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CONTEXTO HISTÓRICO

Tras la primera batalla de Nördlingen entre tercios españoles y tropas suecas, el general
Mathias Gallas, por parte de Austria y el archiduque Fernando de Habsburgo junto con otros
por parte de España, obtienen la victoria sobre el ejército de Suecia, a cargo de Gustaf Horn y
Bernardo de Sajonia-Weimar. Esta victoria acabó con el dominio sueco en el sur de Alemania, y
como consecuencia, la intervención francesa del Cardenal Richelieu en la guerra.

El 19 de mayo de 1635, Richelieu declara la guerra a España de manera oficial, lo que trae
como consecuencia un llamado bélico a los Países Bajos Españoles. Estas decisiones
consumaron en el último periodo la Guerra de los Treinta Años, donde Francia era rival de la
monarquía española, y buscaba legitimarse para sí misma la hegemonía europea, aliándose
con Suecia.

ANÁLISIS FORMAL

Esta pintura con leitmotiv religioso y al mismo tiempo de naturaleza muerta, representa a un
cordero merino de apenas unos meses de vida. Este animal se encuentra sobre una superficie
grisácea que remite a una mesa y es iluminado por un único foco de luz, resaltando el color y
textura de su pelaje. El cordero se encuentra en una posición horizontal con respecto al plano.

Las cuatro patas del animal están atadas de modo que tenga una vista simétrica, además de
que el nudo destaca del cuadro en un ingenioso juego visual. Este recurso invita al espectador
a participar en la obra y otorga volumen desde una perspectiva, actuando como un punto de
fuga. El cordero en un acto de sumisión, se mantiene quieto, dándole una atmósfera estática al
cuadro. Los ojos, junto con la posición corporal, indican que sigue con vida.

En este cuadro son notables las influencias de Francisco de Zurbarán, al hacer uso del manejo
de la luz y la sombra para brindarle emoción. Aspecto que recuerda al tenebrismo italiano de
Caravaggio. No obstante, también recuerda al realismo de su contemporáneo Diego
Velázquez, cuando plasma el detalle del cordero. La composición y orden de las formas
demuestra la madurez pictórica de Zurbarán.

Siendo el único elemento plasmado en la composición, el cordero atrae hacia sí la atención, y


con ello, provoca un sentimiento directo. Punto que también lo ensalza de su calidad animal,
para convertirse en un ícono religioso. Lo cual hace que la intención de naturaleza muerta se
vuelva a una de retrato litúrgico, donde el cordero funciona como un sujeto en lugar de un
objeto.
Esta pintura no es la única con el letmotiv de un cordero entre las sombras sobre una
superficie, sino que existen otras cinco versiones del mismo con distintas características entre
sí, como una suerte de estudio de luz y de emotividad con el ícono en cuestión. Ésta, por su
maestría indiscutible, se considera la de mejor calidad expresiva y emocional.

ANÁLISIS ICONOGRÁFICO

Tal como su nombre lo indica, Agnus dei, el cordero es una representación física de Jesucristo.
La alegoría del cordero tiene que ver con el sacrificio de los corderos para el perdón de los
pecados, tal como se indica en la Biblia, específicamente en los versículos 38 y 39 del capítulo
29 del Éxodo: «Esto es lo que ofrecerás sobre el altar: dos corderos de un año cada día,
continuamente. / Ofrecerás uno de los corderos por la mañana, y el otro cordero ofrecerás a la
caída de la tarde.»

El retrato de Jesucristo en un cordero tiene que ver con el sacrificio que hizo en nombre de la
humanidad para el perdón de todos los pecados, sustituyendo así las ofrendas diarias de los
corderos. Aunque, siendo un acto de profundo amor, el cordero se entrega con sumisión a su
cruel destino. Así se cuenta en Isaías capítulo 53, versículo 7: «Angustiado él, y afligido, no
abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus
trasquiladores, enmudeció y no abrió su boca.» Este ícono fue trasladado a la actitud emotiva
del cordero en su sacrificio.

La luz que ilumina el cuerpo del animal significa la omnipresencia de Dios, así como la
compañía que le da a éste; en contraposición con las sombras en el exterior, la luz le otorga
vitalidad y consuelo. Las patas atadas son la crueldad con la que se trató a Jesucristo en el
momento de la crucifixión, inmovilizándolo contra su voluntad. El rostro del animal no es
inexpresivo, sino que denota su inocencia y oblación ante una guerra declarada contra la
divinidad, como si el pintor quisiera representar aquí a un pueblo español inocente que se ve
amenazado sin quererlo.

La iconografía española del siglo XVII percibía a la religión como un aspecto que impregnaba la
vida, y así al arte en general. Por eso mismo, el leitmotiv bíblico es abundante en ese periodo.
Zurbarán tiene la intención de provocar ese sentimiento de otredad alrededor del sufrimiento
de Cristo. En ese sentido, la pintura tiene un valor moral y religioso, en búsqueda de una
reflexión.

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