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“EL CUERPO CUENTA”

Corporeidad y motricidad

Junto o fuera de las acciones destinadas a la atención del niño (alimentación,


higiene, traslado, etc), existen acciones derivadas o concomitantes con ellas que
tienen un carácter lúdico o pre lúdico. Se desarrollan alrededor de los cuidados del
pequeño, y van dirigidas a su propio cuerpo, con una implicación corporal del adulto.
Se organizan diversos juegos alrededor de la función de sostén, aseo, del sueño, de
la alimentación, etc. A estas acciones lúdicas o pre lúdicas se las llama “juegos de
crianza”.
Los juegos de crianza dan nacimiento al “juego corporal”. Nombrarlos de esa
forma involucra la presencia del cuerpo y de sus manifestaciones. Implica
esencialmente tomar y poner al cuerpo como objeto y motor del jugar.

A diferencia de la vida orgánica, el cuerpo es una construcción que no nos es


dada, nacemos en procura de la construcción del mismo.
Puede representarse al cuerpo como una insignia, ya que es un distintivo que
nos diferencia de otros cuerpos al mismo tiempo que me identifica con algunos.
Primero con los cercanos cuerpos de la familia, luego de la colectividad que
comparte usos y modos de manifestarse. De esta manera, el cuerpo se constituye
en una insignia familiar y colectiva.
El niño no descubre algo que ya está dado, sino que construye sobre la vida
orgánica diversas manifestaciones corporales como son la mirada, la escucha, el
contacto, la gestualidad expresiva, el rostro y sus semblantes, la voz, las praxias, la
actitud postural, los sabores, la conciencia de dolor y de placer, etc. De esta forma,
podría decirse que “el cuerpo es en sus manifestaciones”. No sería posible descubrir
algo que no está dispuesto a dejarse ver en su funcionamiento, porque es necesario
construirlo en la relación con los otros. Es imprescindible la presencia del otro, se
necesita construir un cuerpo en la relación ya que se comprende que el destino
biológico encuentra en el proyecto interactivo del mismo un sentido y un fin.

En el caso de las manos, podemos decir que su construcción se inicia en


épocas tempranas. Las madres se ocupan de acariciar, nombrar, mover, fregar,
chupar, morder, señalar, recorrer, imitar, todo el potencial funcional de las manos y
ponerlas en funcionamiento de la búsqueda de un encuentro cognitivo, emocional e
instrumental.
Cuando el niño se encuentra frente a la tarea de pintar, trazar, escribir,
recortar, de usar sus manos, de poner en funcionamiento una praxia, debemos
contextuar esa tarea en la historia vincular de su mano. No se debería intentar hacer
una compilación de juegos de manos, ni un inventario de técnicas, ya que estos
juegos y actividades, fundantes de la capacidad lúdica, se encuentran
“naturalizados”.
Cuando decimos que el cuerpo “cuenta” puede entenderse con un doble
sentido: por un lado podemos contar con el cuerpo como instrumento de
comunicación y aprendizaje, el cuerpo y las manifestaciones están en un lugar
intermediario entre la vida psíquica y la orgánica.
Por otro lado como portador de una historia, compleja y densa trama de la
cual podemos obtener información acerca del pasado y del presente, pues en su
construcción está la historia, en su gesta la identidad que lo asemeja y lo diferencia
de otros cuerpos (“insignia”).
El cuerpo entonces es un narrador insustituible de la relación y el vínculo.
Hay que poderlo mirar y escuchar; el cuerpo cuenta.

Los padres son los primeros narradores, primero se escucha la lengua


materna y por varias razones se distingue de otras voces. Dice Sara Pain: “La voz
con que el adulto se dirige al bebé no corresponde a su tonalidad usual, sino que es
un poco más aguda, con un timbre más brillante, y mucho más modulada. El
discurso dirigido al bebé es muchas veces interrogativo y exclamativo, y cada frase
se repite varias veces”.
Siendo esto así, el bebé va a poder diferenciar los diálogos que la madre
tiene con él y con otras personas. Esta diferencia que el adulto le imprime a su voz
la va a registrar el bebé para fijar la atención en el mensaje que va dirigido a él y no
a otros, aún sin necesidad de registrar visualmente a la persona que le habla. El
cuerpo tiene la posibilidad de cambiar, manifestándose en diversas voces, según a
quién va dirigida.

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