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El libro de texto, un libro especial

por Diego F. Barros 1

Las presentes líneas constituyen una invitación para sistematizar y


reflexionar acerca de las características que hacen del libro que se
utiliza en la escuela, un subproducto de la industria cultural con
características bien específicas.

En la numerosa y variada familia de los productos editoriales, los libros constituyen tal
vez, uno de los objetos culturales de consumo más extendido. Dentro del amplio
espectro del universo bibliográfico, el libro de texto o libro escolar -en sus distintas
modalidades- constituye un miembro con características bastante peculiares.

Veamos, pues, en qué consisten dichas especificidades, dejando sentado previamente


que el orden en el que se exponen las mismas no responde a jerarquización alguna.

Un libro prisionero de la currícula

Como bien se sabe, el libro escolar debe responder a lineamientos curriculares


elaborados por la autoridad educativa. En efecto, los editores de libros de este tipo
deben, como primera medida, consultar y tener presente los temas y contenidos que
han sido señalados como pertinentes para el tramo de la escolaridad al que
determinado libro estará dirigido. Es por ello que, más allá de las posibilidades de
interpretación que toda currícula puede y debe implicar, los libros para la escuela son
presas de esos documentos, de esos contenidos prescriptos, al punto que los
maestros y profesores seleccionan y recomiendan determinados textos en función de
aquello que, a su vez, les es exigido cumplir como conductores del aprendizaje. De
manera, pues, que los documentos curriculares constituyen los ingredientes
indispensables que el editor no podrá eludir sin que ello implique un riesgo para el
éxito de su propuesta.

Un libro, tres perspectivas

A diferencia de otros tipos de libros, el de texto constituye, de alguna manera, una


síntesis entre tres perspectivas diferentes. Por un lado, la perspectiva conceptual
disciplinaria, en la medida en que lo que se imparte en las escuelas es conocimiento
científico; por otro,la perspectiva pedagógica, ya que dichos conocimientos no están
elaborados para la mera divulgación sino que serán objeto de un procesamiento
didáctico. En efecto, en tanto se trata de un objeto que es usado en una situación de
enseñanza-aprendizaje, éste debe incluir una propuesta pedagógica afín con el lector
al que la misma está destinada. Finalmente, una última perspectiva, la perspectiva
editorial , contribuye a forjar un libro diferente, ya que el editor debe introducir
decisiones en el original del autor que son de un tipo muy distinto a las que se
introducen, por ejemplo, cuando se edita una novela, una compilación de ensayos o
una antología poética.
El editor de libros escolares debe saber, entre otras cosas que, por ejemplo, su lector
tiene tiempos y espacios muy especiales para el uso del libro o que no existe sólo un
uso posible de cada uno de los espacios previstos en sus páginas. Por el contrario,
ese libro puede ser objeto de un uso colectivo, puede necesitar de espacios en blanco

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Diego F. Barros es Licenciado en Sociología (Universidad de Buenos Aires) Se ha
desempeñado como editor de libros escolares en diversas editoriales del área.

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para completar, puede incluir páginas que deben ser recortadas, etcétera.

Es pues, en el lugar mismo en el que se produce la intersección de estas tres


dimensiones -la conceptual-disciplinar, la pedagógica y la editorial- donde puede
decirse que se ha dado origen a un libro escolar.

Un lector especial para un libro especial

Así como el objeto libro de texto es, en sí mismo, uno con características especiales,
su lector también lo es. ¿En qué consiste esta particularidad? Pues fundamentalmente
y tal como se dijo en otro lugar, en el hecho de que se trata, en realidad, de tres tipos
diferentes de lectores, cada uno de los cuales sostiene con este tipo de libros una
relación particular.

Por un lado, el texto tiene un lector principal, el alumno, al que está destinado
fundamentalmente; un lector intermediario -el docente- quien es el encargado de
seleccionarlo y de usarlo junto con sus alumnos. Finalmente, el libro escolar tiene un
tercer tipo de lector -los padres-, a los que de alguna manera podría considerárselos
como un lector auxiliar, sobre todo en aquellos casos en los que al ingresar al hogar,
son utilizados por sus jefes para ayudar a sus hijos en las tareas indicadas por el
docente. En muchos de estos casos, los libros de texto son leídos también por los
adultos a los fines de resolver una determinada actividad o para refrescar algún tema
que ellos hayan olvidado de sus épocas de estudiante y que sea motivo de dificultad
por parte de los chicos, etcétera.

De manera, pues, que el público lector del libro de texto asume una complejidad que le
otorga, desde el punto de vista de la construcción del destinatario que el editor
realiza, una particularidad también específica.

Espacios de todo tipo

Finalmente, el libro de texto se caracteriza por la necesidad de disponer, en sus


diferentes páginas, de espacios que tendrán, a su vez, diferentes usos. En efecto, el
editor, a sabiendas de que en la instancia escolar el alumno desarrollará aptitudes de
muy diferente tipo, deberá prever en los espacios de sus páginas, el más amplio
universo posible de los recursos que se hacen necesarios en una situación de
aprendizaje. Dispondrá entonces, entre otros, de textos corridos, textos fragmentados,
fuentes documentales, actividades (grupales o individuales; de reflexión o de
producción; para realizar en el mismo libro o fuera de él, etcétera), fotografías,
epígrafes, mapas, cuadros, esquemas, ilustraciones, diferentes jerarquías de títulos y
subtítulos (con sus correspondientes tipografías), espacios en blanco para completar o
marcar, páginas recortables, etcétera.

El libro escolar es, en definitiva, un caso especial de libro. Pensar y sistematizar sus
características, conocer las dimensiones que se ponen en juego ante cada una de las
decisiones que debe tomar su autor y su editor, reflexionar acerca de las implicancias
conceptuales y pedagógicas que tiene su índice, su estructura o el contenido y la
forma de cada una de sus páginas, permitirá a los docentes enriquecer las
posibilidades que estas herramientas de trabajo tienen para su práctica escolar
cotidiana. En fin, se tratará de una estrategia para potenciar ese diálogo cada vez más
necesario entre el autor, el editor y el docente.

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