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Tu alma en el firmamento.

En el tiempo de los dragones y los hechiceros, cuando gobernaban los reyes y sus reinas, cuando
los valerosos príncipes triunfaron en batallas y las princesas adornaban los enormes castillos con
sus trajes de lentejuelas y diamantes. En tiempos de guerra y escasa paz existía un reino tranquilo
rodeado por Lagos y mares, un reino con grandes pastizales y cultivos verdes.

En una choza de granjeros con techo en paja y paredes en tierra, vivía un anciano que por su
avanzada edad no podía hacer mucho y la única compañía era su hija quien se encargaba de los
labores en la granja y cuidaba tanto de él como de un par de cabras, un cerdo y media docena de
gallinas, su amigo guardián “manchas” era un gran danés con los mismos achaques que su dueño,
la joven granjera era una chica de veinte años con cabellos dorados como los campos de trigo en
un amanecer de verano, el campo verde se confundía con sus ojos brillantes y una piel suave
dejaba en descubierto la ternura del rosa en sus mejillas.

Bajo un viejo sauce el columpio se mecía con el pasar de las horas, era su distracción favorita,
sentir el viento jugando con su cabello mientras pasaba la mirada por las páginas de un desgastado
libro.

Un día casi entrado el otoño donde las hojas de los arboles adornaban el paisaje con un tinte rojizo
y ocre, el aire frio avisa ruidosamente la entrada del invierno, junto a ella paso un carruaje
propiedad del reinado, transportaba a la princesa más joven de la familia.

Este se detuvo y por la ventanilla apareció la cara de la joven quien no podía creer la belleza de
aquella granjera que al momento se encontraba dando reverencia a su majestad, ella entendió
que la belleza ya no lo pertenecía y estaba en posesión de un pordiosero, sin mediar palabras la
princesa siguió con su camino, llegando al castillo reclamo a su padre por este hecho.

Entre ocurrencias la malcriada princesa dijo a su padre que quería la belleza de la granjera,
después de ver el descontento y la ira de su hija el rey hizo llamar a Elifas quien era el hechicero
del reino, Elifas es un hombre anciano de barba blanca hasta la cintura, siempre llevaba una túnica
azul y una capa negra deshilachada en las esquinas, su cabeza la cubría un sombrero de punta con
alas que descolgaban hasta sus hombros y cubrían gran parte de las arrugas en su cara.

Después de contar al hechicero lo sucedido la respuesta más oportuna era crear una pócima que
quitara la belleza a la granjera y pasara a la princesa, el rey dio a Elifas cinco días para que hiciera
la pócima, durante este tiempo la princesa pasaba por la granja y hablaba con la joven con el fin
ganar su amistad para entregar la pócima sin que ella desconfiara.

En el quinto día Elifas entrego un par de botellas con la pócima a la princesa y explico cómo
funciona, las botellas se diferencian únicamente por su tamaño, la más pequeña contiene el
brebaje para la persona a quien se quitara la belleza y la botella más grande es para la persona que
quiere tener la belleza. Dejando esto en claro la princesa guardo las pócimas en su vestido y fue en
búsqueda de su víctima.
Para que la joven no sospechara del extraño gesto de compartir con la princesa ella tomaría al
tiempo la pócima, la joven se encontraba como de costumbre en el columpio bajo la sombra del
sauce, acompañada por su fiel compañero “manchas”, después de intercambiar un par de palabras
la princesa dio a la joven una taza que contenía la pócima de la botella pequeña, inmediatamente
ella sirvió en otra taza su brebaje, la joven en forma respetuosa agradeció el gesto y se inclinó
como reverencia dejando la taza junto al libro sobre en piso, cuando volvió la mirada hacia la taza
se dio cuenta que su fiel compañero había desocupado el contenido de un bocado, la princesa
ansiosa de cumplir con su capricho y sin advertir del hecho ocurrido pensó que la joven había
terminado su brebaje y de inmediato se dio a la tarea de terminar el suyo.

En forma brusca y con afán se despidió de la joven y siguió el camino en el carruaje rumbo al
catillo, al pasar la noche las orejas caídas empezaron a salir de su cabeza, una cola larga salía por
debajo de su vestido, las uñas crecieron en punta como garras, sus mejillas colgaban de forma
graciosa y su nariz ahora tiene una contextura rugosa y un tono marrón.

En la mañana y con furia el rey pidió al jefe de la guardia real ir hasta la choza y acabar con la
granjera. El jefe de la guardia era un hombre joven de temperamento agreste, su rostro marcado
por las continuas batallas y una barba larga que las camuflaba, siempre con una armadura robusta
que cubría todo su cuerpo de pies a cabeza, su temperamento era fuerte y valeroso pero siempre
con una extraña simpatía por la muerte.

Cuando llegaron a la granja junto a diez de sus hombres, no tenía el diálogo dentro de su
disposición de enfrentar ese pequeño problema, la joven en ese momento se encontraba junto al
río cargando el jarrón con agua pura, subiendo la colina hacia la casa vio a los soldados saliendo de
ella, al momento su intuición paso sobre su miedo y sabía al instante que irían en su búsqueda
dejo el jarrón junto al columpio, dio varios pasos atrás hasta quedar oculta por el sauce, pensó por
un momento y corrió hasta llegar a la última colina, dio la vuelta para ver lo último que quedaba
en pie de su granja mientras el fuego de los soldados la consumía.

En el ocaso de la tarde un rayo de luz se vio en el cielo como destello que aún en estos tiempos se
ve. Los ancianos han hablado de esta joven que tomó el cielo como hogar y viaja en el firmamento
confundiendo su brillo especial con las estrellas, así cada siete décadas es vista nuevamente su
inigualable belleza haciendo memoria a su abuelo el viejo Edmund.

Pasa tu inigualable belleza por los oscuros cimientos de la humanidad, llevas luz hasta el basto
abismo de nuestra ignorancia y sorprendes a cada generación. Es tu virtud y tu labor a ti joven
granjera HALLEY.

Autor.
Edison F. Serrano
<<Cuentos para soñar>>

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