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ECLESIOLOGIA MISIONERA DE COMUNION

ECLESIOLOGIA DE COMUNION Y MISION

Juan Esquerda Bifet


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Juan Esquerda Bifet

COMPARTIR CON LOS HERMANOS

La comunión de los santos


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INDICE
Introducción: "Creo en la comunión de los santos" o el misterio
de la comunión y misión eclesial

I. Una historia de comunión


1. Cristo hermano y protagonista
2. Biografía de Cristo prolongado en el tiempo
3. Un mismo caminar
Meditación bíblica

II. Iglesia familia y comunión de hermanos


1. Reflejo de la comunión de Dios Amor
2. Convocados por Cristo para compartir
3. Corresponsabilidad en la comunión
Meditación bíblica

III. Compartir para ser Iglesia comunión


1. El ser como donación
2. Solidaridad afectiva y efectiva
3. Vasos comunicantes
Meditación bíblica

IV. "Creo en la comunión de los santos"


1. Creer es comprometerse
2. Adhesión personal a Cristo que vive en los hermanos
3. Compartir una misma historia
Meditación bíblica

V. Comunión y misión sin fronteras


1. La escuela del Cenáculo con María
2. Un solo corazón para conocer y anunciar a Cristo
3. Fraternidad y misión de una Iglesia sin fronteras
Meditación bíblica
Líneas conclusivas
Selección bibliográfica
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Documentos y siglas
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INTRODUCCION

"Creo en la comunión de los santos" o el misterio de la comunión y


misión eclesial

"Creo en la comunión de los santos". Así rezamos el Credo los


cristianos, ya desde tiempos apostólicos o subapostólicos. Como
expresión literaria, esta afirmación de fe es del siglo IV, pero
el contenido se remonta a la comunidad eclesial primitiva, que era
"un solo corazón y una sola alma" (Act 4,32).
¿Será este dogma el menos conocido o el menos vivido? Yo no
me atrevo a afirmarlo, porque hay muchas vidas anónimas que son
felices por dedicarse plenamente a la comunión y a la misión sin
fronteras. Pero me parece que la vivencia de esta verdad de fe
está muy lejos de encontrar carta de ciudadanía en muchos
corazones y en muchas comunidades.
El mundo es un pañuelo. El cosmos es "comunión" y familia de
hermanos. Por ahora esta realidad se está incubando y
construyendo. La comunión de hermanos es una realidad oculta, en
embrión, a modo de "misterio" profundo que va descorriendo su velo
a medida en que se realice el compartir la vida con los hermanos.
Este "misterio" de "comunión" es tarea, compromiso, "misión".
"El océano inmenso me hace sentir cercano a todos los
pueblos... Ahora experimento más que nunca el misterio de la
comunión de los santos". Así me decía un misionero después de
explicarme que las tareas de la misión fructifican gracias a las
oraciones y sacrificios de muchos hermanos desconocidos. Este
"océano" que une a toda la humanidad sólo se descubre a la luz de
los amores de Cristo, "primogénito entre muchos hermanos" (Rom
8,29).
La "cultura de la vida" y la "civilización del amor" sólo se
construyen unificando el corazón y compartiendo la vida con los
hermanos. La "nueva evangelización" sólo tendrá lugar a partir de
un compromiso de construir la comunión sin fronteras en el espacio
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y en el tiempo. "Se percibe, a la luz de la fe, un nuevo modelo de


unidad del género humano, en el cual debe inspirarse en última
instancia la solidaridad. Este supremo modelo de unidad, reflejo
de la vida íntima de Dios, Uno en tres Personas, es lo que los
cristianos expresamos con la palabra 'comunión'. Esta comunión,
específicamente cristiana, celosamente custodiada, extendida y
enriquecida con la ayuda del Señor, es el alma de la vocación de
la Iglesia a ser 'sacramento'" (SRS 41).
"Cultura" significa interrelación. La cultura se construye en
la comunión con el cosmos, con la humanidad entera y con Dios
amor. Pero todo depende de la actitud del corazón. Los pueblos son
lo que sienten o dejan de sentir los corazones de sus hijos.
Cuando un niño se abre a la vida, su inocencia se expresa en
su mirada, sus manos, su rostro, su boca y en los movimientos de
todo su cuerpo, como queriendo unificarse con todo y con todos.
Para él todo es posible. Poco a poco esta inocencia de admiración
se hace añicos por el movimiento interior de tener y poseer con
exclusividad, estimulado por el mal ejemplo de los mayores. Los
santos son los únicos niños que han ido recuperando esta inocencia
original, identificándose con los brazos abiertos de Cristo muerto
en cruz para restaurar toda la humanidad y toda la creación. Sin
una donación crucificada no hay comunión. Esos santos, a veces, la
han pasado mal, porque se les ha marginado ("excomulgado") de la
"comunidad" como seres poco útiles.
El misterio de la comunión ha comenzado a ser realidad desde
que el ser humano salió de las manos y del corazón de Dios, quien,
con un "beso", le "infundió su Espíritu" (Gen 1,7). El misterio
sigue siendo misterio, pero se va descifrando cada vez más cuando
un ser humano se decide a compartir con Cristo la vida y la suerte
de los demás. Entonces se va construyendo "la comunión de los
santos". El misterio de la comunión descorre su velo en la misión.
Por esto la misión deja entrever el misterio de una comunión que
un día será plenitud en "un cielo nuevo y una tierra nueva" (Apoc
21,1), donde reinará el amor y la justicia (2Pe 3,13).
Muchas gentes de hoy, jóvenes y no tan jóvenes, buscan
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sucedáneos a los dogmas y a los compromisos de por vida. Las


experiencias espiritistas y las creencias exotéricas sobre la
"reencarnación" y la transmigración de las almas, se contagian
rápidamente para llenar un vacío de trascendencia y de comunión
fraterna. Ese vacío se intenta llenar, a veces, por una reclusión
sobre sí mismo, produciendo consumismos, depresiones, fugas y
suicidios. La dignidad de la persona y de la vida humana,
especialmente la más débil, ya no cuenta. Decidirse a vivir la
comunión universal en Cristo equivale a alejar toda suerte de
mitos pseudoreligiosos y de alienaciones ideológicas. Pero esto
sólo es posible por medio de "una vida escondida con Cristo en
Dios" (Col 3,3).
La fe cristiana en la "comunión de los santos" levanta la
moral de toda la humanidad. Ya no hay acciones intranscendentes,
si se hacen con amor. Todo tiene repercusión universal en la
geografía y en la historia. El precio de esta eficacia escondida
es la donación. Cristo, cabeza de la humanidad, es la fuente y la
garantía de esta comunión sin fronteras. "En el Cuerpo Místico de
Cristo no se realiza por sus miembros ninguna obra buena, ningún
acto de virtud, del que no se aprovechen todos por la comunión de
los santos" (Pío XII, Mystici Corporis Christi).
Si los bienes de salvación son comunes, salvando la
peculiaridad y el mérito de cada persona, ¿por qué no han de serlo
los demás bienes de la creación, salvando el uso y "propiedad"
("administración") que corresponde a cada miembro de la familia
humana?. "El uso de los bienes, confiado a la propia libertad,
está subordinado al destino primigenio y común de los bienes
creados... La propiedad privada, por su misma naturaleza, tiene
también una índole social, cuyo fundamento reside en el destino
común de los bienes" (CA 30; cfr. GS 71)
El grado de vivencia de la comunión de los santos se
manifiesta en el compartir la historia con los demás. La paz se
construye sólo cuando se comparte de verdad la vida terrena en
toda su perspectiva de presente, pasado y futuro. La paz nunca
será una "isla" de bienestar de unos pocos privilegiados. Esas
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islas son una continua amenaza de violencias y han producido casi


todos los disparates bélicos de la historia.
La comunión de los santos la "celebramos" principalmente el
día de todos los santos y de todos los difuntos (1 y 2 de
noviembre). Pero las fiestas cristianas significan y actualizan en
un momento dado las vivencias de todos los días del año, en torno
al misterio pascual de Cristo. Las fiestas constituyen un hito
irreversible en nuestro caminar común.
Al Vaticano II se le ha llamado el concilio de la "comunión"
(o también de la eclesiología de comunión). La Iglesia, como
comunión de hermanos, que refleja la comunión de Dios uno y trino,
se compromete a ser transparencia e instrumento de esta misma
comunión, como acto esencial de la misión. Por esto "la Iglesia es
en Cristo como un sacramento, es decir, signo e instrumento de la
unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano" (LG
1). "Los miembros del Pueblo de Dios son llamados a una
comunicación de bienes... 'El don que cada uno ha recibido,
póngalo al servicio de los otros, como buenos administradores de
la multiforme gracia de Dios' (1Pe 4,10). Todos los hombres son
llamados a esta unidad católica del Pueblo de Dios, que simboliza
y promueve la paz universal" (LG 13).
Por la "comunión de los santos", todos salimos enriquecidos,
puesto que "es una participación en la santidad misma de la
Iglesia" (PDV 31). y "comporta una espiritual solidaridad entre
los miembros de la Iglesia, en cuanto miembros de un mismo Cuerpo"
(Carta Congregación de la Fe, 1992). Por esto el concepto de
comunión está "en el corazón de la autoconciencia de la Iglesia"
(Juan Pablo II). El que comparte sus bienes con los hermanos, los
multiplica, porque "crece la caridad con ser comunicada" (Santa
Teresa de Avila).
El ser humano se realiza dándose. La humanidad se construye
verdaderamente cuando vive en comunión. Creer en la comunión de
los santos significa comprometerse en la misión de construir la
familia humana en comunión de hermanos, que, por creer en Cristo,
comparten todo su existir.
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I. UNA HISTORIA DE COMUNION

1. Cristo hermano y protagonista


2. Biografía de Cristo prolongado en el tiempo
3. Un mismo caminar
Meditación bíblica
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Todos respiramos el mismo oxígeno, disfrutamos del mismo sol


y compartimos el mismo suelo, porque Dios nos ha hecho para
emprender un mismo caminar. Esta sintonía humana y cósmica sólo se
hace realidad plena en Cristo hermano y "consorte" de toda la
humanidad. Es el centro de la creación y de la historia, "todo ha
sido creado por él y para él... y todo subsiste en él" (Col 1,16-
17).
Nuestra historia se está construyendo como biografía de
Cristo prolongada en el tiempo. Cada uno es una historia
irrepetible. Todos juntos somos la historia del "Cristo total". La
historia de la humanidad es un "Padre nuestro" balbuceado en
común, porque Cristo vive escondido en el corazón de cada ser
humano y en las raíces culturales de cada pueblo. Desde el día de
la Encarnación, en el seno de María, "el Hijo de Dios se ha unido,
en cierto modo, con todo hombre" (GS 22).
Nuestro peregrinar de hermanos lo ha asumido Cristo en su
pobreza de Belén, en su marginación de Nazaret, en su caminar por
Palestina, en su muerte de cruz y en su resurrección. Son los
contrastes gozosos y dolorosos, de luces y sombras, que,
compartidos con amor de donación, llegarán a ser un día encuentro
pleno y feliz de hermanos. Nada se perderá de cuanto se haya hecho
con amor, porque "la caridad no pasa jamás" (1Cor 13,8).

1. Cristo hermano y protagonista


Cuando leemos, escuchamos o meditamos el evangelio, podemos
percibir que Cristo sigue viviendo en sintonía con nosotros y cada
ser humano. Su cercanía de compasión y ternura no es para utilizar
a las personas ni para lucirse él, sino para compartir
responsablemente con nosotros todo lo que es y tiene.
La novedad permanente del evangelio consiste en percibir que
aquella cercanía de Cristo sigue sucediendo hoy, en cada recodo
del camino y en cada circunstancia. Es siempre Cristo "hermano"
(Jn 20,17; Mt 12,48; Heb 2,11) quien, presente en la Iglesia, vive
en sintonía con los "gozos, esperanzas, tristezas y angustias del
género humano y de la historia" (GS 1). Cristo sigue sintiendo
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"compasión" (Mt 14,14; 15,32) de todos y de cada uno, como parte


integrante de su mismo ser, asumiendo en su propia vida nuestra
misma vida (cfr Mt 8,17).
En la familia humana de creyentes en Cristo, que Pablo
describe con las imágenes de ciudad, templo, casa, cuerpo etc.,
Cristo es "el primogénito entre muchos hermanos" ((Rom 8,29), "la
cabeza de su cuerpo" (Ef 1,22-23; cfr. Rom 12,5; Col 1,19). Todos
formamos un solo cuerpo con él, nuestra cabeza o principio de
vida. Para Cristo no hay "estropajos", sino pedazos de sus
"entrañas" (cfr. Filemón 12).
Jesús se comparó a una vid cuyos sarmientos somos todos
nosotros, como copartícipes de una misma vida: "Yo soy la vid;
vosotros los sarmientos" (Jn 15,5). La participación en la vida de
Cristo es personal, de cada uno. "El que permanece en mí y yo en
él, ése da mucho fruto" (ibídem). Pero es también una
participación en familia, como formando parte conjuntamente de la
misma realidad y de la misma amistad de Jesús: "Vosotros sois mis
amigos si hacéis lo que os mando... Esto os mando: que os améis
unos a otros" (Jn 15,14.17).
Cristo vive nuestra vida y nuestra historia como consorte
("esposo") y protagonista, haciendo posible que cada uno se
realice libremente en el camino del amor y de la donación a Dios y
a los hermanos. Se hace encontradizo con cada ser humano para
compartir la misma "suerte" o beber la misma "copa" (Mc 10,38).
Cristo ha sumido nuestra vida "esponsalmente". Todos somos
llamados a formar un solo cuerpo con él: "a cuantos encontréis,
llamadlos a las bodas" (Mt 22,9). La fiesta del encuentro con
Cristo, como desposorio ("alianza") con él, es "para todos" (Mt
26,28; Mc 10,45). En Cristo formanos una sola familia, una sola
"esposa", una sola humanidad. Por esto dice San Pablo a los
cristianos de Corinto: "Os he desposado con un solo marido,
presentándoos a Cristo como una virgen casta" (2Cor 11,2).
Entrando en sintonía con los sentimientos o amores de Cristo,
encontramos la vida de cada hermano nuestro. "Tened los mismos
sentimientos de Cristo Jesús" (Fil 2,5) equivale a compartir con
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él su realidad de hermano mayor, cabeza, consorte y protagonista


de toda la humanidad. Cualquier tema cristiano se comprende sólo
cuando se vive desde los amores de Cristo.
Si "Cristo murió por todos" (2Cor 5,14), fue para que
participáramos todos de su misma vida: "de su plenitud hemos
recibido todos, gracia sobre gracia" (Jn 1,16). Cristo vive en
cada uno para que cada uno sea un eco de sus mismas vivencias:
"Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, que yo os
aliviaré" (Mt 11,28).
Unido íntimamente a nosotros, viviendo en todos nosotros y en
cada uno, Cristos nos hace partícipes de su misma vida de unión
con el Padre y el Espíritu Santo: "Que todos sean uno, como tú,
Padre, estás en mí y yo en ti" (Jn 17,21). Es unidad en la misma
vida de Cristo (Jn 6,56-57; 10,10). Por eso cada ser humano se
realiza en la medida en que se refleje en su corazón esta unidad o
"gloria" de Dios Amor: "Les he dado la gloria que tú me diste, a
fin de que sean uno, como nosotros somos uno" (Jn 17,22).
El ser humano se construye unificando su corazón, es decir,
su modo de pensar, de valorar las cosas, de amar y de obrar. Sólo
es verdaderamente humano lo que suene a donación. El hombre, como
reflejo de Dios Amor, "no puede encontrar su propia plenitud, si
no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás" (GS 24).
Jesús "ora siempre por nosotros" (Heb 7,25; Rom 8,34),
compartiendo nuestro existir, para que nuestro corazón y nuestra
vida refleje la vida íntima de donación entre el Padre, el Hijo y
el Espíritu Santo. Sólo entonces el cristiano se hace signo de
Cristo y transparencia del evangelio: "Yo en ellos y tú en mí,
para que sean perfectamente uno y conozca el mundo que tú me
enviaste" (Jn 17,23).
La clave de la historia se encuentra en Cristo, el Hijo de
Dios hecho hombre, inmolado para cambiar la historia amando. Si ya
desde ahora todos ocupamos un puestos irrepetible en el corazón de
Cristo, un día, en el encuentro definitivo con él, descubriremos
en las facciones de su rostro, el rostro de todos los hermanos.
La historia se descifra en el "fracaso" de la cruz. Lo que
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pareció "locura" y "escándalo", se ha convertido, por la donación


total de Cristo, en "sabiduría" y "poder de Dios" (1Cor 1,18). La
historia se salva sólo cuando se construye como conjunto de
hermanos que se aman en Cristo. Desde ahora ensayamos el "cántico
nuevo" de una "nueva tierra". Cristo, el cordero inmolado,
transforma nuestro éxodo en tierra prometida: "Digno eres de tomar
el libro y abrir sus sellos, porque fuiste degollado y con tu
sangre has comprado para Dios hombres de toda tribu, lengua,
pueblo y nación, y los hiciste para nuestro Dios reino y
sacerdotes, y reinan sobre la tierra" (Apoc 5,9-10).
2. Biografía de Cristo prolongado en el tiempo
Todos y cada uno somos un retazo de la biografía de Cristo.
Todos juntos somos su biografía total, que se va prolongado y
realizando en el tiempo. Cuando haya transcurrido nuestro tiempo
histórico, Jesús resumirá esta historia diciendo: "Tuve hambre...,
tuve sed..., fui emigrante..., estuve enfermo... y en la cárcel...
cuanto hicisteis con uno de estos hermanos míos más pequeños,
conmigo lo hicisteis" (Mt 25,35ss).
La historia de cada ser humano, sin excepción, es su propia
historia, como desarrollo y crecimiento de todo su cuerpo místico.
Por esto el examen final será sobre el amor a Dios y a los
hermanos: "A la tarde te examinarán en el amor" (San Juan de la
Cruz).
Jesús comparte todo su existir con nosotros, hasta hacernos
partícipes de todo lo que es y tiene. "Ya conocéis la generosidad
de nuestro Señor Jesucristo que, siendo rico, se hizo pobre por
vosotros, para enriqueceros con su pobreza" (2Cor 8,9).
Los latidos del corazón de Cristo continúan en el tiempo. Sus
pasos se identifican con los nuestros, puesto que estamos
"injertados" en su mismo misterio de Hijo de Dios hecho hombre
(Rom 6,5). San Pablo quedó captado por esta identificación de
Cristo con los suyos, cuando oyó en el momento de su conversión:
"Saulo, ¿por qué me persigues?" (Act 9,5).
Nuestra verdadera biografía comenzó cuando el Verbo fue
engendrado por obra del Espíritu Santo en el seno de María.
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Cristo, unido con cada uno de nosotros, se ofreció al Padre por la


salvación del mundo: "me has dado un cuerpo... Heme aquí..., vengo
para hacer tu voluntad" (Heb 10,5-7). Ahí, en esos amores de
Cristo, estábamos todos. Cristo asumía nuestra historia
transformándola en un "sí, Padre" (Lc 10,21). El Padre nos ama en
Cristo desde toda la eternidad y en él nos dice: "éste es mi Hijo
amado" (Mt 3,17). Nuestra vida se va haciendo "bautismo" o
transformación en Cristo por obra del Espíritu Santo.
Dios quiso que el pueblo de Israel, en su caminar por el
desierto, le dedicara una "tienda" (la "shekinah"), como símbolo
de una presencia en medio del pueblo peregrino. Así se mostraba
como "Yavé", fiel al amor y a la historia humana. Aquello fue un
signo de una gran realidad futura que tendría lugar en Cristo:
Dios hecho hombre, como protagonista de nuestros caminar
histórico.
Desde el día de la encarnación, la vida de Cristo es nuestra
misma biografía. "El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros"
(Jn 1,14). Cristo continúa viviendo en nosotros para que un día
nos pueda presentar al Padre (1Cor 15,28) como complemento suyo
(Ef 1,23).
Para Cristo, cada uno es irrepetible: "Si alguno tenga sed,
que venga a mí y beba" (Jn 7,37). Cada ser humano es "el hermano
por quien Cristo ha muerto" (1Cor 8,11). Al mismo tiempo, cada uno
debe hacerse solidario de la suerte de los demás: "Haz tú lo
mismo" (Lc 10,37). Todos conjuntamente somos la única familia de
Cristo, hermanas y hermanos suyos (Mt 12,48-50) y ovejas de su
mismo rebaño: "Habrá un solo rebaño y un solo pastor" (Jn 10,16).
Desde hace veinte siglos, la historia de la humanidad se va
construyendo a partir de Cristo, que vive y espera en cada corazón
humano y en cada pueblo de la tierra. La oración del "Padre
nuestro" es una historia de comunión universal. Cuando un creyente
deja que Cristo rece en él, esta oración construye la historia
humana en comunión y familia de hermanos.
Los sentimientos de Cristo van encontrando eco en cada
momento histórico. Cristo ofrece una amistad que equivale a
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compartir la misma vida. "Os he llamado amigos porque os he dado a


conocer todo lo que oí de mi Padre" (Jn 15,15).
El amor de Cristo es expresión de un amor eterno: "Como mi
Padre me amó, así os he amado yo" (Jn 15,9). No habría respuesta
adecuada al amor de Cristo, si no se concretara en la práctica del
mandamiento nuevo: "Amaos como yo os he amado" (Jn 13,34).
La intercesión permanente de Cristo (Heb 7,25; Rom 8,34)
significa su plena inserción en la historia humana, asumiendo como
propios todos los problemas de los hermanos. Su oración equivale a
un compromiso vivencial de conducir todos los seres humanos hacia
una comunión plena que sea reflejo de la comunión divina, donde
todo suena a donación.
La historia humana, de todos y de cada uno, se está
escribiendo y realizando en el corazón de Cristo. Cuando una
persona humana se decide a compartir la vida de los demás, es
señal de que Cristo vive en ella, pues "la caridad viene de Dios"
(1Jn 4,7). Las "semillas del Verbo" (San Justino) se encuentran en
todas las épocas históricas y en todas las culturas, donde la
persona humana hace de su vida una donación a los hermanos. Son
las huellas o el esbozo de la biografía de Jesús, que espera
hacerse realidad plena en la adhesión personal a él como único
Salvador.
Jesús se sintió siempre identificado con cada ser humano
encontrado en su caminar histórico. Sólo así se explica su
sintonía, compasión e inserción comprometida. Por esto su vida
oculta de Nazaret durante treinta años, es tan fecunda como su
vida de predicación y de acción externa. Unido a cada uno de
nosotros, como parte de su mismo ser, Cristo ora al Padre
diciendo: "Los has amado a ellos como me has amado a mí" (Jn
17,23). La razón profunda de este misterio se encuentra en el
hecho de su presencia transformante en nuestro corazón: "Yo estoy
en ellos" (Jn 17,26).
La identificación de Cristo con cada ser humano es evidente
en algunas parábolas de misericordia. La alegría del pastor que
encuentra a su oveja perdida y el gozo de la esposa que encuentra
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las arras de su boda, se expresan con un grito vivencial que


parece salir continuamente del corazón de Cristo: "Alegraos
conmigo" (Lc 15,6 y 9). Cada ser humano forma parte del ser de
Cristo.
"La salvación no puede venir más que de Jesucristo", porque
"es el único Salvador de la humanidad, el único en condiciones de
revelar a Dios y de guiar hacia Dios" (Rmi 5; cfr. Act 4,12). Es
"el Salvador del mundo" (Jn 4,42; 1Jn 4,14) porque el Padre nos lo
ha dado por amor y para nuestra salvación: "De tal manera amó Dios
al mundo, que le dio su Hijo unigénito, para que todo el que crea
en él no perezca, sino que tenga vida eterna; pues Dios no ha
enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el
mundo sea salvo por él" (Jn 3,16-17).
En la vida de toda persona humana se pueden encontrar las
huelas de Cristo, las "semillas del Verbo", la "preparación
evangélica". Pero esta biografía de Cristo es sólo un esbozo de
una realidad plena que será posible sólo en el encuentro
definitivo con él.
Descubriendo, a la luz de la fe, las huellas de Cristo en la
vida de cada hermano, se llega a la experiencia y convicción de
que nosotros mismos somos también biografía del Señor. En cada uno
de nosotros Cristo vive llamándonos por el nombre, guiándonos y
defendiéndonos (Jn 10,1ss), para hacernos participar
abundantemente de su misma vida: "He venido para que tengan vida y
la tengan abundante" (Jn 10,10).
3. Un mismo caminar
La vida humana es un camino histórico que comienza en el
corazón de Dios y vuelve definitivamente a Dios. El camino se hace
crecimiento en la libertad de una vida convertida en donación. Es
camino común de hermanos, hijos del mismo Padre. Nacidos del amor,
volvemos al amor, transformados en amor. Ese amor es comunión de
personas, como reflejo de la comunión entre las personas divinas,
Padre, Hijo y Espíritu Santo.
En este caminar, Dios se ha hecho caminante: "El Verbo se
hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1,14). Cristo camina con
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nosotros hacia el más allá: "Voy al Padre" (Jn 14,12.18). Desde la


encarnación, el Hijo de Dios comparte esponsalmente nuestro
caminar. Desde la resurrección, este compartir se ha orientado
definitivamente hacia un encuentro de plenitud: "Cuando yo me haya
ido y os haya preparado el lugar, de nuevo volveré y os tomaré
conmigo, para que donde yo estoy estéis también vosotros" (Jn
14,3).
El camino de nuestra vida se orienta hacia la verdad de Dios.
Cristo, verdadera vida, se ha hecho nuestro camino: "Yo soy el
camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí" (Jn
14,6). Su camino es el nuestro cuando caminamos en comunión de
hermanos.
El mensaje de Cristo resucitado se resume en una invitación a
caminar, con él y en él, hacia Dios Amor. La vida cristiana
consiste en "ir a los hermanos" para compartir con ellos el mismo
caminar de Cristo, su mismo misterio pascual: "Ve a mis hermanos y
diles: subo a mis Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro
Dios" (Jn 20,17). La misión confiada por Cristo es su misma misión
de construir una comunión de hermanos que, con la fuerza del
Espíritu, caminan hacia el Padre (Jn 20,21).
Ser discípulo que Cristo es compartir su mismo caminar de
solidaridad fraterna según los designios de Dios Amor. La señal
del cristiano es una vida solidaria, como "un solo corazón y una
sola alma" (Act 4,32). El testamento de Jesús es precisamente esta
comunión fraterna, que refleja el amor que Cristo nos tiene (Jn
13,34-35) y que es señal eficaz de su presencia entre nosotros:
"Donde están dos o más reunidos en mi nombre, allí estoy yo en
medio de ellos" (Mt 18,20).
Cuando Jesús describe el retorno del hijo pródigo hacia su
padre (Lc 15,20ss), deja entender el mismo caminar del Hijo de
Dios, que "tomó nuestras enfermedades y cargó con nuestras
dolencias" (Mt 8,17; Is 53,4). Por esto el Padre recibe al hijo de
su amor con el mismo gozo como el Padre llama a Cristo "mi Hijo
amado" (Mt 3,17; Lc 15, 20-32).
Nuestro camino de "penitencia" o de cambio de mentalidad y de
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apertura al amor, se nos va haciendo camino de Tabor. Es un


proceso de transformación en Cristo hasta llegar al encuentro
definitivo con Dios, donde se oirá de nuevo la voz del Padre,
llena de amor en el Espíritu, que se dirigirá a Cristo y a
nosotros con él: "Este es mi Hijo amado, en quien tengo mis
complacencias" (Mt 17,5).
Mientras tanto, nuestro caminar con Cristo y con los demás
hermanos, consiste en ir rasgando "la nube luminosa" de nuestro
encuentro con Dios (Mt 17,5). Es un proceso de construir la
historia amando. La luz amorosa de Dios ya llega al caminar
humano, como expresión de su palabra creadora y de su Espíritu
renovador (Gen 1,1-3). Pero nuestro caminar es siempre en la
oscuridad de la fe. Si vivimos esta fe, compartiéndola con los
hermanos y transformándola en caridad, nuestra vida se va llenando
de la esperanza de llegar un día a la visión y encuentro
definitivo.
En nuestro caminar histórico, Cristo, identificado con
nosotros, es "la luz del mundo" que sigue diciendo: "Quien me
sigue no anda en tinieblas" (Jn 8,12). Propiamente nuestro caminar
es un "éxodo", una salida continua de la oscuridad del propio
egoísmo, para adentrarse en la escucha de la palabra de Dios
("desierto") y, de este modo, ir llegando al encuentro definitivo
("Jerusalén"). Este es el camino cristiano de purificación,
iluminación y unión. En todo el proceso de perfección y de
oración, Cristo nos acompaña continuamente.
La vida consiste en abrir nuevos caminos a los deseos de
amar. Son los caminos de donación que se roturan para bien de
todos los hermanos. El camino se abre cuando vivimos en caridad:
"Sed imitadores de Dios, como hijos amados, y caminad en el amor,
como Cristo nos amó y se entregó por nosotros en oblación y
sacrificio de fragante y suave olor" (Ef 5,1).
Nuestro camino, gracias a Cristo resucitado presente, se hace
camino de comunión. Es comunión con los designios del Padre (1Jn
1,3), con los amores de Cristo (1Cor 1,9; Fil 2,5) y según el
aliento del Espíritu (Fil 2,1; Ef 4,4). Por esto compartimos la
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vida de Cristo juntamente con los hermanos, compartimos sus


sufrimientos (Fil 3,10) y su consolación (2Cor 1,5-7) para
compartir un día todos juntos su misma gloria (1Pe 1,4).
La vida del seguidor de Cristo se hace sintonía de
sentimientos con él: "Los dos tienen un mismo sentir" (San Juan de
la Cruz). Al compartir los amores de Cristo, se comparte
consecuentemente su mismo caminar responsable junto a cada
hermano. Cristo no es una idea abstracta, sino "alguien" escondido
bajo signos de una Iglesia peregrina: su eucaristía, su palabra,
sus sacramentos, su comunidad, cada hermano... (cfr. SC 7). Cuando
Cristo está presente en nuestro corazón, todas las señales del
camino se hacen luminosas: "Es el Señor" (Jn 21,7).
Nuestras ansias y "gemidos" de caminantes son los "gemidos
del Espíritu" de Cristo, quien, presente en el corazón de cada
hermano, sigue siendo centro de la creación y de la historia. Con
Cristo, como "hijos en el Hijo" (cfr. Ef 1,5), asumimos los
"gemidos" de toda la creación y de toda la humanidad: "Nosotros,
que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros
mismos, esperando ansiosamente la adopción de los hijos de Dios
por la redención de nuestro cuerpo" (Rom 8,23). Cristo, nuestro
camino, nos abre horizontes de infinito y de vida definitiva.

MEDITACION BIBLICA
- Cristo en el corazón de la humanidad:
"Todo ha sido creado por él y para él... y todo subsiste en
él" ( Col 1,16-17).
"El es el primogénito de entre los muertos" (Rom 8,29), "la
cabeza de su cuerpo" (Ef 1,22-23).
"Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos, proque
fuste degollado y con tu sangre has comprado para Dios
hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación, y los hiciste
para nuestro Dios reino y sacerdotes, y reinas sobre la
tierra" (Apoc 5,9-10).
"El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1,14).
"Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre
17

sino por mí" (Jn 14,6).


"Quien me sigue no anda en tinieblas" (Jn 8,12).

- Cristo consorte de toda la familia humana:


"Os he llamado amigos porque os he dado a conocer todo lo que
oí de mi Padre" (Jn 15,15).
"Me has dado un cuerpo... Heme aquí, vengo para hacer tu
voluntad" (Heb 10,5-7).
"A cuantos encontréis, llamadlos a las bodas" (Mt 22,9).
"Os he desposado con un solo marido, presentándoos a Cristo
como una virgen casta" (2Cor 11,2).
"Tened los mismos sentimientos de Cristo Jesús" (Fil 2,5).

- Somos biografía común de Jesús:


Tomó nuestras enfermedades y cargó con nuestras dolencias"
(Mt 8,17; Is 53,4).
"Cristo murió por todos" (2Cor 5,14).
"De su plenitud hemos recibido todos, gracia sobre gracia"
(Jn 1,16).
"Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, que yo
os aliviaré" (Mt 11,28).
"Tuve hambre..., tuve sed..., fui emigrante..., estuve
enfermo... y en la cárcel... Cuanto hicisteis con uno de
estos hermanos míos más pequeños, conmigo lo hicisteis" (Mt
25,35ss).
"Ya conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo que,
siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para enriqueceros
con su pobres" (2Cor 8,9).
"Saulo, ¿por qué me persigues?" (Act 9,5).
"Este es mi Hijo amado" (Mt 3,17; 17,5; cfr Lc 15, 24).
"Los has amado a ellos como me has amado a mí... Yo estoy en
ellos" (Jn 17,23.26).

- Vida en Cristo, vida de comunión fraterna:


"Yo soy la vida, vosotros los sarmientos; el que permanece en
18

mí y yo en él, ése da mucho fruto" (Jn 15,5).


"Amaos como os he amado" (Jn 13,34).
"Donde están dos o más reunidos en mi nombre, allí estoy yo
en medio de ellos" (Mt 18,20).
"Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando... Esto
es lo que os mando: que os améis unos a otros" (Jn 15,14.17).
"La muchedumbre de los creyentes eran un solo corazón y una
sola alma" (Act 4,32).

- La historia humana se construye amando:


"La caridad no pasa nunca" (1Cor 13,8).
"Haz tú lo mismo" (Lc 10,37).
"La caridad viene de Dios" (1Jn 4,7).
"Nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos
dentro de nosotros mismos, esperando ansiosamente la adopción
de los hijos de Dios por la redención de nuestro cuerpo" (Rom
8,23).
"Cuando yo me haya ido y os haya preparado el lugar, de nuevo
volveré y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy estéis
también vosotros" (Jn 14,3).

- Comunión fraterna y misión:


"Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en
ti... para que el mundo crea que tú me enviaste. Les he dado
la gloria que tú me diste, a fin de que sean uno, como
nosotros somos uno... Yo en ellos y tú en mí, para que sean
perfectamente uno y conozca el mundo que tú me enviaste, y
les amaste a ellos como me amaste a mí" (Jn 17,21-23).
"Habrá un solo rebaño y un solo pastor" (Jn 10,16).
"Como mi Padre me amó, así os he amado yo" (Jn 15,9). "Como
me envió me Padre, sí os envío yo" (Jn 20,21).
"De tal amó Dios al mundo, que le dio su Hijo unigénito, para
que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida
eterna; pues Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para
juzgar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él" (Jn
19

3,16-17).
"He venido para que tengan vida y la tengan abundante" (Jn
10,10).
"Ve a mis hermanos y diles: subo a mi Padre y a vuestro
Padre, a mi Dios y a vuestro Dios" (Jn 20,17).
II. IGLESIA FAMILIA Y COMUNION DE HERMANOS

1. Reflejo de la comunión de Dios Amor


2. Convocados por Cristo para compartir
3. Corresponsabilidad en la comunión
Meditación bíblica
A la Iglesia sólo se la comprende a partir de los amores de
Cristo, que "amó a la Iglesia y se entregó por ella, para
santificarla, purificándola, mediante el lavado del agua con la
palabra, a fin de presentársela a sí gloriosa, sin mancha, arruga
o cosa semejante, sino santa e intachable" (Ef 5,25-27).
La Iglesia no es lo que aparece en la superficie, ni tampoco
se puede reducir a conceptos abstractos, sino que es el mismo
Cristo prolongado en el tiempo, escondido y manifestado por medio
de signos sencillos y pobres, que son portadores de gracia. Cada
uno de nosotros y todos en común somos la "ecclesía", es decir, la
comunidad "convocada" por Cristo, para ser un transparencia y su
instrumento. A esta comunidad Cristo la llama cariñosamente "mi
Iglesia" (Mt 16,18), "mi madre y mis hermanos" (Mt 12,48), que
tiene a María como modelo de fidelidad, de asociación y de
maternidad (Lc 1,38; 11,28).
La realidad profunda de la Iglesia es realidad de comunión,
como reflejo del misterio de Dios Amor. Cada miembro de la Iglesia
está llamado a compartir la vida con Cristo, que vive en los
hermanos, y, por tanto a la misión de anunciar a Cristo a todos
los hombres que todavía no le conocen. La Iglesia es, pues, una
comunión de hermanos que, enraizada en el misterio de Dios Amor,
por Cristo y en el Espíritu, tiene la misión de ser "sacramento, o
sea, signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la
unidad de todo el género humano" (LG 1).

1. Reflejo de la comunión de Dios Amor


El ser humano salió de las manos de Dios como "imagen suya" y
fruto de su amor (cfr. Gen 1,27). El inicio fue como un esbozo o
una maqueta de una realidad que debe construirse continuamente.
Esta realidad se construye en la comunión de hermanos, y encuentra
en el matrimonio (y en la "vida apostólica") una expresión
privilegiada.
Desde el día de la encarnación, Jesús, el Verbo hecho hombre
en el seno de María, asume esta historia humana para hacerla
comunión, en cuanto partícipe de la realidad misma del Hijo de
Dios, que es "el esplendor de la gloria" del Padre (Heb 1,3). Cada
creyente en Cristo y toda la comunidad "eclesial" ("convocada" por
Cristo) se construye como comunión de hermanos, para ser, en
Cristo, la "expresión" o reflejo ("gloria") de Dios Amor,
"alabanza del esplendor de su gloria" (Ef 1,6).
El amor de Cristo a su Iglesia, como comunidad convocada por
su palabra y su sacrificio eucarístico, es el mismo con que Cristo
ha sido amado por el Padre en el Espíritu Santo: "Como el Padre me
amó, sí os he amado yo" (Jn 15,9). Es el amor de comunión entre el
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (cfr. 17,21-23).
Este amor esponsal entre Cristo y su Iglesia se expresa en el
sacramento del matrimonio y en la vida familiar (como "Iglesia
doméstica", LG 11) y en la vida sacerdotal y consagrada (como
signo fuerte del amor de Cristo a su Iglesia). "La revelación
cristiana conoce dos modos específicos de realizar integralmente
la vocación de la persona humana al amor: el matrimonio y la
virginidad. Tanto el uno como la otra, en su forma propia, son una
concretización de la verdad más profunda del hombre, de su ser
imagen de Dios" (FC 11). "La familia recibe la misión de
custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo del amor de
Dios y del amor de Cristo a la Iglesia esposa" (FC 17). El
sacerdote está llamado a vivir en su vida espiritual el amor de
Cristo Esposo con la Iglesia esposa" (PDV 22).
La Iglesia es signo transparente y portador ("sacramento") de
la comunión de Dios Amor, que debe reflejarse en la comunión de
personas humanas y de pueblos (cfr. LG 1). La misión de la Iglesia
consiste en ser "signo e instrumento" de esta comunión. Por esto
ella misma se va construyendo (por un proceso de renovación y de
purificación) como reflejo de la comunión o unidad de Dios Amor.
Gracias al Espíritu Santo, que "con la fuerza del evangelio la
rejuvenece, la renueva constantemente y la conduce a la unión
consumada con su Esposo,... toda la Iglesia aparece como un pueblo
reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo" (LG 4).
La misión de la Iglesia consiste en vivir y comunicar esta
comunión. Efectivamente, "esta comunión, específicamente
cristiana, celosamente custodiada, extendida y enriquecida con la
ayuda del Señor, es el alma de la vocación de la Iglesia a ser
'sacramento'" (SRS 40).
La Iglesia será "signo levantado en medio de las naciones"
(Is 11,12; SC 2), en la medida en que personas, ministerios y
carismas reflejen la comunión de Dios Amor. El valor de cualquier
institución eclesial consiste en la capacidad de donación,
concretada en una solidaridad afectiva y efectiva.
Este realidad de Iglesia comunión ("eclesiología" de
comunión) es una llamada acuciante a volver continuamente a la
fuente: Dios Amor, uno y trino. "Esta comunión es el mismo
misterio de la Iglesia" (FC 18). La Iglesia es siempre "Iglesia de
la Trinidad", como decían los Santos Padres.
Como miembros de la Iglesia, somos "familiares de Dios" (Ef
2,19). Ya no podemos sentirnos extranjeros ni desconocidos, porque
todos juntos formamos una "ciudad" y un "hogar", donde Dios tiene
sus complacencias (Jn 14,23). Esa casa solariega de Dios se
edifica por el Espíritu de amor. somos "la morada de Dios en el
Espíritu" (Ef 2,22).
La Iglesia, viviendo esta comunión a nivel local y universal,
puede hacer que todos los valores culturales y religiosos se
conviertan en otros tantos versos de un único poema, que sólo
podrá ser realidad "injertándose" o "bautizándose" en Cristo. Sin
esta comunión, los valores raciales y culturales se convierten en
aristas que desagarran la familia humana. Si la Iglesia no se
compromete a llevar a término esta misión de comunión, la
humanidad continuará desangrándose en guerras y violencias. No se
trata sólo de tener una lista de "bautizados", sino de hacer que
los bautizados vivan en comunión: unidad en el corazón, en la
familia, en la comunidad eclesial, en la sociedad.
Dios Amor se refleja en la comunidad de hermanos cuando ellos
se comunican la misma vida "divina" o vida "teologal", que
consiste en la fe, la esperanza y la caridad. La comunión
cristiana no se basa en la raza ni es la psicología ni en los
simples valores culturales, sino en el hecho de ser conjuntamente
"partícipes de la naturaleza divina" (2Pe 1,4).
El "amor a los hermanos" es la señal de haber "pasado de la
muerte a la vida" (1Jn 3,14). La comunidad eclesial refleja a Dios
Amor cuando se construye en el amor. De cada creyente y de la
comunidad entera hay que decir que "el que permanece en el amor,
permanece en Dios y Dios en él", porque "Dios es Amor" (1Jn 4,16).
La calidad de vida en una comunidad se mide por la comunión, es
decir, por la solidaridad de compartir los dones recibidos (Rom
12,6-8).
La Iglesia "comunión" es la Iglesia de los santos. Peor esto
hablamos de la comunión de los santos. En esta comunión eclesial
se refleja la comunión trinitaria de Dios amor, el Dios tres veces
santo.
La Iglesia refleja la santidad de Dios porque está
santificada por el Espíritu y, de este modo, se hace
santificadora. Por esto todos los miembros de la Iglesia están
llamados a la santidad: "Es completamente claro que todos los
fieles, de cualquier estado y condición, están llamados a la
plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, y
esta santidad suscita un nivel de vida más humano incluso en la
sociedad terrena" (LG 40).
En la Iglesia se encuentran todos los medios de
santificación, que Cristo nos ha dejado para transformarnos en él
y para la transformar la humanidad entera en "Pueblo santo" (1Pe
2,9).
La santidad es tarea personal y comunitaria. Cada uno somos
responsables mutuamente del crecimiento de todos los demás
miembros del mismo Cuerpo Místico de Cristo. "Estamos consolidados
como en un solo cuerpo por la comunión con el cuerpo de nuestro
Señor. De este modo nos uniremos en la comunión con los santos
misterios y, por ello, estaremos unidos con nuestra Cabeza, Cristo
nuestro Señor, de quien somos el cuerpo y por quien alcanzamos la
comunión con la naturaleza divina" (Teodoro de Mopsuestia).
Dios ha mirado con amor nuestra realidad humana personal y
comunitaria. Su mirada se ha reflejado en nosotros. Es la mirada
amorosa entre el Padre y el Hijo, expresada en el Espíritu Santo.
Esta mirada tiene lugar también en lo más profundo de nuestro ser,
donde, si no podemos obstáculos, mora Dios Amor. Ya podemos
construir nuestro caminar de comunión de hermanos en Cristo, como
reflejo de la comunión de Dios Amor. "Con sola su figura, vestidos
los dejó de su hermosura" (San Juan de la Cruz).

2. Convocados por Cristo para compartir


Ser Iglesia no es constituirse en grupo cerrado (a modo de
secta) ni en estamento de adorno. Todos los convocados por la
presencia activa y por la palabra de Cristo resucitado formamos
una familia en la que se comparte la misma historia. El bien de
cada uno es el bien de todos. El chirriar de un sarmiento que se
desgaja de la vid nos interesa vivencialmente a todos los demás.
Cada uno, siendo lo que debe ser, da y recibe de todos los demás.
Es "la caridad hacia todos los santos" (Col 1,4). "Crece la
caridad con ser comunicada" (Santa Teresa de Avila).
Todos los títulos atribuidos a la Iglesia indican una
comunión de hermanos en Cristo, que comparte con él su misma vida
(cfr. Mt 12,47-50; Jn 20,17). Somos una comunidad convocada por
Cristo para ser su "cuerpo": "Por él, todo el cuerpo crece por
crecimiento divino" (Col 2,19). Somos su "esposa", como comunidad
que corre su misma suerte (Ef 5,25; Apoc 19,7; 21,2; 22,17). Somos
su "pueblo de adquisición" comprado con su sangre, como propiedad
amada esponsalmente (1Pe 2,9-10; Act 20,28). Esas imágenes se
complementan con la de la "vid" (Jn 15,1-5), la "casa" o familia
de Dios (1Tim 3,15), el "templo" de piedras vivas (1Cor 3,11; 1Pe
2,5), el "redil" del Buen Pastor (Jn 10,1-10), el "campo"
cultivado por Dios (1Cor 3,9), la "viña" amada (Mt 21,33; Is 5,1-
4), la "ciudad" construida por el amor (Apoc 21,2)...
La comunidad eclesial es siempre el "complemento" o
prolongación de Cristo, dependiendo vitalmente de él como el
cuerpo necesita de su cabeza (Ef 1,22-23). Por esto "completamos"
o prolongamos a Cristo a través de nuestra vida (Col 1,24).
Hemos sido llamados a "compartir la herencia de los santos en
la luz" (Col 1,12), en cuanto elegidos por Dios para formar parte
del "reino del Hijo de su amor" (Col 1,13). Jesús es "la cabeza
del cuerpo de la Iglesia" (Col 1,18), que hace posible la vida de
comunión fraterna entre todos los miembros, compartiendo su misma
vida.
Jesús, viviendo en su Iglesia, por la que ha derramado su
sangre, ya puede reconciliar a los hombres con Dios, entre sí y
con la creación entera. "Plugo al Padre... por medio de él
reconciliar consigo todas las cosas, tanto las del cielo como las
de la tierra, creando paz por medio de su sangre derramada en la
cruz" (Col 1,20).
Esta actitud de compartir es la expresión de la unidad
vivencial y responsable de una familia y de un ser vivo, como
unidad en el Espíritu de amor (Ef 4,4). "La unidad del Espíritu,
por la que la Iglesia es conducida, hace que todo lo que en ella
se deposite sea comunión" (Catecismo Romano).
La Iglesia se construye como comunión de hermanos a partir de
la eucaristía, que es "signo de unidad y vínculo de caridad" (SC
47, citando a San Agustín). El pan, que ha pasado a ser cuerpo de
Cristo, es fruto de un conjunto de granitos de trigo, que se han
triturado hasta convertirse en harina. "Como este fragmento estaba
disperso sobre los montes y reunido se hizo uno, así sea reunida
tu Iglesia de los confines de la tierra en tu reino"( Didajé).
Se vive la comunión en la medida en que se viva en sintonía
con la oblación sacrificial de Cristo. Sin renuncia a los propios
intereses, no es posible construir la comunión. Cuando uno busca
servirse de la Iglesia, en lugar de servir a la Iglesia, se
produce un fenómeno de dispersión que divide corazones y
comunidades: "Todos buscan sus propios intereses, no los de
Jesucristo" (Fil 2,21). En la celebración eucarística, la
comunidad aprende a compartir porque sintoniza con la oblación de
Cristo: "participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre
de toda la vida cristiana, ofrecen a Dios la víctima divina y se
ofrecen a sí mismos juntamente con ella" (LG 11).
La familia eclesial está constituida por todos los creyentes
de la tierra y del más allá. Hasta que no llegue el final de los
tiempos, todos tienen una misión que cumplir en la historia. Entre
todos continuamos una historia común. Los cristianos formamos una
sola familia: la iglesia militante, purgante y triunfante. Todos
los miembros de esta familia se comunican entre sí los bienes
recibidos (LG 49-51).
La vitalidad de cada creyente y de cada comunidad eclesial se
convierte en capacidad de intercomunión. Se es cristiano y miembro
de la Iglesia del Señor, en la medida en que se viva la comunión.
Dejar de vivir la comunión fraterna equivaldría a un proceso de
descomposición o de atrofia, que arruinaría las vocaciones, los
carismas y las mismas instituciones. "Ni la Iglesia ni sus
miembros pueden subsistir, si no se ordenan y comunican entre sí"
(Santo Tomás de Aquino).
La comunión es, pues, como la recapitulación de todo el
misterio de la Iglesia. La misión eclesial recibe su fuerza de la
comunión: "Que sean uno, para que el mundo crea que tú me has
enviado" (Jn 17,23).
La historia de la comunión eclesial se fragua en la
recitación del "Padre nuestro" y del "Magníficat". La oración de
Jesús es una pauta para la unidad del corazón y de la comunidad:
la mirada al Padre, por Cristo y en el Espíritu, se convierte en
mirada amorosa a todos los hermanos. Cristo nos sigue convocando
para compartir.
Muchas comunidades eclesiales y muchos fieles cristianos
acostumbran a terminar la jornada con el rezo o canto del
"Magníficat" o de otro himno mariano. A través de los siglos, el
cántico de María ha sido una continuación de sus sentimientos como
figura de la Iglesia. En sintonía con el Corazón de María, la
Iglesia reencuentra su "memoria", es decir, se siente realizada
meditando la palabra de Dios, asociándose a Cristo y compartiendo
las necesidades de los hermanos. Entonces, bajo la acción del
Espíritu, la comunidad se hace fecunda de Cristo, para anunciarlo
y comunicarlo a todos los pueblos. La comunidad eclesial que vive
la comunión se hace signo eficaz de evangelización.

3. Corresponsabilidad en la comunión
El hecho de compartir con los hermanos hace tomar conciencia
de la propia disponibilidad en la misión eclesial. No somos una
comunidad masificada de autómatas, sino personas libres que
caminan en "la verdad por la caridad" (Ef 4,15). La comunión
eclesial supone personas fieles y generosas respecto a la propia
vocación y al propio carisma, así como respetuosas de la vocación
y del carisma de los demás.
No resulta fácil ni cómodo amar a la Iglesia como Cristo la
ha amado (cfr. Ef 5,25-27). El verdadero amor a la Iglesia se
expresa en una donación generosa a los hermanos, respetando los
signos de la presencia activa de Cristo resucitado. Este amor e la
nota de garantía de la misión: "Quien tiene espíritu misionero
siente el ardor de Cristo por las almas y ama a la Iglesia como
Cristo... Sólo un amor profundo por la Iglesia puede sostener el
celo del misionero, su preocupación cotidiana... Para todo
misionero y toda comunidad, la fidelidad a Cristo no puede
separarse de la fidelidad a la Iglesia" (RMi 89).
La vida de comunión eclesial se construye armonizando los
signos visibles establecidos por Cristo con las gracias o carismas
que el mismo Cristo, por medio del Espíritu Santo, comunica a su
Iglesia. No hay contraposición entre "órganos jerárquicos y Cuerpo
Místico de Cristo", ni entre "la asamblea visible y la comunidad
espiritual", sino que todo ello "forma una realidad compleja que
está integrada por un elemento humano y otro divino" (LG 8).
Cada uno en la Iglesia está al servicio de la misión en la
comunión. Anunciar a Cristo, hacerle presente y comunicarle a los
demás, es tarea de todo fiel como profeta, sacerdote y rey. La
responsabilidad de la misión se lleva a efecto en la armonía de la
comunión. Es armonía entre diversos servicios y entre diversos
servidores de una misma Iglesia. No se trata de dignidad cristiana
mayor o menor, puesto que todos somos "conciudadanos de los santos
y miembros de la familia de Dios" (Ef 2,19), y cada uno ejerce
servicios diferentes de acuerdo con la vocación y los carismas
recibidos.
La comunión se fundamenta en Cristo, como piedra angular, y
sobre los Apóstoles y sus sucesores, como representantes de Cristo
Cabeza y Buen Pastor (Ef 2,20). Apoyados en este terreno firme,
los santos de cada época han sido las personas más audaces y los
únicos que han renovado la Iglesia. Los "dones carismáticos"
quedan siempre garantizados y estimulados por "la gracia de los
Apóstoles" y sus sucesores (LG 7).
En el Pueblo de Dios, cada uno tiene una misión específica
que cumplir, en vistas a construir la comunión universal: los que
presiden la comunidad ("jerarquía") sirven como "principio y
fundamento de unidad" (LG 23); los que viven insertados "en los
asuntos temporales" ("laicos") sirven como "fermento" evangélico
(LG 31); los que profesan públicamente los consejos evangélicos
("religiosos") sirven de signo y estímulo de las bienaventuranzas
(LG 44). Todos están llamados a ser santos sin rebajas y apóstoles
sin fronteras, sin privilegios ni ventajas temporales, a imitación
de Cristo que "no vino para ser servido, sino para servir y para
dar su vida en rescate por todos" (Mc 10,45).
La libertad del Espíritu (cfr. 2Cor 3,17) ayuda a armonizar
la verdad con la caridad, la responsabilidad con la comunión.
Cuando uno es esclavo de su propio interés, origina una ruptura y
división en su corazón y en la comunidad, a veces incluso en
nombre de la propia misión y carisma.
La libertad es la actitud de donación plena, sin
condicionamientos internos o externos. Sólo con esta actitud de
libertad "espiritual" (según el Espíritu Santo), se descubre que
en toda circunstancia se puede hacer siempre lo mejor.
Por el hecho de pertenecer a "un mismo cuerpo" vivificado por
"un solo Espíritu" (1Cor 12,1-13), cada vocación, carisma y
ministerio se realiza reconociendo y estimulando a las demás
vocaciones, carismas y ministerios. Todo es don del mismo
Espíritu. Hay una relación íntima entre las gracias recibidas por
todos los hermanos, de suerte que la fidelidad generosa a un don
del Espíritu (vocación, carisma, ministerio) repercute en los
demás y depende de los demás.
La fidelidad a los propios dones de Dios incluye el
conocimiento y la colaboración efectiva con los dones recibidos
por los demás creyentes. El amor a la propia institución y a la
propia comunidad es auténtico cuando se realiza como eco armonioso
de otras instituciones y comunidades eclesiales. Cada persona y
cada comunidad e institución son una historia de gracia que
pertenece a la historia común de toda la Iglesia.
Cada uno es responsable de la vid de todos los demás,
especialmente de los llamados a vivir el mismo carisma y a ejercer
el mismo servicio eclesial. Toda comunidad es una fraternidad en
la que cada uno es responsable de la vida espiritual, pastoral,
cultura y personal de los otros. La comunión se construye entre
todos, como reflejo de la donación entre el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo. No se aporta nada positivo a la comunión cuando un
sólo acude pasivamente para recibir rutinariamente.
La comunión eclesial es "sacramental", es decir, signo eficaz
de la presencia de Cristo resucitado: "Donde están dos o más
reunidos en mi nombre, allí estoy en medio de ellos" (Mt 18,20).
La responsabilidad de cada uno consiste en construir este signo
sacramental, signo transparente y portador de Cristo, signo de
unidad: "En esto conocerán que sois mis discípulos, si os amáis
unos a otros" (Jn 13,35). La unidad es fruto de la aportación
libre, generosa y responsable de cada uno, según las gracias
recibidas, en vistas al servicio y "utilidad" de todos (cfr. 1Cor
12,7).
Para poder colaborar responsablemente en la construcción de
la comunión fraterna, hay que conocer y amar sin complejos el
propio carisma (laicado, vida consagrada, sacerdocio ministerial,
etc.). La alegría de pertenecer a Cristo según la propia llamada,
garantiza la actitud relacional de amistad con él, la actitud de
seguimiento evangélico y la actitud de disponibilidad misionera.
La persona fiel al propio carisma es la que sabe colaborar más
responsablemente en la construcción de la comunión en la Iglesia
particular y universal. Las rupturas en la comunión eclesial se
han incubado previamente en el propio corazón y en la propia
comunidad. Las personas que viven con fidelidad y generosidad el
evangelio nunca son un hueso fuera de sitio.

MEDITACION BIBLICA
- A partir del amor de Cristo a su Iglesia:
"Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, para
santificarla, purificándola, mediante el lavado del agua con
la palabra, a fin de presentársela a sí gloriosa, sin mancha,
arruga o cosa semejante, sino santa e intachable" (Ef 5,25-
27).
"Mi Iglesia" (Mt 16,18), "mi madre y mis hermanos" (Mt
12,48).
"Como el Padre me amó, sí os he amado yo" (Jn 15,9)
"Por él, todo el cuerpo crece por crecimiento divino" (Col
2,19).
"Nos arrancó del poder de las tinieblas y nos ha trasladado
al reino del Hijo de su amor... El es la cabeza de su cuerpo
que es la Iglesia" (Col 1,13-18).

- Signo de comunión:
"Signo levantado en medio de las naciones para reunir a los
dispersos de Israel... de los cuatro extremos del orbe" (Is
11,12).
"Somos conciudadanos de los santos y miembros de la familia
de Dios" (Ef 2,19)
"El que permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en
él", porque "Dios es Amor" (1Jn 4,16).
"Damos gracias a Dios... al tener noticia de vuestra fe en
Cristo Jesús y de vuestro amor para con todos los creyentes"
(Col 1,4).

- Títulos eclesiales de comunión:


"Nosotros, aunque somos muchos, estamos injertados en Cristo
en orden a formar un solo cuerpo y somos miembros los unos de
los otros... Vuestra caridad sea sincera" (Rom 12,5)
Somos "pueblo de adquisición" comprado con su sangre, como
propiedad amada esponsalmente (1Pe 2,9-10; Act 20,28), "vid"
(Jn 15,1-5), "casa" o familia de Dios (1Tim 3,15), "templo"
de piedras vivas (1Cor 3,11; 1Pe 2,5), "redil" del Buen
Pastor (Jn 10,1-10), "campo" cultivado por Dios (1Cor 3,9),
"viña" amada (Mt 21,33; Is 5,1-4), "ciudad" construida por el
amor (Apoc 21,2)...

- Comunión efectiva:
"Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida
porque amamos a los hermanos" (1Jn 3,14).
"Dad gracias al Padre que os ha hecho dignos de compartir la
herencia de los santos en la luz" (Col 1,12).
"Plugo al Padre... por medio de él reconciliar consigo todas
las cosas, tanto las del cielo como las de la tierra, creando
paz por medio de su sangre derramada en la cruz" (Col 1,20).
"Que sean uno, para que el mundo crea que tú me has enviado"
(Jn 17,23).
"Donde están dos o más reunidos en mi nombre, allí estoy en
medio de ellos" (Mt 18,20).
"En esto conocerán que sois mis discípulos, si os amáis unos
a otros" (Jn 13,35)
III. COMPARTIR PARA SER IGLESIA COMUNION

1. El ser como donación


2. Solidaridad afectiva y efectiva
3. Vasos comunicantes
Meditación bíblica
Ser Iglesia no significa estar inscrito en una lista de
nombres, sino participar en su realidad de signo de Cristo
("misterio", "sacramento"), fraternidad ("comunión") y misión. Se
es Iglesia en la medida en que uno se compromete a construir la
unidad entre los hermanos, como reflejo de la unidad ("comunión")
de Dios Amor, Padre, Hijo y Espíritu Santo (LG 4).
"Dios ama al que da con alegría" (2Cor 9,7). El hecho de
compartir produce el gozo de sentirse realizado, según la
expresión de Jesús referida por San Pablo: "Hay más felicidad en
dar que en recibir" (Act 20,35). De esta actitud de caridad nace
la disponibilidad de compartir dando "desde nuestro pobreza"
(Puebla 368). Cuando se trata de los hermanos, no se da sólo lo
que sobra, sino que se comparte todo con ellos.
Tomar conciencia de que uno es Iglesia, es como redescubrir
las propias raíces familiares, donde la vida se contagia como por
vasos comunicantes. Entonces renace la alegría evangélica de ver
en los hermanos una historia de Dios Amor, que construimos entre
todos. Las envidias y los resentimientos caen por su propio peso,
como cosas caducas, para dejar paso a la comunión y al servicio
misionero.

1. El ser como donación


El ser humano es reflejo de Dios Amor como "imagen suya" (Gen
1,26-27). Por Cristo, esta imagen se hace más clara y profunda,
como reflejo de la vida trinitaria. "Esta semejanza demuestra que
el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí
mismo, no puede encontrar su propia plenitud, si no es en la
entrega sincera de sí mismo a los demás" (GS 24).
La persona humana se realiza en la medida en que se hace
donación. Las comunidades eclesiales custodian fielmente sus
carismas en la medida en que los comparten, "dando y recibiendo de
las otras Iglesia dones espirituales, experiencias pastorales...,
personal apostólico y medios materiales" (RMi 85). Se es persona y
se es comunidad en la medida en que se vive la comunión.
Encerrarse en sí mismo o en la propia obra, equivaldría a
desvirtuar la realidad de la Iglesia y el propio carisma
fundacional.
Es difícil comprender la donación como expresión de la
persona humana, en una sociedad en la que se valora más el tener
que el poseer, y en la que el nacimiento, el desenvolvimiento de
la vida y la misma muerte ya no se orientan hacia el amor. Muchas
veces se prefiere olvidar, alienarse, disfrutar de lo inmediato.
Todo ello produce el vacío de no encontrar ya el sentido de la
existencia. Decía un joven drogadicto: "Dadme una razón de vivir y
yo dejaré la droga".
En nuestra sociedad se encuentran, no obstante, signo de un
despertar: "Dios está preparando una gran primavera cristiana, de
la que se vislumbra su comienzo... Existe un progresivo
acercamiento de los pueblos a los ideales y a los valores
evangélicos, que la Iglesia se esfuerza por favorecer" (RMi 86).
Se necesita presentar, por medio de personas y comunidades, el
signo claro de las bienaventuranzas, como actitud de donación en
cualquier circunstancia de la vida. Una Iglesia misionera es una
Iglesia que transparenta el sermón de la montaña. "Fiel al
espíritu de las bienaventuranzas, la Iglesia está llamada a
compartir con los pobres y los oprimidos de todo tipo" (RMi 60).
"Santo" es sólo Dios, en el sentido de que de él procede la
existencia y el amor. La "comunión de los santos" indica una
comunidad de hermanos que reflejan esta "santidad" de Dios que es
Amor (cfr. 1Jn 4,7-8). Por esto la perfección humana y cristiana,
respecto a personas y comunidades, se resume en la pauta
evangélica del final del sermón de la montaña: "Sed perfectos como
vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5,48). Es la "sintonía"
con el amor misericordioso de Dios, que "hace salir su sol sobre
buenos y malos" (Mt 5,45). Así se vive la solidaridad con los
hermanos que peregrinan en medio de limitaciones: "Sed
misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso"
(Lc 6,36). Cada hermanos, con sus cualidades y defectos, es
siempre "el hermano por quien Cristo ha muerto" (1Cor 8,11).
Todo cristiano está llamado a la máxima santidad. "En la
Iglesia, todos, lo mismo los que pertenecen a la Jerarquía que los
apacentados por ella, están llamados a la santidad" (LG 39).
"Todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados
a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la
caridad, y esta santidad sus cita un nivel de vida más humano,
incluso en la sociedad terrena" (LG 40). "La santidad" consiste,
pues, en la "perfección de la caridad" (LG 41).
Todo estado de vida cristiana es estado de perfección en la
caridad, con gracias diferentes como signo y estímulo de la
caridad según la propia vocación: ser signo de la caridad como
fermento evangélico en medio del mundo (vocación laical), ser
signo de la caridad como expresión radical de las bienaventuranzas
(vocación religiosa o de consagración), ser signo de la caridad
del Buen Pastor que guía y da la vida (vocación sacerdotal). En la
Iglesia es más el que ama más; pero cada uno será más perfecto si
es fiel a la propia vocación y si, por ello mismo, contribuye a la
comunión y "edificación de los demás" (LG 39). En otras épocas
históricas se ha llamado "estado de perfección" (jurídica o
reconocida por los cánones) a la vida clerical (hasta el siglo
XIII) y a la vida religiosa o consagrada. En estos últimos casos
se trata de unos medios y compromisos especiales de perfección,
que constituyen una estabilidad o estado.
Ser Iglesia como vivencia de la donación fraterna, supone la
comunión afectiva y efectiva con el sucesor de Pedro que "preside
la caridad universal" (San Ignacio de Antioquía). En Pedro y en
sus sucesores, Cristo "instituyó el principio y fundamento,
perpetuo y visible, de la unidad de fe y de comunión" (LG 18). En
toda comunidad eclesial que vive auténticamente la comunión se
puede observar la actitud de la primera comunidad cristiana:
"Pedro era custodiado en la cárcel, pero la Iglesia oraba
instantemente a Dios por él" (Act 12,5).
Las vocaciones, carismas y ministerios, sin excepción,
custodian su autenticidad y vitalidad cuando, sin perder nada de
su gracia específica, se insertan en las Iglesia particulares
presididas por los sucesores de los Apóstoles. No habría comunión
eclesial sin esta inserción en la Iglesia local. En cada comunidad
eclesial, presidida por un obispo, hay una herencia apostólica y
una historia de gracia, que debe custodiarse y fomentarse por
parte de todos los miembros de la Iglesia y por parte de todas las
instituciones. La llamada "incardinación" de los sacerdotes
"diocesanos" (o "seculares") es un aspecto especial (no el único)
de esta pertenencia. Ningún creyente y ningún grupo puede suplir
ni suplantar el carisma episcopal del sucesor de los Apóstoles,
aunque todos colaboran en comunión con él.
Todo carisma personal o colectivo se desarrolla en relación
con el carisma episcopal (ayudado por el Presbiterio) y con la
historia de gracia existente en la comunidad eclesial local. No
existiría el ser eclesial de cada uno (y de cada grupo) sin la
relación de comunión con estos hechos de gracia (obispo,
Presbiterio, Iglesia particular), que son una institución divino-
apostólica (de Cristo a través de los Apóstoles) (cfr PDV 74).
"Los obispos son el principio y fundamento visible de unidad en
sus Iglesia particulares" (LG 23). Todos los santos fundadores de
la historia, cuando dieron inicio a una obra de Iglesia, dejaron a
sus instituciones el ejemplo y las líneas de esta inserción en la
comunión eclesial, porque "ni la Iglesia ni sus miembros pueden
subsistir, si no se ordenan y comunican entre sí" (Santo Tomás).
Intentar organizar las comunidades al margen de esta comunión,
sería iniciar una secta o un cisma caduco y estéril.
En un momento de cambio cultural de la sociedad, la Iglesia
necesita afianzar su razón de ser como signo y estímulo de la
comunión en Dios Amor. La cultura radica en la relación del ser
humano con los semejantes, con el cosmos y con Dios. La Iglesia ha
sido fundada por Jesús para ser signo eficaz ("sacramento") de
esta "unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género
humano" (LG 1). Se es Iglesia comunión y misión, en la medida en
que se es donación como reflejo de la donación de Dios en la
creación y en la obra redentora. La Iglesia se realiza en la
"comunión de los santos". Sin esta comunión no existiría la
participación en la misión de Jesús.

2. Solidaridad afectiva y efectiva


La donación es la expresión del amor y del ser de cada
persona y comunidad. No se trata tanto de dar cosas, cuanto de
darse a sí mismo para escuchar y compartir. La donación que nace
del amor es un proceso de vaciarse del falso "yo" para llenarse
del mismo amor de Dios que es donación plena y personal.
La comunión se construye con este amor de sintonía afectiva y
efectiva. "Todos los miembros se preocupan por igual unos de
otros. De esta suerte, si padece un miembro, todos los miembros
padecen con él, y si un miembro es honrado, todos los otros
comparten su gozo. Pues vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus
miembros" (1Cor 12,25-27).
Muchas faltas efectivas de comunión nacen de frialdad
afectiva. Entonces surgen los malentendidos y los prejuicios. El
trato personal, la comprensión de los problemas de los otros y el
respeto por el carisma de los demás, son la fuente de la
colaboración y solidaridad efectiva. Entonces la comunidad se
construye a partir de "los mismos sentimientos de Cristo" (Fil
2,5). Así quería Pablo que fuera la comunidad cristiana: "Haced
cumplido mi gozo, siendo todos del mismo sentir, con un mismo
amor, un mismo espíritu, unos mismos sentimientos. Nada hagáis por
rivalidad, ni por vanagloria, sino con humildad, considerando cada
cual a los demás como superiores a sí mismo, buscando cada cual no
su propio interés sino el de los demás" (Fil 2,2-4).
El valor de una persona y de una comunidad estriba en su
vivencia de comunión. Se es apóstol principalmente "por lo que se
es, en cuanto Iglesia que vive profundamente en el amor, antes de
serlo por lo que se dice o se hace" (RMi 23).
Los santos que vivieron entre nosotros o antes de nosotros,
continúan en el más allá su vida de comunión, especialmente por su
plegaria de intercesión, su testimonio, su doctrina y su caridad
oblativa. "Por estar más íntimamente unidos a Cristo, consolidan
más eficazmente a toda la Iglesia en la santidad" (LG 49). Por
esto "nos acercamos" a ellos, que son una transparencia de la
mediación de Cristo. Su oración es donación sacrificial en bien de
toda la comunidad humana. La carta a los Hebreos explica esta
actitud cristiana de comunión con los hermanos que nos pasaron
delante: "Vosotros os habéis acercado al monte Sión, a la ciudad
de Dios vivo, la Jerusalén celestial, y a miríadas de ángeles,
reunión solemne y asamblea de los primogénitos inscritos en los
cielos, y a Dios, juez universal, y a los espíritus de los justos
llegados ya a su consumación, y a Jesús, mediador de una nueva
Alianza" (Heb 12,22-24).
La intercesión de los santos es un aspecto de la comunión
eclesial. Esta comunión no la puede romper ni el tiempo ni el
espacio. "El consorcio con los santos nos une a Cristo, de quien,
como de fuente y Cabeza, dimana toda la gracia y la vida del mismo
Pueblo de Dios" (LG 50).
Las expresiones de esta comunión con los santos se encuentran
en las oraciones de intercesión y en los signos normales de la
convivencia humana: ruegos, reliquias, imágenes, aniversarios,
etc. No existe ninguna razón para negar a los hermanos del más
allá, esos detalles que nosotros tuvimos con ellos y que todavía
tenemos con los que caminan con nosotros. Respecto a los difuntos,
nosotros podemos ofrecer oraciones, satisfacciones y méritos (LG
50).
Cuando la Iglesia vive la realidad que vivieron los santos
que nos precedieron, toma "perfecta conciencia de la comunión que
reina en todo el Cuerpo Místico de Jesucristo" (LG 50). La unión
con los santos hace más efectiva la comunión entre los miembros de
la Iglesia peregrina. La intercesión y la caridad oblativa de los
santos es una continuación, en el más allá, de su vida terrena
(Apoc 5,8; 8,3; Jer 15,1; Tob 12,12; 2Mac 15,11-16). La oración y
el afecto de los santos nos siguen acompañando.
La liturgia es un momento privilegiado para vivir la comunión
eclesial. El hecho de recibir el "pan de vida", que es Cristo como
palabra y como eucaristía, urge a comprometerse en la construcción
del "único cuerpo" a partir del "único pan" (1Cor 10,17). En la
celebración litúrgica la Iglesia peregrina se une a la Iglesia del
más allá, "tomando parte en aquella liturgia celestial que se
celebra en la santa ciudad de Jerusalén... donde Cristo está
sentado a la diestra de Dios" (SC 8). Participando en esta
liturgia universal y cósmica, que transciende el tiempo, se
comienza a poner en práctica el amor fraterno que es participación
del mismo amor de Dios.
La caridad tiene unas manifestaciones características porque
ama a las personas e instituciones tal como son o deben ser según
los planes salvíficos de Dios. No se buscan los propios intereses,
sino el bien de los demás (cfr. 1Cor 13,5). No se aprecia a las
personas principalmente por sus cargos, sus cualidades o su
utilidad, sino por ellas mismas. Este amor de gratuidad ve en cada
persona y comunidad eclesial una historia irrepetible de caridad,
que empezó en el corazón de Dios. Por esto, "la caridad todo lo
espera" (1Cor 13,7), sabiendo que cada persona es recuperable y
que en cada acontecimiento se puede hacer siempre lo mejor.
La falta de solidaridad afectiva y efectiva en las
comunidades, frecuentemente tiene su origen en heridas que no se
han acabado de curar. Falta descubrir el sentido de gratuidad del
amor de Dios en la propia vida, que "nos ha amado primero" (1Jn
4,10). Cuando uno ha experimentado este amor de Dios en su propia
pobreza y limitación, está dispuesto a compartir la vida con los
hermanos, amándolos sin exigir méritos ni esperar ventajas
personales o comunitarias (2Cor 12,15). La eficacia de la comunión
misionera de una comunidad no se basa principalmente en hechos
sociológicos, sino en realidades de gracia.
Puesto que Dios nos ha bendecido gratuitamente en Cristo "con
toda bendición espiritual" (Ef 1,3), somos "herederos de la
bendición" y, por tanto, nuestra vocación es la de bendecir o
hacer el bien (1Pe 3,9). Esta es la actitud de las
bienaventuranzas, que es actitud de donación para con todos, como
actitud filial respecto q Dios, quien "hace salir su sol sobre
buenos y malos" (Mt 5,44-45).
La solidaridad cristiana consiste en esta actitud de
compartir la propia vida, los propios bienes y especialmente la
propia fe, bendiciendo, orando, amando, admirando, escuchando,
conviviendo, sirviendo, "venciendo el mal con el bien" (Rom
12,21). La comunidad es "un solo corazón y una sola alma" (Act
4,32) cuando está constituida por personas unificadas en la
actitud de donación desinteresada.
La "caridad sincera" se expresa en la fraternidad efectiva,
que busca siempre y principalmente el bien de los demás. La
alegría serena en la convivencia nace de la actitud de esperanza,
que vive de la presencia actual y de la venida definitiva de
Cristo (Rom 12,9-12). Estar "reunidos en su nombre" (Mt 18,20)
supone un proceso de fidelidad a la acción del Espíritu de amor,
que es "el alma" de la comunión eclesial (LG 7). Esta fidelidad
"se expresa, ante todo, viviendo con plena docilidad al Espíritu;
ella compromete a dejarse plasmar interiormente por él, para
hacerse cada vez más semejante a Cristo" (RM 87).
"Compartir las necesidades de los santos" o creyentes (Rom
12,13) comporta una serie de compromisos concretos en la
convivencia, dentro de la propia comunidad y con otras comunidades
eclesiales: "practicad la hospitalidad; bendecid a los que os
persiguen, no maldigáis. Alegraos con los que se alegran; llorad
con los que lloran. Tened un mismo sentir los unos para con los
otros; sin complaceros en la altivez; atraídos más bien por lo
humilde; no os complazcáis en vuestra propia sabiduría. Sin
devolver a nadie mal por mal; procurando el bien ante todos los
hombres; en lo posible, y en cuanto de vosotros dependa, en paz
con todos los hombres" (Rom 12,13-18).
La armonía de comunión entre todos los redimidos por Cristo
ya no tiene fronteras, ni en el espacio ni en el tiempo. Todos
somos una pieza clave e imprescindible para construir la historia
según el "orden del amor" (Santo Tomás). Para que "Dios sea todo
en todos" (1Cor 15,28), hay que recorrer el camino de compartir
hasta "hacerse todo para todos" (1Cor 9,22).
La actitud de "sí" es la nota característica del cristianismo
(Mt 5,37), como prolongación del "sí, Padre" de Jesús (Mt 11,26).
La capacidad de decir "sí" a Dios se manifiesta en la capacidad de
sintonía de comunión con los hermanos: "Venid a mí todos los que
estáis fatigados y cargados, que yo os aliviaré" (Mt 11,28). Sólo
"conoce" de verdad a Dios (conocer amando) quien vive en sintonía
con estos amores de Cristo: "Nadie conoce al Padre, sino el Hijo y
aquél a quien el Hijo quisiera revelárselo" (Mt 11,27). "Por
Cristo ya podemos decir sí a Dios" (2Cor 1,20).
La ofrenda eucarística de la comunidad eclesial es el momento
más expresivo de la comunión fraterna. No existiría esta ofrenda
por parte de la comunidad, si no hubiera la actitud de
"reconciliación" (Mt 5,24). Esta ofrenda se amasa de "benevolencia
y de mutua asistencia" entre los hermanos (Heb 13,16), así como de
"obediencia" respecto a los que dirigen la comunidad (Heb 13,17).
Entonces nuestra vida de comunión se convierte en la misma ofrenda
de Cristo: "Por él, ofrezcamos de continuo a Dios un sacrificio de
alabanza" (Heb 13,15). La comunidad está entonces preparada para
la misión.

3. Vasos comunicantes
La comunión de los santos es una realidad de
intercomunicación a modo de vasos comunicantes. Jesús usó la
imagen de la vid y de los sarmientos. Pablo hablaba de los
miembros de un mismo cuerpo, en el que todos viven
intercomunicándose (1Cor 12,12-27).Estas imágenes son un resquicio
por el que se vislumbra el misterio del Cristo total.
La intercomunicación de bienes no es automática, sino que
depende de la voluntad salvífica de Dios y de la acción de Cristo
Cabeza. Todo viene del Señor y refluye en él. "Así como la
comunión cristiana entre los viadores nos acerca más a Cristo, así
el consorcio con los santos nos une a Cristo, de quien, como de
fuente y de cabeza, dimana toda la gracia" (LG 50).
Esta intercomunión hace resaltar el valor de las cosas más
pequeñas cuando se hacen con amor. Es como "una mina, un filón que
explota la misericordia y la infinita caridad de Dios" y que pone
en evidencia el misterio de la Iglesia: "¡Qué madre es la Iglesia
y qué grande la bondad de Dios, que no deja caer ni desperdiciar
una sola migaja de las buenas obras, de lo más pequeño, que se
sobrenaturalice!" (Concepción Cabrera de Armida).
Como el impacto de una piedra en un estanque de agua produce
ondas que se expanden por toda la superficie, de modo semejante el
actuar de cada creyente repercute en toda la comunidad. "En el
Cuerpo Místico todo lo bueno y justo de cada uno de los miembros
redunda, por la comunión de los santos, en el bien de todos" (Pío
XII, Mystici Corporis Christi).
Por el hecho de vivir en Cristo, compartimos con los demás
hermanos todo lo que somos y tenemos. "La obra de aquel que forma
una sola cosa conmigo en la caridad, en cierto modo es también
mía" (Santo Tomás). Pero no son sólo los bienes los que se
comparten, sino también el mismo ser como participación del ser de
Cristo. La comunión de las cosas santas es expresión de la
comunión de personas santas.
La oración cristiana es siempre un eco de los sentimientos y
amores de Cristo. Esta realidad puede ser más o menos consciente,
pero no deja de ser verdad objetiva. Nuestra oración, seamos o no
conscientes, es siempre en bien de todos y de cada uno. Toda
persona humana, sin excepción, es acompañada por las oraciones y
la caridad de todos los miembros de la Iglesia, del purgatorio y
del cielo. La oración es el intercambio más eficaz entre la
Iglesia peregrina (militante), purgante y triunfante. Nuestras
oraciones, satisfacciones y méritos se convierten en bien de
todos.
Todas las personas redimidas y santificadas por la gracia de
Cristo comparten entre sí la vida sobrenatural. "Todo lo bueno y
santo que emprende un individuo repercute en bien de todos"
(Catecismo Romano). No son las obras por sí mismas las que tienen
esta virtud, sino que "es la caridad la que hace que les
aproveche" (ibídem). La calidad de la comunión de los santos no
estriba en la magnitud humana de las obras, sino en el grado de
caridad o donación.
Los carismas y dones del Espíritu Santo se reciben para
servir y compartir: "A cada uno se le otorga la manifestación del
Espíritu para común utilidad" (1Cor 12,7). La iniciativa de los
dones es de Dios (cfr. 1Cor 12,11; Ef 1,5). Son siempre "gracias",
dones gratuitos "para edificar el cuerpo de Cristo" (Ef 4,12), es
decir, la Iglesia en comunión.
El punto de partida de la comunión eclesial es siempre
Cristo. Es él quien nos comunica todo lo que es y tiene: su
filiación divina (participada), sus méritos y satisfacción, su
oración de intercesión, su glorificación... Por el hecho de estar
"bautizados" e "injertados" en él (Rom 6,3-5), participamos de su
misterio pascual y de sus frutos: "De su plenitud hemos recibido
todos, gracia sobre gracia" (Jn 1,16).
La comunión de los santos deriva de la comunión con Cristo.
En este sentido le "completamos" (cfr. Col 1,24) como instrumento,
expresión y prolongación suya. Por esto, la Iglesia, "cuerpo",
"pueblo" y "esposa" de Cristo, es "su complemento" (Ef 1,23). Por
la comunión de los santos, crecemos todos como "Cristo total".
La comunicación entre vasos comunicantes se puede interrumpir
por obstáculos, rupturas y vacíos. Toda comparación es inexacta,
pero el Señor usó analogías útiles para vislumbrar un misterio
inefable de gracia: el misterio de Dios Amor que se desborda en
toda la humanidad. Jesús habló de testimonio y de escándalo, de
anuncio y de silencio, de compartir con amor y de encerrarse en su
propio egoísmo...
Jesús predicaba el Reino, que es él mismo, viviente en los
corazones, en la comunidad y esperando en el más allá. Este Reino
de hermanos, que pueden ayudarse o estorbarse, "es ante todo una
persona que tiene que tiene el rostro y el nombre de Jesús de
Nazaret, imagen del Dios invisible" (RMi 18). No sería posible la
comunión de bienes si Cristo no estuviera en medio de los
hermanos.
La comunidad eclesial se va construyendo como comunión, que
influye en toda la familia humana, cuando vive en sintonía con
Cristo presente. El Señor continúa comunicando a la comunidad su
palabra, su donación sacrificial, su mandato del amor y su mandato
misionero. "En efecto, toda comunidad, para ser cristiana, debe
formarse y vivir en Cristo, en la escucha de la palabra de Dios,
en la oración centrada en la eucaristía, en la comunión expresada
en la unión de corazones y espíritus, así como en el compartir
según las necesidades de los miembros (Act 2,42-47). Cada
comunidad debe vivir unida a la Iglesia particular y universal"
(RMi 51).
Esta realidad de comunión es un "misterio verdaderamente
tremendo y que jamás se meditará bastante" (Pío XII, Mystici
Corporis Christi). La repercusión puede ser positiva, pero también
puede haber omisiones, con la consecuente pérdida vital en los
demás hermanos.
Los grandes momentos históricos de evangelización han sido
momentos de gracia y de comunión eclesial, vividos generosamente
por personas santas, que se han sentido vinculados y comprometidos
en el camino de salvación universal: "Acuérdate, Jesús mío, que
todas las almas están vinculadas a la mía propia por el deseo de
tu gloria, por mis ansias de salvarlas, por mi anhelo de que se
enamoren de Ti. Dámelas por herencia. Sí, Jesús, dame almas y
quítame lo que quieras" (M. María Inés Teresa Arias). El
sufrimiento y las dificultades, transformadas en amor de donación,
son comunión eficaz de "proporciones colosales", porque "sólo Dios
sabe a dónde llega un alma que así sabe sufrir" (idem).

MEDITACION BIBLICA
- La alegría de compartir:
"Dios ama al que da con alegría" (2Cor 9,7).
"Hay más felicidad en dar que en recibir" (Act 20,35).
"Practicad la hospitalidad; bendecid a los que os persiguen,
no maldigáis. Alegraos con los que se alegran; llorad con los
que lloran. Tened un mismo sentir los unos para con los
otros; sin complaceros en la altivez; atraídos más bien por
lo humilde; no os complazcáis en vuestra propia sabiduría.
Sin devolver a nadie mal por mal; procurando el bien ante
todos los hombres; en lo posible, y en cuanto de vosotros
dependa, en paz con todos los hombres" (Rom 12,13-18).

- Darse como Cristo:


"Tened los mismos sentimientos que Cristo Jesús" (Fil 2,5).
"El hermano, por quien Cristo ha muerto" (1Cor 8,11).
"No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal a
fuerza de bien" (Rom 12,21).
"Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, que yo
os aliviaré" (Mt 11,28).
"De su plenitud hemos recibido todos, gracia sobre gracia"
(Jn 1,16).
"Nosotros, los fuertes, debemos sobrellevar las flaquezas de
los débiles y no buscar nuestro propio agrado. Que cada uno
de nosotros trate de agradar a su prójimo para el bien,
buscando su edificación; pues tampoco Cristo buscó su propio
agrado" (Rom 15,1-3).

- Comunión entre vocaciones, ministerios y carismas:


"Pedro era custodiado en la cárcel, pero la Iglesia oraba
instantemente a Dios por él" (Act 12,5).
"A cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para
común utilidad" (1Cor 12,7).
"Cristo constituyó a unos apóstoles, a otros profetas, a
otros evangelistas, a otros pastores y doctores. Capacita así
a los creyentes para la tarea del ministerio y para edificar
el cuerpo de Cristo" (Ef 4,12).

- Compartir gozo y sufrimiento:


"Todos los miembros se preocupan por igual unos de otros. De
esta suerte, si padece un miembro, todos los miembros padecen
con él, y si un miembro es honrado, todos los otros comparten
su gozo. Pues vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus
miembros" (1Cor 12,25-27).
"Haced cumplido mi gozo, siendo todos del mismo sentir, con
un mismo amor, un mismo espíritu, unos mismos sentimientos.
Nada hagáis por rivalidad, ni por vanagloria, sino con
humildad, considerando cada cual a los demás como superiores
a sí mismo, buscando cada cual no su propio interés sino el
de los demás" (Fil 2,2-4).
"Compartir las necesidades de los santos" (Rom 12,13).
"Hacerse todo para todos" (1Cor 9,22).

- Comunión entre cielo y tierra:


"Vosotros os habéis acercado al monte Sión, a la ciudad de
Dios vivo, la Jerusalén celestial, y a miríadas de ángeles,
reunión solemne y asamblea de los primogénitos inscritos en
los cielos, y a Dios, juez universal, y a los espíritus de
los justos llegados ya a su consumación, y a Jesús, mediador
de una nueva Alianza" (Heb 12,22-24).
"Por Cristo ya podemos decir sí a Dios" (2Cor 1,20).
"Por él, ofrezcamos de continuo a Dios un sacrificio de
alabanza" (Heb 13,15).

- En la comunión de Dios Amor:


"Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt
5,48).
"Vuestro Padre hace salir su sol sobre buenos y malos" (Mt
5,45).
"Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es
misericordioso" (Lc 6,36).
"El nos ha amado primero" (1Jn 4,10).
"La caridad todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera,
todo lo aguanta. La caridad no pasa nunca" (1Cor 13,7-8).
"Dios sea todo en todos" (1Cor 15,28).
IV. "CREO EN LA COMUNION DE LOS SANTOS"

1. Creer es comprometerse
2. Adhesión personal a Cristo que vive en los hermanos
3. Compartir una misma historia
Meditación bíblica
Nuestra historia humana es un mismo caminar de hermanos,
convocados por Cristo para compartir toda la vida y llegar a ser
una Iglesia "comunión", a modo de vasos comunicantes, gracias a
Cristo Cabeza de todo su Cuerpo Místico.
Desde tiempos apostólicos, la Iglesia ha profesado siempre la
fe en la "comunión de los santos". El símbolo o "credo" llamado
"apostólico", lo expresa así con una fórmula que literariamente se
remonta al siglo IV: "Creo en la comunión de los santos".
En este tema lo importante es decidirse a vivir la fe
cristiana, es decir, comprometerse a ser consecuente con la
afirmación del "credo". Esta fe es adhesión persona a Cristo y se
traduce en compromisos concretos. La persona se realiza en la
medida en que se construye según el amor de donación a Dios y a
los hermanos.
Los que profesamos el mismo "credo" nos hemos comprometido a
compartir la misma historia: de trabajo para transformar la
creación (Gen 1,28); de convivencia humana para hacernos imagen de
Dios amor Gen 1,26-27); de relación personal y comunitaria con
Dios por el rezo comprometido del "Padre nuestro" (Mt 6,9-13), que
es expresión de las bienaventuranzas y del mandato del amor (Mt
5,48; Jn 13,34-35).

1. Creer es comprometerse
Nuestra fe en la "comunión de los santos" tiene dos aspectos:
1º) formamos una comunidad que posee en comunión los bienes
espirituales de todos; 2º) cada uno coopera al bien de los demás
según su caridad o vida en Cristo.
Esta fe compromete a crecer en la caridad (santidad y
apostolado) para bien de todo el Pueblo de Dios, que es Cuerpo
Místico y familia de hermanos. El crecimiento de cada uno, siendo
plenamente personal y responsable, pertenece también a los demás y
repercute en el crecimiento armónico de todos (Ef 2,20-22).
Somos el Pueblo "santo" o de los "santos" (Ex 19,6) porque
pertenecemos a Dios que es "el Santo" (Apoc 4,8; Lev 11,44). Dios
es el único del que procede todo ser, el que es fiel al amor y a
la historia humana, el que sostiene nuestra existencia, "el que
es" (Ex 3,14). El Pueblo de los santos está llamado a ser santo,
es decir, a ser fiel a los designios salvíficos de Dios sobre la
historia, sobre cada ser humano y sobre toda la familia humana.
Nuestro ser, reflejo del ser de Dios (sentido ontológico) tiene
que expresarse en un obrar que sea también reflejo del obrar de
Dios Amor (sentido moral).
Comenzamos a ser los "santos" de la "plenitud de los tiempos"
(Gal 2,4) o de los tiempos definitivos, que son los de la Iglesia
como nuevo Israel. Es la Iglesia de los "santificados en Cristo
Jesús, llamados a ser santos" (1Cor 1,2).
San Pablo habla continuamente de la "comunión" entre los
"santos o creyentes en Cristo. Es la comunión de las gracias
recibidas y la comunión de cooperación o de ayuda entre las
personas que formamos el mismo Cuerpo Místico de Cristo. Esta es
nuestra vocación: "Fiel es Dios que os ha llamado a vivir en
comunión con su Hijo Jesucristo, nuestro Señor" (1Cor 1,9; 2Cor
9,13; Fil 2,2-4).
Esta "comunión de bienes espirituales" entre todos los
creyentes y, de algún modo, entre todos hombres, "no se interrumpe
con los hermanos que se durmieron en la paz de Cristo" (LG 49). La
Iglesia sigue siendo una en la comunión entre los que todavía
peregrinamos y los que ha llegaron al más allá. Cuando realizamos
un acto de "comunión", establecido por la Iglesia, nuestro ser
(ayudado por los méridos de Cristo, María y los santos) se abre al
amor y comunica amor. Es el caso de las "indulgencias" concedidas
por la Iglesia.
El Espíritu Santo, expresión personal del amor entre el Padre
y el Hijo, es el agente de esta comunión fraterna y eclesial, como
reflejo del amor trinitario (cfr. LG 4). La eucaristía, por el
hecho de ser "signo de unidad y vínculo de caridad" (SC 47), es el
sacramento que construye la comunión eclesial, como "fuente y
cumbre de toda la vida cristiana" (LG 11).
"Vivimos unidos en una misma caridad para con Dios y para con
el prójimo" (LG 49). Esta caridad, con toda su riqueza de vida
divina y de méritos, se comunica a todos los hermanos también por
la oración, servicio, testimonio, donación... "Con el culto y con
la oración, con la penitencia y la libre aceptación de los
trabajos y sufrimientos de la vida, con la que se asemejan a
Cristo paciente, pueden llegarse a todos los hombres y ayudar a la
salvación del mundo entero" (AA 16).
Comprometerse a vivir la "comunión de los santos" en la
propia comunidad, significa colaborar a que sea escuela de
santidad, de oración, de seguimiento evangélico de Cristo y de
misión universal. La comunión de personas y de bienes comporta la
comunión en la convivencia y en la acción. La señal de vivir esta
comunión es la alegría serena del ambiente fraterno. "Vivir con
serenidad de corazón es transparentar a Dios" (Bto. Francisco
Coll).
La comunión es don de Dios y tarea humana en la libertad y la
responsabilidad. Recibimos y damos. El don de Dios (la gracia)
hace posible nuestra respuesta de donación. Los bienes recibidos
de los hermanos (de esta tierra y del más allá) son ayuda y
estímulo para transformar la vida en donación. El gozo de la
convivencia no consiste en sentirse complacido por los otros, sino
en hacer felices a los demás, según las palabras de Jesús
referidas por San Pablo: "Hay más alegría en dar que en recibir"
(Act 20,35).
Estamos llamados a construir una nueva cultura: la cultura de
comunión. El compromiso de la fe en la comunión de los santos se
concreta en el respeto a la creación, la solidaridad con los
hermanos de todos los pueblos y la sintonía con los planes
salvíficos de Dios. Esta comunión es la "gloria" de Dios, como
expresión suya en el cosmos y en la humanidad. "La gloria de Dios
es el hombre viviente" (San Ireneo).
En la celebración eucarística se nos ofrece todo un programa
de compromisos para construir la comunión. Por nuestros hermanos
que caminan con nosotros, pedimos así: "Llévalos a la perfección
por la caridad" (plegaria eucarística). Por los que ya pasaron al
más allá, rogamos con confianza: "Admítelos a contemplar la luz de
tu rostro" (ibídem). Pero la eficacia de nuestra oración depende,
en gran parte, de nuestro "sí" ("amén") generoso, de nuestra
actitud filial y fraterna ("Padre nuestro") y de nuestro
compromiso por construir la paz a partir de la comunión
eucarística.
La comunión es más eficiente cuando se vive a partir del
propio carisma y vocación específica. El Espíritu Santo comunica
sus dones para que, viviéndolos con autenticidad, encontremos en
ellos un eco de todos los carismas que él distribuye en la
Iglesia. La armonía de comunión entre diversos carismas eclesiales
se construye con la fidelidad generosa por parte de todos. Un
carisma que no se pusiera al servicio de los demás, para dar y
para recibir en la comunidad eclesial, se reduciría a meras
cualidades humanas vacías de Espíritu. Del propio compromiso de
comunión depende que la comunidad eclesial sea escuela de santidad
y de misión: "La muchedumbre de los creyentes tenía un solo
corazón y una sola alma, y ninguno tenía como propio nada de lo
que poseía, sino que tenían en común todas las cosas" (Act 4,32).

2. Adhesión personal a Cristo que vive en los hermanos


La comunión se construye compartiendo la misma "copa" o
suerte de Cristo (Mc 10,38; Jn 18,11; Lc 22,20). Nuestro camino
hacia la Pascua es camino de hermanos que comparten la misma vida
y la misma suerte del Señor. Cuando él no es el punto de
referencia en la comunidad cristiana, cada uno busca su propio
interés (Fil 2,4), en lugar de "dar la vida" como Cristo y con él,
para el "servicio y redención de todos" (Mc 10,45). "Cristo es el
principio de la unidad en la Iglesia" (UR 2).
Correr la suerte de Cristo significa estar dispuesto a
aceptar con él los designios salvíficos del Padre en bien de todos
los hermanos. Estos planes de salvación, manifestados por su
palabra, son una "espada" que nos examina de amor. No resulta
cómodo compartir la misma vida de Cristo, quien vive y espera en
cada hermano y quien es "luz de todos los pueblos" (Is 11,12). Esa
es la "suerte" de quien está enamorado del Señor y se asocia
esponsalmente a su realidad de "Salvador" universal, como hizo
María, figura de la Iglesia: "Una espada atravesará tu alma" (Lc
2,35).
Cada hermanos es biografía de Cristo. La fe cristiana es una
adhesión personal a Cristo tal como es. Todos hemos sido elegidos
y amados por Dios en Cristo para ser su expresión, de suerte que
"él sea el primogénito entre muchos hermanos" (Rom 8,29). La
comunión fraterna se construye cuando uno ama a Cristo
incondicionalmente y lo encuentra bajo los signos pobres del
hermano.
"Tener los mismos sentimientos de Cristo" (Fil 2,5) es la
clave para entender los temas cristianos. A Cristo se le conoce
cuando se le ama. Somos unos para otros un signo portador de
Cristo. Necesitamos de los demás como huella de su presencia de
resucitado. Y cada hermano necesita ver en nosotros las huellas
del Señor. Esta realidad sigue siendo todos los días un desafío
para nuestra fe: "Lo que hicisteis a uno de mis hermanos más
pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40; cfr. Mt 10,42).
Jesús sigue siendo la pauta para amar a los hermanos: "Amaos
como yo os he amado" (Jn 13,34). Esto supone una sintonía de
afecto y de actuaciones a imitación suya: "Aprended de mí que soy
manso y humilde de corazón" (Mt 11,29). Es la comprensión de la
vida del hermano como parte del propio existir: "Cargó con
nuestras enfermedades" (Mt 8,17; Is 53,4). Quien entra en el
corazón de Cristo encuentra allí a cada hermano como una página
hermosa de su misma biografía: "Venid a mí todos los que estáis
fatigados y cargados, que yo os aliviaré" (Mt 11,28).
La alegría de pertenecer plenamente a Cristo es fuente de
donación a los hermanos. Entonces se participa en el mismo modo de
pensar de Cristo, de valorar a las personas y de servir. Se
aprecia mucho más la propia vocación y los propios carismas,
cuando se descubren como regalos gratuitos de Cristo que espera y
vive en cada hermano. "Todo es vuestro. Pero vosotros sois de
Cristo, y Cristo es de Dios"(1Cor 3,22-23).
Captar la presencia activa y amorosa de Cristo en los demás
supone una fe viva y una gran capacidad de sintonía con él. "Se
"ve" a Cristo escondido bajo signos pobres ("contemplación")
cuando el corazón está dispuesto a desprenderse de todo para
"esconderse con Cristo en Dios" (Col 3,3). "Ver a Dios" en los
demás supone un "corazón limpio" (Mt 5,8). Cristo se manifiesta a
los que le aman (Jn 14,21).
Es Cristo el autor de la unidad y de la paz entre los
hermanos. Apoyados en él, que es "nuestra paz" (Ef 2,14) y nuestra
"piedra angular" (Ef 2,20), todos crecemos armónicamente como
miembros de una misma familia y nos "construimos" conjuntamente
como "morada de Dios en el Espíritu" (Ef 2,22).
Las dificultades (también las provenientes de los hermanos)
se convierten en nuevas ocasiones de donación, en un proceso de
salir de sí mismo para llenarse de Dios Amor. Esto es posible sólo
cuando "Cristo habita por la fe" en nuestros corazones, es decir,
cuando estamos "arraigados y fundados en la caridad" (Ef 3,17). Si
amamos a Cristo en los hermanos, es señal de que hemos acertado en
el camino de "conocer la caridad de Cristo" para llegar a la
"plenitud de Dios" (Ef 3,19).
La adhesión a Cristo, que vive en los hermanos, para
compartir con él toda nuestra vida, exige ir soslayando toda serie
de cálculos humanos y de ventajas temporales. Es la respuesta a
una llamada que pide "dejarlo todo" por él (Mt 4,19-22; 19,27). No
comprenderemos a los hermanos mientras en nuestro corazón aniden
lapas y sucedáneos (más o menos "legítimos") que impiden
sintonizar con los amores del corazón de Cristo.
La "unión con todos los santos" o hermanos (Ef 3,18) es una
ascética permanente de dejar que Cristo viva, piense, sienta, ame,
ore, obre, sufra y goce en nosotros. Nuestra personalidad no se
anula, sino que se potencia por el hecho de ordenar toda la vida
según la caridad. Es la vid de libertad en el Espíritu de Amor.
"Habéis sido llamados a la libertad... haceos siervos los unos de
los otros por amor" (Gal 5,13). La conciencia cristiana está bien
formada cuando sigue con libertad a la verdad y al bien que es
Cristo en persona.
El "amor hacia todos los santos", de que habla San Pablo (Col
1,4), es la vida de comunión con todos los hermanos. En este
sentido, "participamos de la herencia de los santos" (Col 1,12),
es decir, nos intercomunicamos los bienes entre todos los
hermanos, de la tierra y del más allá.
3. Compartir una misma historia
El caminar común de la historia humana hacia Dios no se
interrumpe ni por el pasar del tiempo ni por las fronteras
geográficas ni por la muerte. En Cristo se recupera y salva la
unidad cósmica e histórica entre cielo y tierra, entre el pasado y
el presente, entre razas, culturas y pueblos (cfr Ef 1,10; Col
1,17). El "es el mismo ayer, hoy y siempre" (Heb 13,8).
La "ciudad de Dios", según San Agustín, se construye en el
amor, es decir, en la comunión con Dios y con los hermanos. El
examen final de la historia será sobre esta comunión: "A la tarde
te examinarán en el amor" (San Juan de la Cruz). Las diferencias
de esta donación son matices enriquecedores que hacen a cada ser
humano irrepetible y miembro insustituible de la única comunión
universal.
El peregrinar histórico de la Iglesia es el de una "comunidad
integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el
Espíritu Santo... hacia el Reino del Padre" (GS 1). El hecho de
estar insertados en Cristo, hace que la comunidad eclesial sea
"íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia",
hasta compartir afectiva y efectivamente "los gozos y esperanzan,
las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo"
(ibídem).
En este caminar histórico de comunión universal, Cristo
resucitado ayuda a transformar el presente en una vida definitiva,
que sólo se manifestará plenamente al final de los tiempos.
Mientras tanto, el amor y la comunión dan sentido a la existencia,
para "avivar la preocupación de perfeccionar esta tierra, donde
nace el cuerpo de la nueva familia humana, el cual puede, de
alguna manera, anticipar un vislumbre del mundo nuevo" (GS 39).
La Iglesia tiene como misión construir la comunión humana
según el modelo de la comunión divina (cfr. SRS 40). En efecto,
"la Iglesia es sacramento universal de salvación, que manifiesta
y, al mismo tiempo, realiza el misterio del amor de Dios al
hombre" (GS 45). Es ésta su naturaleza de "signo e instrumento de
la unión íntima con Dios y de la unión de todo el género humano"
(LG 1).
Sólo Cristo puede dar sentido al caminar histórico de la
humanidad, como "alfa y omega", principio y fin de todo (Apoc
1,8). El "es el fin de la historia humana, punto de convergencia
hacia el cual tienden los deseos de la historia y de la
civilización, centro de la humanidad, gozo del corazón humano y
plenitud total de sus aspiraciones" (GS 45).
La consecuencia que deriva de esta fe cristiana es el
compromiso de compartir el mismo caminar con todos los hermanos,
"intercomunicando las necesidades de los santos" (Rom 12,13). La
historia, para bien y para mal, se edifica en común, con la
aportación responsable e irrepetible de cada uno. Cristo, que
camina con nosotros, un día dará el "visto bueno" y el sello
definitivo a este caminar de comunión, cuando entregará todas la
cosas al Padre. "Y cuando le estén sometidas todas las cosas,
entonces el mismo Hijo se someterá también al que le sometió todo,
para que Dios sea todo en todas las cosas" (1Cor 15,28).
"No existe verdadera solución" a los problemas sociales,
culturales e históricos, "fuera del evangelio" (CA 5). La dinámica
de la historia, basada en las preguntas y en la búsqueda sobre la
verdad y el bien, queda atrofiada y tergiversada cuando se elimina
la trascendencia. Todo tipo de materialismo (ideológico o
consumista) tiende a eliminar la dignidad de la persona humana,
precisamente porque hace caso omiso de su trascendencia. "El punto
central de toda cultura lo ocupa la actitud que el hombre asume
ante el misterio más grande: el misterio de Dios" (CA 24). Sólo
Cristo es "la respuesta existencialmente adecuada al deseo de
bien, de verdad y de vida, que hay en el corazón de todo hombre"
(CA 24).
Las dificultades, que parecen insuperables en este caminar,
confirman esta misma visión cristiana de la historia. Es un
absurdo querer destruir los obstáculos por medio de la violencia y
del atropello de los hermanos. Sólo el amor, a la larga, disipa
las tinieblas sin destruir la vida de los demás. A esta actitud de
reaccionar amando y dándose a sí mismo en los momentos más
difíciles, los cristianos la llamamos "cruz", que sigue siendo
"escándalo" y "locura" (1Cor 1,23). "Uniendo el propio sufrimiento
por la verdad y por la libertad al de Cristo en la cruz, es así
como el hombre puede hacer el milagro de la paz y ponerse en
condiciones de acertar con el sendero, a veces estrecho, entre la
mezquindad que cede al mal y la violencia que, creyendo
ilusoriamente combatirlo, lo agrava" (CA 25).
Sólo Cristo puede descubrir el misterio del hombre,
precisamente porque su vida era "manifestación del misterio del
Padre y de su amor" (GS 22). Esta es la pauta para "acogerse
mutuamente, como Cristo nos acogió para gloria de Dios" (Rom
15,7). En este amor se inspira el creyente para realizar la
"animación evangélica de las realidades terrenas" (CA 25) como
aspecto esencial de la evangelización. La paz y la prosperidad
humana no serían duraderas si no fueran compartidas con todos.
La historia humana progresa sólo cuando se construye en el
amor. "La promoción de los pobres" es la señal de un verdadero
"crecimiento moral, cultural e incluso económico de la humanidad"
(CA 28). El "desarrollo" integral de personas y de pueblos sólo
puede tener lugar cuando se realiza el "desarrollo-deber de buscar
a Dios, conocerlo y vivir según tal conocimiento" (CA 29).
El ser humano se hace "colaborador de Dios" cuando aprende a
mirar a los hermanos, los acontecimientos y la creación con los
mismos ojos de Dios Amor. Entonces se aprende a "leer en las cosas
visibles el mensaje de Dios invisible que las ha creado" (CA 37).
La sociedad humana se construye cuando el hombre se
trasciende a sí mismo. "Es mediante la propia donación libre como
el hombre se realiza auténticamente a sí mismo (cf. GS 24), y esta
donación es posible gracias a la esencial 'capacidad de
trascendencia' de la persona humana... En cuanto persona, puede
darse a otra persona o a otras personas y, por último, a Dios, que
es el autor de su ser y el único que puede acoger plenamente su
donación. Se aliena el hombre que rechaza trascenderse a sí mismo
y vivir la experiencia de la autodonación y de la formación de una
auténtica comunidad humana, orientada a su destino último que es
Dios" (CA 41).
Esta labor de comunión comienza y "se realiza en el corazón
del hombre" (CA 51). Es un don de Dios, es gracia; pero requiere
la cooperación libre del hombre. El único "principio seguro que
garantiza relaciones justas entre los hombres" (CA 44) es "la
obediencia a la verdad sobre Dios y sobre el hombre", como
"primera condición de la libertad" (CA 41). La negación de Dios y
el hacer de Dios un adorno han sido siempre las causas
fundamentales de la destrucción de la comunidad humana.
Cambiar personas, estructuras y modelos de vida, sólo es
posible cuando el ser humano (personas y comunidades) se decide a
orientarse hacia el amor.
Sólo una Iglesia que viva la comunión con todas sus
consecuencias será "fiel en asumir el camino del hombre,
consciente de que no peregrina sola, sino con Cristo, su Señor...
María, La Madre del Redentor, que permanece junto a Cristo en su
camino hacia los hombres y con los hombres, precede a la Iglesia
en la peregrinación de la fe" (CA 62).

MEDITACION BIBLICA
- Construir la comunión en una Iglesia misionera:
"Estáis edificados sobre el cimiento de los Apóstoles y
profetas, y el mismo Jesús es la piedra angular. En él todo
el edificio, bien trabado, va creciendo hasta formar un
templo consagrado al Señor, y en quien también vosotros vais
formando conjuntamente parte de la construcción, hasta llegar
a ser, por medio del Espíritu, casa en la que habita Dios"
(Ef 2,20-22).
"La muchedumbre de los creyentes tenía un solo corazón y una
sola alma, y ninguno tenía como propio nada de lo que poseía,
sino que tenían en común todas las cosas" (Act 4,32).
"Acogeos mutuamente, como Cristo nos acogió para gloria de
Dios" (Rom 15,7).

- Comprometerse en el camino de santidad:


"A los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos,
con todos los que invocan el hombre de Jesucristo en todo
lugar..., gracia y paz de parte de Dios, Padre nuestro, y del
Señor Jesucristo" (1Cor 1,2).
"Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a
Dios" (Mt 5,8).
"Compartir las necesidades de los santos, practicad la
hospitalidad" (Rom 12,13).

- Comunión íntima con Cristo y comunión fraterna:


"Fiel es Dios que os ha llamado a vivir en comunión con su
Hijo Jesucristo, nuestro Señor" (1Cor 1,9; 2Cor 9,13; Fil
2,2-4).
"A los que conoció de antemano, los predestinó también desde
el principio a reproducir la imagen de su Hijo, llamado a ser
el primogénito entre muchos hermanos" (Rom 8,29).
""Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, que
yo os aliviaré... Aprended de mí que soy manso y humilde de
corazón y hallaréis descanso para vuestras almas" (Mt 11,28-
29).
"Tomó sobre sí nuestras flaquezas y cargó con nuestras
enfermedades" (Mt 8,17; Is 53,4).
"Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones; que
viváis, arraigados y fundados en la caridad. Y así podréis
comprender con todos los creyentes cuál es la anchura y la
longitud y la altura y la profundidad de la caridad de
Cristo; un amor que supera todo conocimiento y que os llena
de la plenitud de Dios" (Ef 3,17-19).

- Hacia la comunión definitiva:


"Todo es vuestro. Pero vosotros sois de Cristo, y Cristo es
de Dios"(1Cor 3,22-23).
"Damos gracias a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, y
rogamos incesantemente por vosotros, al tener noticia de
vuestra fe en Cristo Jesús y de vuestro amor para con todos
los creyentes... Llenos de alegría, dad gracias al Padre que
os ha hecho dignos de compartir la herencia de los santos en
la luz" (Col 1,4.12).
"Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre" (Heb 13,8).
"Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios, el que es, el
que era y el que está a punto de llegar, el todopoderoso"
(Apoc 1,8).
"Y cuando le estén sometidas todas las cosas, entonces el
mismo Hijo se someterá también al que le sometió todo, para
que Dios sea todo en todas las cosas" (1Cor 15,28).

- Servir a los hermanos para construir la comunión:


"El Hijo del hombre no ha venido para ser servido, sino para
servir y dar su vida en redención de todos" (Mc 10,45).
"Lo que hicisteis a uno de mis hermanos más pequeños, a mí me
lo hicisteis" (Mt 25,40; cfr. Mt 10,42).
"Habéis sido llamados a la libertad... haceos siervos los
unos de los otros por amor" (Gal 5,13).
V. COMUNION Y MISION SIN FRONTERAS

1. La escuela del Cenáculo con María


2. Un solo corazón para conocer y anunciar a Cristo
3. Fraternidad y misión de una Iglesia sin fronteras
Meditación bíblica
La comunión eclesial nos hace redescubrir y vivir nuestra
asociación a la obra salvífica de Cristo, valorando nuestra vida
hasta en sus mínimos detalles. Una vida de "Nazaret" y de
"Cenáculo" con María hace resaltar el valor contemplativo,
santificador y misionero del trabajo ordinario. Entonces todo
creyente y toda comunidad cristiana se abre al horizonte
universalista de la Iglesia. "Nada tan a propósito como el dogma
de la comunión de los santos para grabar en lamente y en la
voluntad del pueblo cristiano la utilidad e importancia de las
misiones" (Pío XII, Evangelii Praecones).
"La fe se fortalece dándola" (RMi 2). Nuestra fe en la
"comunión de los santos" se vigoriza viviéndola, especialmente
cuando cooperamos con Cristo en la misión universal. "Mediante el
dogma de la comunión de los santos, lazo de caridad que nos une a
todos los hijos de Dios", nos comprometemos a "extender realmente
su Reino" (M. María Inés Teresa Arias).
El grado de vivencia en la comunión eclesial se convierte en
capacidad evangelizadora dentro y fuera de la comunidad. La falta
de dimensión misionera en las comunidades es un incubo de
divisiones y atrofias presentes y futuras. Las fronteras y
exclusivismos en la misión detectan obstáculos personales y
comunitarios en el corazón y en la convivencia. El verdadero amor
cristiano sólo tiene una regla: darse del todo a Cristo para el
bien de todos.

1. La escuela del Cenáculo con María


La comunidad cristiana llega a su máxima capacidad
santificadora y evangelizadora cuando vive la comunión "con María,
la Madre de Jesús" (Act 1,14). Es la vida de "Cenáculo", que
consiste en escuchar la palabra, orar, celebrar la eucaristía y
compartir los bienes con los hermanos. Entonces la comunidad
recibe nuevas gracias del Espíritu Santo y se hace disponible para
evangelizar "con audacia" (cfr. Act 2,42-47; 4,32-34).
Será realidad "una nueva época misionera" cuando la Iglesia
viva con más interioridad estas notas de "Cenáculo", como escuela
de apóstoles "transformados y guiados por el Espíritu Santo",
dispuestos a "vivir más profundamente el misterio de Cristo" (RMi
92).
Esta actitud de "Cenáculo" misionero comporta una vivencia de
la realidad mariana, que es modelo y ayuda de la "nueva maternidad
en el Espíritu" (RM 47). La fecundidad apostólica y materna de la
comunidad eclesial se mide por la capacidad de vida en comunión.
"Esto lo hace con María y como María" (RMi 92), como Madre de la
unidad. De esta comunión eclesial y mariana nace "aquel amor
maternal con que es necesario que estén animados todos aquellos
que, en la misión apostólica de la Iglesia, coopera a la
regeneración de los hombres" (LG 65; RMi 92).
La escuela eclesial del Cenáculo con María se convierte en
intercomunicación de dones del Espíritu Santo. "A cada uno se le
otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad" (1Cor
12,7). En la mediación e intercesión mariana, la Iglesia encuentra
su propia realidad de instrumento materno: se participa en la
única mediación de Cristo, para ser su signo transparente y
portador en favor de todos los hermanos. Los dones recibidos son
verdaderamente transformadores de la propia vida, sólo cuando se
han puesto al servicio de la comunión.
En cada comunidad cristiana, María es la "memoria" de una
historia de gracia que es historia de familia. Una imagen, un
santuario, un signo y título mariano, son una "memoria" de
innumerables gracias recibidas para construir la comunión
eclesial. El más importante de estos signos marianos de comunión
es la "memoria" de María durante la celebración eucarística. La
Iglesia, al escuchar la palabra y asociarse a Cristo Redentor como
María, se ha ido construyendo como comunidad de "piedras vivas"
(1Pe 2,5). Toda comunidad cristiana es una historia de gracia que
se ha ido hilvanando con la presencia activa y materna de María.
El calor, la vitalidad y la eficacia de un "Cenáculo" van
equilibrándose y creciendo al compás de las nuevas necesidades de
cada época histórica. Pero todo dependerá de cómo se viva la
comunión eclesial. La fuerza misionera de la Iglesia arranca del
misterio de la comunión divina, que se prolonga en la comunión
eclesial: "Como tú me enviaste al mundo, así yo los envié al
mundo... Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en
ti... que sean perfectamente uno y conozca el mundo que tú me
enviaste" (Jn 17,18-23).
El misterio de la comunión de los santos, como concretización
de la comunión eclesial, indica que "Cristo no sólo comunica a la
Iglesia, su esposa inmaculada, la obra de la santificación de las
almas, sino que quiere además que, en alguna manera, provenga de
ella" (Pío XII, Mystici Corporis Christi).
Hay una analogía profunda entre Pentecostés y la Anunciación.
La venida del Espíritu Santo al seno de María el día de la
encarnación es un preludio de lo que acontecería a la primera
comunidad eclesial. "Fue en Pentecostés cuando empezaron los
'hechos de los Apóstoles', del mismo modo que Cristo fue concebido
cuando el Espíritu Santo vino sobre la Virgen María" (AG 4).
La presencia de María en Pentecostés (Act 1,14) fue una
continuación de su actitud de respuesta a los planes salvíficos de
Dios, manifestados ya el día de la encarnación. Unida a la
comunidad eclesial, como Tipo o figura y Madre, "María imploraba
con su oraciones el don del Espíritu, que en la Anunciación ya la
había cubierto a ella con su sombra" (LG 59). Esta presencia
activa y materna de María continúa siendo una realidad en cada
comunidad eclesial que quiera renovarse, para responder a las
exigencias evangelizadoras de cada época.
Sólo el Espíritu de amor puede hacer que la comunidad
eclesial viva la comunión, para responder a las urgencias de la
misión. La acción del Espíritu, que construye la fraternidad en el
amor, es la misma que hace misionera a la comunidad: "El Espíritu
Santo unifica en la comunión y en el ministerio y provee de
diversos dones jerárquicos y carismáticos a toda la Iglesia a
través de los tiempos, vivificando, a la manera del alma, las
instituciones eclesiásticas e infundiendo en el corazón de los
fieles el mismo espíritu de misión que impulsó a Cristo" (AG 4;
cfr. LG 4 y 7).

2. Un solo corazón para conocer, amar y anunciar a Cristo


Dejar transparentar a través de la propia vida personal y
comunitaria, que hay "un solo Dios y Padre de todos" (Ef 4,6),
supone una actitud de caridad sin partidismos ni exclusivismos.
Cuando la comunidad eclesial vive de esta caridad, manifiesta el
misterio de unidad o comunión, por el que somos "un solo cuerpo",
hemos recibido "un mismo Espíritu" y tenemos "un solo Señor" (Ef
4,4). Esto es posible sólo cuando los componentes de la comunidad,
inmolándolo todo en aras de la caridad, se hace "solícitos en
conservar la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz"
(Ef 4,3).
Una comunidad renovada bajo la acción del Espíritu Santo es
una familia de hermanos que tienen "un solo corazón y una sola
alma" (Act 4,32). Les ha unificado un ideal de perfección y de
misión: la convicción inquebrantable de saberse amados por Cristo,
la decisión de amarle con todo el corazón y la disponibilidad para
hacerle conocer y amar. Las dificultades y problemas se superan
por el ansia de santidad y de apostolado. "Sólo haciéndose
misionera, la comunidad cristiana podrá superar las divisiones y
tensiones" (RMi 49).
Cuando uno "siente el ardor de Cristo por las almas y ama a
la Iglesia como Cristo" (RMi 89), descubre en las diferencias de
los demás, gracias y dones que deben desarrollarse mejor para
construir la comunión. Todo crecimiento en la familia eclesial
comporta sufrimiento y actitud de servicio oculto y de donación
callada y sacrificada. Estas renuncias, en aras del amor fraterno,
son fuente de alegría pascual y confieren a la evangelización su
nota característica: anunciar el gozo o buena noticia de que
Cristo ha resucitado y vive en medio de nosotros.
La comunidad "convocada" por Cristo ("ecclesia") es siempre
un grupo de hermanos que ponen al servicio de todos las gracias
recibidas: vocación, ministerios, carismas. La cooperación entre
estas gracias de Dios nace de su misma naturaleza de ser dones
para el bien de los demás. La dignidad cristiana se basa en la
filiación divina, que es vida de caridad. Viviendo esta caridad,
se armonizan entre sí los dones carismáticos y jerárquicos, así
como la diferencia de ministerios y carismas.
En una comunidad eclesial unida, los apóstoles enviados a
ella o nacidos en ella, recobran la alegría de la misión y
reestrenan continuamente "el primer amor" (Apoc 2,4). Las dudas,
ansiedades y abandono de muchos apóstoles se deben a la falta de
paz y de serenidad en las comunidades apostólicas. Los carismas
fundacionales (como también el carisma episcopal que es propio de
los sucesores de los Apóstoles) son siempre un principio de
unidad, que alienta el caminar de la perfección y de la misión.
Cuando no se vive en caridad, los mejore principios
cristianos no pasan de la cabeza al corazón y a las obras. La
misma caridad que unifica a los hermanos es la que hace arder el
corazón por una misión de anunciar a Cristo sin fronteras. "La
caridad de Cristo nos urge, persuadidos de que uno (Cristo) murió
y resucitó" (2Cor 5,14-15).
No arde el corazón por los amores universales de Cristo
cuando no sabe consumirse por los pequeños servicios a los
hermanos. Sentir el ansia por "salvar a todos" supone una "vida
oculta con Cristo en Dios" (Col 3,3), por la que uno renuncia a
sus ventajas temporales para poder servir mejor a todos los demás.
La sintonía afectiva y efectiva con los problemas de cada hermano,
como parte de la biografía de Cristo, es la mejor escuela de una
misión "inculturada" y dialogante: "Siendo libre me hago siervo de
todos para ganarlos a todos... Me hago todo para todos por la
salvación de todos" (1Cor 9,19-22). No se trata de una táctica ni
de un oportunismo, sino de una exigencia evangélica: "Todo lo hago
por el evangelio, para participar en él" (1Cor 9,23).
La marginación de tantos seres humanos y de tantos pueblos,
sumergidos frecuentemente en una miseria absoluta, así como las
nuevas bolsas de pobreza moral en grandes sectores de la sociedad
(familia, educación, derechos fundamentales...), son una señal de
carencias básicas en las comunidades humanas y cristianas. Por
esto, lo más importante en una comunidad es la orientación de cada
persona hacia el amor de donación a Dios y a los hermanos. "La
evangelización se inserta también en la cultura de las naciones...
La primera y más importante labor se realiza en el corazón del
hombre" (CA 50-51). "La doctrina social (de la Iglesia) tiene de
por sí el valor de un instrumento de evangelización; en cuanto
tal, anuncia a Dios y su misterio de salvación en Cristo a todo
hombre. Solamente bajo esta perspectiva se ocupa de lo demás" (CA
54).
La palabra y la eucaristía modelan la comunidad
construyéndola en la comunión. Cuando esta comunión comienza a ser
realidad, entonces se manifiesta en expresiones de misión. Dios ha
hablado para toda la humanidad. "Cristo ha muerto por todos" (2Cor
5,14). Los dones recibidos en la comunidad son para compartirlos
con todos los demás hermanos. Si el corazón está unificado por el
amor, comprende y vive estas exigencias de Dios amor. "La misión,
además de provenir del mandato formal del Señor, deriva de la
exigencia profunda de la vida de Dios en nosotros" (RMi 11).
Cuando el corazón no está unificado en el amor a Cristo y en
la comunión fraterna, el apóstol no acierta en la misión, ni en la
explicación doctrinal ni en la práctica pastoral. En sintonía con
"los mismos sentimientos de Cristo" (Fil 2,5), se vive con
autenticidad tanto la comunión como la misión. "La comunión íntima
con Cristo" (RM 88) edifica la vida fraterna y la hace disponible
para la misión. Sin esta intimidad con Cristo se inventan
fácilmente teorías cómodas sobre la misión hasta vaciarla de su
verdadero contenido. "No se puede comprender y vivir la misión, si
no es con referencia a Cristo" (RMi 88).
La urgencia de comunicar a los demás los dones recibidos de
Cristo, encuentra eco en corazones unificados y en comunidades que
viven la comunión fraterna. La actitud de reaccionar amando según
las bienaventuranzas, se convierte en fidelidad a la vocación
cristiana: "Vosotros sois la sal de la tierra... vosotros sois la
luz del mundo" (Mt 5,13-14).
La "vida nueva" (Rom 6,4) compartida con los hermanos se
transforma en urgencia misionera. "La urgencia de la actividad
misionera brota de la radical novedad de vida, traída por Cristo y
vivida por sus discípulos. Esta nueva vida es un don de Dios, y al
hombre se le pide que lo acoja y desarrolle, si quiere realizarse
según su vocación integral, en conformidad con Cristo" (RMi 7).

3. Fraternidad y misión de una Iglesia sin fronteras


Ser Iglesia comporta vivir como Iglesia. Cristo "amó a la
Iglesia hasta entregarse en sacrificio por ella" (Ef 5,25). El
Señor la quiso como algo suyo muy íntimo, para poder prolongar en
ella su misma persona, su mensaje, su acción salvífica. Por esto
la llama "mi Iglesia" (Mt 16,18). Su Iglesia es su expresión o
"gloria" (Jn 17,10), su "complemento" (Ef 1,23), su transparencia
e instrumento ante "todos los pueblos" (Mt 28,19).
Cuando la Iglesia vive de la presencia de Cristo en medio de
sus hermanos (Mt 18,20), entonces siente bullir en sus venas la
voz de la sangre, el despertar de su "naturaleza misionera" (AG
2). Todos las comunidades cristianas son concretización de la
misma Iglesia, para compartir la misma suerte y el mismo caminar.
Ya no basta con dar a los demás lo que sobra, sino que se
comparten todos los bienes como en familia. En una comunión
fraterna ya no hay Iglesias pobres y ricas, sino sólo Iglesias
hermanas.
Construir esta comunión misionera en cada comunidad no
resulta fácil ni cómodo, porque no se trata de un "club" ni de un
sindicato, donde sólo ellos se ayudan para pasarla mejor; sino que
es la concretización de la Iglesia universal, en el aquí y ahora
de una comunidad eclesial, donde encuentran eco las necesidades,
los gozos y las esperanzas de toda la comunidad humana. Y ese eco
se transforma en compromisos de donación. Si una comunidad
cristiana no educara para darse sin fronteras, sería señal de que
no ha comprendido su razón de existir. No se trata de buscar los
propios intereses, sino "los intereses de Jesucristo" (Fil 2,21).
"Que cada uno atienda no sólo a sus intereses, sino también a los
de los demás" (Fil 2,4).
La vida de comunión se convierte espontáneamente en
compromiso de misión. Vivir la comunión es entrar en sintonía con
la vida íntima de Dios, que quiere comunicarse a todos los
hombres. "Fin último de la misión es hacer partícipes de la
comunión que existe entre el Padre y el Hijo; los discípulos deben
vivir la unidad entre sí, permaneciendo en el Padre y en el Hijo,
para que el mundo conozca y crea (Jn 17,21-13)" (RMi 23).
La comunidad eclesial es fiel al camino de santidad y a los
compromisos de la misión, cuando "vive profundamente la unidad en
el amor" (RMi 23). Las diferencias de dones y carismas, por el
hecho de provenir del mismo Espíritu de amor, llevan a construir
la comunión local y universal. Las rupturas y divisiones, así como
la actitud de encerrarse en la propia obra, son una señal de falta
de fidelidad a los dones recibidos.
Es en la comunidad que vive en comunión, donde se aprende,
por experiencia vivencial, que "Cristo es el único Salvador de la
humanidad" (RMi 5) y que "el Reino de Dios es ante todo una
persona que tiene el rostro y el nombre de Jesús de Nazaret,
imagen del Dios invisible" (RMi 18). En la escuela de la comunión
eclesial se aprende la urgencia de la acción misionera del
Espíritu Santo, que espera a los apóstoles desde el corazón de
cada cultura y de cada pueblo. "Cristo resucitado obra ya, por la
virtud de su Espíritu, en el corazón del hombre" (RMi 28; cfr. GS
38; RMi 88).
Escuchando la palabra y celebrando la eucaristía, se va
construyendo una comunión eclesial cuyo camino se abre al infinito
de Dios Amor, Padre de todos. La universalidad se aprende en el
corazón de Dios. "Este carácter de universalidad, que distingue al
Pueblo de Dios, es un don del mismo Señor con el que la Iglesia
católica tiende, eficaz y perpetuamente, a recapitular toda la
humanidad, con todos sus bienes, bajo Cristo cabeza, en la unidad
del Espíritu" (LG 13).
La comunidad eclesial es sana cuando vive la comunión local y
universal. Entonces cada uno respira el oxígeno de la caridad, que
es donación sin utilitarismos y sin fronteras. Todos juntos
constituyen un "signo e instrumento de la unión íntima con Dios y
de la unidad de todo el género humano" (LG 1).
La actitud de estar atentos a buscar el bien de los demás se
convierte en la mejor escuela para construir una comunidad
misionera. A nivel de instituciones y de pequeñas comunidades hay
que seguir el mismo camino de abrirse a las necesidades de los
otros. Toda obra construida sobre el egoísmo personal o colectivo
está destinada al fracaso. La "cruz" es el único camino de
resurrección y de misión. " Nosotros, los fuertes, debemos
sobrellevar las flaquezas de los débiles y no buscar nuestro
propio agrado. Que cada uno de nosotros trate de agradar a su
prójimo para el bien, buscando su edificación" (Rom 15,1-2).
En la comunidad eclesial la intercomunicación de dones
recibidos se convierte en crecimiento común: "El todo y cada una
de las partes aumentan a causa de todos los que mutuamente se
comunican y tienden a la plenitud de la unidad" (LG 13). Esto
ocurre no sólo dentro de una comunidad concreta, sino entre todas
las comunidades que componen la Iglesia universal, para bien de
toda la humanidad: "Cada una de las partes colabora con sus dones
propios con las restantes partes y con toda la Iglesia" (ibídem).
Esta "comunión de bienes" entre las diversas comunidades o
Iglesias particulares (presididas por los sucesores de los
Apóstoles), potencia a cada una de ellas hacia la misión, como
parte integrante de "la asamblea universal de la caridad",
presidida por el sucesor de Pedro (LG 13). Viviendo esta realidad
de Iglesia "comunión, se capta su naturaleza misionera: "Todos los
hombres son llamados a esta unidad católica del Pueblo de Dios,
que simboliza y promueve la paz universal" (ibídem).
La fraternidad de una comunidad es auténtica cuando, sin
olvidar su propia realidad y carisma, sino precisamente a partir
de él, se abre a la Iglesia universal, para darse generosamente.
Una comunidad cerrada se hace pábulo fácil de sectas y gangrenas.
Una comunidad alienada se despreocupa de su propia vitalidad y
carisma. Una comunidad misionera se vitaliza para darse a todos
según los planes de Dios Amor.
La misión se realiza siempre a partir de la fe hecha
comunión. "El Espíritu mueve al grupo de los creyentes a hacerse
comunidad, a ser Iglesia" (RMi 26). Por vivir la comunión a partir
de la palabra y de la eucaristía, las primeras comunidades
cristianas no sólo compartían sus bienes con los más necesitados,
sino que "eran dinámicamente abiertas y misioneras" (ibídem). Por
esto reinaba en ellas "la alegría y sencillez de corazón" (Act
2,46) y "gozaban de la simpatía de todo el pueblo" (Act 2,47).
"Antes de ser acción, la misión es testimonio e irradiación" (RMi
26).
MEDITACION BIBLICA

- Comunión y misión como actitud mariana y eclesial:


"Todos perseveraban unánimes con María, la Madre de Jesús"
(Act 1,14).
"¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y,
extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: Estos son mi
madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de
mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre"
(Mt 12,47-50).

- La audacia evangelizadora de la comunidad unida:


"Perseveraban en la enseñanza de los Apóstoles y en la unión
fraterna, en la fracción del pan y en la oración... Todos los
creyentes vivían unidos y tenían todo en común... con alegría
y sencillez de corazón... se ganaban el favor de todo el
pueblo. Y el Señor agregaba cada día los que se iban salvando
al grupo de los creyentes" (Act 2, 42-47).
"Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y se pusieron a
anunciar la palabra de Dios con toda audacia. Todos los
creyentes formaban un solo corazón y una sola alma, y nadie
consideraba como propio nada de lo que poseía, sino que
tenían todo en común. Los Apóstoles, por su parte, daban
testimonio, con gran energía, de la resurrección de Jesús, el
Señor, y todos gozaban de gran estima"(Act 4,32-34).

- La comunión es signo eficaz de evangelización:


"Como tú me enviaste al mundo, así yo los envié al mundo...
Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti...
que sean perfectamente uno y conozca el mundo que tú me
enviaste" (Jn 17,18-23).
"Donde están dos o más reunidos en mi nombre, allí estoy yo
en medio de ellos" (Mt 18,20).
"Vosotros sois la sal de la tierra... vosotros sois la luz
del mundo" (Mt 5,13-14).
- Compartir los dones recibidos del Padre común:
"A cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para
común utilidad" (1Cor 12,7).
"Vosotros, como piedras vivas, os erigís en casa espiritual y
constituís un sacerdocio consagrado para ofrecer, por medio
de Jesucristo, sacrificios espirituales agradables a Dios"
(1Pe 2,5).
"Mostraos solícitos en conservar la unidad del Espíritu
mediante el vínculo de la paz. Uno solo es el cuerpo y uno
solo el Espíritu, como también una es la esperanza a la que
habéis sido llamados; un solo Señor, una fe, un bautismo, un
solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, actúa en
todos y habita en todos" (Ef 4,3-6).

- El mandato misionero como urgencia del amor:


"Has dejado enfriar el primer amor" (Apoc 2,4).
"La caridad de Cristo nos urge, persuadidos de que... Cristo
murió por todos, para que los que viven no vivan ya para
ellos, sino para el que murió y resucitó por ellos" (2Cor
5,14-15).
"Id, haced discípulos a todos los pueblos y bautizadlos en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,
enseñándoles a poner por obra lo que yo os he mandado. Y
sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final
del mundo" (Mt 28,19-20).
"Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda
criatura... Ellos salieron a predicar por todas partes y el
Señor cooperaba con ellos, confirmando la palabra con las
señales que la acompañaban" (Mc 16,15-20).
"Como me ha amado el Padre, así os he amado yo" (Jn
15,9)."Como me envió mi Padre, así os envío yo" (Jn 20,21).

- Metodología misionera de comunión:


"Siendo libre me hago siervo de todos para ganarlos a
todos... Me hago todo para todos por la salvación de todos.
Todo lo hago por el evangelio, para participar en él" (1Cor
9,19-23).
"Cristo amó a la Iglesia hasta entregarse en sacrificio por
ella" (Ef 5,25).
"Que cada uno atienda no sólo a sus intereses, sino también a
los de los demás... Todos buscan sus intereses, no los de
Jesucristo" (Fil 2,4.21).
"Nosotros, los fuertes, debemos sobrellevar las flaquezas de
los débiles y no buscar nuestro propio agrado. Que cada uno
de nosotros trate de agradar a su prójimo para el bien,
buscando su edificación" (Rom 15,1-2).
LINEAS CONCLUSIVAS
La "nueva evangelización" urge a la Iglesia a vivir con más
autenticidad su realidad de comunión de hermanos o "comunión de
los santos". En la comunión aparece el misterio de la Iglesia como
signo transparente y portador de Cristo para toda la humanidad.
Entonces se lleva a cabo la misión que Cristo le ha encomendado.
"Dios abre a la Iglesia horizontes de una humanidad más preparada
para la siembra evangélica. Preveo que ha llegado el momento de
dedicar todas las fuerzas eclesiales a la nueva evangelización y a
la misión ad gentes. Ningún creyente en Cristo, ninguna
institución de la Iglesia puede eludir este deber supremo:
anunciar a Cristo a todos los pueblos" (RMi 3).
En un período histórico como el nuestro, que "es dramático y,
al mismo tiempo, fascinador" (RMi 38), se abren nuevas puertas al
evangelio. La Iglesia sabrá responder a esas nuevas gracias si
vive el mandato del amor, concretado en la actitud de compartir la
vida con los hermanos. En cada comunidad "es necesaria una nueva
evangelización o reevangelización" (RMi 33), para que todos los
creyentes redescubran en misterio de la comunión eclesial, la
fuerza de una misión que no tiene fronteras, ni en el espacio ni
en el tiempo.
La presencia activa y amorosa de Cristo resucitado, en medio
de la comunidad, se hace más eficaz cuando los hermanos viven en
comunión. Es un misterio consolador el hecho de que Cristo esté
más de cerca de cada uno, cuando todos los demás (por muchos que
sean) viven la donación a los hermanos. Entonces se puede decir
que cada uno es, para los demás, signo de cómo ama él, y, al mismo
tiempo, instrumento de este amor. La multitud de hermanos que
viven en comunión hace descubrir a Cristo más cercano a todos y a
cada uno en particular.
"La comunión de los santos no es otra cosa que la mutua
comunicación de ayuda, de reparación, de oraciones, de favores,
entre los fieles que, o gozan de la bienaventuranza, o sufren en
el purgatorio, o peregrinan todavía por este mundo, pues todos
ellos constituyen una única ciudad cuya cabeza es Cristo y cuyo
vínculo es la caridad" (León XIII, Mirae caritatis).
Esta comunicación de bienes no tiene fronteras en el espacio
y en el tiempo. Somos miembros de una misma familia, formanos un
mismo cuerpo y un mismo pueblo, compartiendo la misma vida en
Cristo. Por esto, "ni la Iglesia ni sus miembros pueden subsistir,
si no se ordenan y comunican entre sí" (Santo Tomás). Es así como
somos "conciudadanos de los santos y miembros de la familia de
Dios" (Ef 2,19).
De esta comunión fraterna, el principio fontal es Dios amor.
La Iglesia, reunida por Cristo y en el Espíritu Santo, camino
hacia el Padre (cfr. Ef 2,18). Viviendo esta tensión amorosa, se
construye como comunidad de hermanos a imagen de la comunidad
trinitaria (cfr. LG 4). Por esto la Iglesia, hecho de comunión,
tiene como misión construir toda la humanidad en comunión de
pueblos, hijos de un mismo Padre y hermanos en Cristo (cfr. SRS
40).
La historia se construye amando. Pero este amor fluye del
misterio pascual (cruz y resurrección) y se dirige hacia un
encuentro definitivo de toda la humanidad con Dios. En este
caminar aparece el signo de la cruz de Cristo, que es también la
nuestra por participación. No existe comunión entre cielo y
tierra, entre corazón y corazón, entre pueblo y pueblo, sin la
sombra amorosa de la cruz.
La donación es el secreto de la unidad o comunión infinita
entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En el camino humano,
la donación no es posible sin salir de sí mismo por el misterio de
la cruz. Ante una dificultad en la convivencia humana, el único
modo de salir airoso es el de reaccionar amando.
La cruz, en el mensaje evangélico, no es el sufrimiento en sí
mismo, sino un sufrimiento transformado en donación. Entonces la
cruz comienza a ser "visión" de Dios donde parece que Dios calla y
está ausente. Se comienza a "ver" a Dios cuando, en el dolor y las
dificultades, se vislumbra una nueva posibilidad de servicio. "El
amor que no crucifica no es amor" (Concepción Cabrera de Armida).
La comunión, nacida de la cruz, llega al máximo grado de
misión y de fecundidad santificadora y apostólica. Así se
"completa" a Cristo, "para el bien de su cuerpo que es la Iglesia"
(Col 1,24). "La Iglesia siente necesidad de recurrir al valor de
los sufrimientos humanos para la salvación del mundo" (SD 27).
La comunión de los santos se deja sentir en un corazón
unificado por el amor. Ese corazón es fuente de paz, serenidad y
fraternidad. La comunidad eclesial vive la comunión cuando está
unida al sucesor de Pedro, el Papa, que "preside la asamblea
universal de la caridad" (San Ignacio de Antioquía). Pero esta
comunión, por su misma naturaleza, se abre a toda la familia
humana del presente, del pasado, del futuro, de esta tierra y del
más allá. "La caridad viene de Dios" (1Jn 4,7), que es Padre de
todos, y, por tanto, se expresa siempre en términos de comunión
universal y cósmica.
Unidos como hermanos, construimos una misma historia,
compartimos un mismo caminar y una misma vida en Cristo. Desde el
día de la Encarnación, en el seno de María, Cristo hace de cada
ser humano y de cada comunidad una parte de su misma biografía.
Desde entonces, se está construyendo el "Cristo total", a partir
del "sí" de Cristo (Heb 10,5-7), del "sí" de María (Lc 1,38) y de
nuestro "sí". "A partir del 'fiat' de la humilde esclava del
Señor, la humanidad comienza su retorno a Dios" (Pablo VI,
Marialis Cultus). Todos juntos, en la comunión de los santos, "por
Cristo, ya podemos decir 'amén' a Dios" (2Cor 1,20).
El misterio de la Iglesia es misterio de comunión, que deriva
del misterio trinitario de Dios Amor. La "Iglesia" es la comunidad
de hermanos "convocada" para entrar en la "comunión" de Dios, por
Cristo y en el Espíritu Santo (cfr. Ef 2,18; 1Jn 1,3).
Toda la humanidad está llamada a ser una familia de pueblos
hermanos, es decir, a ser "uno en Cristo Jesús" (Gal 3,28). Esta
"comunión" es el "Reino" que Jesús ha venido a establecer en los
corazones, en la comunidad visible "convocada" por él y en el más
allá. La "clave" para entrar en este Reino de comunión, que
sobrepasa el espacio, las culturas y el tiempo, es el "compartir"
la vida de Cristo que vive y "espera en el corazón de cada hombre"
(RMi 88). La misión de la Iglesia se realiza en la construcción de
esta comunión de hermanos que comparten todo lo recibido de Dios.
Es hermoso pensar que, compartiendo la vida con los hermanos,
nos completamos mutuamente en el tiempo y en el espacio, en vistas
a una vida imperecedera y eterna. El pasado, el presente y el
futuro de toda la familia humana, se encuentra continuamente en el
corazón de Dios, donde compartimos su amor.
Ningún hermano puede hacer todo. Cada uno completamos a los
demás y nos dejamos completar por ellos, quedando cada uno como
irrepetible e irreemplazable. Todos seguimos siendo sarmientos de
la misma vid, que es Cristo. Todos ocupamos un lugar privilegiado
en el corazón de Dios para servir a los hermanos. La comunión de
los santos enraíza en el misterio de "Cristo, ayer, hoy y siempre"
(Heb 13,8), y se expresa en el misterio de la Iglesia.
La eclesiología de comunión es auténtica cuando se convierte
en eclesiología de misión. Todavía hay muchos hermanos que no han
recibido o que no viven el mensaje de Cristo. "Todos los pueblos
tienen el derecho a conocer la Buena Nueva que cambia al hombre y
la historia de la humanidad" (RMi 44).
SELECCION BIBLIOGRAFICA

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A. ANTON, La Iglesia de Cristo, Madrid, BAC 1977.
A. BANDERA: La Iglesia misterio de comunión, Salamanca, San
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L. BOUYER: L'Église de Dieu, Paris, Cerf 1970.
J. CAPMANY: Misión en la comunión, Madrid, PPC 1984.
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1980. J. ESQUERDA:Comunidades vivas, Barcelona,
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CH. JOURNET: L'Église du Verb Incarné, Paris, Desclée 1969. E. E.
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M. LEGIDO: Fraternidad en el mundo, Salamanca, Sígueme 1982.
M.J. LE GUILLOU: Mission et unité, les exigences de la communion,
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G. PHILIPS: L'Église et son mystère, Paris, Desclée 1967.
J.M.R. TILLARD: Eglise d'Eglises, écclésiologie de communion,
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DOCUMENTOS Y SIGLAS
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centenario de la "Rerum novarum", sobre la doctrina social de
la Iglesia: 1991).
CFL Christifideles Laici (Exhortación apostólica de Juan Pablo
II, sobre la vocación y misión de los laicos: 1988)
DM Dives in Misericordia (Encíclica de Juan Pablo II, sobre la
misericordia: 1980).
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Espíritu Santo: 1986).
DV Dei Verbum (C. Vaticano II, sobre la revelación).
EN Evangelii Nuntiandi (Exhortación Apostólica de Pablo VI,
sobre la evangelización: 1975).
FC Familiaris Consortio (Exhortación Apostólica de Juan Pablo
II, sobre la familia: 1981).
GS Gaudium et Spes (C. Vaticano II, sobre la Iglesia en el
mundo).
LE Laborem Exercens (Encíclica de Juan Pablo II, sobre el
trabajo: 1981).
LG Lumen Gentium (C. Vaticano II, sobre la Iglesia).
MC Marialis Cultus (Exhortación apostólica de Pablo VI, sobre el
culto y devoción mariana: 1974).
MD Mulieris Dignitatem (Carta Apostólica de Juan Pablo II, sobre
la dignidad y la vocación de la mujer: 1988).
OT Optatam Totius (C. VAticano II, sobre la formación para el
sacerdocio).
PC Perfectae Caritatis (C. Vaticano II, sobre la vida
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PDV Pastores Dabo Vobis (Exhortación Apostólica postsinodal de
Juan Pablo II sobre la formación de los sacerdotes: 1992).
PO Presbyterorum Ordinis (C. Vaticano II, sobre los
presbíteros).
RC Redemptoris Custos (Exhortación Apostólica de Juan Pablo II,
sobre la figura y la misión de San José: 1989).
RD Redemptoris Donum (Exhortación Apostólica de Juan Pablo II,
sobre la vida consagrada: 1984).
RH Redemptor Hominis (Primera encíclica de Juan Pablo II: 1979).
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SDV Summi Dei Verbum (Carta Apostólica de Pablo VI, sobre la
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SRS Sollicitudo Rei Socialis (Encíclica de Juan Pablo II, sobre
la cuestión social: 1987).

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