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Roma victoriosa
ePUB r1.1
libra 25.04.13
EL NACIMIENTO
DE UNA CIUDAD-NACIÓN
Tirios, perseguid con odio a toda esta estirpe venidera, y ofreced este tributo a mis
cenizas. ¡Que no haya amor ni tratado que una a estas naciones! ¡Levántate de
mis huesos, vengador desconocido, para acosar a los colonos de Troya con el
hierro!
EL ALFABETO
LA REPÚBLICA ROMANA:
FUNCIONAMIENTO
LA REPÚBLICA ROMANA:
LOS PRIMEROS TIEMPOS
LA PRIMAVERA SAGRADA
EL TRIUNFO
LA CONQUISTA DE ITALIA
Te voy a enviar esta carta el 10 de mayo, justo antes de salir de Pompeya para
Trébula, donde voy a pasar la noche con Poncio. Después me propongo viajar en
etapas normales sin retrasos.
[…] les enseñaban a herir no con el filo sino con la punta. Pues los romanos no
sólo consideraban fácil vencer a quienes luchaban con el filo, sino que incluso se
reían de ellos. Un golpe con el filo, por más fuerte que se dé, no suele matar, pues
los órganos vitales están protegidos tanto por la armadura como por los huesos.
En cambio, una estocada que penetre tan sólo dos pulgadas es mortal. Además,
al lanzar un tajo se exponen el brazo y el costado derecho. Por el contrario, en
una estocada el cuerpo está cubierto y el adversario recibe la punta antes de
verla.
Los elefantes cargan contra sus adversarios con una fuerza irresistible. Ninguna
línea de soldados con los escudos trabados puede detenerlos. Son como
montañas que se mueven por el campo de batalla, y su ensordecedor trompeteo
causa pavor. ¿De qué sirven unos pies rápidos, unos músculos fuertes o unas
manos rápidas para enfrentarse a una torre móvil que lleva hombres armados?
¿De qué le sirve su corcel al jinete? Asustado ante el inmenso tamaño de la
bestia, el caballo huye despavorido.
Así pues, corría el 263 cuando los romanos plantaron sus sandalias
claveteadas en Sicilia, se convirtieron en aliados de Siracusa y
rompieron su ancestral amistad con Cartago. Todo por auxiliar a una
banda de maleantes. ¿Cuáles eran sus verdaderos motivos?
Las interpretaciones difieren mucho según las modas de cada
época, el sesgo ideológico de cada autor o, simplemente, su mayor
o menor simpatía por los romanos.
Como señala el experto Adrian Goldsworthy, los historiadores del
siglo XIX y la primera mitad del XX tendían a disculpar a Roma,
asegurando que sus conquistas se produjeron como consecuencia
de una larga serie de guerras defensivas. Se trataba de evitar que
los enemigos pudieran amenazar su propio suelo y de impedir otra
Roma y Cartago parecían dos gallos de pelea de buena raza cuando luchan por
su vida. Muchas veces, éstos han perdido ya el uso de las alas por encontrarse
extenuados, pero conservan el coraje intacto, y siguen asestándose golpes hasta
que, cayendo maquinalmente uno encima del otro, se agarran por una parte vital
y, entonces, uno de los dos acaba por morir. Así, romanos y cartagineses,
rendidos ya de fatiga por los lances ininterrumpidos, acabaron convirtiéndose en
insensibles, y sus fuerzas se paralizaron, agotadas por los impuestos y gastos
continuos.
¿Por qué venció Roma y por qué perdió Cartago? Una de las
razones de la derrota de los púnicos fue que confiaba en
mercenarios y no en ciudadanos, como Roma y sus aliados.
Los mercenarios eran soldados muy experimentados, y durante
esta guerra se comportaron casi siempre con gran disciplina y
coraje. Pero adolecían de un grave problema: reemplazarlos
costaba mucho dinero y mucho tiempo. En cambio, los romanos
disponían de un manpower de cientos de miles de hombres que, sin
ser profesionales, estaban familiarizados con las armas y
condicionados para ser tan despiadados y agresivos como los
propios mercenarios o incluso más.
En cuanto a los generales, no hubo grandes diferencias. Nadie
destacó especialmente por ningún bando como un genio táctico al
estilo de Alejandro, Pirro o, más tarde, Aníbal y Escipión. Quizá el
mejor jefe militar fue Amílcar Barca. Pero, aunque no sufrió ninguna
derrota durante los años que estuvo en Sicilia, tampoco obtuvo
grandes victorias en campo abierto y no llegó a provocar graves
quebraderos de cabeza a los romanos.
En cuanto a pifias, las cometieron generales de ambos bandos.
La diferencia es que los mandos cartagineses que fallaban
acababan en la cruz, mientras que los romanos, como mucho, se
enfrentaban a una multa como Claudio el de los pollos o recibían
algún mote ofensivo como Asina.
INTERMEDIO BÉLICO
Quinto Metelo […] dejó escrito que su padre había conseguido las diez cosas
mejores y más importantes:
Su ambición era ser el primer guerrero, el mejor orador, el general más poderoso,
el magistrado que consiguiera las mayores proezas bajo su auspicio, recibir los
más altos honores, ser el más sabio, ser el senador más distinguido, adquirir
grandes riquezas de forma honrada, dejar muchos hijos y ser el hombre más
famoso de la ciudad.
Todo eso lo consiguió él solo, y nadie más después de la fundación de Roma.
Bien pasado el pitido final, mis cinco compañeros y yo nos dirigimos hacia la
salida de la escalera 13. Como era habitual por aquel entonces, sobre todo en
partidos importantes, había mucha aglomeración en la parte superior de las
escaleras.
Cuando empecé a bajar, noté cómo mis pies se despegaban del suelo por la
presión de la multitud. Eso también era habitual, pero cuando había recorrido la
cuarta parte del trayecto empecé a caer hacia delante lentamente.
La aglomeración empezó a ser insoportable, hasta que cuando estaba a mitad de
camino la multitud dejó de moverse, pero la presión continuaba.
Yo estaba atrapado, empezaban a aplastarme y me encontraba en posición casi
horizontal. Aun así, me las arreglé para liberar la parte superior del pecho y
conseguí al menos respirar.
A mí alrededor oía gritos y sollozos, pero conforme pasó el tiempo —estuve
atrapado al menos cuarenta y cinco minutos—, las voces se fueron apagando
hasta que se hizo casi el silencio.
Yo sólo quería dormir —era por la asfixia, por la falta de oxígeno—, pero el
hombre que tenía a mi lado me abofeteó la cara para mantenerme despierto.
Seguí consciente hasta que la policía me rescató, y me llevaron al terreno de
juego, donde me tumbaron. […] Ésta fue la peor parte.
«La peor parte» para el joven escocés fue ver el césped lleno de
camillas con cadáveres. En aquella ocasión murieron sesenta y seis
personas.
Pensemos ahora en lo que debió de ocurrir en el centro de la
trampa tendida por Aníbal. En esta ocasión no había policías
intentando ayudar a la gente, sino soldados enemigos agravando la
presión con su propio empuje.
Aníbal dejó que otros oficiales arengaran a las dos primeras filas. Él
se dirigió tan sólo a los escogidos que guardaba en reserva
diciéndoles:
¡Recordad que somos camaradas desde hace diecisiete años! Durante todo ese
tiempo hemos chocado muchas veces con los romanos, y jamás hemos sido
LA CONQUISTA DE GRECIA
No se trata de elegir si habrá guerra o paz. Eso ya lo ha decidido Filipo, que está
preparando sus ejércitos para combatir por tierra y por mar. Lo que se halla en
nuestra mano es decidir si llevamos nuestras legiones a Macedonia o esperamos
a que Filipo invada Italia.
Si cuando Sagunto estaba sitiada y pidió nuestra ayuda le hubiésemos enviado
tropas, la guerra contra Aníbal se habría librado en Hispania, y nos habríamos
ahorrado infinitas pérdidas en Italia.
En cada corro de amigos y en cada círculo de comensales hay gente que se cree
capaz de conducir ejércitos a Macedonia, que sabe dónde hay que colocar el
campamento y apostar a las tropas, que conoce perfectamente cuáles son los
mejores desfiladeros para entrar en Macedonia, dónde hay que levantar
almacenes y cómo hay que llevar las provisiones. Por supuesto, esas personas
también saben cuándo y cómo hay que enfrentarse con el enemigo. Y si el cónsul
no actúa como ellos quieren, lo critican e inculpan como si estuviera en un juicio.
¿Es que un general no debe recibir consejo? Sí, pero de los que poseen
experiencia en el arte de la guerra. Sobre todo, de quienes se encuentran en el
lugar de la acción, ya que viajan en el mismo barco y comparten los mismos
riesgos.
De modo que quien tenga algo positivo que aconsejar, que se aliste y venga
conmigo a Macedonia. Si no se atreve o le parece incómodo, que se quede en
tierra, pero que no pretenda dar lecciones de piloto a nadie.