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Pandemia.

En los últimos meses nos hemos  enfrentado a una enfermedad que ha afectado
nuestras vidas de forma irreparable, la crisis humanitaria es el desastroso jardín
principal de una casa abandonada, como todo cuento de terror el miedo aflora
cuando se pasa el pórtico de la entrada, donde las paredes y todo en el interior
confabulan un escenario de pavor y llanto, un desastre irreversible donde el
claustrofóbico busca salida y el nictofóbico busca la esperanza en un rayo de luz.
Aun así este escenario es igual de tenebroso antes y después de Wuhan, estamos
en una pandémica sociedad donde la desigualdad es llamada democracia y el
abuso de los poderes atribuidos, para ellos es la mejor forma de gobernar, el virus
de la corrupción brota como un volcán desde la cima piramidal del desinterés
social, pedir ayuda es humanitario y justo pero solo para quienes las reparten, es
un brote incurable que cobra vidas todos los días y desplaza familias hacia la
pobreza y la indigencia. Un territorio que emana riqueza de sus suelos, respira
cultura en su entorno y se alimenta del fruto de la cosecha, próspero y productivo
de costumbres milenarias y la marca de tierra en el rostro de su prójimo, brotan
lágrimas que nublan la mirada y marcan las mejillas, aquellas que sucumben al
frío viento de la época lluviosa de marzo. Lagrimas que irrumpen la tranquilidad de
mi alma, viendo a mis semejantes sin sustento y sin comida, buscando en la
despensa las boronas de panela para preparar el tinto y saciar el hambre,
mientras tanto sobre una cómoda silla descansa el señor dirigente y frente a él en
el mejor restaurante un plato que rebosa los impuestos públicos, dejando caer al
piso las migajas que no son de su antojo. En la actualidad esta crisis muestra el
verdadero rostro y decadencia de un país con clases sociales.

(Memorias de un país en emergencia) <<Edison f. Serrano. >>

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