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LOS PRIMEROS AÑOS DE ABRAHAM. Génesis 11.27-12.

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Abraham fue el padre del monoteísmo. Él se dio cuenta de que sólo hay un Dios y ese
conocimiento estructuró toda su vida. Sin embargo, a su alrededor toda la gente creía en
muchos dioses. Durante los primeros 75 años de su vida creyó que había un dios para todo.
Que había un dios de la guerra, un dios de las cosechas, un dios del mar, un dios de la luna,
un dios del viento, un dios de la lluvia. Durante ese tiempo, la religión en Babilonia era el
politeísmo del tipo más repugnante. Los textos mencionan los nombres de al menos tres mil
dioses. Ese era el mundo de los días de Abraham. Y él tuvo tales creencias durante casi la
mitad de su vida. Abraham nunca habló de Dios como el Dios de sus padres, porque por
generaciones sus padres habían sido politeístas.
Sin embargo, el Dios vivo y verdadero se reveló a Abraham. Dios se dio a conocer al
patriarca. Esa fue la forma en que Abraham aprendió que Dios era uno. Él no conoció esta
verdad por deducción lógica y razonamiento filosófico. Dios se mostró a él. Dios el dador de
vida que resucita a los muertos, se reveló a Abraham. Y es por ello que posteriormente los
hombres hablan de Dios como el Dios de Abraham. (1)
I. EL MUNDO DURANTE EL TIEMPO DE ABRAHAM.
Comencemos con Adán y avancemos diez generaciones (Gén. 5.3-29). (2) Al llegar a la
décima generación encontramos a Noé que construye una enorme arca. La situación moral y
religiosa en el mundo es indescriptible. La de Noé, es la única familia que cree en Dios. Si
contamos otras diez generaciones después de Noé encontramos a un hombre llamado
Abraham (Gén. 11.10-24). Este hombre va a ser la línea piadosa a través de la cual
eventualmente vendría aquel prometido en el Edén, el que aplastaría la cabeza de la
serpiente. Así llegamos al momento en la historia humana cuando el bebé Abraham respiró
su primer aliento y eso fue veinte generaciones de Adán según la Biblia. Aquí es importante
recordar que la Biblia es historia teológica y que, muy a menudo, pasa por alto algunos
personajes. El Dr. Meredith G. Kline dice que “los totales convencionales indican una
genealogía selectiva, no completa”.
Tal como mencionamos en la introducción, las condiciones en el mundo durante el tiempo de
Abraham eran muy malas. Los efectos de la caída y la maldición ya se dejaban sentir. La
gente estaba muriendo cada vez más joven. Por ejemplo, la Biblia dice que Sem murió a los
600 años de edad. Pero el padre de Taré, Nacor murió a los 148 años (Gén. 11.24-25).
Además, comenzamos a encontrar relatos antinaturales de padres que sobreviven a sus
hijos. Mientras Taré todavía estaba vivo, Harán, su hijo murió (Génesis 11.28). También nos
dice la Biblia que cuando José vivió en Egipto, su esperanza de vida había disminuido a 110
años. Y pronto el lapso de la vida de hombres y mujeres llegó a ser el mismo que la duración
de nuestras propias vidas, setenta u ochenta años.
El tiempo de vida de una persona es muy corto. Por ello debemos orar como el salmista:
“Enséñanos a contar nuestros días para que podamos aplicar nuestros corazones a la
sabiduría”. Por tanto, debemos reconocer a Dios como el único y verdadero. Debemos
servirle. El lapso de vida de Abraham y sus hermanos se estaba reduciendo. Por desgracia,
no se hacían las preguntas importantes. No se tomaban en serio cuándo vendría el Mesías.
Nadie estaba interesado. La humanidad estaba y está muy alejada de Dios. Nadie se
preguntaba cuándo se revertiría la maldición. Cuándo habrá una nueva creación, nuevos
cielos y nueva tierra. Nadie estaba interesado en ello. Durante ese tiempo se estaban
viviendo las edades más oscuras de la Biblia. No había profetas, ni una sola familia cristiana
del Antiguo Testamento en ninguna parte. Nadie hablaba una palabra departe de Dios. El
problema no es que los hombres no puedan volver al Paraíso. El gran problema es que no
quieren. Además, los querubines invisibles con sus espadas en llamas siguen siendo
poderosos y están activos protegiendo el árbol de la vida. Los hombres no pueden regresar
aun si lo desearan, pero nadie lo desea.
Hay ocasiones en que escuchamos a los cristianos decir: “Si hubiera una gran calamidad,
una guerra mundial, un colapso económico, una terrible plaga que aniquilara a millones,
entonces la gente se volvería a Dios”. Pero el corona virus nos ha demostrados que eso no
es verdad. Las calamidades pueden endurecerse tanto como ablandar a una nación frívola.
Se necesita más que el contacto con la muerte para llevar a las personas al arrepentimiento
con Dios. Todos hemos visto muy de cerca la muerte en esta pandemia y sin embargo, muy
pocos recapacitamos para hacer las paces con Dios. Noé había sido un hombre justo, pero
diez generaciones más tarde ya no había ninguno. Taré, el padre de Abraham, está en la
línea de Sem, el hijo de Noé, pero no conoce al Señor. Taré no crió a sus hijos en el temor de
Jehová. Echó raíces en la vida de la ciudad de Ur y se sintió cómodo.
(3) Aquí es importante decir que Ur está en el sur del Irak moderno, al sureste de Bagdad. Lo
interesante de esto es que está lejos de la presencia de Dios. La Biblia dice que Adán y Eva
salieron al este del Edén. Que Caín se alejó de Dios y fue conducido al éste del Edén. Así
que el centro de la vida del hombre se aleja constantemente de donde se había ubicado el
hermoso Jardín del Edén. De hecho, durante ese tiempo los hombres y mujeres se movían
hacia ese estilo de vida. Se establecieron en el éste y allí construyeron la torre de Babel.
Planearon llegar al cielo por su propio esfuerzo, pero Dios destruyó sus planes. Ur estaba
aún más al éste, pero ir en esa dirección era la moda. Parece que si usted quería prosperar
en el mundo, entonces el lema era: “Ve al éste joven, ve al éste”. Todos los que eran
importantes iban hacia el éste. Ir allá era una señal de que no le preocupaba Dios. Que iba a
tomar sus propias decisiones y a construir su propia vida. De hecho, Caín y los hombres de
la torre de Babel construyeron una ciudad y con ello estaban confesando que este mundo
realmente era su hogar. No tenían esperanza en el Mesías que aplastaría la cabeza de la
serpiente. Para ellos era una historia antigua y nada más. Pensaban que sólo era algún tipo
de leyenda. Nadie que viviera en Ur creería estas cosas.
Ahora bien, de acuerdo con el famoso arqueólogo, Sir Leonard Woolley, Ur poseía
supermercados, escuelas con tabletas de ejercicio y lecciones para niños, una universidad,
una biblioteca y excelentes edificios cívicos. Era una ciudad que tenía entre 250 y 500 mil
habitantes. Lo más significativo de todo es que Ur era el centro de la idolatría. Como
mencionamos antes, los textos mencionan los nombres de al menos tres mil dioses. Su
deidad principal era un dios llamado Nanna, el dios de la luna sumerio. (4) El templo superior
tenía la forma de una gran torre que dominaba el horizonte de Ur. Así que su dios Nanna les
parecía completamente real. Y así podemos ver que la humanidad realmente no pudo
detener su deseo de construir torres que alcanzaran el cielo. Lo que no habían hecho en
Babel lo harían en Ur. El dios de tal civilización tenía que tener un vasto edificio de acuerdo
con el estado de la ciudad. Se dice que Ur era la más importante de las ciudades del mundo
en este tiempo. No existía ninguna metrópolis como ella. Las personas que vivían en Ur eran
muy importantes, pero no había nadie en el mundo adorando al Dios vivo y verdadero. Así
que los descendientes de Sem se habían alejado de Jehová.
Abraham y su familia vivían en la ciudad de Ur. Allí establecieron su hogar. En las tierras de
la sombra de Nanna, el dios de la luna, el dios de la fertilidad. Es posible que deseemos
poner a Abraham bajo una luz más favorable y decir que aunque estaba en la ciudad, no
actuaba como los habitantes de la ciudad, pero la Escritura no nos permite llegar a esa
conclusión. (5) Escuche lo que Josué dice a la gente que finalmente entró en Canaán 700
años después: “Y dijo Josué a todo el pueblo: Así dice Jehová, Dios de Israel: Vuestros
padres habitaron antiguamente al otro lado del río, esto es, Taré, padre de Abraham y de
Nacor; y servían a dioses extraños” (Josué 24.2). Así que durante ese tiempo, Abraham era
un adorador de la luna. Esa ciudad no tenía ni un solo creyente en el Señor. El mundo está
de nuevo como estaba en el momento del Diluvio, pero esta vez sin Noé. El único elemento
que impedía que otro diluvio acabara con ellos era la promesa del pacto de Dios a Noé.
Ahora bien, se nos dice que en ese momento se desarrolló una decisión poco entusiasta en
la vida de la familia de Abraham de salir de Ur y mudarse a la tierra de Canaán. Ellos debían
mudarse de la vida urbana a una forma de vida rural (Génesis 11.31). Pero la empresa duró
poco. Porque “cuando llegaron a Harán, se establecieron allí. Taré vivió 205 años, y murió en
Harán” (Génesis 11.31). Harán era una ciudad gemela de Ur. Era otro centro de adoración al
dios de la luna. Para ellos era más fácil salir de Ur, que sacarse a Ur de ellos. En el viaje
pronto se sintieron atraídos de vuelta a lo que les era familiar y lo encontraron en otra ciudad
hecha por hombres donde nuevamente Nanna, el dios de la fertilidad, era adorado.
En este punto es bueno notar que aunque ya vivían en otra ciudad, con otros templos y
santuarios al dios de la fertilidad, Saraí no tenía más ayuda de la que tenía en Ur. Es decir,
ella todavía no podía tener un bebé (Gn 11.30). En esas poderosas ciudades con sus
grandes poblaciones y enormes templos que ensalzan al dios de la fertilidad, seguramente
Saraí y Abraham habían ofrecido muchos sacrificios al ídolo y pagaron a sus sacerdotes para
poder tener un hijo. Sin embargo, nunca recibieron lo que anhelaban. Abraham había vivido
en las ciudades de Ur y Harán prácticamente la mitad de su vida, hasta los 75 años de edad,
y no como un mendigo, sino como un miembro acomodado de su sociedad. Abraham era un
hombre muy rico. Nosotros pensariamos: “Bueno, Abraham va a terminar sus días allí; no
tendrá hijos, morirá y debemos buscar en otra parte la promesa del Mesías. Debemos
esperar a otra generación en otro lugar antes de encontrar la fe en la tierra”. Así es como
pensamos nosotros. Pero en la forma en que cambia la vida de Abraham y toda la historia
humana posterior, Dios nos muestra cuán poderoso es para salvar. Su decreto era:
“Ordenaré a Taré y a su familia que vivan en Ur. Expondré a Abraham a la vida en esa ciudad
durante 75 años. Lo rodearé de religión del hombre durante décadas. Experimentará lo que
el mundo tiene para ofrecer en la civilización más avanzada, la ciudad más poblada, la
universidad más erudita y a la sombra del templo más grande con el dios más poderoso que
los hombres han ideado hasta ahora. Abraham experimentará de primera mano durante
décadas todo lo que este mundo tiene para ofrecer, sin su Creador y Redentor, pero allí lo
encontraré, lo salvaré, lo haré mi amigo y el padre de muchas naciones”.
Dios estaba preparando a Abraham y Sara para una nueva vida. Para hacerlo, Dios lo puso
justo en medio de las naciones, como Moisés pasando años en Egipto en el palacio del
Faraón, o como Saulo de Tarso siendo enseñado por el gran Gamaliel. El plan de Dios
implicaba que Abraham viviera hasta los 75 años de edad en Ur y que prosperara allí. No
tenemos idea de por qué Dios tardó tanto tiempo antes de llamar a Abraham. A los 75 años
consideramos que la vida de un hombre ha terminado, pero para Abraham, un hombre de
negocios que adoraba al dios de la luna, su verdadera vida apenas estaba a punto de
comenzar.
II. LA GRACIA DE DIOS EN LA VIDA DE ABRAHAM.
Un buen día, de alguna manera, Jehová le habló a Abraham (Gén. 12.1-5). Jehová no habló
con Taré su padre, ni con Nacor su hermano, ni con su sobrino Lot, sino que su gracia se
centró en Abraham. ¡Qué gran privilegio! Qué glorioso honor. De todos los habitantes de la
tierra, el Creador habló a Abraham. Y él no estaba buscando una audiencia con Dios. No
merecía que Dios le hablara. Había estado adorando a Nanna, el dios de la luna. Él no podía
ordenar a Dios que conversara con él. Fue un acto soberano y misericordioso de Dios. Y
desde ese momento, toda su vida cambió. Cómo ya lo hemos señalado, no hay ningún
indicio en nuestro texto de que Abraham estuviera buscando a Dios. Más bien, Dios vino a
buscarlo. Entre todos los cientos de miles de personas que vivían en Ur, Dios vino a Abraham
y habló con él. Eso es lo que hizo diferente a Abraham, la Palabra de Dios. Si Dios no
hubiera tratado con él, entonces todo lo que Abraham habría tenido sería a Nanna, el dios de
la luna, una esposa estéril y un negocio en Ur. Lo que lo distinguió fue que Dios habló a su
vida. Aquí es muy importante recalcar que si Dios no interviene y llama a una persona para
que comience a servirle, entonces todo lo que esa persona tiene son ídolos muertos y
algunas posesiones materiales. A veces escuchamoss a la gente decir: “Encontré la luz”. Eso
puede ser cierto, pero es porque la luz brilló primero. Es posible que alguien diga: “Encontré
al Señor”, pero fue porque el Señor lo había encontrado primero. Porque la iniciativa en la
salvación comienza con Dios. Él siempre hace el primer movimiento. Eso es lo que dice Juan
3.16, el versículo más conocido de la Biblia: “de tal manera amó Dios al mundo”. El mundo
no le estaba suplicando a Dios un plan para su redención. No. Tampoco existía la Asociación
Internacional de Expertos Religiosos de Salvación estableciendo el plan para que Dios
actuara. No. “Dios amó y Dios dio a su Hijo unigénito...”. Jesús dijo a sus discípulos:
“Vosotros no me habéis escogido a mí, sino que yo os escogí a vosotros”. El apóstol Pablo
dice: “Él me amó y se entregó a sí mismo por mí”. El plan fue de Dios. El logro fue sólo de
Dios. Él comienza a moverse en nuestros corazones. Él planta una inquietud que roe, una
sensación de vacío, un anhelo de conocerle personalmente. Él nos lleva a una iglesia que
cree en la Biblia. Él nos presenta a los amigos cristianos. Él abre nuestro entendimiento para
que captemos el mensaje de la Biblia y nos da fe para creer en Jesucristo. La salvación es
obra de Dios. Él mueve nuestros corazones antes de que comencemos a movernos hacia Él.
Así que no podemos tomar ningún crédito por nuestra salvación. Los apóstoles Pedro y Juan
estaban reparando sus redes cuando un extraño los llamó y les dijo: “Sígánme y los haré
pescadores de hombres”. Saulo de Tarso se dirigía a arrestar a los discípulos a Damasco
cuando el Señor lo encontró en el camino.
A veces, aunque una familia pueda estar sirviendo ídolos, Dios tomará a un miembro de ella
y lo usará para cambiar a la familia y a toda una comunidad. Él salvará a un jefe de una
comunidad y así el jefe convocará a su familia para escuchar el evangelio, y luego convocará
a la comunidad y hará que todos escuchen el Evangelio. A veces naciones enteras cambian
de esta manera. El jefe dirá: “No podría hacer nada más. La elección de Dios en mí cambió
todo”. Su cambio impacta en todos sus subordinados. El profeta Jeremías dijo que Dios lo
había conocido, y lo había consagrado, y lo había designado para profetizar antes de que
hubiera sido formado en el vientre de su madre. De la misma forma Abraham se convirtió en
el padre de todos los que creyentes porque Dios lo eligió para ello. Él no hizo nada para que
Dios lo eligiera. Nosotros no habíamos hecho nada por Dios, para que él pusiera su amor en
nosotros. Él intervenó en nuestras vidas. Nos sacó del reino de las tinieblas y nos llevó al
Reino de Su amado Hijo. No merecíamos el Evangelio. No estábamos buscando el
evangelio; no lo queríamos. Incluso pensamos para nosotros mismos: “Seré la última
persona en convertirse en religiosa”. Sin embargo, Dios nos encontró, nos amó, nos llamó y
no pudimos decir que no. Él nos hizo estar dispuestos por Su poder y por ello dijimos sí creo.
El Señor habló a Abraham, se le apareció (Gén. 12.7). Dios es el que quita el velo y nuestras
almas reciben una revelación de lo grande que es Él. En el tiempo de los patriarcas, el Señor
no se había aparecido a los hombres, ya que había venido a juzgar a la serpiente, a la mujer
y al hombre en el Jardín. Por supuesto, había hablado con Caín y con Noé. De hecho, había
hablado palabras de juicio con Caín y acerca de juzgar a toda la humanidad le habló a Noé
durante el Diluvio. Dios había hablado y juzgado a los constructores de la torre de Babel,
pero nunca había aparecido en medio de ellos. Más bien había hablado desde el trono del
cielo. Sabían lo que estaba diciendo, pero no se había aparecido. Y ahora, de repente, se le
apareció a Abraham. El Dios que desde la caída del hombre parecía lejano y solo hostil a la
humanidad caída, ahora se acercó y no para maldecir sino para bendecir a un pecador. Lo
que las personas que eran la simiente de la mujer deberían haber estado anhelando,
Abraham realmente lo escuchó y vio, ¡aunque él no lo había estado anhelando! El hombre
había sido expulsado del jardín bajo las palabras de juicio, y se había ido tan lejos como
podía de la presencia de Dios. Pero Dios vino allí. Al Ur pagano, al Harán pagano. Y a la
sombra del templo del dios de la luna, el Creador de la luna le dio a Abraham Sus
mandamientos y Sus promesas.
Diré algo increíble, pero cierto. El mismo Señor que se apareció a Abraham está aquí en
medio de nosotros hoy. Nos está hablando así como habló con el patriarca. Esa es la gloria
de su gracia. Él no está aquí para juzgar, sino para bendecir. Porque Dios no envió a su Hijo
al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo. El que vino a Belén, la
Simiente prometida de la Mujer, todavía viene en gracia para buscar y salvar lo que se
perdió. El que vino en busca de Abraham ha venido aquí de nuevo hoy. Él vive y busca
hombres y mujeres para llevarlos a través del desierto de este mundo a su hogar eterno.
Escuchemos Su voz a través de Su Palabra. Volvámos nuestras voluntades en obediencia y
sirvámosle como nuestro Dios.

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