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INDICE
Introducción: "Creo en la comunión de los santos" o el misterio
de la comunión y misión eclesial
Documentos y siglas
3
INTRODUCCION
MEDITACION BIBLICA
- Cristo en el corazón de la humanidad:
"Todo ha sido creado por él y para él... y todo subsiste en
él" ( Col 1,16-17).
"El es el primogénito de entre los muertos" (Rom 8,29), "la
cabeza de su cuerpo" (Ef 1,22-23).
"Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos, proque
fuste degollado y con tu sangre has comprado para Dios
hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación, y los hiciste
para nuestro Dios reino y sacerdotes, y reinas sobre la
tierra" (Apoc 5,9-10).
"El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1,14).
"Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre
17
3,16-17).
"He venido para que tengan vida y la tengan abundante" (Jn
10,10).
"Ve a mis hermanos y diles: subo a mi Padre y a vuestro
Padre, a mi Dios y a vuestro Dios" (Jn 20,17).
II. IGLESIA FAMILIA Y COMUNION DE HERMANOS
3. Corresponsabilidad en la comunión
El hecho de compartir con los hermanos hace tomar conciencia
de la propia disponibilidad en la misión eclesial. No somos una
comunidad masificada de autómatas, sino personas libres que
caminan en "la verdad por la caridad" (Ef 4,15). La comunión
eclesial supone personas fieles y generosas respecto a la propia
vocación y al propio carisma, así como respetuosas de la vocación
y del carisma de los demás.
No resulta fácil ni cómodo amar a la Iglesia como Cristo la
ha amado (cfr. Ef 5,25-27). El verdadero amor a la Iglesia se
expresa en una donación generosa a los hermanos, respetando los
signos de la presencia activa de Cristo resucitado. Este amor e la
nota de garantía de la misión: "Quien tiene espíritu misionero
siente el ardor de Cristo por las almas y ama a la Iglesia como
Cristo... Sólo un amor profundo por la Iglesia puede sostener el
celo del misionero, su preocupación cotidiana... Para todo
misionero y toda comunidad, la fidelidad a Cristo no puede
separarse de la fidelidad a la Iglesia" (RMi 89).
La vida de comunión eclesial se construye armonizando los
signos visibles establecidos por Cristo con las gracias o carismas
que el mismo Cristo, por medio del Espíritu Santo, comunica a su
Iglesia. No hay contraposición entre "órganos jerárquicos y Cuerpo
Místico de Cristo", ni entre "la asamblea visible y la comunidad
espiritual", sino que todo ello "forma una realidad compleja que
está integrada por un elemento humano y otro divino" (LG 8).
Cada uno en la Iglesia está al servicio de la misión en la
comunión. Anunciar a Cristo, hacerle presente y comunicarle a los
demás, es tarea de todo fiel como profeta, sacerdote y rey. La
responsabilidad de la misión se lleva a efecto en la armonía de la
comunión. Es armonía entre diversos servicios y entre diversos
servidores de una misma Iglesia. No se trata de dignidad cristiana
mayor o menor, puesto que todos somos "conciudadanos de los santos
y miembros de la familia de Dios" (Ef 2,19), y cada uno ejerce
servicios diferentes de acuerdo con la vocación y los carismas
recibidos.
La comunión se fundamenta en Cristo, como piedra angular, y
sobre los Apóstoles y sus sucesores, como representantes de Cristo
Cabeza y Buen Pastor (Ef 2,20). Apoyados en este terreno firme,
los santos de cada época han sido las personas más audaces y los
únicos que han renovado la Iglesia. Los "dones carismáticos"
quedan siempre garantizados y estimulados por "la gracia de los
Apóstoles" y sus sucesores (LG 7).
En el Pueblo de Dios, cada uno tiene una misión específica
que cumplir, en vistas a construir la comunión universal: los que
presiden la comunidad ("jerarquía") sirven como "principio y
fundamento de unidad" (LG 23); los que viven insertados "en los
asuntos temporales" ("laicos") sirven como "fermento" evangélico
(LG 31); los que profesan públicamente los consejos evangélicos
("religiosos") sirven de signo y estímulo de las bienaventuranzas
(LG 44). Todos están llamados a ser santos sin rebajas y apóstoles
sin fronteras, sin privilegios ni ventajas temporales, a imitación
de Cristo que "no vino para ser servido, sino para servir y para
dar su vida en rescate por todos" (Mc 10,45).
La libertad del Espíritu (cfr. 2Cor 3,17) ayuda a armonizar
la verdad con la caridad, la responsabilidad con la comunión.
Cuando uno es esclavo de su propio interés, origina una ruptura y
división en su corazón y en la comunidad, a veces incluso en
nombre de la propia misión y carisma.
La libertad es la actitud de donación plena, sin
condicionamientos internos o externos. Sólo con esta actitud de
libertad "espiritual" (según el Espíritu Santo), se descubre que
en toda circunstancia se puede hacer siempre lo mejor.
Por el hecho de pertenecer a "un mismo cuerpo" vivificado por
"un solo Espíritu" (1Cor 12,1-13), cada vocación, carisma y
ministerio se realiza reconociendo y estimulando a las demás
vocaciones, carismas y ministerios. Todo es don del mismo
Espíritu. Hay una relación íntima entre las gracias recibidas por
todos los hermanos, de suerte que la fidelidad generosa a un don
del Espíritu (vocación, carisma, ministerio) repercute en los
demás y depende de los demás.
La fidelidad a los propios dones de Dios incluye el
conocimiento y la colaboración efectiva con los dones recibidos
por los demás creyentes. El amor a la propia institución y a la
propia comunidad es auténtico cuando se realiza como eco armonioso
de otras instituciones y comunidades eclesiales. Cada persona y
cada comunidad e institución son una historia de gracia que
pertenece a la historia común de toda la Iglesia.
Cada uno es responsable de la vid de todos los demás,
especialmente de los llamados a vivir el mismo carisma y a ejercer
el mismo servicio eclesial. Toda comunidad es una fraternidad en
la que cada uno es responsable de la vida espiritual, pastoral,
cultura y personal de los otros. La comunión se construye entre
todos, como reflejo de la donación entre el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo. No se aporta nada positivo a la comunión cuando un
sólo acude pasivamente para recibir rutinariamente.
La comunión eclesial es "sacramental", es decir, signo eficaz
de la presencia de Cristo resucitado: "Donde están dos o más
reunidos en mi nombre, allí estoy en medio de ellos" (Mt 18,20).
La responsabilidad de cada uno consiste en construir este signo
sacramental, signo transparente y portador de Cristo, signo de
unidad: "En esto conocerán que sois mis discípulos, si os amáis
unos a otros" (Jn 13,35). La unidad es fruto de la aportación
libre, generosa y responsable de cada uno, según las gracias
recibidas, en vistas al servicio y "utilidad" de todos (cfr. 1Cor
12,7).
Para poder colaborar responsablemente en la construcción de
la comunión fraterna, hay que conocer y amar sin complejos el
propio carisma (laicado, vida consagrada, sacerdocio ministerial,
etc.). La alegría de pertenecer a Cristo según la propia llamada,
garantiza la actitud relacional de amistad con él, la actitud de
seguimiento evangélico y la actitud de disponibilidad misionera.
La persona fiel al propio carisma es la que sabe colaborar más
responsablemente en la construcción de la comunión en la Iglesia
particular y universal. Las rupturas en la comunión eclesial se
han incubado previamente en el propio corazón y en la propia
comunidad. Las personas que viven con fidelidad y generosidad el
evangelio nunca son un hueso fuera de sitio.
MEDITACION BIBLICA
- A partir del amor de Cristo a su Iglesia:
"Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, para
santificarla, purificándola, mediante el lavado del agua con
la palabra, a fin de presentársela a sí gloriosa, sin mancha,
arruga o cosa semejante, sino santa e intachable" (Ef 5,25-
27).
"Mi Iglesia" (Mt 16,18), "mi madre y mis hermanos" (Mt
12,48).
"Como el Padre me amó, sí os he amado yo" (Jn 15,9)
"Por él, todo el cuerpo crece por crecimiento divino" (Col
2,19).
"Nos arrancó del poder de las tinieblas y nos ha trasladado
al reino del Hijo de su amor... El es la cabeza de su cuerpo
que es la Iglesia" (Col 1,13-18).
- Signo de comunión:
"Signo levantado en medio de las naciones para reunir a los
dispersos de Israel... de los cuatro extremos del orbe" (Is
11,12).
"Somos conciudadanos de los santos y miembros de la familia
de Dios" (Ef 2,19)
"El que permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en
él", porque "Dios es Amor" (1Jn 4,16).
"Damos gracias a Dios... al tener noticia de vuestra fe en
Cristo Jesús y de vuestro amor para con todos los creyentes"
(Col 1,4).
- Comunión efectiva:
"Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida
porque amamos a los hermanos" (1Jn 3,14).
"Dad gracias al Padre que os ha hecho dignos de compartir la
herencia de los santos en la luz" (Col 1,12).
"Plugo al Padre... por medio de él reconciliar consigo todas
las cosas, tanto las del cielo como las de la tierra, creando
paz por medio de su sangre derramada en la cruz" (Col 1,20).
"Que sean uno, para que el mundo crea que tú me has enviado"
(Jn 17,23).
"Donde están dos o más reunidos en mi nombre, allí estoy en
medio de ellos" (Mt 18,20).
"En esto conocerán que sois mis discípulos, si os amáis unos
a otros" (Jn 13,35)
III. COMPARTIR PARA SER IGLESIA COMUNION
3. Vasos comunicantes
La comunión de los santos es una realidad de
intercomunicación a modo de vasos comunicantes. Jesús usó la
imagen de la vid y de los sarmientos. Pablo hablaba de los
miembros de un mismo cuerpo, en el que todos viven
intercomunicándose (1Cor 12,12-27).Estas imágenes son un resquicio
por el que se vislumbra el misterio del Cristo total.
La intercomunicación de bienes no es automática, sino que
depende de la voluntad salvífica de Dios y de la acción de Cristo
Cabeza. Todo viene del Señor y refluye en él. "Así como la
comunión cristiana entre los viadores nos acerca más a Cristo, así
el consorcio con los santos nos une a Cristo, de quien, como de
fuente y de cabeza, dimana toda la gracia" (LG 50).
Esta intercomunión hace resaltar el valor de las cosas más
pequeñas cuando se hacen con amor. Es como "una mina, un filón que
explota la misericordia y la infinita caridad de Dios" y que pone
en evidencia el misterio de la Iglesia: "¡Qué madre es la Iglesia
y qué grande la bondad de Dios, que no deja caer ni desperdiciar
una sola migaja de las buenas obras, de lo más pequeño, que se
sobrenaturalice!" (Concepción Cabrera de Armida).
Como el impacto de una piedra en un estanque de agua produce
ondas que se expanden por toda la superficie, de modo semejante el
actuar de cada creyente repercute en toda la comunidad. "En el
Cuerpo Místico todo lo bueno y justo de cada uno de los miembros
redunda, por la comunión de los santos, en el bien de todos" (Pío
XII, Mystici Corporis Christi).
Por el hecho de vivir en Cristo, compartimos con los demás
hermanos todo lo que somos y tenemos. "La obra de aquel que forma
una sola cosa conmigo en la caridad, en cierto modo es también
mía" (Santo Tomás). Pero no son sólo los bienes los que se
comparten, sino también el mismo ser como participación del ser de
Cristo. La comunión de las cosas santas es expresión de la
comunión de personas santas.
La oración cristiana es siempre un eco de los sentimientos y
amores de Cristo. Esta realidad puede ser más o menos consciente,
pero no deja de ser verdad objetiva. Nuestra oración, seamos o no
conscientes, es siempre en bien de todos y de cada uno. Toda
persona humana, sin excepción, es acompañada por las oraciones y
la caridad de todos los miembros de la Iglesia, del purgatorio y
del cielo. La oración es el intercambio más eficaz entre la
Iglesia peregrina (militante), purgante y triunfante. Nuestras
oraciones, satisfacciones y méritos se convierten en bien de
todos.
Todas las personas redimidas y santificadas por la gracia de
Cristo comparten entre sí la vida sobrenatural. "Todo lo bueno y
santo que emprende un individuo repercute en bien de todos"
(Catecismo Romano). No son las obras por sí mismas las que tienen
esta virtud, sino que "es la caridad la que hace que les
aproveche" (ibídem). La calidad de la comunión de los santos no
estriba en la magnitud humana de las obras, sino en el grado de
caridad o donación.
Los carismas y dones del Espíritu Santo se reciben para
servir y compartir: "A cada uno se le otorga la manifestación del
Espíritu para común utilidad" (1Cor 12,7). La iniciativa de los
dones es de Dios (cfr. 1Cor 12,11; Ef 1,5). Son siempre "gracias",
dones gratuitos "para edificar el cuerpo de Cristo" (Ef 4,12), es
decir, la Iglesia en comunión.
El punto de partida de la comunión eclesial es siempre
Cristo. Es él quien nos comunica todo lo que es y tiene: su
filiación divina (participada), sus méritos y satisfacción, su
oración de intercesión, su glorificación... Por el hecho de estar
"bautizados" e "injertados" en él (Rom 6,3-5), participamos de su
misterio pascual y de sus frutos: "De su plenitud hemos recibido
todos, gracia sobre gracia" (Jn 1,16).
La comunión de los santos deriva de la comunión con Cristo.
En este sentido le "completamos" (cfr. Col 1,24) como instrumento,
expresión y prolongación suya. Por esto, la Iglesia, "cuerpo",
"pueblo" y "esposa" de Cristo, es "su complemento" (Ef 1,23). Por
la comunión de los santos, crecemos todos como "Cristo total".
La comunicación entre vasos comunicantes se puede interrumpir
por obstáculos, rupturas y vacíos. Toda comparación es inexacta,
pero el Señor usó analogías útiles para vislumbrar un misterio
inefable de gracia: el misterio de Dios Amor que se desborda en
toda la humanidad. Jesús habló de testimonio y de escándalo, de
anuncio y de silencio, de compartir con amor y de encerrarse en su
propio egoísmo...
Jesús predicaba el Reino, que es él mismo, viviente en los
corazones, en la comunidad y esperando en el más allá. Este Reino
de hermanos, que pueden ayudarse o estorbarse, "es ante todo una
persona que tiene que tiene el rostro y el nombre de Jesús de
Nazaret, imagen del Dios invisible" (RMi 18). No sería posible la
comunión de bienes si Cristo no estuviera en medio de los
hermanos.
La comunidad eclesial se va construyendo como comunión, que
influye en toda la familia humana, cuando vive en sintonía con
Cristo presente. El Señor continúa comunicando a la comunidad su
palabra, su donación sacrificial, su mandato del amor y su mandato
misionero. "En efecto, toda comunidad, para ser cristiana, debe
formarse y vivir en Cristo, en la escucha de la palabra de Dios,
en la oración centrada en la eucaristía, en la comunión expresada
en la unión de corazones y espíritus, así como en el compartir
según las necesidades de los miembros (Act 2,42-47). Cada
comunidad debe vivir unida a la Iglesia particular y universal"
(RMi 51).
Esta realidad de comunión es un "misterio verdaderamente
tremendo y que jamás se meditará bastante" (Pío XII, Mystici
Corporis Christi). La repercusión puede ser positiva, pero también
puede haber omisiones, con la consecuente pérdida vital en los
demás hermanos.
Los grandes momentos históricos de evangelización han sido
momentos de gracia y de comunión eclesial, vividos generosamente
por personas santas, que se han sentido vinculados y comprometidos
en el camino de salvación universal: "Acuérdate, Jesús mío, que
todas las almas están vinculadas a la mía propia por el deseo de
tu gloria, por mis ansias de salvarlas, por mi anhelo de que se
enamoren de Ti. Dámelas por herencia. Sí, Jesús, dame almas y
quítame lo que quieras" (M. María Inés Teresa Arias). El
sufrimiento y las dificultades, transformadas en amor de donación,
son comunión eficaz de "proporciones colosales", porque "sólo Dios
sabe a dónde llega un alma que así sabe sufrir" (idem).
MEDITACION BIBLICA
- La alegría de compartir:
"Dios ama al que da con alegría" (2Cor 9,7).
"Hay más felicidad en dar que en recibir" (Act 20,35).
"Practicad la hospitalidad; bendecid a los que os persiguen,
no maldigáis. Alegraos con los que se alegran; llorad con los
que lloran. Tened un mismo sentir los unos para con los
otros; sin complaceros en la altivez; atraídos más bien por
lo humilde; no os complazcáis en vuestra propia sabiduría.
Sin devolver a nadie mal por mal; procurando el bien ante
todos los hombres; en lo posible, y en cuanto de vosotros
dependa, en paz con todos los hombres" (Rom 12,13-18).
1. Creer es comprometerse
2. Adhesión personal a Cristo que vive en los hermanos
3. Compartir una misma historia
Meditación bíblica
Nuestra historia humana es un mismo caminar de hermanos,
convocados por Cristo para compartir toda la vida y llegar a ser
una Iglesia "comunión", a modo de vasos comunicantes, gracias a
Cristo Cabeza de todo su Cuerpo Místico.
Desde tiempos apostólicos, la Iglesia ha profesado siempre la
fe en la "comunión de los santos". El símbolo o "credo" llamado
"apostólico", lo expresa así con una fórmula que literariamente se
remonta al siglo IV: "Creo en la comunión de los santos".
En este tema lo importante es decidirse a vivir la fe
cristiana, es decir, comprometerse a ser consecuente con la
afirmación del "credo". Esta fe es adhesión persona a Cristo y se
traduce en compromisos concretos. La persona se realiza en la
medida en que se construye según el amor de donación a Dios y a
los hermanos.
Los que profesamos el mismo "credo" nos hemos comprometido a
compartir la misma historia: de trabajo para transformar la
creación (Gen 1,28); de convivencia humana para hacernos imagen de
Dios amor Gen 1,26-27); de relación personal y comunitaria con
Dios por el rezo comprometido del "Padre nuestro" (Mt 6,9-13), que
es expresión de las bienaventuranzas y del mandato del amor (Mt
5,48; Jn 13,34-35).
1. Creer es comprometerse
Nuestra fe en la "comunión de los santos" tiene dos aspectos:
1º) formamos una comunidad que posee en comunión los bienes
espirituales de todos; 2º) cada uno coopera al bien de los demás
según su caridad o vida en Cristo.
Esta fe compromete a crecer en la caridad (santidad y
apostolado) para bien de todo el Pueblo de Dios, que es Cuerpo
Místico y familia de hermanos. El crecimiento de cada uno, siendo
plenamente personal y responsable, pertenece también a los demás y
repercute en el crecimiento armónico de todos (Ef 2,20-22).
Somos el Pueblo "santo" o de los "santos" (Ex 19,6) porque
pertenecemos a Dios que es "el Santo" (Apoc 4,8; Lev 11,44). Dios
es el único del que procede todo ser, el que es fiel al amor y a
la historia humana, el que sostiene nuestra existencia, "el que
es" (Ex 3,14). El Pueblo de los santos está llamado a ser santo,
es decir, a ser fiel a los designios salvíficos de Dios sobre la
historia, sobre cada ser humano y sobre toda la familia humana.
Nuestro ser, reflejo del ser de Dios (sentido ontológico) tiene
que expresarse en un obrar que sea también reflejo del obrar de
Dios Amor (sentido moral).
Comenzamos a ser los "santos" de la "plenitud de los tiempos"
(Gal 2,4) o de los tiempos definitivos, que son los de la Iglesia
como nuevo Israel. Es la Iglesia de los "santificados en Cristo
Jesús, llamados a ser santos" (1Cor 1,2).
San Pablo habla continuamente de la "comunión" entre los
"santos o creyentes en Cristo. Es la comunión de las gracias
recibidas y la comunión de cooperación o de ayuda entre las
personas que formamos el mismo Cuerpo Místico de Cristo. Esta es
nuestra vocación: "Fiel es Dios que os ha llamado a vivir en
comunión con su Hijo Jesucristo, nuestro Señor" (1Cor 1,9; 2Cor
9,13; Fil 2,2-4).
Esta "comunión de bienes espirituales" entre todos los
creyentes y, de algún modo, entre todos hombres, "no se interrumpe
con los hermanos que se durmieron en la paz de Cristo" (LG 49). La
Iglesia sigue siendo una en la comunión entre los que todavía
peregrinamos y los que ha llegaron al más allá. Cuando realizamos
un acto de "comunión", establecido por la Iglesia, nuestro ser
(ayudado por los méridos de Cristo, María y los santos) se abre al
amor y comunica amor. Es el caso de las "indulgencias" concedidas
por la Iglesia.
El Espíritu Santo, expresión personal del amor entre el Padre
y el Hijo, es el agente de esta comunión fraterna y eclesial, como
reflejo del amor trinitario (cfr. LG 4). La eucaristía, por el
hecho de ser "signo de unidad y vínculo de caridad" (SC 47), es el
sacramento que construye la comunión eclesial, como "fuente y
cumbre de toda la vida cristiana" (LG 11).
"Vivimos unidos en una misma caridad para con Dios y para con
el prójimo" (LG 49). Esta caridad, con toda su riqueza de vida
divina y de méritos, se comunica a todos los hermanos también por
la oración, servicio, testimonio, donación... "Con el culto y con
la oración, con la penitencia y la libre aceptación de los
trabajos y sufrimientos de la vida, con la que se asemejan a
Cristo paciente, pueden llegarse a todos los hombres y ayudar a la
salvación del mundo entero" (AA 16).
Comprometerse a vivir la "comunión de los santos" en la
propia comunidad, significa colaborar a que sea escuela de
santidad, de oración, de seguimiento evangélico de Cristo y de
misión universal. La comunión de personas y de bienes comporta la
comunión en la convivencia y en la acción. La señal de vivir esta
comunión es la alegría serena del ambiente fraterno. "Vivir con
serenidad de corazón es transparentar a Dios" (Bto. Francisco
Coll).
La comunión es don de Dios y tarea humana en la libertad y la
responsabilidad. Recibimos y damos. El don de Dios (la gracia)
hace posible nuestra respuesta de donación. Los bienes recibidos
de los hermanos (de esta tierra y del más allá) son ayuda y
estímulo para transformar la vida en donación. El gozo de la
convivencia no consiste en sentirse complacido por los otros, sino
en hacer felices a los demás, según las palabras de Jesús
referidas por San Pablo: "Hay más alegría en dar que en recibir"
(Act 20,35).
Estamos llamados a construir una nueva cultura: la cultura de
comunión. El compromiso de la fe en la comunión de los santos se
concreta en el respeto a la creación, la solidaridad con los
hermanos de todos los pueblos y la sintonía con los planes
salvíficos de Dios. Esta comunión es la "gloria" de Dios, como
expresión suya en el cosmos y en la humanidad. "La gloria de Dios
es el hombre viviente" (San Ireneo).
En la celebración eucarística se nos ofrece todo un programa
de compromisos para construir la comunión. Por nuestros hermanos
que caminan con nosotros, pedimos así: "Llévalos a la perfección
por la caridad" (plegaria eucarística). Por los que ya pasaron al
más allá, rogamos con confianza: "Admítelos a contemplar la luz de
tu rostro" (ibídem). Pero la eficacia de nuestra oración depende,
en gran parte, de nuestro "sí" ("amén") generoso, de nuestra
actitud filial y fraterna ("Padre nuestro") y de nuestro
compromiso por construir la paz a partir de la comunión
eucarística.
La comunión es más eficiente cuando se vive a partir del
propio carisma y vocación específica. El Espíritu Santo comunica
sus dones para que, viviéndolos con autenticidad, encontremos en
ellos un eco de todos los carismas que él distribuye en la
Iglesia. La armonía de comunión entre diversos carismas eclesiales
se construye con la fidelidad generosa por parte de todos. Un
carisma que no se pusiera al servicio de los demás, para dar y
para recibir en la comunidad eclesial, se reduciría a meras
cualidades humanas vacías de Espíritu. Del propio compromiso de
comunión depende que la comunidad eclesial sea escuela de santidad
y de misión: "La muchedumbre de los creyentes tenía un solo
corazón y una sola alma, y ninguno tenía como propio nada de lo
que poseía, sino que tenían en común todas las cosas" (Act 4,32).
MEDITACION BIBLICA
- Construir la comunión en una Iglesia misionera:
"Estáis edificados sobre el cimiento de los Apóstoles y
profetas, y el mismo Jesús es la piedra angular. En él todo
el edificio, bien trabado, va creciendo hasta formar un
templo consagrado al Señor, y en quien también vosotros vais
formando conjuntamente parte de la construcción, hasta llegar
a ser, por medio del Espíritu, casa en la que habita Dios"
(Ef 2,20-22).
"La muchedumbre de los creyentes tenía un solo corazón y una
sola alma, y ninguno tenía como propio nada de lo que poseía,
sino que tenían en común todas las cosas" (Act 4,32).
"Acogeos mutuamente, como Cristo nos acogió para gloria de
Dios" (Rom 15,7).