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Julio Cortázar tradujo el libro «Memorias de Adriano» de Marguerite Yourcenar; los versos del

emperador Adriano, «Animula vagula blandula», introducen el primer capítulo de la excelente


novela de la escritora francesa, que se aproximó a la figura histórica con una precisión
rigurosa, con una prosa elegante, con un conocimiento del mundo clásico que la erudición del
traductor en ese ámbito ayudó de forma magistral. Los versos de Adriano, según una
traducción que se atribuye a Cortázar, dice así: «Mínima alma mía, tierna y flotante / huésped
y compañera de mi cuerpo / descenderás a esos parajes pálidos, rígidos y desnudos, / donde
habrás de renunciar a los juegos de antaño.» Es una forma bella de expresar el sentimiento por
el alma compañera que abandona el cuerpo. En el precioso poema que Cortázar dedica a
Alejandra Pizarnik aparecen estos versos producto de su propia creación: «animula el tabaco /
vagula Anaïs Nin / blandula vodka tónic», claro, nada que ver con el Imperio Romano; el
surrealismo tiene sus propias no-leyes que hacen que sea lo que es y no otra cosa o todas las
cosas a la vez o ninguna. Amén.

Debemos a Marguerite Yourcenar la escritura de las falsas Memorias de  Adriano, uno
de los más notables emperadores de Roma (117-138). Esta novela, que le llevó a la
autora una década de trabajo, es considerada por muchos como una de las obras más
singulares, bellas y hondas de la literatura del siglo XX. Consigue recrear la vida y
pensamientos del emperador hispano, sin olvidar la apasionante relación amorosa con su
amante, el joven griego Antinoo.

La obra está escrita como una larga carta de Adriano a su nieto adoptivo y futuro
sucesor, Marco Aurelio. Adriano le explica su pasado, describiendo sus triunfos, su
amor por Antinoo y su filosofía. Memorias de  Adriano fue una novela pionera que ha
servido de influencia en la posterior novelística histórica y se ha convertido en una obra
maestra de la literatura moderna.

Se trata de un texto que necesita ser leído con hondura. El premio es grande.

Aquí un fragmento de la afortunada traducción al castellano que realizó Julio Cortázar:

Con estos versos que compuso el Emperador Adriano, posiblemente poco tiempo,
semanas o quizás días, antes de que la muerte le sorprendiera en Baia, Bacoli, de frente
al Golfo de Nápoles, el 10 de julio del año 138 d.C y que nos hablan con melancólico
sentimiento de los tiempos pasados y el agudizarse el presagio de una muerte cercana a
la que nos debemos enfrentar con el valor consciente de mirarla a los ojos, “con los ojos
abiertos”, en el momento del ineluctable y misterioso tránsito, Marguerite Yourcenar
comienza su delicada, hermosísima y emocionante narración, “Memorias de Adriano”,
uno de entre los libros más bellos escritos en el siglo XX que, a pesar de haber sido
trágicamente sufriente, como pocos de los que la historia nos ha trasmitido el recuerdo
de la aventura humana, – dos Guerras Mundiales, guerras civiles y gerrillas cruentas en
toda la extensión del Universo mundo, epidemias, el recrudecerse de pestes antiguas y
de reciente descubrimiento que llegan hoy hasta las puertas de una Europa que
pensábamos fuera invulnerable…- , pero, al mismo tiempo febril y entusiasmantemente
creativo en las artes, las letras y la ciencia.

Y si recuerdo al Emperador Adriano, es porque en la época en que Publius Aelius


Hadrianus, español, por parte de padre posiblemente de origen italiano, nacido en
Itálica, en la antigua provincia de la Bética, en la Sevilla de hoy bañada por el
Gudalquivir, rigió los destinos del inmenso Imperio Romano, la Humanidad, según la
tradición histórica nos cuenta, atravesó por sus momentos más felices.

Y si he citado a este iluminado personaje es, sobre todo, para recordar a su preclaro
antecesor, Trajano, también andaluz y sevillano. Marco Ulpio Nerva Traiano, nacido en
Itálica, el 18 de septiembre del año 53 d.C y muerto en Selinunte, Turquía, el 117 d.C.
fue, junto a Julio César y César Augusto, uno de entre los más grandes emperadores que
conoció la historia del poderosísimo Imperio Romano. Amadísimo por su pueblo, el
Senado Romano le confirió el título honorífico de “Optimus” (“Optimo), y de tal
manera había dejado las huellas de su recuerdo en esta institución legislativa que
cuando moría un emperador y tenía que ratificar su alta magistratura a quien le sucedía,
los miembros del mismo se alzaban de los estrados y puestos en pie hacían el siguiente
augurio que suponía el desearle el máximo de feliz satisfación al que podía aspirar un
ser humano: “Felicior Augusto, Melior Traiano” (“Ser más afortunado que Augusto y
mejor que Trajano”).

Los años que van desde que Trajano aparece en el escenario militar y político del
Imperio, es decir ya en los tiempos de Nerva, otro gran y sabio gobernante y que indica
al español como su sucesor, traspasándole, a su muerte, el cetro de la más alta
magistratura de Roma, el 27 de enero del año 98 d.C, hasta pasada más de una centuria,
coincidendo con la muerte de Marco Aurelio, el 17 de marzo del año 180, d.C,
Emperador nacido en Roma el 26 de abril del 121 d.d.C, pero, también de ascendencia
bética, los considera la historia como la época áurea de la grandeza romana imperial.

Trajano extendió las fronteras del Imperio hasta el límite de 6 millones de km2,
sometiendo a los estados germánicos y británicos, los que hoy son Rumanía y Bulgaria,
las antiguas Tracia y Mesopotamia, Babilonia, el Irán de Zoroastro, territorios de los
Partos y la que, hasta hace unos pocos años, fuera Yugoslavia y después Siria, Israel y
el Norte de Africa y su patria nativa, Hispania, convirtiendo el Mediterráneo en un lago,
rodeado de tierras pertenecientes a provincias romanas, llamándolo por ello “Mare
Nostrum”.

Trajano fue un gran estadista, un general formidable, un filántropo generoso. Uno de los
más grandes estadistas de todos los tiempos, según unánime reconocimiento de la
Historia Universal. No se enriqueció con su cargo, considerándolo, nada más que como
un alto servicio a su patria; combatió con energía y dureza la corrupción allí donde
detectara las huellas de esta lacra social. Mandó edificar, en toda la extensión del
Imperio, obras públicas de todo género, calzadas, acueductos, sobre todo estos últimos
en los lugares donde la asistencia hídrica era más necesaria o bien a causa del clima
seco y caluroso o porque una gran concentración de población así lo exigía. Promocionó
la construcción de puentes, en nuestra tierra tenemos ejemplos como el de Salamanca,
sobre el Tormes o el de Alcántara. Ayudó y beneficiò a los pequeños agricultores en
contra de los excesos y prepotencia de los grandes latifundistas. Creó escuelas gratuítas
y ayudas a las familias de los combatientes, enrrolados en sus legiones y  alejados por
años de sus hogares

Siguiendo esta leyenda áurea Santo Tomás de Aquino puso a Trajano como ejemplo del
pagano virtuoso y Dante, en su “Divina Comedia” ve al espíritu de Trajano en el Ciclo
de Júpiter acompañado de otros personajes históricos y mitológicos, destacados por su
justicia, entre los seis espíritus que forman el ojo del águila mística. Hizo esculpir, sobre
el mármol del frontispicio de su residencia imperial la siguiente inscripción: “Palazzo
Pubblico” (“Palacio Público”) para que todo el ciudadano que lo deseara pudiera entrar
sin que ninguna guardia o vigilancia se lo impidiera. Solía recibir, sin cita previa, a todo
aquel que del Emperador esperaba obtener justicia. Y ante las protestas que recibía de
sus pretorianos y secretarios, por el temor que comportamiento tan insólito pudiera ser
origen de un atentado, Trajano respondía: “Trato a todos como quisiera que el
Emperador me tratara a mí si fuera un ciudadano vulgar”.

Embelleció Roma con nuevos templos y monumentos, sin olvidar los acueductos. A él
se deben la construcción de uno Nuevo Foro, de frente al más antiguo Foro Romano, los
“Mercados de Trajano”, edificados con ladrillo, donde entre otras funziones como
escuelas y oficinas administrativas, los mercaderes y comerciantes exponían pietanza y
toda clase del más variado género de intercambio comercial. Hoy día y a pesar del
tiempo transcurrido desde su inauguración, hace cerca de 1900 años, aún conserva gran
parte de su secular grandeza y es un lugar de silencio arqueológico, junto con los restos
del Foro de Trajano, imprescindibles de visitar para todos aquellos que se acerquen a
Roma para recorrer los bellísimos vestigios de su pasada e inigualable magnificencia.
Todo esta inmensa obra edilicia se debe a la dirección del más célebre arquitecto de la
época, Apolodoro de Damasco que Trajano se llevó a Roma desde las tierras
conquistadas de Siria y que trabajó, también, bajo el mandato imperial de su sucesor, el
Emperador Adriano.

Pero el monumento que mejor y de forma más imponente y bella inmortaliza la


memoria de Trajano es la columna que lleva su nombre y que alza sus 100 pies
romanos, 28,78 mts, 30,86 mts, si se incluye el pedestal hasta la estatua en la cúspide
del mismo. De estilo dórico es el único monumento de los Foros llegado prácticamente
intacto a nuestros días.  De estilo dórico la columna está constituída con 19 colosales
bloques de mármol lunense, “marmor lunensis”, más conocido universalmente como
mármol de Carrara, de 40 toneladas cada uno, con un diámetro de 3,86. Este colosal
monumento tenía una doble intención, la de servir de sepultura a las cenizas del
Emperador y de su esposa, Pompeya Plotina y, después trasmitir a la posteridad, en
forma de grupos escultóricos, las hazañas de Trajano al oriente de sus fronteras. Los
restos de Trajano fueron colocados en su interior, al igual que los faraones lo hacían con
sus cuerpos embalsamados y momificados, en una estancia que contenían, dentro de una
urna de oro, las cenizas del emperador romano. Con las invasiones bárbaras, la columna
fue saqueada de su preciosa urna  y las cenizas se las llevó el viento, qué sé yo, quizás
en una jornada de tramontana, esparciéndolas por el azul del cielo de esta ciudad que
tanto amó y de la que se sintió tan querido.

Sobre lo alto de la columna se colocó una estatua, en bronce del emperador Trajano y
allí estuvo, presidiando su construcción, hasta que esas aves depredadoras de los
mármoles y bronces de la antigüedad clásica romana, que fueron los papas del
Renacimiento y, en este caso, exactamente Sixto V, la sustituyó, en el 1588, por otra de
San Pedro. La de Trajano acabó siendo fundida en los hornos del Vaticano y su precioso
bronce quedó convertido en cañones para la defensa del “Castel Sant’Angelo”, a dos
pasos de la grandiosa Cúpula de Miguel Angel.

Cuando se construyó, la columna estaba flanqueada por dos grandes bibliotecas de


paridad en sus dimensiones, una que contenía textos en lengua griega y la otra en latín,
para que estudiosos o cualquier ciudadano pudiera ilustrarse en las ciencias y las letras
de estas dos grandes culturas y civilizaciones de la antigüedad clásica y comprender el
legado que la segunda había recibido de la primera. Para colocar la columna sobre una
superficie llana y un nivel apropiado de visibilidad, hubo que realizar un desmonte con
un movimieno impresionante del terreno circundante.

Doscientos metros de friso esculpido se envuelven, alrededor de la columna por


ventitrés veces, como si fuera un pergamino de delicados relieves donde constan
escritas las campañas militares del Emperador. La sabia e intuitiva graduación y
sobreposición de los planos, la continua conexión orgánica, sin rupturas que
interrumpan su ciclo narrativo entre las varias escenas y los elementos que la componen,
con un sentido preciso y minucioso de que se están contando unos hechos realmente
acaecidos, típico del arte “realista” romano, posee una  tensión expresiva que no decae
en ningún momento y que recorre  el friso a través de toda su longitud. Y así nos
encontramos con escenas de gran intensidad dramática y poética, como la muerte de
Decébalo, rey de los dacios. Se cuenta que la cabeza de este valeroso monarca, después
de haberse suicidado al no soportar el dehonor de la derrota, cayó rodando a los pies de
Trajano. La columna ya entusiasmó a sus contemporáneos. A través de los siglos
millones y millones de gentes venidas desde los cuatro puntos cardinales del planeta,
han sentido un nudo en la garganta ante la grandeza de la Columna Trajana, una de las
obras maestras de la escultura de todos los tiempos y que se ha atribuído a la genialidad
de la mano de Apolodoro de Damasco. En lo alto de la columna y posiblemente después
de la muerte del Emperador, el Senado le dedicò una lápida conmemorativa con la
siguiente inscripción. “Senatus populusque romanus. Imperatori Caesari divi Nervae
filio Nervae. Traiano Augusto Germanico Dacico. Pontifici Maximo tribunicia potestate
XVII, Imperator VI, Consul VI, pater patriae ad declarandum quantae altitudinis mons
et locus tantis operibus sit egestus” (“El Senado y el pueblo romano al emperador César
Nerva Trajano, hijo del divo Nerva, Germánico, Dacio, pontífice máximo, investido
diez y siete veces con la potestad de tribuno, aclamado seis veces emperador y seis
veces cónsul, padre de la patria. Para que se tenga constancia de la altitud que tenía la
colina y cuántos trabajos han costado para su demolición”). La columna servía, entre
otras cosas, para indicar el nivel original de la colina, antes de sus movimientos de tierra
y así liberar el área nececesaria al nuevo Foro y situarlo a la misma altura de los
hemiciclos de la plaza !Obra de romanos! Así se dice y por algo será.

Me gusta imaginar los fastos, en la época de mayor gloria del Imperio, cuando el 13 de
mayo del año 113 d.C tuvo lugar la inauguración de la Columna Trajana !Feliz
cumpleaños Emperador!

Y a mí me ha dado por pensar que visto como va el mundo por estas latitudes romanas y
por quellas otras entrañables de mi tierra Hispania, comenzando por la provincia Bética,
esto es la Andalucía cruzada y regada por el Guadalquivir, pues se me parte el alma no
tanto de indignación cuanto de tristeza, ya que, a estas alturas de la vida, cada día que
veo amanecer la tristura, que nada tiene que ver con la resignación, es más fuerte que el
orgulloso cabreo de sentirme español. Y sin querer dar lecciones de historia y menos de
arqueología, que para ello están los expertos y sólamente guiado por mi perpetua
curiosidad con que contemplo Roma, desde hace 36 años, y para evadirme de los tales y
grandes desmanes que suceden en mi patria, me he refugiado, por unos momentos, en
las gestas de unos cuantos hispánicos-andaluces que, mientras exista la historia, serán
preclaros testigos de cuánto hicieron grande la provincia romana de la Hispania.
Ni que decir tiene que comparar a esos indignos robaperas y medio cucharas llaménse
Griñán, Chaves o Malena, o Arenas o el golferas del Felipe González con sus gobiernos
corrompidos y… !Sabio de Europa! pero !Dios mío! !Pero qué bajo hemos caído! sería
como hacerlo con todos los dioses del Olimpo pagano de Roma en confrontación con
monaguillos de parroquia barriobajera.

Con un presidente que se tiñe el pelo de color mostaza estropajo o una telefonista del
PSOE, la tal Valenciano que lo hace, si la óptica no me engaña, de rojo, para evidenciar
su procedencia y un Aznarín, melenudo y bigotudo, tal que parece un  roquero de
barrio, siempre al borde histérico de la denuncia judicial porque una marujona cuenta en
los canales de radio o tv basura, cosas que atañen a sus relaciones matrimonales, pero !
Oiga señor! !Que un hombre público al que el gentío enloquecido de impuestos paga su
automóvil oficial y su escolta y no sé cuantas otras prebendas, no tiene vida privada que
valga! ¿Y el bodorrio de su hija en el Escorial qué? ¿Era privado o público! ¿Y la guerra
de Irak era pública o quizás una juerga privada entre amigotes, Bush y el Tony Blair,
tirando esas bombas que tanto gustan a los americanos, pero que tanto daño causan al
personal, como si fuera una cacería en los montes de Toledo? En un país donde la
Sorollita tiene que consultar con el presi qué periodista puede intervenir en una rueda de
prensa y que clase de preguntas se le pueden dignar hacer…!Y viva el Cuarto Poder! No
es qué me guste el periodismo que ejerce  la marujona María Teresa Campos, aunque
sobre gustos no hay nada escrito. Pero me parece una marranada la sentencia que,
interpuesta por Aznarín, la ha condenado a unos miles de euros. Por lealtad con la
profesión estoy con ella.

En un país en que el libro de la Princesa del Pueblo, la Belén Esteban, llega a su décima
edicción en pocas semanas a partir de su publicación y la Terelu es elegida como la
mujer representativa de todas las virtudes de la hembra hispánica (en un país así es
mejor no sólo vivir, sino acercarse a él). En un país regido por horteras, al menos de
intelecto, Rubalcaba, Más, Camps..y un larguísimo ecétera. En país que, como escribe
nuestro compa Daniel Martín de republica.com, el Director de la Real Academia de la
Lengua, José Manuel Blecua, firma un libro de texto de ESO diciendo que el “Cantar
del Mío Cid” pertenece al género lírico y que “El sentimento trágico de la vida” de
D.Miguel de Unamuno es una novela, pues vamos listos y no comprendo como no le
han expulsado ya, a patadas en el culo de tan eximia y ahora vilipendiada institución. O
quizás estèn esperando a que firme libros afirmando que “El Cristo de Velázquez”,
también de Unamuno, o el “Quijote” no son otra cosa que culebrones sudacas con vetas
de pornografía.

Con los restos de un país desmantelado por abominables banderías y sectarismos, de


poderes públicos ignorantes y corrimpidos, lo mejor que se podría hacer es liar un buen
y apretado paquete y arrojarlo al Mediterráneo o mejor a la Mar Océano del Atlántico,
cuyas aguas son más profundas, como si fueran desperdicios contaminados.

Alos supervivientes de tal tragedia nacional, les recomendaría leer “Memorias de


Adriano” y al que ya lo haya hecho, que espero sean miles, repetir lectura.

Por mi parte, “Anima vagula,blandula

Hospes comesque corporis


Quae nunc abibis in loca

Pallidula, rigida, nudula,

Nec, ut soles, abis iocos..”

Y a esperar, cuando me llegue, la hora del tránsito y tener el valor de mirar a la parca
con los ojos bien abiertos.

Este año que se va se me han ido un par de amigos, uno italiano, el otro español,
Manolo Martín Ferrand, compañero de vieja data de aventuras televisivas en la TVE,
pero, sobre todo, maestro de quien tanto aprendí. Descanse en paz en el Reino de los
Justos. Su recuerdo nos acompañará siempre. A su incomparable esposa y a sus hijos y
nietos, un  abrazo de esperanza.

A mis directores y compañeros de republica.com gratitud. A mis posibles lectores


paciencia por soportarme en la esperanza de tener que continuar haciéndolo por mucho
tiempo.

“He vivido tanto que quisiera vivir otro tanto” (Pablo Neruda)

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