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Los humedales son tierras de transición entre los sistemas terrestres y acuáticos, donde
el manto o nivel freático está generalmente en o cerca de la superficie o bien la tierra está
cubierta por aguas poco profundas. Conjuntan gran parte de la variabilidad ambiental que
se puede encontrar entre los ecosistemas más secos y forman una serie de tipos que de
manera general son comparables, difiriendo principalmente en su grado de humedad o
inundación. (Casasola, 2012).
La definición oficial de humedal está en el artículo 3º, inciso XXX de la Ley de Aguas
Nacionales: “zonas de transición entre los sistemas acuáticos y terrestres que constituyen
áreas de inundación temporal o permanente, sujetas o no a la influencia de mareas, como
pantanos, ciénagas y marismas, cuyos límites los constituyen el tipo de vegetación
hidrófila de presencia permanente o estacional; las áreas en donde el suelo es
predominantemente hídrico; y las áreas lacustres o de suelos permanentemente húmedos
por la descarga natural de acuíferos”.
Por último, Cowardin et al. (1979) señalan que los humedales deben reunir tres
características: 1) El suelo, al menos periódicamente, alberga hidrófitas; 2) Los suelos son
hídricos no drenados, y 3) el sustrato está cubierto con agua somera o saturado por un
intervalo anual, durante la estación de crecimiento de las plantas.
Los humedales de flujo vertical subsuperficial son sistemas en los que el agua residual
fluye a través del sustrato, en general gravilla, entrando en contacto con los
microorganismos que colonizan la superficie tanto de las raíces de las plantas como del
propio sustrato. (Rodríguez, et al. 2013).
Los humedales de flujo vertical pueden ser una solución óptima para la depuración de
aguas residuales con flujos discontinuos o intermitentes, como es el caso de segundas
viviendas, escuelas e incluso reboses de alcantarillado unitario (Rodríguez, et al. 2013).
Los humedales de flujo vertical son cada vez más populares que los humedales artificiales
de flujo horizontal, en especial cuando el espacio es limitado. En humedales de flujo
vertical el agua es bombeada hacia la superficie del lecho, donde después se percola
verticalmente hacia abajo a través de la capa filtrante hasta la parte inferior donde
finalmente se evacua a través de un sistema de drenaje, compuesto por tubos de
recolección cubiertos con grava (Moncada, 2016).
Los humedales artificiales de flujo subsuperficial vertical, tienen una eficiencia mayor en
cuanto a remoción de materia orgánica, en comparación con los humedales de flujo
subsuperficial horizontal, pues requiere menor área, aproximadamente la mitad del área
(Oliveira, 2009).
Los HMA son un componente natural de los suelos en la mayoría de los ecosistemas
terrestres. Se sabe que más del 80 % de las plantas terrestres son capaces de presentar
una asociación simbiótica con ellos y pueden ser considerados como una extensión de las
raíces de las plantas ya que amplían considerablemente el volumen de suelo que puede
ser explorado y por ende se incrementa la cantidad de nutrientes que pueden ser
obtenidos por la planta (Alvarado, 2011).
Mientras que en otros casos el uso de HMA contribuye a la inmovilización del metal en las
raíces de las plantas o en el suelo (fitoestabilización) (Alvarado, 2011).
Las micorrizas se reconocen como simbiosis compatibles e íntimas entre las raíces de las
plantas y algunos hongos del suelo. La condición micorrícica es el estado dominante en
las plantas en su hábitat natural. (Prager et, al. 2010).
Para que la simbiosis en sus diferentes tipos se establezca debe haber un reconocimiento
y compatibilidad plantas – hongos formadores de micorriza arbuscular (HMA), en
procesos
explicados por la presencia o ausencia de biomoléculas específicas. Los HMA presentan
ciclos de vida caracterizados por esporas de origen asexual, micelio externo o
extrarradical, micelio interno o intrarradical, formación de apresorios, arbúsculos,
vesículas (en algunos géneros) y células auxiliares (en algunos géneros), estructuras que
cumplen funciones específicas dentro de la simbiosis. (Prager et, al. 2010).
Las raíces de las plantas y los HMA generan efectos mecánicos sobre las partículas de
suelos que actúan como agentes ligantes formadores de macroagregados (≥ 250 μm), los
cuales forman macroporos que mejoran el movimiento de agua, de aire, la penetración de
las raíces y el metabolismo en el suelo. Fuera de ello, los HMA secretan glomalina,
molécula que también interviene en la formación de bioagregados (Prager et, al. 2010).
Después de reconocer las estructuras de los HMA que se forman al exterior e interior de
las raíces micorrizadas, es importante comprender las diferentes etapas que atraviesa la
simbiosis desde el reconocimiento planta-hongo, la colonización del tejido cortical, el
intercambio de nutrientes entre los simbiontes y aún, la delimitación del área de
colonización, la cual está mediada por un diálogo molecular entre la(s) planta(s) y el (los)
micosimbiontes, influenciada por condiciones del suelo (Parra et, al. 1991).
Glomus deserticola es una micorriza arbuscular muy utilizada como inóculo de suelos
tanto en agricultura como en jardinería. Se encuentra de manera natural en casi todo tipo
de suelos especialmente en plantas de bosques y en praderas de gramíneas. Está
asociada a numerosas familias de plantas vasculares y se ha demostrado que aumenta la
absorción de fósforo y mejora la estructura del suelo debido al agregado de hifas.
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