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SINODAL
AD GENTES (AG 1-4) habla de la misión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo
Catecismo de la Iglesia Católica 234 “El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de
la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros
misterios de la fe; es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial en la
"jerarquía de las verdades de fe"
Directorio General de Catequesis (DCG 43). "Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la
historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu
Santo, se revela a los hombres, los aparta del pecado y los reconcilia y une consigo" (DCG 47).
El jubileo del año 2000, fue preparado con un triduo de años, dedicado a cada uno de las personas
de la Santísima Trinidad:
El Papa Juan Pablo II, durante los meses de Enero a Junio del año 2000, nos ofreció una Catequesis
acerca del Misterio de la Santísima Trinidad, durante la Audiencia General de los Miércoles: La
gloria de la Trinidad en la Creación; La gloria de la Trinidad en la Encarnación; La gloria de la
Trinidad en el Bautismo de Cristo; La gloria de la Trinidad en la Transfiguración; La gloria de la
Trinidad en la Pasión; La gloria de la Trinidad en la Resurrección; La gloria de la Trinidad en la
Ascensión; La gloria de la Trinidad en Pentecostés; La gloria de la Trinidad en el hombre vivo; La
gloria de la Trinidad en la vida de la Iglesia Espiritualidad misionera en el documento de Aparecida
Documento de Aparecida. Al dirigir una mirada hacia la realidad de América Latina y El Caribe,
el Documento de Aparecida constata que existe, “como reacción al materialismo, una búsqueda
de ‘espiritualidad, de oración y de mística’ que expresa el hambre y sed de Dios” (DA n. 99, g).
No se trata de transmitir una doctrina o una serie de enseñanzas sino de una experiencia
profunda de la Buena Nueva. Por eso están siempre unidas la espiritualidad, la pastoral y la
teología. De manera especial dedica un apartado del capítulo sexto que explica el itinerario
formativo de los discípulos misioneros y lo titula “Una espiritualidad trinitaria del encuentro con
Jesucristo” (no. 240-275)
240. Una auténtica propuesta de encuentro con Jesucristo debe establecerse sobre el sólido
fundamento de la Trinidad-Amor. La experiencia de un Dios uno y trino, que es unidad y comunión
inseparable, nos permite superar el egoísmo para encontrarnos plenamente en el servicio al otro.
La experiencia bautismal es el punto de inicio de toda espiritualidad cristiana que se funda en la
Trinidad.
241. Es Dios Padre quien nos atrae por medio de la entrega eucarística de su Hijo (cf. Jn 6, 44),
don de amor con el que salió al encuentro de sus hijos, para que, renovados por la fuerza del
Espíritu, lo podamos llamar Padre: “Cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su propio
Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo el dominio de la ley, para liberarnos del dominio de la ley y
hacer que recibiéramos la condición de hijos adoptivos de Dios. Y porque ya somos sus hijos, Dios
mandó el Espíritu de su Hijo a nuestros corazones, y el Espíritu clama: ¡Abbá! ¡Padre!” (Gal 4, 4-5).
Se trata de una nueva creación, donde el amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, renueva la
vida de las criaturas.
242. En la historia de amor trinitario, Jesús de Nazaret, hombre como nosotros y Dios con
nosotros, muerto y resucitado, nos es dado como Camino, Verdad y Vida. En el encuentro de fe
con el inaudito realismo de su Encarnación, hemos podido oír, ver con nuestros ojos, contemplar y
palpar con nuestras manos la Palabra de vida (cf. 1Jn 1, 1), experimentamos que “el propio Dios va
tras la oveja perdida, la humanidad doliente y extraviada. Cuando Jesús habla en sus parábolas del
pastor que va tras la oveja descarriada, de la mujer que busca la dracma, del padre que sale al
encuentro de su hijo pródigo y lo abraza, no se trata sólo de meras palabras, sino de la explicación
de su propio ser y actuar”. Esta prueba definitiva de amor tiene el carácter de un anonadamiento
radical (kénosis), porque Cristo “se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y
una muerte de cruz” (Flp 2, 8).
La patria es el lugar donde hemos nacido. Es la tierra natal, a la que nos sentimos vinculados por
vínculos afectivos, históricos y jurídicos. La patria nos hace referencia a los padres, a la familia de
la cual recibimos no sólo el ser sino la forma de ser, es decir, la cultura: y en ella englobamos una
forma de comprender y vivir la religión, el arte, la técnica, el trabajo, la economía, el lenguaje... En
la patria, naturaleza y cultura se vinculan en una fuente de identidad. Y porque nos sentimos en
casa en la propia patria, cuando estamos fuera con tristeza y nostalgia añoramos el pronto
regreso. Esto nos hace comprender que la patria de los cristianos es la Trinidad, un profundo
entramado de comunión y misión. Y decir esto significa afirmar que nuestra identidad como
cristianos es la Trinidad, nuestro ADN genético es la comunión misionera de la Trinidad.
En la creación encontramos la primera salida de Dios hacia fuera de sí mismo. Algunos por
tanto comprenden la teología como “missio Dei”, misión de Dios que crea el mundo y todo lo que
en él existe de la nada. Dios Padre es la fuente y origen de toda misión, envía al Hijo y al Espíritu al
mundo que Él mismo ha creado.
En la Laudatosì, el Papa nos recuerda que la Trinidad es modelo de la relación entre todas las
criaturas: “El Padre es la fuente última de todo, fundamento amoroso y comunicativo de cuanto
existe. El Hijo, que lo refleja, y a través del cual todo ha sido creado, se unió a esta tierra cuando se
formó en el seno de María. El Espíritu, lazo infinito de amor, está íntimamente presente en el
corazón del universo animando y suscitando nuevos caminos. LS 238
Hoy en día se habla mucho de ser una IGLESIA EN SALIDA, una iglesia misionera, y hay un llamado
desde hace muchos siglos, que todos por el bautismo somos discípulos misioneros, pero hay una
comprensión errónea, de que el trabajo de salida es para los que se llaman misioneros, sin saber
que el trabajo es de todos; los obispos, de los sacerdotes, de las religiosas y laicos.
En la historia de la salvación, Dios Padre sale con la Palabra, con Jesucristo, a redimirnos, a
levantar nuestra naturaleza caída por el pecado, e infunde ese soplo no solo en el momento de la
creación, en el momento del bautismo en el Jordán sino su plenitud en Pentecostés.
La misión del Padre Creador, del Hijo Redentor, del Espíritu Santo Santificador, y es la Virgen María
y San José quien ha entrado en este misterio de la MISION Trinitaria, Ella diciendo hágase en mi
según tu Palabra, y San José en el silencio y cumpliendo la voluntad de Dios. Una misión de salida
para amar, restaurar, embellecer la creación que estamos destruyendo continuamente, sale el
Redentor, para redimir nuestra dignidad como hijos de Dios, para sanar, para curar, para darle el
lugar a la mujer, a la familia, darle lugar a la verdad, y sale el Espíritu Santo para santificar todo
aquello que realizamos con todo nuestro ser, con todo nuestro cuerpo, con toda nuestra alma, con
todo nuestro corazón
He aquí que viene una pregunta muy importante ¿La Iglesia tiene una misión o la MISION TIENE
UNA IGESIA? tú tienes una misión o la MISION de Dios te tiene a ti, comprende muy bien esta
parte, Tu eres una Misión que tienes que realizar en el cuerpo místico de Jesús, por eso esa frase
que Jesús le dijo a Pedro: Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi
Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los
Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará
desatado en los cielos» Porque todo discípulo debe ser enviado por Cristo, por la comunión que
debemos vivir en su Iglesia, Jesús nos insiste Yo soy la vid y ustedes os sarmientos, el que
permanece en m y yo en él, ese da mucho fruto Jn15,
EL AMOR A LA IGLESIA
Tal vez no conocemos y amamos la viña que Dios planto para trabajar por su Reino,
Ya el Concilio Vaticano II, nos hace una presentación de quién es la Iglesia y empieza
hablar con el primer lugar el misterio de la SANTÍSIMA TRINIDAD, luego el II.- Pueblo de
Dios, el No. III de la Jerarquía, capítulo IV de Laicos y capítulo V la vocación de todos a la
Santidad, el VI pidiendo una radicalidad a los Consagrados y todos en el capítulo VII
vivimos peregrinos, en esa parusía del ya y todavía o, poniendo en el capítulo VIII como
modelo la Santísima Virgen María.
Bienaventurado el misionero que vive enamorado de Cristo, que se fía en Él como lo más
necesario y absoluto, porque no quedará defraudado.
Bienaventurado el misionero que cada mañana dice “Padre nuestro” llevando en su corazón
todas las razas, pueblos y lenguas, porque no se conformará con una vida mezquina.
Bienaventurado el misionero que mantiene su ideal e ilusión por el Reino y no pierde el tiempo en
cosas accidentales, porque Dios acompaña a los que siguen su ritmo.
Bienaventurado el misionero con un corazón puro y transparente, que sabe descubrir el amor y la
ternura de Dios sin complicaciones, porque Dios siempre se le revelará.
Bienaventurado el misionero que sabe discernir con sabiduría lo que conviene callar y hablar en
cada circunstancia, porque nunca tendrá que arrepentirse de haber ofendido a un hermano.
Bienaventurado el misionero que no puede vivir sin la oración y sin saborear las riquezas de la
palabra de Dios, porque esto dará sentido a su vida.
Bienaventurado el misionero que anuncia la verdad sobre Jesucristo y denuncia las injusticias que
oprimen a los hombres, porque será llamado profeta de los signos de los tiempos.
Bienaventurado el misionero que sabe asumir y valorar la cultura de los pueblos, porque habrá
entendido el misterio de la Encarnación.
Bienaventurado el misionero que tiene tiempo para hacer felices a los demás, que encuentra
tiempo para los amigos, la lectura, el esparcimiento, porque ha comprendido el Mandamiento del
Amor y se reconoce humano y necesitado.