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El amor no es jactancioso 5

Cuando nos vanagloriamos de nuestras posesiones o de nuestros logros...No estamos


mostrando amor.  

¿Cómo está tu vida amorosa? Hemos estado tomando una prueba para medir la calidad de
nuestro amor. Después de la última sesión, alguien vino y me dijo, «estoy fracasando en la
prueba del amor», y mi respuesta a esto es, «la gracia es para los fracasos». Por eso creo
que todas calificamos.

Todas somos candidatas para recibir la gracia de Dios.

¿Cómo te sientes cuando escuchas a alguien presumir acerca de sus logros? Creo que
muchas de nosotras, (si no todas) perdemos el interés cuando vemos el orgullo y la
arrogancia en otros, ¿no? Bueno, hoy tomaremos un tiempo para evaluarnos a  nosotras
mismas, para reconocer formas en las que hemos sido orgullosas o presumidas.

¿cómo se supone que debemos amar en la forma que se nos ha ordenado? Amamos con Su
amor. Amamos por fe. Reconocemos ante Dios que no podemos amar y le pedimos que ame
a través de nosotras.

1 Corintios 13, versículos 4-7. Espero que estés memorizando este pasaje para que lo
tengas en tu corazón y lo uses como una evaluación, no solo durante esta estudio, sino a
través de toda tu vida, para entonces poder preguntar, «Señor ¿estoy yo creciendo en la
gracia de tu amor?» Veamos esos versículos de 1 Corintios 13:

«El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No


se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor.  El amor
no se deleita en la maldad sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree,
todo lo espera, todo lo soporta. El amor jamás se extingue...» (vv. 4-8, NVI)

Hoy veremos las dos siguientes características del amor. Hemos visto las tres primeras.  El
amor es paciente; todo lo sufre. El amor es benigno o bondadoso y el amor no es celoso ni
envidioso. Ahora, hoy, llegamos a dos que son como gemelas.

Las Escrituras dicen que el amor no se vanagloria, no se jacta, no presume de sí mismo. No


hace alarde y el amor no es orgulloso. No es arrogante. Antes que nada, vamos a hablar
sobre este asunto de alardear o de presumir. Las Escrituras están diciendo aquí que el amor
no se alaba a sí mismo. No hace sonar trompetas por sus propios logros para que otros lo
noten.

El amor no presume de sus propios éxitos. De hecho, yo creo que uno de los versículos del
Antiguo Testamento que más convicción trae, está en Proverbios donde las Escrituras dicen:
«Que te alabe el extraño y no tu boca; el forastero, y no tus labios». (Prov. 27:2)

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Ahora, yo no sé tú, pero he descubierto que hay formas engañosas en las que me puedo
vanagloriar sin parecer que estoy presumiendo, y usar mi boca aún para espiritualizar las
cosas, cosas que Dios está haciendo a través de mi vida, cosas que están pasando en el
ministerio. Solamente Dios sabe, si el motivo de mi corazón es el vanagloriarme acerca de
mis logros.

Por eso es que Pablo dice en el Nuevo Testamento, «no me jactaré de nada que Dios no
haya hecho a través de mí. Él es el que está haciendo el trabajo. No tengo nada de que
presumir. Todo lo que tengo es un regalo de Dios, entonces ¿cómo puedo jactarme?»

El amor no es jactancioso. No hace alarde. No presume de sí mismo. No habla con


presunción. Esta cualidad es realmente la otra cara de la moneda, sobre la cual hablamos en
la sesión anterior; la otra cara de los celos.

Como puedes ver, los celos quieren lo que otra persona tiene, y al presumir, al alardear,
estamos tratando de provocar celos en los demás a causa de lo que tenemos. Los
celos menosprecian a los demás. El presumir es ponernos a nosotras mismas en el lugar
más alto, más elevado.

Lo más interesante de esto, creo yo, acerca de este asunto de alardear, es que es algo que
realmente no me gusta ver en otras personas, pero soy muy lenta para verlo en mí misma.
¿Por qué me toma tanto tiempo darme cuenta de que estoy siendo jactanciosa o que estoy
alardeando?

Los corintios, para quienes este pasaje fue originalmente escrito querían los dones
espirituales más glamorosos. Estaban constantemente compitiendo por la atención pública.
Querían que todos reconocieran, «yo tengo este don. Así es como Dios habla a través de mí.
Así es como Dios me está usando». Y todo este alarde estaba enraizado en el orgullo. El
exaltarnos a nosotras mismas, haciendo alarde de nuestros talentos, de nuestras
habilidades, de nuestro conocimiento, de nuestros logros, del deseo de lucir importante, para
que los demás piensen que somos espirituales o exitosas o capaces o prósperas, todo eso
es orgullo. A veces el presumir toma lugar de maneras muy obvias, en lo que decimos.

Pero en ocasiones nuestro corazón jactancioso puede ser revelado aún por lo que no
decimos. ¿Qué me dices de cuando aceptamos el crédito por las cosas que no hicimos
o no merecemos, o cuando tratamos de dejar una impresión de nosotras mismas con
otras personas que en realidad no es honesta o verdadera?

Si alguien dice algo acerca de nosotras que es negativo, y que nosotras no hicimos, somos
muy prontas para defendernos. Pero, ¿qué sucede si alguien dice que nosotras hicimos algo
bueno, y nosotras no fuimos las que lo hicimos ni las que merecemos el crédito? ¿Somos
rápidas en aclarar, «no, el crédito realmente no me pertenece a mí»?

El ser jactanciosas y vanagloriosas es una tendencia muy natural en nosotras, sin embargo
el Señor Jesús es un ejemplo de amor genuino. Él estuvo lejos de tener un espíritu de

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vanagloria o de jactarse. De hecho, Filipenses capítulo 2, nos dice que cuando Jesús vino a
la tierra, Él se despojó a sí mismo, se humilló y tomó forma de siervo.

Él no estaba tratando de levantar su reputación. Él era Dios, pero Él no consideró su


igualdad a Dios como algo a qué aferrarse o como algo por lo cual podía presumir. No se
aferró a sus derechos como Dios. Él no presumió de quien Él era (vv. 5-11).

Y pienso en todas esas ocasiones en los evangelios en las que Jesús bien pudo haber hecho
un discurso acerca de quién Él era, «¿acaso no saben quién Soy?», cuando los demás no lo
entendían o no lo reconocían o cuando lo maltrataban. Pero Él nunca fue jactancioso, ni se
vanagloriaba acerca del hecho de que Él era Dios porque Él vino aquí a amar, y la jactancia y
el amor son mutuamente excluyentes.

¿Presumes de tus habilidades, de tus dones, de tus logros, de lo que tienes?  ¿Disfrutas el
decirle a los demás acerca de tus logros, más que escuchar lo que otros han logrado?

Mi papá siempre nos decía, en la medida en que crecíamos: «Cuando tengas una
conversación, pregúntale a las personas con quienes hablas, cosas acerca de ellos mismos
porque a las personas no les gusta oírte hablar de ti misma. Les gusta hablar sobre ellos».

Y he notado en personas que realmente respeto, que son personas altamente


relacionales; que esta es una de las características que este tipo de personas poseen.
Te preguntan cosas acerca de ti. No son culpables de siempre estar hablando acerca de
ellos mismos.

Pablo continúa diciendo, el amor no solo no presume, no se jacta, sino que tampoco es
arrogante. No es orgulloso. Una traducción dice que el amor no se «envanece» (RV). El
amor no tiene una idea inflada de sí mismo. Otra traducción dice que no es «fanfarrón»
(NTV).

La palabra «fanfarrón» se relaciona con «fanfarria», definida como, «conjunto musical


ruidoso, principalmente a base de instrumentos de metal». Esos instrumentos por lo general
hacen mucho ruido, atrayendo mucho la atención. Esa es una ilustración que denota aquí a
alguien que no es una persona amorosa. Es ruidosa. Alardea. Llama la atención. Es
orgullosa. Está envanecida.

De manera que, como hemos visto, la jactancia es la verbalización del orgullo, pero la
jactancia o el envanecimiento, ese espíritu inflado, es la actitud de un corazón
orgulloso que está sobreimpresionado consigo mismo. Seguramente muchas de
nosotras podemos pensar en personas que son arrogantes. Se les nota por encima de la
ropa.

No nos gusta estar cerca de estas personas, ¿no es así? Queremos mantener nuestra
distancia de ellas. Cuando mi espíritu es arrogante aunque yo sea la última en darme cuenta
de que eso es lo que estoy comunicando, esto provoca que las personas quieran
mantenerme a distancia, causa que ellas no quieran acercarse a mí.

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Las personas por el contrario son atraídas hacia las personas humildes, así como Dios
también se acerca a los humildes, pero resiste y mantiene distancia de los orgullosos.

Muchas de nosotras tenemos egos inflados, y esto muy a menudo se nota por la forma en
que menospreciamos a los demás. Los menospreciamos porque estamos tratando de
inflarnos a nosotras mismas. Proverbios nos dice que por el orgullo vienen las disputas. El
amor en cambio edifica al otro, edifica a los demás.

Juan el Bautista era un gran ejemplo de un espíritu de humildad. Él dijo, «viene el que es
más poderoso que yo; a quien no soy digno de desatar la correa de sus sandalias…  Es
necesario que Él crezca, y que yo disminuya» (Luc. 3:16 y Juan 3:30).

¿Es esta la actitud de tu corazón? ¿Quieres que Jesús sea exaltado? ¿Quieres que Él sea
engrandecido, y que las personas que te rodean crezcan? ¿Quieres que sean levantadas?
¿Te preocupas de que otros piensen bien acerca de ellos?, o tienes la actitud de corazón de
decir, «debo crecer. Se trata de mi reputación. ¿Quiero que otros me vean; que otros me
reconozcan?»

¿Tienes una apreciación correcta de tus fortalezas y tus debilidades, o eres arrogante?
¿Comunicas a otros en tu iglesia, o peor aún, en tu hogar, comunicas una actitud de
superioridad espiritual?  

Amigas este es un problema para muchas esposas. Qué gran daño causa esto en las
relaciones del matrimonio. ¡Ahora, no estoy diciendo que los hombres no puedan ser
arrogantes! A veces, ciertamente lo son. Pero no está bien que una esposa comunique  a su
esposo una actitud de, «yo sé más que tú». Quizás ella nunca exprese esas palabras, «soy
más inteligente que tú» o, siempre tengo mejores ideas, o siempre estoy corrigiendo y
mejorando sus aseveraciones, siempre mejorando cualquier cosa que él hace… ¿Por qué?
La razón es porque es arrogante. Está envanecida.

¿Quieres amor en tu hogar? ¿Quieres que tu matrimonio funcione? ¿Quieres que Dios sea
glorificado en tu matrimonio? Tú dices, «sí, todo eso sucedería si mi esposo entendiera…
si él no fuera tan arrogante». Escúchame, no puedes cambiar a tu esposo, pero por la
gracia de Dios, puedes dejar que el amor de Dios llene tu corazón y te haga una mujer
humilde.

¿Estamos muy impresionadas con nosotras mismas? Pidámosle a Dios que sea Él quien
llene nuestros corazones.

1 Corintios, 13 Pablo describe el amor con estas palabras. «El amor no hace nada indebido»,
(RV) o como lo expresa otra traducción, «No actúa indecorosamente».  Yo creo que
la descortesía es una de las características dominantes de la época en que vivimos.
Enciendes el televisor ahora y miras los programas más populares y de seguro verás una
buena dosis de descortesía.

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Verás particularmente a las mujeres en televisión, que son bulliciosas, altaneras, que su
comportamiento y sus palabras son sugestivas. Ciertamente, tanto los hombres como las
mujeres, ambos pueden ser descorteses, pero yo creo que es particularmente poco atractivo
en las mujeres.

El amor tiene buenos modales

El amor es sensible a los sentimientos de los otros

El amor es considerado

Ahora, la descortesía puede presentarse de diversas formas. La falta de amor puede verse
en alguien quien es excesivamente vergonzoso. Y tú me dices, «bueno, pero esa persona no
es descortés». Pero esa persona pudiera estar en medio de un grupo, y por temor a los
hombres, por temor a lo que los demás pudieran pensar de ella, ella simplemente
permanece apartada, no alcanza a los demás, no conversa con otros. Y eso es
descortesía.

Tal vez no lo haga de una manera cruda o desagradable, pero es el simple hecho de  no
estar dispuesta a crear un puente  en la brecha. Personalmente, cuando estoy en una
situación donde no conozco a las personas, muchas pensarían de mí como que soy muy
extrovertida, pero soy más bien introvertida. Cuando estoy en un grupo grande me cuesta
mucho trabajo iniciar conversaciones e introducirme y hacerles preguntas a las personas.

El ser una buena conversadora, el mostrar interés en los demás, es una característica del
amor. La persona que es amorosa y que no es descortés, tiene tacto, por lo general es
sensible, tiene gracia y es considerada, es detallista y es bien educada.

De nuevo digo, y esto es cierto de todas las características que hemos visto hasta ahora, una
de las áreas donde es muy importante poner esto en práctica es dentro de las cuatro paredes
de nuestros propios hogares. ¿Por qué somos tan descuidadas a la hora de hacer pequeños
actos de consideración y de atención en nuestros propios hogares? ¿Por qué es que en
nuestros hogares decimos cosas que no decimos fuera del hogar, cosas a nuestra pareja, a
nuestros hijos, cosas a nuestra compañera de cuarto o cosas a alguien con quien trabajamos
muy de cerca en el lugar de trabajo?  ¿Por qué decimos cosas sarcásticas, cosas que son
cortantes, y por qué hacemos comentarios desagradables?

A palabras como esas es a las que se refiere Proverbios cuando dice: «hay quien habla sin
tino como golpes de espada», como lanzas que entran y que hieren el espíritu. Seguramente,
cuando niñas algunas de ustedes escucharon algo que se les dijo que fue descortés. Fue
inapropiado, fue poco gentil. Fue algo poco amable y las hirió. Pero cuántas veces usamos
nuestras lenguas para herir el espíritu de un esposo, de un hijo o de una hija, sin pensar, y
descuidadamente decimos cosas a aquellos con los que vivimos y trabajamos más de cerca;
les decimos cosas que no les diríamos a nuestros invitados o visitantes o a aquellos que no
conocemos.

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Las Escrituras dicen que la gente que escuchó a Jesús hablar estaba asombrada de sus
palabras llenas de gracia. Ahora, Jesús tuvo algunas palabras afiladas que decir a algunos…
tuvo algunas palabras penetrantes, pero su discurso era lleno de gracia.

Por cierto, madres, es muy importante que estén enseñando esto a sus hijos, y si no se lo
enseñas, nadie más lo hará. Enséñales la importancia de un comportamiento apropiado, de
los buenos modales. Los modales importan. Yo sé que esto es algo que a muchos no les
importa en la cultura que vivimos hoy, pero sí importan porque la esencia de las buenas
costumbres consiste en hacer lo que considera al otro, lo que es cortés.

Aun los modales en la mesa; si vas atrás para ver cómo esto se desarrolló, tiene mucho que
ver con hacer que las otras personas se sientan cómodas, tiene que ver con lo que ministra
bendiciones y gracia a las demás personas. Tus hijos necesitan ser enseñados acerca del
respeto a las autoridades, no solamente tener un comportamiento respetuoso hacia ellos,
sino respetuosos también en la forma cómo se refieren a las autoridades.

Por cierto, mucho de esto es aprendido con el ejemplo más que con la enseñanza. Si te
sientes en libertad de decir con tu boca comentarios que menosprecian a tu pastor o a tu
esposo o a tu jefe, no te sorprendas cuando escuches a tu hijo hablar mal de su profesor o
de otra autoridad.

Es importante enseñarles a tus hijos a comunicarse. Es muy triste para mí cuando veo
jovencitos que no miran a los ojos a los adultos y no saludan o no dicen hola ni mantienen
una conversación. Parte del amor es el no ser grosero. Es el actuar con gracia.

La gente está observando. Te están mirando, y la forma en que tratamos con ellos está
haciendo un impacto.  

Ahora, queremos ver otra característica más del amor verdadero. Esta es que el amor no
busca lo suyo. «El amor no busca lo suyo». (v. 5)

Supongo que si hubiera un mantra para nuestra cultura, sería, «hazlo a tu manera».  Haz lo
que quieras... y este concepto es lo que está en la raíz de nuestra naturaleza humana caída,
¿no es cierto? El querer hacer las cosas a mi manera. Por naturaleza buscamos nuestro
propio interés, nuestros propios derechos, nuestra propia gloria.

Los corintios también tenían este problema. No compartían sus alimentos en los banquetes
de amor. Eran protectores de sus derechos hasta el punto de llevar a sus compañeros
creyentes a las cortes de leyes paganas. Querían los mejores dones espirituales para sí
mismos. Buscaban su propio beneficio, pero si somos honestas, nosotras también hacemos
lo mismo.  

El apóstol Pablo nos dice en Filipenses, capítulo 2, «No solo busques tu propio interés,
busca los intereses de los demás» (v. 4, parafraseado). Pablo continúa diciendo: Quiero
enviar a Timoteo para que los visite...«Pues a nadie más tengo del mismo sentir mío y que

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esté sinceramente interesado en vuestro bienestar. Porque todos buscan sus propios
intereses, no los de Cristo Jesús» (vv. 20-21).

¿No es Jesús exactamente lo opuesto? Él abandonó sus propios caminos, sus propios
intereses, Su gloria en el cielo para poder venir a esta tierra, para entregar su vida por
nosotros. ¿Hubiese Él ido a la cruz por nosotras si hubiese estado preocupado por sus
propios intereses? Jesús vino, no para ser servido sino para servir.  Él nunca buscó su
propio beneficio. Él siempre buscó el beneficio de los demás.

Entonces, ¿cómo vas tú en esta prueba? ¿Conscientemente buscas el beneficio de los


demás, el interés de otros por encima de tus propios intereses, o te proteges a ti
misma, proteges tu tiempo, tus derechos, tu reputación, tu propio camino?

Piensa en tus relaciones en el trabajo, en el hogar, con tu compañera de cuarto, quizás.


¿Insistes en que los demás hagan las cosas a tu manera?

Pienso en unas amistades que tengo, el esposo piensa que cuando estás trabajando en la
cocina debes sacar una cosa a la vez y luego ponerla en su lugar antes de sacar otra cosa. A
la esposa, por otra parte, le gusta sacar todos los ingredientes, todas las cosas que ella
necesita.

Bien, al esposo esto le molestaba mucho porque a él le parecía que de esa forma había
mucho desorden. Pero para la esposa la forma en que él lo hacía era ineficiente. Ahora,
¿cómo aprendió esta pareja a caminar juntos en amor? Aprendieron a decir, «no tiene que
ser como yo quiero. Como tú lo haces está bien también». Aprende a ceder. Aprende a ceder
y a no tener que hacer las cosas a tu manera.

«El amor es paciente, es bondadoso; el amor no tiene envidia; el amor no es jactancioso, no


es arrogante; no se porta indecorosamente; no busca lo suyo».

De seguro que hoy mismo tendrás muchas oportunidades para ceder, para dejar que las
cosas se hagan a la manera de otra persona.

Oh Padre, cómo te agradecemos que Jesús estuvo dispuesto a rendir Su voluntad, a ceder
Sus derechos, Su propia reputación y a sacrificar Su vida para venir a servirnos para que
pudiéramos tener vida eterna. Señor, te confesamos que naturalmente nosotras tendemos a
querer nuestro propio camino y también que somos naturalmente descorteses y que
actuamos en formas que no son apropiadas para los hijos de el Rey.

Oh Señor, al terminar esta sesión, permite que la forma como nos comportemos sea
sensible, que tengamos corazones tiernos, corazones listos para servir a los demás,
bondadosos, rendidos, amorosos, que seamos Tus siervas y que seamos siervas de los
demás, para Tu gloria. Oro en el nombre de Jesús, amén.

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