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LA CRISIS

DE LA TIERRA
EN MEXICO

POR
TOM GILL
LA CRISIS DE LA TIERRA EN MEXICO
por Tom Gill
Traducción del Inglés por Gonzalo Blanco
The Charles Lathrop Pack Forestry Foundation 1214 Sixteenth Street, N. W., Washington 6, D. C. 1951

INTRODUCCION

Este es un estudio del impacto producido por una población esencialmente agrícola sobre sus recursos
naturales básicos. Se le ha situado en México, pero el problema en sí -el problema de la interrelación entre
el hombre y sus recursos- está omnipresente en la mayor parte del mundo en la actualidad, y constituye la
raíz de muchos de los más amenazadores problemas sociales y económicos que confronta el mundo.

Durante los últimos años la Charles Lathrop Pack Forestry Foundation se ha impresionado más y más de
la necesidad de emprender el estudio de los recursos naturales desde el amplio punto de vista de la
ecología, y desde una atalaya que permita observar la situación integral. Creemos sinceramente que un
estudio de cualquiera de estos recursos por separado, así sean los suelos agrícolas, los terrenos forestales o
los de pastoreo, no puede presentar un panorama muy útil, puesto que solamente el estudio de la
interacción de todos los recursos permite que se conozca toda la situación. Tampoco participamos de la
creencia de que cualquier estudio de los recursos de un país alcanza toda su significación mientras que no
se le relacione a su población humana--su número, sus costumbres, y las tendencias demográficas. Ha sido
con esta idea fundamental y con esta creencia que se ha preparado el trabajo, LA CRISIS DE LA TIERRA
EN MEXICO.

Con objeto de hacer este estudio, la Charles Lathrop Pack Forestry Foundation escogió a Tom Gill, quien
ha sido funcionario de la Fundación desde su establecimiento en 1930. La experiencia del Sr. Gill en la
América Latina se remonta a más de 25 años, y su libro, TROPICAL FORESTS OF THE CARIBBEAN,
sigue siendo el estudio más amplio sobre los bosques de dicha región. El Sr. Gill representó a la América
Latina en la comisión de expertos que formuló el plan básico forestal de la Organización de las Naciones
Unidas, y fué Asesor de la Delegación de los Estados Unidos al Tercer Congreso Forestal Mundial que se
celebró en Finlandia en 1949. El autor de este trabajo es, igualmente, Presi. dente de la Subcomisión de
Bosques no Explotados de las Naciones Unidas, y del Comité de Relaciones Internacionales de la
Sociedad de Forestales Americanos.

RANDOLPH G. P ACK, Presidente


RECONOCIMIENTOS

Quisiera expresar mi profundo agradecimiento a todas aquellas personas que generosamente


contribuyeron a la preparación de este estudio. En primer lugar, al profesor Enrique Beltrán, por su
hospitalidad, sus consejos, y sus valiosas indicaciones; en segundo lugar, a los técnicos de la Fundación
Rockefeller en México, especialmente a Norman E. Borlaug, Jesse P. Perry, Jr., y Joseph Rupert. Por
haber leído el manuscrito y hecho varias y meritorias sugestiones, estoy muy agradecido al Ing. Gonzalo
Blanco. A los ingenieros Gonzalo Robles y José Alcaraz, al Ing. Lorenzo R. Patiño-Director General de
Conservación del Suelo y el Agua, al Ing. Eulogio de la Garza, Director General de la Dirección Forestal
y al Ing. Castro, también de la Dirección Forestal, estoy muy agradecido por sus amabilidades y por
haberme proporcionado muchas estadísticas e informaciones.

La traducción de este estudio al español fué hecha por el Ing. Agrónomo Gonzalo Blanco. Estoy muy
agradecido por la valiosa contribución de la Señora Annette L. Flugger al revisar la edición en español.

La ilustración de la portada fué proporcionada por cortesía de Viking Press, y se tomó del libro, THE
FORGOTTEN VILLAGE, por John steinbeck, con fotografías por Rosa Harvan Kline y Alexander
Hackensmid.

La ilustración de la cubierta es un dibujo de la escultura en piedra de Coatlicue, la Diosa de la Tierra de


los Aztecas.
INDICE

Páginas

INTRODUCCION _____________________________________________________________ 2
EL PROBLEMA _______________________________________________________________ 1
EL HOMBRE _________________________________________________________________ 6
LA TIERRA _________________________________________________________________ 12
Tierras Agrícolas ________________________________________________________________________ 12
Tierras Forestales ________________________________________________________________________ 18
Tierras de Pastoreo _______________________________________________________________________ 29
EL AGUA ___________________________________________________________________ 32
LA TAREA __________________________________________________________________ 37
REFERENCIAS ______________________________________________________________ 44
"El Undécimo Mandamiento”

"Heredarás tu santa tierra como su fiel sirviente, conservando de


generación en generación sus recursos y su productividad.
Salvaguardarás tus campos de la erosión, evitarás que se sequen las
aguas vivientes de tu heredad, protegerás tus florestas de la desolación y
tus colinas del excesivo pastoreo por los rebaños, de manera que tus
descendientes puedan disfrutar de eterna abundancia. Si fallares en esta
servidumbre a la tierra, tus heredades fructíferas se convertirán en
campos pedregosos y estériles y en barrancas inaprovechables, y tus
descendientes disminuirán y vivirán en la pobreza o desaparecerán de la
faz de la tierra."
Walter C. Lowdermilk
EL PROBLEMA

Quien viaje a lo largo del camino carretero entre Morelia y la Ciudad de México pasará por muchos
kilómetros de una placentera región elevada cubierta de frondosos pinos.

Estas frescas tierras altas podrían servir como paraíso para el recreo y el esparcimiento de los habitantes
de las ciudades y pueblos cercanos, y sus bosques de pinos podrían llegar a constituir una fuente perpetua
de leña y de madera, que tan urgentemente se necesitan. Pero lo más probable es que estas florestas no
lleguen a servir a ninguno de estos fines.

Las nubes de humo de los incendios forestales cubren los montes y los valles y oscurecen el cielo durante
la temporada de sequías, y durante todo el año el hacha y la sierra están derribando los árboles. Sobre las
laderas de las montañas, con una pendiente muy fuerte para que pudieran ser dedicadas al cultivo
permanente de la tierra, los grupos de árboles se ven interrumpidos por miles de pequeñas parcelas
abandonadas en donde en un tiempo se sembró maíz, pequeños parches de suelo que fueron cultivados,
cuando más, dos o tres años para producir una miserable cosecha antes de que las profundas torrenteras
los desgarraran hasta hacerlos inútiles.

Un poco más delante se llega a la alta Mesa Central, región desnuda de vegetación, sin árboles, en donde
los fuertes vientos nunca dejan de soplar; ya la izquierda ya la derecha del camino se van dejando atrás
numerosas parcelas rectangulares como huellas mudas de otros campos de maíz abandonados. En estos
lugares, la tierra que en otro tiempo fuera una cubierta rica y fértil ha sido despojada de su protección
forestal y abierta al cultivo, y ha sido arrastrada hasta dejar expuesta la capa estéril y mineralizada del
subsuelo. Estos hundidos parches inhóspitos parecen ser sepulturas superficiales, y en un sentido muy
literal así lo son, pues han servido para enterrar aquí y allá las fugaces esperanzas de muchos agricultores
mexicanos.

A medida que se sigue avanzando y así que se llega al borde de la meseta y comienza el Valle de México,
si está soplando el viento, aún al medio día se tienen que encender las luces de los automóviles debido las
tormentas de polvo que está cubriendo la ciudad -polvo arrastra del lecho de los lagos cercanos que en
cierta ocasión estuvieron llenos de agua pero que en la actualidad están tan secos como cualquier desierto
resultado, resultado de la destrucción de los bosques. En lugar de constituir una fuente de agua tan
desesperadamente necesitada por los agricultores y por la ciudad misma, los vasos desecados han sido
convertidos en una fuente de molestias y de enfermedades.

Sobre todo este grandioso valle, la destrucción de los suelos y de los bosques sigue incesantemente, con
una velocidad que se acelera más cada día que transcurre. Es un paisaje de grandes bosques que se
desvanecen, de tierra fértil que es arrastrada por el viento y por el agua más allá de toda esperanza de su
utilización para el futuro; es un espectáculo del abatimiento de los mantos de agua subterránea, de lagos
que se desecan, de manantiales y corrientes de agua que desaparecen. Es, en pocas palabras, el espectáculo
de un conglomerado humano destruyendo los cimientos y el sostén mismo de su vida

Suelo y agua -éstas son las materias primas de la vida misma, y su creciente escasez en México proyecta
una sombra siniestra sobre el futuro de una gran nación.

Muchos mexicanos con visión, han venido dando la voz de alarma por más de 50 años. Pero estas
personas son en su gran mayoría estudiantes y hombres de ciencia -gente de las ciudades- y sus voces no
se han hecho oír todavía en las laderas erosionadas, en las resecas mesetas azotadas por los vientos, o en
las florestas incendiadas.

La legislación es impotente, se ha promulgado en México una de las más completas leyes de todo el
mundo para la conservación del suelo y la protección de los bosques. Pero la simple aprobación de leyes

1
no hace nada para transformar los hábitos tradicionales de una población rural remota y esparcida sobre
todo el territorio nacional. Las leyes, si no existe una maquinaria que las haga cumplir, significan poco
cuando se oponen a las costumbres atávicas de la gente que conoce solamente los métodos primitivos.

Estos hombres hablan diferentes dialectos, pertenecen a diversas razas, y están viviendo en pequeños
pueblos diseminados en regiones casi inaccesibles por no contar con caminos carreteros y medios fáciles
de comunicación. Espiritual y físicamente están aún más distantes. Porque aquí no estamos tratando con el
mexicano moderno de cultura citadina, ni aún con el agricultor próspero de las regiones bajo riego. Es el
indio de ropa de manta, el peón descalzo que rasguña a duras penas el polvo de su milpa en un valle
aislado o en las mesetas altas. Y existen millones de ellos. El suyo es el grupo más numeroso, el más
diseminado, y el más aislado de todo el país.

Los métodos de comunicación, que para muchos otros países son cosa común y corriente, no han llegado
todavía hasta él. No tiene ni libros, ni radio, ni teléfono, y las tierras que se extienden más allá de sus
valles, y la agitada vida de las ciudades, le son desconocidas. Vive en una choza miserable de adobe o
carrizo en una de las miles de pequeñas rancherías demasiado esparcidas y remotas para que participe en
la vida nacional, y, utilizando herramientas primitivas, cultiva sus suelos de una manera que no ha
cambiado en cientos de años, sembrando sus cultivos en estaciones inciertas como lo hicieron sus
antepasados. Incapacitado para comprar herramientas agrícolas modernas eficientes, fertilizantes o buena
semilla, viendo que sus tierras se vuelven más estériles cada año que transcurre, aprovecha la poca
fertilidad que aún permanece en estas tierras agotadas en su batalla contra un clima desfavorable y un
terreno abrupto.

Porque sin importar el grado de infertilidad de la tierra que él trabaja, es la única y toda la tierra de que
dispone. y sin importar lo desesperadamente necesario que es el árbol de pino para retener el suelo en su
lugar y proteger sus abastecimientos de agua, estos hombres necesitan leña para calentarse y para cocinar
sus alimentos. y sin importar lo deseable que podría ser la protección de los animales de caza y la fauna
silvestre, estos campesinos los necesitan más para llenar sus estómagos hambrientos. En la dura y penosa
vida que ellos viven, no pueden permitirse el lujo de pensar acerca de su futuro o del de las generaciones
que es siguen. Su más desesperada urgencia consiste en la próxima comida.

¿Qué clase de llamado es aquél que pueda hacer cambiar la actitud de estos hombres que están tan cerca
de morirse de hambre? Lo único que tienen en común es su pobreza y una profunda desconfianza hacia
todo lo que es extraño y nuevo. Por siglos su sangre ha sido derramada en causas que le son ajenas; han
sido víctimas de saqueos, de explotaciones y de engaños. Lo único que piden ahora es que se les deje en
paz. Resistiendo obstinadamente cualquier intento de desarraigarlos del lugar que los vio nacer, se aferran
a él, ya sus costumbres, con tenacidad feroz -desnutridos, agobiados por la miseria y obsesos por la
inseguridad. Aún así, aumentan en número en una relación de crecimiento que es de las más altas de la
América Latina. Figuras trágicas, y en cierto modo heroicas, estos campesinos de la Mesa Central y de las
regiones apartadas constituyen asimismo la más despiadada y destructiva fuerza predatoria que por siglos
ha degradado y destruido los suelos de México, sus bosques, y sus fuentes fluviales.

Constituyen un elemento muy poco prometedor para que atiendan y se conmuevan a un llamado a nombre
de las generaciones que aún no nacen, y muy distante y demasiado numeroso para que el gobierno los
obligue a cumplir las leyes. Aún así, sin su efectiva cooperación o al menos su aquiescencia a colaborar,
cualquier programa para la salvación de los recursos naturales de México, seguirá siendo lo que es ahora
desesperadamente impotente para cumplir con la tarea.

Por siglos México ha estado transformando buenas tierras en desiertos, praderas en torrenteras, y bosques
productivos en campos desolados cubiertos con ennegrecidos y decadentes tocones. Esta destrucción de
un patrimonio que una vez fué rico no ha sido hecha mediante ningún espíritu de vandalismo o de
perversidad. Probablemente fué inevitable. Dadas las condiciones climatológicas y topográficas de
México, y las tradicionales costumbres de sus gentes, difícilmente podría haber habido otro camino que

2
seguir. Tampoco ha sido México el único país en donde se ha seguido esa secuela de destrucción. Otros
pueblos también han seguido el mismo sendero, algunos de ellos hacia su extinción.1

El problema de los menguados recursos renovables de México es en extremo complicado, y no puede


describirse de manera breve sin caer en el peligro de omitir algunos ingredientes importantes de la
situación total. Indudablemente, el fondo del problema reposa en el hecho de que el 70 por ciento de la
población económicamente activa de México está concentrado en un escaso 7 por ciento de la superficie
territorial. Este miserable 7 por ciento es la tierra arable de México. No es ni fértil, ni plana, ni bien
irrigada; pero eso es todo de lo que se puede disponer.

Cuando millones de gentes por siglos se han aglomerado sobre pequeñas superficies de tierras agrícolas,
forzándolas a producir cosecha tras cosecha mediante métodos primitivos de cultivo, inevitablemente estas
tierras pierden su fertilidad. En México la tierra no solamente ha sido utilizada en exceso sino que ha
llegado a ser insuficiente bajo la presión de la demanda de una población que crece constantemente. De
manera que en una desesperada búsqueda por más suelo arable, el hombre empezó a cultivar pendientes
cada vez más agudas; invadiendo los bosques, los incendió para permitir la entrada de luz, y crear más
espacio para sembrar sus semillas. Sus rebaños de ganado y cabras lo siguieron, aumentando la
destrucción que el fuego y el hacha principiaron. y por último, el viento y la lluvia, atacando esta capa de
suelo desnuda y desprovista de protección, completaron el cuadro de devastación. Las profundas
torrenteras dejaron su huella al ascender sobre las montañas, la capa fértil de rico suelo se perdió, y los
lagos y las corrientes desaparecieron. La tierra se ha vuelto tierra muerta, carente de productividad, limpia
de toda hoja de pasto, y el agricultor con sus ganados y sus cabras se desaloja más y más hacia la parte alta
de las laderas de las montañas.

En este drama de la destrucción y del mal uso de la tierra, el hombre, con sus diversas costumbres
económicas y sociales, es el factor determinante para el bien o para el mal, y esto es cierto particularmente
para México, donde el modo de vivir de casi las tres cuartas partes de su población económicamente
activa está íntimamente ligado al suelo ya los productos de la tierra, y donde toda su existencia está tan
fuertemente condicionada por la necesidad de tierras -artículo inapreciable para el cual no existe
substituto.

Si México fuera una nación industrial, o si su población fuera disminuyendo en lugar de estar
aumentando, o si sus prácticas agrícolas fueran modernas y económicas, o si sus ciudadanos fueran tan
ahorrativos y respetuosos de sus bosques, sus suelos y el agua como lo son las gentes del Norte de Europa,
si cualquiera o todo estos factores existieran, el actual y el último destino de los recursos de México y de
su habilidad para alimentar a su población probablemente sería mucho muy diferente.

Pero aunque desde el punto de vista de sus suelos México no es un país agrícola, desde el punto de vista
de su economía sí lo es, y tiene que continuar siendo un país esencialmente agrícola. No le queda otro
camino que seguir.

Entonces, no solamente para su bienestar futuro sino para su misma supervivencia México depende de sus
recursos renovables de agua y suelo, y sus productos -alimentos, bosques y pastos. Estos recursos no
pueden ser separados y tratados como unidades aisladas, ya que cada uno de ellos no es sino un
ingrediente indispensable de un todo indivisible.

La falla en el pasado para reconocer esta interdependencia e interrelación de todos los recursos renovables
ha obstaculizado el éxito de mucho del trabajo que ya se ha hecho. Casi todos los esfuerzos que México ha
desarrollado para resolver sus problemas del manejo de la tierra han sido aislados y sin coordinación. Se
ha preocupado y ha hecho esfuerzos para mejorar sus prácticas agrícolas sin considerar el hecho de que la

1
A menos que las actuales tendencias se cambien profundamente, la mayor parte de México dentro de cien años será o bien un desierto o un lugar
capaz solamente de mantener una población humana a escasos niveles de subsistencia.” William Vogt, Report on Activities of Conservation
Section, Division of Agricultural Cooperation, Pan American Union (1943-1946).

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erosión, como resultado de las pendientes forestales que se han desnudado de vegetación, puede aniquilar
todas las labores agrícolas, así sean buenas o malas; está gastando millones de pesos en grandiosos
proyectos de riego y presas de almacenamiento, sin tomar en cuenta el hecho de que el azolve y el Iodo
deslavados de estas mismas pendientes desforestadas pueden llenar el más costoso de los dispositivos de
la ingeniería e inutilizarlo por completo. Para la solución de estos dos problemas, la restauración de los
bosques desempeña una parte muy vital, y no hacer frente al problema forestal como una parte integral del
problema agrícola es descuidar un aliado muy indispensable.

Ningún programa agrícola, ningún proyecto de irrigación que sea digno de llevar ese nombre puede
desdeñar la necesidad de mantener una cubierta forestal, pues los bosques son los protectores firmes de la
agricultura, y constituyen grandes depósitos para el almacenamiento de las aguas de lluvia. Constituyen
también la fuente de combustibles y materiales de construcción, y contribuyen a aumentar la capacidad
adquisitiva de los agricultores en las comunidades rurales que no podrían sostenerse solamente con los
ingresos de la agricultura. Los productos de los bosques de México contribuyen a la riqueza nacional con
más de 315 millones de pesos cada año; el factor más importante, sin embargo, es el considerar que, aún si
no produjeran una sola astilla de madera ni aumentaran con un solo peso la riqueza de la economía
nacional, su existencia sería aún así absolutamente necesaria para la protección de los abastecimientos de
agua y la preservación de sus tierras agrícolas.

La base misma de la supervivencia del suelo y del control de la erosión no descansa en los campos
sembrados con maíz, ni en las presas para la irrigación, sino más arriba sobre las laderas de las montañas
donde los bosques, y solamente los bosques, pueden combatir las fuerzas destructivas del viento, la
erosión, y las inundaciones. Los bosques, por consiguiente, constituyen una parte enormemente
importante para integrar el cuadro total de los recursos. Su protección debe preceder, o cuando menos ser
simultánea a otras medidas de conservación tales como la protección de los suelos, las prácticas de la
irrigación y el almacenamiento del agua, ya que mientras que los suelos forestales no estén estabilizados
mediante el crecimiento de especies forestales, no habrá seguridad para los suelos agrícolas, y todas las
demás medidas curativas estarán siempre en constante peligro.

Existe aún otro factor muy esencial cuya importancia debe hacerse resaltar: el tiempo. Cada año, mediante
la erosión, el abatimiento de los mantos acuáticos subterráneos, o la infertilidad, muchas hectáreas de
tierras de cultivo se pierden de las decrecientes existencias de las riquezas nacionales, y su reposición,
cuando sea posible, será un trabajo no de años sino de generaciones. Por cada año que continúe la
destrucción, la tarea de la rehabilitación será más costosa y menos recompensadora. La tardanza, entonces,
llega a ser una especie de fracaso. El acelerado ritmo de la industrialización, la nueva política de
colonización y nacionalismo, la creación de nuevos caminos, y el impulso dado a la educación rural -todo
esto abre nuevas posibilidades para una mayor explotación de los recursos naturales, y su impacto sobre
los bosques, suelos, cuencas, y fauna silvestre puede llegar a ser desastroso. Mientras tanto, el tiempo hace
otra cosa -cada año aumenta con más de medio millón de nuevas bocas que alimentar, y al mismo tiempo
se está llevando la materia prima con la cual hay que alimentarlas.

En ningún país de este hemisferio, como en México, son las consecuencias de la destrucción del suelo, de
los bosques, y de los recursos hidráulicos más explícitas en términos de mala salud, desnutrición, pobreza,
e inseguridad. Su situación es como la de una familia que vive en un valle circundado por altos muros. No
hay salida de este valle; es el mundo de esa familia. Pero cada año queda menos tierra para sembrar
porque cada año una parte de este suelo precioso se ha deslavado, y al mismo tiempo cada año los
miembros de la familia aumentan en número. Más bocas que alimentar, y menos alimentos con que
alimentarlos.

No sería muy difícil señalar, en términos generales, la solución a todos estos males, pero tampoco sería
muy útil.

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Sirve poco decir que México debiera proteger y reforestar sus suelos forestales, mejorar sus prácticas
agrícolas, y asegurar una corriente menos intermitente en los ríos. Con esa declaración fundamental nadie
podría estar en desacuerdo. Pero cuando uno llega a formular los procesos específicos -el “como”-
entonces la verdadera complejidad de la tarea se vuelve aparente, y uno comprende por qué, a pesar de
muchos comienzos, es tan poco lo que se ha hecho para resolverla.

Un fin más útil podría entonces ser logrado mediante la segregación y el análisis de los factores que
constituyen el problema del uso de la tierra en México, y luego, a la luz de lo que se encuentre, valorizar
la tarea que debe cumplirse.

Pero ya es tiempo de encararse al hecho de que no podemos esperar una solución fácil. Cualquier solución
tendrá que requerir restricciones, sacrificios y gastos. Finalmente requerirá un cambio en el modo de vivir
de la población rural de México. De cualquier manera, y sin importar las dificultades con que se tropiecen,
debe encontrarse una solución, ya que el fracaso significa el empobrecimiento de la nación, la muerte
lenta por hambre de sus habitantes, el abandono de millones de hectáreas de tierra otrora productiva para
convertirse en desierto donde sólo se aventuren a crecer los cactus, y adecuada solamente para los
alacranes y las lagartijas.

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EL HOMBRE

Consciente inconscientemente es el hombre quien decide sobre el destino final de sus recursos. Pero el
desgaste que la población impone a la riqueza de sus recursos nacionales no es solamente un asunto del
número de sus habitantes. Aún más importante son su manera de vivir, su actitud, y su habilidad para
integrar un programa congruente de planeación nacional.

La población de los países escandinavos mantiene un nivel de vida excepcionalmente elevado a pesar de
disponer de recursos tan escasos que el ciudadano común de los Estados Unidos los agotaría en muy poco
tiempo. Los programas de largo alcance implantados para el uso perpetuo de las tierras forestales,
agrícolas y de pastoreo en Suecia y Noruega están considerados como los mejores del mundo, y para tener
éxito requieren la completa y entusiasta participación de todos sus habitantes, cooperación que se basa
sobre la ilustrada y congruente opinión popular. Esto ha sido posible únicamente porque las poblaciones
de estos dos países tienen un alto grado de homogeneidad de raza y lenguaje, excelentes oportunidades
para intercomunicaciones, y un alto nivel de cultura. En pocas palabras, poseen los principales requisitos
para una democracia en acción.

Los habitantes de la República Mexicana nunca han disfrutado de estas influencias unificadoras, lo que ha
tenido sus efectos inevitables sobre la condición de los recursos nacionales y quizá sobre su destino final.

Pero ya sea para bien o para mal, los factores complejos que contribuyen a integrar la ecuación humana
son de la mayor importancia, y de estos factores la presión demográfica es uno de los más directos. No
porque la presión en sí sea simplemente el resultado del número de habitantes, sino debido a que varía
enormemente, dependiendo de la ocupación de las personas, de sus costumbres, de su cultura y de su
manera de pensar. Es por ello que no tiene ningún significado en lo absoluto dividir la cantidad de los
recursos con que cuenta un país, sus hectáreas de tierra arable, o los metros cúbicos de madera de sus
bosques, entre el número de habitantes.2

"En consecuencia", expresa el profesor Enrique Beltrán, “saber cual es la población en relación al
territorio, cual es su distribución en el campo y ciudades, es importantísimo, como lo es el conocer el
porcentaje de analfabetos, que requerirán medidas diversas de las que deben emplearse para hacer práctica
una política de conservación en grupos de cultura más elevada.3

Por lo que concierne al número de habitantes, México es después de Brasil el país más densamente
poblado de la América Latina. En 1943 la población era de 21, l50,000 habitantes, o sea alrededor de 11
personas por kilómetro cuadrado; para 1950 el cálculo no oficial hace ascender esta cifra de 5 millones.
Entre 1930 y 1940, México tuvo un aumento más grande de su población que en cualquier otra década en
todo el transcurso de su historia: 18.7 por ciento, en comparación con 7.2 por ciento para los Estados
Unidos. A partir de 1930 la población de México ha aumentado más de una tercera parte, y aunque la
inmigración ha contribuido con algo, la mayor parte se debe a un exceso de nacimientos sobre
defunciones.4

2
“Una alta cifra de la densidad de la población puede indicar sobre población; pero aun una región con muy baja densidad demográfica puede
estar sobrepoblada.” Erich W. Zimmerman, World Resources and lndustries.
3
Enrique Beltrán, “Los Recursos Naturales de México. Lineamientos para una política de conservación”, Revista de la Sociedad Mexicana de
Historia Natural, Vol. I, Nov. 1939.
Como índice económico la relación hombre-tierra es de un uso muy limitado si no se incluyen tales consideraciones como la naturaleza de los
recursos disponibles, el estado de adelanto de la agricultura y de las industrias, y las tendencias demográficas. “La relación hombre-tierra, para
que en realidad revele algo, debería tomar en consideración todas las cualidades humanas que tienen que ver con la productividad, y todos los
aspectos del medio ambiente, tanto naturales como culturales, que afectan la disponibilidad de los recursos.” Erich W. Zimmerman, World
Resources and 1ndustries.
4
Esto constituye un aumento impresionante, si lo comparamos con la tasa de aumento de la población mundial, que es alrededor del 0.9 por
ciento.

6
De manera que, aunque México pudiera, parecer al agrónomo un país infértil, al estudiante de asuntos
demográficos es una de las naciones más fértiles del mundo. Su índice de natalidad es 120 porciento
mayor que el de los Estados Unidos, y probablemente es uno de los más grandes en el hemisferio
occidental. El incremento neto anual asciende aproximadamente a medio millón de habitantes, a pesar del
alto índice de mortalidad. Cuando se asocia este alto índice de nacimiento con el aumento en la
longevidad del individuo y con los modernos refinamientos de las condiciones sanitarias -que
necesariamente deben ocasionar una disminución en el índice de mortalidad- no es aventurado predecir
que en el curso de la próxima generación la población de México superará a todo crecimiento anterior. El
resultado inevitable será una mayor presión sobre los recursos renovables.

El rápido aumento de la población de México trae aparejada una constante necesidad de ajustar y
modificar las instituciones sociales y económicas. El abastecimiento de agua potable de las ciudades más
importantes es muy inadecuado en la actualidad y es una fuente de enfermedades; el sistema educativo,
bajo la constante presión de proporcionar facilidades escolares para un mayor número de alumnos, se
encuentra al borde del fracaso; y los programas sanitarios que todavía hace algunos años eran
inadecuados, actualmente están completamente dominados por la creciente necesidad de sus servicios. En
opinión de N. L. Whetten, "El predicamento de México no es solamente el de reforzar sus instituciones y
sus programas que han sido inadecuados para satisfacer aun las necesidades de una población estacionaria,
sino también el de proporcionar facilidades institucionales para las gentes que están aumentando
rápidamente en número".5

Estos problemas de salubridad, de abastecimiento de agua, y de educación son suficientemente pavorosos,


pero aún de mayor importancia inmediata es el impacto de una creciente población sobre los
abastecimientos disponibles de alimentos. En 1930, con su producción agrícola total, México fué incapaz
de alimentar adecuadamente a sus 16.5 millones de habitantes, y en 1950 la escasez de alimentos,
acompañada de correspondientes altos precios, hizo necesaria la celebración de una reunión de
emergencia entre el Presidente Alemán y algunos de los miembros de su Gabinete para fijar las normas
que pudieran evitar una crisis económica. Con menos hectáreas de tierra arable cada año, no son muy
prometedoras las perspectivas de un abastecimiento conveniente de alimentos para la población.

Mientras tanto, existen muchas personas que aprueban el aumento de la población mexicana, declarando
que se necesitan más gentes para ocupar las tierras ociosas, pero la mayor parte de estas tierras inhabitadas
son desiertos o semidesiertos que frecuentemente no ofrecen mucha promesa de poder proporcionar los
recursos indispensables para la vida. Por otra parte, las tierras fértiles e inhabitadas del sur de México
están todavía cubiertas por bosques, apartadas de todo medio de comunicación, y su desarrollo agrícola
presenta muchos problemas de salubridad y manejo de suelos que aún no han sido resueltos. También
constituiría una falacia muy peligrosa el suponer que el exceso de población se desbordaría naturalmente
hacia las tierras del sur; el agricultor mexicano de la Mesa Central ciertamente no emigraría
voluntariamente. Se aferra tenazmente a la tierra que lo vio nacer, y, aunque su vida se vuelva más
miserable, más difícil, y menos remuneradora en un lugar sobrepoblado, prefiere sufrir sus desastrosas
consecuencias que trasladarse a otro lugar.

Premiar a los matrimonios prolíficos en un país en donde la producción de alimentos es ya insuficiente y


la desnutrición un mal tan común, es agravar deliberadamente un problema que no se ha resuelto.
Estimular a las personas a que contribuyan con más hijos a este mundo que se debate bajo los más
sombríos auspicios, es como invitar huéspedes a un hogar que ya esta sobrepoblado, en donde no se
dispone de lo necesario para su albergue y alimentación. La causa de la felicidad humana podría ser mejor
servida si lograra primero un nivel decente de vida para la población actual antes de invitar a huéspedes
por nacer a que compartan esta vida miserable.

5
N. L. Whetten, Rural Mexico.

7
Los administradores rurales y los ecólogos ya han aceptado desde hace mucho tiempo el concepto de la
“Capacidad de mantenimiento" con respecto a la fauna silvestre y al ganado doméstico. Dicha tesis
sostiene que una superficie dada es capaz e mantener en condiciones óptimas un número definido de
habitantes, ya sean cabezas de ganado, venados, ovejas, o alces. Pero aumentar esta población sin
aumentar correspondientemente la productividad del medio ambiente es poner es serio peligro el
bienestar, e inevitablemente la vida misma, de la población. Con respecto al género humano, este concepto
aún no ha sido aceptado por los gobiernos, cuyos únicos aliados para limitar la población son la guerra, las
enfermedades, y la migración.

Kingsley Davis tiene la creencia de que no existe tal cosa como el cambio incontrolado de la población.
"El control", dice Davis, “existe siempre, pero invariablemente se encuentra en favor de la mortalidad. El
control desequilibrado con respecto a la población no es el mejor "que con respecto a los recursos.
Estamos controlando nuestros recursos en el sentido de su rápida explotación pero no en el sentido de su
restauración. En ambos casos necesitamos equilibrar los dos lados del control, y esto debe hacerse sobre
todo el mundo. Cualquier obsequio de alimentos [a otros países debe acompañarse con medidas que
cambien las instituciones que gobiernan la fertilidad, así como de medidas que conserven o aumenten el
valor de los recursos. De otra manera estaremos utilizando nuestros recursos solamente para alimentar
temporalmente y sin ningún objeto a una población mundial en constante crecimiento”.6

No se intentará aquí tratar el asunto tan controversial del control de la población. Aún en el caso de
aceptarse la proposición de que es necesario algún control, todavía permanece sin respuesta la gran
pregunta: ¿Cómo se va a poner en efecto? Se puede estar muy seguro de que cualquier intento que se haga
en ese sentido será combatido por intereses muy fuertes, incluso los gobiernos, muchos grupos religiosos,
y los militares. Será suficiente por ahora señalar que las tendencias de la población como factor en el
destino de los recursos de los países deben ser tomadas en consideración en cualquier programa de
planeación nacional a largo plazo.

Es así como México, al planear un aumento del consumo per capita, debe enfrentarse no solamente al
hecho real de las limitaciones de los recursos sino también a la posibilidad de que puede ser imposible aún
conservar los actuales niveles de vida, teniendo en cuenta el crecimiento de la población.

Independientemente de las puras cifras demográficas, el hecho de que México es preponderantemente un


país agrícola coloca sobre sus recursos naturales una carga mucho más pesada que si fuera un país
industrial. Esto significa que México debe depender en su mayor parte de su agricultura y de sus recursos
agrícolas, considerando que no está en condiciones de importar grandes cantidades de alimentos del
extranjero.7

Pero la planeación nacional, ya sea para fines de conservación o cualquier otro propósito, involucra el
pensamiento y la acción coordinada en escala nacional ya ello presenta un obstáculo formidable la
diversidad del idioma en México. Aproximadamente un millón y cuarto de la gente-o sea alrededor de un
habitante por cada catorce-habla solamente lenguas indígenas. Los indios mexicanos que concurren a un
día de plaza en una población rural pueden hablar idiomas tan diferentes el uno del otro, como diferentes
son entre sí el inglés, el chino, y el idioma hebráico. Incorporar a la vida nacional estos grupos lingüísticos
tan separados, educarlos mediante cualquier medio práctico e integrar con ellos una unidad homogénea,
constituirá una empresa gigantesca. Prácticamente todos son analfabetos y solamente pueden entender la

6
Kingsley Davis, “Population and Resources in the Americas”, Proceedings 01 the lnter-American Conlerence on Conservation 01 Renewable
Natural ResoUrces.
7
De acuerdo con un estudio hecho por la Comisión de Aranceles de los Estados Unidos, Agricultural, Pastoral, and Forest lndustries of Mexico
(Washington, D. C., 1948, 84 pág.) , la distribución de las ocupaciones en el país para 1930 era la siguiente:
Por ciento
Agricultura y otras industrias rurales 77 .2
Minería e industrias de manufactura 6.3
Comercio 5.8 Empleados por el gobierno 4.4
Servicio doméstico 4.0
Comunicaciones 2.3

8
palabra hablada, y ésta tiene que ser en el propio dialecto indígena particular. El hecho de que el Censo de
1940 haya tenido que levantarse en aproximadamente 50 idiomas le da énfasis a esta complejidad
poliglota de la población mexicana.8

E. N. Simpson, en su excelente ensayo, The Ejido, hace notar el efecto de este dilema lingüístico: "Los 54
dialectos nativos que aún se hablan en México son como banderas rojas advirtiendo dentro del cuerpo
político la presencia de tumores culturales no disueltos tumores que son un complejo de hábitos,
costumbres e instituciones incongruentes. Al mismo tiempo son el índice de los obstáculos a su
intercomunicación.

Ese aislamiento en grupos lingüísticos se ve reforzado por el aislamiento geográfico entre los pequeños
poblados. Los terrenos montañosos y la falta de caminos separan estos pequeños centros de población tan
completamente como si estuvieran separados por un océano, y los conservan en varios estados de
evolución social, desde los niveles más bajos de un nomadismo primitivo de las regiones muy aisladas
hasta los niveles más modernos y urbanos. En la actualidad existe una heterogeneidad cultural y
económica casi tan completa como antes de la Conquista, ya que estos grupos no participan en la vida
activa de la nación; apenas se dan cuenta que forman parte de ella. Sus horizontes sociales están limitados
por la distancia a que pueden viajar en uno o dos días, y el resto de México es para ellos una leyenda
extraña y vaga.

Al preservar celosamente sus viejas y aisladas costumbres, los indios se retiran del pensamiento y de los
adelantos modernos y se hacen a sí mismos inaccesibles a los nuevos y valiosos caminos del pensamiento.
José Vasconcelos, antiguo Secretario de Educación Pública del Gobierno Mexicano, expresó: “Mientras el
indio continúe creyendo que los fenómenos naturales son resultado de causas sobrenaturales, que la sequía
y la lluvia, las plagas de los insectos, y las enfermedades son consecuencia del destino divino y que
solamente pueden modificarse mediante sus rezos a través del cura como intermediario, será casi
imposible despertarlo de su apatía, hacerlo que tenga confianza en sí mismo y que dependa de su propia
iniciativa, con objeto de que coopere a disminuir la terrible mortalidad infantil, en pocas palabras, hacer de
él un miembro civilizado de una comunidad moderna.”

Este asilamiento en grupos de entidades raciales y lingüísticas es uno de los factores más fuertes que
militan contra el éxito del progreso médico, el cumplimiento de la ley, y la educación; domina el propio
funcionamiento de la democracia. Con tales antecedentes, no es muy difícil ver cómo debe ser tan
desesperadamente lenta la tarea de crear cualquier sentimiento de unidad nacional en México, o de
inculcar ideas de amplitud nacional sobre la salubridad o la nutrición, y cuánto más difícil es todavía la de
estimular la aceptación para cualquier idealismo de conservación de los recursos, lo cual implica no sólo
un profundo cambio en las actitudes ancestrales, sino la autodisciplina y la abnegación.

El analfabetismo también sigue siendo un formidable obstáculo para la participación del pueblo en los
programas nacionales. Aislados como están los varios miles de comunidades rurales en México, sin
periódicos diarios, revistas, o libros, existe muy poco incentivo hacia los hábitos de lectura y de
alfabetismo, ya que los propios instrumentos con los cuales trabaja el alfabetismo casi no existen.

El gobierno ha emprendido una campaña contra el analfabetismo, a la que se ha dado mucha publicidad,
habiéndose logrado una reducción considerable en la proporción de sus habitantes que no saben leer ni
escribir, al grado que México puede considerarse como una de las 5 repúblicas latinoamericanas en las
cuales el índice de analfabetismo es inferior al 50 por ciento.

Desde los comienzos de la época colonial la educación pública estuvo encomendada a la Iglesia.
Inmediatamente después de consumada la Conquista, las escuelas se organizaron entre los indígenas por
los frailes misioneros, y durante la época colonial por los padres. Posteriormente el Estado se pronunció
8
Las razas mixtas constituyen cerca de las tres quintas partes de la población, los indios de pura sangre aproximadamente una tercera, y aquellos
de origen europeo alrededor de una décima.

9
contra todas las actividades educativas del clero, pero no estableció un programa adecuado para
reemplazarlas. La educación popular prácticamente no existió, con el resultado de que, a fines del régimen
de Díaz, aproximadamente dos terceras partes de la población mexicana no sabían leer ni escribir. Las
pocas escuelas que entonces existían estaban establecidas en las ciudades, y la política del gobierno estaba
encaminada hacia la idea de no impartir enseñanza de ninguna naturaleza a los indios ni a los peones, con
el fin de poder explotarlos mejor.

En agudo contraste a este programa para aumentar la esclavitud espiritual y económica de la población
indígena, la Revolución de 1910 adoptó como lema "Tierra y Libertad", y el primer objetivo del esfuerzo
revolucionario fué asentar el sistema educativo sobre bases esencialmente mexicanas, haciendo de la
escuela la agencia que sirviera para incorporar a los indios al conglomerado social mexicano. La escuela
fué pues el instrumento del cambio social, y el maestro rural el encargado de ese cambio.

El progreso del programa de educación pública en México a partir de 1920 ha despertado considerable
interés en todo el mundo. En ese año se organizó un sistema de escuelas rurales federales, y para 1940
existían en funcionamiento más de 16,000, de las cuales 13,000 eran sostenidas por el gobierno federal.
Las escuelas rurales dejan todavía mucho que desear, como los mismos mexicanos son los primeros en
reconocer; pero aún así, como lo señala Simpson, a pesar de sus deficiencias, sin importar lo que aún les
hace falta en facilidades físicas y en sistemas pedagógicos reconocidos, las escuelas rurales se caracterizan
por sus grandes esperanzas y su entusiasmo. Y aún más, en una o en otra forma las escuelas rurales han
logrado comunicar estas esperanzas y este entusiasmo a cientos de comunidades. Al romper su
encadenamiento de los sistemas europeos, la escuela rural mexicana se ha convertido en una institución
intensamente práctica y ajustada a las necesidades culturales y económicas de los indígenas y de la
población rural al atacar los problemas fundamentales de la desnutrición y las enfermedades.

Todavía se necesitan por lo menos 50,000 escuelas rurales que sean atendidas por 100,000 maestros, y
México no los tiene. Mientras tanto, el rápido crecimiento de la población diluye tanto los esfuerzos
educativos, que el número de analfabetos en 1930 -que era menos de 7 millones, había ascendido a casi
7.2 millones en 1940.9.

En 1944 el entonces Ministro de Educación Pública, Jaime Torres Bodet, actualmente Director General de
la UNESCO, logró persuadir al Presidente Avila Camacho en el sentido de identificar al analfabetismo
como responsable de muchos de los más serios problemas de México, y de iniciar una campaña muy
intensa para abolirlo.9

Para algunos observadores estos esfuerzos para enseñar a leer ya escribir a los que no saben hacerlo,
pueden parecerles un paso muy pequeño; pero es un paso esencial hacia la participación del individuo en
la vida total de la nación y no debe menospreciarse por el solo hecho de que todavía existen otras
necesidades más grandes. Que otras grandes necesidades sí existen todavía, en grado superlativo, es algo
que nadie puede negar, ya que a pesar de lo mucho que se ha logrado en el programa gubernamental, el
campesino promedio aún está muy lejos de ejercer su papel, o aún de darse cuenta de él, como ciudadano,
ya sea hacia su gobierno o hacia sus tierras.10

Antes de que el campesino mexicano pueda participar activamente en el funcionamiento de una


democracia, necesitará algo más que la sola habilidad para leer y escribir. Mientras que no sea
incorporado a la vida nacional, no podrá participar inteligentemente en ella, como tampoco podrá tomar

9
Frank Tannenbaum, cuyas estadísticas en su reciente libro, Mexico, the Struggle for Peace and Bread, no concuerdan con las aquí expresadas,
tiene una opinión aún más sombría del asunto: “La angustiosa necesidad, dice Tannenbaum, de extender la influencia de la escuela rural
mexicana, tanto en el número de las escuelas como en los años de duración de la enseñanza, seguirá sin resolución por algunos años, quizá por
generaciones. Constituye parte de la tragedia básica de México: la miseria. Mientras los analfabetos de 10 años de edad, o más, sumaban 7.2
millones en 1930, para 1940 esa cantidad había ascendido a 7.5 millones. El crecimiento de la población ha dejado muy atrás al esfuerzo
educativo.”
10
“A pesar del éxito que se haya logrado en la campaña contra el anlfabetismo, el problema educativo aun seguirá siendo muy serio por muchos
años en el futuro.” Whetten, Rural Mexico.

10
una parte constructiva en el planeamiento nacional. Mientras tanto habrá la certeza de que el campesino
será hostil a cualquier programa de conservación que amenace con interferir en sus costumbres
tradicionales, y para cuyo programa aún no se haya preparado.

Por ejemplo, seguramente opondrá resistencia como ya ha resistido -a cualquier plan para sacarlo de las
áreas críticas que han sido tan abusadas que deben ser proscritas de cualquier ocupación por parte del
hombre. La percepción mental del campesino de la Mesa Central está limitada por las actuales fronteras
físicas de su poblado, y tratar de arraigarlo en las tierras de Chiapas o Tabasco sería para él tan
profundamente perturbador como si se le fuera a transplantar al corazón del Africa Ecuatorial. Su
comunidad es un círculo cerrado, aislado, impermeable y autosuficiente. El pequeño lote de tierra en
donde fué criado, y el poblado en donde nació, son los objetos de su interés primordial y arraigo, y la
noción de la Patria, si es que existe, es de una importancia muy secundaria.11

En la actualidad el campesino mexicano constituye en elemento poco prometedor para reclutarlo en


cualquier programa nacional del uso racional de los recursos. y no cambiará en su actitud mientras que no
se le demuestre en formas concretas -formas que él pueda ver y palpar- que existen maneras de vivir más
ricas y remuneradoras que la suya propia.

Por esta razón, los educadores mexicanos están tratando de influir en los planes de estudios de las escuelas
especialmente en los niveles primario y secundario, cursos de conservación de los recursos naturales. En
este esfuerzo, el profesor Enrique Beltrán ha estado especialmente activo. Pero la dificultad de incorporar
la enseñanza de la conservación en escuelas diseminadas sobre toda la gran superficie nacional, e
impartida por profesores que no han sido adiestrados en esta materia, aún presenta un obstáculo enorme en
México, tal como sucede también en los Estados Unidos. Aún así, la angustiosa necesidad por esa
enseñanza aumenta cada año que pasa, ya que, como lo ha expresado Roy M. Creen, "con el aumento de
la población y la disminución de los recursos naturales, hemos llegado a un punto en que la enseñanza de
la conservación debe asumir una importancia igual a la de la lectura, la escritura, y la aritmética. El futuro
de la civilización depende tanto de aquélla como de éstas”12

Aunque el progreso de la educación sea trágicamente lento, no se conoce de ningún sustituto. La


enseñanza de la conservación no presupone solamente el uso de libros. Puede hacerse mediante la
demostración de prácticas adecuadas, mediante el precepto y los ejemplos concretos. Debe emplearse
cualquier medio que acelere el proceso, ya que el tiempo es cada vez más escaso, y los menguados
recursos de México no pueden esperar más.

11
Según lo afirma Noriega Hope, en sus “Apuntes etnográficos”, incluidos en La Población del Valle de Teotihuacán, los indígenas del Valle de
Teotihuacán son incapaces de entender el ideal de la nacionalidad. No saben que México es una República, ni están interesados en conocer sus
deberes y sus derechos como ciudadanos. La única manifestación de solidaridad y de amor a la patria entre los nativos es el afecto absoluto y
casi irracional que sienten por su poblado. Aman profundamente a su pueblo, y este amor se manifiesta algunas veces en formas violentas.
12
“The Responsibility oí Schools in Preparing Wildland Managers”, lournal of Forestrr, November 1946.

11
LA TIERRA

México, con sus dos millones de kilómetros cuadrados de superficie, están condicionados por sus
montañas. Con una extensión territorial total de aproximadamente una quinta parte de la de los Estados
Unidos sus terrenos montañosos ocupan dos terceras partes. El resto está clasificado como ondulante, con
la excepción de un escaso 8 por ciento de tierras a nivel.

Las cadenas de montañas se extienden a lo largo de sus dos costas, acomodándose entre ellas las altas
mesetas, las que a su vez están cortadas por sistemas montañosos de menor magnitud. Tan grandes
diferencias en la topografía del país crean necesariamente una diversidad extrema de condiciones, tanto
favorables como desfavorables, y explican también la variedad de los depósitos minerales y la enorme
complejidad de la flora, la cual varía desde los exuberantes bosques pluviales del sur hasta los desiertos
arenosos del norte.13

Igualmente las montañas constituyen uno de los obstáculos más infranqueables para fusionar los diversos
grupos étnicos de México en una nación unificada. Sirviendo como barreras efectivas las montañas
separan a la población en pequeñas comunidades aisladas, haciendo costosas y difíciles las
comunicaciones, eliminando la oportunidad de que la gente participe con amplitud en la vida nacional, y
causando que México sea, como alguien lo ha dicho, no una patria grande, sino una serie de pequeñas
patrias, lo que origina que el concepto de "nación" se convierta en algo vago e irreal. Y en gran parte son
las montañas las que han evitado el amplio desarrollo de la agricultura mecanizada.

Estas cadenas de montañas también ejercen otras influencias. Crean muchas y muy amplias
irregularidades en el clima y en la precipitación; son la causa de que los ríos tengan un cauce muy corto y
muy pendiente, de que no sean navegables sino por cortas distancias, y de que ocasionen inundaciones
torrenciales.

Las diversidades de la altura, junto con los efectos de la pendiente y la irregularidad de la precipitación,
han dado como resultado la improductividad de alrededor de un 40 por ciento de la superficie terrestre del
País. El resto se ha dividido en tres grandes categorías: tierras agrícolas, tierras forestales, y praderas.
Estas tierras son las grandes productoras de los recursos naturales de México.

Tierras Agrícolas

De la superficie total del país solamente un poco más del 7 porciento se encuentra bajo cultivo en
contraste con un 44 por ciento en Italia, 43% en Francia y 40 por ciento en Francia. Es así como se
comienza a ver, no solamente lo preciado que llega a ser la tierra agrícola en un país rural como México,
sino también la gran presión que sobre ella ejerce una población en constante crecimiento.14

Además, como si los dioses de la desventura estuvieran ansiosos de añadir aún otro obstáculo a la
agricultura de México, las dos terceras partes de la tierra arable del país se encuentran en regiones de
escasa precipitación pluvial, donde pueden producirse cosechas solamente durante la época de lluvia.
Considerando a México en su totalidad, solamente una de cada ocho hectáreas es irrigable y únicamente
alrededor del 6 por ciento de su tierra arable se encuentra en regiones en donde se cuenta con suficiente
agua para que no se requiera la irrigación. Tomando en cuenta estas circunstancias, el Secretario de
Recursos Hidráulicos en México, Ing. Adolfo Orive Alba, ha dicho: ". ..contra la noción totalmente

13
“En México está representada casi toda formación vegetal que se conciba-las húmedas florestas tropicales de las tierras bajas en el sur, los
bosques caducifolios de clima templado, y las coníferas de la mesa central y de las estribaciones de la Sierra Madre, los bosques de las zonas
alpinas en los altos picachos, y los grandes desiertos estériles o de cactáceas.” Paul C. Standley, “Trees and Shrubs of Mexico”, Contributions
from the United States National Herbarium, Vol. 23, No. I.
14
Para hacer este cuadro aún más sombrío, la Comisión Agrícola México Estados Unidos ha calculado que aunque e17.6 por ciento de la
superficie nacional está abierta al cultivo, sólo en 4.9 por ciento se llevan a cabo labores agrícolas, y no más del 3.4 por ciento es la que llega a
cosecharse

12
errónea que muchos tienen de que México es uno de los países más prodigiosos en materia de recursos
naturales, la realidad es la de que es uno de los más pobres del mundo en materia de agua y suelos”.15

Los suelos en sí son generalmente ricos en calcio y potasio, pero carecen de nitrógeno, fósforo, y
magnesio; teniendo en cuenta que el factor determinante de la fertilidad de los suelos es el nitrógeno, los
suelos de México no pueden considerarse como bien adaptados para la producción agrícola.

La buena tierra agrícola -o la falta de ella- ha sido un factor vital en el progreso o la decadencia tanto de
naciones como de civilizaciones enteras. Los países altamente industrializados, tales como Inglaterra,
pueden perdurar sin producir suficientes alimentos para su propia población mediante su compra en el
extranjero. Esta situación no es aplicable a México, y probablemente nunca lo será ya que, a pesar de la
tendencia hacia la industrialización y de la importancia que se le ha puesto a esa actividad por el gobierno,
México permanecerá siendo un país agrícola, y su economía exige que el propio país sea quien produzca
los alimentos necesarios para su población. Es así como, en sentido muy práctico, la supervivencia de
México debe depender de sus recursos básicos del suelo y el agua.

La cantidad disponible de terrenos a nivel es un índice muy importante de la potencialidad agrícola de un


país, y el hecho de que una muy escasa superficie del área de México puede ser clasificada como de
terrenos planos vienen a constituir la raíz misma de los problemas agrícolas.16 De esta corta cantidad de
tierra plana, una gran parte se encuentra en la península de Yucatán, donde los suelos delgados son
inadecuados para la agricultura, y en la región central del norte del país, en donde las condiciones
semiáridas del clima convierten la producción agrícola en un juego de azar. En el resto de las regiones
agrícolas, el cultivo de la tierra en gran escala se ve impedido considerablemente por terrenos montañosos
y quebrados, y, a medida que aumenta el grado de la pendiente, el cultivo de la tierra viene a ser
económicamente poco práctico, y un peligroso comienzo de la erosión del suelo.17

Aún así, ya pesar de lo escabroso del terreno, del régimen caprichoso de las lluvias, y de la esterilidad
progresiva de los suelos, la misma escasez de las tierras agrícolas hace que se conviertan en algo de valor
inapreciable. Es por esta razón que la historia esencial de México descansa en la lucha de su población
para ganar y retener la posesión de una parcela de tierra.

Desde el principio, las páginas de la historia de México relatan esta batalla por la posesión de la tierra
entre los pequeños agricultores y la fuerza de los intereses creados: la clerecía, los políticos y los militares.
La lucha entre las masas contra las clases privilegiadas ha surgido una y otra vez en una batalla
prolongada, acérrima, y eterna a través de 108 siglos, ya que la pobreza de 108 desheredados y la
arrogancia de 108 privilegiados son anteriores a la llegada de 108 españoles. 108 nobles, los gobernantes,
y 108 sacerdotes eran los principales terratenientes de antes de la Conquista y la gran propiedad del noble
azteca es la precursora directa de la hacienda. Ya consumada la Conquista Española, la tierra fué un medio
de recompensar a 108 grandes capitanes sus servicios a la Corona, habiéndose otorgado también grandes
concesiones a la Iglesia. Al finalizar la época colonial, la iglesia poseía aproximadamente la mitad de los
bienes y raíces y de capital de México, y para 1856 la clerecía era la dueña del 90 por ciento de la
propiedad urbana, al mismo tiempo poseía mayor parte de la propiedad rústica, bien a nombre propio o
por medio de hipotecas expedidas a su favor. Para 1910 menos e por ciento de la población de México era
propietaria del territorio nacional. El otro 97 por ciento lo constituían los desposeídos. La única tierra con
que podían contar con seguridad era 108 escasos dos metros cuadrados para su fosa.

15
Adolfo Orive Alba, “Conservation .le Use of Water in Mexic “, Proceedings of the Inter-A.merican Confere~ce on Conservatton o enewable
Natural Resources
16
“La cantidad de tierras agrícolas en México está definitivamente limitada por la naturaleza montañosa de mucho del territorio, por la falta de
una lluvia adecuada, por el aislamiento geográfico, y por la falta de control del paludismo en algunas de las regiones costeras en donde sí se
registra una precipitación conveniente.” Whetten, Rural Mexico.
17
El Ing. Lorenzo R. Patiño, Director General de Conservación de Suelos y Agua, en México, calcula que cualquier aumento en el cultivo de las
tierras en su país tendrá que hacerse sobre montañas o laderas con pendientes frecuentemente superiores al 25 por ciento, una situación que con
toda seguridad será causa de la más severa erosión.

13
La situación se venía a agravar más, debido a que 108 extranjeros eran propietarios de las grandes
haciendas. Bajo el régimen de Porfirio Díaz 108 extranjeros eran dueños del 20 por ciento de las tierras de
propiedad particular en la República, una superficie igual a todos 108 Estados de la región de New
England de 108 Estados Unidos, más New York, y New Jersey. Fué esta virtual carencia de tierra por
parte del pueblo mexicano, más la gran concentración de la propiedad rural en manos de la Iglesia, más
108 grandes latifundios en manos de extranjeros, lo que encendió la chispa que se convirtió en la hoguera
de la revolución agraria.

Uno de los resultados de ese movimiento fué la creación del ejido, una comunidad agraria que varía de 20
a varios miles de miembros quienes poseen la tierra para trabajarla ya sea individual o colectivamente;
esta tierra no puede ser vendida, rentada, hipotecada, o transferida.

En la mayoría de 108 ejidos cada campesino cultiva en promedio las 4 hectáreas de tierra que tiene
asignadas y recibe directamente los beneficios de su trabajo. En caso de que abandone o descuide sU
parcela individual por dos años consecutivos, la tierra vuelve a la comunidad, que la traspasa a otro
campesino que carezca de ella. En 108 ejidos colectivos la tierra se trabaja cooperativamente de acuerdo
con programas preparados de antemano, y al finalizar el ciclo agrícola, las utilidades netas se distribuyen
entre 108 miembros de acuerdo con el número de horas-hombre con que hubieran contribuido para la
obtención de la cosecha.

Las raigambres del ejido se remontan a la prehistoria de México. Las tribus indígenas de la Mesa Central
eran propietarias mancomunadas de las tierras antes de la llegada de los españoles, y durante el período
colonial fueron creadas nuevas comunidades agrícolas. Gradualmente, mediante la expropiación y las
reformas arbitrarias, estos poblados fueron desposeídos de sus tierras, al grado de que a fines del régimen
de Díaz el 90 por ciento de los pueblos y congregaciones de la Mesa Central no poseían ninguna tierra
comunal en lo absoluto. Los pequeños poblados en los Estados de Puebla y de México no contaban con
terrenos de pastoreo ni para una sola cabra, y en algunas poblaciones la tierra arable era tan escasa que
cada familia podía disponer solamente de uno o dos surcos. Uno de los programas de la Revolución de
1910 fué el devolver la tierra a los ejidos, principalmente mediante la repartición de las grandes haciendas.

En contraste a la antigua concentración de la propiedad rural en un régimen casi feudal y de propietarios


ausentistas, el ejido ha beneficiado en grado sumo a la población rural, pero no ha mejorado
considerablemente su situación económica, y en partes ha dado como resultado una disminución de la
producción.18

Tenemos, así, que la Revolución dio fin a una concentración de propiedad que no tenía paralelo en la
historia de México-quizá en la historia de ninguna otra nación en los tiempos modernos mediante la
división de los grandes latifundios y la distribución de la tierra entre los campesinos. Vino a colocar la
propiedad de la tierra sobre una base más firme y más humana, pero de ninguna manera vino a resolver el
problema más fundamental del mal uso de los suelos mexicanos. y aunque el cambio de sistema de
tenencia de la tierra dio fin a muchas situaciones intolerables, indudablemente ha tendido a reducir el
rendimiento de las cosechas por hectárea.

Por otra parte, la Revolución no ha podido todavía satisfacer las necesidades económicas básicas del país;
el desarrollo de su economía se ve aún impedido por la escasez de recursos naturales y por una población
en rápido crecimiento. Las gentes mismas han logrado una mayor libertad y mayores derechos personales,
pero los abastecimientos de ropa, alimentos y alojamientos no han aumentado en la misma proporción que
los derechos humanos. Es indudable que el propio peligro de la sobrepoblación puede ser un producto de
las fuerzas que se desencadenaron para aumentar el nivel de vida del pueblo mexicano. De manera que el
18
Las causas de la disminución de la productividad de la mano de obra en México no han sido objeto de un estudio completo, pero se tiene
conocimiento de que en el ejido ha habido como promedio una disminución en la productividad de la mano de obra de aproximadamente un 22
porciento desde que se inició el programa de la repartición de las haciendas, en comparación con un 15 por ciento en las granjas de propiedad
particular. Esta mayor disminución en los ejidos se deberá más bien a la reducción de la jornada de trabajo o a la poca urgencia con que se
ejecutan las labores, que a la disminución de la fertilidad de los suelos.

14
movimiento agrario, tan plausible como es, no ha podido enfrentarse satisfactoriamente a este doble
problema del aumento de la población y de la destrucción de los suelos agrícolas.

El hecho del que no podemos sustraernos es que, sin importar la forma de tenencia de la tierra, los suelos
agrícolas de México, junto con el resto de sus recursos naturales, se han venido deteriorando
constantemente. "La dura realidad nos muestra que el mal uso que se ha hecho de la tierra en México es
causa de que cada mexicano apenas disponga de la tercera parte de la tierra cultivada requerida para
considerarse adecuadamente alimentada. El mal es aquí más grave por tratarse de un proceso de
destrucción que lleva ventaja de siglos. Sobre todo en las regiones áridas y semiáridas de México es
manifiesta la existencia de una grave y peligrosa degeneración de las tierras que ha convertido áreas
primitivamente de valiosa capacidad de producción en zonas que se aproximan a la completa
improductividad. Por eso se habla de la invasión y extensión del desierto en grandes zonas del país.”19

La historia del mal uso de la tierra en México no es reciente. La erosión existió durante el imperio maya,
hace doce siglos. Algunos edafólogos afirman que una de las causas de la destrucción de esa gran
civilización fué la erosión de los suelos que acabó con muchas de sus tierras fértiles y depositó los
sedimentos en los lagos, convirtiéndolos en criaderos de mosquitos. Al final, el paludismo y la erosión se
pudieron haber combinado para destruir el imperio maya.

Pero si bien es cierto que la erosión se inició antes de la Conquista como resultado del mal manejo del
suelo y de los incendios de los bosques, fué la llegada de los europeos lo que precipitó la sistemática y
continua destrucción de los bosques y finalmente la del suelo mismo. Al tiempo de la Conquista, por
ejemplo, los alrededores de la capital de México estaban densamente forestados, pero los españoles se
dieron prisa en cortar los árboles. Se dice que solo Cortés utilizó seis mil cedros para la construcción de su
palacio. Muchos de los sitios que Humboldt describió como cubiertos de bosques en el principio del siglo
XIX están actualmente despojados de sus árboles y han sido convertidos en desiertos.

“México -de acuerdo con lo expuesto por William Vogt en la introducción del libro del profesor Beltrán-
se ha robado a sí mismo de mucha buena tierra. Las rocas pelonas alrededor de Tlaxcala, o los desiertos de
Saltillo, estuvieron en una época vestidos de rico suelo y cubiertos de finos bosques. Las lluvias que caían
sobre la tierra eran en su mayor parte salvadas para uso del hombre; ahora, corren hacia el mar y causan
grandes daños en su camino. Muchos animales silvestres vivían en esas tierras; caza para el cazador, aves
canoras que devoraban los insectos nocivos en los bosques y en las milpas. Hoy, estas áreas son casi
inútiles para el hombre.” 20

La historia de la agricultura en México es, entonces, la historia de los rendimientos decrecientes. En los 25
últimos años, el Valle de México solo ha perdido, como resultado de la erosión de los suelos, son muchas
de las tierras en las cuales se cultivó maíz desde tiempos remotos. Las carreteras están ocasionando la
erosión directa del suelo y abriendo nuevas áreas forestales a la destrucción por los incendios y por la
elaboración del carbón. Inevitablemente, año tras año, la cantidad de lluvia utilizable que se almacene en
los suelos irá disminuyendo, así como su disponibilidad para la producción de cosechas.

En otras regiones, como en el Bajío, puede que la misma hectárea de tierra, sin haber recibido fertilizantes,
haya sido sembrada con maíz por siglos con el resultado inevitable de que la tierra se halla al fin agotada,
y el agricultor la ha abandonado. Como resultado, grandes áreas están ahora sin cultivo, cubiertas
solamente de una delgada capa de suelo que es arrastrada por los vientos y la lluvia, dejando al
descubierto la roca desnuda. Estas son tierras muertas, incapaces para continuar sosteniendo el cultivo,
destinadas a seguir ociosas e improductivas por siglos. y cada hectárea perdida significa menos alimentos,
menos tierras agrícolas -menos México.

19
B. F. Osorio Tafall, “Planning the Utilization of Renewable Natural Resources in Relation to the Industrialization of Mexico”, Proceedings of
the lnter-American Conference on C~R~bl. Natural Resources.
20
Enrique Beltrán, Los Recursos Naturales de México y su Conservación.

15
Desde los días de la Colonia hasta la época actual, la zona central de México de manera especial ha
mostrado una continua y progresiva disminución de los rendimientos de maíz, y para la región en los
alrededores de Monterrey los cálculos indican que esa disminución ha sido hasta de un 50 por ciento
durante los últimos 150 años. "No es sorpresa en lo absoluto -dice McBride- que bajo el presente sistema
de cultivo los suelos se agoten. Con la más deficiente mano de obra, sin intentar la rotación de los
cultivos- excepto para obtener dos o tres cosechas en una misma parcela cada año -y con muy poca
atención al uso de fertilizantes artificiales, la tierra se deteriora inevitablemente. Además, la tala de los
bosques deja al descubierto las laderas de las montañas, exponiéndolas a la formación de torrenteras
durante las fuertes lluvias tropicales del verano y la acción erosiva de los fuertes vientos en las
montañas.”21

Obligado por la necesidad de encontrar más tierras de cultivo, el agricultor mexicano ha ido desplazando
su parcela de maíz de los valles hacia las laderas inclinadas de las montañas en donde, sin implantar el
método del cultivo en fajas \) cualquier otra técnica de conservación que pudiera auxiliarlo a retener el
suelo en su lugar, se ve obligado a sembrar sus semillas frecuentemente sobre terrenos con más de un 100
por ciento de pendiente. Así se invaden las altas regiones forestales donde se ha adoptado un sistema de
agricultura nómada, que ha sido una de las causas más importantes de la destrucción de los bosques y los
suelos forestales sobre todo los trópicos del mundo. Esta es una antigua práctica que ha recibido muchos
nombres, pero en México es conocida como el sistema de la milpa o del tlacolole. En realidad no es
sistema en el sentido de cualquier proceso perfectamente definido, sino más bien una práctica descuidada
de tapaagujeros en la cual el agricultor pelea una acción de retaguardia contra el avance del tiempo, y deja
detrás de sí una estela de destrucción.

Bajo este sistema de agricultura nómada el agricultor derriba y quema los árboles de una o dos hectáreas
dentro del bosque, y en la superficie así liberada a la luz del sol planta su maíz. Por dos o tres años esta
tierra puede producir una cosecha; pero para entonces la erosión, el agotamiento del suelo o la invasión de
las malezas evita que se siga cultivando, de manera que esta parcela es abandonada, y otra nueva área
forestal es talada, incendiada y sembrada con maíz. Después de unos años, este proceso se repite, y,
cuando se practica por miles de agricultores, es capaz de aniquilar una región después de otra. El proceso
representa una enorme pérdida económica. Los beneficios al agricultor son muy reducidos, ya que su
cosecha es lamentablemente pequeña; pero la extensiva destrucción de la madera y del suelo es desastrosa.
Pueden verse centenares de estas pequeñas parcelas- en uso, o ya abandonadas- en un viaje en automóvil a
una hora de la Ciudad de México, y en la estación de secas, el humo ascendente de múltiples incendios es
una indicación de que nuevas parcelas están siendo preparadas para el cultivo del maíz, cultivo tanto fugaz
como de escasos rendimientos, pero cuyos efectos destructivos en términos de pérdida de madera, y
erosión, perduran por siglos.

Esta práctica viciosa, de acuerdo con las afirmaciones de los arqueólogos, fué la causa de la desaparición
de la civilización maya en las tierras altas de Honduras y Guatemala, y Hugh H. Bennett calcula que,
principalmente como resultado del sistema de la agricultura de la milpa, el 50 por ciento de las tierras
arables de México han sido o arruinadas, o casi arruinadas, o severamente afectadas para su cultivo.22 Aún
así, éste es un método que está arraigado en la manera de vivir de los indígenas desde antes de la Regada
de Cortés, y no será fácil desterrarlo.23

Todo lo anterior nos ha servido para explicar la secular pobreza de los campesinos de las tierras altas,
condenados a vivir de una producción agrícola insuficiente causada por las características físicas del país,
una agricultura primitiva y antieconómica, y la extensa destrucción de sus recursos. En la actualidad son
nueve millones de hectáreas cuando más las que se harán bajo cultivo, de las cuales muchas sufren de la

21
George McCutchen McBride, The Land Systems o/ Mexico.
22
H. H. Bennett, “Soil Conservation in Latín America”, Plants and Plant Science in Latin America.
23
“Pero hay que desterrarlo, pues el sistema de milpa significa la muerte de las tierras mexicanas.” William Vogt, “Mexican Natural Resources,
Their Past, Present, and Future,” Report on Activities of Conservation Section, Division of Agricultural Cooperation, Pan American Union
(1943-1946).

16
escasez o la mala distribución de la lluvia, y aún así 16 millones de gentes dependen directamente de esas
hectáreas para su subsistencia.

Los rendimientos del maíz en México- su cultivo principal- son lastimosamente bajos. De los 100
principales países productores de maíz en el mundo, México ocupa el lugar número 82, y solamente
algunas zonas de Africa le van a la zaga. El espléndido trabajo de la Fundación Rockefeller y los esfuerzos
de la Comisión Nacional del Maíz para crear maíz híbrido de rendimiento más alto, y el mejoramiento de
las prácticas agrícolas, sin duda alguna aumentarán la producción por hectárea. Sin embargo, en contra de
esta labor nos encontramos con dos factores que la neutralizan: la disminución de las hectáreas arables y el
constante aumento de la población. Mientras tanto, vale muy poco que los economistas señalen que, sobre
gran parte de las tierras agrícolas, la producción es tan corta y la celeridad del agotamiento del suelo tan
rápida que la agricultura no puede justificarse económicamente. Así, tampoco es de mucha utilidad que los
ingenieros forestales demuestren estadísticamente que el sistema de la milpa significa una pérdida de los
productos forestales de más valor que el maíz que se logra obtener. Todas estas consideraciones carecen
de importancia para el agricultor que no encuentre lugar en donde arañar la tierra y sembrar sus pocos
granos de maíz.

Estas prácticas de despilfarro y destrucción dejan una estela de suelos deslavados y erosionados,
rendimientos agrícolas disminuidos, y una constante e inútil batalla contra el hambre y la miseria. Porque,
como lo señala Simpson, el precio final que México paga por sus técnicas agrícolas ineficientes es la
pobreza. Esta ineficiencia en un lugar donde la agricultura es el alma y el cuerpo de la vida misma
significa insuficiencia económica, y la mayoría de los pequeños poblados de México apenas son un poco
más que meras unidades de subsistencia.

Por muchos años el Gobierno Mexicano se ha dado cuenta de la naturaleza tan precaria de su futuro
agrícola, y ha adoptado varias medidas para mejorarlo. De 1926 a 1940 creó unas brigadas de agrónomos
regionales cuyas funciones eran las de diseminar entre los agricultores el conocimiento de las prácticas
agrícolas racionales. Desgraciadamente, la eficacia de este trabajo fué nulificada por la carencia de fondos
necesarios y por la falta de continuidad del esfuerzo, por lo cual dichos trabajos tuvieron que
suspenderse.24

Uno de los esfuerzos más prácticos del gobierno para mejorar los métodos agrícolas fue la creación del
Departamento de Conservación de Suelos en 1942. La tarea encomendada a esta agencia fue la de
diseminar y enseñar las mejores prácticas para proteger los suelos, mostrar la gran importancia de la
cubierta vegetal para el control de la erosión, y enseñar a los agricultores la importancia de conservar el
agua en las regiones de lluvias escasas. Mediante la creación de distritos de conservación del suelo y del
agua, el establecimiento de misiones motorizadas, y la celebración de congresos Estatales de
Conservación, este servicio ha llegado a cubrir una gran parte del país en sus esfuerzos de diseminar la
información necesaria y despertar interés por la conservación del agua y del suelo. El trabajo de este
servicio ha sido impulsado activamente por su fundador y actual director, el Ing. Lorenzo R. Patiño; pero
se dispone de un presupuesto totalmente inadecuado y carece de suficiente personal técnico bien
preparado. La falta de apoyo financiero para este servicio es simbólica de la falla del gobierno para
entender en toda su magnitud la importancia de su tarea. A pesar de que la conservación del suelo y del
agua representa el problema máximo que está confrontando México en la actualidad, durante los últimos
seis años se han destinado apenas nueve millones de pesos para estos trabajos.

El proyecto agrícola del Gobierno de México más prometedor y más realísticamente administrado es su
programa cooperativo con la Fundación Rockefeller, dedicado al mejoramiento de la producción de
artículos alimenticios. Bajo la atinada dirección del Dr. I. G. Barrar y administrado por un personal bien
preparado de técnicos mexicanos y de los Estados Unidos, este trabajo ha venido aumentando bastante
desde que se inició en 1943, y está aportando una contribución muy considerable a la agricultura
24
“En nuestro país la organización de la extensión agrícola aún no ha principado.” Dr. Jorge de Alba, “La Ganadería y la Grandeza de México”,
Chapingo, Vol IV, No.33

17
mexicana, en donde los resultados ya se han manifestado en la forma de un aumento de los rendimientos
unitarios.

El esfuerzo principal se ha concentrado en la investigación fundamental relativa a los suelos ya los


productos básicos, pero una parte importante del programa radica en el adiestramiento de ingenieros
agrónomos mexicanos quienes, si después de un año de trabajo muestran aptitudes para la investigación,
pueden recibir becas para que amplíen sus estudios en el extranjero, en el entendimiento de que regresarán
a México a trabajar al servicio de su gobierno en investigaciones agrícolas.

La médula del proyecto es el mejoramiento del maíz, habiéndose desarrollado ya un considerable número
de variedades superiores de mayor rendimiento y resistentes a las enfermedades, variedades que se están
distribuyendo entre los agricultores mexicanos. Igualmente se llevan a cabo otros estudios con trigo y
frijol. Una característica esencial del programa la constituye el trabajo de extensión o divulgación
agrícola, y la Fundación ha cooperado con la Dirección General de Agricultura proporcionando sus
facilidades de extensión y los servicios de los especialistas en la materia.

Las altas normas profesionales de capacidad del personal de la Fundación Rockefeller, la meticulosa
precisión de su trabajo, y el espíritu generoso de cooperación que se ha hecho patente, podrían muy bien
servir de modelo para instituciones dedicadas a la investigación en cualquier país del mundo.

Colaborando íntimamente con el grupo de trabajadores de la Fundación Rockefeller se encuentra la


Comisión Nacional del Maíz, creada en 1947 por instrucciones del Presidente de la República. Esta
agencia proporciona a los agricultores el resultado de sus investigaciones, distribuye semilla de maíz de
las variedades mejoradas, y tiene autoridad para subsidiar a los agricultores que se comprometen a utilizar
maquinaria y fertilizantes ya adoptar prácticas agrícolas racionales.

El gobierno también está construyendo grandes obras de riego en las regiones semiáridas y áridas; ha
hecho los arreglos necesarios para proporcionar servicios de crédito agrícola a los campesinos ya los
agricultores; está extendiendo la red de sus carreteras; y, mediante la importación de tractores, arados
múltiples, y otros tipos de maquinaria agrícola, está tratando de aumentar la producción rural.25

Todos estos pasos son en extremo loables, pero se podría desear que fueran apoyados por el gobierno en
una escala más de acuerdo con la gravedad y la dimensión del problema. También es de lamentarse que
estos esfuerzos sean en su mayor parte esporádicos, y que estén limitados por presupuestos insuficientes,
así como por la falta de coordinación entre las labores que tienen a su cargo dos o más dependencias
oficiales, las cuales pueden estar trabajando en direcciones opuestas, nulificando así en gran parte el valor
del trabajo de cada una de ellas.

Aún más importante es la falla del gobierno para hacer frente de un modo adecuado a dos enemigos
básicos de la agricultura-la erosión y la destrucción de los bosques-mediante el ataque al propio origen de
la amenaza fundamental: su control en las altas tierras, quemadas y deslavadas.

Tierras Forestales

Los suelos forestales difieren de los suelos agrícolas en que la función más valiosa que desempeñan es la
de producir cosechas forestales más bien que alimenticias. Según su ubicación, las características que las
separan de las tierras agrícolas pueden ser resultado de la altura, de su falta de fertilidad, de la escasa
precipitación pluvial, o del grado de la pendiente.

25
A pesar de todo esto, como lo señala Gonzalo Blanco, el costo de producción es muy alto y los rendimientos son muy bajos, con el resultado de
que entre 1940 y 1950 los precios al menudeo de los productos agrícolas se han elevado inmoderadamente. Agriculture in M exico, American
Agricultural Series, Pan American Union.
A fines de 1950 la escasez de alimentos se agudizó a tal grado que se hizo necesario celebrar una reunión de emergencia entre el Presidente
Alemán y algunos miembros de su Gabinete con el objeto de tratar de corregir la situación.

18
Pero cualquiera que sea la razón, estas tierras aportan la mayor contribución a la economía nacional
cuando permanecen bajo una cubierta forestal.

Los bosques desempeñan una parte muy importante para la estabilización de los abastecimientos
alimenticios de una nación; la silvicultura y la agricultura son los principales métodos de que dispone el
hombre para convertir la fertilidad de los suelos en materias primas. Las técnicas que se aplican en cada
caso y los factores de tiempo que intervienen serán muy distintas, pero ambos procesos tienen una
estrecha relación con la producción de cosechas, y ambos desempeñan para la utilización de la tierra las
funciones complementarias de proporcionar medios adecuados para el tratamiento de los suelos. La
agricultura y la silvicultura no compiten entre sí, y para que la agricultura prospere permanentemente debe
existir una estabilización razonable del equilibrio entre la tierra para producir cosechas alimenticias, la
tierra para el pastoreo del ganado, y la tierra para el establecimiento de bosques. Sin bosques no podría
haber agricultura, y sin agricultura México no podría existir.26

Los bosques de México, por consiguiente, sirven un propósito doble: su gran variedad de productos
constituye una fuente directa de ingresos para más de "dos millones y medio de mexicanos, y además
desempeñan la función mucho más importante de proteger y estabilizar la agricultura del país. No
obstante, no existe ningún otro recurso natural que haya sido tan abusado, desperdiciado, y destruido sin
consideración alguna.

Los bosques de México proporcionan la mayor parte del combustible nacional, así como fibras, chicle,
madera para chapas, resinas y madera aserrada, y desde hace siglos los grandiosos bosques tropicales del
sur se han conocido por todo el mundo por sus maderas preciosas, o sea de ebanistería. Los productos
forestales son indispensables a industrias tales como la de construcción, de los transportes y la minera; con
el incremento de la industrialización moderna, los bosques pueden ser una fuente perpetua de materias
primas para la industria maderera, y las del papel y de la pulpa.

Pero aún si los productos forestales de México no contribuyeran a la riqueza de la nación con un solo
peso, seguirían siendo indispensables como un valioso auxiliar de la agricultura y no obstante el enorme
valor potencial de las maderas preciosas de las regiones tropicales, la verdadera importancia de sus
bosques radica no en las tierras bajas del sur, sino en las tierras altas y montañosas del centro del país. Son
las mesetas altas, las pendientes agudas, los ríos de corto cauce, y los bosques talados e incendiados de las
tierras altas, en donde se localiza el origen de los problemas agrarios del país, y es aquí precisamente en
donde la destrucción forestal ha sido seguida del abandono forzado de actividades agrícolas y el inevitable
éxodo de sus habitantes.

La permanencia de los suelos protegidos por una cubierta forestal, permanencia lograda lentamente por la
naturaleza a través de los siglos, es en extremo precaria -especialmente sobre estas pendientes y sobre la
cima de las montañas- y muy fácil de ser destruida. Aún sobre terrenos relativamente planos no es nada
difícil convertir buenas hectáreas de terreno en desierto, pero es mucho más fácil lograrlo sobre las laderas
donde durante las temporadas de lluvia las corrientes adquieren una fuerza irresistible. Al mantener esa
estabilidad, al retener en su lugar estas altas tierras, los bosques contribuyen valiosamente a la irrigación, a
la generación de energía hidroeléctrica, al abastecimiento de agua potable; pero más que todo a aligerar
los desesperados esfuerzos que hacen millones de agricultores para poder sobrevivir.

Los valores forestales, por lo tanto, no se miden principalmente en términos de madera, carbón, u otros
productos -por importantes que sean- sino en términos de la conservación del suelo y del agua. La escasez
de agua está omnipresente en la médula misma de los problemas agrícolas de México, y para asegurar los

26
“Desde el punto de vista de la conservación del agua para riego y de la protección del suelo, los bosques desempeñan una función muy
importante en la agricultura; desde el punto de vista de la producción de madera en las granjas silvícolas, la agricultura desempeña un papel
muy esencial en la economía forestal. La agricultura y la silvicultura hacen una causa común, y solamente cuando se aprecian en sus
interrelaciones, y en sus recíprocas medidas de sostén, es cuando el concepto de la utilización de la tierra se concibe en su totalidad. Cualquier
cambio importante en la situación de uno de estos recursos afecta necesariamente la condición del otro, ya que los dos son parte de un mismo
proceso -el uso del suelo.” Third Report to the Gotlernments of the United Nations by the lnterim Commission on Food and Agriculture.

19
máximos beneficios de la lluvia nada puede igualar a una cuenca cubierta de bosques. Los árboles
constituyen la gran muralla que se interpone a la transformación en desierto de más millones de hectáreas
de suelo mexicano.

Nadie sabe hasta qué punto los bosques cubrían la superficie de México en los días anteriores a la
Conquista. Alcaraz y Osorio Tafall calculan que existían antes de la llegada de Cortés alrededor de 100
millones de hectáreas de tierras forestales; y posteriormente, cuando exploraron el Territorio de la Nueva
España, Humboldt y Bonpland calcularon que entre el 40 y el 50 por ciento de la superficie del país estaba
cubierto con especies forestales en edad de ser aprovechadas. El profesor Beltrán hace notar que "Cuando
los primeros europeos llegaron a nuestras tierras, se maravillaron por la riqueza de sus bosques. ..”27

En la actualidad los bosques maderables de México se han reducido a no más del 10 por ciento de la
superficie territorial, y todos los estudiantes de los bosques mexicanos están de acuerdo en que tanto la
calidad como la cantidad de los bosques está disminuyendo cada año que transcurre.

Sabemos de miles de hectáreas que en un tiempo fueron asiento de densos bosques de pinos y abetos, y
que ahora han desaparecido, así como la capa de suelo que protegían. La completa desaparición de
pueblos, como resultado de la destrucción de los bosques, ya ha sucedido repetidas veces en la historia de
México. Todavía existen documentos antiguos que conservan el registro de peticiones para permitir el
corte de los árboles para poder establecer nuevos centros de población y carreteras en regiones que hoy día
son desiertos, sin vestigios de un solo árbol. Existen documentos autorizando el corte de encinos y pinos
en las cercanías de Saltillo, en donde actualmente no existen árboles debido a la sequedad del clima, una
condición que muchos mexicanos atribuyen a la destrucción de sus bosques. Muchas regiones en Hidalgo,
Durango y otros Estados, en las cuales sabemos que existían densos bosques, están ahora convertidas en
desiertos. Al destruir los bosques, la tierra en sí ha sido destruida, y la gente se ha visto obligada a emigrar
a otros lugares.

La historia del tratamiento por el hombre de los bosques de México es la misma, vieja y conocida, de la
destrucción y el despilfarro. La inmoderada explotación principió con la llegada de los españoles y
aumentó durante el tiempo de la colonización. En la época de paz del régimen de Díaz, la explotación se
aceleró rápidamente. Para 1885, cuando el ferrocarril unió la capital de la República Mexicana con la
frontera de los Estados Unidos, se le dio un gran impulso al comercio, a la agricultura, a la industria ya la
minería, situación que impuso una repentina y tremenda carga sobre los bosques. Los ferrocarriles solos
necesitaron enormes cantidades de leña, postes y durmientes; y en todas las principales ciudades el
aumento de la construcción creó una gran demanda por madera, tablones, y vigas. Todo fué cortado con
hacha-leña, postes, durmientes, ademe para las minas, y madera para la construcción en general. Todo fué
elaborado de una manera primitiva y ruinosa, dejando que más del 50 por ciento del árbol se pudriera en la
floresta.

En tiempos recientes el crecimiento de las industrias forestales y madereras ha estado consumiendo


constantemente mayores cantidades de productos forestales, y la elaboración de carbón -el principal
combustible para la cocina y para la calefacción en México- ha contribuido a la destrucción de grandes
áreas forestales. A todo esto deben añadirse las incursiones hechas por el sistema de la milpa y la
destrucción ocasionada por el ganado y las cabras; hoy día, a pesar de las leyes severas, los bosques
siguen siendo destruidos a una celeridad aún mayor que en el pasado.

Los incendios forestales, los métodos agrícolas destructivos, la explotación irracional, y el excesivo
pastoreo han sido las principales causas de la desaparición de los bosques de México sobre extensas
superficies, especialmente en la Mesa Central. Los cálculos de la destrucción de los bosques de México,
como resultado de estas cuatro causas, son poco exactos, pero sin duda no menos de 700,000 kilómetros
cuadrados se han convertido en desiertos y en terrenos baldíos desprovistos de vegetación. El Servicio
27
Enrique Beltrán, Los Recursos Naturales de México y su Conservación. 31

20
Forestal Mexicano opina que, desde 1930, solamente en los bosques accesibles se han destruido más de
dos millones de hectáreas de terrenos forestales como resultado de los incendios y la tala28 y que más de
40 millones de metros cúbicos de madera comercial se han perdido. El mismo Servicio Forestal estima
que la cantidad total cortada cada año excede al crecimiento en 1.5 millones de metros cúbicos, una cifra
que es extremadamente conservadora, ya que incluye solamente el material que ha sido cortado al amparo
de la ley, pero pasa por alto la cantidad mucho mayor que se llevan los carboneros y otros explotadores
forestales clandestinos.29

Esta inmoderada extracción, como lo señalan los propios ingenieros forestales mexicanos, no se ocasiona
porque la demanda por madera exceda a la cantidad que los bosques puedan proporcionar mediante su
crecimiento anual, sino por el desperdicio, el descuido, y la falta del cumplimiento de las medidas
forestales reglamentarias. Ya sea que la tala se haga por la industria maderera, los agricultores, los
carboneros, u otras personas, lo cierto es que el corte de los bosques mexicanos sigue de manera
destructiva y antieconómica causando un daño irreparable tanto a los bosques como a los suelos forestales.
Si la destrucción se hubiera llevado a cabo sobre terrenos agrícolas, podría haber sido seguida del cultivo
de cosechas alimenticias; pero en la mayoría de estas tierras la topografía, el clima, y la esterilidad del
suelo hacen prohibitiva la producción de toda Cosecha excepto la de arboles. Por consiguiente, la
destrucción de los bosques sobre la mayor parte de México no solamente representa una pérdida
considerable de la riqueza nacional, sino que ha creado unas condiciones hostiles al bienestar humano
desde el punto de vista del clima, la producción de alimentos, la irrigación, y la energía hidroeléctrica.30

Los bosques de México son de un carácter muy irregular, debido a la amplitud de la escala de elevaciones
que favorece el desarrollo de un gran número de especies forestales y de una cubierta forestal
extremadamente rica y variada.

Basándose principalmente en estas diferencias de altura, los bosques han sido divididos en tres zonas
climatológicas: la caliente o tropical, la templada y la fría. La variación de altitud no constituye una base
muy satisfactoria ni muy exacta para delimitar las regiones forestales, pero es la mejor que existe a falta de
un inventario forestal que es tan urgentemente necesario.

La zona tropical se extiende a lo largo de las dos costas de México, elevándose en algunas localidades
hasta una altitud de aproximadamente 1,000 metros. En ella abundan los árboles de maderas preciosas -
caoba, cedro, palo de rosa y otras- conocidas desde hace tiempo en el comercio mundial. Aquí también se
encuentran los árboles que producen valiosas gomas y resinas, tales como el del caucho y el del chicle.
Las porciones más accesibles de esta zona han sido prácticamente despojadas de todos sus árboles
comerciales, pero en las partes del interior de esta zona existen todavía grandes regiones de bosques que
no han sido aprovechadas y que contienen algunas de las mejores maderas duras de todo el mundo. Estos
son los grandes bosques pluviales, cubriendo zonas de excesiva precipitación estacional. En su mayor
parte son desconocidos, inexplorados, constituyendo un recurso enorme e intocado. Este tipo de bosques
alcanza su mejor desarrollo en los Estados de Chiapas y Tabasco, y en el Territorio de Quintana Roo.
También cubren las dos terceras partes de la región oriental del Estado de Veracruz, las regiones del sur y

28
Whetten calcula que son más de 8 millones
29
Debe considerarse también como extremadamente optimista la declaración del U. S. Department of Commerce: “Se cree que el corte y el
crecimiento durante los últimos 30 años han sido casi iguales.” (The Forest Resources and Lumber Economy of Mexico. Washington, D. C., U.
S. Department of Como merce, Inquiry Reference Service, May I, 1944)
30
“Para considerar convenientemente el asunto del vergonzoso desperdicio de los recursos forestales de México-causado a veces por
desconocimiento ya veces por deliberado abuso-se requeriría cuando menos un capítulo entero y quizá todo un libro para hacerle debida justicia.
Las leyes, los decretos y los reglamentos se han promulgado en número casi ilimitado, pero sin resultado alguno. Solamente el abastecimiento
de carbón para cocinar y para calefacción a la ciudad de México presupone la destrucción--”-en su mayor parte sin plan, sin ritmo, o sin
justificación-de 5,000 hectáreas de bosques cada año. y este proceso se repite incesantemente año con año a pesar del hecho bien conocido de
que la estufa mexicana de carbón, conocida como brasero o anafe, está considerada como uno de los dispositivos para cocinar más caros e
ineficientes que haya podido inventar el ingenio del hombre, ya pesar también del hecho de que México dispone de otras fuentes de
combustible. El desperdicio de los recursos madereros de México, como resultado de los incendios forestales y las enfermedades de los árboles,
es casi incalculable. Como consecuencia de los incendios solamente, se ha calculado que México pierde cada año alrededor de 400,000
hectáreas de bosques”. E. N. Simpson, The Ejido.

21
del este de Oaxaca, y se extienden en su estado natural a través de la frontera norte de Guatemala y de
Honduras Británica.

Como fuente de abundantes productos forestales las regiones de bosques tropicales constituyen la mayor
riqueza silvícola, pero ésta es esencialmente una riqueza del mañana y su desarrollo perfecto debe
esperarse hasta que existan las vías de transporte necesarias y se hayan hecho los indispensables trabajos
de investigación sobre los usos y el tratamiento de especies maderables que prácticamente son
desconocidas hasta la fecha.

En estos bosques tropicales los embates de la explotación comercial no se harán esperar mucho tiempo, y
si para entonces no se han dictado las medidas protectoras indispensables, la última riqueza forestal de
México será eliminada de la faz de la tierra; y, aún más importante, los suelos sobre los cuales se han
desarrollado estos majestuosos bosques serán heridos y rasgados por las torrenteras profundas que forme
la lluvia, se calcinará su fertilidad por los rigores del sol tropical, y serán arrastrados por los vientos.

Mucha de la superficie que en la actualidad está cubierta con bosques tropicales es potencialmente
adecuada para fines agrícolas, y México ya está poniendo sus ojos en estas tierras bajas del sur para
aumentar sus futuros productos alimenticios. Estos suelos son tan susceptibles a la rápida y efectiva
destrucción como lo fueron los suelos de la Mesa Central, y no existe ninguna garantía actual de que
recibirán mejor tratamiento una vez que el hacha y la sierra hagan su entrada a estos bosques tropicales.
Las tierras que se han abierto al cultivo del plátano en el trópico mexicano, han quedado ya abandonadas
como resultado de los efectos del sol y la lluvia. Además muchas de estas regiones tropicales constituyen
verdaderas amenazas a la salud, para las cuales no se ha aplicado ninguna defensa efectiva. El problema
del manejo y del uso debidos de los suelos de los trópicos americanos no puede considerarse resuelto de
ninguna manera, y es la creencia de Robert Pendleton, experto en suelos tropicales, de la Universidad de
Johns Hopkins, que la apreciación de sus potencialidades para la producción de alimentos ha sido muy
exagerada.

La segunda zona, o región de los bosques de clima templado, que se eleva aproximadamente de 1,000 a
2,000 metros sobre el nivel del mar, tiene una extensión muy amplia, y en sus niveles más inferiores
contiene grandes cantidades de nogales, enebros y laureles. Esta zona tiene pequeños manchones muy
diseminados de agrupaciones puras de encinas, agrupaciones que aumentan en tamaño a medida que se
asciende. En las mesetas altas se encuentran las grandes planicies, áreas que tienen características de
verdaderos desiertos donde la vegetación arbórea no es muy abundante, excepto por agrupaciones
esporádicas de coníferas que forman unas fajas delgadas a lo largo de las pendientes. En estos bosques de
coníferas, el pino predomina sobre las otras especies.

Por encima de las altas mesetas de los bosques de clima templado, se encuentra la tercera zona o región
fría, donde hay bosques de pinos y encinas de excelente calidad, muchos de los cuales ya han sido
destruidos. Esta zona contiene principalmente las especies utilizadas en trabajos de construcción -encino,
cedro y ciprés, más de 20 especies de pino, y grandes cantidades de abetos. Los bosques de coníferas
cubren extensas áreas, una gran parte de las cuales aún no ha sido explotada.

En esta zona, hacia el norte, se encuentran las regiones secas, donde la destrucción de los bosques ha
eliminado la esporádica vegetación que existía probablemente al principio del período colonial. El
mezquite, que se encuentra sobre toda esta región, es en extremo útil a las gentes de las zonas desérticas
como un excelente material para leña. También existen el guayule que es rico en caucho, y la candelilla,
una planta productora de cera vegetal.

Por encima de los 4,000 metros de altitud la vegetación forestal desaparece, permaneciendo sólo algunos
chaparrales y líquenes, que luchan tenazmente contra un medio ambiente adverso, hasta que, al fin
conquistados, se dan por vencidos, dejando las rocas desnudas y las nieves perpetuas.

22
Los productos forestales ocupan un lugar muy importante en la economía de México, y el comercio de las
maderas preciosas tiene un largo historial. Algunas de estas especies tropicales fueron consideradas como
muy valiosas en España desde los primeros días de la Colonia, y este comercio, uno de los primeros
monopolios de los virreyes, continuó siéndolo hasta que México logró su independencia. Recientemente
un gran número de compañías madereras han estado operando en los bosques de coníferas de la parte
norte del país, y para 1948 el valor de los productos forestales exportados fué de cerca de 205 millones de
pesos al año. Esa cantidad incluye madera aserrada, trozas, chicle, cera de candelilla, fibra de palma, y
otros productos forestales.

Los ingenieros forestales mexicanos aseguran que, bajo métodos conservadores de corte, los bosques
podrían por lo menos duplicar su producción actual y al mismo tiempo mantener la extracción de esa
cantidad indefinidamente. El consumo de maderas preciosas, fibras de agave y de palma, cera de
candelilla, y trementina es en la actualidad muy inferior a sus posibilidades de producción. México
dispone de todos estos productos y si el gobierno lo creyera conveniente podrían destinarse a la
exportación. Igualmente hay un excedente de producción de chicle, aunque las principales zonas
productoras en Campeche y Quintana Roo han sido sobreexplotadas de manera empírica. El Ing. Enrique
Dupré Ceniceros, funcionario del Servicio Forestal Mexicano, ha calculado que con solamente los bosques
tropicales del sur México tiene suficiente para satisfacer sus necesidades domésticas y aún disponer de un
excedente de un 50 por ciento para la exportación.

La industria maderera mexicana, incluyendo la carpintería y las industrias secundarias de los productos
forestales, ocupa el tercer lugar en importancia en la economía nacional, aunque ni la producción ni la
cantidad de madera exportada constituye un índice real de la cantidad excesiva de productos que se
extraen de los bosques mexicanos, ya que alrededor del 80 por ciento de toda la madera que se corta se
destina a combustible, generalmente en la forma de leña y de carbón. En la elaboración de carbón se
destruyen enormes cantidades de árboles. Majestuosos especímenes son talados para este fin, y como los
hornos usados para hacer el carbón son frecuentemente descuidados, resulta que los incendios así
iniciados se extienden a los bosques.

Con la posible excepción del ganado y las cabras, nada destruye más los bosques de México que el corte
para leña y carbón, y nada es más difícil de reglamentar, debido a que en su mayor parte dichas
actividades se llevan a cabo de manera individual y, en épocas recientes, clal1destinamente. El Ing.
Rigoberto Vázquez calcula que la industria del carbón destruye alrededor de 120,000 hectáreas de bosques
cada año.31

El Gobierno Mexicano ha puesto restricciones a la producción de carbón, y en algunas regiones se ha


prohibido su elaboración, pero la leyes por lo general violada, y grandes cantidades de carbón son
transportadas diariamente a las grandes ciudades del país.

El gobierno también ha hecho intentos de encontrar un sustituto para el carbón que sea aceptable por la
población, pero dichos intentos no han tenido un señalado éxito. El carbón aún sigue siendo la fuente
tradicional de combustible y su uso está tan fuertemente arraigado en las costumbres del pueblo que
solamente una clara demostración de la superioridad de otro combustible podría hacer posible un cambio.
En todos los países la historia de la producción maderera ha sido la de cortar los árboles al menor costo
posible, sin importar la condición en que queden los bosques, hasta que o los gobiernos intervienen y
prohiben estas prácticas de despilfarro, o los cambios en la economía nacional dan un valor suficiente a
los bosques que motive que sus propietarios por sí mismos se dediquen a perpetuar este recurso. La
explotación forestal en México no es excepción a esta regla. Ha sido desarrollada con la única idea de

31
Ing. Rigoberto Vázquez, “Los Actos Depredatorios del Hombre en la Conservación Forestal, su Concepto y Problemas para México,” Memoria
de la Primera Convención Nacional Forestal.
En el mismo volumen, otro trabajo, “Sustitución de Combustibles Vegetales de Uso Doméstico,” calcula que se necesitan cinco metros cúbicos
de madera para producir una tonelada de carbón, o sea, un promedio de 12.5 árboles.

23
obtener la mayor cantidad posible de madera utilizable por el menor gasto monetario y muy
frecuentemente se consigue destruyendo la productividad del área talada.

Fué inevitable que esta destrucción y este desperdicio levantaran una ola de protestas que finalmente se
canalizaran pidiendo la implantación de medidas conservacionistas. Aún antes de la llegada de Cortés, se
habían iniciado algunos intentos esporádicos para la protección de los bosques pues los españoles se
encontraron con algunas formas rudimentarias de prácticas silvícolas, viveros establecidos, y algunas
medidas de protección al suelo que eran celosamente obedecidas.

El gobierno colonial español, por su parte, promulgó varias leyes de protección, y posteriormente
estableció un código muy preciso para el manejo de los bosques tanto en terrenos públicos como
particulares, considerando que donde el crecimiento de los árboles fuera esencial para evitar la erosión y
asegurar la permanencia de las corrientes fluviales debería prohibirse la tala, excepto cuando se
concedieran permisos especiales. Estas leyes estaban encaminadas no solamente a asegurar una fuente de
productos forestales sino a lograr los objetivos aún más importantes de conservar el agua y proteger los
suelos agrícolas. Las leyes eran bastante estrictas y quizá su cumplimiento fué bastante efectivo; pero
cuando México emergió como un estado independiente todas estas leyes coloniales pronto cayeron en
desuso, y se inició una etapa de destrucción ilimitada de los bosques.

"Pero bastó el primer siglo de vida independiente de nuestra Nación-dice Miguel A. de Quevedo-para que
el país se transformara en inmensos calveros, aún en regiones de muy fecunda vegetación. La avanzada
Constitución de 1857 y sus contemporáneas leyes de Reforma son la más patente manifestación de la baja
mentalidad en que cayó la Nación, pues que ni un precepto se encuentra en ellas de protección a estos
recursos.”32

Tanto en México como en los Estados Unidos parece haber sido el necesario preludio del progreso un
número considerable de comienzos abortados. Esta situación, por supuesto, no es sorprendente. Ninguna
nación se embarca en un programa de conservación de sus bosques de manera voluntaria y espontanea,
pues la conservación requiere abnegación y disciplina y leyes restrictivas; incluye el gasto de fondos que
ofrece muy escasa promesa de lucro y utilidades, a veces hasta por generaciones. La conservación se
opone a todas las costumbres atávicas destructoras, a los prejuicios, al egoísmo humano, ya la avaricia
organizada. Impone privaciones en la actualidad con objeto de disponer de más abundancia en el futuro, lo
que es un ideal demasiado estoico para la generalidad del género humano. De manera que no es una
maravilla que el progreso de los programas forestales sea lento y que su aceptación sea tardía y con
reservas, sino que en cualquier parte del mundo se puedan encontrar personas con la visión y el valor
suficientes para apoyarlos.

México ha tenido la suerte de haber contado con dicha persona, Miguel A. de Quevedo, en una época
cuando más se le necesitaba.

Ingeniero por profesión y cruzado por espíritu, luchó a lo largo de su distinguida vida por la causa de los
bosques mexicanos. El primer progreso sustancial que se logró en el campo de la conservación en su país
se debió casi enteramente a él. En 1904, como resultado de sus esfuerzos, se estableció un Comité Central
de Bosques y Arbolados en el Ministerio de Agricultura, ya su vez formó comités locales mediante los
cuales se influenció el despertar forestal del país. Se crearon las estaciones forestales experimentales, y
pronto se estableció una escuela forestal, con profesores recomendados por el Gobierno de Francia. Los
ingenieros forestales se ocuparon de fijar las dunas de arena en las cercanías de Veracruz, se estableció un
vivero forestal en Coyoacán, y en 1908 la escuela forestal comenzó la publicación de folletos sobre
asuntos forestales. Mientras tanto el Comité Central, bajo el nuevo nombre de Departamento Forestal,
principió la publicación de la primera revista silvícola en México, La Revista Forestal Mexicana. Parecía
que México ya estaba bien encaminado hacia una política nacional de conservación de bosques.

32
Ing. Miguel A. de Quevedo. México Forestal. Vol. XI, Nos. 11-12. 38

24
Pero estos prometedores comienzos no estaban destinados a cristalizarse. La Revolución de 1910 hizo
virar los intereses del país hacia otros asuntos, paralizó el trabajo de la escuela forestal y cortó la corriente
de las publicaciones forestales. Al fin de las primeras etapas de la Revolución se volvió a abrir la escuela
forestal, pero en 1914, al principiar la Primera Guerra Mundial, los profesores franceses fueron llamados
por su país, y las actividades de la escuela forestal perdieron todo interés e importancia.

En vez de declararse vencido con la derrota de sus años de esfuerzos, de Quevedo comenzó de nuevo, y
con la adopción de la Constitución de 1917, organizó un comité para establecer la Sociedad Forestal
Mexicana. Finalmente, en 1921, la Sociedad fué creada y su órgano periodístico oficial, México Forestal,
comenzó a publicarse dos años después. Esta revista estaba destinada a tener una vida ininterrumpida por
más de un cuarto de siglo, ya que aún se sigue publicando. Su primer número contenía un proyecto de ley
forestal que, aunque con muchas alteraciones de forma, posteriormente fué adoptada y vino a ser la
primera legislación forestal integral de México.

Esta legislación, basada en la Constitución de 1917, aceptó la legalidad del nuevo principio de que los
intereses públicos están por encima de los intereses privados, y propuso restricciones drásticas en el corte
de árboles tanto en terrenos forestales del gobierno como de particulares, en donde lo requirieran las
necesidades del país.

Leyes posteriores otorgaron a la Secretaría de Agricultura el derecho de declarar y establecer reservas


forestales y parques nacionales e internacionales, considerando también programas educativos para
instruir al pueblo sobre el valor y la utilidad de los recursos forestales. Estas leyes, en efecto, fueron las
que prepararon el camino para la ley de 1948 que, junto con las enmiendas de 1949, constituye la más
completa legislación forestal que se haya promulgado en México.

Estando el cumplimiento de la ley de 1948 a cargo de la Secretaría de Agricultura y Ganadería, la ley


dispone que los bosques del país son de utilidad pública y están sujetos a cualquier reglamentación que sea
necesaria para salvaguardarlos. Además de asegurar una fuente perpetua de productos forestales, sus
objetivos son el combate de la erosión de los suelos, la recuperación de tierras erosionadas y ociosas, el
mejoramiento de las reservas hidráulicas, y la influencia para su control. Contiene muy estrictas
disposiciones sobre el corte de los árboles tanto en bosques públicos como particulares, y hace obligatoria
la reposición de los árboles talados. Restringe las exportaciones de madera y de otros productos forestales,
y dispone que las áreas forestales pueden ser desmontadas para su uso agrícola o industrial solamente
cuando sea conveniente para los mejores intereses económicos del país. Se prohibe el pastoreo en las
tierras públicas y en los parques, si no se tiene el permiso correspondiente, y se dicta la forma de crear y
mantener viveros para propagar especies forestales de valor comercial. Prohibe igualmente la elaboración
de carbón excepto como un subproducto de la destilación de la madera.

Una de las características más importantes de la leyes la de autorizar al Presidente a establecer vedas en
las áreas en donde por períodos indefinidos de tiempo la tala debe o prohibirse o restringirse. Este poder
puede ser invocado dondequiera que sea necesario poner a los bosques bajo administración o por "razones
estratégicas o cualquiera otra razón que lo justifique." Para 1950 el área forestal sobre la cual se restringió
la tala, comprendía más de 14 millones de hectáreas.

Con el fin de asegurar un abastecimiento continuo de materias primas para la industria de la madera, se
establecieron varias Unidades Industriales de Utilización Forestal. Estas unidades constituyen fuentes
permanentes de madera para los aserraderos, fábricas de papel, y otros usuarios. Cada unidad dispone de
una administración técnica forestal con jurisdicción sobre toda su área. Se establece que estas
administraciones deben proporcionar servicios forestales, técnicos y legales, así como inspección sobre la
utilización, la reforestación, el pastoreo, el control de incendios, y la construcción de senderos y canales
de navegación.

25
La ley también considera el establecimiento de un fondo forestal integrado por los subsidios
gubernamentales (federal, estatal y municipal), con cuotas por concepto de la explotación de los bosques
nacionales, con el ingreso derivado de los parques, con multas, donativos y legados, etc. Este fondo se
dedicará exclusivamente al mantenimiento de viveros forestales, a la reforestación, ya la preparación de
un inventario forestal. El cumplimiento de las disposiciones legales está a cargo de un Consejo Forestal
Nacional que quedó establecido mediante la misma ley y cuyos deberes son los de formular los programas
forestales y dirigir el trabajo de los consejos forestales locales establecidos en cada uno de los Estados.

Si se cumpliera concienzudamente, esta ley de 1948 pudiera constituir un enorme adelanto hacia la
solución de los problemas forestales de México. Lo cierto ha sido que por lo general es violada, evadida, e
ignorada. Uno de los más destacados conservacionistas mexicanos describe la situación en las siguientes
palabras: "En este caso, como en muchos otros, nuestra legislación es sabia y avanzada. ..pero su efecto es
nulo o muy pequeño. El alejamiento de muchas regiones y la ignorancia de sus habitantes, son en algunos
casos la causa de esta falta de observancia de las leyes; en otras la insuficiente vigilancia. Pero hay
también ocasiones, y éstas son las más lamentables y bochornosas, que es la venalidad de empleados
inferiores mal remunerados, la causa de que se permitan tales destrucciones a cambio de un puñado de
pesos." 33

La aprobación de una legislación tan radicalmente restrictiva como la ley de 1948 constituyó claramente
un reto a las fuerzas policíacas del gobierno, ya que su cumplimiento demandaba obviamente un gran
cuerpo de inspectores y el más amplio apoyo del poder judicial. Bien era cierto que las industrias de los
productos forestales no se someterían a tales restricciones sin dar pelea, e igualmente cierto que la
prohibición de elaborar carbón vendría a instigar la formación de una horda de carboneros ilegítimos.

No obstante, el Gobierno Mexicano hizo poco esfuerzo para aumentar el número de inspectores
competentes o para establecer un sistema policíaco adecuado. El resultado ha sido que la ley forestal de
1948 en su mayor parte no funciona. Los camiones cargados con carbón se canalizan hacia todos los
mayores centros de población, los árboles siguen siendo derribados y quemados tanto en los parques como
en los bosques nacionales, el ganado y las cabras pisotean y devoran los retoños forestales. En una
palabra, el asesinato de las selvas mexicanas prosigue en una escala tan considerable como se hacía antes
de que se promulgara la ley. El valor de una ley no es mayor que el cumplimiento que se le otorgue, y
sería mejor que las leyes no existieran si no estuvieran respaldadas por el poder policíaco del gobierno. La
ley forestal de México no está respaldada ni por la fuerza de la opinión popular ni la maquinaria
gubernamental para hacerla cumplir. Por el contrario, las únicas fuerzas significantes interesadas en la ley
le son abiertamente antagónicas las industrias de los productos forestales y, más fuerte y más destructiva
todavía, la población rural.

La prensa mexicana con frecuencia ha llamado la atención hacia esta falla del gobierno; y el editorial de
un periódico en 1948 declaraba: "Las leyes con respecto a la conservación son un poco más que letra
muerta. Los famosos parques nacionales sólo existen en el decreto que los creó. De tiempo en tiempo la
Secretaría de Agricultura nos dice que ya se va a poner en práctica un plan de reforestación y que se
sembrarán millones de árboles. Pero eso no pasa más allá de la intención de la pura palabra. El
mantenimiento y el desarrollo de los recursos naturales están relacionados con la vida misma y con todo el
futuro de México."

33
Enrique Beltrán, Los Recursos Naturales de México r su Conservación. Vázquez, op. cit., ha llamado la atención sobre la increíble cantidad de
devastación forestal que resulta de las prácticas ilegales, cuyos autores gozan de inmunidad debido a su influencia política de acuerdo con
Vázquez, la influencia política, la inmunidad que otorgan los caciques locales, la falta de recursos, y lo reducido del personal nombrado para
vigilarlos, son las causas principales de la devastación forestal. En la región tropical, sigue diciendo Vázquez, casi todos los productos forestales
de exportación (maderas preciosas, chicle, resinas, aceites, etc.) están siendo sacados del país fraudulentamente. La vigilancia forestal se
mantiene bajo condiciones muy difíciles ya veces peligrosas a la vida de los guardabosques. “La promulgación de la Ley Forestal y su
Reglamento señalaron una época de la reforma intelectual de México. Su aparición conmovió profundamente a todos los sectores interesados
porque la doctrina que la genera es garantía de oportunidad, y su general y honesta aplicación preconizaba un ordenado desarrollo de la
industria; pero la interpretación de los acontecimientos durante su vigencia viene a demostrarnos que nuestra legislación ha venido a aumentar
el archivo de la letra muerta.”

26
Para dar cumplimiento a las diversas disposiciones de las leyes forestales, se creó la Dirección Forestal
Mexicana. Además de administrar los parques y los bosques, se le encomendó la responsabilidad de
implantar los ideales forestales en toda la República, y de educar a la nación con respecto a los peligros de
la agricultura nómada y el pastoreo sin control. Bien es cierto que ello constituye una tarea hercúlea, la
cual si se enfocara de manera objetiva requeriría un personal y un presupuesto varias veces mayores a
aquellos de que se dispone actualmente34.

Decir que la Dirección Forestal no está cumpliendo con su deber es decir solamente que no está haciendo
la imposible. Con insuficiente personal escasamente remunerado, sin el apoyo de la opinión popular, y
teniendo la oposición de la mayoría de las industrias forestales y de los explotadores de los bosques, no
existe la más remota esperanza de que el actual servicio forestal pueda hacer obligatorio el cumplimiento
de las severas reglamentaciones de conservación, ni realizar la enorme tarea que le asignó la ley de 1948.
Este conocimiento de su propia impotencia creará inevitablemente un espíritu de socarronería y de
cinismo que será en detrimento del mismo personal.

Muchos escritores, impresionados con la legislación tan severa que se ha promulgado en México sobre la
conservación, dan la impresión completamente errónea de que sólo porque hay leyes sobre conservación y
existen organizaciones gubernamentales responsables de hacerlas cumplir, los recursos naturales están en
manos seguras. Ningún perjuicio a la causa de la conservación podría ser más grande que la perpetuación
de esta ilusión.

El gran abismo que existe entre la promulgación de las leyes de conservación y su cumplimiento puede
ilustrarse por lo que está sucediendo en los parques nacionales de México. A instancias del Ing. de
Quevedo, un gran número de las más hermosas áreas forestales del país fueron declaradas parques
nacionales para la protección de las cuencas, el recreo de los habitantes y la preservación de la cubierta
vegetal y la fauna silvestres en sus condiciones naturales. Estos parques en la actualidad suman 43,
cubriendo una superficie de más de 830,000 hectáreas, e incluyen grandes regiones silvestres. En su
mayor parte constituyen sitios de excepcional belleza escénica, e incluyen flora y fauna en peligro de
extinguirse, y en algunos casos indican sitios de recuerdos memorables en la historia de México.

La creación de estos parques fué uno de los resultados más importantes del movimiento forestal, ya que su
belleza natural es una de las mayores atracciones turísticas, pero han sido destruidos rápidamente por la
invasión de los leñadores, los ganaderos, los carboneros y los agricultores nómadas. Al establecer estos
parques, se promulgaron leyes prohibiendo el corte de madera, el pastoreo, el uso del fuego, y otras
depredaciones. Pero más allá de haberse aprobado la legislación, casi nada se hizo para su efectivo
cumplimiento. No se han levantado inventarios forestales, no se han demarcado los límites de los parques,
y solamente unos cuantos de ellos poseen guardamontes o administradores locales.

No se requiere ser arúspice para predecir los resultados. Con dos posibles excepciones, el corte ilegal de
árboles se hace en todos los parques nacionales, y en algunos están funcionando grandes aserraderos. En
la mayor parte de los parques el pastoreo y los frecuentes incendios forestales han impedido la
reproducción natural del bosque, destruyendo no solamente los árboles y la cubierta del suelo, sino el
suelo mismo. Las corrientes fluviales están desapareciendo, y la fauna silvestre está siendo exterminada
rápidamente por el fuego y la caza.

Las actitudes humanas que hacen posible esta situación se com. prenden muy fácilmente: en primer lugar,
y la más importante, la desesperante escasez de tierras para millones de agricultores mexicanos que los
obliga a invadir los bosques; en segundo lugar la industria forestal, la cual, en dondequiera que tenga
acceso, explota los bosques de la manera más lucrativa posible, sin importarle la destrucción que va
dejando a su paso; en tercer lugar la indiferencia de la mayor parte de los funcionarios del gobierno. A
esta actitud el Presidente Alemán puede ser una excepción, pues ha expresado ideas muy favorables a la
34
Durante 1950, el personal de la Dirección Forestal Mexicana consistía de 1,137 miembros: 147 técnicos, 650 guardabosques, y 340 empleados
administrativos. Su presupuesto ascendía a la suma de 4,601,052 pesos.

27
conservación35 sin embargo sus palabras no se han reflejado en un aumento del presupuesto ni para la
Dirección Forestal ni para la Dirección de Conservación de Suelos.

Mientras tanto, todo el movimiento en favor de los parques nacionales está en peligro de desaparecer
debido a la desobediencia casi total de las leyes existentes, una situación muy característica de la actitud
general hacia la legislación forestal mexicana en conjunto.

Sería muy ingenuo esperar otro resultado distinto, ya que el simple anuncio de la creación de un parque
nacional o de una reserva forestal no constituye una garantía contra los incendios, el saqueo, el
vandalismo, el corte de madera, o cualquiera otra depredación. Las áreas forestales deben cuidarse y
atenderse, y, debido a que los parques nacionales están situados en su mayoría en partes aisladas y
contienen recursos de gran valor, su defensa será en extremo difícil, y, faltando la insistencia popular para
su protección, no es muy probable que llegue a obtenerse.

El profesor Beltrán ha señalado en repetidas ocasiones que la estructura necesaria para hacer cumplir las
actuales medidas legislativas es en extremo costosa y requiere una organización tan extensa que México
no ha sido capaz de crearla. Por esa razón, estas leyes de conservación no han llegado más allá del papel
en el cual están escritas. Careciendo del apoyo necesario por parte del pueblo, así como el respaldo más
amplio por parte del gobierno, es ocioso esperar que el puñado de técnicos forestales encargados de hacer
que se cumplan dichos ordenamientos, tomen muy en serio su gestión. Sin embargo, algunos sí tratan de
cumplir con su deber, y todos los años se registran hechos de violencia y aún del asesinato de empleados
de la Dirección Forestal que han hecho intentos honestos y valientes para aplicar la ley. Pero los miembros
del personal forestal no están precisamente obsesos con la idea de convertirse en mártires, ni tampoco
debe esperarse que lo sean. Mientras tanto, no se tienen esperanzas de que la Dirección Forestal se vea
sitiada por muchos jóvenes ansiosos de seguir la profesión de guarda forestal.

Indudablemente, uno de los factores más desconcertantes de la situación forestal mexicana es el hecho de
que son muy pocos los estudiantes que se están preparando para la carrera de ingeniero forestal. Desde el
año de 1933 el Ing. de Quevedo dió la voz de alerta en el sentido de que "Un personal ignorante, vicioso,
inmoral e indisciplinado, como el que se reclutaría entre individuos impreparados en los conocimientos
técnicos especiales del ramo y los morales y disciplinarios, llevaría al fracaso al Departamento en sus
funciones”.

La enseñanza forestal en México está gradualmente perdiendo importancia, y la seguirá perdiendo


mientras que la profesión ofrezca tan pocas oportunidades de llevar a cabo un trabajo efectivo y no hay
que olvidar que sin personal profesionalmente preparado es muy difícil concebir cómo puedan ser
debidamente administrados los recursos forestales.

La enseñanza forestal en la actualidad está circunscrita a la que se imparte en la Escuela Nacional de


Agricultura en Chapingo, y es una especialización de la carrera de ingeniero agrónomo. Durante los tres
primeros años el estudiante de bosques recibe cursos generales en agronomía y en los cuatro restantes se
especializa en silvicultura. En 1950 había solamente unos doce estudiantes siguiendo la especialidad de
bosques.

Con la falta actual de incentivo, la enseñanza forestal en México permanecerá inevitablemente a niveles
muy bajos hasta que llegue el tiempo en que el desarrollo de un vigoroso y adecuado programa de
protección a los recursos naturales haga necesario el adiestramiento de más personal. Cuando esto llegue a
suceder, probablemente será necesario que los jóvenes, que eligen la especialidad de bosques,

35
“Un patrimonio nacional de la mayor importancia es la riqueza de nuestros bosques. ...Los bosques no sólo constituyen un gran acervo de
riqueza; son además esenciales para la vida humana. Su destrucción, que acarrea fatalmente el deslave de la tierra vegetal. es la amenaza más
grave que puede tener un país.” Miguel Alemán, “Síntesis del Programa de Gobierno.” 1945.

28
perfeccionen sus estudios en escuelas forestales del extranjero, hasta que puedan establecerse en el país
centros adecuados para la enseñanza profesional de la materia.

Lamentablemente, debe de admitirse que a pesar del brillante comienzo, a pesar de más de un cuarto de
siglo de trabajos de parte de la Sociedad Forestal Mexicana y de los esfuerzos incesantes del Ing. de
Quevedo, no puede decirse que la silvicultura haya venido a ocupar un lugar prominente en el manejo de
los suelos en México. Aún así, sigue siendo materia del mayor interés para un pequeño grupo de personas
cultas que viven en las grandes ciudades. Este gran abismo entre la actitud de unas cuantas personas con la
conciencia de la conservación y la de la gran masa del pueblo mexicano, es tan insondable que la
aceptación general de la idea de la conservación no puede esperarse mientras que no se produzcan
profundos cambios en la estructura demográfica del país.

En la actualidad el futuro de los bosques de México parece ser poco brillante; aún así no es apropiado ver
con profundo pesimismo los progresos necesariamente lentos que la conservación haga en cualquier país.
Por muchos años los Estados Unidos tuvieron leyes de protección forestal que no eran muy efectivas.
Tuvieron disposiciones muy brillantes y adecuadas para el desarrollo de programas forestales, pero muy
pocas personas con la preparación y los conocimientos necesarios para llevarlos a la práctica. En aquellos
días los Estados Unidos tenían sus programas forestales escritos en el papel, y nada más. Igualmente hubo
un saqueo al por mayor de la madera, incendios forestales sin control, y una conciencia popular sobre el
concepto del suelo que cerraba los ojos a cualquier forma de destrucción forestal que hubiera concebido la
depredatoria mente del hombre. Los bosques de los Estados Unidos en aquellos días proporcionaban
empleo cómodo a un grupo reducido de políticos, pero era poco lo que contribuían a la riqueza de la
nación. Aún ahora, disponiéndose de un gran cuerpo de personal técnico convenientemente preparado y
con amplio respaldo del pueblo, los Estados Unidos no han conquistado todavía los incendios forestales, la
tala destructiva, el sobrepastoreo, o la erosión de los suelos.

Pero en el caso de México la situación es aún más apremiante, debido a que ese país depende más directa
e íntimamente de sus bosques. En la actualidad, mientras prácticamente nada se está haciendo para detener
la destrucción de sus bosques, está gastando más de mil quinentos millones de pesos en obras de irrigación
y en el mejoramiento de las prácticas agrícolas. No se hace caso del hecho supremo de que, mientras que
no se estabilicen los suelos forestales, no puede haber seguridad para el riego o para la agricultura, ni
ninguna certeza de poder contar con abastecimientos de agua. Si se destruyen los bosques de México,
todos los canales, las presas de almacenamiento y los trabajos de irrigación que pueda concebir el hombre
se volverán-tarde o temprano-monumentos a su torpeza, y ni todas las avanzadas técnicas agrícolas le
podrían producir cosechas en sus terrenos calcinados y erosionados.

Los bosques son tan fundamentales para la agricultura mexicana como lo son la tierra y el agua.

Tierras de Pastoreo

Quizá el más descuidado de los grandes recursos mundiales es los millones de hectáreas que, sin ser
adecuadas para la producción de cosechas o para el establecimiento de bosques, han proporcionado forraje
a través de la historia humana para incontables manadas de ganado mayor, ovejas y cabras.

En casi todos los países de clima templado más de la mitad de la superficie terrestre se utiliza solamente
para la producción de alimentos para el ganado. Considerando la enorme extensión y el gran valor de estos
terrenos, sería de esperarse que existiera un conocimiento más preciso de cómo pueden ponerse estas
tierras más satisfactoriamente al servicio de las necesidades del hombre, pero aunque se han hecho siglos
de esfuerzos para mejorar a los animales que pastorean sobre esos terrenos, ha sido solamente durante los
20 o 30 últimos años que los hombres de ciencia han puesto una atención mayor a las capacidades
potenciales de las tierras de pastoreo.

29
México, con una gran porción de su superficie terrestre compuesta de praderas, es esencialmente un país
adecuado para la cría del ganado. Los indios antes de la Conquista no tenían ganado; pero aunque los
animales de la granja no fueron introducidos al país sino hasta principios del Siglo XVI, México cuenta
ahora con más de 12 millones de cabezas, principalmente en las grandes manadas en el norte del país,
donde unos cuantos ranchos de propiedad particular tienen ganado de alta calidad.

Las manadas de buena calidad, sin embargo, constituyen raras excepciones, y aunque durante los últimos
años el gobierno ha hecho intentos de mejorar la calidad general de los animales, los ganaderos, sin contar
con corrales ni con facilidades de agua, hacen muy pocos esfuerzos para mejorar sus métodos de cría. No
se ha hecho ningún intento de seleccionar a los animales que presentan buenas características para la
reproducción y existen pocas oportunidades de mejorar la calidad de los rebaños. De acuerdo con las
observaciones de Whetten, más de la mitad del ganado en México se cría en los pequeños poblados y en
los ranchos, haciéndose el acarreo del forraje desde los campos de cultivo. Este forraje nunca vuelve al
suelo agrícola en forma de fertilizante, sino que se tira en las calles de las pequeñas poblaciones y no se
utiliza.

Prácticamente ninguna atención se le ha prestado a las tierras de pastoreo y su destino se deja casi
enteramente al acaso. Dependiendo de la lluvia, de la cubierta vegetal, de las condiciones del suelo, y del
número de ganado en pastoreo, la calidad de los potreros de México puede variar de buena a casi desierto,
y muchas hectáreas de pastos vigorosos que otrora mantenían manadas numerosas se han degradado a la
categoría de praderas secas, capaces de mantener solamente un número reducido de animales flacos y
raquíticos.

El pastoreo podría constituir una fuente creciente de riqueza para México, ya que además de la carne y la
leche las praderas proporcionan productos de los cuales se derivan los cueros, pegamentos, jabón,
glicerina, y fertilizantes comerciales, y proporcionan la lana y las pieles con las cuales el hombre se viste y
se calza. Bajo condiciones de un uso adecuado y un pastoreo racional, estas tierras no constituirían un
problema de conservación ni una amenaza de erosión, sino que de hecho, mediante su cubierta vegetal,
protegerían los suelos agrícolas y los abastecimientos de agua de las ciudades, contribuyendo a asegurar la
energía hidroeléctrica para las industrias. Pero cuando muchos animales están aglomerados en una
superficie reducida, o cuando se permite a las manadas pastorear sobre las pendientes inclinadas, tanto el
pasto como el suelo se destruyen. El pasto sobre las pendientes es muy delgado, y una vez que se pisotea
por las pezuñas de los animales o se arranca cuando las manadas lo comen a raíz, esta cubierta protectora
es deslavada rápidamente y arrastrada aguas abajo. El suelo mismo sigue ese camino, hasta que nada
queda sino las rocas estériles, y la destrucción ha sido completa.

Como resultado de años de erosión, las superficies adecuadas para la producción de pastos en México se
han reducido considerablemente, y el ganado, los caballos, las ovejas y las cabras han sido obligados a
desplazarse más y más para buscar sus alimentos en los terrenos forestales. Allá el daño que causan es
doble: primero, la destrucción directa de los arbolitos al ser comidos y pisoteados, y, segundo, el corte de
los pastos, dejando expuesto el suelo a las fuerzas erosivas del viento y la lluvia.

Otro tipo de daño, aún más destructor, es el que hacen los mismos pastores, quienes siguen la práctica casi
universal de quemar los terrenos en la creencia de que dicha medida les asegura un mejor crecimiento del
pasto y elimina los árboles que le producen sombra.

Los terrenos que han sido sujetos por algunos años a este triple impacto dejan de producir tanto árboles
como pastos, y vienen a sumarse a la superficie que constantemente está convirtiéndose en desiertos
artificiales. La Dirección Forestal calcula que el 20 por ciento de los incendios forestales es resultado
directo de las quemas por los ganaderos que llevan su ganado a pastorear a los terrenos forestales. Otras
fuentes de información calculan que este porcentaje es todavía mayor. El Ingeniero Eduardo García Díaz
atribuye a los pastores el 80 por ciento de los incendios forestales, y Vázquez atribuye el 99 por ciento a la
práctica primitiva de quemar el suelo para mejorarlo para los cultivos agrícolas y para la producción de

30
forrajes. Dice Vázquez que la profusa diseminación del ganado en todos los montes de la República
“multiplica las fuentes de origen y hacen de los incendios un problema sin posible solución, porque la
causa que genera los efectos no es combatida: el pastoreo. Todos las medidas que en materia de
prevención y de combate se tomen, no son sino el más pintoresco sueño de ilusos que se han empeñado en
no conocer la realidad que nos envuelve.”36 Cada año, de acuerdo con la afirmación de Vázquez,
desaparecen de la lista de hectáreas productivas enormes superficies de tierras forestales, debido a los
incendios de los bosques causados por los ganaderos.

El libre pastoreo en los bosques nacionales, especialmente en las zonas de clima templado y frío, ha sido
un proceso calamitoso, ya que no existe ningún peligro mayor para los bosques que el ganado y las
cabras.37 Esto es especialmente cierto en la época de sequías, cuando el forraje casi no existe y cuando los
animales, medio muertos de hambre, arrancan del suelo toda planta verde que encuentran a su paso. Las
plantitas y los arbolitos de poca edad son los que sufren más, y frecuentemente los únicos árboles que
sobreviven a este embate son los que están llegando a su madurez. Sin embargo, cosechar los árboles
maduros en estas condiciones significaría el aclareo más completo y dejaría el suelo expuesto a la erosión.

De acuerdo con las observaciones de Vogt, ningún parque nacional de México está libre del pastoreo.
Muchos han sufrido el sobre pastoreo a tal grado que la regeneración forestal es imposible, y la erosión
está avanzando sobre regiones de incomparable belleza.38

Algunas personas creen que el uso de las tierras forestales para el pastoreo puede hacerse sin que se les
ocasione daño, y en muchos países se han hecho esfuerzos para combinar el manejo de los bosques con las
actividades del pastoreo. Las personas que favorecen esta práctica alegan que con un control adecuado y
un número limitado de ganado, los árboles pueden desarrollarse y el ganado puede pastorear el mismo
terreno. Aseguran que en los lugares en donde el pasto es abundante y las manadas no son muy
numerosas, o cuando se usan los bosques en un sistema de rotación, los animales sólo comerán parte de
las plantas herbáceas y dejarán una cubierta protectora que sea suficiente para permitir el renuevo natural
de los bosques.

Otras personas, aún más optimistas, aseguran que el pastoreo controlado ayuda a la conservación De esta
manera, de acuerdo con lo afirmado por el Dr. Jorge de Alba, "La ganadería anticuada con mala
distribución de los ganados, de los aguajes, sin cercas, y que no conoce el descanso periódico de los
potreros y vive con el constante sobrecargo en los agostaderos, también ha contribuido a la erosión de la
tierra mexicana. Sin embargo, la ganadería explotada de acuerdo con las posibilidades de los terrenos, es
la mejor arma con que cuenta la técnica moderna para el control de la erosión."39

Bajo condiciones perfectamente controladas puede que exista esta posibilidad, pero es raro que las
condiciones estén sometidas a un control tan perfecto, y ciertamente no lo están en los raquíticos pastos de
las laderas boscosas de México. Cuando el terreno está sobrepoblado y la misma superficie pastoreada año
tras año, a pesar de que las manadas no fueran tan numerosas, los animales, violentados por el hambre,
devoran todo lo que encuentran a su paso, hasta la última hoja.

Bajo las actuales condiciones que prevalecen en México, los objetivos del pastoreo y de la silvicultura son
diametralmente opuestos. La meta del forestal es la de cubrir la superficie totalmente con árboles; la meta
del ganadero es cubrirla totalmente con pastos.

36
Ing. Rigoberto Vázquez: . “Los Actos Depredatorios del Hombre en la Conservación Forestal; su Concepto y Problemas para México”.
Memoria de la Primera Convención Nacional Forestal.
37
Algunos eminentes conservacionistas mexicanos no están de acuerdo con esta opinión. Su creencia es que la industria de los productos
forestales es el agente más destructor de los bosques.
38
William Vogt, “Mexican Natural Resources -Their Past, Present and Future. “Report on Activities ot the Conservation Section, Division ot Agri.
cultural Cooperation, Pan American Union (1943.1946).
39
Dr. Jorge de Alba, “La Ganadería y la Grandeza de México,” Chapingo, Vol. IV, Núm. 33.

31
De ello resulta que con demasiada frecuencia los pastores, al notar que el pasto está creciendo muy
lentamente a medida que los árboles van obstruyendo la luz del sol, ceden a la tentación de ayudar al
crecimiento del pasto, y prenden fuego a los árboles.40

No hay solución fácil para este problema del pastoreo destructor en los bosques mexicanos. Mientras que
no se le prohiba, el agricultor continuará apacentando su ganado y sus cabras en dondequiera que haya
pastos, aún de muy baja calidad, sin importarle el destino final de los bosques y del suelo. Mientras que
tenga la impresión de que pueda mejorar el crecimiento de los pastos mediante el uso de los incendios,
continuará prendiéndoles fuego a los bosques, hasta que las fuerzas policíacas del gobierno hagan cumplir
las leyes. Y no sería realístico echarle la culpa al ganadero, ya que, encerrado como está en el concepto de
la eterna lucha contra un medio ambiente estéril, solamente sobre las pendientes laderas de los terrenos
forestales puede encontrar pastura para sus famélicos y hambrientos animales, que es todo lo que posee. Si
el pastor cree que el dejar caer un cerillo a los pastos resecos durante la estación de sequía puede producir
un kilogramo extra de carne en sus animales, lo hará con todo gusto. Lo que él ignora es que destruye
valores mucho mayores que las ganancias que obtiene; pero si lo supiera, nada le importaría. Aún así, su
miopía no será mayor que la del gobierno que está gastando millones de pesos en obras de riego, y al
mismo tiempo permitiendo que el pastoreo y la desforestación no controlados pongan en peligro estos
gastos exorbitantes.41

Desde el punto de vista económico, no habrá ningún asomo de justificación para el pastoreo no regulado
en la mayor parte de las regiones montañosas forestales de México, ya que el daño que se ocasiona tanto
directo como indirecto es mucho mayor que el valor de la carne y de los cueros obtenidos.

Según los forestales mexicanos, la única solución final descansa en el hecho de prohibir el pastoreo del
ganado dentro de los bosques. Indudablemente esta medida eliminaría la causa mayor de la deforestación
y de la erosión, pero bajo las actuales condiciones es extremadamente improbable que el gobierno intente
obligar a los propietarios de ganado a que se lleven sus animales a otros sitios, aún de las regiones más
críticamente dañadas. Es más probable que dicho movimiento, si alguna vez se lleva a efecto, se incluya
en un programa integral, dirigido hacia un plan amplio de manejo de todos los recursos naturales
renovables, en interés del mejor uso de la tierra, cualquiera que sea. Pero este movimiento presupone la
existencia de técnicos en un número considerable, presupone un mecanismo policíaco que haga cumplir
las leyes, y presupone el despertar de la opinión popular. y todavía no se vislumbra su principio.

EL AGUA

México es un país sediento. El agua, el más escaso de todos sus recursos y el más irregular en su
distribución, será siempre un gran factor limitante de su producción de alimentos.

La falta de agua está en la médula misma de las dificultades agrícolas del país, ya que en la mayoría de sus
tierras bajo cultivo no se tiene la esperanza de obtener cosechas seguras mientras que permanezcan a
merced de una precipitación caprichosa.

Esta abrumadora aridez fué dramatizada por Ernest Gruening cuando escribió, "Es casi imposible que el
habitante de un país o un lugar en donde el agua es abundante y en donde su existencia se considera tan

40
“No cabe asociación posible; o se conservan los bosques eximiéndolos del pastoreo, o se les convierte por ahora en deshesas y más tarde en
páramos.” Vázquez.
41
Y esto sucede a pesar de las repetidas llamadas de atención de parte de los técnicos de la Dirección de Conservación de Suelos y de la Dirección
Forestal, que ven muchos de sus propios esfuerzos destinados al fracaso. Pero este tipo de comportamiento irracional no es exclusivo de
México. La falla más trágica de la administración de los bosques nacionales de los Estados Unidos probablemente descansa en el hecho de
permitir el pastoreo en los bosques. El resultado ha sido la destrucción de muchos miles de hectáreas de bosques en regeneración, así como la
pérdida de millones de dólares, motivada por la erosión.

32
segura como la del aire que respiramos y la luz del sol que nos alumbra, perciba siquiera la tremenda
significación de la falta de agua en México. El agua ha sido motivo de oración y de combate desde
tiempos inmemorial es. Sólo se necesita vivir -aunque sea brevemente- en uno de los innumerables
pueblos desecados y polvorientos de la Meseta Central de México, u observar la impresionante falta de
vegetación de cualquier protuberancia dentro del fondo aún de los valles más fértiles de ese país, para
sentir el profundo significado de la herencia meteorológica e hidrológica de México. La tarea consiste en
retener en la Meseta Central las lluvias de temporal que actualmente escurren inútilmente al mar a través y
sobre los bordes de la gran Sierra Madre." 42

Aunque ninguna parte de México se encuentra a más de 650 kilómetros de distancia del mar, las
condiciones varían desde la intensa aridez que produce un desierto absoluto en las regiones que bordean el
Golfo de California, hasta las lluvias torrenciales en las partes media y del sur de las vertientes del golfo
que están libremente expuestas a los vientos alisios cargados de humedad del tibio Golfo de México. Los
promedios de precipitación anual fluctúan mucho, variando desde 55 hasta 4,638 milímetros, y el número
de días en que se presentan las lluvias varía desde 15 hasta más de 200.

Las variaciones locales también son extremosas, ya veces las laderas de las montañas expuestas al
barlovento reciben de tres a cuatro veces más lluvia que las laderas que miran al sotavento. Hay algunas
localidades que no reciben ninguna precipitación por varios años consecutivos, y en las regiones más
secas pueden presentarse en un año lluvias siete veces más copiosas que en otro. La parte norte de México
está calcinada y no cuenta con agua, el centro apenas tiene suficiente humedad para el desarrollo de las
plantas, y el sur del país está saturado. En otras palabras, la mitad del país no tiene suficiente humedad
durante todo el año, una tercera parte no cuenta con suficiente humedad durante el invierno, y menos de
una sexta parte del país cuenta con suficiente agua de lluvia durante todo el año.

Para completar ese cuadro de frustración agrícola, el agua no se puede obtener en donde más se le
necesita. Sobre la Mesa Central, en donde está concentrada la mayoría de la población mexicana, la
temporada de lluvias se reduce a los meses de verano, y muy raramente es mayor de 35 centímetros al año,
siendo insuficiente para la agricultura y apenas bastante para mantener vivas las praderas. Las tierras que
tienen una precipitación regular y suficiente o que reciben riego artificial son muy escasas en el altiplano,
mientras que en los trópicos, donde cuentan con suficiente humedad y muchas veces con más de la
necesaria, están escasamente pobladas, y su productividad agrícola es muy baja.

En su estudio de la agricultura y los recursos mexicanos, el Ing. Patiño Navarrete calculó que apenas el 2
por ciento de la superficie territorial recibe una precipitación normal durante períodos de tiempo hasta de
150 días al año. El resto del país está dominado por las sequías. Esta enorme región seca comprende
principalmente el altiplano que se extiende desde los Valles de México y de Toluca hasta la frontera con
los Estados Unidos. Desafortunadamente, es precisamente esta gran región en donde se llevan a cabo las
principales actividades agrícolas del país, que constituyen la base de una agricultura difícil e improductiva
debido a que la precipitación pluvial es insuficiente para el desarrollo de los cultivos. Además de la
escasez de la lluvia, la región está obstaculizada por la brevedad del período de la precipitación. Este
período es irregular e intensamente variable, y cuando llega la lluvia, cae con extrema violencia. De
acuerdo con Patiño Navarrete, esta combinación desfavorable determina que la agricultura mexicana se
lleve a cabo bajo las peores condiciones imaginables, y no hay razón para sorprenderse que por falta de
lluvia una tercera parte del total de las tierras dedicadas anualmente al cultivo, no llegue a producir
ninguna cosecha.43

Pero la cantidad de lluvia no constituye en sí el único criterio para juzgar sobre si es adecuada para la
agricultura. El factor tiempo es también importante, ya que dos o tres centímetros de agua que se

42
Ernest A. Gruening, Mexico and Its Heritage.
43
Ing. Jesús Patiño Navarrete. 'La Agricultura y los Recursos Vegetales de México,” Plants and Plant Science in Latin America.

33
precipitan en un corto espacio de tiempo se escurren rápidamente, quedando fuera del alcance del suelo;
pero no sucede así si la misma cantidad de lluvia cae en un período de tiempo más largo. Los estudios
hechos por la Secretaría de Recursos Hidráulicos indican que del volumen total de la lluvia, del 50 al 60
por ciento se pierde en evaporación y transpiración, 12 por ciento escurre sobre la superficie, y solamente
del 28 al 38 por ciento penetra al subsuelo en donde es almacenada en los depósitos subterráneos.

La importancia de esta agua subterránea no puede sobreestimarse, especialmente en regiones en donde las
corrientes superficiales no son frecuentes. Los millones de litros de agua que se utilizan diariamente en el
Valle y en la Ciudad de México provienen totalmente de fuentes subterráneas.

El almacenamiento de agua puede hacerse en muchas formas -lagos, presas, pozos artesianos, manantiales,
y ciénegas- pero la cantidad de agua que se almacene está controlada principalmente por el tipo de
cubierta vegetal que, al detener el escurrimiento, permite que el agua penetre al suelo. Esta habilidad para
aumentar el almacenamiento de agua es una de las grandes funciones de los bosques, y es la principal
razón por la cual las áreas desforestadas pierden su capacidad de almacenar agua que de otro modo podría
estar disponible después, en las tierras bajas, para fines agrícolas y el consumo humano.

En consecuencia, son tres las maneras en que la precipitación en México conspira contra la agricultura
próspera: primero, en sus amplias variaciones anuales; segundo, en sus variaciones entre un año y el
siguiente; y tercero, en su deficiencia en las regiones más importantes del país para la producción de
cultivos agrícolas.

Pero muy aparte de su falta de regularidad y seguridad, la cantidad promedio de agua que se precipita
sobre grandes regiones de México, así como de manera muy significativa sobre la mayor parte de la Mesa
Central, realmente no es suficiente para mantener una agricultura próspera. Es esta deficiencia de agua y
la carencia del suelo agrícola lo que conspira para crear los problemas de producción de alimentos en ese
país.

Agravando esta situación, los niveles de agua freática de México están abatiéndose constantemente, y la
disminución de un solo centímetro en su nivel significa menos agua útil y menos tierras cultivables.
Significa también que cada año los campesinos mexicanos disponen de menos hectáreas para su cultivo, y
que, por eso, se ven obligados a invadir los terrenos silvestres que aún quedan. Este ciclo de destrucción
seguirá avanzando con velocidad acelerada a medida que el agricultor con su hacha vaya abriéndose paso
cada vez más hacia arriba de las laderas de las montañas, cortando los bosques que todavía le quedan.”44

No existe ningún ejemplo más obvio de los efectos de la deforestación sobre el almacenamiento de las
aguas subterráneas que en el Valle de México. Todo este gran valle es una cuenca cerrada que depende,
hasta la última gota de su abastecimiento de agua, de la lluvia que cae y es llevada a los depósitos
subterráneos. Antes de la llegada de Cortés el valle estaba bien forestado, pero, de acuerdo con la opinión
de Gonzalo Blanco, distinguido agrónomo mexicano, las influencias "civilizadoras" fueron introducidas
muy pronto por los conquistadores europeos.

"Se talaron los bosques a gran prisa," escribe Blanco, "sin pensar mucho en la reforestación; se destruyó el
monte bajo y la cubierta vegetal sin considerar que servían para retener el agua de las lluvias y para
ayudarla a filtrarse paulatinamente a las capas inferiores del suelo; se provocó la erosión laminar
destruyendo la capa superior del suelo, y causando la formación de profundas cárcavas, el azolve de los
lagos, la inundación de la ciudad en época de lluvias, la escasez de los peces y de las aves acuáticas, y el
exterminio de la fauna silvestre.

"Este es, en resumen, el trágico legado con el que aún se enfrentan las autoridades municipales de la
Ciudad de México, 127 años después de la consumación de la independencia política del país, con el
44
William Vogt, “Mexican Natural Resources -Their Past, Present, and Future,” Report on Activities of the Conservation Section, Division of
Agricultural Cooperation, Pan American Union (1943.1946).

34
agravante de que los problemas se han agudizado aún más durante la vida independiente de México en el
Siglo XIX y lo que llevamos del presente, como resultado del inusitado crecimiento de la población en el
Valle de México, del sobrepastoreo, de las prácticas agrícolas y silvícolas irracionales, y del sostenimiento
de industrias que dependían, y siguen dependiendo 'para sus operaciones normales, de grandes cantidades
de carbón, de leña y de madera.".45

De manera que el agua de lluvia que en un tiempo se infiltraba lentamente a las capas inferiores del
subsuelo, formando manantiales permanentes, ahora escurre violentamente a través del Gran Canal del
Desagüe, llevando en suspensión millones de toneladas de suelo fértil que se pierde para siempre en el
Golfo de México. Los resultados finales son las inundaciones en la época de lluvias, la sequía durante el
resto del año, y un abatimiento general del nivel de las aguas subterráneas. Con una población aproximada
de 3 millones de habitantes, la Ciudad de México ya no dispone de agua para llenar sus necesidades o para
eliminar el drenaje y demás desperdicios. Cuando caen lluvias torrenciales sobre la ciudad, los tubos del
drenaje actúan como sifones para traer al centro de la misma aguas cloacales que emergen ahí con toda su
inmundicia.

Con el abatimiento del manto de aguas subterráneas los manantiales en el valle han desaparecido, y con la
pérdida del agua subterránea la ciudad misma--construida originalmente sobre el lecho de un lago se está
hundiendo, causando la rotura de las cañerías del drenaje y de las tuberías del agua potable, destruyendo
los pavimentos, y ocasionando el agrietamiento de los edificios.46

En un desesperado esfuerzo para encontrar más agua, se están perforando pozos en el Valle y en la misma
Ciudad de México -expediente suicida por el cual las futuras generaciones tendrán que sufrir. Las
autoridades municipales de la ciudad están trabajando activamente para traer agua de los manantiales del
Valle de Toluca, pero ahí también la deforestación se está haciendo a una velocidad que no tiene paralelo
en ninguna otra parte de la República. Cuando esta cubierta protectora desaparezca, los manantiales
también desaparecerán y, como lo dice Blanco: "Las grandes obras de ingeniería que se construyen para
complementar los escasos abastecimientos de agua de la Ciudad de México permanecerán como un
monumento a la incompetencia ecológica del hombre moderno."

Mientras tanto, cada mañana, en los pueblos pequeños que se apiñan alrededor de la capital, las largas
"colas" de mujeres y niños esperan su turno pacientemente con botes de lata y ollas para poder recibir
unos cuantos litros de este recurso tan preciado el agua.

La carga sobre la agricultura mexicana que le ha impuesto la insegura precipitación pluvial podría ser
aligerada si el país contara con sistemas extensos de ríos para proporcionar agua para la irrigación. Pero
éste no es el caso. En aquellos lugares en donde existen los ríos, o se pierden en el desierto, o se vuelven
corrientes subterráneas, o se descuelgan desde las altas cadenas de montañas hacia el mar en corrientes
torrenciales. Las dos grandes cordilleras que atraviesan el país de norte a sur forman las principales
cuencas y, con la excepción de unas cuantas corrientes en la región del altiplano, prácticamente todos los
ríos se vacían o directamente en el Golfo de México o bien en el Océano Pacífico. La gran mayoría de
estas corrientes son montañosas y relativamente cortas, inadecuadas tanto para la navegación como para
proporcionar agua para fines agrícolas. Según el geógrafo Jesús Galindo y Villa, México tiene muchos
ríos, cientos de ellos; sin embargo, el país ocupa un lugar muy secundario a este respecto si se le compara
con otras naciones del Nuevo Mundo. Añade Galindo que, debido a la escasez de ríos en la región de las
mesetas, México no puede nunca, en el más amplio sentido de la palabra, ser una nación agrícola. Los
agricultores dependerán siempre de las vicisitudes de la lluvia para obtener sus cosechas.'47

45
Gonzalo Blanco, “The Water Supply of Mexico City: Its Relation to Renewable Natural Resources,” Proceedings of the lnter-American
Conference on Conservation of Renewable Natural Resources.
46
Gonzalo Blanco, “The Water Supply of Mexico City: Its Relation to Renewable Natural Resources,” Proceedings of the Inter-American
Conference on Conservation of Renewable Natural Resources.
47
Es completamente improbable que lleguen algún día a ser arados todos los 22.5 millones de hectáreas que a veces se han considerado como
potencialmente capaces de ser cultivadas. No se puede esperar que muchas de estas hectáreas lleguen a tener un abastecimiento constante de
agua.

35
El problema de la sequía en México no es nuevo. Antes de la llegada de Cortés, los aztecas habían
intentado dominarla mediante la construcción de sistemas de riego cuyas ruinas azolvadas aún pueden
verse. Posteriormente durante la época colonial, se emprendieron proyectos de considerable importancia,
pero durante el Siglo XIX no se desarrolló ninguna obra de irrigación, y para 1910 solamente alrededor de
700,000 hectáreas recibían los beneficios del riego. No fué sino hasta 1926 que se iniciaron los trabajos
serios de irrigación en el país mediante la creación, por parte del gobierno, de la Comisión Nacional de
Irrigación, la cual, en un intenso período de construcción entre 1926 y 1946, puso bajo irrigación cerca de
485,000 hectáreas.48

Una de las primeras actividades del régimen del Presidente Alemán fué la de proyectar un plan de
irrigación de seis años con un costo de 1,500 millones de pesos, habiéndose creado la Secretaría de
Recursos Hidráulicos para centralizar todos los problemas que se relacionen con el agua para fines de
irrigación y del abastecimiento a todas las ciudades del país, con excepción de la Ciudad de México. El
diez por ciento del total del presupuesto federal para 1945 fué destinado a los proyectos de riego, incluso
algunos de gran capacidad y de alto costo, designados a beneficiar extensas superficies. La Secretaría de
Recursos Hidráulicos ha empezado también el desarrollo de lo que se ha dado en llamar los dos proyectos
mexicanos del TVA. En todos estos trabajos la meta del gobierno es aumentar la producción agrícola por
lo menos en un 50 por ciento, y así evitar la necesidad de importar tan grandes cantidades de alimentos.

En sus planes para el aprovechamiento del agua, la Secretaría de Recursos Hidráulicos ha dado prioridad
al abastecimiento de agua potable para los principales centros de población, ya que sería muy difícil que la
situación que existe en las ciudades de México fuera peor. De los 115,000 pueblos y ciudades con que
cuenta la República, solamente cerca de 700 tienen sistemas de abastecimiento para el agua de uso
doméstico, y muchas veces dicha agua es de tan mala calidad que no puede tomarse. El ochenta por ciento
de la población mexicana no cuenta con ningún servicio de abastecimiento de agua, y únicamente un 5 por
ciento dispone de sistemas eficientes. Los efectos de esta situación sobre la incidencia de la mala salud y
de las defunciones causadas por males de origen hídrico son bien conocidos.

Estos nuevos proyectos del aprovechamiento de agua del Gobierno Mexicano serían más prometedores si
no fuera por el peligro constante de que los vasos de almacenamiento llegaran a azolvarse y se inutilizaran
debido a la falla de regular el arrastre de los sedimentos en las cuencas de captación. Porque cualquiera
que sea el destino final que se les dé, el control de las aguas de lluvia depende principalmente de la
presencia de una cubierta vegetal, y ni los proyectos de irrigación ni las presas de almacenamiento pueden
contribuir mucho al control del azolve y de los escurrimientos superficiales excesivos. Estos sedimentos
deben detenerse en las partes altas de las cuencas: en el mismo lugar en donde se originan. Es posible que
la irrigación pueda facilitar temporalmente para la producción agrícola muchos millones de hectáreas de
tierra, pero la irrigación sin el control del escurrimiento superficial de las tierras altas no sería segura, y
podría al final perder toda su utilidad.

El lng. Andrade Alcocer, de la Secretaría de Agricultura de México, ha manifestado la misma inquietud.


"Se ha extendido la idea de que la construcción de grandes presas para la irrigación será la salvación de
México. Como conservacionista y agrónomo yo no puedo estar de acuerdo en que dichos trabajos
constituyan una panacea que resuelva todos nuestros graves problemas. Ninguna persona inteligente, no
importa que sea lego en la ciencia de la conservación de los suelos, podría concebir que el futuro de
México estuviera asegurado mediante la construcción de grandes y costosos trabajos de irrigación."49
Enrique Beltrán, Lorenzo R. Patiño, William Vogt, Gonzalo Blanco, y muchos otros conservacionistas
han dado la voz de alarma en el sentido de que estos modernos proyectos de irrigación están expuestos al
peligro omnipresente de ser llenados con el azolve, a menos que se tomen las medidas necesarias para

48
Esta cifra fué tomada de un corto artículo sobre irrigación que apareció en la página 229 del Boletín de la Unión Panamericana de julio de 1948.
Orive Alba, por otra parte, ha declarado que la cifra es de 910,000 hectáreas
49
Gonzalo Andrade Alcocer, “Conservation of Mexico's Renewable Resources as Fundamental Base for Its Agricultura! Development.”
Proceedings o! the Inter-American Con!erence on Conservation o! Renewable Natural Resources.

36
evitar los caudales torrenciales en las corrientes de aguas-arriba. Estos hombres de ciencia llaman la
atención sobre los restos de muchos vasos de almacenamiento construidos durante la época colonial que
en la actualidad están completamente llenos con tierra arrastrada por los escurrimientos superficiales.
También han indicado que, como resultado de los azolves, el vaso de almacenamiento para la generación
de energía hidroeléctrica, ubicado cerca de Tuxpan, ha perdido la mayor parte de su capacidad y también
podrían señalar las fuentes fluviales del río Lerma, entre la Ciudad de México y Toluca, un río muy
valioso tanto para la irrigación y la generación de energía hidroeléctrica como para la protección contra
los incendios, la salubridad pública, y las industrias. De las aguas del Lerma depende uno de los grandes
proyectos actuales de riego y se espera que proporcione parte del abastecimiento de agua potable a la
Ciudad de México, pero, no obstante, los bosques que protegen el origen de sus aguas están siendo
destruidos sistemáticamente. Con objeto de proteger estas fuentes fluviales el gobierno estableció el
Parque Nacional del Nevado de Toluca, pero más de la mitad de la cuenca superior ha sido ya desnudada
de su vegetación y, si continúa la velocidad actual de corte, los bosques no durarán 25 años.

y si los ingenieros mexicanos necesitaran aún más recordatorios, que miren hacia el norte más allá de la
frontera los costosos errores que han hecho los Estados Unidos al no evitar la amenaza del arrastre de los
azolves de las partes altas de los vasos de almacenamiento.

Los problemas del abastecimiento del agua no pueden ser resueltos por el ingeniero solo, y la única
solución final para el problema del agua y el mejoramiento de la salubridad pública en México reposa en
la reforestación y en la restauración de la cubierta vegetal. Pero aunque se conoce en toda su magnitud esa
situación tan crítica, el gobierno todavía no ha adoptado las medidas básicas que son las únicas que
pueden resolver permanentemente el problema del agotamiento de los abastecimientos de agua en México.
Indudablemente las enormes obras de irrigación proporcionarán un alivio temporal, y no podrán menos
que contar con un gran apoyo popular -que políticamente es casi irresistible- pero mientras tanto, la
protección del suelo y el restablecimiento de los bosques en las tierras altas de las cuencas reciben muy
poca atención. Estas medidas de conservación constituyen un proceso lento, costoso, y carente de
dramatismo, y el gobierno, siguiendo el modelo que es común a todos los gobiernos, ha escogido el
sendero más fácil heredando a las generaciones futuras un problema que cada año se volverá más agudo y
más difícil de resolver.

Con cada inundación cargada de sedimentos, con el abatimiento de cada centímetro en el nivel de los
depósitos subterráneos, México viene empobreciendo sus terrenos agrícolas, su potencial hidroeléctrico y
sus abastecimientos de agua. Las presas, los acueductos, los vasos de almacenamiento, los pozos, todos
por sí mismos son obras excelentes, pero no constituyen la respuesta. La solución se encuentra en las altas
laderas de las cuencas, en los bosques, en la protección del suelo y en la conservación de los potreros. La
esperanza para los menguantes abastecimientos de agua de México puede venir solamente de un sistema
de uso racional del suelo, y de la protección de sus recursos naturales. Hasta que no se aseguren estos
recursos, todos los vasos de almacenamiento y las presas que pueda construir el hombre, serán solamente
un paliativo pasajero.

LA TAREA

En el pródigo despilfarro de sus recursos, México está siguiendo un camino desastroso pero muy común.

Muchas otras naciones han agotado desenfrenadamente la riqueza de sus recursos naturales; pero como
pueblo agrícola México no puede darse el lujo de la destrucción de sus bosques y la degradación
progresiva del suelo, fenómenos que han motivado el abandono de una hectárea tras otra de tierras que en
otro tiempo fueron productivas.

37
Enfrentándose al problema de las superficies de tierra cultivable que se están reduciendo en tamaño, y al
de una precipitación pluvial inadecuada, México no tiene otra alternativa que encararse a su problema
agrícola; existen muy pocas esperanzas de que pueda resolverlo sino como una parte del problema total de
sus recursos. Las dificultades del abatimiento de los mantos subterráneos, la destrucción de los suelos, los
incendios de los bosques, y los desiertos hechos por el hombre no se resuelven por sí solas. Así lo han
demostrado las civilizaciones muertas del pasado. Tampoco existe una fácil solución. ¿Qué es lo que
puede hacerse? ¿Cómo puede aplicarse el remedio?

El obstáculo está contenido en esta sencilla pregunta: ¿Cómo? No se requiere mucha sabiduría para
catalogar los errores de una nación en el manejo de sus recursos, ni tampoco para indicar en términos
generales lo que debería hacerse. Podría decirse simplemente: "Déjense de quemar los bosques,
reforéstense aquéllos que han sido incendiados, ejérzase un control sobre el pastoreo, mejórense las
prácticas agrícolas, desarróllense los recursos hidráulicos." La solución es tan sencilla, como eso podría
serlo, si no interviniera el elemento humano.

Las dificultades que confrontaría un programa efectivo al llevarse a la práctica son inmediatamente
aparentes cuando se trata de indicar los pasos específicos. Porque es este punto precisamente en el que
cualquier proposición se estrella contra el letargo humano, la sospecha, la ignorancia, y las conveniencias
políticas.

Debe reconocerse también que cuando la explotación de un recurso, por muy desastrosa y antieconómica
que sea, es la única fuente de trabajo y subsistencia de miles de familias rurales, no pueden aplicarse las
restricciones legales de manera inmediata y de un modo muy drástico. Los bosques no regulan solamente
el flujo de las corrientes, sino también regulan la economía de la región en que se encuentran, y aunque la
depredación forestal no puede permitirse que continúe, su prevención requerirá una política nacional
militante que en la actualidad no existe, así como un sistema de control policíaco que tendrá que crearse.

Este no es un problema que se resolverá por la mera promulgación de leyes, o diciendo, "Esta es la tarea
del gobierno." Bien es cierto que a la postre el trabajo verdadero llegará a ser una tarea gubernamental,
pero no es muy probable que el gobierno en sí se ligue a una causa difícil, costosa e impopular, mientras
que los elementos humanos que integran ese gobierno no tengan razón especial para convertirse en
mártires políticos. El trabajo de construir y de proteger los recursos de un país es una labor de muy larga
duración que requiere la intervención de generaciones, y debe tener una estabilidad política que sea
independiente de las vicisitudes cambiantes de los gobiernos. La fuerza impulsora debe proceder de otras
fuentes.

Sin embargo, existen ciertos principios básicos que son vitales a la restauración, la protección y el manejo
de los recursos de México. Los estudiosos del problema, tanto mexicanos como de los Estados Unidos,
están de acuerdo en que la necesidad fundamental consiste en implantar un programa integral que incluya
como un todo indivisible a todos los recursos naturales. Beltrán, Osorio Tafall, Vogt, y muchas otras
personas ponen énfasis especial en la importancia de reconocer que cada recurso depende de otro o de
otros, y que al considerar la utilización humana de una región nunca debiera olvidarse la interdependencia
que existe entre estos recursos. Como lo ha dicho Fairfield Osborn, "Es aún más exacto decir que cada
recurso depende del conjunto de todos los demás."50

Los suelos, los bosques, el agua, las prácticas agrícolas, las tendencias demográficas, las actitudes
humanas, la integridad gubernamental-todos estos requisitos contribuyen a formar el complejo total que
trata del problema de los recursos naturales de México.

Aunque la protección y la restauración de los bosques de las tierras altas del país son pasos esenciales en
todo programa agrícola, no es suficiente formular un programa de bosques solamente. Tampoco puede

50
Fairfield Osborn, “Action Must Be Taken!” Proceedings of the InterA.merican Conference on Conservation of Renewable Natural Resources

38
confinarse un programa a la conservación de suelos solamente, o a la irrigación, o al almacenamiento del
agua. Hacer esto es pasar por alto las interrelaciones tan íntimas que existen entre todos los recursos, y en
cualquier consideración del uso de la tierra su funcionamiento tiene significado solamente mientras que se
le relacione a cada uno de los otros recursos ya la gente que vive y depende de ellos.51

Medidas aisladas, aplicadas sin coordinación, pueden en efecto llegar a ser nocivas. Si se dejara en
libertad a un agrónomo entusiasta, ansioso de incrementar la producción agrícola, es muy posible que
destruyera toda una región. Un forestal, bajo condiciones similares, podría iniciar un programa de
reforestación que vendría a dar por resultado la pérdida de valiosas tierras aptas para cultivos agrícolas.

Los Estados Unidos no carecen de ejemplos de casos en que las medidas de conservación adoptadas han
fallado debido a que no se entendieron bien las relaciones ecológicas, o porque las técnicas de la
ingeniería fueron aplicadas sin prestar atención a las leyes biológicas. Los costosos errores que se han
cometido en los proyectos de irrigación se deben simplemente a que nadie se dio cuenta de los factores de
la conservación de suelos, la protección de los bosques, y el control del pastoreo en sus respectivas
cuencas. Lo más probable es que los propios sistemas de riego en México sufran un quebranto debido a la
falla de estabilizar sus suelos forestales. Todo programa que no incluya este aspecto entre sus primeras
medidas no logra sino despilfarrar los dineros y defraudar las esperanzas de sus ciudadanos.

Los proyectos de irrigación que se ha propuesto desarrollar el Gobierno Mexicano son muy
espectaculares, y nadie puede ver sin admiración sus esfuerzos cooperativos que se llevan a efecto con el
grupo de técnicos de la Fundación Rockefeller, así como las actividades de la Dirección de Conservación
del Suelo. Todos estos esfuerzos contribuyen al mejoramiento de su agricultura; pero sus contribuciones
permanentes podrían ser todavía más efectivas si pudieran incluirse dentro de un programa integral y
uniforme que coordinara el manejo de todos los recursos naturales. Lo que más desesperadamente se
necesita es lo que Beltrán denomina "el punto de vista panorámico", que vendría a integrar los esfuerzos
actuales con cualquier esfuerzo adicional que fuera necesario para implantar un programa de trabajo
global y una unidad de directrices. Porque ni el programa integral ni la unidad de política pueden ser
resultado de las actividades aisladas; o sea, que una actividad tenga que ver con la conservación del suelo,
otra con bosques, y otra con irrigación, cada cual avanzando hacia sus propios objetivos, y cada cual
desconociendo las relaciones con las demás.

No existe en el sistema administrativo del Gobierno de México una agencia capaz de crear una política
unificada de manejo que incluya todos los recursos naturales. Cada dependencia del gobierno atiende su
propio campo limitado de trabajo. Aún más, puede que dos oficinas dentro de una misma dependencia
sigan directrices totalmente sin coordinación ya veces antagónicas.

Para corregir este defecto, se propuso en 1950 una legislación creando el Instituto Nacional de Recursos
Naturales. Sus funciones serían las de estudiar e informar sobre todos los problemas que tuvieran que ver
con la conservación, y desarrollar una campaña de información y propaganda en favor del manejo racional
de los recursos. Un instituto así podría servir muy bien como agencia de coordinación de todas las
actividades que tuvieran que ver con los recursos naturales, siempre que contara con suficiente personal
debidamente preparado, que hiciera una planeación inteligente de sus trabajos, y qué dispusiera de un
presupuesto adecuado.

Lógicamente el primer paso hacia la formulación de un programa de conservación de recursos naturales


sería el de hacer un inventario. Esto tomaría la forma de un censo de los recursos, incluyendo su cantidad,
su condición, su utilización, y todos los demás factores que pudieran afectar su valor potencial. Porque
mientras que una nación no tenga un conocimiento de sus suelos, de sus bosques, de sus praderas, y de sus

51
“Una política de conservación. ..para ser eficaz necesita abarcar, en comprensiva visión panorámica, la totalidad de los recursos naturales,
considerando la interdependencia que entre los mismos existe.” Enrique Beltrán, Los Recursos Naturales de México. Lineamientos para una
Política de Conservación

39
aguas, no puede disponer de un avalúo exacto de su propia economía; y excepto de una manera muy
general, nadie conoce actualmente los límites y las condiciones de los recursos de México.

Además de proporcionar el conocimiento básico necesario a un programa de conservación, el inventario


de los recursos llena también un segundo propósito muy importante al determinar los datos verdaderos tan
necesarios para conseguir el apoyo popular para cualquiera de las medidas que se halle necesario
implantar, especialmente aquéllas de carácter restrictivo. Dicho inventario debe ser un reflejo fiel de los
hechos, formulado con toda honradez, y sin tomar en cuenta los sentimientos de orgullo nacional o la
presión de intereses creados. Debería tener solamente una finalidad del bienestar de la población
mexicana. Sin un censo de sus recursos, México se encuentra en situación parecida a la de un tendero que
no conoce ni la clase ni la cantidad de mercancía que tiene en su establecimiento. No puede calcular su
valor, como tampoco puede conocer si podrá adquirir más mercancía cuando se agote la que tiene en
existencia. En dicho dilema su primer paso debiera ser el de formular un inventario, y es este tipo de
inventario el que México debe hacer si quiere substituir las estimaciones por hechos.52

Formular un inventario de recursos es una tarea técnica que requiere el concurso de personal preparado en
un número muy superior al que México probablemente podría proporcionar ahora. Se obtendrían
resultados más exactos y se harían más firmes progresos si pudieran obtenerse los servicios de técnicos
extranjeros con experiencia en este tipo de investigaciones para que trabajaran en estrecha cooperación
con los técnicos mexicanos y que al mismo tiempo se formara un grupo de personal nacional debidamente
preparado. Un mayor énfasis debe ponerse en la creación de un cuerpo de técnicos mexicanos,
considerando que la experiencia de las naciones nos ha enseñado que la administración de los recursos
naturales se logra mejor por los ciudadanos del mismo país; y la habilidad de un país para planear su
futuro económico descansa en gran parte en la formación de grupos técnicos a los cuales pueda
encomendarse la solución de todos estos problemas.53

De preferencia, la organización encargada de hacer este inventario no debería pertenecer a ninguna de las
actuales dependencias gubernamentales; sino que debiera ser una organización descentralizada, y de
carácter eminentemente científico, de investigación y consultivo. No debería tener ninguna
responsabilidad ejecutiva ni de protección o control, debiendo encargarse únicamente de buscar las
realidades y de hacer recomendaciones. En este caso el Instituto de Recursos Naturales que se propone
podría servir muy bien como la organización no solamente para encargarse de formular el inventario sino
también para preparar el programa de recursos naturales propuesto.

El objetivo final de todo programa de recursos es el de incorporar en las leyendas populares y las
costumbres atávicas de una nación la filosofía y las prácticas de la conservación, de manera que la
legislación y las directrices gubernamentales reciban el respaldo del pueblo y no su oposición. En México,
en donde muchos sectores de la población han estado aislados de la vida moderna, la coraza de la
costumbre es gruesa y tenaz, y la gente que no está acostumbrada a otra manera de vivir se resiste a
desechar lo viejo por temor de que lo nuevo sea aún menos aceptable.54

Frecuentemente las pláticas, los folletos, las películas cinematográficas, y las vistas fijas son instrumentos
indiferentes para persuadir a la gente a que cambien sus hábitos y sus costumbres, siendo el más efectivo
la demostración objetiva. Puede que el valor de la demostración sea sin duda muy grande para gentes tan
prácticas como lo es el campesino mexicano, que es influenciado más profundamente por lo que puede ver
y palpar, que por la palabra escrita o hablada. Puede que la enunciación de ideales, aunque en sí misma

52
“ ...como principio fundamental en la planeación de la vida nacional hay que substituir el lirismo por las estadísticas, el empirismo por las
investigaciones y al profano por el técnico.” Ing. Rigoberto Vázquez, “Los Actos Depredatorios del Hombre en la Conservación Forestal, su
Concepto y Problemas para México,” Memoria de la Primera Convención Nacional Forestal.
53
Un estudiante colombiano resumía así este punto. “Nosotros los estudiantes del país tenemos la habilidad de llegar a ser profesionistas
competentes, si se nos ofrece la oportunidad de estudiar bajo la dirección de los expertos. Pertenecemos al país, hablamos la lengua nacional, y
entendemos la psicología de nuestra gente.”
54
En las más remotas partes de México, el viajero es todavía despedido con las siguientes palabras: “Vaya usted con Dios, y ojalá no tenga
ninguna novedad.”

40
muy elocuente, no sea acogida con entusiasmo; las palabras, como ya ha aprendido, pueden o no ser
verdad; pero los ejemplos concretos que se le pongan enfrente serán para él la realidad misma debido a
que los ha visto con sus propios ojos.

Tan impresionante ha sido la fuerza de la demostración objetiva que en muchas naciones se le ha adoptado
como un instrumento educativo fundamental. En los Estados Unidos la rehabilitación por el Servicio de
Conservación de Suelos de las tierras agrícolas degradadas, los bosques artificiales creados por el Servicio
Forestal Federal en regiones que no tenían árboles, las grandes demostraciones de la Autoridad del Valle
del Tennessee (TVA), constituyen evidencias concretas e indisputables de lo que se puede lograr en el
manejo de los recursos naturales. Estos ejemplos valen más que millones de palabras, y han atraído miles
de visitantes de todos los rincones del planeta.

En México podría tener un enorme valor educativo el establecimiento de zonas de demostración en donde
los hombres de ciencia, los administradores agrícolas, los legisladores, y los dirigentes civiles pudieran
encontrar ejemplos reales de cómo la vida puede vivirse bajo un sistema de manejo integral de los
recursos naturales. El tamaño de dicha región podría variar de acuerdo con la localidad y demás factores,
pero probablemente cada una de ellas debiera incluir por lo menos una cuenca.

Estas regiones deberían demostrar el uso integrado de todos los recursos comprendidos en ellas; deberían
mostrar cómo habría que tratar a las tierras agrícolas, cómo habría que manejar los bosques y las praderas,
y cómo se podría conservar el agua. Deberían demostrar igualmente cómo tanto la agricultura como la
silvicultura podrían contribuir a la industrialización de una nación y al empleo permanente de sus
habitantes, mediante la transformación de los productos agrícolas y forestales a un mayor grado
económico. Enseñarían también cómo los terrenos agotados y deslavados podrían ser restituidos a su
capacidad productiva, y vueltos a su antigua fertilidad; y cómo, mediante la rotación de los cultivos y el
uso de híbridos de un mayor rendimiento, podrían aumentarse varias veces las cosechas.

Dichas zonas de demostración también proporcionarían lugares de adiestramiento y de ensayo para los
futuros técnicos. Podrían servir como modelos y ejemplos que, a través del benéfico contacto con los
resultados obtenidos, podrían extender sus logros a nuevas y apartadas regiones.

Pero más allá de estos ensayos se extiende la inmensa necesidad tanto de la educación para los adultos que
comprenda las diversas formas de instrucción sobre la conservación, como de la incorporación de la
enseñanza de la conservación en los planes de estudio de las escuelas. Esta bien podría ser la tarea más
difícil de todas. Mas esto sí es cierto: mientras que la mayor parte de la población mexicana no se dé
cuenta de su inevitable dependencia de la tierra y de sus recursos, muy escaso progreso permanente puede
esperarse. Cambiar la actitud y el punto de vista del pueblo hacia el abuso de la tierra, de los bosques, y de
las praderas es la única solución final, y no puede llevarse a cabo mediante la legislación sino solamente
mediante la educación. Un programa de conservación es en gran parte un programa de control social; y el
éxito final depende de introducir sus ideales en la tradición y en las costumbres rutinarias populares.55

Sería difícil sobreestimar las dificultades de inculcar en México una nueva actitud hacia los recursos
naturales. Es seguro que todo esfuerzo será combatido, resistido, y testarudamente deformado, porque
interferirá con las rancias costumbres, y porque irá contra la avaricia humana y la voracidad organizada.
Para detener las tendencias destructoras antes que sea demasiado tarde, se necesitará de toda la valentía y
el desinterés de aquellos mexicanos que actualmente se dedican a escribir, predicar e instruir. Nadie

55
Este objetivo alcanzado, si acaso, por unas cuantas naciones, ha sido expuesto elocuentemente por George E. Brewer, Jr., de la Fundación de la
Conservación: “Hagamos un plan que se extienda al correr de los años para que le enseñemos a nuestros hijos lo que debió habérsenos enseñado
a nosotros, no en un curso especializado sobre conservación que tiene que impartirse en algún lugar preciso, sino en todas las disciplinas
escolares, y constantemente, desde el primer día en la escuela primaria hasta el último día en la universidad. Que no se lo enseñemos como un
interés o tema sentimental que hay que acariciar cuando no haya otra cosa mejor que hacer, sino como responsabilidad práctica y ética que el
hombre se debe a sí mismo, a su patria ya la humanidad. lluminemos así su experiencia educativa de manera que al final de ella no sea
solamente un ciudadano juicioso y bien informado, no solamente un convertido a la causa, sino un ser humano responsable que, comprendiendo
su relación con el mundo viviente, esté determinado a dejarles a sus hijos un lugar mejor.”

41
conoce mejor que ellos todo lo que dicha labor representa los largos y tediosos procesos de la educación, y
la necesidad de nuevas actitudes de parte del gobierno para que el programa de conservación no sea
transformado en letra muerta en los archivos oficiales, sino en acción para beneficio de los extensos
terrenos ya incendiados y arruinados por los zarpazos de las torrenteras.

Porque en un sentido muy literal México está comprometido en una carrera entre la educación y el
desastre. Nadie puede decir por ahora si podría crearse en México una opinión popular articulada antes de
que el impacto de la creciente población y los decrecientes recursos naturales dé por resultado la ruina
nacional.

En resumen, los pasos iniciales hacia un movimiento conservacionista serían:

1. Formular un inventario de los recursos naturales para determinar el problema.


2. Formular un programa integrado de la utilización de los recursos.
3. Crear un organismo y un personal técnico para administrar el programa.
4. Educar, informar, demostrar y enseñar la conservación en las escuelas.

Estos cuatro pasos son básicos. También es fundamental la estipulación de que cualquiera que sea la
acción que se tome, se ponga en manos competentes y de insospechable integridad.

Además de estos cuatro pasos básicos no sería provechoso hacer recomendaciones más específicas. El
problema en sí mismo no se conoce con suficiente detalle, ni lo será mientras que no se termine el
inventario que se propone. Solamente cuando se establezcan de manera más definitiva la cuantía y la
condición de los recursos naturales de México, puede formularse con inteligencia un programa nacional de
conservación.

Por supuesto, no existe ninguna razón por la cual no se pueda iniciar desde luego una campaña educativa
simultáneamente o aún antes que la formulación del inventario; y no pretendemos sugerir que las
actividades de conservación que ya se tienen en marcha no se continúen vigorosamente mientras llegue a
adoptarse otro programa.

Pero la mayor y más urgente necesidad es la de un conocimiento adecuado para formular un programa
integrado, concebido sobre una base global de utilización de la tierra y con suficiente amplitud para hacer
frente a la magnitud del problema.

A pesar del excelente trabajo del grupo de técnicos de la Fundación Rockefeller, a pesar de las actividades
de la Dirección de Conservación del Suelo y Agua y de las de la Dirección Forestal, ya pesar de los
enormes gastos para las obras de irrigación-a pesar de todos estos aspectos, siguen desapareciendo las
hectáreas fértiles de México, y el hambre por la tierra, junto con su amarga consecuencia, el hambre del
estómago, arroja sombras cada vez más profundas y siniestras sobre el país.

¿Pero cómo comenzar?

Es aquí, en principio, en donde uno se siente preso dentro de un círculo cerrado. Un programa nacional de
conservación necesita de la participación del gobierno, y aún así la dirección gubernamental no es muy
probable mientras que no tenga el incentivo de la demanda popular, y la demanda popular no existe. El
esfuerzo inicial, entonces, tiene que buscarse en las entidades no oficiales. Para dicho esfuerzo existe buen
precedente, porque el principio de la conservación en los Estados Unidos no fué el resultado de la
iniciativa del gobierno, sino la sugerencia de algunos miembros de la Asociación Americana para el
Adelanto de la Ciencia (American Association for the Advancement of Science). Por lo tanto, el impulso
inicial para la conservación en México dependerá de los esfuerzos de los individuos particulares con

42
conciencia cívica, y de las actividades de las organizaciones científicas que ya se han dado cuenta de la
amenaza que representa la destrucción de los recursos del país.56

La fructífera carrera de Miguel A. de Quevedo ya ha demostrado como un solo hombre pudo crear un
movimiento nacional en favor del árbol. Ese movimiento, tan lleno de tempranas promesas, no fué
sostenido, y su falla bien pudo haberse atribuido a que estaba dirigido al bienestar de un solo recurso.
Quizá si se hubiera extendido para incluir el manejo racional de todos los recursos naturales mexicanos,
hubiera tenido un respaldo más general.

Con toda valentía, y enfrentándose a enormes obstáculos, el ciudadano mexicano ha peleado por la
defensa de su tierra. Su historia ha sido la historia de una lucha por la tierra. Ha peleado contra el invasor
extranjero y contra la larga sucesión de déspotas locales que han tratado de arrebatársela. Ahora tiene
frente a sí otra lucha para defender su preciado suelo, y es quizá la pelea más crítica de todas. Si la pierde,
todos sus triunfos anteriores habrán sido en vano.

Es tarde, pero todavía estamos a tiempo.

56
Destacándose entre estas organizaciones, se encuentra la Sociedad Mexicana de Historia Natural, la mayor entidad científica de su clase en
México. Bajo la dirección de su Secretario Permanente, Enrique Beltrán, el Comité de los Recursos Naturales de la Sociedad ha emprendido una
vigorosa campaña en favor de la conservación. Este Comité se ha convertido recientemente en la “Asociación Mexicana de Protección a la
Naturaleza”, y es filial de la Unión Internacional para la Protección de la Naturaleza, que tiene su sede en Bélgica. El profesor Beltrán es
también Presidente de la Asociación.

43
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