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Tratamientos psicológicos para la depresión en la infancia y adolescencia.

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Felix Inchausti
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Capítulo 16. Tratamientos psicológicos para la depresión en la infancia y
adolescencia.

Félix Inchausti

Departamento de Salud Mental, Servicio Riojano de Salud, Logroño, La Rioja

1
INDICE

1. Introducción
2. Clasificación actual de los trastornos depresivos
3. Evaluación de la depresión en la infancia y adolescencia
3.1. Principales instrumentos de medida de depresión
3.2. Signos y síntomas de sospecha de depresión
4. Tratamientos psicológicos con apoyo empírico para la depresión en la
infancia y adolescencia
4.1. Terapia cognitivo–conductual
4.2. Terapia conductual
4.3. Psicoterapia interpersonal
4.4. Terapia familiar
4.5. Otros tratamientos psicológicos
5. Consideraciones generales sobre los tratamientos psicológicos para la
depresión en la infancia y adolescencia
5.1. Estabilidad del cambio
5.2. Predictores, moderadores y mediadores del cambio
5.2.1. Predictores del cambio
5.2.2. Moderadores del cambio
5.2.3. Mediadores del cambio
6. Recomendaciones y directrices
7. Conclusiones
Apartado A. En primera persona
Apartado B. Caso clínico
Apartado C. Términos clave
Apartado D. Enlaces web de interés.
Apartado E. Bibliografía comentada.
Referencias

2
1. Introducción

La depresión es uno de los problemas de salud mental más prevalente y la


tercera causa principal de discapacidad a nivel mundial, solo superada por las
enfermedades diarreicas y las infecciones respiratorias (Smith, 2014). En la
actualidad disponemos de una amplísima información que confirma que la
depresión en la infancia y adolescencia se asocia con descensos significativos
en el rendimiento social y educativo, niveles socioeconómicos inferiores y un
mayor riesgo de mortalidad temprana por suicidio (Hammen, Brennan y Keenan–
Miller, 2008; Peyre et al., 2017). Este trastorno puede considerarse, además, un
problema de la juventud ya que la mayoría de los adultos que sufren depresión
refieren que su primer episodio ocurrió en su adolescencia. De hecho, varios
estudios prospectivos sugieren que el inicio habitual de este trastorno es en la
adolescencia temprana (Lewinsohn, Clarke, Seeley y Rohde, 1994; Merikangas
et al., 2003). Antes de este periodo, las tasas de depresión son sustancialmente
inferiores. Con el inicio de la pubertad, la prevalencia del trastorno parece
duplicarse a la par que emerge una gran variabilidad por género que persiste
hasta la edad adulta tardía (Merikangas, Nakamura y Kessler, 2009). En España,
las tasas de prevalencia de sintomatología depresiva en estudios con niños y
adolescentes rondan el 4% entre los 8–12 años y de 4,3–6,5% en la
adolescencia (Jaureguizar et al., 2017). Asimismo, el inicio del trastorno en la
adolescencia parece incrementar de forma significativa el riesgo de recurrencia
y mal funcionamiento a lo largo de la vida. Estos resultados, similares a los
encontrados en otros países (p.ej., Angold et al., 2002; Demir et al., 2011), ponen
de manifiesto la necesidad de una intervención temprana y efectiva para tratar la
depresión en estas etapas del desarrollo.

La investigación sobre los tratamientos para la depresión en la infancia y


adolescencia se remonta a finales de la década de 1980 (Reynolds y Coats,
1986). En aquel momento, varios instrumentos de medida de sintomatología
depresiva en adultos fueron adaptados para su uso con niños y adolescentes
(Kovacs, 1981). Estos instrumentos fueron los que permitieron llevar a cabo los
primeros ensayos clínicos para examinar los efectos de los primeros tratamientos
psicológicos para la depresión infanto-juvenil. En concreto, estos instrumentos
permitieron detectar a los niños y adolescentes con sintomatología depresiva

3
elevada y, por tanto, susceptibles de recibir un tratamiento, así como evaluar los
resultados de las intervenciones.

La evaluación diagnóstica, el uso de múltiples informantes, las puntuaciones


de ciego (es decir, el evaluador desconoce qué tratamiento ha recibido el
participante), los instrumentos de medida del cambio y la remisión clínicamente
significativos aparecieron posteriormente en la literatura, a finales de la década
de 1990 (p.e., Brent et al., 1997). Los tratamientos que se probaron para la
depresión infantil y adolescente en ese momento –al igual que ocurrió con los
instrumentos psicométricos– fueron en su mayoría adaptaciones de
intervenciones diseñadas para adultos con depresión e incluyeron técnicas
derivadas básicamente de la terapia cognitivo–conductual (TCC; Beck, 1967,
1976; Lewinsohn, Hoberman, Teri y Hautzinger, 1985) y, más recientemente, de
la terapia interpersonal (IPT; Weissman, Markowitz y Klerman, 2000, 2007) para
la depresión.

En este contexto, el presente capítulo pretende brindar una actualización de


los tratamientos psicológicos con apoyo empírico para la depresión infantil y
adolescente. Con tal propósito, en primer lugar, se presentan los principales
trastornos depresivos incluidos en la undécima Clasificación Internacional de
Enfermedades (CIE–11) (2020), donde se presta una especial atención a la
definición del trastorno depresivo, eje central de este capítulo. A continuación,
se revisan los principales instrumentos disponibles en castellano para evaluar
los síntomas depresivos en la infancia y adolescencia. En tercer lugar, se
compendian los principales ensayos clínicos publicados a partir de 2008 con el
fin de ofrecer al lector una instantánea actual de la investigación en el campo de
la intervención psicológica en este campo. En cuarto lugar, se reflexiona acerca
de la calidad de los datos disponibles para juzgar los enfoques teóricos y el
estatus de los tratamientos para la depresión infantil y adolescente; en concreto,
los criterios de valoración utilizados aquí son los de las Guías de Práctica Clínica
(GPC) del Sistema Nacional de Salud (SNS) español y los de la Asociación
Americana de Psicología (APA). Es importante resaltar que, en este capítulo, se
ha decidido considerar los tratamientos para niños y adolescentes por separado,
tal y como recomiendan los principales organismos y proveedores de salud

4
mental internacionales. En esta revisión se incluyen también estudios con
intervenciones preventivas cuyas muestras incorporan a niños y adolescentes
con sintomatología depresiva subclínica elevada. Como novedad con respecto a
otros trabajos previos, en este capítulo se valoran los datos acumulados desde
diferentes orientaciones teóricas en lugar de evaluar los efectos de programas
específicos por separado. Este proceder se justifica, entre otras razones, por las
nuevas corrientes que consideran que los tratamientos específicos (y
manualizados) son, en esencia, formas de operativizar propuestas teóricas más
amplias y variadas (Southam–Gerow y Prinstein, 2014; Weersing, Jeffreys, Do,
Schwartz, y Bolano, 2017). En quinto lugar, se comentan los hallazgos más
notables en términos de predictores, moderadores y mediadores del cambio en
la depresión infanto-juvenil. Este apartado pretende: (1) ayudar tanto a los
clínicos como al menor y su entorno en el proceso de elección y/o adaptación
del mejor tratamiento; y (2) servir de estímulo para futuros estudios que permitan
un mayor refinamiento de los tratamientos actuales. En sexto lugar, se exponen
las principales recomendaciones del Instituto Nacional de Salud y Excelencia
Clínica del Reino Unido (NICE, 2019) para la intervención de niños y jóvenes con
depresión entre moderada y grave. Por último, se discuten las implicaciones
teóricas y prácticas de los estudios analizados y se apuntan líneas futuras de
investigación de particular interés científico y aplicado.

2. Clasificación actual de los trastornos depresivos

Los trastornos depresivos se caracterizan por un estado de ánimo depresivo


(p.ej., tristeza, irritación, sensación de vacío) o pérdida de placer, acompañado
por otros síntomas cognitivos, conductuales o neurovegetativos que afectan
significativamente a la capacidad del individuo de funcionar. La CIE–11 de la
Organización Mundial de la Salud (OMS, 2020) codifica dentro de este grupo los
siguientes trastornos:

- El trastorno depresivo: de episodio único o recurrente.


- El trastorno distímico.
- El trastorno mixto de ansiedad y depresión.
- Otros trastornos depresivos especificados
- Los trastornos depresivos sin especificación.

5
El trastorno disfórico premenstrual aparece también en este grupo si bien su
codificación se vincula a los trastornos premenstruales, en la categoría de
problemas de salud relacionados con dolor pélvico femenino asociado a órganos
genitales o ciclo menstrual (es decir, fuera de los trastornos mentales, del
comportamiento y del neurodesarrollo de la CIE–11).

En particular, el trastorno depresivo se define por la presencia o antecedentes


de un episodio depresivo mayor (si existen antecedentes se diagnostica un
trastorno depresivo recurrente). Siguiendo los criterios de la CIE–11, un episodio
depresivo mayor se caracteriza por un período de estado de ánimo depresivo
casi a diario o disminución del interés en las actividades durante al menos dos
semanas, acompañado de otros síntomas como dificultad para concentrarse,
sentimientos de inutilidad o culpa excesiva o inapropiada, desesperanza,
pensamientos recurrentes de muerte o suicidio, cambios en el apetito o el sueño,
agitación o enlentecimiento psicomotor, y energía reducida o fatiga. Cuando el
estado de ánimo es persistentemente depresivo (es decir, que dura dos años o
más), durante la mayor parte del día, durante más días que no, se realizaría el
diagnóstico de trastorno distímico. El trastorno mixto de ansiedad y depresión se
diagnosticaría cuando ni los síntomas de ansiedad ni los de depresión,
considerados por separado, son lo suficientemente graves, numerosos o
persistentes para justificar el diagnóstico de un trastorno de episodio depresivo,
distimia o relacionado con ansiedad y miedo.

En niños y adolescentes, es esencial tener en cuenta que el estado de ánimo


depresivo puede manifestarse como una irritabilidad generalizada en lugar de
como tristeza o desesperanza. Igualmente, los síntomas psicosomáticos son
más frecuentes en niños deprimidos que en adultos deprimidos, por lo que en la
evaluación clínica debe prestarse una especial atención a todas las quejas
físicas del menor. Por último, los síntomas depresivos deben causar un malestar
clínicamente significativo o un deterioro social, académico, laboral o de otras
áreas importantes del funcionamiento del menor.

3. Evaluación de la depresión en la infancia y adolescencia


3.1. Principales instrumentos de medida de depresión

6
Disponemos de múltiples instrumentos psicométricamente adecuados para
la evaluación de la depresión infantil y adolescente. La tabla 1 resume algunos
de los instrumentos más utilizados en la literatura especializada para evaluar la
sintomatología depresiva en esta etapa del desarrollo.

Tabla 1. Principales instrumentos de medida en castellano para la depresión


en la infancia y adolescencia.

Nombre Autor/es y año Tipo Edad de Fiabilidad Adaptación


aplicación española
Diagnostic Reich, Shayka y Entrevista 8-18 Alta Ezpeleta, de la
Interview for Taibleson clínica Osa,
Children and (1991) Doménech,
Adolescents- Navarro y
Revised (DICA-R) Losilla (1995)
Diagnostic Shaffer, Fisher, Entrevista 6-17 Aceptable Bravo et al.
Interview Schedule Lucas, Dulcan y clínica (2001)
for Children (DISC) Schwab-Stone
(2000)
Children’s Lang y Tisher Autoinforme 8-16 0,91 Seisdedos
Depression Scale (1978) (2003)
(CDS)
Reynolds Reynolds (1987) Autoinforme 13-17 0,92 Del Barrio,
Adolescent Colondrón, De
Depression Scale Pablo y Roa
(RADS) (1996)
Children’s Kovacs (1985, Autoinforme 7-17 0,75-0,90 Del Barrio y
Depression 1992) Carrasco (2004)
Inventory (CDI)
Reynolds Child Reynolds (1989) Autoinforme 7-13 0,85-0,91 Figueras,
Depression Scale Amador y
(RCDS) Guàrdia (2008)
Beck Depression Beck, Steer y Autoinforme ≥ 13 0,93 Sanz y Vázquez
Inventory (BDI-II) Brown (1996) (1998)

En el proceso de evaluación de la depresión en la infancia y adolescencia,


sobre todo en el caso de los menores de 12 años, es preciso recopilar y combinar
información de varios informantes (padres, profesores, el propio menor) y de
forma independiente para lograr una mejor estimación de la situación clínica del

7
menor. Las entrevistas requieren de un entrenamiento previo para su utilización
y deben ser utilizadas por especialistas en salud mental. Igualmente, varios
estudios sugieren que el nivel de concordancia entre informantes es inferior en
el caso de los trastornos internalizantes en comparación a los externalizantes
(Deng, Liu y Roosa, 2004; Grietens et al., 2004). En este sentido, por ejemplo,
Cicchetti, Rogosch, Gunnar y Toth (2010) encontraron unas tasas de
concordancia significativamente baja entre las evaluaciones de los padres y los
profesores. Por ello, es necesario dotar de más y mejor información a la
población en general y, específicamente a las familias y centros educativos,
sobre los signos y conductas de sospecha para la depresión en las distintas
etapas evolutivas.

3.2. Signos y síntomas de sospecha de depresión

Para facilitar una detección temprana de los niños y adolescentes con


depresión, a continuación, se aporta información sobre algunos signos y
síntomas de sospecha en función de cada etapa evolutiva que pueden ser
observados por el entorno del menor.

Antes de los 7 años: el síntoma más frecuente es la ansiedad. Las


manifestaciones más frecuentes son irritabilidad, rabietas habituales, llanto
inmotivado, quejas somáticas (cefaleas, dolores abdominales), pérdida de
interés por los juegos habituales, cansancio excesivo o aumento de la actividad
psicomotora y abulia. También puede presentarse un fracaso en alcanzar el peso
para su edad cronológica, retraso psicomotor o dificultades en el desarrollo
psicoemocional.

Entre los 7 años y el inicio de la adolescencia: en la infancia, el trastorno


depresivo se asocia frecuentemente con los trastornos de ansiedad, las fobias
escolares y los trastornos de la eliminación (encopresis, enuresis). Los síntomas
se presentan fundamentalmente en tres esferas:

(a) esfera afectiva y conductual: irritabilidad, agresividad, agitación o


inhibición psicomotriz, astenia, apatía, tristeza, y sensación frecuente de
aburrimiento, culpabilidad y en ocasiones ideas recurrentes de muerte;

8
(b) esfera cognitiva y actividad escolar: baja autoestima, falta de
concentración, disminución del rendimiento escolar, fobia escolar, trastornos de
conducta en la escuela y en la relación con sus iguales;

y (c) esfera somática: cefaleas, dolor abdominal, trastornos del control de


esfínteres, trastorno del sueño (insomnio o hipersomnia), no alcanzar el peso
para su edad cronológica y disminución o aumento del apetito.

Adolescencia: los síntomas son semejantes a los de la edad puberal y suelen


aparecer más alteraciones conductuales negativistas y disociales, abuso de
alcohol y otras sustancias, irritabilidad, inquietud, mal humor y agresividad,
hurtos, deseo e intentos de fugas, sentimientos de no ser aceptado, falta de
colaboración con la familia, aislamiento, descuido en el higiene personal y
autocuidado, hipersensibilidad con retraimiento social, tristeza, anhedonia y
cogniciones típicas (autorreproches, autoimagen deteriorada y disminución de la
autoestima). En ocasiones pueden aparecer pensamientos autolíticos. Es
frecuente que el trastorno depresivo se presente asociado a trastornos
disociales, trastornos por déficit de atención, trastornos de ansiedad, trastornos
por abuso de sustancias y trastornos de la conducta alimentaria.

Todos los síntomas en las distintas etapas pueden ser indicadores


observables de sospecha de un cuadro depresivo. Ante su detección, conviene
realizar una evaluación de mayor profundidad que permita clarificar la existencia
e intensidad del problema. Para la detección de la depresión infantil, los padres
suelen desempeñar un papel importante en la identificación de los primeros
síntomas depresivos en sus hijos. Por definición, una depresión clínica implica
cambios notables en el menor que afectan a su funcionamiento diario.

4. Tratamientos psicológicos con apoyo empírico para la depresión en la


infancia y adolescencia

Kaslow y Thompson (1998) fueron los primeros en publicar una revisión de


los tratamientos con apoyo empírico para la depresión infanto–juvenil. En aquel
momento, estos autores identificaron 14 ensayos con una metodología de
investigación considerada como rigurosa. De estos, la mayoría examinaban los

9
efectos de tratamientos conductuales o cognitivo–conductuales, con solo dos
excepciones: un ensayo clínico abierto y no aleatorizado que sondeaba la
efectividad de la terapia interpersonal en adolescentes (Interpersonal
Psychotherapy for Adolescents, IPT–A; Mufson et al., 1994) con depresión; y otro
que incluía la terapia familiar y la terapia de apoyo como grupos de comparación
frente a la TCC en adolescentes (Brent et al., 1997). Kaslow y Thompson (1998)
concluyeron que, de forma general, estos tratamientos psicológicos superaban
a los grupos de control ––típicamente de lista de espera–– con independencia
de su modalidad (grupal vs. individual, con o sin la participación de los padres).
Al evaluar los hallazgos hasta esa fecha, Kaslow y Thompson (1998) se
centraron solo en aquellos protocolos que estaban específicamente
manualizados para la depresión infanto–juvenil (p.ej., Adolescent Coping with
Depression, Lewinsohn, Clarke, Hops y Andrews, 1990), en lugar de evaluar
conjuntamente el valor de las diversas orientaciones teóricas. Siguiendo esta
perspectiva, los autores consideraron que ningún tratamiento cumplía con los
criterios para considerarlo como “bien establecido” según la APA y solo dos
tratamientos se clasificación como “probablemente eficaces” (Self Control
Therapy, Stark, Reynolds y Kaslow, 1987; Adolescent Coping with Depression,
Lewinsohn et al., 1990).

La literatura fue nuevamente revisada por David–Ferdon y Kaslow en 2008.


Durante la década 1998–2008, estos autores identificaron un total de 28 nuevos
ensayos clínicos (10 con muestras de niños y 18 con adolescentes). Al igual que
en la revisión de 1998 los estudios, en su mayoría comprobaban la efectividad
de la TCC, aunque como novedad también se incluyeron ensayos aleatorizados
con la IPT–A. Es importante subrayar que estos autores comenzaron a notar que
las diferencias metodológicas entre los ensayos revisados eran cada vez más
evidentes. Por ejemplo, observaron que era más probable que los ensayos con
adolescentes incluyeran evaluaciones diagnósticas formales (12 estudios) y que
reclutaran casos de poblaciones clínicas que buscaban ayuda, en lugar de
evaluar a niños en las escuelas para detectar sintomatología subclínica elevada.
También apreciaron que la calidad metodológica de los estudios con
adolescentes era frecuentemente superior, con 10 de los 18 calificados como
evidencias “tipo 1”, es decir, del nivel más alto. Por el contrario, ninguno de los

10
estudios con niños pudo superar este umbral debido a una variedad de defectos
de diseño (p.ej., un pequeño tamaño muestral, problemas con la aleatorización,
criterios de inclusión/exclusión poco claros o una falta de estandarización de la
evaluación clínica).

Como novedad, David–Ferdon y Kaslow (2008) examinaron los tratamientos


tanto a nivel de programas específicos como de orientación teórica. Desde esta
perspectiva, estos autores concluyeron que la TCC, como enfoque teórico
general, era un tratamiento bien establecido para la depresión infantil. Además,
los grupos de TCC solo con niños y con niños y padres también se consideraron
como modalidades de tratamiento bien establecidos. La terapia conductual
igualmente se catalogó como un tratamiento probablemente eficaz para la
depresión infantil fuera de los paquetes de TCC multicomponente (Kahn, Kehle,
Jenson y Clark, 1990; King y Kirschenbaum, 1990; Stark et al., 1987). En el caso
de la depresión adolescente, David–Ferdon y Kaslow (2008) concluyeron que la
TCC era también un enfoque teórico bien establecido, con 14 estudios válidos
que apuntaban a un apoyo suficiente de la TCC en distintos subgrupos
poblacionales (Rosselló y Bernal, 1999) y con diferentes características clínicas
(p.ej., con un elevada comorbilidad; Rohde, Clarke, Mace, Jorgensen y Seeley,
2004), a través de estrictos estudios comparativos (p.ej., comparándola con
tratamientos alternativos; Brent et al., 1997) y múltiples equipos de investigación
independientes. La IPT también alcanzó el nivel de tratamiento bien establecido,
con apoyos sólidos, aunque más pequeños en cuatro ensayos aleatorizados
realizados por dos equipos de investigación independientes que examinaron 3
programas específicos de IPT (IPT–A, Mufson, Weissman, Moreau y Garfinkel,
1999; Mufson, et al., 2004; IPT–AST, Young, Mufson y Davies, 2006; IPT
adaptada culturalmente, Rosselló y Bernal, 1999).

Si bien inicialmente los estudios en este campo arrojaron tamaños del efecto
espectaculares (p.ej., d de Cohen= 1,02 en Reinecke, Ryan y DuBois, 1998; d =
1,27 en Lewinsohn y Clarke, 1999), varios metaanálisis tanto con población
infanto–juvenil (p.ej., Weisz, McCarty, y Valeri, 2006) como con adultos (p.ej.,
Johnson y Fribourg, 2015) han rebajado estas expectativas, sugiriendo tamaños
del efecto bastante más modestos. De hecho, los valores encontrados en los

11
últimos años situarían los efectos de los tratamientos para la depresión en la
infancia y adolescencia entre los menos espectaculares de toda la literatura
científica sobre tratamientos psicológicos con apoyo empírico. Por ejemplo,
Weizs et al. (2019) señalan un tamaño del efecto postratamiento con la g de
Hedges de 0,30 [95% IC = 0,20–0,39; t(222) = 6,27; p < 0,001]. En adolescentes,
esta reducción en parte podría deberse a la mayor acumulación de datos en este
segmento de edad y a los notorios avances en la calidad metodológica de los
estudios, incluyendo condiciones activas de control (p.ej., terapia de apoyo;
Brent et al., 1997) y muestras clínicamente más graves (p.ej., con un trastorno
de la conducta comórbido; Rohde et al., 2004).

Estas hipótesis encajarían con los resultados encontrados en el mayor


ensayo clínico sobre depresión adolescente realizado hasta la fecha: el Estudio
sobre Tratamiento de Adolescentes con Depresión (TADS, 2004). El ensayo
TADS examinó los resultados de varios tratamientos para adolescentes con
depresión mayor persistente. Los tratamientos que se compararon en este
ensayo fueron la TCC como intervención independiente, la medicación
antidepresiva independiente con fluoxetina, un inhibidor selectivo de la
recaptación de la serotonina (ISRS), la combinación de TCC y fluoxetina, y de
un placebo (pastilla de azúcar). Contrariamente a las hipótesis de los
investigadores, con la muestra (clínicamente grave) y diseño (grupo control con
placebo) utilizados, la TCC independiente obtuvo unos resultados
inesperadamente bajos, con efectos en muchos análisis similares a los obtenidos
por el grupo placebo. El tratamiento solo con TCC registró una tasa de respuesta
sustancialmente inferior a la obtenida en los ensayos previos. Se ha discutido
que las características del manual de tratamiento del ensayo TADS y su diseño
podrían haber contribuido a este mal resultado de la TCC (véase p.ej., Weersing,
Rozenman y González, 2009). No obstante, el tratamiento combinado (TCC +
fluoxetina) obtuvo buenos resultados, lo cual proporciona un cierto apoyo
conceptual al tratamiento psicológico con TCC. Pero no cabe duda de que los
hallazgos del ensayo TADS han causado un gran impacto en la comunidad
científica.

12
Paralelamente, es conveniente recordar, aunque no sea objeto de este
capítulo, que la literatura sobre los efectos de la medicación antidepresiva en
adolescentes ha seguido una trayectoria similar a la TCC, con unas altas
expectativas iniciales que progresivamente, con estudios posteriores mejor
diseñados, se han ido diluyendo. Por ejemplo, varios trabajos han cuestionado
el valor clínico y el perfil de seguridad de los antidepresivos (Le Noury et al.,
2015; Boaden, Tomlinson, Cortese, y Cipriani, 2020). Adicionalmente, varios
metaanálisis han destacado su pobre respuesta en muestras clínicamente más
graves y sus bajos tamaños del efecto (p.ej., d = 0,51; 95% IC = 0.99−0.03 en
Brent, Gibbons, Wilkinson, y Dubicka, 2018).

4.1. Terapia cognitivo–conductual

Aunque dentro de la TCC existe una gran disparidad de técnicas y protocolos


para el tratamiento de la depresión, podemos considerar de forma general que
este tipo de intervenciones pretenden enseñar habilidades cognitivas y
comportamentales que permitan a los niños y adolescentes deprimidos
desarrollar creencias más positivas sobre sí mismos, los demás y el mundo. Para
ello, por ejemplo, es común el uso de la reestructuración cognitiva. Esta técnica
busca dos objetivos inmediatos:

(1) Identificar y modificar los pensamientos erróneos y las conductas


inadecuadas concomitantes.
(2) Reconocer y reemplazar los patrones cognitivos que producen estas
ideas y conductas adaptativas.

El número de sesiones de una TCC estándar suele oscilar entre 8 y 16


sesiones, dependiendo de la gravedad y características de cada caso.

La tabla 2 resume el estatus empírico actual de los tratamientos psicológicos


para la depresión en niños (rango de edad entre los 5 y 11 años). Una revisión
reciente de Weersing et al. (2017) ha concluido que la TCC, considerada de
forma general, es efectiva en niños con depresión clínicamente significativa. Sin
embargo, y en línea con lo que concluyen estos autores, los apoyos actuales de
la TCC para el tratamiento de la depresión en este segmento de la población

13
solo cumple criterios para una recomendación de nivel C, es decir, de un
tratamiento posiblemente eficaz. Esta catalogación supone un claro retroceso
con respecto a la de David–Ferdon y Kaslow (2008), quienes valoraron la TCC
como un tratamiento bien establecido para la depresión infantil. Este descenso
se debe principalmente al uso de unos criterios metodológicos más rigurosos
para juzgar los ensayos y, en concreto, a la inclusión de los estudios con
hallazgos nulos previamente excluidos, así como a la exclusión de otros
anteriormente incluidos con muestras subclínicas en los que la TCC obtuvo
grandes tamaños del efecto. De forma general, la TCC ha demostrado ser
efectiva frente a grupos de control de lista de espera, pero este hallazgo no ha
sido replicado con claridad por equipos de investigación independientes y sin
conflictos de interés. La TCC no obtiene el grado de recomendación A ni B
porque sus efectos no han podido compararse estadísticamente con una
condición activa de control o con un tratamiento alternativo con apoyo empírico
para la depresión infantil. Además, el patrón de efectos de la TCC es
significativamente variable intra e interestudios.

La TCC en formato individual en niños se considera un tratamiento con


recomendación D (en fase experimental) por su patrón de resultados mixtos.
Para poder demostrar de forma fiable y consistente que la TCC es un tratamiento
superior a un grupo de control activo es prioritario desarrollar más estudios (p.ej.,
Weersing et al., 2017).

La TCC en formato grupal cumple actualmente los criterios de


recomendación C (tratamiento posiblemente eficaz). Aunque David–Ferdon y
Kaslow (2008) consideraron que la TCC grupal cumplía criterios de
recomendación A (tratamiento bien establecido) para la depresión infantil, de
nuevo la exclusión de los ensayos clínicos con muestras de niños con síntomas
subclínicos ha reducido considerablemente sus efectos. No obstante, parece que
la TCC grupal es más prometedora que la TCC individual en este segmento de
edad (Weersing et al., 2017).

La TCC teleasistidia por ordenador en depresión infantil cumple actualmente


criterios para un grado de recomendación C (tratamiento posiblemente eficaz),

14
habiendo demostrado únicamente un efecto superior a una condición de control
(TCC individual presencial) en un solo ensayo (Nelson et al., 2003).

Tabla 2. Resumen del estatus actual de evidencia para los tratamientos de la


depresión infantil (5-11 años).

Tratamiento Nivel de Grado de Grado de Estudio(s)


evidencia recomendación recomendación
GPC APA
TCC general 2+ C Posiblemente Vostanis et al.
eficaz (1996a,b, 1998),
Weisz et al. (2009),
De Cuyper et al.
(2004), Liddle y
Spence (1990),
Nelson, Barnard y
Cain (2003), Stark et
al. (1987)
TCC grupal 2+ C Posiblemente Kahn et al. (1990), De
eficaz Cuyper et al. (2004),
Liddle y Spence
(1990), Stark et al.
(1987)
TCC 2+ C Posiblemente Nelson et al. (2003)
teleasistida eficaz
Terapia de 2+ C Posiblemente Kahn et al. (1990),
conducta eficaz Stark et al. (1987)
TCC individual 2- D En fase Vostanis et al.
experimental (1996a,b, 1998),
Weisz et al. (2009)
Terapia 2- D En fase Trowell et al. (2007)
psicodinámica experimental
Terapia 2- D En fase
familiar experimental

15
TCC: terapia cognitivo–conductual.

La tabla 3 sintetiza el grado de apoyo empírico actual para los tratamientos


psicológicos en depresión adolescente (rango de edad de los 11 a los 18 años).
En adolescentes, el estatus actual de la TCC entendida de forma general, tanto
en formato grupal como individual, cumple criterios de un grado de
recomendación A (tratamiento bien establecido). Los hallazgos positivos de la
TCC superan a los resultados nulos, sus efectos favorables se han replicado por
distintos equipos de investigación independientes y ha superado a grupos de
control activos y a tratamientos alternativos en muchos (aunque no en todos) los
estudios.

La TCC individual parece ser actualmente un tratamiento con un grado de


recomendación A (bien establecido) para adolescentes con depresión. La
literatura disponible arroja resultados positivos replicados por equipos
independientes que apoyan su superioridad frente a grupos de control activos o
tratamientos alternativos (p.ej., terapia familiar, terapia de apoyo no directiva).
Igualmente se ha demostrado su equivalencia potencial con otras intervenciones
bien establecidas para depresión adolescente (p.ej., la IPT–A) en estudios
independientes (Weersing et al., 2017).

La TCC grupal puede considerarse en la actualidad un tratamiento con un


grado de recomendación A (bien establecido) para adolescentes deprimidos. La
TCC en grupo ha demostrado consistentemente ser superior a condiciones de
control activas y potencialmente equivalente a tratamientos alternativos efectivos
en depresión adolescente (p.ej., la IPT–A) en ensayos independientes.

La TCC teleasistidia en el momento actual es aún un tratamiento con un


grado de recomendación D (en fase experimental) debido a que solo un ensayo
con condiciones metodológicas óptimas ha investigado sus efectos (Merry et al.,
2012).

Por último, la TCC administrada mediante bibliografía se considera un


tratamiento con un grado de recomendación C (posiblemente eficaz). Un ensayo
clínico ha encontrado que la TCC en este formato es superior a un grupo control

16
de lista de espera (Ackerson et al., 1998). Otro de Stice et al. (2008), concluyó
que la biblioterapia no fue superior a un grupo control de solo evaluación al
finalizar la intervención, aunque sus efectos se mantuvieron a los 6 meses de
seguimiento.

Tabla 3. Resumen del estatus actual de evidencia para los tratamientos de la


depresión en adolescentes (11-18 años).

Tratamiento Nivel de Grado de Grado de Estudio(s)


evidencia recomendación recomendación
GPC APA
TCC general 1++ A Bien establecido Brent et al. (2008), Emslie et
TCC 1++ A Bien establecido al. (2010), Vitiello et al.
individual (2011), Kerfoot et al. (2004),
TCC grupal 1++ A Bien establecido Merry et al. (2012),
Richardson et al. (2014),
Shirk et al. (2014), Szigethy
et al. (2014), Dobson et al.
(2010), Rohde et al. (2014),
Stallard et al. (2012), Stice
et al. (2008, 2010),
Wijnhoven et al. (2014)
IPT general 1++ A Bien establecido Rosselló, Bernal y Rivera-
IPT 1++ A Bien establecido Medina (2008)
individual Young, Mufson y Gallop
IPT grupal 1- B Probablemente (2010)
eficaz
Biblioterapia 2+ C Posiblemente Ackerson et al. (1998)
TCC eficaz Stice et al. (2008)
Terapia 2+ C Posiblemente Diamond et al. (2010)
familiar eficaz
TCC asistida 3 D En fase Merry et al. (2012)
por experimental
tecnología

17
TCC: terapia cognitivo–conductual; IPT: psicoterapia interpersonal.

4.2. Terapia conductual

La terapia conductual pretende fundamentalmente aumentar las


posibilidades de obtener refuerzo positivo del niño o adolescente deprimido
aumentando su nivel de actividad y mejorando sus relaciones interpersonales.
En algunos casos, además, se pretende identificar los procesos que inhiben la
activación, disminuir la evitación y desarrollar habilidades para la resolución de
problemas. El objetivo es que el individuo vaya aumentando progresivamente las
actividades más placenteras que mejoren su estado de ánimo. La duración de
un tratamiento conductual estándar es de entre 8 a 24 sesiones.

La revisión de David–Ferdon y Kaslow (2008) calificó la terapia conductual


como un tratamiento con un grado de recomendación B (probablemente eficaz)
para la depresión infantil. Esta conclusión partió del análisis de los datos de tres
ensayos (Kahn et al., 1990; King y Kirschenbaum, 1990; Stark et al., 1987). Casi
una década después, Weersing et al. (2017) no identificaron nuevos ensayos de
calidad metodológica suficiente como para poder corroborar los efectos de la
terapia conductual en depresión infantil. Uno de los tres ensayos incluidos
previamente (King y Kirschenbaum, 1990) fue de hecho excluido y los dos
restantes (Kahn et al., 1990; Stark et al., 1987) tampoco han permitido replicar
los efectos de la terapia de conducta por equipos de investigación
independientes debido a la alta heterogeneidad de los protocolos de tratamiento.
Por lo tanto, con los datos disponibles, la terapia conductual cumple criterios de
un tratamiento con recomendación C (posiblemente eficaz). Cabe destacar, en
cualquier caso, la alta consistencia teórica de los programas conductuales
examinados, basándose todos ellos en principios conductuales contrastados del
cambio (frente a otros mecanismos hipotéticos alternativos), lo que apoya la
decisión de evaluar conjuntamente estos enfoques como una modalidad única y
amplia de tratamiento.

4.3. Psicoterapia Interpersonal

18
La IPT (Weissman et al., 2000, 2004) es un tratamiento focalizado en el
abordaje de las dificultades relacionadas con pérdidas (duelos complejos),
conflictos (disputas interpersonales), cambios (transiciones vitales) o carencias
en las relaciones con los demás (déficit interpersonal) que pueden dar origen o
mantener la depresión. Esta terapia se centra fundamentalmente en el alivio de
los síntomas y la superación de los conflictos interpersonales. La IPT hace uso
de estrategias conductuales como la resolución de problemas y el entrenamiento
de habilidades sociales. Su duración se estima entre 12-16 sesiones en los casos
más graves y entre 3-8 sesiones en los menos graves.

Los efectos positivos de la IPT en población adolescente con depresión,


entendiendo la IPT de forma general y en formato individual, han sido
confirmados por 6 ensayos llevados a cabo por dos equipos de investigación
independientes. Este patrón de resultados implica que actualmente la IPT puede
considerarse como un tratamiento con un grado de recomendación A (bien
establecido) para la depresión adolescente. Los efectos de esta modalidad de
intervención han sido sistemáticamente superiores a grupos de control activos y
sus tamaños del efecto han sido similares a los de la TCC, tratamiento bien
establecido para la depresión en adolescentes (p.ej., d = 0,36 en Rosselló et al.,
2008).

La IPT en formato grupal ha sido examinada por tres ensayos clínicos con
adolescentes deprimidos. Uno de ellos ya fue incluido en la revisión de David–
Ferdon y Kaslow en 2008 (Young, Mufson, y Davies, 2006) y dos ensayos han
sido publicados posteriormente (Rosselló et al., 2008; Young, Mufson, y Gallop,
2010). De estos tres ensayos, dos encontraron efectos positivos de la IPT grupal
frente al counselling escolar para adolescentes con síntomas depresivos
elevados (Young et al., 2006; Young et al., 2010). El tercer ensayo no encontró
diferencias estadísticamente significativas entre las versiones individuales y
grupales de la IPT y la TCC (Rosselló et al., 2008) en jóvenes clínicamente
deprimidos. Estos hallazgos son difíciles de interpretar debido a que los cuatro
tratamientos obtuvieron unas tasas de respuesta similares y dentro de los rangos
previamente descritos en la literatura para la TCC individual y la IPT individual.
Esta constatación podría interpretarse como un apoyo a la equivalencia potencial

19
de la IPT grupal frente a otros tratamientos bien establecidos para la depresión
juvenil. Sin embargo, la IPT grupal de momento solo cumple los criterios de un
tratamiento con recomendación B (probablemente eficaz) ya que los dos
estudios que demuestran su efectividad han sido realizados por el mismo equipo
de investigación.

4.4. Terapia familiar

Hasta la fecha, cinco ensayos clínicos con una buena metodología han
examinado la efectividad de los tratamientos familiares para la depresión en
adolescentes. Dos ensayos encontraron efectos significativamente superiores de
este tipo de intervenciones frente a un grupo control (Diamond, Reis, Diamond,
Siqueland, y Isaacs, 2002; Diamond et al., 2010). Otros dos ensayos, por el
contrario, no encontraron diferencias significativas entre los grupos de
tratamiento y control (Rohde et al., 2014; Sanford et al., 2006). Por último, otra
investigación halló que la terapia familiar era significativamente inferior a la TCC
y no pudo diferenciarse de la terapia no directiva de apoyo (Brent et al., 1997).

Al igual que ocurre con la terapia conductual, la interpretación de los


resultados de esta modalidad de tratamiento es espinosa por la gran diversidad
de intervenciones familiares, con tratamientos que incluyen desde la
psicoeducación familiar complementaria (Sanford et al., 2006) hasta cursos
completos de terapia familiar (Brent et al., 1997; Rohde et al., 2014). Además,
dentro de este grupo solo la terapia familiar centrada en el apego ha sido
investigada en más de un ensayo, pero por el mismo equipo de investigación
(Diamond et al., 2002; Diamond et al., 2010). Al existir una gran diversidad de
protocolos de intervención familiar, resulta difícil hacer generalizaciones con
respecto a la eficacia superior de un enfoque u otro de tratamiento. En cualquier
caso, los cinco ensayos disponibles llevan a cabo intervenciones focalizadas en
modelos de proceso del cambio familiar (frente a, por ejemplo, los tratamientos
cognitivo-conductuales que incluyen sesiones familiares complementarias). En
suma, parece que los datos disponibles hasta la fecha apoyan la consideración
de los tratamientos basados en la familia como un tratamiento con
recomendación C (posiblemente eficaz). Es relevante destacar que, si solo se
analizan los dos ensayos positivos que utilizan la terapia familiar centrada en el

20
apego, este modelo cumpliría los criterios de recomendación B (probablemente
eficaz) para la depresión en adolescentes.

4.5. Otros tratamientos psicológicos

Un ensayo clínico aleatorizado desarrollado por Trowell et al. (2007) comparó


los efectos de una terapia psicodinámica individual y la terapia familiar en
jóvenes deprimidos entre 9-15 años. Los resultados obtenidos fueron ambiguos,
demostrándose en ambos grupos un cambio significativo desde el inicio sin
diferencias estadísticamente significativas en el postratamiento en términos de
recuperación diagnóstica. Los participantes demostraron, además, un patrón de
efectos mixto en todas las variables dimensionales. A los 6 meses de
seguimiento, la terapia psicodinámica individual demostró una tasa de respuesta
marginalmente superior para los síntomas clínicos de la depresión mayor, pero
no para el nivel de funcionalidad. Los autores concluyeron que ambos
tratamientos eran efectivos con respecto al estado clínico basal; sin embargo, el
diseño del estudio no puede descartar que se hubiera producido una remisión
natural como explicación alternativa. Por ello, tanto la terapia psicodinámica
individual como la terapia familiar para el tratamiento de la depresión infantil
tienen un grado de recomendación D (en fase experimental), con datos de una
única investigación.

5. Consideraciones generales sobre los tratamientos psicológicos en


depresión en la infancia y adolescencia

5.1. Estabilidad del cambio

De forma general, la literatura disponible sugiere una estabilidad débil de los


efectos específicos asociados a los tratamientos psicológicos con respecto a los
síntomas depresivos a lo largo del tiempo. Este efecto parece deberse, en gran
parte, a las altas tasas de remisión espontánea en los grupos control de los
ensayos y a la propia naturaleza episódica de los trastornos depresivos (p.ej.,
Kovacs, 1996).

Por el contrario, los estudios de prevención con jóvenes con síntomas


depresivos subclínicos elevados apuntan a un perfil más prometedor de los

21
tratamientos disponibles a largo plazo. En estas investigaciones, los jóvenes
seleccionados presentan síntomas depresivos significativos, pero sin llegar a
cumplir criterios diagnósticos completos para un trastorno. Las intervenciones
psicológicas en este tipo de estudios han demostrado ser bastante exitosas para
reducir el impacto negativo de los síntomas a largo plazo.

5.2. Predictores, moderadores y mediadores del cambio

A continuación, se revisan los principales predictores, moderadores y


mediadores del cambio detectados en la literatura que examina los tratamientos
psicológicos para la depresión infanto-juvenil. A nivel clínico, los predictores
sirven como variables de pronóstico general. La identificación de predictores,
además, tiene el potencial de señalar nuevas dianas terapéuticas más allá de las
intervenciones actuales disponibles. Los moderadores, por el contrario, se
consideran variables de referencia vinculadas con la respuesta diferencial a los
tratamientos; conocer los moderadores es útil para la toma de decisiones clínicas
sobre a quién debe proporcionarse una intervención. Los moderadores del
cambio también pueden resultar muy útiles para el desarrollo de los tratamientos
al identificar áreas de mejora en los supuestos mecanismos del cambio de una
intervención. Finalmente, los mediadores se consideran pruebas indirectas de
las hipótesis causales subyacentes a los modelos de intervención (p.ej., dentro
de la TCC, se considera que el cambio en el estilo cognitivo negativo provoca
cambios en los síntomas depresivos). Los resultados de los análisis de
mediación pueden guiar los esfuerzos dirigidos a refinar y fortalecer los
tratamientos.

5.2.1. Predictores del cambio.

Los factores sociodemográficos no parecen jugar un papel relevante en la


respuesta potencial a los tratamientos psicológicos para la depresión en la
infancia y adolescencia. Esta conclusión, no obstante, debe tomarse con
bastante cautela debido a las importantes restricciones a este nivel de las
muestras de los estudios revisados. Por ejemplo, ningún estudio ha examinado
todavía los efectos de la edad en la efectividad de los tratamientos. Solo un
estudio con adolescentes deprimidos ha analizado la influencia de diversos

22
rangos de edad en la respuesta psicoterapéutica en depresión, encontrando que
la efectividad parece disminuir a medida que aumenta la edad (Curry et al.,
2006). Del mismo modo, la mayoría de los estudios no incluyen muestras
significativas de jóvenes provenientes de minorías étnicas y raciales, lo que limita
establecer conclusiones sobre sus efectos.

La gravedad clínica y el estrés vital sí parecen relacionarse de forma fiable


con el resultado. De estos factores, los que parecen predecir de manera más
consistente un peor resultado de los tratamientos son la presencia de:

- Niveles más altos de sintomatología depresiva.


- Un mal funcionamiento global.
- Un mayor riesgo suicida.
- Ansiedad comórbida.
- Distorsiones cognitivas.
- Desesperanza.
- Conflictos familiares.

5.2.2. Moderadores del cambio.

En los estudios que investigan la efectividad de la TCC, los factores


sociodemográficos en su conjunto tampoco parecen moderar los efectos de los
tratamientos. Solo un ensayo parece sugerir que, a mayor edad, más eficacia de
la TCC (Asarnow et al., 2009). A nivel clínico, la TCC se ha sugerido que podría
ser igual o más efectiva cuando existen otros trastornos comórbidos, con la
excepción de los trastornos por abuso de sustancias. Este efecto principalmente
se ha observado con los trastornos de ansiedad. Una explicación podría
encontrarse en el hecho de que tanto la depresión como la ansiedad parecen
compartir procesos psicopatológicos subyacentes comunes que son abordados
de forma transdiagnóstica en la TCC (Garber y Weersing, 2010). Por el contrario,
la TCC se ha visto que es menos efectiva cuando existen factores vitales
estresantes significativos, como la presencia de depresión materna en el
momento del tratamiento (Brent et al., 1998).

23
La exposición a situaciones potencialmente traumáticas parece actuar como
un moderador significativo. En general, los datos disponibles apuntan a que la
TCC es efectiva para el tratamiento de jóvenes con depresión e historia de
traumas, salvo que exista abuso de sustancias (Asarnow et al., 2009; Barbe et
al., 2004; Shamseddeen et al., 2011). Sin embargo, las tasas de respuesta de la
TCC parecen ser comparativamente inferiores en jóvenes expuestos a traumas
interpersonales (Shirk et al., 2014). La historia de abusos sexuales parece estar
consistentemente asociada con una peor respuesta de la TCC (Lewis et al.,
2010; Shamseddeen et al., 2011). Todavía no está claro el mecanismo a través
del cual el trauma actúa como moderador; algunas hipótesis apuntan a que es
su impacto negativo en la relación terapéutica o en el compromiso con las tareas
de la terapia. Otras hipótesis, sin embargo, han planteado que es el deterioro en
el funcionamiento ejecutivo (secundario al trauma) lo que interfiere en la
aceptación de las intervenciones cognitivas.

En el caso de la IPT, aunque se ha acumulado evidencia suficiente de su


efectividad para el tratamiento de la depresión en la adolescencia, se dispone
todavía de poca información sobre sus posibles moderadores. Al igual que la
TCC, la IPT parece ser más efectiva en adolescentes de mayor edad; sin
embargo, la generalización de este hallazgo a través de diferentes factores
sociodemográficos específicos sigue siendo desconocida. Como moderadores
clínicos, únicamente se ha investigado la gravedad de los síntomas depresivos
y la presencia de ansiedad comórbida, con resultados heterogéneos en todos los
estudios. El aumento de datos sobre la solidez de la IPT controlando estos y
otros factores consideramos que resulta esencial para la promoción y
generalización de este tratamiento como opción de primera línea para la
depresión en adolescentes. Por último, cabe mencionar que se han encontrado
algunos datos contradictorios sobre el impacto de varias variables
interpersonales en la respuesta de la IPT. Por ejemplo, un mal funcionamiento
social y un aumento de los conflictos intrafamiliares parecen pronosticar una peor
respuesta de la IPT; sin embargo, estas variables también parecen funcionar
como moderadores del resultado. El efecto positivo de la IPT podría ser
particularmente importante entre adolescentes con conflictos graves con sus
padres y dificultades de relación con sus iguales (Gunlicks–Stoessel et al., 2010).

24
5.2.3. Mediadores del cambio.

Con respecto a las posibles variables mediadoras entre los tratamientos y sus
resultados, la literatura disponible es, como en los casos anteriores, limitada. El
cambio cognitivo y conductual parece relacionarse con el cambio de los síntomas
depresivos, pero estos hallazgos no son consistentes en todos los estudios ni
con todos los instrumentos de medida de proceso utilizados. En un ensayo con
biblioterapia cognitiva para adolescentes con depresión leve en atención
primaria, Ackerson et al. (1998) encontraron que fue el cambio en las actitudes
disfuncionales y no en los pensamientos negativos automáticos lo que medió
significativamente en los efectos de la intervención. Sin embargo, este efecto
solo se constató cuando eran los propios jóvenes los que informaban sus
síntomas depresivos y no cuando eran valorados por calificadores externos
mediante entrevista. Por el contrario, en un análisis secundario que examinó el
proceso y resultado de la TCC en jóvenes con depresión y trastorno de conducta
comórbido, Kaufman et al. (2005) no encontraron efectos significativos para las
actitudes disfuncionales y sí efectos pequeños pero significativos en el
Cuestionario de Pensamientos Negativos Automáticos (Hollon y Kendall, 1980).
Kaufman et al. (2005) observaron, además, que los adolescentes deprimidos
mejoraron su participación en actividades agradables tanto con la TCC como con
una intervención de tutoría de habilidades para la vida. Este resultado parece
contradecir la hipótesis de que la activación conductual es una variable
mediadora en los tratamientos psicológicos efectivos para la depresión.

Por el contrario, Stice et al. (2010) encontraron un efecto mediador superior


del cambio cognitivo y conductual en la prevención indicada de la depresión con
adolescentes con síntomas subclínicos. En este ensayo, el programa de
prevención cognitivo-conductual redujo significativamente las puntuaciones de
sintomatología depresiva frente al grupo de control, la terapia de apoyo y la
biblioterapia. La reducción de los pensamientos negativos automáticos y una
mayor participación en actividades agradables mediaron estadísticamente los
efectos de la TCC. Sin embargo, las puntuaciones obtenidas a mitad del ensayo
parecieron sugerir que los cambios en los síntomas precedían temporalmente a
los cambios cognitivo-conductuales; además, la condición TCC también afectó

25
significativamente a otros mediadores específicamente diseñados para las
condiciones de control y terapia de apoyo, lo que cuestiona que la TCC
únicamente altere procesos de tipo cognitivo-conductual.

En el ensayo TADS, el estilo cognitivo (específicamente, el perfeccionismo)


medió en los efectos estadísticamente superiores del tratamiento combinado
(TCC + fluoxetina) frente a la TCC sola y al placebo en los síntomas depresivos
calificados por un entrevistador experto (Jacobs et al., 2009). Aunque este
hallazgo es consistente con la hipótesis que sugiere un papel mediador del
cambio cognitivo en los efectos de la TCC, esta conclusión se ve debilitada por,
al menos, dos elementos:

(a) Los pobres efectos generales de la TCC tanto en los análisis de resultado
como de mediación.
(b) La escasa evidencia de que el cambio cognitivo preceda a los cambios en
los síntomas depresivos.

Dentro del ensayo TADS, Lewis et al. (2009) también examinaron los cambios
en factores motivacionales como posibles mediadores del resultado. En sus
análisis, los cambios en la disposición autoinformada para la acción al inicio del
estudio y a mitad de tratamiento fueron significativamente superiores para los
jóvenes que recibieron el tratamiento combinado (TCC + fluoxetina) y la TCC
sola en comparación con los grupos que solo recibieron medicación o placebo.
El cambio en la disposición para la acción medió parcialmente entre los efectos
del tratamiento combinado y los síntomas depresivos en el postratamiento. Al
igual que Jacobs et al. (2009), estos autores concluyeron que el cambio temporal
entre la orientación a la acción y los síntomas depresivos no quedaba claro.

Un nuevo análisis de Kolko et al. (2000) con los datos del ensayo comparativo
de Brent et al. (1997) –con la TCC, la terapia familiar y la terapia de apoyo–
intentó probar el efecto mediador de los errores cognitivos negativos (Yost y
Carroll–Wilson, 1986) en la depresión juvenil. Sin embargo, la falta de
información sobre las medidas de los mediadores y los resultados comprometió
el poder estadístico del estudio por lo que los análisis de mediación se
paralizaron por la falta de un efecto primario del tratamiento sobre los síntomas

26
depresivos (el ensayo principal encontró efectos significativos que favorecían a
la TCC frente a tratamientos alternativos). Al igual que Stice et al. (2010), Kolko
et al. (2009) también observaron efectos inespecíficos de la TCC. Si bien los
análisis de mediación no se llegaron a completar, el estilo cognitivo obtuvo un
efecto específico superior en la TCC frente a la terapia familiar y la de apoyo. No
obstante, el conflicto conyugal y el control parental del comportamiento también
demostraron efectos significativos en la TCC a pesar de ser factores
teóricamente diseñados para la terapia familiar.

Con respecto a los mecanismos de acción de la IPT y las terapias familiares,


aún es necesario recopilar más evidencia empírica para llegar a conclusiones
concluyentes a este nivel. Muchos ensayos con estas modalidades de
tratamiento han incluido medidas de proceso, como el funcionamiento
interpersonal, que bien pueden funcionar como mediadores. Sin embargo, estas
medidas solo se han utilizado como variables de resultado postratamiento y no
para análisis estadísticos de mediación. En general, parece que tanto la IPT
como la terapia familiar tienen un impacto significativo en las variables
interpersonales y familiares al finalizar el tratamiento (para una revisión sobre
este tema, véase Weersing, Rozenman, y Gonzalez, 2009), aunque no está claro
si estos efectos son específicos o si el cambio ocurre como resultado de un
cambio en los síntomas depresivos.

6. Recomendaciones y directrices

Existen múltiples guías de práctica clínica y recomendaciones para el


abordaje de la depresión infanto-juvenil. La tabla 4 resume las principales
directrices de la guía NICE (2019) para la intervención con niños y jóvenes entre
los 5 y 18 años que presentan depresión moderada-grave.

Tabla 4. Recomendaciones NICE (2019) para el abordaje de la depresión


moderada-grave en niños y jóvenes entre 5-18 años.

Los menores de edad que presenten signos y síntomas compatibles con un


diagnóstico de trastorno depresivo entre moderado y grave se recomienda que
sean evaluados por una Unidad de Salud Mental Infanto-Juvenil (USMIJ)

27
multidisciplinar. En España, las USMIJ forman parte del Sistema Nacional de
Salud y su acceso, por regla general, depende de atención primaria siendo el
pediatra o médico de atención primaria quien plantea la interconsulta o
derivación a la USMIJ.
Una vez establecido e informado el diagnóstico al menor y sus familiares o
cuidadores (según corresponda), es necesario discutir la elección del
tratamiento con ellos. Esto supone explicar:

▪ Lo que implica cada opción psicoterapéutica.


▪ Los datos empíricos disponibles para cada grupo de edad,
incluyendo la evidencia limitada entre los 5-11 años.
▪ Cómo los tratamientos psicológicos pueden satisfacer las
necesidades, preferencias y valores individuales en cada caso.

La elección del tratamiento se recomienda que se lleve a cabo a través de:

▪ Una evaluación completa de las necesidades de cada caso,


incluyendo las circunstancias del menor y de sus familiares o
cuidadores.
▪ La historia clínica, personal y social del menor y su entorno, así
como la presentación específica del trastorno en su caso.
▪ La madurez y nivel de desarrollo del menor.
▪ El contexto en el que debe proporcionarse el tratamiento.
▪ El patrón de posibles comorbilidades, trastornos del
neurodesarrollo, necesidades de comunicación (idioma,
discapacidad sensorial) y trastornos del aprendizaje.
▪ Las preferencias y valores del menor y de sus cuidadores, según
corresponda.

En los casos de menores entre 5-11 años con un trastorno depresivo


moderado-grave, se recomienda considerar las siguientes opciones
psicoterapéuticas adaptadas al nivel de desarrollo del menor:

▪ IPT familiar.

28
▪ Terapia familiar (tratamiento centrado en la familia para la depresión
infantil y sistemas de terapia familiar integrativa).
▪ Psicoterapia de orientación psicodinámica.
▪ TCC individual.

En los casos de menores entre 12-18 años con un trastorno depresivo


moderado-grave, se recomienda ofrecer TCC individual durante al menos 3
meses.
Si la TCC individual no fuera suficiente para satisfacer las necesidades clínicas
de un menor entre 12-18 años con un trastorno depresivo moderado-grave o
no esta opción de tratamiento no se valorase adecuada, se recomienda
considerar las siguientes alternativas:

▪ IPT-A.
▪ Terapia familiar (focalizada en el apego o de orientación sistémica).
▪ Intervención psicosocial breve.
▪ Psicoterapia de orientación psicodinámica.

TCC: terapia cognitivo–conductual; IPT: psicoterapia interpersonal.

7. Conclusiones

A la luz de los datos revisados en el presente capítulo, podemos concluir que


la TCC continúa siendo el modelo de tratamiento con mayor apoyo empírico para
la depresión infanto-juvenil. No obstante, en el rango de edad entre los 5-11
años, la cantidad y calidad de la evidencia siguen siendo muy inferior a la
disponible para las intervenciones con adolescentes. En este rango de edad,
además de escasa, la literatura disponible es metodológicamente más débil y
sus resultados notablemente más pobres que en la depresión adolescente. La
mayor dependencia de los niños más pequeños con depresión respecto de sus
cuidadores hace pensar en la necesidad de que los tratamientos efectivos en
esta etapa del desarrollo requieran de un importante trabajo con los padres. Sin
embargo, los modelos basados en la familia no han tenido una sólida trayectoria
de investigación en la literatura, con la excepción de la terapia familiar centrada
en el apego para adolescentes.
29
En el ámbito de la prevención de la depresión durante la infancia y la
adolescencia, la literatura apunta al papel prioritario de los padres y la escuela
para un abordaje efectivo. En el contexto escolar, aunque se puede prevenir la
depresión a través de programas educativos con apoyo empírico (para una
revisión, véase p.ej. Mendelson y Tandon, 2016), la familia es determinante para
el desarrollo, mantenimiento, prevención y tratamiento de la depresión infantil.
Por ello, en la prevención es igualmente necesaria la orientación a los padres,
tanto sobre pautas de crianza parental que favorezcan un desarrollo adecuado,
como sobre pautas de afrontamiento cuando la depresión está ya presente.

La TCC es claramente el modelo de tratamiento predominante en la literatura.


El predominio de la TCC se basa fundamentalmente en el mayor número de
ensayos clínicos y replicaciones favorables más que en la potencia estadística
de sus resultados individuales. Para ilustrar esta superioridad numérica de la
TCC frente al resto de tratamientos, por ejemplo, la revisión de Weersing et al.
(2017) encuentra 27 ensayos que utilizan la TCC en adolescentes con depresión
frente a 6 ensayos con la IPT. Tal y como concluyen estos autores, aunque la
TCC obtiene el mayor número absoluto de hallazgos positivos replicados en
todos los equipos de investigación, la tasa de respuesta positiva de la IPT es
superior (5/6) frente a la TCC (15/27). La cantidad superior de datos con la TCC
también permite conocer con más detalle las potenciales variables de pronóstico,
moderación y mediación de los tratamientos, lo que a nivel clínico supone una
importante ventaja frente a la IPT.

En cualquier caso, no debe olvidarse que la TCC ha obtenido resultados


bastante pobres en muchos estudios de eficacia que la han comparado con otras
intervenciones comunitarias. En resumen, podemos concluir que la TCC sobre
todo no ha obtenido buenos resultados cuando:

(a) Se ha entrenado a otros profesionales de las unidades de salud mental


que no son psicólogos clínicos (i.e., trabajadores sociales) para
implementar la TCC (Kerfoot et al., 2004).
(b) Se ha comparado su eficacia con el tratamiento habitual de centros
integrales de orientación familiar (Weisz et al., 2009).

30
(c) Se ha implementado en centros de salud como intervención breve
combinada con medicación antidepresiva con ISRS y se comparado con
un tratamiento solo con ISRS (Clarke et al., 2005).
(d) Se ha desarrollado en el Sistema Nacional de Salud del Reino Unido
como tratamiento combinado con medicación antidepresiva y se ha
comparado con un tratamiento solo con ISRS (Goodyer et al., 2008).

La excepción a este preocupante patrón de resultados parece ser el éxito de


la TCC en la depresión adolescente cuando se ha implementado como parte de
un plan de tratamiento colaborativo en atención primaria (Asarnow et al., 2005;
Richardson et al., 2014). Como puede suponerse, el efecto individual de la TCC
en este tipo de paquetes multimodales es difícil de separarse del resto de los
componentes de la intervención. Pero la dificultad a la hora de determinar los
mecanismos de acción de la TCC no es exclusiva de los estudios en atención
primaria. Los datos de la TCC sobre los procesos de mediación son, en el mejor
de los casos, escasos y heterogéneos y aún se sabe muy poco sobre los
procesos cognitivos o conductuales que podrían explicar los efectos de la TCC.
La mala comprensión de los mecanismos del cambio de la TCC es problemática
tanto a nivel teórico como clínico. Para profundizar en este debate remitimos al
lector a excelentes trabajos previos (p.ej., Kazdin y Nock, 2003; Weersing,
Rozenman, y Gonzalez, 2009). En suma, la investigación sobre los mecanismos
de acción del tratamiento para la depresión, incluso en los modelos diferentes a
la TCC, sigue siendo un área crítica de investigación en psicología clínica.

Una limitación importante de la literatura es que las unidades de análisis que


se han utilizado en los ensayos para comparar los efectos de los tratamientos
han sido demasiado heterogéneas: técnicas específicas (p.ej., activación
conductual o reestructuración cognitiva, etc.), modelos de intervención (p.ej.,
sistémico, cognitivo-conductual, conductual) o paquetes integrados de
tratamiento. Por ello creemos que, la próxima generación de investigaciones
sobre el tratamiento de la depresión en la infancia y adolescencia, sería
conveniente caminar hacia una mayor especificidad. No obstante, tampoco
creemos que sea conveniente focalizarse en examinar los resultados de
manuales específicos de tratamiento sino, más bien, investigar el efecto de los

31
factores comunes en los tratamientos efectivos (Norcross y Lambert, 2019;
Norcross y Wampold, 2019), las técnicas y las variables de proceso del cambio
en subtipos más específicos de depresión (por gravedad y complejidad) y por
edades, con un especial énfasis en la investigación en los grupos de menor edad.
Igualmente es necesario poner a prueba la eficacia a largo plazo de los
tratamientos disponibles y sus efectos en la prevención de recaídas. El estudio
de las variables predictoras, mediadoras y moderadoras del cambio también es
una asignatura pendiente.

Por último, a todo lo anterior, debemos añadir la falta de ensayos que


repliquen los hallazgos aquí presentados con población infanto-juvenil española
en el SNS. Esta falta de estudios hace que aún desconozcamos los efectos
reales de los tratamientos psicológicos en depresión en nuestro contexto.

32
Apartado A. En primera persona

Acuden a consulta de Psicología Clínica los padres de una niña de 5 años


derivados a la Unidad de Salud Mental Infanto-Juvenil (USMIJ) por su pediatra
de atención primaria por sospecha de cuadro depresivo en la menor. En una
primera entrevista en octubre de 2020, los padres refieren que, a raíz del
confinamiento domiciliario por covid-19 entre febrero y mayo de ese año, su hija
“ya no es la misma”. El relato de los padres en consulta prosigue del siguiente
modo:

“Julia era una niña alegre, normal, como el resto de las niñas de su edad. Durante
el confinamiento en casa comenzamos a notarla cada vez más irascible y
distante con nosotros. Se enfadaba por cualquier tontería y tenía episodios de
rabia incontrolable y muy prolongados, de hasta 1 hora de duración. Tampoco
parecían interesarle los juegos que siempre le han gustado, incluso rechazaba
ver sus películas favoritas en la TV. El resto del tiempo, Julia se mostraba
distante con nosotros, menos cariñosa de lo habitual. Con el paso de los meses,
la situación no solo no pareció mejorar, sino que los problemas aumentaron.
Cada vez comenzó a pasar más tiempo tumbada en el sofá o en su cama sin
hacer nada, llegando ahora a estar así durante horas sino intervenimos. Por las
noches, no es capaz de dormirse sola y llora continua y desconsoladamente
cuando nos vamos de su habitación. Cuando consigue dormirse, al poco se
despierta llorando porque dice que ha tenido una pesadilla. En una reunión de
urgencia con su profesora del colegio, nos ha dicho que ha visto muy cambiada
a Julia en el inicio de curso, mostrándose desvalida y aislada en clase, sin querer
relacionarse con otros niños. También nos ha dicho que su rendimiento en las
clases ha descendido considerablemente. Ahora tiene mucho miedo a alejarse
de mi [la madre]. Ya no sabemos qué hacer. Al principio pensamos que durante
el verano mejoraría. Luego que lo haría con la vuelta al colegio al poder
relacionarse con sus amigos. Pero nada. De hecho, cada vez la vemos peor. Nos
ha llegado a decir esta semana que desearía dormirse para siempre. Estamos
muy preocupados”.

En consulta, la menor se muestra inhibida, con facies triste y claros signos de


ansiedad de separación de la madre (le coge de la mano con fuerza durante toda

33
la sesión). No mantiene el contacto ocular y su lenguaje es monosilábico (solo
responde con “síes” o “noes”). La menor se ha negado repetidamente a los
ofrecimientos de realizar un dibujo libre o ir a la sala de juegos, permaneciendo
inmóvil en la silla junto a su madre toda la sesión.

34
Apartado B. Caso clínico

Como ya hemos comentado, el tratamiento de la depresión infantil debe ser


integral y hacer un especial énfasis en abarcar todas aquellas áreas que puedan
mejorar el bienestar y la capacidad funcional del menor. Además del diagnóstico
CIE-11 de trastorno depresivo de episodio único, se estableció un diagnóstico de
trastorno de ansiedad por separación. Siguiendo las directrices de la guía NICE
para la depresión infantil, y tras valorar las características específicas del caso
así como las preferencias de la familia, se decide llevar a cabo un tratamiento
intensivo con una terapia familiar centrada en el apego.

En las sesiones de evaluación con el menor y los padres se detectó que, a raíz
del confinamiento por covid-19, los padres –y en especial la madre– presentaban
importantes dificultades para establecer una correcta conexión emocional con
Julia, lo que había provocado importantes cambios en la interacción madre-hija,
transformando ésta en ansiógena y menos gratificante tanto para la madre como
para la menor. Todo ello ha sucedido en un contexto vital de pérdidas sociales
significativas y generalizadas como consecuencia de la pandemia por covid-19.

Como apoyo a las entrevistas con los padres y la menor, en siguientes sesiones
de evaluación se utilizó el dibujo y el juego libres. En el caso del juego se empleó,
además, el Método de Interacción de Marschak (1960) para valorar de forma
estructurada la interacción de ambos padres con la niña. Se pidió
específicamente a los padres que llevaran a cabo una serie de tareas simples
diseñadas para generar comportamientos en varias dimensiones principales del
apego: estructura, cuidado-afecto, implicación-conexión y reto-desafío (Fraser,
2014).

- Estructura: las tareas en esta dimensión permiten evaluar la capacidad de


los padres para dirigir, poner límites, ofrecer un entorno seguro, ordenado y
comprensible a su hijo, así como la disposición del niño para aceptar dicha
estructura.
- Cuidado-afecto: las tareas en esta dimensión permiten evaluar la capacidad
de los padres para reconocer la tensión o estrés del hijo, y para utilizar una
respuesta tranquilizadora y afectiva para responder adecuadamente a las
necesidades de su hijo. Asimismo, esta dimensión valora la capacidad del

35
menor para aceptar el cuidado y buscar un espacio de seguridad en su
madre-padre, así como su capacidad para calmarse y regularse.
- Implicación-Conexión: las tareas en esta dimensión permiten evaluar la
capacidad de los padres para fomentar una participación interactiva
apropiada al nivel de desarrollo y estado emocional del niño.
- Reto-Desafío: las tareas en esta dimensión permiten evaluar la capacidad
del adulto para estimular el desarrollo de niño, establecer expectativas de
desarrollo apropiadas y para alegrarse de los logros del niño. Es importante
evaluar la capacidad del niño para responder a los desafíos, entendidos
como nuevos aprendizajes.

Las principales dificultades de los padres de Julia se detectaron en las


dimensiones de Implicación-Conexión, Cuidado-afecto y Estructura.

La primera sesión de tratamiento se llevó a cabo únicamente con los padres.


Inicialmente se realizó una psicoeducación específica sobre el apego y sus
implicaciones en el estado de ánimo y los miedos actuales de Julia (ansiedad de
separación). A continuación, se comentaron de manera extensa los resultados
obtenidos con el Método de Interacción de Marschak con el objetivo de preparar
a los padres para el trabajo con Julia.

En las sesiones de la 2 a la 5, se trabajó de forma conjunta con ambos padres y


Julia. El psicólogo clínico explicó de antemano a los padres las actividades que
se iba a llevar a cabo, muy similares a las planteadas en la prueba de Marschak,
pero más enfocadas a trabajar las áreas deficitarias detectadas como, por
ejemplo, la identificación de los estados emocionales de Julia (sus gestos,
sonrisa, estado de ánimo, apariencia física…) y el cuidado-afecto a través del
lenguaje y los cuidados diarios de la niña. Asimismo, se programaron tiempos
especiales diarios padres-hija con consignas específicas para mejorar la
Implicación-Conexión, el Cuidado-afecto y la Estructura. Por ejemplo, para
aumentar la implicación-conexión, se le pidió a la madre que fuera menos
directiva durante el juego y que elogiara verbalmente todos los intentos de Julia
por llevar la iniciativa. En el caso de la mejora del cuidado-afecto, se pidió a
ambos padres que relacionaran el estado de ánimo de Julia con diferentes
antecedentes (p.ej., juego durante un tiempo especial, discusión entre padres o

36
salidas a la calle para juegos). Una vez identificadas las emociones en la niña,
se pidió a los padres que se lo reflejaran empáticamente, tal y como previamente
el psicólogo clínico lo había entrenado con ellos, así como que permanecieran a
su lado un tiempo suficiente para que Julia tuviera la opción de buscar en ellos
el consuelo o compartiera su alegría.

La participación de los padres en las sesiones y tareas para casa fue mejorando
conforme estos constataron los avances positivos de Julia. Según observaron
los padres, la menor comenzó a mejorar su estado de ánimo a partir de la tercera
sesión y su ansiedad de separación a partir de la quinta. Julia fue capaz incluso
de verbalizar el efecto beneficioso de la mejoría en la cantidad y calidad de las
interacciones con sus padres sobre su estado de ánimo.

Tras ocho sesiones de tratamiento, Julia dejó de cumplir criterios diagnósticos


para un trastorno depresivo y de ansiedad por separación. Además, su nivel de
funcionamiento familiar y escolar mejoró significativamente, esto último
corroborado por un informe del propio equipo de orientación escolar. A los 3
meses de seguimiento, los cambios positivos obtenidos al finalizar el tratamiento
se consolidaron e incluso aumentaron según refirieron los padres en consulta,
por lo que se decidió en ese momento dar de alta a la menor de la USMIJ. La
continuidad de cuidados se garantizó con la derivación de la menor a su pediatra
de atención primaria de referencia para un seguimiento trimestral durante un año.

37
Apartado C. Términos clave

Trastorno depresivo con episodio único. Se caracteriza por la presencia o


antecedentes de un episodio depresivo cuando no hay antecedentes de
episodios depresivos anteriores. Un episodio depresivo mayor se caracteriza por
un período de estado de ánimo depresivo casi a diario o disminución del interés
en las actividades durante al menos dos semanas, acompañado de otros
síntomas como dificultad para concentrarse, sentimientos de inutilidad o culpa
excesiva o inapropiada, desesperanza, pensamientos recurrentes de muerte o
suicidio, cambios en el apetito o el sueño, agitación o enlentecimiento
psicomotor, y energía reducida o fatiga. Nunca ha habido ningún episodio
anterior de manía o hipomanía, o episodios mixtos, que indicarían la presencia
de un trastorno bipolar.

Trastorno depresivo recurrente. Se caracteriza por antecedentes de al menos


dos episodios depresivos separados por un mínimo de varios meses sin
perturbación significativa del estado de ánimo. Un episodio depresivo se
caracteriza por un período de estado de ánimo casi a diario deprimido o
disminución del interés en las actividades durante al menos dos semanas,
acompañado de otros síntomas como dificultad para concentrarse, sentimientos
de inutilidad o culpa excesiva o inapropiada, desesperanza, pensamientos
recurrentes de muerte o suicidio, cambios en el apetito o el sueño, agitación o
enlentecimiento psicomotor, y energía reducida o fatiga. Nunca ha habido ningún
episodio anterior de manía o hipomanía, o un episodio mixto, que indicarían la
presencia de un trastorno bipolar.

Trastorno distímico. Se caracteriza por un estado de ánimo depresivo


persistente (es decir, que dura dos años o más), durante la mayor parte del día,
durante más días que no. En niños y adolescentes, el estado de ánimo depresivo
puede manifestarse como una irritabilidad generalizada. El estado de ánimo
depresivo se acompaña de otros síntomas como interés o placer notablemente
disminuidos en las actividades, concentración y atención reducidas o indecisión,
autoestima baja o culpa excesiva o inapropiada, desesperanza sobre el futuro,
sueño perturbado o aumento del sueño, disminución o aumento del apetito, y
energía baja o fatiga. Durante los primeros dos años del trastorno, nunca ha

38
habido un período de dos semanas durante el cual el número y la duración de
los síntomas fueran suficientes para cumplir con los requisitos diagnósticos de
un episodio depresivo. No hay antecedentes de episodios maníacos, mixtos o
hipomaníacos.

Trastorno mixto de ansiedad y depresión. Se caracteriza por síntomas de


ansiedad y depresión la mayor parte de los días durante un periodo de dos
semanas o más. Ningún conjunto de síntomas, considerados por separado, es
lo suficientemente grave, numeroso o persistente para justificar el diagnóstico de
un trastorno de episodio depresivo, distimia o relacionado con ansiedad y miedo.
El estado de ánimo depresivo o el interés disminuido en las actividades debe
estar presente, acompañado por síntomas depresivos adicionales, así como
síntomas múltiples de ansiedad. Los síntomas causan una angustia significativa
o un deterioro significativo a nivel personal, familiar, social, educacional,
ocupacional o en otras áreas importantes del funcionamiento. Nunca ha habido
ningún episodio anterior de tipo maníaco, hipomaníaco, o mixto, que indicarían
la presencia de un trastorno bipolar.

39
Apartado D. Enlaces web de interés.

- Clasificación Internacional de las Enfermedades 11ª versión (CIE-11) de la


Organización Mundial de la Salud (OMS).
https://icd.who.int/

- Guía de Práctica Clínica sobre la Depresión Mayor en la Infancia y


Adolescencia del Ministerio de Sanidad de España.
https://portal.guiasalud.es/wp-
content/uploads/2018/12/GPC_575_Depresion_infancia_Avaliat_compl.pdf

- Tratramientos psicológicos de la división 53 de la APA

https://effectivechildtherapy.org/

Directrices para la identificación e intervención de jóvenes con depresión del


Instituto Nacional de Salud y Excelencia Clínica del Reino Unido (NICE, 2019).

https://www.nice.org.uk/guidance/ng134

40
Apartado E. Bibliografía comentada.

DeRubeis, R. J. y Strunk, D. R. (Eds.) (2017). The Oxford Handbook of Mood


Disorders. Oxford University Press.

Este manual presenta una revisión actualizada de la depresión unipolar, el


trastorno bipolar y variantes de estos trastornos, incluyendo los enfoques
actuales para clasificar los trastornos del estado de ánimo, así como las
principales controversias contemporáneas en este campo. Los autores de
los capítulos ofrecen una variedad de enfoques para comprender la
heterogeneidad de las experiencias de quienes cumplen los criterios de
trastornos del estado de ánimo, tanto dentro como entre culturas. Este texto
incluye un amplio capítulo dedicado específicamente a la depresión en la
infancia y adolescencia.

Weersing, V. R., Jeffreys, M., Do, M. T., Schwartz, K. T., y Bolano, C. (2017).
Evidence Base Update of Psychosocial Treatments for Child and
Adolescent Depression. Journal of clinical child and adolescent psychology,
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Artículo de revisión sobre los ensayos clínicos con tratamientos


psicológicos en depresión en la infancia y adolescencia y su nivel de
evidencia según criterios APA.

Abela, J. R. Z. y Hankin, B. L. (Eds.) (2008). Handbook of Depression in Children


and Adolescents. Guilford Press.

Este manual ofrece una revisión integradora del conocimiento sobre la


depresión infantil y adolescente. Sus contenidos abarcan desde la
epidemiología y la neurobiología del trastorno hasta su tratamiento y
prevención basados en la evidencia. Los modelos de intervención con
apoyo empírico se discuten en detalle dando cobertura a los enfoques
cognitivo-conductuales, interpersonales y farmacológicos, entre otros. Se
incluyen, además, algunos temas especiales como las diferencias sexuales

41
en la depresión, la comprensión y el manejo del suicidio y la transmisión
intergeneracional de la depresión.

Fonseca-Pedrero, E. (coord). (2021). Manual de tratamientos psicológicos.


Adultos. Madrid: Pirámide.

Aunque no se aborda la depresión infanto-juvenil, en este manual


actual y riguroso se abordan los diferentes tratamientos psicológicos en
adultos, en concreto, la depresión y el trastorno bipolar.

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