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Textil artesanal: Las materias primas

Los vestigios de telas más antiguos datan de entre 900 y 200 A.c. Desde
tiempos prehispánicos se usa tanto el algodón blanco como el color ocre.

Algodón: Crece sobre arbustos de los cuales hay dos especies, una de producción
anual y otra permanente. La fibra se encuentra en el interior de la planta que, al
abrirse, expone los filamentos pegados a la semilla. Estos filamentos se cosechan -
proceso que se llama pizca-, se limpian y se colocan en filas paralelas para luego ser
suavemente golpeados con dos palos y así esponjar el material que ha de servir para
ser hilado.

Lana: Constituye el otro material de gran importancia para la confección de la


indumentaria indígena. Los primeros borregos fueron introducidos por los
conquistadores alrededor de 1526 y luego los virreyes de Nueva España,
introdujeron ganado merino para mejorar la calidad de la lana, y aunque su uso se
difundió rápidamente por todo el Virreinato, los telares de pedales estaban destinados
a los hombres, quienes tejían las telas para las prendas de los españoles, los criollos
y mestizos. Por su parte, las mujeres indígenas tejieron la lana, pero con su técnica
tradicional en telar de cintura para confeccionar su propia indumentaria. Puedes
encontrar interesantes detalles de este trabajo
Seda: Posterior a la Conquista, ya con el flujo comercial generado, apareció la seda, y
aunque pronto se inició su cultivo, éste se interrumpió debido a los intereses de los
productores europeos. Algunos grupos indígenas sin embargo, continuaron
practicando su cultivo.

La seda se obtiene del capullo que la oruga forma segregando hilos delgados y
brillantes a su alrededor. Hay, como ya se mencionó, varias especies, entre las que
destaca el gusano de la morera, de origen europeo y que representa la producción de
seda clásica, sin embargo existen las variantes de orugas de encino rojo y madroño,
de origen americano, que tienen una calidad similar a la de la seda clásica.

Muselina: Con las fibras de la ortiga mayor se fabrican telas desde hace
siglos. Napoléon tenía trajes de este material, que era común en la época. En Mosul,
Irak, también en India y en Irán, se fabrica una tela que es como la muselina, poco
tupida y suave, a partir de esta planta (que es además nutritiva por su aporte en hierro
y de uso medicinal).
Actualmente la proliferación de fibras sintéticas y su producción masiva han afectado
la elaboración de materias primas naturales para la industria textil. Es por ello que se
utilizan muchas de esas fibras, principalmente las derivadas del petróleo, en la
producción de textiles indígenas
Jean-Jacques Rousseau
(Ginebra, Suiza, 1712 - Ermenonville, Francia, 1778) Filósofo suizo. Junto
con Voltaire y Montesquieu, se le sitúa entre los grandes pensadores de la
Ilustración en Francia. Sin embargo, aunque compartió con los ilustrados el
propósito de superar el oscurantismo de los siglos precedentes, la obra de
Jean-Jacques o Juan Jacobo Rousseau presenta puntos divergentes, como su
concepto de progreso, y en general más avanzados: sus ideas políticas y
sociales preludiaron la Revolución Francesa, su sensibilidad literaria se anticipó
al romanticismo y, por los nuevos y fecundos conceptos que introdujo en el
campo de la educación, se le considera el padre del pedagogía moderna.
Biografía

Huérfano de madre desde temprana edad, Jean-Jacques Rousseau fue criado


por su tía materna y por su padre, un modesto relojero. Sin apenas haber
recibido educación, trabajó como aprendiz con un notario y con un grabador,
quien lo sometió a un trato tan brutal que acabó por abandonar Ginebra en
1728.

Jean-Jacques Rousseau (retrato de Maurice Quentin de La Tour, 1753)

Fue entonces acogido bajo la protección de la


baronesa de Warens, quien le convenció de que se
convirtiese al catolicismo (su familia era calvinista).
Ya como amante de la baronesa, Jean-Jacques
Rousseau se instaló en la residencia de ésta en
Chambéry e inició un período intenso de estudio
autodidacto.

En 1742 Rousseau puso fin a una etapa que más tarde evocó como la única
feliz de su vida y partió hacia París, donde presentó a la Academia de la
Ciencias un nuevo sistema de notación musical ideado por él, con el que
esperaba alcanzar una fama que, sin embargo, tardó en llegar. Pasó un año
(1743-1744) como secretario del embajador francés en Venecia, pero un
enfrentamiento con éste determinó su regreso a París, donde inició una
relación con una sirvienta inculta, Thérèse Levasseur, con quien acabó por
casarse civilmente en 1768 tras haber tenido con ella cinco hijos.

Rousseau trabó por entonces amistad con los ilustrados, y fue invitado a
contribuir con artículos de música a la Enciclopedia de D'Alembert y Diderot;
este último lo impulsó a presentarse en 1750 al concurso convocado por la
Academia de Dijon, la cual otorgó el primer premio a su Discurso sobre las
ciencias y las artes, que marcó el inicio de su fama.

Jean-Jacques Rousseau (óleo de Allan Ramsay, 1766)

En 1754 visitó de nuevo Ginebra y retornó al protestantismo para readquirir


sus derechos como ciudadano ginebrino, entendiendo que se trataba de un
puro trámite legislativo. Apareció entonces su Discurso sobre el origen de la
desigualdad entre los hombres, escrito también para el concurso convocado en
1755 por la Academia de Dijon. Rousseau se opuso en esta obra a la
concepción ilustrada del progreso, considerando que los hombres en estado
natural son por definición inocentes y felices, y que son la cultura y la
civilización las que imponen la desigualdad entre ellos (en especial a partir
del establecimiento de la propiedad) y acarrean la infelicidad.
En 1756 se instaló en la residencia de su amiga Madame d'Épinay en
Montmorency, donde redactó algunas de sus obras más importantes. Julia o
la nueva Eloísa (1761) es una novela sentimental inspirada en su pasión -no
correspondida- por la cuñada de Madame d'Épinay, la cual fue motivo de
disputa con esta última.
En El contrato social (1762), Rousseau intenta articular la integración de los
individuos en la comunidad; las exigencias de libertad del ciudadano han de
verse garantizadas a través de un contrato social ideal que estipule la entrega
total de cada asociado a la comunidad, de forma que su extrema dependencia
respecto de la ciudad lo libere de aquella que tiene respecto de otros
ciudadanos y de su egoísmo particular. La voluntad general señala el acuerdo
de las distintas voluntades particulares, por lo que en ella se expresa la
racionalidad que les es común, de modo que aquella dependencia se
convierte en la auténtica realización de la libertad del individuo, en cuanto
ser racional.
Ilustración de Emilio o De la educación (1762)
Finalmente, Emilio o De la educación (1762) es una novela pedagógica, cuya
parte religiosa le valió la condena inmediata por parte de las autoridades
parisinas y su huida a Neuchâtel, donde surgieron de nuevo conflictos con
las autoridades locales, de modo que, en 1766, aceptó la invitación de David
Hume para refugiarse en Inglaterra, aunque al año siguiente regresó al
continente convencido de que Hume tan sólo pretendía difamarlo. A partir de
entonces Rousseau cambió sin cesar de residencia, acosado por una manía
persecutoria que lo llevó finalmente de regreso a París en 1770, donde
transcurrieron los últimos años de su vida, en los que redactó sus escritos
autobiográficos.
La obra de Jean-Jacques Rousseau
Considerado unánimemente una de las máximas figuras de la Ilustración,
Jean-Jacques Rousseau aportó obras fundamentales a la teorización del
deísmo (Profesión de fe del vicario saboyano), la creación de una nueva pedagogía
(Emilio), la crítica del absolutismo (Discurso sobre el origen y el fundamento de la
desigualdad entre los hombres, El contrato social), la controversia sobre el sentido
del progreso humano (Discurso sobre las ciencias y las artes), el auge de la novela
sentimental (Julia o la nueva Eloísa) y el desarrollo del género autobiográfico
(Confesiones). En suma, Rousseau abordó los grandes temas de su época y
participó activamente en todos los debates intelectuales que apasionaron al
siglo.

Sin embargo, al tiempo que es un hombre representativo de la ideología


ilustrada (con sus presupuestos basados en la razón, la naturaleza, la
tolerancia y la libertad), Rousseau anuncia algunas corrientes que se
difundirán a partir de la Revolución. Así, por un lado, el pensador ginebrino
puso en circulación determinadas ideas que cuestionaban el optimismo
radical de las Luces: la perfección del estado de naturaleza frente a la
corrupción de la sociedad comprometía la confianza en el progreso de los
ilustrados; la idealización del buen salvaje se enfrentaba a la del "innoble
salvaje" de los economistas que estudiaban los medios para el desarrollo
material de la humanidad, y el énfasis sobre el sentimiento y la voluntad
podía mermar la confianza ilustrada en el imperio de la razón.
Por otro lado, sus propuestas políticas no sólo desbarataban las ilusiones
puestas en el reformismo benevolente de los déspotas ilustrados, sino que
ofrecían un modo alternativo de organización de la sociedad y lanzaban una
inequívoca consigna contra el absolutismo de derecho divino al defender el
principio de la soberanía nacional y la voluntad general de la comunidad de
los ciudadanos, postulando en consecuencia como justas aquellas formas de
gobierno (como la democracia) en que dicha voluntad general puede
expresarse.
De este modo, Rousseau se situaba en la encrucijada de la Ilustración,
alimentando al mismo tiempo las corrientes subterráneas que inspiraron el
prerromanticismo y las fuentes doctrinales de donde brotará pujante la
Revolución. Pese a esgrimir argumentos no demasiado sólidos, su primer
texto importante, el Discurso sobre las ciencias y las artes (1750), es la clave para
entender su reticencia frente al optimismo racionalista que creía firmemente
en el progreso de la civilización.

Rousseau se alejaba ya en esta obra del pensamiento ilustrado al atribuir


escasa importancia al perfeccionamiento de las ciencias y conceder mayor
valor a las facultades volitivas que a la razón. Contestando la unilateralidad
de una visión del progreso ceñida al ámbito técnico y material, en detrimento
del moral y cultural, denunció la incongruencia que suponía denominar
progreso humano a lo que era un mero desarrollo tecnológico. Aunque se
había avanzado en el dominio de la naturaleza y se había aumentado el
patrimonio artístico, la civilización no había hecho al hombre más libre, más
feliz o más bondadoso.

Jean-Jacques Rousseau

La empresa de dilucidar los efectos de la organización social sobre la


naturaleza humana la acometió en el Discurso sobre el origen y el fundamento de la
desigualdad entre los hombres (1755). Si en escritos anteriores ya había teorizado
sobre la bondad natural del hombre y el efecto corruptor de la sociedad,
ahora pasó a desarrollar la idea del buen salvaje. En un primitivo estado de
naturaleza no existían entre los humanos desigualdades relevantes (sólo las
derivadas de la biología) y los hombres no eran ni buenos ni malos, sino
simplemente "amorales". Una serie de causas externas empujaron a los
hombres a agruparse y prestarse ayuda mutua para determinadas empresas,
y en el transcurso de esa asociación nacieron las pasiones que transformaron
su espíritu.

Ese "estado de naturaleza" era esencialmente un concepto teórico, pero


ofrecía a Rousseau la base para condenar las injusticias del mundo de su
tiempo, advertir sobre la corrupción reinante y desenmascarar el desorden
de la sociedad civil. Así, partiendo de un estadio asociativo primitivo e idílico,
nucleado en torno a la familia y más tarde traspasado a la comunidad (a la
que inspiraba la solidaridad y guiaba la costumbre y no la ley, repartiéndose
el fruto de la caza), llegó a determinar el momento de la fractura: la aparición
de la agricultura, la minería y, por ende, la propiedad privada y la
acumulación de riquezas en manos de unos pocos.

El proceso continuaba con la aparición de la servidumbre, consistente en que


los desposeídos ofrecían su trabajo a cambio de la protección de los
poderosos. Los abusos propiciaron la desconfianza mutua y la necesidad de
prevenir el crimen, por lo que se hizo necesaria la instauración de un
gobierno y la promulgación de leyes para la protección de la propiedad
privada. Si hasta aquí el esbozo de esta evolución no era nuevo (ya había
sido apuntado por John Locke), la originalidad consistía en matizar que el
proceso se había operado en defensa de la propiedad de los ricos; de ahí el
carácter revolucionario de la hipótesis.

Primera edición de El contrato social (1762)


Claro es que Rousseau no abogaba por la abolición de la propiedad privada,
a la que consideraba un hecho irreversible y por tanto inherente al estado de
sociedad, sino que apuntaba hacia la mejora de la situación a través del
perfeccionamiento de la organización política. En cuanto diagnosis del origen
de la injusticia social y la infelicidad del hombre, el Discurso tiene en efecto su
necesario complemento en otra de sus obras fundamentales, El contrato
social (1762), con su propuesta de una nueva sociedad fundada sobre un
pacto libremente aceptado por los individuos, de los que emana una voluntad
general que se expresa en la ley y que concilia la libertad individual con un
orden social justo.

Si bien no es posible contraponer una Ilustración de la razón y otra del


sentimiento (pues precisamente entre los fenómenos más característicos de
las Luces se encuentran la exaltación de la naturaleza, la revolución de la
afectividad o el triunfo de la privacidad), no cabe duda de que el énfasis
rousseauniano sobre la reivindicación del sentimiento frente a la razón pura,
la idealización arcádica de la naturaleza y la indagación obstinada en el
secreto reducto de la intimidad son elementos que preludian la aparición del
nuevo clima espiritual del prerromanticismo.

En este sentido, Rousseau colaboró decisivamente en la difusión de una


estética del sentimiento con la publicación de su novela La nueva Eloísa (1761),
aunque no sea ni el único escritor de novelas sentimentales ni el único
responsable de los melodramas lacrimógenos que siguieron (las
denominadas pleurnicheries). La bondad del hombre en un ideal estado de
naturaleza es la base de una obra destinada a inaugurar la pedagogía
moderna: Emilio o De la educación (1762); por ello la labor educativa ha de
llevarse a cabo al margen de la sociedad y de sus instituciones y no consiste
en imponer normas o dirigir aprendizajes, sino en impulsar el desarrollo de
las inclinaciones espontáneas del niño facilitando su contacto con la
naturaleza, que es sabia y educativa.

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