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La eucaristía,
misterio de comunión
El concepto de comunión está en el centro de la comprensión de la Eucaristía. Es el Misterio de
la unión personal de cada persona con Dios-Trinidad y con los demás seres humanos. La comunión
implica siempre una doble dimensión: vertical -comunión con Dios- y horizontal -comunión entre
los seres humanos-. Es esencial reconocerla sobre todo como don de Dios, como fruto de la iniciati-
va divina llevada a cabo en el ministerio pascual. Estos aspectos son actualizados, celebrados y pro-
yectados en la celebración de la eucaristía.
vina se desborda también hacia la humanidad y el mundo, a través de la encarnación del Hijo y la
efusión del Espíritu, decididas libremente por el Padre.
Este es el doble dinamismo que integra la Eucaristía: por una parte, autodonación y gracia del
Padre a nosotros, a través de la entrega de su Hijo (Jn 3,16; 1Jn 4,9; Rom 8,32), verdadero pan de
vida (Jn 6,51-58), y de su «Espíritu vivificador» (Jn 6,63) y con ellos de su propia «vida eterna»;
por otra, la Eucaristía en cuanto acción de gracias, alabanza y adoración, en cuanto autodonación
del hombre que se hace ofrenda, al ser ungida y santificada por el Espíritu e incorporada al sacrifi-
cio de Cristo y presentada por Éste al Padre como «ofrenda de suave olor».
Las plegarias litúrgicas manifiestan esta estructura trinitaria evocando la historia de la salvación
(que es la actuación en el tiempo de la Trinidad) y en el dinamismo implícito en la eucaristía: la
anámnesis (memorial del Hijo) y la epíclesis (invocación del Espíritu Santo).
En particular, la comunión es Trinidad, la comunión es la Iglesia y la comunión es también la
Eucaristía. La Trinidad es «Misterio de la Comunión»: comunión esencial, que une radicalmente a
las tres personas en una misma vida y en un mismo ser, sentir, conocer y querer. De esta comunión
intradivina deriva la comunión de los santos, la Iglesia como comunidad intradivina es de donde de-
riva la comunión de los santos, comunidad integrada por muchos. Así como en los granos de trigo,
«recogidos y aunados, molidos y amasados, hacen un solo pan», así también «en Cristo, pan celes-
tial, nuestra multiplicidad queda reducida a la unidad de un solo cuerpo» (Cipriano). Así, la Iglesia
es verdadero sacramento de la Trinidad, signo visible de la comunión trinitaria.
La Eucaristía es sacramento eficaz de la presencia viva de Cristo y de nuestra incorporación a ese
misterio intradivino de comunión salvadora. Así, lo que la Eucaristía es respecto a la Iglesia [origen
y meta de toda vida cristiana (LG 11)] es la Trinidad respecto de la Eucaristía: en el Padre, por el
Hijo, en el Espíritu está la verdadera fuente y la culminación de todo el misterio eucarístico.
Conclusión
Celebrar la eucaristía nos propone, entonces, algunas dimensiones importantes de la espirituali-
dad auténtica y específicamente cristiana.
a) Una espiritualidad contemplativa que nos lleva a describir la presencia y la acción salvífica de
Jesucristo en la cotidianidad de nuestras vidas.
b) Una espiritualidad de dependencia total que nos comprendernos necesitados de Dios.
c) Una espiritualidad sacrificial, que reconoce todo como don y gracia del Padre, y nos vuelca a
la acción de gracias y la alabanza, que es don irreversible de nosotros mismos al Padre para reconci-
liarnos y entrar en comunión íntima con Él.
d) Una espiritualidad misionera, de discípulos que se dejan fascinar por el Maestro.
e) Una espiritualidad de comunión que brota de esta contemplación de Cristo Eucaristía como
Misterio de Comunión, que es a la vez la esencia misma de la Iglesia.
Sin esta espiritualidad, los signos y ritos eucarísticos, se convierten en medios sin alma, en más-
caras de Eucaristía, más que en signo y expresión de la misma. Podemos pedir el perdón de Dios y
dar un signo de paz al hermano, sin actitudes de conversión y reconciliación, podemos dar las gra-
cias sin dar lo que las merece, haciendo estéril nuestra vida, podemos comer pan sin discernir el
Cuerpo del Señor.
Los verdadero adoradores, que adoran en espíritu y en verdad, son los que siguen a Jesús en to-
das las cosas de su vida y así lo anuncian. Discípulos misioneros, nos dice Aparecida.-