de que sea acogida su
pretensión, o que tenga que existir una prudente preparación de los medios de
prueba.

Ejercicio de las acciones de responsabilidad


ART 1772: Daños causados a cosas o bienes. Sujetos legitimados. La reparación del
menoscabo a un bien o a una cosa puede ser reclamado por:
a. el titular de un derecho real sobre la cosa o bien;
b. el tenedor y el poseedor de buena fe de la cosa o bien.

La norma en análisis se refiere a los sujetos que se encuentra habilitados para


reclamar las consecuencias resarcibles que nacen en su patrimonio como
consecuencia del daño que recae sobre las cosas o bienes. El art. 1772 CCyC se
refiere al titular de dominio de la cosa, y a quienes tengan la posesión o tenencia de
buena fe de la cosa o bien.
Sin perjuicio de ello, es claro que también esta última norma realiza una
enumeración meramente enunciativa, pues cualquier persona que sufra un daño
cierto por la afectación de la cosa o bien se encuentra legitimada a obtener el
resarcimiento de dicho perjuicio. Partiendo del concepto de daño resarcible que
emana del art. 1737 CCyC, fácil resulta advertir que, en puridad, el daño que recae
sobre la cosa o bien constituye el daño "fáctico", del cual luego surgirán las
consecuencias resarcibles, que no se vinculan únicamente con el valor del bien o cosa
afectada y, por ende, no nacen únicamente en cabeza de quien era el propietario de
la cosa (damnificado directo), sino también respecto de los que puedan haber sufrido
cualquier tipo de afectación por su destrucción o deterioro (damnificados indirectos).
Por ejemplo, supongamos un grupo familiar compuesto por tres hermanos, de los
cuales uno de ellos es propietario de una obra pictórica confeccionada por su
bisabuelo, y que es un símbolo importante para la familia. La destrucción de dicha
cosa traerá, sin lugar a dudas, una afectación del patrimonio de su dueño en cuanto
al valor de ella en el mercado (daño material), pero también puede ocasionar un
daño espiritual (moral) tanto en cabeza del damnificado directo, como de sus
hermanos

ART 1773: Acción contra el responsable directo e indirecto. El legitimado tiene


derecho a Interponer su acción, conjunta o separadamente, contra el responsable
directo y el Indirecto.

En el régimen del CCyC, puede ocurrir que el deber de resarcir se extienda tanto al
responsable directo del daño (quien debe responder por cuanto su acción u omisión
produjo un daño injustificado, art. 1749 CCyC; el que causó un perjuicio actuando
involuntariamente, art. 1750 CCyC; o el encubridor, con el alcance de su cooperación
en la producción del daño, art. 1752 CCyC), como al indirecto, es decir, quien debe
responder por el accionar de otro (la responsabilidad del principal por el hecho del
dependiente, art. 1753 CCyC; la de los padres por el accionar de sus hijos, arts. 1754
y 1755 CCyC; o la de los tutores, curadores o delegados en la responsabilidad
parental por la conducta de las personas que se encuentran a su cuidado, art. 1756
CCyC).
La norma en comentario faculta a la víctima a dirigir la acción resarcitoria tanto
contra el responsable directo del daño como el indirecto. Así, el damnificado podrá,
por un lado, demandar únicamente al autor del hecho ilícito, o podrá también dirigir
su pretensión contra quien debe resarcir el daño en forma refleja o indirecta. La
trascendencia de la norma se asienta en que no es preciso demandar a quien
ocasionó personalmente el menoscabo para accionar contra el restante responsable.

Acciones civil y penal


ART 1774: Independencia. La acción civil y la acción penal resultantes del mismo
hecho pueden ser ejercidas independientemente. En los casos en que el hecho
dañoso configure al mismo tiempo un delito del derecho criminal, la acción civil
puede interponerse ante los jueces penales, conforme a las disposiciones de los
códigos procesales o las leyes especiales.

Cuando un acto ilícito civil configura, a su vez, un delito del derecho criminal, se
plantean cuestiones derivadas de la diversidad de regímenes aplicables a cada uno de
esos ámbitos. En el primer caso, corresponde establecer el resarcimiento derivado
del accionar ilícito del agente y, en el segundo, imponer una sanción del tipo
represiva, conforme a las disposiciones del ordenamiento punitivo.
Si bien ambas corresponden a una misma conducta antijurídica, esta constituye dos
ilicitudes diferentes cuando la acción ilícita se integra conceptualmente con las
consecuencias que en cada hipótesis le vienen impuestas. No se trata de un mero
debate teórico, sino que de ella deriva el diverso tratamiento legislativo de cada una
de esas ilicitudes, inspirado sea en el mero interés particular del damnificado que
tiene en vista el ilícito civil, o del interés público que—en principio— compromete la
ilicitud penal. La norma, al igual que lo que ocurría en vigencia del CC consagra la
independencia sustancial de las acciones civil y penal derivadas del mismo hecho.
Ello, más allá de que ambas acciones pueden promoverse, conjuntamente, ante el
magistrado actuante en la sede punitiva, o sean interpuestas en forma independiente
para el conocimiento de los jueces actuantes en el fuero civil y penal.
Lo que no debe perderse de vista es que la disposición en análisis, más allá de que
confiere a la parte la posibilidad de optar por promover la acción en una u otra
jurisdicción, deja a salvo lo que puedan disponer las normas procesales locales en
cuanto a la autonomía procesal, no sustancial, de ambos litigios.
ART 1775: Suspensión del dictado de la sentencia civil. Si la acción penal precede
a la acción civil, o es Intentada durante su curso, el dictado de la sentencia
definitiva debe suspenderse en el proceso civil hasta la conclusión del proceso penal,
con excepción de los siguientes casos:
a. si median causas de extinción de la acción penal;
b. si la dilación del procedimiento penal provoca, en los hechos, una frustración
efectiva del derecho a ser Indemnizado;
c. si la acción civil por reparación del daño está fundada en un factor objetivo de
responsabilidad.

La regla establecida por el artículo anterior impone solucionar el problema del riesgo
del dictado de sentencias contradictorias en las sedes penal y civil. En efecto, dado
que las acciones derivadas del mismo hecho, que reúnen ambas calidades, tienen
independencia sustancial, y pueden ser promovidas autónomamente en ambas
jurisdicciones, existe el peligro de que los jueces actuantes dicten decisiones
disímiles, con el evidente escándalo jurídico que ello acarrearía. Es por ello que la
norma en comentario establece la prejudicialidad penal sobre la civil, al establecer
el principio conforme al cual no se dictará sentencia en la jurisdicción en la cual se
discute el resarcimiento del daño hasta tanto no haya recaído una decisión definitiva
en la sede punitiva.
Es claro que, como lo establece claramente el art. 1775 CCyC, lo que debe
suspenderse es el dictado de la decisión definitiva, por lo cual la pendencia del
proceso penal no obsta a la prosecución del civil. Así las cosas, el juez de esta última
jurisdicción debe suspender el trámite de la causa en ocasión del dictado de la
sentencia, sin que nada obste a la sustanciación del proceso y a la producción de las
pruebas de las cuales se pretendan valer las partes.
Ahora bien, el artículo consagra, a su vez, supuestos de excepción a la regla general
antes enunciada, en los cuales, pese a estar pendiente la acción penal, el magistrado
civil podrá expedirse sobre la pretensión resarcitoria sometida a su conocimiento.
El primero de ellos es aquel en que median causas de extinción de la acción penal. Se
trata, sin lugar a dudas, del supuesto más evidente, pues, como lo ha dicho la
doctrina, no se trata de una verdadera excepción, sino de la culminación del proceso
penal que, por lo tanto, ya no se encuentra pendiente. En este punto, la previsión
del CCyC es mucho más amplia que la análoga del ordenamiento civil por derogarse,
que únicamente preveía el supuesto de extinción de la acción penal por fallecimiento
del imputado. El segundo supuesto es aquel en el cual la dilación del procedimiento
penal provoca, en los hechos, una frustración del derecho a ser indemnizado. Quedan
comprendidos en este inciso los supuestos en que el proceso penal se paraliza sine
die por la ausencia del imputado, o cuando se suspende el juicio a prueba, en los
términos de los arts. 76 bis, ter y quater CP.
Finalmente, el art. 1775 CCyC excluye del principio general antes aludido a los
supuestos en que, en la sede resarcitoria, sea aplicable un factor de atribución
objetivo en el caso.
La idea que trasunta en esta excepción es que, por regla, la decisión que se adopta
en la sede punitiva se funda en la falta de prueba de la culpa del imputado,
presupuesto que, en los supuestos de responsabilidad objetiva, es irrelevante. Es por
ello que suspender el dictado de la sentencia civil en estos litigios tiene como
consecuencia que se retrasa innecesariamente la acción resarcitoria, cuando el
riesgo de que se dicten sentencias contradictorias es mucho menor que en otros
casos. Igualmente, no debe perderse de vista que, para el supuesto excepcional en
que efectivamente la solución adoptada en la sentencia penal posterior sea
contradictoria con lo dicho en la decisión resarcitoria, el art. 1780 CCyC prevé una
acción de revisión de esta última sentencia.

ART 1776: Condena penal. La sentencia penal condenatoria produce efectos de cosa
juzgada en el proceso civil respecto de la existencia del hecho principal que
constituye el delito y de la culpa del condenado.

Como lo hemos dicho anteriormente, el CCyC estructura un sistema de prevalencia


de la sentencia penal sobre la civil, construido, en un primer momento, a través del
principio de la suspensión del dictado de la sentencia en esta última sede, hasta
tanto se encuentre firme la decisión que se adopta en la sede punitiva
(prejudicialidad). Sin embargo, ello no es suficiente, pues es preciso determinar, una
vez dictada la sentencia penal, cuáles serán sus efectos en la posterior decisión a
dictarse en la acción resarcitoria. A esta última cuestión se refieren los arts. 1776 y
1777 CCyC, el primero de ellos en cuanto a los efectos de la condena, y el segundo
respecto de la absolución del imputado.
Aclarado ello, e ingresando en las previsiones específicas de la norma en comentario,
es claro que el art. 1776 CCyC adopta un sistema de prevalencia de la cuestiones
juzgadas en sede penal, cuya discusión no puede encararse nuevamente en el litigio
por daños.
Sin embargo, esa prevalencia es matizada por la norma, y se limita a dos aspectos
fundamentales a tener en cuenta: la existencia del hecho principal y la culpa del
condenado.
Respecto del primer aspecto, la noción comprende en sí la calificación que sobre ese
"hecho principal" haga el sentenciante penal (por ejemplo, delito de homicidio, de
lesiones culposas, de calumnias, etc.), así como las circunstancias inherentes al
mismo (de tiempo, lugar, etc.). Pero ello deja al margen aspectos tales como la
concurrencia culposa de la víctima y un tercero, la magnitud del daño sufrido y la
relación de causalidad entre el hecho y el daño. En otras palabras, el juez civil no
podría decir que el hecho no existió o que el condenado no fue su autor, o que no
hubo homicidio sino omisión de auxilio. En lo que hace a la culpa del condenado, la
norma es clara en cuanto a que, declarada tal, es incontrovertible en la sede civil
que el accionar del sindicado como responsable fue negligente. Sin embargo, este
principio no es absoluto. En efecto, la declaración penal no obliga al sentenciante
civil acerca de la eventual graduación de la culpa, la cual puede no ser compartida.
Asimismo, como el sentenciante penal no juzga el comportamiento de la víctima sino
el del victimario, nada impedirá —en principio— que el juez civil aprecie la conducta
de la víctima, en función de la incidencia que ella adquiera. Lo mismo podría decirse
respecto de la eventual valoración por el juez civil respecto de la concurrencia del
accionar de un tercero en el resultado dañoso, pero esta última afirmación carece de
efectos prácticos, atento a que —como ya lo hemos dicho— el hecho del tercero solo
actúa como eximente cuando rompe totalmente el nexo causal.
En cuanto a la extensión y magnitud del daño, su valoración por el juez civil estará
limitada cuando lo decidido al respecto en la sede punitiva sea trascendente a los
fines de tipificar el delito (por ejemplo, calificar las lesiones como graves o leves).
Por el contrario, si dicha valoración es intrascendente, la sentencia punitiva no hará
cosa juzgada sobre el punto.
ART 1777: Inexistencia del hecho, de autoría, de delito o de responsabilidad
penal. Si la sentencia penal decide que el hecho no existió o que el sindicado como
responsable no participó, estas circunstancias no pueden ser discutidas en el proceso
civil.
SI la sentencia penal decide que un hecho no constituye delito penal o que no
compromete la responsabilidad penal del agente, en el proceso civil puede discutirse
libremente ese mismo hecho en cuanto generador de responsabilidad civil.

El art. 1777 CCyC se refiere a los efectos de la sentencia penal en la civil cuando la
primera decide absolver al imputado.
En primer lugar, la norma en análisis vuelve sobre la idea del "hecho principal"
debatido en la causa penal. Es decir que el juez civil debe atenerse a los datos
fácticos que tuvo por verificados el magistrado actuante en la sede punitiva. En
consecuencia, si el acusado es absuelto en la jurisdicción criminal por no haberse
acreditado la existencia del hecho que se le imputa, no puede ser objeto de un
nuevo juicio civil, fundándose en que cometió el hecho, pues sería volver sobre la
cosa juzgada, y exponerse al escándalo jurídico de la existencia de decisiones
contradictorias. Asimismo, tampoco puede el juez civil reingresar en el análisis de la
cuestión vinculada con la autoría del imputado, es decir, cuando la sentencia penal
que absuelve al imputado lo hace declarando que él no fue el autor material del
hecho investigado. Se trata de la propia inexistencia del hecho en su "faz subjetiva",
esto es, el suceso ocurrió, pero no fue realizado por el sindicado como responsable.
Sin embargo, y como expresamente lo dispone la norma, la decisión penal no hace
cosa juzgada, en primer lugar, cuando el magistrado actuante en dicha sede
considere que el acto no encuadra en un tipo penal. Ello es así pues, mientras que el
sistema penal parte de ilicitud típica, la antijuridicidad civil, por expresa previsión
del art. 1717 CCyC, es atípica, y basta la infracción al deber genérico de no dañar.
Tampoco tendrá relevancia la decisión penal cuando la absolución se funde en la
falta de responsabilidad del agente. Con ello se despeja todo tipo de duda en cuanto
a la intrascendencia de esa decisión en la acción resarcitoria cuando se absuelva al
imputado por el beneficio de la duda, o cuando se sustente en la falta de culpa del
autor. Sobre este último aspecto, la doctrina es unánime en cuanto a que la
apreciación de la negligencia del agente es más estricta en sede civil que en la
jurisdicción represiva, por lo que la absolución por esta causal no impide al
magistrado que actúa en la litigio de daños volver a valorar la reprochabilidad de la
conducta del sindicado como responsable.
ART 1778: Excusas absolutorias. Las excusas absolutorias penales no afectan a la
acción civil, excepto disposición legal expresa en contrarío.

Las excusas absolutorias penales comprenden los supuestos en los cuales, por razones
de utilidad o conveniencia, la ley declara al autor impune de un hecho típico y
antijurídico, pese a que no concurra en su favor ninguna causa que excluya la
culpabilidad. El supuesto que más trascendencia ha tenido en el derecho civil es
aquel en el cual el acusado de injuria o calumnia queda exento de pena por su
retractación pública, antes de contestar la querella o en el acto de hacerlo. Como la
retractación configura un supuesto de excusa absolutoria que cancela la punibilidad,
la admisión de la excusa evita la pena al autor, pero deja subsistentes las
consecuencias civiles de su delito.
Es por ello que la norma establece expresamente que las excusas absolutorias
carecen de efecto alguno en sede civil, pues, en primer lugar, en todos estos casos
los presupuestos del deber de resarcir permanecen intactos y, en segundo término,
las razones que dan lugar a la exención penal no obstan a la prosecución del litigio
tendiente a obtener el resarcimiento del daño ocasionado.
ART 1779: Impedimento de reparación del daño. Impiden la reparación del daño:
a. la prueba de la verdad del hecho reputado calumnioso;
b. en los delitos contra la vida, haber sido coautor o cómplice, o no haber Impedido
el hecho pudiendo hacerlo.

El art. 1779 CCyC establece dos supuestos en los cuales no resulta procedente la
indemnización del daño ocasionado a la víctima.
Verdad de los hechos vertidos en la acusación reputada calumniosa Para que
proceda el resarcimiento de los daños ocasionados por una acusación calumniosa,
conforme a lo dispuesto por el art. 1771 CCyC, es preciso que existan elementos que
demuestren que las imputaciones que se efectuaron contra el demandante no
encontraban sustento alguno en los hechos, y son, por el contrario, fruto de un obrar
doloso o gravemente negligente de parte del denunciante.
Si, por el contrario, existiera un razonable basamento objetivo para esas
imputaciones, o si ellas hubiesen sido efectuadas con la suficiente verosimilitud de
quien creyó actuar real y fundadamente con la convicción de que contaba con
elementos suficientes para avalar su postura, nos hallaríamos ante un supuesto de
ejercicio regular de un derecho, lo que inhibiría a la acción de responsabilidad.
Partiendo de esas premisas, es evidente que si no solo se acredita el accionar
diligente del denunciante, sino que, además, se demuestra que el hecho imputado
era verídico, poca duda puede existir en cuanto a la improcedencia de todo tipo de
indemnización.
La intervención como coautor o cómplice, o el incumplimiento del deber de
prevención En su segundo inciso la disposición en estudio restringe el reclamo del
resarcimiento que le corresponda a los damnificados indirectos del hecho ilícito, en
los supuestos en que hayan sido coautores o cómplices de un delito contra la vida de
la víctima directa. De esta forma, todo aquel que haya intervenido en tal carácter en
el hecho ilícito contra la vida del damnificado directo, se encontrará impedido de
reclamar la indemnización que eventualmente le corresponda.
En la misma situación se encuentra el sujeto comprendido en el art. 1710 CCyC, es
decir, la persona que, teniendo bajo su ejido la posibilidad de evitar el daño, no lo
hace.

ART 1780: Sentencia penal posterior. La sentencia penal posterior a la sentencia


civil no produce ningún efecto sobre ella, excepto en el caso de revisión. La revisión
procede exclusivamente, y a petición de parte Interesada, en los siguientes
supuestos:
a. si la sentencia civil asigna alcances de cosa juzgada a cuestiones resueltas por la
sentencia penal y ésta es revisada respecto de esas cuestiones, excepto que derive
de un cambio en la legislación; b. en el caso previsto en el artículo 1775 Inciso c) si
quien fue juzgado responsable en la acción civil es absuelto en el juicio criminal por
Inexistencia del hecho que funda la condena civil, o por no ser su autor;
c. otros casos previstos por la ley.

El supuesto previsto por la norma es aquel en el cual, no habiéndose iniciado la


acción penal o encontrándose pendiente la decisión de aquella, se sustancia el
proceso civil y se dicta en él sentencia que adquiere el carácter de cosa juzgada, y
luego de ello se dicta la sentencia penal, cuya conclusión es contraria a la adoptada
en la acción resarcitoria.
Al respecto, el artículo en análisis mantiene el principio de inmutabilidad de la
sentencia civil anterior, admitiendo así una excepción al régimen de orden público
que vincula el resultado de ambos procesos cuando se refieren a un mismo hecho,
privilegiando la seguridad jurídica y la intangibilidad de la res iudicata cuando ella ha
sido expedida regularmente. Lo novedoso de la norma es que consagra, como
excepción del principio antes enunciado, la existencia de una acción de revisión de la
sentencia civil anterior, en los supuestos expresamente previstos en el artículo.
El primer caso en que esta acción es procedente es aquel en el cual, pese a que
existe una sentencia penal anterior, esta es revisada respecto de los extremos que
también fueron valorados en la decisión civil. Es claro que, para que sea procedente
la acción de revisión en estos casos, es preciso que la modificación del decisorio
penal se vincule con la existencia del hecho generador de responsabilidad o la
autoría del agente. Esto es, no procederá la acción cuando la nueva decisión penal se
expida sobre extremos irrelevantes para la acción resarcitoria. Por ejemplo, si se
absuelve al dueño y conductor del automotor por su falta de culpa en el evento
dañoso, cuando en el litigio por daños fue condenado en su calidad de propietario de
la cosa riesgosa.
Igualmente la disposición prevé expresamente que tampoco podrá modificarse la
sentencia civil si el dictado de una nueva decisión en la sede punitiva se vincula con
una modificación de la legislación penal. Esto sucede, por ejemplo, cuando se
absuelve al condenado por la desaparición del tipo tenido en cuenta en la primera
sentencia.
En su segundo inciso el art. 1780 CCyC se refiere a la revisión de la decisión adoptada
en la acción resarcitoria cuando su dictado no se haya suspendido pese a la
existencia de una acción penal en trámite, por resultar de aplicación al caso un
factor objetivo de atribución (art. 1775, inc. c, CCyC). Sin embargo, para que
proceda la revisión de la sentencia civil en este último supuesto es preciso que la
decisión penal sea contraria en cuanto a los presupuestos tenidos en cuenta por el
art. 1777 CCyC, es decir, que considere que el sindicado como responsable no
participó en el hecho ilícito, o que dicho suceso nunca ocurrió.
Finalmente, en su tercer inciso el artículo en comentario deja abierta la posibilidad
de que la legislación especial regule otros supuestos de procedencia de la acción de
revisión allí consagrada.

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