Está en la página 1de 9

República Bolivariana de Venezuela

Ministerio Popular para la Defensa


Universidad Nacional Experimentar
Politécnica de las Fuerza Armada
U.N.E.F.A

Exposición

Profesora: Yolimar Pancho Alumnos: Alvarez Evelena


Arana Deivi
Parra Erik

.
Biografía

Huérfano de madre desde temprana edad, Jean-Jacques Rousseau fue criado por
su tía materna y por su padre, un modesto relojero.
Sin apenas haber recibido educación, trabajó como aprendiz con un notario y con
un grabador, quien lo sometió a un trato tan brutal que acabó por abandonar
Ginebra en 1728.
Fue entonces acogido bajo la protección de la baronesa de Warens, quien le
convenció de que se convirtiese al catolicismo (su familia era calvinista).
Ya como amante de la baronesa, Jean-Jacques Rousseau se instaló en la
residencia de ésta en Chambéry e inició un período intenso de estudio
autodidacto.

En 1742 Rousseau puso fin a una etapa que más tarde evocó como la única feliz
de su vida y partió hacia París, donde presentó a la Academia de la Ciencias un
nuevo sistema de notación musical ideado por él, con el que esperaba alcanzar
una fama que, sin embargo, tardó en llegar.
Pasó un año (1743-1744) como secretario del embajador francés en Venecia,
pero un enfrentamiento con éste determinó su regreso a París, donde inició una
relación con una sirvienta inculta, Thérèse Levasseur, con quien acabó por
casarse civilmente en 1768 tras haber tenido con ella cinco hijos.

Rousseau trabó por entonces amistad con los ilustrados, y fue invitado a contribuir
con artículos de música a la Enciclopedia de D' Alembert y Diderot; este último lo
impulsó a presentarse en 1750 al concurso convocado por la Academia de Dijon,
la cual otorgó el primer premio a su Discurso sobre las ciencias y las artes, que
marcó el inicio de su fama.
En 1754 visitó de nuevo Ginebra y retornó al protestantismo para readquirir sus
derechos como ciudadano ginebrino, entendiendo que se trataba de un puro
trámite legislativo.
Apareció entonces su Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los
hombres, escrito también para el concurso convocado en 1755 por la Academia
de Dijon. Rousseau se opuso en esta obra a la concepción ilustrada del progreso,
considerando que los hombres en estado natural son por definición inocentes y
felices, y que son la cultura y la civilización las que imponen la desigualdad entre
ellos (en especial a partir del establecimiento de la propiedad) y acarrean la
infelicidad.
En 1756 se instaló en la residencia de su amiga Madame d Épinay, en
Montmorency, donde redactó algunas de sus obras más importantes.
Julia o la nueva Eloísa (1761) es una novela sentimental inspirada en su pasión
-no correspondida- por la cuñada de Madame d' Épinay, la cual fue motivo de
disputa con esta última.

En El contrato social (1762), Rousseau intenta articular la integración de los


individuos en la comunidad; las exigencias de libertad del ciudadano han de verse
garantizadas a través de un contrato social ideal que estipule la entrega total de
cada asociado a la comunidad, de forma que su extrema dependencia respecto de
la ciudad lo libere de aquella que tiene respecto de otros ciudadanos y de su
egoísmo particular.
La voluntad general señala el acuerdo de las distintas voluntades particulares, por
lo que en ella se expresa la racionalidad que les es común, de modo que aquella
dependencia se convierte en la auténtica realización de la libertad del individuo,
en cuanto ser racional.
Finalmente, Emilio o De la educación (1762) es una novela pedagógica, cuya
parte religiosa le valió la condena inmediata por parte de las autoridades parisinas
y su huida a Neuchâtel, donde surgieron de nuevo conflictos con las autoridades
locales, de modo que, en 1766, aceptó la invitación de David Hume para
refugiarse en Inglaterra, aunque al año siguiente regresó al continente convencido
de que Hume tan sólo pretendía difamarlo.
A partir de entonces Rousseau cambió sin cesar de residencia, acosado por una
manía persecutoria que lo llevó finalmente de regreso a París en 1770, donde
transcurrieron los últimos años de su vida, en los que redactó sus escritos
autobiográficos.

La obra de Jean-Jacques Rousseau

Considerado unánimemente una de las máximas figuras de la Ilustración, Jean-


Jacques Rousseau aportó obras fundamentales a la teorización del deísmo
(Profesión de fe del vicario saboyano), la creación de una nueva pedagogía
(Emilio), la crítica del absolutismo (Discurso sobre el origen y el fundamento de la
desigualdad entre los hombres, El contrato social), la controversia sobre el sentido
del progreso humano (Discurso sobre las ciencias y las artes), el auge de la
novela sentimental (Julia o la nueva Eloísa) y el desarrollo del género
autobiográfico (Confesiones). En suma, Rousseau abordó los grandes temas de
su época y participó activamente en todos los debates intelectuales que
apasionaron al siglo.

Sin embargo, al tiempo que es un hombre representativo de la ideología ilustrada


(con sus presupuestos basados en la razón, la naturaleza, la tolerancia y la
libertad), Rousseau anuncia algunas corrientes que se difundirán a partir de la
Revolución. Así, por un lado, el pensador ginebrino puso en circulación
determinadas ideas que cuestionaban el optimismo radical de las Luces:
la perfección del estado de naturaleza frente a la corrupción de la sociedad
comprometía la confianza en el progreso de los ilustrados.

ANALISIS DEL CONTRATO SOCIAL DE JEAN JACQUES ROUSSEAU.


Esta obra de Jean-Jacques Rousseau es el resultado final de un proyecto iniciado
en 1743, cuando era secretario del embajador en Venecia; lo que había de ser un
amplio volumen sobre las instituciones políticas acabó convirtiéndose en un
extracto que el autor tituló El contrato social o principios de derecho político
(1762).
De ahí la advertencia inicial: “Este pequeño tratado se ha extraído de una obra
más extensa, iniciada sin haber consultado mis fuerzas y abandonada después de
algún tiempo. De los diversos fragmentos que podían extraerse de ella, éste es el
más considerable, y lo que me ha parecido menos indigno de ser ofrecido al
público. El resto ha desaparecido”. Jean-Jacques Rousseau
En su Discurso sobre las ciencias y las artes (1750), premiado por la Academia de
Dijon, Rousseau había afirmado el carácter irreconciliable de naturaleza y cultura
(ciencias y letras no han promovido las luces de la humanidad, sino que la han
envilecido, oprimiendo más sus cadenas); luego, en el Discurso sobre el origen y
los fundamentos de la desigualdad entre los hombres (1754), estableció el
carácter dañino de la sociedad, su intrínseca corrupción, al estar basada en la
negación de la naturaleza.
Si la sociedad es intrínsecamente mala, se pregunta ahora Rousseau, por
fundarse en la desigualdad y haber alejado al hombre del estado de naturaleza
(estado primigenio en que el ser humano no vive escindido entre el hecho y el
derecho, sino en armonía con su bondad original).
¿puede este hombre ya corrompido por la sociedad construir una nueva sociedad
justa? La respuesta de Rousseau es afirmativa, porque el mal no está en el
hombre sino en su relación con la sociedad.
La perversión se ha producido por el mal gobierno y es el “corazón del hombre”
quien puede cambiar la situación.
En El contrato social, Rousseau establece la posibilidad de una reconciliación
entre la naturaleza y la cultura: el hombre puede vivir en libertad en una sociedad
verdaderamente igualitaria.
El problema fundamental es “Encontrar una forma de asociación que defienda y
proteja con toda la fuerza común proporcionada por la persona y los bienes de
cada asociado, y por la cual cada uno, uniéndose a todos los demás, no se
obedezca más que a sí mismo, y permanezca, por tanto, tan libre como antes”.
La solución reside, según Rousseau, en un contrato social basado en la
enajenación de todas las voluntades, de forma que cada uno recupere finalmente
todo lo que ha cedido a la comunidad. De este modo, dándose cada individuo a
todos, no se da a nadie, y no hay ningún miembro de la sociedad sobre el que no
se adquiera el mismo derecho que se cede. Se gana en equivalencia lo mismo
que se pierde, adquiriendo mayor fuerza para conservar aquello que cada cual
posee.
El contrato será, pues, expresión de la voluntad general. La voluntad general es
distinta de la simple voluntad de todos porque no es una mera totalización
numéricamente mayoritaria de las voluntades particulares y egoístas, cuya
resultante es siempre el puro interés privado.
La voluntad general, en cambio, es siempre justa y mira por el interés común, por
el interés social de la comunidad, por la utilidad pública. De esa voluntad general
emana la única y legítima autoridad del Estado.
Primera edición de El contrato social (1762)
A diferencia de toda monarquía absoluta, o de toda forma de poder autocrático,
con el ejercicio de la voluntad general la soberanía residirá en el pueblo. Esta
soberanía es, por tanto, absoluta, dado que no depende de ninguna otra autoridad
política, no estando limitada nada más que por sí misma; es inalienable, dado que
la ciudadanía atentaría contra su propia condición si renunciara a lo que es
expresión de su propio poder; y, finalmente, es indivisible, ya que pertenece a
toda la comunidad, al todo social, y no a un grupo social ni a un estamento
privilegiado.El pueblo, partícipe de la soberanía, es también al mismo tiempo
súbdito, y debe someterse a las leyes del Estado que el mismo pueblo, en el
ejercicio de su libertad, se ha dado.
Se concilian así libertad y obediencia mediante la ley, que no es sino concreción
de la voluntad general y alma del cuerpo político del Estado. La cuestión de quién
dicta las leyes la resuelve Rousseau con la figura del legislador, que será “el
mecánico que inventa la máquina”.

Los principios hasta aquí expuestos constituyen las ideas básicas de los dos
primeros libros de El contrato social.
Parten de una situación histórica y sirven para diseñar la hipótesis jurídica del
tránsito del estado natural al estado civil, de forma tal que el hombre pierde su
libertad natural pero gana la libertad civil, circunscrita a la voluntad general, y su
igualdad natural no queda destruida por una sociedad que le es impuesta, sino
que es reemplazada por la igualdad moral.
En los dos últimos libros, Rousseau trata del gobierno, al que define como un
“cuerpo intermediario establecido entre súbditos y el soberano para su mutua
comunicación, a quien corresponde la ejecución de las leyes y el mantenimiento
de la libertad tanto civil como política”.
Su poder ejecutivo es delegado por el único soberano, el pueblo, y sus miembros
podrán ser destituidos por ese mismo sujeto.
Rousseau parece preferir la democracia como forma de gobierno, considerando
conveniente su aplicación, especialmente para los pequeños estados. De hecho,
la constitución de un estado como el postulado por Rousseau se parece a la
democracia ginebrina de su época, en la que las leyes eran propuestas al pueblo
soberano por un número limitado de magistrados. Pero Rousseau sostiene
también un cierto relativismo que le hace considerar que no existe una forma de
gobierno apta para todos los países, si bien, en todo caso, cualquier forma de
gobierno debe ser expresión de la voluntad general de la ciudadanía para ser
legítima.

Finalmente, Rousseau considera las condiciones del sufragio y las elecciones;


propone la antigua Roma como modelo para impedir las transgresiones, y termina
con la necesidad de fundar una religión civil, entre cuyos dogmas positivos
figurarán la santidad del contrato social y las leyes establecidas como expresión
de la voluntad general.
Esta religión civil tendría un único dogma negativo: la intolerancia.
Las teorías contenidas en El contrato social ejercieron una acción decisiva en la
evolución del pensamiento político y moral del mundo moderno; influyeron sobre
numerosos pensadores (como Kant y Fichte) y en la misma Revolución francesa
de 1789, que adoptó un lema de inspiración rousseauniana (“Igualdad, Libertad,
Fraternidad”).
Determinación del contrato de Jean Jacques Rousseau.

El contrato social, como teoría política, explica, entre otras cosas, el origen y el
propósito del Estado y de los derechos humanos. La esencia de la teoría (cuya
formulación más conocida es la propuesta por Jean-Jacques Rousseau) es la
siguiente:
“Para vivir en sociedad, los seres humanos acuerdan un contrato social implícito
que les otorga ciertos derechos a cambio de abandonar la libertad de la que
dispondría en estado de naturaleza”.
Siendo así, los derechos y los deberes de los individuos los que constituyen las
cláusulas del contrato social, en tanto que el Estado es la entidad creada para
hacer cumplir el contrato. Del mismo modo, los seres humanos pueden cambiar
los términos del contrato si así lo desean.
Los derechos y los deberes no son inmutables o naturales.
Por otro lado, un mayor número de derechos implica mayores deberes, y menos
derechos, menos deberes.

También podría gustarte