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ENRIQUECIMIENTO ILICITO
Uno de los problemas principales que padece actualmente nuestro país, es sin duda la
corrupción.
Se debe destacar que el enriquecimiento ilícito como acto de corrupción, vulnera al Estado y sus
instituciones, y restringe la capacidad del Estado y de la democracia para satisfacer las demandas
sociales de la población y dar respuesta a problemas tan importantes como la pobreza y el
desarrollo: “…la corrupción reduce el crecimiento económico puesto que desincentiva la inversión
privada; produce un desvío de recursos humanos altamente calificados hacia actividades
buscadoras de rentas en vez de actividades definidamente productivas; los gobiernos corruptos
gastan menos en educación y quizás en salud, y tal vez más en obras de infraestructura; puede
alterar la composición del gasto público, orientándolo hacia aquellas actividades generadoras de
sobornos (en el caso de los hospitales, por ejemplo, se privilegiaría la construcción y
aprovisionamiento de insumos y equipamiento antes que producir mejoras en las remuneraciones
del personal de salud) .
El delito de enriquecimiento ilícito es una figura penal nueva, que aparece en la segunda mitad del
siglo XX. En América Latina, específicamente en Argentina, se empezó a hablar normativamente de
enriquecimiento de contenido delictivo en los proyectos de Código Penal de 1941 y 1953; y más
explícitamente en el Proyecto Soler de 1960, que a través de su artículo 346 (inciso d), señaló:
“será reprimido con prisión de 6 meses a 2 años y multa de 30 a 100 días, el funcionario público
que sin incurrir en un delito severamente penado no justificare, al ser debidamente requerido, la
procedencia de un incremento considerable de su patrimonio, posterior a la asunción de un cargo
público”. Finalmente, el 12 de junio de 1963, por Decreto Ley 4778 se incorporaría al Código Penal
argentino un primer modelo de enriquecimiento ilícito de los funcionario.
DEFINICIÓN. –
Por tanto, este delito exige un enriquecimiento apreciable del autor y la no justificación de su
procedencia, al ser debidamente requerido para que lo haga. El primero (enriquecerse
ilícitamente) es un acto positivo. La segunda (no justificar) representa una omisión al deber de
justificación emergente del enriquecimiento y, por consiguiente, deber de justificar.
Enriquecerse económicamente es una opción patrimonial que se ajusta social y jurídicamente a las
expectativas de realización personal que plantea y permite el sistema social capitalista o de
mercado. Pero, también puede ser una opción que para afirmarse quebrante normas sociales o
jurídicas, viole deberes especiales, afecte bienes jurídicos individuales, colectivos o institucionales.
En este segundo gran supuesto, se alude al enriquecimiento ilícito; con el primero se alude al
enriquecimiento lícito a ajustado socialmente .
Una persona (particular o sujeto público) puede enriquecerse lícitamente por diferentes vías:
producto de su trabajo individual, familiar o colectivo (negocios, empresas), o de los servicios
remunerados (profesionales o no) que preste a una institución nacional, privada o pública
(asesorías, cargos públicos de alta remuneración), o internacional (consultorías, puestos
expectantes en organismos internacionales, etc.), como también por el advenimiento de caudales
hereditarios, donaciones, legados, rentas, premios, loterías o también como resultado del ejercicio
de la profesión y de las remuneraciones del cargo, o del consumo de ambos de no existir
incompatibilidades.
El enriquecimiento ilícito, en cambio, tiene como fuentes generadoras una diversidad de actos,
prestaciones y comportamientos que son considerados contrarios a las normas jurídicas y/o
sociales que regulan las interacciones humanas y los ámbitos pautados de competencias
funcionales. Puede enriquecerse ilícitamente tanto el particular que cause lesión o menoscabo al
patrimonio de otro mediante diversidad de figuras de incumplimiento de obligaciones y contratos,
como el que poseyendo un cargo público se vale del mismo para incrementar su patrimonio.
Obviamente, que en este caso se enfrenta dos vías, jurídicamente estimadas, desvaloradas de
enriquecimiento: la primera de naturaleza civil y la segunda de contenido penal. Ahora bien, si el
funcionario hace valer su cargo, es decir, hace prevalecer sus calidades funcionales o de empleo en
las contrataciones y negociaciones civiles en las que interviene, no existe mayor inconveniente
mayor para que ello produzca el ingreso de sus actos al segundo ámbito de ilicitud, es decir, la
relevancia penal por delito de enriquecimiento.