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LA POLÍTICA INTERVENCIONISTA DE

MANUEL ÁVILA CAMACHO: EL CASO DE


ARGENTINA EN 19451
Soledad Loaeza

El 17 de julio de 1945, el embajador mexicano en Argentina,


Juan Manuel Álvarez del Castillo, reportaba al secretario de Rela-
ciones Exteriores la animosidad que manifestaban el gobierno y la
opinión pública de ese país hacia México. Consideraban que era
un instrumento del intervencionismo de Washington, “lo que ha
creado resentimiento”, afirmaba el diplomático.2 La crispación de
la relación bilateral México-Argentina venía de antes, pero poco
ayudaron las declaraciones de Ezequiel Padilla, que calificó de
totalitario al régimen militar encabezado por el general Edelmiro
Farrell. Hasta el 12 de julio anterior, había sido secretario de
Relaciones Exteriores del presidente Manuel Ávila Camacho; en
esa fecha renunció para trabajar en su candidatura a la presiden-
cia de la República. Su retirada del gobierno redujo la acritud
que había caracterizado las relaciones argentino-mexicanas duran-
te la guerra por divergencias con respecto a la España franquista,

1 Agradezco los comentarios de los miembros del seminario interno de Rela-

ciones Internacionales del Centro de Estudios Internacionales de El Colegio de


México a una primera versión de este artículo. Mención especial merece Jorge
Domínguez de la Universidad de Harvard. También expreso mi gratitud a las ob-
servaciones y generosas sugerencias de Pablo Yankelevich del Centro de Estudios
Históricos de El Colegio de México. Agradezco a Daniel Cortés su trabajo en la
recopilación de información.
2 “Juan Manuel Álvarez del Castillo al Secretario de Relaciones Exteriores”,

Archivo Genaro Estrada, Secretaría de Relaciones Exteriores, Reservado 4-025,


exp. III 452-2 1ª. Parte, 17 de julio de 1945.

Foro Internacional 226, LVI, 2016 (4), 851-902


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y en términos más generales, por las diferencias ideo­ló­gi­cas que


oponían a un gobierno revolucionario a otro afín al nacionalsocia-
lismo y al fascismo italiano. Entre junio de 1944 y febrero de 1946
el apoyo del gobierno mexicano a la política de Washington que
intentaba aislar a Argentina, y así presionarla para que declarara la
guerra a las potencias del Eje, puso en tela de juicio la posición de
México en el conjunto latinoamericano.
No era la primera vez que el ahora excanciller Padilla criti-
caba al régimen argentino; en varias ocasiones lo había denun-
ciado como simpatizante de los totalitarismos europeos. 3 El
tema era importante incluso en términos de la vida política
mexicana porque dividía a la opinión pública y profundizaba
los antagonismos internos. Mientras que los conservadores sos-
tenían que las declaraciones del funcionario eran inapropia-
das, la izquierda simpatizante de Vicente Lombardo Toledano
consideraba que eso y más había que decir de un régimen que
mantenía relaciones con la Alemania nazi. En todo caso, los
comentarios negativos de Padilla fueron interpretados por el
gobierno y por corrientes de opinión en Argentina como una
violación de la soberanía nacional. Las tensiones no desemboca-
ron en una verdadera crisis en la relación bilateral porque esas
observaciones se atribuían más al canciller que al presidente de
la República, Manuel Ávila Camacho. De todas formas, la falta era
especialmente grave dada la estirpe diplomática que representa-
ba Padilla.

3Por ejemplo, el 17 de octubre de 1944 Padilla declaró a una periodista esta-


dounidense, Flora Lewis: “Las repúblicas americanas siente(n) ver a uno de los
principales países del continente alejado de la democracia. […] Estamos ya apli-
cando sanciones económicas a la Argentina y la aislaremos del resto del mundo.
Argentina ha sido ya acusada de dañar el esfuerzo político de los aliados […] El
problema grave ahora es el papel de Argentina en la paz y en la actual organiza-
ción de su país es peligrosa para el pacífico desarrollo del continente”. Citado en
Daniel Cosío Villegas, “La Conferencia de Chapultepec”, en Ensayos y notas, 2 vols.,
México, Hermes, 1966, vol. 1, p. 105. Meses después declaró a la prensa que, si
Argentina permanecía fuera de la comunidad interamericana, sería una fuente
permanente de problemas. “Padilla Assails Argentine Delay in Fulfilling Chapulte-
pec Pledge”, The New York Times, 4 de julio de 1945.
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La denuncia de intervencionismo no corresponde a la imagen


histórica de la diplomacia mexicana como defensora de la no-in-
tervención. Sin embargo, durante la Segunda Guerra Mundial y
en la inmediata posguerra, el presidente Ávila Camacho y su can-
ciller, Ezequiel Padilla, tomaron decisiones que contradecían ese
principio consagrado en la Doctrina Estrada. Este giro se explica
como parte de las alteraciones que experimentaba un mundo en
transición. México no era ajeno a este proceso y tampoco podía
permanecer indiferente a cambios tan profundos y cargados de
consecuencias como la transformación de Estados Unidos en una
superpotencia, así que buscó estrategias para adaptarse al nuevo
entorno. La más importante de ellas fue el establecimiento de
una alianza ideológico-política de largo plazo con ese país, una
de cuyas consecuencias fue el alineamiento de México a la diplo-
macia estadounidense. Este reacomodo supuso una revisión pro-
funda de su política exterior porque ocurrió en un momento en
que uno de los objetivos del Departamento de Estado era la pro-
moción de la democracia, una política que es por definición in-
tervencionista.
La alianza político-ideológica con Estados Unidos fue también
una vía para extender en la posguerra la relación de cooperación
bilateral que se había desarrollado en los años anteriores, que in-
trodujo una notable discontinuidad en una historia de divergen-
cias, tensiones y conflicto. De esta manera, México se convirtió en
un firme aliado de la política exterior de Estados Unidos, contra el
presunto enemigo común que eran los regímenes totalitarios. De ma-
nera inevitable, se vio arrastrado a una posición que lo colocaba a
contracorriente de la mayoría de los países latinoamericanos que
siguieron defendiendo la no-intervención.
Paradójicamente, la alianza entre Estados Unidos y México se
desdibujó con el inicio de la Guerra Fría. El sucesor de Ávila Ca-
macho, Miguel Alemán, puso fin al activismo y a las aspiraciones
a asumir una cierta prominencia internacional; el episodio que
aquí se examina duró unos cuantos años. No obstante su breve-
dad, la experiencia fue una lección de los riesgos de la cercanía
con la superpotencia, que en última instancia impuso sus intere-
ses a su aliado más débil. Habría de pasar mucho tiempo antes de
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que un presidente mexicano intentara de nuevo construir un lide-


razgo internacional.
Este artículo reconstruye este episodio de la política exterior
mexicana; muestra cómo la cooperación política con Estados Uni-
dos se profundizó hasta poner en entredicho la autonomía que
había sido blasón de la política exterior mexicana porque el presi-
dente Ávila Camacho abandonó los principios de libre autodeter-
minación y no-intervención, y apoyó el intervencionismo de
Washington en América Latina. Fue ésta una decisión audaz. His-
tóricamente, México había querido ser el campeón de la autode-
terminación y de la no-intervención; incluso se apropió de estos
conceptos para incorporarlos a sus señas de identidad. Hasta en-
tonces habían definido su política exterior y habían sido la base de
una autoridad moral a partir de la cual la diplomacia mexicana
podía aspirar a adquirir relevancia y cierta capacidad de influencia
en el escenario internacional.
Aquí se propone que la reorientación de la política exterior
que impulsó Ávila Camacho era consistente con la alianza con Es-
tados Unidos, pero no fue simplemente producto de la resignada
aceptación de un status de subordinación. El intervencionismo del
presidente mexicano se inspiraba en la cruzada democrática que
había emprendido el Departamento de Estado en el hemisferio.4
Este compromiso estuvo detrás de la reforma política de este pre-
sidente que modernizó el sistema electoral y creó el pri; también
lo indujo a impulsar la instauración de la democracia en los países
latinoamericanos, siguiéndole el paso a la política exterior esta-
dounidense.5
Si éste fue el propósito de la política avilacamachista, entonces
se explica que el tema de la no-intervención haya sido desplazado
de su escala de prioridades. Según Ávila Camacho, este cambio
supeditaba la soberanía nacional al respeto a los derechos huma-
nos, pero era parte de la transformación general de las relaciones
4 Véase Steven Schwartzberg, Democracy and U.S.Policy in Latin America During

the Truman Years, Gainesville/Tallahassee/Tampa/Boca Raton/Pensacola, Univer-


sity Press of Florida, 2003.
5 Véase Soledad Loaeza, “La reforma política de Manuel Ávila Camacho”,

Historia Mexicana, vol. 63, núm.1, julio-septiembre de 2013, pp. 251-358.


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internacionales. En su informe del 1º de septiembre de 1946, se


refirió brevemente a los límites a la no-intervención que imponía
la tendencia de “la vida internacional […] a reducir la jurisdicción
interna de los Estados, en la actualidad sería perjudicial pretender
violar esa jurisdicción y sugerimos que se comience por precisar
los derechos esenciales del hombre en una declaración internacio-
nalmente aceptada”.6 Este cambio suponía una revisión radical de
los presupuestos de política exterior de los países latinoamerica-
nos. La propuesta, nacida de la reacción a los crímenes cometidos
por los nazis contra las poblaciones civiles, era precoz para un
mundo en el que la soberanía nacional seguía siendo un principio
rector intocable. Entonces la diplomacia mexicana perdió el rum-
bo y su apuesta por la democracia y los derechos humanos.
La discusión de los objetivos de la política exterior en los años
1945-1946 subraya las contradicciones que se presentan entre una
política de promoción de la democracia y el no-intervencionismo
que salieron a relucir durante la Conferencia Interamericana so-
bre Problemas de la Guerra y de la Paz, o Conferencia de Chapul-
tepec, que se celebró en la ciudad de México en febrero de 1945.
Su propósito era discutir el orden interamericano de la posguerra.
Se trataron diferentes temas: la seguridad colectiva, la coopera-
ción económica y otros más, entre ellos lo que se llamaba “el caso
argentino”, que no era otra cosa que el conflicto entre el régimen
militar de Argentina y Estados Unidos.
El país sudamericano había sido excluido de esta reunión inte-
ramericana por exigencia de Washington, que desde 1943 había
retirado a su embajador en Buenos Aires, y había impuesto sancio-
nes a sus exportaciones, en represalia por su decisión de mante-
nerse neutral en el conflicto mundial. Durante la Conferencia, “el
caso argentino” estuvo explícita o implícitamente presente de con-
tinuo, en la cabeza de los delegados y en más de uno de los debates
e incluso de las resoluciones finales, algunas de las cuales pueden

6 Manuel Ávila Camacho, al abrir el Congreso sus sesiones ordinarias, el 1º


de septiembre de 1946. XLVI Legislatura de la Cámara de Diputados (ed.), Los
presidentes de México ante la Nación. 1821-1966, 5 vols., México, Imprenta de la Cá-
mara de Diputados, 1966, vol. iv, p. 333.
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ser leídas como alusiones a Argentina. De suerte que la sombra


alargada del país austral se proyectó sobre las sesiones de la Confe-
rencia como la presencia no de un enemigo emboscado, sino de
un hermano descarriado o injustamente tratado, pues para mu-
chos gobiernos latinoamericanos la razón de su exclusión era la
defensa de la soberanía, que era la causa que todos defendían.
Este episodio también revela que la colaboración del gobierno
mexicano con el Departamento de Estado no respondió a las ex-
pectativas de Washington. Contrariamente a lo que se esperaba, la
contribución de la diplomacia avilacamachista fue irrelevante y no
tuvo ninguna influencia sobre la actitud de los demás gobiernos
latinoamericanos frente a la exclusión de la que era objeto Argen-
tina. Cuando México se involucró en el conflicto más bien puso en
evidencia su identificación con los intereses de Washington; esta
estrategia frustró sus aspiraciones de convertirse en un actor regio-
nal influyente.
La trayectoria más bien zigzagueante de la política exterior
mexicana sorprendió a muchos latinoamericanos que echaban en
falta la diplomacia nacionalista de antes, en la que veían una épica
de la resistencia contra la hegemonía estadounidense. Es decir,
entre 1945 y 1946 el camino de la política exterior mexicana fue
más sinuoso de lo que sostiene la versión hasta ahora dominante
de esa historia, que la ve sobre todo como una solución de conti-
nuidad entre el nacionalismo revolucionario del cardenismo y el
nacionalismo a secas del presidente Miguel Alemán.7

7 Véase Lorenzo Meyer, México y el mundo. Historia de sus relaciones exteriores,


tomo vi: La marca del nacionalismo, México, El Colegio de México, 2010, p. 11;
Lorenzo Meyer, “México y la soberanía relativa. El vaivén de los alcances y los lí-
mites”, en Gustavo Vega Cánovas, Alcances y límites de la política exterior de México
ante el nuevo escenario internacional. Ensayos en honor de Mario Ojeda, México, El
Colegio de México, 2009, pp. 69-96; Mario Ojeda, Alcances y límites de la política
exterior de México, México, El Colegio de México, 1976. Véase también Guillermo
López Contreras, “Cuando el mundo le dio la espalda a una democracia: la diplo-
macia mexicana ante la desaparición de Checoslovaquia, 1938-1940”, Anuario
Colombiano de Historia Social y de la Cultura, vol. 39, núm. 1, enero-julio de 2012,
pp. 215-240, Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y
Portugal.
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Este episodio de la política exterior del presidente Ávila Cama-


cho es poco conocido.8 Ha sido pasado por alto por los investigado-
res que han trabajado la política exterior mexicana, que se han
concentrado en la relación bilateral de México con Estados Unidos
para enfatizar aspectos y decisiones que prueban la habilidad del
gobierno para defender su autonomía, por ejemplo, en materia
económica y militar.9 Si acaso, el alineamiento de México a la polí-
tica exterior estadounidense se ha atribuido a las aspiraciones pre-
sidenciales de Ezequiel Padilla, quien apostó al apoyo de Washington
para llegar a la presidencia de la República. Sin embargo, vista la
diplomacia mexicana desde la perspectiva de las relaciones con
otros países, por ejemplo con Argentina en 1945, ofrece una ima-
gen distinta, menos independiente; sobre todo porque, como se
dijo antes, Ávila Camacho perseguía los mismos objetivos que el
Departamento de Estado, en particular, la implantación de las ins-
tituciones y los mecanismos de la democracia representativa. Sin
embargo, el desarrollo de los acontecimientos demostró que en
fin de cuentas esos objetivos no convenían necesariamente a sus
intereses.
En la investigación documental que hice en el Archivo Gene-
ral de la Nación, en el Archivo Histórico Genaro Estrada de la
Secretaría de Relaciones Exteriores, en los Archivos Nacionales
de College Park, en el Archivo Ramón Beteta y en el fondo docu-
mental de la Biblioteca Lamont de la Universidad de Harvard,
encontré evidencia de los efectos de la relación entre Estados Uni-
dos y México en 1945 y 1946, sobre la política mexicana hacia
otros países. También me permitió calibrar la complejidad de esa
relación: la independencia relativa que pudo mostrar el gobierno
mexicano en materia económica o militar y el poderoso contraste

8 Es excepcional la investigación de María Cecilia Zuleta, Los extremos de His-


panoamérica. Relaciones, conflictos y armonías entre México y el Cono Sur, 1821-1990,
México, Secretaría de Relaciones Exteriores, Dirección General del Acervo Histó-
rico Diplomático, 2008.
9 Véase, por ejemplo, Lorenzo Meyer, La marca del nacionalismo. México y el

mundo. Historia de sus relaciones exteriores, México, El Colegio de México, 2010; Blan-
ca Torres, De la guerra al mundo bipolar. México y el mundo. Historia de sus relaciones
exteriores, México, El Colegio de México, 2010.
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con el sometimiento de sus intereses diplomáticos a los objetivos


del gobierno estadounidense, que, en cambio, impuso la alianza
político-ideológica. Por consiguiente, el artículo ilustra la desvin-
culación entre las distintas dimensiones de la relación bilateral, de
tal suerte que los intereses de los dos países pueden coincidir en
términos ideológicos y diplomáticos, aunque discrepen en materia
económica o militar. En segundo lugar, cuando la explicación de
la política exterior mexicana atribuye esta orientación al canciller
Padilla, no reconoce dos elementos que aquí recupero: el papel
decisivo del presidente Ávila Camacho en la definición de esa po-
lítica, y sus consecuencias sobre las relaciones de México con otros
países.
La política injerencista de Ávila Camacho transcurrió en un
periodo muy corto; se inició en la segunda mitad del sexenio y se
cerró con el fin de su mandato. No obstante, reviste especial inte-
rés en la historia de la política exterior mexicana porque realza los
costos de una cercanía sin condiciones con Estados Unidos y arro-
ja una luz novedosa sobre el ejercicio de un presidente que ha sido
tratado como un actor secundario, del que sobre todo se destaca
el giro conservador que selló su gobierno. Asimismo, la política
exterior de Ávila Camacho amerita una revaluación porque ocu-
rrió en un momento decisivo en el surgimiento del equilibrio bi-
polar de la posguerra y de la formación del régimen autoritario
que gobernó México en la segunda mitad del siglo xx. Además,
ofrece una rápida mirada a la evolución de la noción de soberanía
nacional en los últimos treinta años, porque contiene elementos
que evocan los procesos de democratización del último tercio del
siglo xx, una de cuyas características fue la intervención de actores
internacionales en los procesos internos de cambio político y en la
generalización del régimen democrático.
La primera parte del artículo examina la reorganización de las
relaciones interamericanas que impulsó Washington desde antes de
que terminara la guerra, a partir de lo que fue una nueva lectura
de la Doctrina Monroe. La segunda parte está dedicada a la política
exterior del presidente Manuel Ávila Camacho, a su participación
en la Conferencia de Chapultepec y a la propuesta democratizado-
ra que México presentó en esa reunión. La tercera sección se ocupa
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de su política frente al “caso argentino” y de sus repercusiones en


México; un cuarto apartado se ocupa de las fracturas en México y
del regreso al principio de no intervención. El artículo se cierra con
una sección de conclusiones.

El sistema interamericano: una nueva lectura


de la Doctrina Monroe

Las ambiciones del presidente Manuel Ávila Camacho de hacer de


México un actor internacional influyente fueron también una re-
acción oportunista al derrotero que tomaba la política estadouni-
dense hacia América Latina. Al acercarse el término de la guerra
en 1945, los países del continente americano buscaron participar en
el diseño y la construcción del nuevo orden internacional y aprove-
char la coyuntura para sentar las bases de un esquema de relacio-
nes regionales, diferente del “orden subordinado”10 que establecía
la Doctrina Monroe. A Estados Unidos le interesaba preservar su
exclusividad en el área, así que apoyó esta iniciativa para mante-
ner la identidad diferenciada de una región que consideraba vital
para el éxito de su política exterior, entre otras razones porque los
vecinos representaban por lo menos veinte votos en la Asamblea
de Naciones Unidas. El bloque latinoamericano podía ser de ex-
trema utilidad para Estados Unidos en el contexto bipolar que se
formaba.
Desde la Conferencia de la Unión Panamericana celebrada en
Río de Janeiro en 1942, el presidente Roosevelt y el Departamento
de Estado buscaron construir un sistema regional institucionaliza-
do que permitiera organizar acciones conjuntas ágiles y eficaces.
Este objetivo era inalcanzable mientras no se resolviera la hetero-
geneidad de los países latinoamericanos.
Todos se adherían a los principios republicanos y al régimen
democrático, aun cuando en la mayoría de los casos esa identidad
fuera una ficción, pero los separaban grandes diferencias sociales,

10 Antonio Gómez Robledo, “La crisis del sistema interamericano I”, Foro In-

ternacional, vol. 3, núm. 1, pp. 24-61, p. 27.


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económicas, culturales y hasta políticas. Los componentes ideológi-


cos de la comunidad hemisférica que Washington quería construir
–que eran más bien actitudes– eran: el antitotalitarismo, que en
esos momentos estaba dirigido al nacional socialismo y al fascismo,
y que después se orientó al régimen soviético y al comunismo, y el
reconocimiento de su liderazgo regional. Sin embargo, algunos es-
capaban a ese propósito, notablemente Argentina. No obstante, el
factor más importante que tenían en común los países de la región
era de orden geoestratégico pues todos ellos estaban enclavados en
la larga masa territorial, que va de la Península de Labrador a Tie-
rra de Fuego, protegida por dos océanos. Por esa misma razón, el
Estado Mayor Conjunto estadounidense (Joint Chiefs of Staff, jcs)
tendría la última palabra en la discusión a propósito de las bases de
pertenencia a esta unidad. El jcs de Estados Unidos consideraba
que su prioridad era la defensa del hemisferio y que su predominio
militar en la región era una condición natural del sistema intera-
mericano. Un documento del jcs fechado en septiembre de 1945
afirmaba: “El Hemisferio Occidental es una entidad militar distinta
[a Europa] cuya integridad es un postulado fundamental de nues-
tra seguridad en caso de otra guerra mundial”.11
El interés primordial de Estados Unidos en la conferencia in-
teramericana era la adopción del principio de seguridad colectiva
y pese a la renuencia de los demás gobiernos, logró que fuera una
de las primeras resoluciones del acta final de la Conferencia. Este
principio estipula que “todo atentado contra la integridad o la in-
violabilidad del territorio o contra la soberanía de un Estado ame-
ricano será un acto de agresión contra todos los Estados firmantes”.
En los años siguientes esta fórmula fue invocada cada vez que Es-
tados Unidos sentía amenazada su hegemonía en la región, de ma-
nera que cuando la Conferencia adoptó esta declaración, le asestó
un duro golpe al principio de no-intervención. También compro-
metía a los Estados firmantes con decisiones que no necesaria-
mente convenían a sus intereses.

11 Citado en: Melvyn P. Leffler, “The American Conception of National Secu-

rity and the Beginnings of the Cold War, 1945-1948”, The American Historical Re-
view, vol. 89. núm. 2, abril de 1984, pp. 346-381, p. 354.
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Si bien en el reordenamiento del sistema interamericano las


consideraciones de orden estratégico fueron decisivas, también
intervino, y de manera esencial, una definición política que tenía
la pretensión de fijar un perfil regional exclusivo que justificara la
continuidad de la hegemonía de Estados Unidos. El principio de
seguridad colectiva se inspiraba en la supuesta “similitud de insti-
tuciones” para justificar medidas orientados a mantener la integri-
dad del sistema, y llevó a una nueva lectura de la Doctrina Monroe,
que construyó la imagen del Hemisferio Occidental como un
espacio unitario, en torno a los principios y a los valores de la de-
mocracia.12 Así nació la noción de que el continente tenía una
identidad propia cuyo eje era su “carácter democrático”. Estos
presupuestos se sostenían en la idea de que “las Américas” eran
países nuevos, libres de los lastres que frenaban el avance de los
europeos.13

La Doctrina Monroe, ¿legado regional?

La propuesta de Washington era ir más allá del panamericanismo


y construir un sistema institucional en el que la Doctrina Monroe
ya no sería vista como un instrumento unilateral de intervención,
sino que debía entenderse como un arreglo entre iguales cuyo
propósito era preservar la autonomía del hemisferio frente al

12 Amelia Josephson, “Bad Neighbor: U.S.-Argentine Relations in the 1940’s”,

tesis, Department of History, Columbia University, 2011, p. 24.


13 En la sesión inaugural de la Conferencia de Chapultepec, el presidente

Ávila Camacho declaró: “¿Qué podían ofrecer nuestras naciones militarmente dé-
biles, de incipiente industria y de economía exigua en varios aspectos? Mucho,
señores; porque las fuerzas materiales no son las únicas que combaten en esta
guerra. Por encima de las fuerzas de la materia, como guía lúcido y penetrante,
vibra el espíritu. Si es grande el peso de las espadas, mayor sin duda es el peso in-
mutable de la virtud. Y es la virtud de América lo que América ha colocado en
primer lugar en su ofrenda al altar de la democracia; su honradez ingénita, su
idealismo ardiente; toda su historia, su intensa historia que es como un himno
grabado a fuego sobre el bronce inmortal de la libertad”. Citado en Alfonso Gar-
cía, “Política internacional de México”, Seis años de actividad nacional, México, Se-
cretaría de Gobernación, 1946, pp. 41-79, p. 47.
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exterior. La posición de liderazgo de Estados Unidos en la región


sería el resultado de un acuerdo con los países latinoamericanos.
Según esta nueva interpretación de la Doctrina, en lugar de esta-
blecer una jerarquía de poder, se trataba de promover una rela-
ción de iguales interdependientes que compartían una identidad
política: la democracia liberal. El Departamento de Estado consi-
deraba, que con esta fórmula y la creencia de que el hemisferio
tenía una identidad política única, las formas tradicionales de in-
tervención –desde el no reconocimiento hasta el envío de tropas–
podían ser sustituidas por sanciones acordadas por la comunidad
hemisférica.14
El deterioro de las relaciones entre Estados Unidos y la Unión
Soviética impulsó la evolución de la Doctrina Monroe, que dejó
de referirse a la conquista territorial o a los ataques armados y se
convirtió en un amplio escudo de protección del continente de
“ideologías extranjeras” y “de cualquier síntoma de influencia no
hemisférica”15 –como lo describió en 1947 el secretario de Gue-
rra, Robert P. Patterson, al secretario de Estado, George Mar-
shall–. Esta extensión de las restricciones que imponía la Doctrina
a terrenos que en el pasado le habían sido indiferentes –la ideo-
logía y los valores sociales– levantaba muros estrechos en torno a
la autonomía de decisión de los países latinoamericanos. Tam-
bién denotaba el deseo de Estados Unidos de hacer de América
Latina no sólo un coto cerrado, sino una especie de bloque mo-
nolítico político, ideológico y diplomático.
El intervencionismo que acompañaba a esta nueva lectura de
la Doctrina Monroe era diferente al del pasado, pero no tan ajeno
como pretendían sus proponentes. Hijo de la distribución bipolar
del poder mundial en formación, de la definición de esferas de

14 Gaddis Smith, The Last Years of the Monroe Doctrine, 1945-1993, Nueva York,
Hill and Wang, 1994, pp. 45-48.
15 “Nos inquieta la exposición en nuestro continente de ideologías extranje-

ras, de explotación comercial, de arreglos de cartelización o cualquier síntoma del


aumento de influencia no hemisférica. [Para evitar el establecimiento de una po-
tencia extranjera tal vez hostil] debemos tener un flanco seguro y amigable en el
sur, que no lo confunda penetración política, económica o militar enemiga”. Cita-
do en Leffler, op. cit., p. 355.
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influencia y de las limitaciones a la soberanía que imponía la per-


tenencia a uno de los bloques de poder, su objetivo era determinar
el régimen político del país intervenido; si era necesario, modifi-
car los equilibrios internos para alinearlos al perfil que Estados
Unidos había definido para la región.16
El presidente mexicano se adhirió a este intervencionismo en el
Acta de Chapultepec y asumió un compromiso con la construcción
de la democracia en la región que implicaba la revisión del princi-
pio de no intervención y negaba toda una historia de defensa de la
soberanía nacional. Esta política también relegaba a un último pla-
no la doctrina formulada en 1930 por el entonces secretario de
Relaciones Exteriores, Genaro Estrada, que sostiene que la no inter-
vención entraña el respeto a la libre determinación de cada país
para aceptar, mantener o sustituir o no a los gobiernos o autorida-
des que lleguen por vías extraconstitucionales. A partir de esta pre-
misa, México rechazaba la noción de “reconocimiento diplomático”,
porque consideraba que violaba el principio de no-intervención en

16 Entre 1944 y 1947 la política hemisférica dividía al Departamento de Esta-

do entre los así llamados internacionalistas, que impulsaban la prioridad de Euro-


pa en la defensa contra el expansionismo soviético y daban por descontada la
seguridad estratégica de la región, de los latinoamericanistas que, en cambio, rei-
vindicaban la primacía de la Doctrina Monroe. Entre los primeros destacan diplo-
máticos tan influyentes como Cordell Hull y John Foster Dulles, quien en junio de
1945 afirmaba que América Latina estaba fuera del alcance de los soviéticos y que,
por consiguiente, Estados Unidos tenía que concentrar sus recursos y su atención
en la masa eurasiática. Citado en Leslie Bethell y Ian Roxborough, “The Post-War
Conjuncture in Latin America: Democracy, Labor and the Left”, en Leslie Bethell
e Ian Roxborough, editores, Latin America between the Second World War and the Cold
War, 1944-1948, Cambridge, Cambridge University Press, 1992, p. 25. En cambio,
en la Subsecretaría de Asuntos Latinoamericanos un grupo de funcionarios libe-
rales archivó la política del Buen Vecino para apoyar a los movimientos reformis-
tas y democratizadores que, pensaban, podían frenar la influencia del comunismo.
Adolf Berle y Spruille Braden pertenecían dentro del Departamento de Estado a
la corriente que creía en la solidaridad democrática. La ola democratizadora que se
levantó en el hemisferio entre 1944 y 1948 está asociada a este cambio. Véase
Schwarzenberg, op. cit.; véase también Roger R. Trask, “Spruille Braden versus
George Messersmith: World War Two, the Cold War, and Argentine Policy, 1945-
1947”, Journal of Inter-American Studies and World Affairs, vol. 26, núm. 1, febrero de
1984, pp. 68-95.
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la medida en que suponía un juicio de valor y una falta de respeto a


la autodeterminación.17 Sin embargo, la decisión de abandonar la
Doctrina Estrada obedecía en primer lugar a la convicción del pre-
sidente Ávila Camacho de que la implantación de instituciones de-
mocráticas era la prioridad en la reconstrucción de la posguerra.

La política exterior del presidente Manuel Ávila Camacho

El gobierno del presidente Manuel Ávila Camacho se inauguró


cuando la Segunda Guerra Mundial tenía poco más de un año.
En este contexto una de sus primeras decisiones fue afianzar la
relación de cooperación con Estados Unidos. Este acercamiento
fue precipitado por la guerra; no obstante, desde que era candi-
dato a la presidencia de la República, Ávila Camacho se compro-
metió con el panamericanismo. En varios de sus discursos como
candidato presidencial expresó su admiración por Estados Uni-
dos y su voluntad de cultivar una relación bilateral armoniosa; en
forma reiterada hablaba de su respeto por el presidente Roose-
velt y se refería a la comunidad de valores que compartían los
dos países.
La prueba de que sus protestas de admiración eran sinceras
fue su compromiso con la promoción de los valores de la demo-
cracia representativa. Adoptó ese discurso en su política exterior,
al igual que lo hizo en política interna, a expensas del discurso
revolucionario que había sido hasta entonces el marco general de
las políticas de todo gobierno mexicano. No fue éste un cambio
menor: la nueva retórica en este caso tendía a concretarse en de-
cisiones y políticas de gobierno precisas. Por ejemplo, inspiró una

17 La Doctrina Estrada fue un instrumento útil para países débiles, que sufrían
de inestabilidad política, que podían recurrir a ella para respaldar su trato con ac-
tores internacionales más fuertes. En repetidas ocasiones México se refirió a ella
como expresión de respeto a procesos propios de la soberanía nacional. Sin embar-
go, en la medida en que su aplicación estaba sujeta a consideraciones de procedencia,
no era de aplicación automática. Modesto Seara Vázquez, Síntesis del Derecho Interna-
cional Público, en http://biblio.jurídicas.unam.mx/libros/2/591/42.pdf Fecha de
acceso: 14/02/2016.
OCT-DIC 2016 La política intervencionista 865

legislación electoral que reflejaba los cánones de las legislaciones


democráticas; o impulsaba en el presidente la intención de incor-
porar a la oposición en las tareas de gobierno. Las convicciones
democráticas de Ávila Camacho estuvieron detrás de otros cambios,
por ejemplo, suprimió la educación socialista, tal y como ocurriría
al inicio del gobierno de su sucesor. Estas decisiones se topaban con
la resistencia de líderes sindicales o de representantes de la co-
rriente radical de la élite política que se oponían rotundamente a
una apertura de este tipo.18 Con todo, la capacidad de persuasión
o de imposición del presidente y la presión del contexto interna-
cional doblegaron estos rechazos.
El viraje que representó el gobierno avilacamachista para la
política mexicana puede atribuirse al acercamiento con Estados
Unidos, que exigía poner fin al radicalismo cardenista. Sin embar-
go, también obedecía a intereses de orden puramente interno; por
ejemplo, la necesidad de reconciliar a los grupos que se habían
sentido perjudicados por las políticas de Lázaro Cárdenas, o bien,
las preferencias ideológicas del propio presidente Ávila Camacho.
Lo cierto es que la reorientación también provocó reacciones ne-
gativas en el seno de la diplomacia mexicana y puso al descubierto
el impacto divisivo de una política exterior que, sin embargo, se
preciaba de cristalizar en la unidad nacional que era el Leitmotiv
del presidente Ávila Camacho. Esta oposición no había sido toda-
vía superada a principios de 1945, tanto así que el 7 de enero de
ese año el canciller Padilla pronunció un discurso que fue transmi-
tido en cadena nacional, en el cual defendió con vehemencia el
activismo internacional, en particular la cooperación con Estados
Unidos. Su principal argumento era que la cooperación interna-
cional ofrecía nuevas oportunidades para el pleno desenvolvimien-
to de la obra constructiva de la Revolución.19
Además de los desacuerdos que suscitaba la alianza con Es-
tados Unidos había otros temas que fracturaban a la opinión en

18Loaeza, op. cit.


19Ezequiel Padilla, Nuestra política internacional, México, Secretaría de Rela-
ciones Exteriores, Departamento de Información para el Extranjero, Serie Proble-
mas Nacionales e Internacionales, 1945.
866 Soledad Loaeza FI LVI-4

primerísimo lugar, la participación en la guerra, pues no eran


pocos los que decían que más convenía la neutralidad. La políti-
ca hacia Argentina y hacia España también polarizaba a la opi-
nión. El gobierno mexicano criticaba el carácter antidemocrático
del gobierno militar argentino y no reconocía al régimen fran-
quista, pero con base en disposiciones específicas del Pacto de la
Sociedad de las Naciones. El rechazo a la dictadura española se
mantuvo aunque la hispanofilia estaba muy presente en la socie-
dad mexicana; además, la República española en el exilio gozaba
de la protección que le brindaba el firme apoyo del expresidente
Cárdenas.20 Sin embargo, el “quintacolumnismo” local acusaba
al gobierno de comprometer al país en una guerra que no era
la suya, que además causaba escasez de productos básicos como
maíz, trigo o gasolina, porque, decían, “Todo se envía a los Esta-
dos Unidos”.21
La reconciliación de México con Estados Unidos, que se había
iniciado desde las postrimerías del sexenio anterior, allanó el cami-
no para el restablecimiento de relaciones con Gran Bretaña. 22 A
partir de ahí la diplomacia avilacamachista amplió sus horizontes.
Durante la campaña electoral adelantó la apertura de su gobierno
al exterior cuando advirtió que México debía prepararse “para ser-
vir a un mundo que está empobreciéndose cada día ante la inmen-
sa catástrofe”.23 En 1944 el presidente designó al primer embajador
mexicano en Canadá y envió representantes a los gobiernos en el
exilio de Bélgica, Holanda, Noruega y Polonia. También desarro-
lló una activa presencia multilateral, como si quisiera crear un
contrapeso a la potencia hegemónica, al mismo tiempo que apro-
vechaba las ventajas que le ofrecía la buena relación con Estados

20 Los refugiados españoles en México temían que Ávila Camacho reconocie-

ra al gobierno de Franco, una posibilidad que de concretarse hubiera tenido con-


secuencias catastróficas para ellos. Aparentemente, el presidente discutió el tema
con el expresidente Cárdenas. Abdón Mateos, “Tiempos de guerra, tiempos de
desesperanza. La política de Ávila Camacho hacia España y el exilio republicano
en México, 1940-1943”, Historia Mexicana, LIV, núm. 1, 2004, pp. 405-438.
21 Padilla, op. cit., p. 11.
22 Meyer, México y el mundo, pp. 138-140.
23 Loc. cit.
OCT-DIC 2016 La política intervencionista 867

Unidos para desarrollar una novedosa capacidad de influencia in-


ternacional.
América Latina era una prioridad del gobierno avilacamachis-
ta porque aspiraba a utilizar las afinidades naturales con ese grupo
de países como carta de negociación con Estados Unidos para pro-
ponerse como una especie de puente entre ambos. Esta política
obedecía a un proyecto personal de Manuel Ávila Camacho, y su
intención no era solamente simbólica, sino que tenía objetivos
prácticos, de orden político y económico,24 que se tradujeron en
intercambios comerciales y culturales, y acuerdos de colaboración
técnica y científica en los que México adquirió “una importancia
regional sin precedentes”.25
Los esfuerzos de la diplomacia mexicana fueron ampliamente
recompensados. Tanto así que en 1944 México participó en forma
sobresaliente en la conferencia monetaria de Bretton Woods, y
también fue invitado a formar parte del grupo de países fundado-
res de Naciones Unidas.26 No obstante, el presidente y su canciller,
Ezequiel Padilla, consideraban que su logro principal era la rela-
ción de colaboración con Estados Unidos.

24 Véase, por ejemplo, el discurso que pronunció en Mexicali, Baja California,

el 28 de mayo de 1940. Instituto de Capacitación Política, Historia documental del


Partido de la Revolución, 1938-1944, 9 vols., México, Partido Revolucionario Institu-
cional, 1982, vol. 4, pp. 415-416.
25 “El inicio de la Segunda Guerra Mundial catapultó a México a una posición

de importancia regional sin precedentes, debido a tres factores principales: su


posición geográfica de cabeza del continente latinoamericano, con costas en los
dos océanos, su notable producción de petróleo y su vecindad con Estados Uni-
dos. Los tres elementos confluyeron hacia un cuarto, que en realidad los resumía
a todos: una inédita alianza, cada vez más estrecha, con Washington”. Guillermo
Palacios con la colaboración de Ana Covarrubias, América del Sur, en Mercedes de
Vega (coord.), Historia de las relaciones internacionales de México, 1821-2010, 7 vols.,
México, Secretaría de Relaciones Exteriores, Dirección General del Archivo His-
tórico Diplomático, 2011, vol. 4, p. 301.
26 “A México se le proscribe de la Sociedad de las Naciones; como una muda

protesta contra una política norteamericana de persecución, renuncia a concurrir


a la Conferencia Interamericana de Chile; y alguna vez el secretario de Estado
Kellog declara públicamente que México se halla en el banquillo de los acusados
por sus grandes crímenes internacionales”. Daniel Cosío Villegas, “México y Esta-
dos Unidos”, en Ensayos y notas, tomo 1, p. 201.
868 Soledad Loaeza FI LVI-4

Ezequiel Padilla, la Secretaría de Relaciones Exteriores


y el Departamento de Estado

En octubre de 1944, el gobierno argentino solicitó a la Unión Pa-


namericana que convocara a una reunión para discutir su situa-
ción en el hemisferio. El embajador de Estados Unidos en México,
George Messersmith, y el Departamento de Estado, a través del sub-
secretario y antiguo embajador en Buenos Aires, Norman Armour,
sugirieron al canciller mexicano que interviniera en la preparación
de un acuerdo que normalizara la situación de Argentina en el sis-
tema interamericano.27 Así nació la idea de convocar a una confe-
rencia interamericana para la discusión de los problemas de la
posguerra.
En noviembre de 1944 el embajador Messersmith envió un me-
morándum secreto al Departamento de Estado en el que reporta-
ba que “Por instrucciones específicas del Departamento de Estado
[había transmitido] al secretario de Relaciones Exteriores mexica-
no información confidencial en relación con la solicitud de Argen-
tina de que se convocara a una reunión de la Unión Panamericana”.28
El gobierno estadounidense había rechazado esa solicitud con el
argumento de que llevar la discusión del caso a una reunión de
27 El embajador mexicano en Washington, Francisco Castillo Nájera, reportó

al canciller Padilla, el 21 de agosto de 1944, una conversación con el subsecretario


de Estado para Asuntos Latinoamericanos, Norman Armour. Éste, después de elo-
giar nuevamente su actuación (de Padilla), expresó la esperanza de que México
“no desaprovecharía la oportunidad de hacer patente su reacción ante la falta de so­
lidaridad que en momentos tan críticos caracteriza a los actos del Gobierno de
Argentina en el terreno internacional”. Francisco Castillo Nájera al secretario Eze-
quiel Padilla, Legajo 925, número 215, Exp.73.0/311.3, Archivo Genaro Estrada,
Secretaría de Relaciones Exteriores. En octubre, Argentina solicitó que se convo-
cara a una reunión de la Unión Panamericana para discutir su situación interna-
cional. El siguiente mes de diciembre, el encargado de negocios en Washington,
Vicente Sánchez Gavito, informaba que Washington había depositado en el secre-
tario Padilla la responsabilidad de la reincorporación de Argentina al sistema in-
teramericano. Vicente Sánchez Gavito a Ezequiel Padilla, Telegrama 1062, 4 de
diciembre de 1944, Legajo 925, núm. 215, Exp.73.0/311.3.
28 From the Embassy at Mexico City, “Memorandum”, Enclosure to despatch

núm. 3223, 3 de noviembre de 1944. MSS-0109_1639-00, George S. Messersmith


Papers. URI http://udspace.udel.edu/handle/
OCT-DIC 2016 La política intervencionista 869

embajadores latinoamericanos podía tener un efecto divisivo; en


cambio, retomaba una sugerencia del canciller Padilla de organi-
zar una reunión interamericana para “considerar” los problemas
de la posguerra. El memorándum precisaba que la reunión debía
celebrarse en la ciudad de México y estarían invitados sólo aquellos
países que habían participado en el esfuerzo de la guerra, es decir,
Argentina quedaba excluida. No obstante, añadía que “Si el minis-
tro de Relaciones Exteriores lo consideraba pertinente”, podría
recomendar que el último punto de la agenda fuera “la solicitud
del régimen de Farrell de que se llevara a cabo una reunión para
considerar la posición internacional de Argentina. Entonces se in-
vitaría a un representante de ese régimen a que presentara su cau-
sa al final de la conferencia”.29
Este documento contiene otras sugerencias también dirigidas al
secretario de Relaciones Exteriores mexicano; muestra qué enten-
día Washington por colaboración con un aliado menor y hasta
dónde había llegado la diplomacia de Padilla que en esos años
conoció el sabor agridulce de una subordinación privilegiada. Su
adhesión a la política de Estados Unidos desembocó en posturas
francamente intervencionistas en relación con Argentina, que fue-
ron juzgadas con severidad por otros gobiernos latinoamericanos
y por la opinión pública mexicana.
El memorándum también revela que Estados Unidos no era
por completo insensible ni indiferente a las actitudes de los lati-
noamericanos que deseaban que se le diera a Argentina, por lo
menos, la oportunidad de defender públicamente sus posiciones.
También deja ver, aunque en forma limitada, los recursos que uti-
lizaba el Departamento de Estado para promover iniciativas que
revestía con los colores de otras banderas. Por ejemplo, los diplo-
máticos estadounidenses elaboraban propuestas específicas que
luego presentaba como propias algún embajador latinoamerica-
no. Este alambicado proceso se consideraba necesario porque las
iniciativas habrían despertado suspicacias si provenían de la repre-
sentación estadounidense, mismas que se reducían si el presunto
autor de la propuesta era un latinoamericano.

29 Loc. cit.
870 Soledad Loaeza FI LVI-4

Así, en este caso, a México se le propuso que promoviera la


reunión interamericana como si fuera por iniciativa propia, y que
invitara al representante argentino a defender su caso. Además, al
recurrir a esta estratagema Estados Unidos no traicionaba su ima-
gen de país todopoderoso, porque no transigía públicamente con
un actor mucho más débil, y tampoco aparecía como el autor de
las únicas iniciativas que se adoptaban, percepción que hubiera
desacreditado el proceso de reorganización del sistema interame-
ricano. Mostraba en cambio que tenía aliados, entre ellos un país
grande e importante como México. Al aparecer a su lado, Wash-
ington también sugería que compartía los principios de autodeter-
minación y no intervención caros a la tradición de la política
exterior mexicana.
El canciller Padilla hizo exactamente lo que se le propuso. Úni-
camente se adelantó e inició el proceso antes de lo acordado, sin
prevenir a Messersmith ni advertirle que movilizaría el apoyo de
Brasil, Cuba y Uruguay. De esa manera sólo dos días después de que
el embajador sometió su memorándum al Departamento de Esta-
do, la organización de la reunión interamericana estaba en mar-
cha. La premura de Padilla quedó sin explicación.30 Es probable
que los motivos tuvieran que ver con la competencia por la candi-
datura presidencial del partido en el poder, que estaba por decidir-
se en esas fechas.
Desde la perspectiva del gobierno mexicano, la conferencia
sería la culminación de cuatro años de su estrategia de apertura,
y la ocasión para poner en juego los recursos que creía derivar de
su nueva posición internacional: mostrar a Washington el lideraz-
go que ejercía en la región –y su utilidad–, y a los latinoamerica-
nos la extraordinaria cordialidad de su relación con el país más
poderoso del mundo. En realidad, en el desarrollo de la confe-
rencia la diplomacia mexicana fue, como había sido en los cuatro
años anteriores, según observan Ana Covarrubias y Guillermo Pa-
lacios, “la red de transmisión de la política estadounidense” en

30 “Messermith to Secretary of State”, Secret Telegram, núm. 1404, 8 de no-

viembre, 8 pm, 1944. George S. Messersmith Papers, MSS-0109-1644-00. URI htt


p:// udspace.udel.edu/handle/
OCT-DIC 2016 La política intervencionista 871

América Latina, y prueba de que más que líder regional México


había pasado de ser “neutralizador del expansionismo yanqui” a
“poderoso coadyuvante” de esa política.31
Así, pese a las repetidas protestas del canciller Padilla en con-
trario, su política exterior –que era la del presidente Ávila Cama-
cho–, fue percibida como “entreguismo”.

La Conferencia de Chapultepec y la colaboración Estados Unidos-México

El presidente Ávila Camacho inauguró la Conferencia Interame-


ricana sobre Problemas de la Guerra y la Paz, en ceremonia so-
lemne en la Cámara de Diputados la tarde del 21 de febrero de
1945. Estaban presentes diecinueve delegaciones; ausentes, Ar-
gentina y El Salvador, este último porque se había producido un
golpe militar unos días antes en ese país. El programa de la Con-
ferencia se organizó en tres grandes apartados: político-diplomá-
tico, estratégico-militar y económico. Los temas a discutir iban
desde la apremiante necesidad de firmar un acuerdo de seguri-
dad colectiva y crear un organismo militar que coordinara las ac-
ciones de los países del hemisferio, hasta el reconocimiento de
gobiernos, la relación entre la organización regional y la organi-
zación universal cuya fundación se discutiría en el mes de abril en
San Francisco, el derecho al voto para las mujeres, la cooperación
económica y “el caso argentino”.
La organización de la reunión estuvo en manos de las delega-
ciones de Estados Unidos y de México, que trabajaron conjunta-
mente en la preparación de los documentos, el diseño de la
agenda, la formulación de las resoluciones contenidas en la De-
claración de México y en el Acta de Chapultepec. En los temas
diplomáticos y políticos, esta colaboración fue mucho más allá de
lo que suponen los preparativos de una reunión de esta naturale-
za. Así, por ejemplo, a dos semanas de la inauguración, los funcio-
narios de la Secretaría de Relaciones Exteriores sometieron a la
consideración de sus contrapartes estadounidenses borradores y

31 Palacios y Covarrubias, op. cit., p. 314.


872 Soledad Loaeza FI LVI-4

propuestas de resolución. Según el embajador Messersmith, los


mexicanos querían “ajustar tanto como sea posible, su actitud a la
nuestra en los principales temas que van a ser considerados”.32
El día anterior a la inauguración de la Conferencia, el embaja-
dor Messersmith escribió al subsecretario Rockefeller: “Padilla (el
canciller mexicano) siente que los mexicanos quieren mantener su
pensamiento en la misma línea del nuestro, […], incluso ha suge-
rido que quieren que sea, en la medida de lo posible, una guía,
pues saben que nuestra posición (internacional) es la de mayor
responsabilidad y que sin nosotros no puede hacerse nada”.33 Insis-
tía Messersmith en que Padilla pedía, al igual que el presidente
de la República, orientación respecto a cuáles eran las posiciones de
Washington, pues sólo entonces sabrían qué decir a los delegados
de los demás países. “No quiero decir que Padilla y el gobierno
mexicano van a seguir servilmente nuestras líneas de acción”,34
pero como eran “realistas” y pragmáticos, sabían que el éxito de la
conferencia dependía de Estados Unidos. Lo que no previó Mes-
sersmith fue la importancia que los delegados latinoamericanos
atribuirían al “caso argentino” y la tozudez con que se aferraron al
principio de la soberanía nacional.
Los desacuerdos entre Estados Unidos y la mayoría de los go-
biernos latinoamericanos aparecieron desde los discursos de inau-
guración. La principal preocupación de los segundos era el futuro
y temas de orden económico; en el corto plazo, la inflación, los re-
cursos excedentarios, las exportaciones y las inversiones; y en el lar-
go plazo, la industrialización. En cambio, el interés primordial del
gobierno de Washington era terminar la guerra y afianzar el apoyo
latinoamericano en ese propósito. Las diferencias fueron irreconci-
liables. Los latinoamericanos esperaban –y demandaron– un pro-
grama de cooperación económica que asegurara la continuidad de
las transformaciones que la guerra había traído a sus economías;
pero los estadounidenses, encabezados por el secretario de Estado,
32 FRUS, “The Ambassador in Mexico (Messersmith) to the Asistant Secretary

of State”, FRUS, vol. IX, 1945, p. 85.


33 FRUS, “El embajador (Messersmith) al subsecretario de Estado(Rockefeller),

México, D. F., 7 de febrero de 1945”, FRUS, 1945, vol. IX, p. 89.


34 Ibid., p. 90.
OCT-DIC 2016 La política intervencionista 873

Edward Stettinius, no se comprometieron con un programa de ayu-


da, ni siquiera con la más modesta medida de estabilización de las
economías latinoamericanas amenazadas por la transición a la pos-
guerra. Las delegaciones latinoamericanas se toparon con un muro
infranqueable cuando se trató, por ejemplo, el subsidio a industrias
nacionales o el mantenimiento de un sistema preferencial para sus
exportaciones a Estados Unidos. En este capítulo no se llegó a nin-
gún acuerdo sustantivo.
Pese a las diferencias, la conferencia adoptó el principio de
seguridad colectiva que impulsaba la Delegación de Estados Uni-
dos, y lo votó aun cuando muchos gobiernos latinoamericanos du-
daran de la conveniencia de una disposición que podía ser
utilizada contra Argentina. En este caso, nuevamente el canciller
Padilla apoyó la política de Washington, pues él fue quien presen-
tó la ponencia que proponía la creación de un organismo militar
permanente que tendría a su disposición instrumentos “aéreos,
navales y terrestres” para llevar a cabo acciones colectivas y obliga-
torias contra “cualquier país extracontinental o hemisférico que
fuera una amenaza para la paz o la seguridad colectiva”, o para
“extirpar focos de tendencia subversiva”. El Acta Final de la Confe-
rencia planteaba: “Es indispensable la existencia de un organismo
internacional permanente” formado por el Estado Mayor de cada
uno de los países de la región, y preveía la firma de un tratado mi-
litar continental. Este tema sería resuelto en una nueva conferen-
cia dedicada exclusivamente a precisar sus términos y condiciones,
a celebrarse en la ciudad de Río de Janeiro. No obstante, no podría
organizarse en tanto no se resolviera el “caso argentino”. Esta con-
dición significó que la dicha conferencia se pospusiera hasta 1947.
Estados Unidos pudo movilizar el apoyo de los latinoamerica-
nos a su iniciativa en materia de defensa militar; tanto así que todo
el primer capítulo del Acta final de la Conferencia, que contiene
doce Resoluciones, está dedicado a la defensa estratégica de la re-
gión, al organismo militar permanente, al control de armamentos
o a la supresión de centros de infiltración y propaganda subversi-
va. El tema de la cooperación económica, en cambio, aparece en
segundo lugar. La Conferencia ni siquiera tuvo que referirse a la
Doctrina Monroe para que la reunión se acogiera a la democracia
874 Soledad Loaeza FI LVI-4

como una amplia dimensión ideológica y como marco de referen-


cia general, en tanto que identidad común de los países de la re-
gión. La Resolución 13 de la Declaración de México estipula: “Para
nuestro régimen interior, reiteramos una vez más nuestra fervien-
te adhesión a los principios democráticos, bajo cuya inspiración
hemos crecido y a cuyo abrigo nuestra evolución política y social
seguirá desarrollándose en paz y seguridad”.35 Pese a que el blanco
de repudio inmediato eran Alemania y Japón, la denuncia del “na-
zifascismo” y de los totalitarismos era también una alusión, relati-
vamente velada, al gobierno militar argentino. Por ejemplo, la
Resolución número 14 del mismo documento afirma: “La existen-
cia de sistemas políticos antidemocráticos en el Continente de
América perjudica nuestro progreso y crea bases de penetración
que amenazan desde afuera la seguridad americana”.36

El hemisferio, fortaleza de la democracia

Desde las reuniones preparatorias, la delegación mexicana, y muy


probablemente por instrucciones del propio Ávila Camacho, insis-
tió en que la Conferencia debía ser una cruzada por la democra-
cia, entendida básicamente como elecciones libres y competidas.
Por ejemplo, en una de esas sesiones, el representante de la secre-
taría de Relaciones Exteriores de México propuso que la declara-
ción final iniciara con una profesión de fe en la democracia como
la “única base verdadera del bienestar y la dignidad del individuo”,
y que fuera el lema de la asamblea.37 Además insistió en que se
incluyera un resolutivo dedicado a la educación en democracia y
una declaración relativa a derechos humanos básicos.

35 Secretaría de Relaciones Exteriores, Sección de Archivo General, Conferen-


cia Interamericana sobre Problemas de la Guerra y de la Paz, “Declaración de México”,
III/3421 (72) “945”/1.
36 Loc. cit.
37 FRUS, Political memorándum No.3 by Mr. William Sanders, a Technical

Officer of the Delegation”. Conversation between Licenciado Pablo Campos Ortiz


and Messrs. Bohan and Sanders, held at the ministry of Foreign Relations, Fe-
bruary 1, 1945”. FRUS, 1945, vol. IX, p. 79.
OCT-DIC 2016 La política intervencionista 875

México atribuía a este capítulo especial importancia, como lo


demostró la ponencia que presentó sobre educación, titulada “La
educación para el mantenimiento de la democracia y de la paz”,
elaborada por el filósofo Samuel Ramos. El artículo 3.º constitu-
cional, que establecía la educación socialista en México, había sido
motivo de serios conflictos en México y una de las grandes preocu-
paciones del presidente Ávila Camacho, quien dio largos pasos
para reformarla, como finalmente ocurrió en 1946. La ponencia
que sobre el tema se presentó en Chapultepec enfatizaba el papel
de la escuela en la formación de la conciencia ciudadana y “de los
valores de la democracia, el amor a la libertad y la dignidad de la
persona”. Todos los miembros de la Conferencia se comprometie-
ron a inculcar en los niños el ideario democrático y a ejercer las
“virtudes propias de la vida democrática”. Este planteamiento te-
nía para México un significado especial en vista de los combates
que desde la Revolución habían librado la Iglesia y el Estado por el
control de la educación.
La propuesta de que la conferencia fuera una cruzada demo-
crática implicaba hacer de un régimen político en particular la con-
dición central de pertenencia a la comunidad interamericana y, por
consiguiente, un criterio de calificación de gobiernos que abría la
puerta al intervencionismo. Ésta era la postura del propio presiden-
te Ávila Camacho, como lo planteó el día de la inauguración de la
Conferencia de Chapultepec. El discurso que pronunció en la oca-
sión revela por lo menos dos rupturas importantes con la política
exterior de antes de la guerra: en primer lugar, se refirió siempre a
“América” y a los “americanos”, sin distinguir a los latinoamericanos
de Estados Unidos. Estas expresiones cobran su verdadero significa-
do si tomamos en cuenta la oposición que planteaba la izquierda de
la época entre los conceptos “sistema interamericano” y América
Latina como diferentes e incluso contrapuestos a Estados Unidos.38
38 Por ejemplo, en abril de 1945 el embajador Messersmith comenta alarma-

do que el presidente Ávila Camacho estaba bajo fuertes presiones para abandonar
la perspectiva interamericana y adoptar una visión latinoamericana que rompía
con la unidad hemisférica como opuesta a la que perseguía Estados Unidos. “De
George Messersmith a Edward R. Stettinius, Jr.”, 19 de abril de 1945, the papers
of George Messersmith, mss-0109_1710-00 URI, http://udspace.udel.edu
876 Soledad Loaeza FI LVI-4

En segundo lugar, impulsaba un régimen político en particular,


como si se tratara de una norma universal, aplicable por encima
de las fronteras nacionales.
Esta insistencia en que el hemisferio era una fortaleza demo-
crática poco tenía que ver con la realidad. Para muchos de los lati-
noamericanos el compromiso con esos valores e instituciones
había sido históricamente, en el mejor de los casos, una simula-
ción. La identidad democrática que presuntamente compartían
los países de la región no hubiera resistido el mínimo escrutinio
en el caso, por ejemplo, de los regímenes de Anastasio Somoza en
Nicaragua, Rafael Trujillo en República Dominicana y François
Duvalier en Haití. Sin embargo, los asistentes a la reunión de Cha-
pultepec estuvieron dispuestos a cerrar los ojos a la realidad dicta-
torial de varios regímenes latinoamericanos, tal vez porque no
eran una anomalía.
La insistencia en el compromiso democrático cobra sentido si
la leemos como la misión que el presidente Ávila Camacho había
asumido en el hemisferio, y como una advertencia indirecta al go-
bierno argentino, al que Estados Unidos había calificado de “tota-
litario”. Sin embargo, la crítica no podía ser explícita porque
hubiera suscitado el desacuerdo de los gobiernos latinoamericanos
que veían en la soberanía nacional un valor superior a la democra-
cia, conque rechazaban las sanciones que se aplicaban al régimen
argentino.
Los documentos de la Conferencia sugieren que cuando los
latinoamericanos en Chapultepec hablaban de gobiernos “tota-
litarios” pensaban en el régimen nazi o en la Unión Soviética,
mientras que los estadounidenses se referían a los argentinos
sin llamarlos por su nombre. Aunque los delegados no siempre
eran conscientes de esta diferencia, el acentuado antisovietis-
mo de los latinoamericanos sorprendió a los miembros de la
Delegación de Estados Unidos, y sugiere que la Guerra Fría se
inició en la región incluso antes que en Europa. Según un fun-
cionario estadounidense: “Si la opinión de Padilla es represen-
tativa, entonces la importancia que le atribuyen a la declaración
(de lealtad democrática) es tanta que imprime al aspecto ideo-
lógico de la conferencia la misma importancia que a los temas
OCT-DIC 2016 La política intervencionista 877

económicos”.39 Esta preocupación fue permanente; según otro


de los delegados, William Duggan, todos los participantes en la
conferencia coincidían en que había que bloquear la influen-
cia soviética. El propósito era, según él, un “factor intangible”
que nunca se hizo explícito, pero que fue determinante para
obtener el apoyo de los latinoamericanos –sobre todo de los
países más atrasados– a las posiciones estadounidenses.40 Una
posible interpretación del miedo a la influencia soviética que
mostraban los gobiernos latinoamericanos remite a las tensio-
nes que agitaban a sus sociedades y a la movilización política
que en muchos casos desencadenó la guerra.

El “caso argentino”

Argentina fue el único país que no sucumbió al poderoso discurso


del canciller mexicano que en la conferencia de Río de 1942 per-
suadió a la mayoría de los gobiernos latinoamericanos de apoyar la
causa de Estados Unidos en la guerra.41 No renunció a su neutra-
lidad y tampoco aplicó las medidas que Washington esperaba de
sus aliados: no expulsó a los nazis que se habían refugiado en su
territorio, no incautó sus bienes ni expropió sus tierras. Esta re-
nuencia fue la causa enunciada de su exclusión de la Conferencia
de Chapultepec y era, en apariencia, una consecuencia lógica del
conflicto con Estados Unidos, el cual había calificado al gobierno

39 FRUS, “Political Memorandum by Mr. William Sanders a Technical Officer

of the Delegation”, February 2, 1945, FRUS, 1945, vol. IX.


40 Citado en Connell-Smith, op. cit., pp. 137-138.
41 Aparentemente la intervención del canciller mexicano en Río de Janeiro

en 1942 fue una poderosa pieza oratoria que causó la admiración de todos los
delegados. Al final de su vida, Ezequiel Padilla decía: “Mi participación en aquella
Asamblea de cancilleres produjo un impacto decisivo e inolvidable. Todavía ahora
(1965) recuerdan mis intervenciones en esa Asamblea cuando se pasa por Río de
Janeiro o por algunos países de América del Sur”. Y más adelante añade como en
un ensueño: “En todas partes encontré la aprobación, el aplauso, la admiración
de las multitudes”. James y Edna Wilkie, Frente a la Revolución mexicana, 17 protago-
nistas de la etapa constructiva, 4 vols., México, Universidad Autónoma Metropolita-
na, 2002, vol. 2, pp. 389-390.
878 Soledad Loaeza FI LVI-4

argentino de fascista y había intentado forzarlo a cambiar su polí-


tica mediante severas sanciones económicas. Para los argentinos,
la neutralidad era una afirmación de independencia, una defensa
de sus mercados internacionales y de lo que podía ser la base de
un liderazgo regional. Esta última pretensión no era un secreto;
era asimismo una de las razones de la hostilidad del Departamento
de Estado.
El conflicto entre Estados Unidos y Argentina se había conver-
tido en un foco de tensión en la región. Mantenía despierta la
desconfianza de los latinoamericanos hacia la proclividad inter-
vencionista de Washington, porque alimentaba la inquietud de
que intentara nuevas acciones punitivas contra Argentina.42 En
general, los gobiernos latinoamericanos trataban el tema con cau-
tela porque les planteaba dilemas difíciles de resolver. ¿Cómo se
podía defender a un régimen militar desde las trincheras de la
democracia? El tema daba lugar a contradicciones y ambigüeda-
des porque las críticas al régimen argentino podían interpretarse
como apoyo al intervencionismo estadounidense; y su defensa im-
plicaba complicidad con la antidemocracia. Sin embargo, no po-
dían eludir el tema, el contexto internacional exigía en forma
apremiante definiciones ideológicas. Además, justo en el momen-
to en que se buscaba la unidad del hemisferio, se planteaban estos
problemas esencialmente divisivos porque para muchos era irre-
conciliable la defensa de la soberanía con la exigencia del exterior
de que se estableciera un determinado régimen político.
Para ser readmitida en el sistema interamericano, Argentina
debía cumplir con dos condiciones, ambas violatorias del princi-
pio de autodeterminación: en su política exterior tenía que decla-
rar la guerra a Alemania y, en segundo lugar, tenía que restablecer
el orden constitucional y llevar a cabo elecciones democráticas.43

42 Chile, Ecuador, Paraguay, Perú y Uruguay se sentían en riesgo porque ha-

bían interrumpido relaciones con el Eje, pero no habían declarado la guerra.


43 Mario Rapoport, “Argentina”, en Bethell y Roxborough, op. cit., pp. 92-

119. En las negociaciones secretas que tuvieron lugar en Buenos Aires, a unos
cuantos días de que se inaugurara la Conferencia, lo único que el coronel Perón
no aceptó fue que la organización de las elecciones pasara a la Suprema Corte de
Justicia. Carlos Escudé y Andrés Cisneros (dirs.), Historia general de las relaciones
OCT-DIC 2016 La política intervencionista 879

El Departamento de Estado mantuvo su política de sanciones y


de bloqueo a la incorporación de Argentina al sistema interameri-
cano, contra la mejor opinión de la mayoría de los gobiernos lati-
noamericanos que consideraban que Washington no podía exigir
a un gobierno soberano que modificara su política exterior.44 Tam-
bién pensaban que era un error la exclusión del gobierno Farrell-
Perón y una imposición de Washington que contradecía su misma
propuesta de creación de una organización de iguales. Sin embar-
go, lo que no sabían los demás gobiernos latinoamericanos era que
semanas antes de la inauguración de la Conferencia de Chapulte-
pec el Departamento de Estado había enviado una misión secreta
a Buenos Aires, que concluyó acuerdos con el coronel Perón; se-
gún los cuales, si Argentina se sumaba a las conclusiones de la Con-
ferencia de Río de 1942, cesarían las medidas coercitivas que había
impuesto Estados Unidos.45
Tal y como lo había dispuesto el memorándum antes citado del
Departamento de Estado a George Messersmith, los delegados a la
Conferencia de Chapultepec escucharon al representante argenti-
no, Adolfo N. Calvo, exponer las medidas que había adoptado su
gobierno para responder a las demandas que se le habían hecho.
No obstante, los delegados concluyeron que la Unión Panameri-
cana: “Deplora que no hayan variado las circunstancias que exclu-
yeron a Argentina, y formula votos para que [Argentina] pueda
adherirse a principios y declaraciones que son fruto de la Confe-
rencia de México”. Pese a la condena pública al régimen argenti-
no, y según los términos de los acuerdos secretos de Buenos Aires,

exteriores de Argentina, Buenos Aires, Consejo Argentino para las Relaciones Inter-
nacionales, 2000.
44 El Departamento de Estado sostenía que la política exterior no era parte

de la soberanía nacional de los Estados en la medida en que involucraba los inte-


reses de otros, como si esa política fuera por definición un asunto de competencia
colectiva. En octubre de 1945, el subsecretario Dean Acheson llevó esta visión to-
davía más lejos cuando declaró ante el Congreso que “una rebelión o toma del
poder organizada y auspiciada por una potencia extracontinental” sería conside-
rada un ataque armado contra la seguridad colectiva. Citado en: Adolf Berle, The
Cold War in Latin America: The Brien MacMahon Lectures, Storrs, The University of
Connecticut, 23, 1961, p. 8.
45 Escudé y Cisneros, op. cit.
880 Soledad Loaeza FI LVI-4

el 31 de marzo de 1945 la Unión Panamericana aceptó la solicitud


de adhesión de Argentina al Acta de Chapultepec, y el 19 de abril
el gobierno estadounidense extendió el reconocimiento diplomá-
tico al gobierno Farrell-Perón y nombró embajador en Buenos Ai-
res a Spruille Braden. 46 Esta designación aseguró la persistencia de
las diferencias de opinión que el tema provocaba en el interior del
Departamento de Estado.47
La razón aparente de esta solución fue el cambio de la políti-
ca de reconocimiento de gobiernos de facto de Estados Unidos,
que se apresuró a aceptar el acceso del mariscal Tito al poder en
Yugoslavia. De ser así, la solución a medias que fue el reconoci-
miento del gobierno argentino obedeció a la competencia sovié-
tico-americana, es decir, a una condición extracontinental que
prefiguraba las disputas del mundo bipolar de la posguerra. El
30 de abril de 1945 se votó la admisión de Argentina a Naciones
Unidas, pese a la oposición del delegado soviético, Vyacheslav
Molotov, quien declaró que ni la política interna ni la política
exterior de Argentina habían sido aprobadas por la naciente
organización. En el contexto inmediato de San Francisco, esta de-
cisión fue resultado de una intensa y compleja negociación en la
que también intervino la Gran Bretaña; y se votó a cambio de

46 Spruille Braden fue embajador en Argentina por unos cuantos meses;

dejó el cargo en septiembre de 1945 porque fue nombrado subsecretario auxiliar


de Estado encargado de los asuntos hispanoamericanos. Era reconocido como
un diplomático impetuoso y agresivo. En 1953, en una entrevista que se llevó a
cabo en el programa de Historia Oral de la Universidad de Columbia en Nueva
York, Braden hace una afirmación que lo retrata de cuerpo entero y que permite
imaginar la irritación que podía provocar en los gobiernos ante los cuales fue
embajador. “Mi posición en mis embajadas (Colombia, Cuba y Argentina) era
que yo era el embajador de Estados Unidos. Yo era el patrón y nada se iba a hacer
en ese país que no hubiera yo aprobado antes. El Departamento de Estado nunca
ha tomado esa posición”, 3 de noviembre de 1953, “The Reminiscences of Sprui-
lle Braden”, vol. VI, 2899. Oral History Research Office, Columbia University,
Nueva York, 1959.
47 Nelson Rockefeller, recién nombrado subsecretario para Asuntos Latinoa-

mericanos insistió en poner fin a la “guerra” no declarada de Estados Unidos


contra Argentina. Jesse H. Stiller, Goerge S. Messersmith, Diplomat of Democracy, Cha-
pel Hill y Londres, The University of North Carolina Press, 1987, pp. 215-217.
OCT-DIC 2016 La política intervencionista 881

que fueran admitidas con representación propia Bielorrusia y


Ucrania. 48
El reconocimiento y el intercambio de embajadores no signifi-
có la reconciliación entre Argentina y Estados Unidos; más bien, se
inició el periodo más difícil de esta relación, en buena medida por-
que Spruille Braden estaba decidido a impedir que el coronel Pe-
rón llegara al poder. Para efectos prácticos, una vez en Buenos
Aires, el embajador se convirtió en el líder de la oposición antipe-
ronista. 49 Desde los primeros días de su gestión su intervención en
los asuntos políticos locales fue franca y pública, ante el azoro de los
demás representantes diplomáticos. La respuesta fue una vehemen-
te reacción nacionalista que fortaleció la candidatura de Perón, en
febrero de 1946, en una ola mayoritaria de rechazo al imperialismo
y de orgullo herido, que se movilizó con el lema “Braden o Perón”,
aun cuando el funcionario estadounidense había dejado la embaja-
da en el mes de agosto anterior.
La confrontación disminuyó las posibilidades de que se firma-
ra el acuerdo militar que el jcs consideraba urgente.50 La confe-
rencia en la que debía discutirse el tratado se pospuso varias veces
porque Braden consideraba que no debía firmarse ningún acuerdo
en tanto el gobierno argentino no cumpliera con los compromisos
adquiridos en Chapultepec. El conflicto se prolongó hasta 1947,
pero para la Doctrina Truman se había renunciado a toda ambi-
ción democratizadora, y la relación entre el gobierno militar argen-
tino y Washington se había estabilizado.

48 Ingresó con el apoyo de todos los gobiernos latinoamericanos y de Estados

Unidos, cuyos delegados votaron “por solidaridad con las hermanas repúblicas”.
Después de conferenciar con las delegaciones de Brasil, Chile y México, había
“aceptado apoyar su deseo” de incorporar a Argentina. Keesing’s Records of World
Events (formerly Keesing’s contemporary archives), volumen V, 1945, p. 7415, en
http//www.keesings.com Fecha de acceso 30/11/2012.
49 Braden tuvo un comportamiento inusitado. “Manifestaciones de mercena-

rios recorrían las calles bonaerenses con carteles difamatorios para Braden […] A
estas acusaciones Braden replicaba abierta y personalmente. Su costumbre era
que se ponía ante el micrófono y hablaba al pueblo argentino con agresiva clari-
dad”. “El libro azul”, Tiempo, vol. VIII, núm. 199, p. 14.
50 Leandro Ariel Morgenfeld, “Del tiar a la oea: Argentina, Estados Unidos

y el sistema interamericano”, Confines, 6/12 agosto-diciembre 2010, pp. 13-48.


882 Soledad Loaeza FI LVI-4

El resultado de la diplomacia intervencionista de Braden no


podía haber sido peor para Estados Unidos. Dean Acheson, sub-
secretario de Estado entre 1945 y 1948 y secretario de Estado de
1948 a 1952, en sus Memorias afirma que la elección de Perón de-
bió haberle enseñado lo que el episodio de la invasión a Veracruz
en 1914 le enseñó a Woodrow Wilson, que “los dictadores en
América Latina y en cualquier otra parte no son derrocados por-
que se les niegue el reconocimiento diplomático, con dólares o
con una severa condena. De hecho, ese tratamiento los convierte
en héroes”.51
Contrariamente a sus intenciones originales, la nueva lec-
tura de la Doctrina Monroe no mejoró las relaciones entre los
países del hemisferio; “el caso argentino” nutrió la desconfianza
y la contradicción con la nueva política hacia América Latina; en
realidad estuvo a punto de provocar una severa crisis regional
porque prometió una cooperación que los latinoamericanos cre-
yeron que se habían ganado con el apoyo que habían brindado
a Estados Unidos. De ahí la frustración que provocó la negativa
de Washington a atender las demandas de asistencia económica de
los latinoamericanos, pues consideró que era mucho más urgente
la recuperación de Europa que el desarrollo de las economías lati-
noamericanas.52

51 Dean Acheson, Present at the Creation: My Years in the State Department, Nueva

York y Londres, W. W. Norton & Co., 1969, p. 187.


52 Las diferencias entre el Departamento de Estado y la mayoría de los gobier-

nos latinoamericanos en relación “al caso argentino” tampoco fueron superadas


después del restablecimiento de relaciones entre Estados Unidos y el gobierno
Farrell. En respuesta a un documento preparado por el Departamento de Estado
sobre Argentina en octubre de 1945, el gobierno boliviano envió a los demás go-
biernos de la región un documento de discusión que concluía en una defensa de
Argentina. Distinguía entre “gobierno de facto” y “gobierno totalitario”: “No son
regímenes totalitarios aquellos que, por razones de orden interno, se ven obliga-
dos a adoptar medidas represivas circunstanciales y momentáneas”, para rechazar
versiones interesadas que alteraban la verdad “creyendo servir a la democracia”, y
apelar a que toda investigación de los actos del gobierno argentino tendría que
ceñirse a identificar las actividades alemanas en Argentina sin inmiscuirse en los
asuntos internos de ese país.
OCT-DIC 2016 La política intervencionista 883

La pérdida de identidad de la política exterior mexicana

El comportamiento de la diplomacia mexicana frente a los aconte-


cimientos regionales en 1945 reforzó la interpretación de que su
gobierno había dejado de ser un modelo de defensa de la sobera-
nía nacional, de la autodeterminación y de la no intervención. En
la sesión del 27 de febrero de la Conferencia de Chapultepec, el
canciller Padilla aportó una prueba más del cambio en la política
exterior cuando leyó ante los delegados la ponencia titulada “Pro-
yecto de resolución de la Delegación de México sobre relaciones
entre los gobiernos americanos con fundamento en la solidaridad
de la democracia continental”. 53
Después de describir la experiencia histórica e institucional de
la democracia en América Latina como una cadena de éxitos, de-
claraba que era “obligación ineludible” de los latinoamericanos “no
limitar los efectos de su actuación a la sola órbita de sus manifesta-
ciones internas”; y advertía –en alusión directa a Argentina– que los
“gobiernos contrarios al espíritu democrático” se desvinculaban de
la comunidad interamericana y creaban problemas internaciona-
les. Para enfrentar el surgimiento de una coyuntura de este tipo,
Padilla proponía un procedimiento en tres pasos: la “aceptación
provisional” de todo nuevo gobierno por parte de los demás, que
tendrían treinta días para evaluar “si [el gobierno en cuestión] se ha
establecido sobre bases perjudiciales a la marcha democrática de las
Américas”. Si acaso algún miembro de la comunidad emitiera “una
opinión contraria”, habría una consulta “para lograr un acuerdo
colectivo respecto a la suspensión o denegación del estatus interna-
cional del nuevo Gobierno”. El mismo procedimiento se aplicaría
en caso de que un gobierno hubiera modificado su política interna
o “cuando existan grupos revolucionarios que […] pretendan cons-
tituir su Gobierno”.

53 Esta y todas las citas en este párrafo provienen de: “Proyecto de resolución de

la delegación de México sobre relaciones entre los gobiernos americanos con fun-
damento en la solidaridad de la democracia continental”, Diario de la Conferencia
Interamericana sobre Problemas de la Guerra y de la Paz, 3ª sección, número 6, volumen
1, México, D. F., 27 de febrero de 1945.
884 Soledad Loaeza FI LVI-4

Padilla sostenía que su propuesta era la fórmula política del


principio de seguridad colectiva. Sin embargo, para muchos era
inaceptable. Según Daniel Cosío Villegas,54 estaba cargada de
“monstruosidades” porque ignoraba la historia reciente de Méxi-
co, contrariaba su tradición diplomática y su “papel histórico […]
como intérprete y abanderado de los países hispanoamericanos”.55
Señalaba que la Doctrina Estrada no había sido formulada para
casos como el que representaba el régimen argentino, porque si se
aceptaba la calificación de nazi que le había impuesto el presiden-
te Roosevelt, entonces no había duda de que había que combatir-
lo. No obstante, si no era considerado nazi, entonces negarle el
reconocimiento era violar la Doctrina Estrada. Este razonamiento
aclara los términos del debate: el régimen antidemocrático no te-
nía cabida en el hemisferio. Un planteamiento de esta naturaleza
ponía en aprietos a otros gobiernos de la región; entonces, ¿el des-
acuerdo básico era el alcance de la soberanía nacional o la validez
del modelo democrático como fórmula de aplicación universal? De
hecho, el gobierno mexicano era el único que se había sumado a la
acusación de los estadounidenses de que el régimen militar argen-
tino era nazi, mientras que la mayoría de los gobiernos latinoameri-
canos rechazaba la descalificación y trataba de defender el derecho
de Argentina a una política exterior independiente.
Durante las reuniones preparatorias de la Conferencia de Cha-
pultepec los delegados de Estados Unidos señalaron a la contrapar-
te mexicana que la propuesta de Padilla de la intervención colectiva
contradecía la Doctrina Estrada, que también enunciaba el docu-
mento. No obstante, el representante de la Secretaría de Relaciones
Exteriores, Alfonso García Robles, respondió que el protocolo de
no intervención no excluía la intervención colectiva en defensa
del interés general, que consistía en promover y apoyar la democra-
cia en el hemisferio. La Doctrina Estrada –añadió– rechaza el uso
del reconocimiento de gobiernos como un arma que utiliza de for-
ma unilateral un gobierno en beneficio propio.56

54 Cosío Villegas, “La Conferencia de Chapultepec”, p. 109.


55 Ibid., p. 108.
56 Charles Bohlen y William Sanders, miembros de la delegación estadouni-
OCT-DIC 2016 La política intervencionista 885

La ponencia intervencionista de Padilla provocó la indigna-


ción de otros miembros de la delegación mexicana. Así Ramón Be-
teta, subsecretario de Hacienda, presentó su renuncia al presidente
Ávila Camacho con la advertencia de que “de admitirse [la pro-
puesta de Padilla, viviríamos] continuamente bajo la amenaza de
sufrir un vergonzoso proceso internacional”. Añadía que el proyec-
to presentado era un desprestigio para el gobierno y solicitaba que
aceptase su renuncia en caso de que la ponencia no fuera retira-
da.57 Este documento pone en evidencia el corazón del problema:
la aguda tensión que puede provocar la contextualización interna-
cional de un régimen político. Un asunto que estuvo en el centro
de la política mundial a finales del siglo xx. Sin embargo, en 1945
la soberanía nacional se impuso la ponencia intervencionista de
Ezequiel Padilla fue retirada con el argumento de que le faltaba
elaboración. Sus implicaciones en términos del principio de no in-
tervención eran tan evidentes que ni siquiera tuvo el apoyo de Esta-
dos Unidos porque despertó suspicacias que pusieron en peligro la
incorporación al Acta final de la Conferencia del principio de segu-
ridad colectiva, que era lo que realmente le interesaba al gobierno
estadounidense.
En realidad, la propuesta del Canciller Padilla no tenía por qué
provocar escándalo, dado que se trataba simplemente de incorpo-
rar a la nueva institucionalidad hemisférica un procedimiento que
se aplicaba desde 1943. En diciembre de ese año, el gobierno mexi-
cano había aprobado la Resolución XXII del Comité de Emergen-
cia de la Defensa Política del Hemisferio de Montevideo, que

dense a la Conferencia de Chapultepec reportan una conversación con García


Robles, que entonces era Director Auxiliar de Asuntos Políticos del Servicio Diplo-
mático de la sre: “García Robles no era muy claro, pero el razonamiento parece
estar fundado en la siguiente premisa: el protocolo de no-intervención no excluye
la intervención colectiva en el interés general que es promover y apoyar la forma
democrática en las Américas; la Doctrina Estrada puede utilizarse con este propó-
sito porque se separa del uso del reconocimiento como un arma unilateral a un
interés nacional”. “Political Memorandum nr. 4 by Mr. William Sanders, a techni-
cal officer of the Delegation”, FRUS, vol., IX, The Americas, 1945, p. 94.
57 “Ramón Beteta al General de División y Presidente de la República, Ma-

nuel Ávila Camacho”, 27 de febrero de 1945, Archivo Histórico de El Colegio de


México, Fondo Ramón Beteta, Caja Lázaro Cardenas, expediente 173.
886 Soledad Loaeza FI LVI-4

recomendaba suspender el reconocimiento de un nuevo gobierno


constituido por la fuerza, antes de examinar las circunstancias bajo
las cuales había llegado al poder. México aceptó participar en con-
sultas cada vez que hubiera cambios violentos en algún país de la
región. En virtud de este acuerdo, por ejemplo, pospuso el recono-
cimiento del gobierno argentino del general Farrell hasta abril de
1945, una vez que conoció el criterio de otros gobiernos al respecto;
aplicó la misma regla en octubre de ese año a Venezuela, y en marzo
y septiembre de 1946 a Haití y a Bolivia, respectivamente.58 Sin em-
bargo, el acuerdo se limitaba a los tiempos de guerra; la propuesta
de Padilla en febrero de 1945 era integrarlo como mecanismo per-
manente del sistema interamericano.
Estos años fueron un periodo de turbulencia en las relacio-
nes mexicano-argentinas, aun cuando las Memorias del embajador
mexicano en Buenos Aires, Juan Manuel Álvarez del Castillo no
hablen más que de armonía y amistad.59 Fiel a la línea del Departa-
mento de Estado, el gobierno mexicano modificó su política hacia
Argentina y votó con Estados Unidos a favor de su ingreso, prime-
ro, al sistema interamericano y, unas semanas después, a la nacien-
te organización de Naciones Unidas. Sin embargo, más allá de que
el canciller Padilla mantuvo sus críticas al régimen argentino, in-
cluso después de su reincorporación al mundo interamericano
–como lo hizo el embajador Braden–, el diálogo entre los gobiernos

58 Cuando México se adhirió a este acuerdo, el canciller Padilla envió el si-

guiente mensaje: “La actitud de México coincide con el espíritu de la recomen-


dación mencionada. De allí que mi gobierno esté de acuerdo en participar en
consultas e intercambios de información cada vez que se produzcan cambios violen-
tos en gobiernos de cualquier República de este continente. Entiende mi gobierno
que esta práctica se aplicará exclusivamente mientras dure el actual conflicto. Este
sistema de consulta será más constructivo si se le rodea de garantías que eviten
caer en un intervencionismo que vulneraría los principios definitivamente incor-
porados en el patrimonio jurídico del continente”. (Firma) Ezequiel Padilla. Ci-
tado en César Sepúlveda, “Las doctrinas de reconocimiento de gobiernos y su
aplicación a la práctica”, Boletín del Instituto de Derecho Comparado, en http://www.
jurídicas.UNAM.mx/publica/librev/rev/index.com/cont/16/dtr/dtr.pdf Fecha
de acceso: 15/02/2016.
59 Juan Manuel Álvarez del Castillo, Memorias, edición privada, Guadalajara,

Jalisco, 1960.
OCT-DIC 2016 La política intervencionista 887

argentino y mexicano no podía ser fluido ni frecuente, dadas las


marcadas diferencias ideológicas que los separaban, incluso desde
antes de la llegada del general Farrell al poder.
El distanciamiento se explica primero por las divergencias de
dos regímenes que se identificaban con corrientes ideológicas ad-
versarias que se puede resumir en la oposición izquierda/derecha;
en segundo lugar, a la colaboración mexicana con la política lati-
noamericana de Estados Unidos se sumaron las posiciones encon-
tradas en relación con el régimen español, que era muy cercano al
argentino, mientras que México ni siquiera reconocía al gobierno
de Francisco Franco.60 El contraste entre los dos países en ese res-
pecto se acentuó cuando Buenos Aires encabezó la propuesta de
ingreso de España a Naciones Unidas y se enfrentó a México, que
había asumido el liderazgo del bloqueo a la entrada del régimen
franquista al organismo internacional.61 Por lo demás, la estrecha
cercanía del gobierno de Ávila Camacho a Washington repercutía
de manera inevitable en su relación con Argentina, sobre todo
porque, con el fin de promover la causa de los aliados en la región
sudamericana, la diplomacia mexicana se acercó a los gobiernos
de Chile, Paraguay y Uruguay. Estos movimientos no dejaban de
causar irritación en Buenos Aires.62

Chapultepec y las fracturas internas

Hubo muchas críticas a la actuación de México en la Conferencia


de Chapultepec. Desde antes de la inauguración, el tratamiento
que recibía el gobierno argentino había sacudido a la opinión pú-
blica mexicana: por una parte, la derecha representada por el pan
y sus líderes, Manuel Gómez Morín y Efraín González Luna, defen-
día el derecho de Argentina a declararse neutral, reivindicaba la
realidad hispanoamericana contra la propuesta interamericana de
Estados Unidos y se lamentaba del “desaire” que se le había hecho

60 Zuleta, op. cit., pp. 242-243.


61 Ibid., p. 246.
62 Ibid., p. 257.
888 Soledad Loaeza FI LVI-4

al no invitarla. El semanario conservador La Nación afirmó que esa


“descortesía” había agravado las divisiones en el interior del grupo
latinoamericano y en el hemisferio en su conjunto; y reiteró la
posición de la derecha mexicana de que hubiera sido mejor decla-
rarse neutral en esta guerra que nos era ajena, como lo había he-
cho España.63 En enero de 1945 González Luna escribió “Ninguno
de los instrumentos diplomáticos de solidaridad americana obliga
a la República Argentina a declarar la guerra”.64
En cambio, la izquierda encabezada por Vicente Lombardo
Toledano expresaba su repudio al gobierno militar argentino en
sorprendente coincidencia con el Departamento de Estado; inclu-
so apoyaba el intervencionismo de Braden con el argumento de
que nada justificaba que un país estuviera gobernado por una dic-
tadura militar. Lombardo consideraba que el único logro de la
conferencia había sido la división del hemisferio. El 23 de octubre
de 1945, el editorial de El Popular afirmaba: “No cabe invocar la
no-intervención como excusa para permitir la prolongación de re-
gímenes totalitarios, porque si tal concepto prevaleciera, ninguno
de los principios que consagran la libre determinación de los pue-
blos tendría eficacia y todos constituirían una burla incalificable a
quienes lucharon y vivieron por ellos”.65
Estas diferencias de opinión se reproducían en la delegación
mexicana, pues no eran pocos los diplomáticos que desaprobaban
la mancuerna que habían formado el canciller Padilla y el embaja-
dor Messersmith, y que se mantenían fieles a la política nacionalista
del cardenismo. Por ejemplo, el embajador en Washington, Fran-
cisco Castillo Nájera, representaba la línea dura contra el gobierno
militar argentino. El primer día de sesiones de la Conferencia in-
tentó frenar la propuesta del delegado de Paraguay de escuchar al
enviado del gobierno argentino y casi le arrebató la palabra para
precisar: “Argentina no tiene derecho de invitar a una consulta ni

63 Efraín González Luna, “Comedia y realidad de América”, La Nación, 13 de

enero de 1945, número 170.


64 Loc. cit.
65 “La gestión diplomática de Braden”, Editorial, El Popular, 23 de octubre de

1945.
OCT-DIC 2016 La política intervencionista 889

de concurrir a ella”.66 Al igual que a otros diplomáticos, a Castillo


Nájera le exasperaba la estrecha asociación del gobierno –y en par-
ticular del canciller Padilla– con las posiciones estadounidenses, y
justificaba su intransigencia al respecto comparando el régimen
argentino con la dictadura de Franco en España.67
La Conferencia de San Francisco que se celebró en marzo-
abril de 1945 para discutir la organización de Naciones Unidas
puso al descubierto los costos para México de la alianza con Esta-
dos Unidos. El reportaje del joven periodista Fernando Benítez en
la revista Mañana ofrece un recuento de las reacciones negativas
que suscitó la notable coincidencia de las posturas mexicanas con
las propuestas de la delegación estadounidense. Según él, la inter-
vención de Padilla en relación con el caso argentino había sido
“desafortunada”, porque había dado la impresión de seguir muy
de cerca las inspiraciones de Estados Unidos.68 Benítez añade:
“Los brasileños decían que México defendía las posiciones de Es-
tados Unidos con entusiasmo sospechoso”.69

El regreso de Genaro Estrada

La Argentina siguió siendo un tema delicado para la diplomacia


mexicana después de la renuncia de Padilla a la cancillería y de la
66 Citado en “Chapultepec”, La Nación, 24 de febrero de 1945, año IV,

núm. 176.
67 La posición de México frente a Argentina no correspondía a su postura en

relación con España, cuyo ingreso a Naciones Unidas, en cambio, bloqueó reite-
radamente. Esta inconsistencia se explica porque en esos momentos el caso espa-
ñol tenía poca importancia para Estados Unidos. Casi no intervino en un debate
sobre el tema que promovió Polonia con el apoyo de Francia, de manera que
México pudo mantenerse intransigente frente a una dictadura que había llegado
al poder mediante un golpe de Estado. El tema español no fue abordado porque
Estados Unidos consideró que no era pertinente hablar de un país europeo en
una discusión interamericana. En San Francisco la delegación estadounidense vio
con malos ojos la inclusión del tema argentino en el debate, dado que se trataba
de un asunto regional que debería tratarse a ese nivel, nada más.
68 Fernando Benítez, “La opción de Padilla en la Conferencia de San Francis-

co”, Mañana, 30 de junio de 1945, número 96.


69 Loc. cit.
890 Soledad Loaeza FI LVI-4

elección de Perón. No obstante, aparecieron signos alentadores de


que podría llegarse a un arreglo que estabilizara las relaciones con
México. Entre septiembre de 1945 y febrero de 1946, el embajador
mexicano en Buenos Aires, Álvarez del Castillo, reportó diferentes
incidentes en los que recibió comentarios amigables de parte de
altos funcionarios argentinos o del mismo Juan Domingo Perón.70
El interés del presidente Ávila Camacho por el tema no deca-
yó, como lo indica el número de documentos que se elaboraron
para “Acuerdo Presidencial” con base en los reportes de su emba-
jador en Buenos Aires. Entre estos gestos de buena voluntad que
se dispensaban mutuamente, aparece una lista de votos argentinos
en apoyo de candidaturas o propuestas mexicanas en distintos fo-
ros internacionales. En el curso de año y medio, entre septiembre
de 1945 y diciembre de 1946, México recibió este apoyo al menos
en siete instancias, entre ellas a la candidatura de Isidro Fabela a
la Corte Internacional de Justicia, a un asiento en el Consejo Eco-
nómico y Social de las Naciones Unidas, y para formar parte del
Consejo de la Organización Internacional del Trabajo.71 En este
recorrido el embajador subraya las gestiones que hizo, por instruc-
ción expresa y directa del presidente Ávila Camacho, para que el
presidente Perón recibiera al expresidente de Estados Unidos,

70 Por ejemplo, el 9 de agosto de 1945, Álvarez del Castillo reporta que “el

Vicepresidente Perón me expresó en forma cordial y categórica que el gobierno


argentino se proponía seguir la trayectoria mexicana en la cuestión agraria”. “Del
embajador Álvarez del Castillo al Secretario de Relaciones Exteriores y al Director
General de Asuntos Políticos y del Servicio Diplomático”, Archivo Histórico Gena-
ro Estrada, Secretaría de Relaciones Exteriores, México, 9 de agosto de 1945, 1.0
(82-0)45/4050-5; Argentina, Reporte 1945. En septiembre el canciller Juan Cooke
“expresó su agradecimiento por el noble apoyo que México le impartió en mo-
mentos internacionales de mucha gravedad”. Archivo Histórico Genaro Estrada,
Secretaría de Relaciones Exteriores, México, 11 de septiembre de 1945, 1.0 (82-
0)45/4050-5.
71 Otros votos fueron: adhesión al aplazamiento de la conferencia en Londres

sobre cooperación educativa y cultural; candidatura de México como miembro no


permanente del Consejo de Seguridad; solidaridad en materia de asilo diplomáti-
co”. Informe General correspondiente a mayo de 1945 hasta el mes presente (sep-
tiembre de 1946)” Archivo Histórico Genaro Estrada, Secretaria de Relaciones
Exteriores, 30 de septiembre de 1946, FII/510 (42-0) 46/4050
OCT-DIC 2016 La política intervencionista 891

Herbert Hoover.72 Las gestiones de Álvarez del Castillo fueron exi-


tosas, y en junio de 1946 este personaje llegó a Argentina en cali-
dad de representante de la Agencia de Naciones Unidas para la
Rehabilitación de Europa, unrra, para adquirir cereales para
la Europa devastada de la posguerra.73 Según el embajador Álva-
rez del Castillo, ese cometido fue un acto “de clásica mediación
internacional”, el tipo de diplomacia que aspiraba a desplegar el
gobierno mexicano en esa región.74
En esos meses ocurrieron cambios importantes: primero, Eze-
quiel Padilla fue sustituido por Francisco Castillo Nájera, un diplo-
mático de firme filiación cardenista, embajador en Washington
durante la década anterior, que a duras penas ocultaba la antipatía
que le inspiraban el antiguo canciller y su política. Luego, Argen-
tina cumplió con las condiciones formales que se le habían im-
puesto en Chapultepec: el 27 de marzo de 1945 declaró la guerra
a Japón y Alemania, y el 24 de febrero de 1946 la elección argenti-
na se desarrolló, tal y como había sido programada, sin violencias
ni contratiempos; eso sí, bajo estricta vigilancia del ejército.
En esas condiciones era previsible un cambio en la política
mexicana hacia Argentina; sin embargo, no ocurrió de inmedia-
to. Al inicio de su gestión al frente de la cancillería, Castillo Náje-
ra se comprometió con el panamericanismo, al mismo tiempo
que se refería con tibieza a la Doctrina Estrada, que, según decla-
ró a la prensa en octubre de 1945 “tuvo su razón de ser antes de
que el panamericanismo alcanzase la etapa que hoy atraviesa”.75

72 Álvarez del Castillo, op. cit., p. 448.


73 El embajador Álvarez del Castillo escribió: “Por instrucciones directas del
señor presidente de la República, General de División Manuel Ávila Camacho,
transmitidas por esa superioridad, se llevó a cabo para preparar favorablemente
el ánimo del señor presidente Perón acerca de la misión Hoover hasta alcanzar el
categórico ofrecimiento de dicho gobernante de recibir, escuchar y prometer su
eficaz ayuda al exmandatario, como en efecto ocurrió”. “Informe general corres-
pondiente a mayo de 1945 hasta el momento presente (30 de septiembre de
1946) Archivo Histórico Genaro Estrada, Secretaria de Relaciones Exteriores, 30
de septiembre de 1946, FII/510 (82-0) 46/ 4050
74 Álvarez del Castillo, op. cit., p. 451.
75 Citado en “Política y doctrina”, Tiempo, 5 de octubre de 1945, vol. VII, núm.

179, p. 6.
892 Soledad Loaeza FI LVI-4

Es posible que lo precipitara el mismo Padilla, quien en sus dis-


cursos de campaña con frecuencia condenaba al régimen argen-
tino. El embajador mexicano en Buenos Aires se vio forzado a
deslindarse de las críticas de su antiguo jefe, y declaró a los pe-
riodistas que “Los cargos del señor ex Canciller Padilla son in-
fundados y obedecen a táctica de objetivos electorales”.76 A partir
de entonces el gobierno mexicano fue más cauto hacia la política
exterior estadounidense; gradualmente se distanció de los linea-
mientos de Washington.
Las cortesías argentinas sugieren que el ministerio de Exterio-
res, prevenido de la antipatía que el canciller mexicano le profesa-
ba, se propuso aclarar la atmósfera en torno a la relación con
México. Efectivamente, Castillo Nájera no se sintió comprometido
con la continuidad de la política de Padilla, aunque bien advirtió
Messersmith al Departamento de Estado: “En cuestiones de políti-
ca exterior, la decisión final es siempre la del Presidente”.77
Al paso de las semanas el tono del gobierno mexicano hacia
Argentina fue otro. El cambio es patente incluso en los reportes de
su embajada en Buenos Aires. En julio de 1945 Álvarez del Castillo
afirmaba que las actividades del embajador Braden “esta[ban] ins-
piradas en una sana intención democrática”, 78 pero en febrero de
1946 concluye su informe mensual en los siguientes términos: “Se-
ría injusto hacer responsables a los partidarios del coronel Perón
por los actos de violencia que se han registrado contra sus contrin-
cantes, ya que dichos actos han sido cometidos por la alianza na-
cionalista. Han sido denunciados por Perón mismo. Son nazis.
Unos cuantos miles, pero sin escrúpulos”.79
El subsecretario Spruille Braden, en cambio, mantenía la ofen-
siva antiperonista. Dos semanas antes de la elección presidencial
argentina de febrero de 1946, se dio a conocer el Blue Book. Este

76 Ibid., p. 442.
77 “From George Messersmith to Spruille Braden. Secret Letter, March 16,
1946”. mss- 0109_1775-00 George S. Messermith papers. URI http://udspace.
udel.edu/
78 Loc. cit.
79 “Informe Argentina”, Archivo Histórico Genaro Estrada, Secretaria de Re-

laciones Exteriores, 18 de febrero de 1946. 510/(82-0) 46/4050


OCT-DIC 2016 La política intervencionista 893

folleto denunciaba la supuesta complicidad entre el gobierno ar-


gentino y grupos de nazis que habían encontrado protección en
ese país.80 Describía los vínculos entre ellos, las supuestas conspira-
ciones contra otros gobiernos latinoamericanos y la protección de
criminales de guerra. El objetivo más o menos evidente del docu-
mento era probar que Argentina no había cumplido con los com-
promisos que había adquirido en Chapultepec, tal vez con el fin de
emprender la primera acción colectiva del sistema interamericano.81
El 16 de marzo de 1946, Messersmith dirigió al subsecretario
Braden una carta que reporta una larga y aparentemente agitada
conversación con el presidente Ávila Camacho, cuyo tema central
fue Argentina. En este caso la posición del mexicano fue inequívo-
ca: si los votantes argentinos le habían dado el triunfo a Perón y no
había bases para desafiar los resultados, lo mejor era reconocerlo.
El argumento fundamental era la urgencia de frenar a la Unión
Soviética, porque, según él, “No [había] duda que Rusia soviética
planeaba establecer relaciones cercanas con Argentina y que [ha-
bía] la posibilidad de que la oferta fuera aceptada”.82 La disyuntiva
era aislar a Argentina o integrarla a América Latina, pero Ávila Ca-
macho no veía más opción que la segunda porque, en su opinión,
la primera sería equivalente a entregarla a la Unión Soviética o a
Gran Bretaña.83 El presidente mexicano insistía en que había que

80 Argentina pretendía ejercer en el hemisferio un liderazgo alternativo al de


Estados Unidos; por consiguiente, no abandonó del todo la confrontación con el
imperialismo yankee, y fue reacia a cumplir los compromisos que había adquirido en
Chapultepec. Esta actitud casi le cuesta la entrada a Naciones Unidas. Sin embar-
go, fue admitida, como se dijo antes, por razones geoestratégicas y por la urgencia
de Estados Unidos de firmar un tratado de defensa hemisférica que, de hecho,
nunca se concretó. Las tensiones entre Buenos Aires y Washington no desaparecie-
ron, pese al reconocimiento diplomático, porque desde su primer día en la emba-
jada Spruille Braden se comprometió con la caída del gobierno de los militares.
81 Robert H. Holden y Eric Zolov, Latin America and the US. A Documentary

History, Nueva York, Oxford University Press, 2011, pp. 168-170. Según estos histo-
riadores, es falsa la afirmación del Blue Book de que su contenido había sido deba-
tido con los latinoamericanos.
82 “From George Messersmith to Spruille Braden. Secret Letter, March 16, 1946”,

George S. Messermith papers , mss 0109-1775-00 URI http://udspace.udel.edu


83 Loc. cit.
894 Soledad Loaeza FI LVI-4

incorporarla al conjunto interamericano antes de que entregara


sus lealtades a alguna de las potencias extracontinentales. Además,
añadió, entonces podría llevarse a cabo la conferencia de Río y
concluir el tratado de defensa regional.84
La posición de Ávila Camacho sorprendió a Messersmith,
que no se esperaba semejante cuestionamiento de un presidente
amigo. La entrevista fue difícil, incluso “dolorosa”, escribe, con
la amargura de quien siente su confianza traicionada. Fue como
si el trabajo de casi cuatro años que había dedicado a cultivar la
buena voluntad del presidente mexicano se viniera abajo o hubiera
sido inútil. No obstante, Ávila Camacho tampoco tenía alternati-
va; la negativa de los demás países latinoamericanos a sumarse a
la política punitiva de Braden lo dejaba en la ingrata posición de
aliado único de Estados Unidos en el Cono Sur, una región muy le-
jana. Además, si el Departamento de Estado planeaba estrenar el
recurso a la seguridad colectiva en Argentina, esta asociación resul-
taba tremendamente costosa para México. Además, Messersmith no
se percató de las implicaciones para la política interna mexicana de
la defensa de Ávila Camacho de los resultados electorales argenti-
nos, la cual podía ser una anticipación de su respuesta a un posible
cuestionamiento similar a la elección mexicana de junio de 1946.
El gobierno mexicano también tenía que evaluar el impacto de
los acontecimientos en Argentina sobre una opinión pública atenta
a su papel de control, aunque carente de instrumentos para ejer-
cerlo. La prensa mexicana la informaba puntualmente y fomenta-
ba sus inquietudes; también especulaba acerca de las repercusiones
del conflicto con Estados Unidos para el sistema interamericano
que estaba en construcción.
La nueva posición del gobierno mexicano fue expuesta por
el secretario Castillo Nájera el 21 de marzo de 1946, cuando a la
pregunta de los periodistas a propósito de cuál sería la actitud de
México en caso de que Perón ganara la elección, respondió sin
titubeos y en contraste con su declaración de octubre anterior:
“La calificación de las elecciones corresponde exclusivamente al
pueblo argentino […] No puede sino reconocerse la legalidad

84 Loc. cit.
OCT-DIC 2016 La política intervencionista 895

del gobierno argentino, y conforme a la Doctrina Estrada continuar


con las relaciones existentes pues no hay motivo para inte­rrum­pir­
las”.85 El embajador Álvarez del Castillo reportó al presidente Ávila
Camacho que los jefes de misión de las otras embajadas lo felicita-
ron calurosamente por esa declaración. El embajador dominicano,
Max Henríquez Ureña, le dio un abrazo y le dijo “Una vez más, Mé-
xico actúa como el hermano-guía de los países latinoame­ri­ca­nos”.86

Epílogo

A principios de abril, poco antes de que se declarara oficialmente el


triunfo de Juan Domingo Perón, el Departamento de Estado hizo
un último intento de presionar al gobierno mexicano para que apo-
yara el rechazo al resultado de la elección presidencial de febrero
anterior. A propósito de unas declaraciones a la prensa del canciller
Francisco Castillo Nájera, en las que hubo afirmado que el gobier-
no argentino no representaba una amenaza para la paz mundial,
James Carrigan, funcionario del Departamento de Estado encarga-
do de las sección mexicana, se presentó ante el embajador en Wash-
ington, Antonio Espinosa de los Monteros, para hacerle saber que
el Departamento preparaba un comunicado que sostenía que el
Blue Book probaba lo que había prometido probar. Asimismo, que-
ría corregir la versión de los periodistas de la declaración del se-
cretario Castillo Nájera.87 El funcionario dio a leer al embajador

85 “De Álvarez del Castillo al Secretario de Relaciones Exteriores y a la Direc-

ción General de Asuntos Políticos y del Servicio Diplomático”, 22 de marzo de


1946, Archivo Histórico Genaro Estrada, Secretaría de Relaciones Exteriores,
no.346 exp 82-0/510.
86 Loc. cit.
87 “Aparentemente sorprendido por declaraciones Ministro Castillo Nájera so-

bre libro azul norteamericano, Departamento de Estado prepara una declaración en


la que niega su intención era probar que Argentina era una amenaza paz y seguri-
dad. Dicha declaración Departamento de Estado subrayará el hecho de que nuestro
secretario Relaciones no declaró que el libro azul haya dejado de probar ninguno de
los puntos que pretendía probar”. Embamex a Secretaría de Relaciones Exteriores,
Telegrama para cifrar, núm. 36, abril 3 de 1946. Archivo Genaro Estrada, sre. Fondo
Castillo Nájera, Cajas 5,8,9,10,14,21,24,32,33,34. Exp. 15-360 Exp . III/342(72)”945”/
896 Soledad Loaeza FI LVI-4

mexicano la respuesta que había formulado, pues no quería exce-


derse en relación con lo dicho por el secretario.88 El embajador
Espinosa de los Monteros escribió a Castillo Nájera: “Comprendí
que hay deseo especial de que a la brevedad posible demos a la
publicidad los puntos de vista de la secretaría, que ya conoce
la cancillería americana y la han impresionado favorablemente”.89
El canciller mexicano se entrevistó con el secretario Byrnes,
pero sus conclusiones de la entrevista tienen un tono defensivo y
cínico al mismo tiempo. Bolivia, Chile y Uruguay también rechaza-
ron el Blue Book. Para entonces, el clima en el Departamento de
Estado había cambiado. Los críticos de Braden, por ejemplo, Sum-
ner Welles, exigían que se diera por terminada su política antiar-
gentina, que tan cara había resultado a los intereses de Estados
Unidos en la región. El corresponsal del New York Times en Monte-
video, Frank L. Kluckhohn, observó atinadamente que la situación
en el Cono Sur mucho tenía de fantástico: Estados Unidos, un país
que acababa de ganar una guerra en dos frentes, que se había es-
tablecido como una potencia mundial, había perdido toda in-
fluencia en esa parte de América Latina.90 La reacción de México
era prueba de que también en el norte del hemisferio había lleva-
do demasiado lejos su voluntad hegemónica. México, por su parte,
también reaccionó a los acontecimientos como si de pronto se hu-
biera percatado de qué tan lejos había llegado la colaboración con
Estados Unidos, y los costos que esa asociación podía tener para

88 El 5 de abril de 1946, Castillo Nájera dirigió una carta al subsecretario Ma-

nuel Tello, en la que le informaba que se había entrevistado con el secretario de


Estado, James Byrnes y que éste estaba “fundamentalmente” de acuerdo con sus
declaraciones. En tono irónico narró que Byrnes “Pretendió” que el Blue Book no
intentaba convencer a los gobiernos latinoamericanos de la necesidad o conve-
niencia de una ruptura con Argentina, sino que daba la información que había
recogido el Departamento de Estado para que se normalizaran las relaciones en-
tre la Casa Blanca y la Casa Rosada. Byrnes añadió que, como se lo había dicho a
la prensa, Estados Unidos obraría “en todos los asuntos internacionales, pero par-
ticularmente en el caso de la Argentina, de acuerdo con la cancillería mexicana”.
89 Loc. cit.
90 Frank L. Kluckhohn, “Argentina Builds an Anti-US Bloc”, The New York Ti-

mes, 24 de abril de 1946, p. 13.


OCT-DIC 2016 La política intervencionista 897

su ya de por sí estrecha libertad de maniobra, y tratara de dar mar-


cha atrás.

Conclusiones

El paradigma dominante de la política exterior mexicana identifi-


ca un patrón de largo plazo que se sustenta en la defensa de dos
principios fundamentales: la no intervención y la autodetermina-
ción. Sin embargo, el episodio que aquí examino contradice el
presupuesto de que esos principios han sido la constante del com-
portamiento de México en el exterior. Entre 1944 y 1946, el presi-
dente Ávila Camacho y el canciller Ezequiel Padilla alinearon la
política exterior a las posiciones de Washington; es decir, hicieron
a un lado la no intervención para apoyar la política estadouniden-
se hacia la Argentina peronista y, en la medida que apoyaron las
exigencias del Departamento de Estado al gobierno argentino
para que declarara la guerra a las potencias del Eje, violaron tam-
bién el principio de autodeterminación.
La reorientación de la política exterior mexicana pudo haber
obedecido a las aspiraciones presidenciales del canciller, quien
pensó que el apoyo de Washington era un factor decisivo para la
consecución de sus fines. No obstante, esta motivación es secunda-
ria. Fue mucho más importante la creencia del presidente Ávila
Camacho, el verdadero responsable de la política exterior, de que
México podía ser un líder regional y compartir responsabilidades
con Washington. Se fijó estos objetivos a partir de la evaluación
que hizo de las condiciones internacionales del país y de sus pro-
pias convicciones.
El examen de este episodio invita a pensar la historia de la po-
lítica exterior mexicana a partir de los cambios en el contexto a los
cuales tenía que adaptarse cada gobierno. Esta perspectiva arroja
una luz diferente sobre la interpretación del largo plazo de la ac-
ción de México en el exterior, mucho más pragmática y realista de
lo que sostiene el paradigma dominante. La alianza estrecha que
Manuel Ávila Camacho estableció entre su política exterior y la
de Estados Unidos no fue una traición, sino el resultado de un
898 Soledad Loaeza FI LVI-4

análisis –quizás equivocado– del momento y de la necesidad de


ajustarse al orden internacional que empezaba a cobrar forma,
que además dominaba una superpotencia que era su vecino in-
mediato.
La política intervencionista de Ávila Camacho nunca fue más
allá de las declaraciones y la adhesión a las posiciones de Estados
Unidos. Más que un proyecto acabado que fracasó, fue un intento
de ajuste a las condiciones de la inmediata posguerra. En este
periodo de transición, incluso los principales actores internacio-
nales buscaban acomodarse al equilibrio inestable de la victoria
de los aliados en Europa y de un nuevo orden internacional cuyos
rasgos se adivinaban. Las relaciones interamericanas en esta etapa
provocaron insatisfacción, frustración y amargura en todas las
partes: Estados Unidos se topó con los límites de su hegemonía y
los latinoamericanos con los límites de su soberanía.
La comunidad de Estados iguales e interdependientes que
pretendía construir Estados Unidos era en realidad la exigencia
de que el nuevo orden internacional reconociera que América La-
tina era su esfera de influencia. No podía ser de otra manera dada
la asimetría entre Estados Unidos y sus vecinos latinoamericanos.
No obstante, Washington se negaba a reconocer que la diferencia-
ción de recursos entre los países conducía a la diferenciación de
intereses.
Durante la Segunda Guerra Mundial México no tenía más op-
ción que colaborar con Estados Unidos y sumarse a los aliados; sin
embargo, visto a la distancia, el error del presidente Ávila Cama-
cho fue que quiso prolongar esa relación en la posguerra, pero no
pudo anticipar la rapidez con la que se extinguieron las condicio-
nes excepcionales que había creado la guerra. En la batalla contra
las potencias del Eje, Estados Unidos necesitaba todos los aliados
que pudiera procurarse en el hemisferio, México en primer lugar.
El presidente Ávila Camacho y su canciller, Ezequiel Padilla, vie-
ron en esa oportunidad el espejismo de un liderazgo internacional
que el Departamento de Estado les prometía. No sería necesaria-
mente independiente; podría ejercerlo como un poder vicario,
pero solamente si los demás países de la región lo aceptaban como
tal. Esa fue la pieza faltante del rompecabezas.
OCT-DIC 2016 La política intervencionista 899

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