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Abraham,.. Fue el primer Patriarca...

, Abraham nació, según la tradición, en una


familia que vendía ídolos: una forma de resaltar el politeísmo que reinaba en
Oriente Medio antes de la renovación espiritual del patriarca. Abraham tenía 75
años cuando Dios se le reveló. El estaba casado con Sara quien era estéril y
anciana y nunca pudo tener hijos. Cuando Dios se le reveló le pidió que dejara
su tierra y creyese en él como único Dios, entonces él le daría un hijo, una tierra
y una larga descendencia.

Cuando Abraham hizo lo que Dios le pidió este le concedió un hijo al que llamó
Isaac. Pasados los años cuando Isaac creció Dios probó la fe de Abraham
pidiéndole que sacrificara a su hijo. Como Abraham no se lo negó Dios lo
bendijo; por todo esto Abraham recibió el nombre de "Padre de todos los
creyentes".

Cristianos, musulmanes y judíos aceptan a Abraham como encarnación del


hombre de fe inquebrantable, visión que aparece reflejada en el Nuevo
Testamento
Abraham nació, según la tradición, en una familia que vendía ídolos: una
forma de resaltar el politeísmo que reinaba en Oriente Medio antes de la
renovación espiritual del patriarca. Las primeras palabras conmovedoras
de su capítulo en el Libro del Génesis de la Torá las pronuncia Dios, y a
menudo se refieren a él como el Escogido: "Sal de tu tierra natal/y de la
casa de tu padre/ Y haré de ti una gran nación/ Y bendeciré a aquellos que
te bendigan/ Y maldeciré a aquellos que te maldigan/ Y todas las familias
de la tierra serán bendecidas por ti". Abraham parecía no estar muy bien
preparado para el trabajo. Para construir una nación, hay que tener un
heredero y Abraham, a sus 75 años no sólo no tenía hijos, sino que Sara,
su esposa, ya había pasado la menopausia. Sin embargo toma la decisión,
y parte con su esposa Sara hacia una región desértica, Canaán, y comienza
así una nueva era espiritual.

Durante el viaje, Dios le hace una proposición. Los hijos de Abraham


serán tan numerosos como granos de polvo sobre la tierra y las estrellas en
el cielo. Pasarán 400 años como esclavos, pero al final poseerán la tierra
desde el Nilo hasta el Eúfrates. El pacto se sella con una ceremonia
misteriosa en un sueño, durante el cual el Señor, apareciéndose como una
zarza ardiendo, se pone a sí mismo formalmente bajo juramento. A
Abraham le exige una prueba distinta: debe inscribir un signo de la
Alianza en su cuerpo, iniciando así la tradición judía y musulmana de la
circuncisión. Ahora está comprometido, dice Dios más tarde, a "mantener
el camino del Señor de hacer el bien y la justicia".

La vida de Abraham es rica en acontecimientos. Hace un viaje de ida y


vuelta a Egipto y firma una alianza entre las ciudades cananeas que
podrían corresponder a las actuales Nablús, Hebrón, Jerusalén y Bersebá.
Acumula riquezas y se distingue en ocasiones como un rey guerrero y en
otras como un consumado diplomático.

Mientras tanto, la Torá habla de su vida doméstica como si fuera una


telenovela. Convencida de que no puede tener hijos, Sara le ofrece a su
joven esclava egipcia Agar para que engendre un heredero. Funciona: el
anciano de 86 años engendra un hijo llamado Ismael. Pero Dios insiste en
que Sara concebirá y, en un milagro que confirma la fe de Abraham, da a
luz a su segundo hijo, Isaac. Celosa de Agar y del afecto que reclama
Ismael a su esposo y su legado, Sara convence a Abraham para que los
envíe al desierto. Dios los salva y promete a Agar que Ismael será el padre
de una gran nación con doce hijos (que según la tradición son las 12 tribus
árabes). Sin embargo, establece con Abraham que la Alianza se
transmitirá solamente a los descendientes de Isaac.

Luego, como última prueba espectacular de su fe, Dios pide a Abraham la


ofrenda de "tu hijo, tu único hijo, a quien tanto amas, tu Isaac" como
sacrificio humano. Con una obediencia que ha inquietado a los pensadores
modernos desde Kierkegaard, pero que a los tradicionalistas les parece
trascendentalmente correcta, el padre se dispone a realizar el sacrificio en
una montaña llamada Moriah. Solo en el último instante detiene Dios la
mano del padre y renueva su promesa sobre los descendientes de
Abraham.

A los 175 años, Abraham muere y es enterrado junto a Sara, que le


precedió, en un terreno que él había comprado en una ciudad que ahora se
llama Hebrón; los dos hijos asistieron al funeral.

Esta es la historia. ¿Pero que tiene de importante? Pese a todos los


esfuerzos y discusiones, no hay forma de saber en qué siglo vivió
Abraham, ni siquiera si existió realmente. Pero Abraham representa una
revolución en el pensamiento. Aunque no es un monoteísta puro (nunca
sugiere que no existan otros dioses), es el primer personaje de la Biblia
que abandona todo lo que sabe en nombre del Señor y avanza
conscientemente cada vez más en esa dirección, hasta el punto de no
retorno en Moriah.

Las implicaciones de su espíritu innovador son casi infinitas. Tener "un


Dios que cuenta", en lugar de una constelación de dioses que requieren
rituales esporádicos para apaciguarlos, como escribe Cahill en The Gifts
of the Jews, implica que la relación de Abraham con Dios "se convirtió en
el centro de su vida", como sería para sus millones de seguidores. Según
Eugene Fisher, director de relaciones católico-judías de la Conferencia
Estadounidense de Obispos Católicos: "El monoteísmo es una idea nueva
y radical, el concepto que subyace en la civilización occidental". El
nombre de Abraham está tan vinculado a esta nueva visión que las dos
religiones monoteístas que surgieron no dudaron en incluirlo en su credo,
desdeñando las reivindicaciones de los demás.

ABRAHAM EL CRISTIANO
La Iglesia del Santo Sepulcro en Jerusalén podría ser el lugar más
cristiano de la tierra, y la masa de roca gris del Gólgota (o Calvario), el
lugar más sagrado de la Iglesia. Según la tradición, aquí fue crucificado
Jesús. Justo encima de la extensión rocosa protegida con plexiglás, hay
una capilla que comparten la Iglesia católica y la ortodoxa griega. La parte
católica está decorada con tres mosaicos. En el centro está María
Magdalena; a la izquierda Cristo tras bajarlo de la cruz; y a la derecha
nada más y nada menos que Abraham, a punto de sacrificar a Isaac. Feiler
apunta: "La imagen de Jesús que yace sobre la piedra de unción es casi
idéntica a la de Isaac sobre el altar". La Epístola a los Romanos del Nuevo
Testamento dice que las ataduras y la liberación de Isaac son un acto
profético de la Resurrección.

El hombre al que se atribuye esta idea es el apóstol Pablo. Jesús menciona


a Abraham en los Evangelios, pero fue Pablo el que hizo el trabajo más
exhaustivo, al citar al patriarca en sus epístolas del Nuevo Testamento
más que a cualquier otra figura, excepto a Cristo. Es evidente que Pablo,
tal vez el que más se identificaba como judío entre los apóstoles, presentía
la importancia de conectar su nuevo movimiento con el patriarca del
Judaísmo. Y lo hizo principalmente mediante la repuesta original de
Abraham a la llamada de Dios, y con su fe ciega en que Dios le daría un
hijo. Su fe, escribió Pablo, convirtió a Abraham en "el padre de todos los
creyentes".

Sin embargo, la ofrenda abrahámica de Pablo a su religión de nacimiento


estaba envenenada. Uno de sus temas preferidos era que el creyente ya no
necesitaba ser judío ni seguir la ley judía para ser redimido. El camino
hacia la salvación pasaba por Cristo. La historia de Abraham también le
servía para este propósito. Su Alianza era mucho más antigua que las
tablas de la ley judía que Moisés trajo de la montaña y, por eso, Pablo
escribió: "la promesa a Abraham y a sus descendientes... no fue dada por
la ley".

Y tampoco le fue dada por herencia tribal. El Dios de la Biblia hebrea,


escribió Pablo, decidió que Abraham era "justo" varios años antes de su
circuncisión, lo que quería decir que sus oyentes no necesitaban
convertirse en judíos circuncidados para ser los herederos de Abraham. El
Bautismo y la fe serían más que suficiente. Pablo se mostró impreciso
sobre si el cristianismo anulaba la Alianza abrahámica del judaísmo. Pero
sus sucesores asumieron que eso fue lo que había querido decir.

ABRAHAM EL MUSULMÁN
No hay ninguna fe tan conscientemente monoteísta como el Islam, que
acepta con gozo a Abraham. Si muchos judíos lo consideran el abuelo
dinástico cuyo nieto Jacob fundó el pueblo de Israel, para los musulmanes
es uno de los cuatro profetas más importantes. Tan pura es su sumisión al
Dios único que Mahoma dirá más tarde que su mensaje no es más que la
restauración de la fe de Abraham. El Corán incluye escenas de la infancia
de Abraham, en las que recrimina a su padre por creer en ídolos y
sobrevive, como Daniel, en un horno al que es condenado por su lealtad a
Alá. Y en la versión coránica de su prueba definitiva, cuando Abraham le
comunica a su hijo la orden de Dios, el chico le responde: "¡Padre mío!
Haz lo que se te ordena. Y si Alá quiere, hallarás en mí uno de los fieles".
El Corán indica con aprobación: "Los dos se habían rendido", usando el
verbo cuya forma nominal es la palabra Islam. Al superar semejantes
pruebas, Alá le dice a Abraham: "¡Mira, te he nombrado guía de la
humanidad!".

Pero no como judío. De forma parecida a Pablo, el Islam concluyó que


Dios elegía a su gente por su compromiso espiritual y no por su linaje, por
lo cual los únicos seguidores verdaderos de Abraham son los creyentes
auténticos, es decir, los musulmanes. Es más, si Alá llegó a tener un pacto
con los judíos como raza, estos los rompieron con episodios como la
adoración del ternero de oro del Libro del Éxodo de la Torá. De hecho, el
Corán aconseja a los musulmanes que se sientan tentados por la
conversión tanto si procede de los judíos como de los cristianos, a decir:
"No... (nosotros seguimos) la religión de Abraham".

Y además está la cuestión de Isaac e Ismael. Al contrario que la Torá, el


Corán no especifica qué hijo le pide Dios a Abraham que sacrifique. Los
intérpretes musulmanes de la generación posterior a Mahoma concluyeron
que el profeta descendía del hijo de la esclava Agar, Ismael. Varios siglos
más tarde, después de muchas deliberaciones, la opinión académica
determinó que Ismael fue también el hijo que se puso debajo del cuchillo.
La decisión terminaba de despojar de derechos a los judíos: no solo su
demanda genealógica no era válida, sino que su patriarca se quedó sin
papel en el gran drama de la rendición.

EL PATRIMONIO DISPUTADO
Todo empezó ahí. Los judíos, dolidos tomaron iniciativas para cimentar la
identidad judía de Abraham: el Talmud lo describe anacrónicamente como
seguidor de la ley mosaica y hablando hebreo. Y redujeron
considerablemente el papel de Ismael. Según Shaul Magid, profesor de
Midrash en el Seminario Teológico Judío de Nueva York, los padres
judíos solían ponerles a sus hijos el nombre del hijo árabe de Abraham,
pero la costumbre desapareció cuando empezaron a vivir bajo dominio
musulmán.

Hacia el siglo XI, el gran estudioso bíblico Rashi, citando a otras


autoridades anteriores, describió a Ismael como un "ladrón" a quien "todo
el mundo odia", un insulto que todavía se encuentra entre sus comentarios
situados en un lugar prominente en muchas ediciones actuales de la Torá,
y que se sigue enseñando en muchas escuelas ortodoxas judías. Ibn Kathir,
comentador coránico del siglo XIII, contraatacó alegando que los judíos
habían introducido a Isaac "deshonesta y falsamente" en la historia de la
Torá, aún sabiendo que no era cierto: "Forzaron esta versión porque Isaac
es su padre, mientras que Ismael es el padre de los árabes". Este
sentimiento también sobrevive hoy día entre los musulmanes.

Dan ganas de llorar, incluso al mismo Feiler. "Tomaron una figura bíblica
abierta a todos", escribe, "quitaron lo que querían ignorar, amplificaron lo
que querían destacar y terminaron con un símbolo de su propia
individualidad que se parecía mucho más una imagen de sus propias
fantasías que un reflejo de la historia original". Y con horror se dio cuenta
de que Abraham "es tanto un modelo para el fanatismo como para la
moderación".

La Tumba de los Patriarcas, una estructura masiva de piedra construida


por el rey Herodes hace 2000 años, es la triste metáfora viva de las
facciones abrahamistas. Pese a la promesa de Dios de que esta tierra
pertenecería algún día a su pueblo, Abraham en el Génesis se encarga de
pagar a Efrón el Hitita 400 monedas de plata por una cueva en Hebrón
para que sirva de cementerio para la familia. Allí fueron enterrados Sara y
él y más tarde, según añaden las Escrituras, también Isaac y su esposa
Rebeca, su nieto Jacob y su primera esposa Lea. Herodes levantó un
grandioso monumento donde creyó que se encontraba el lugar. Durante
gran parte de los últimos siglos, sus dueños musulmanes, que la llaman la
Mezquita de Abraham, permitían a los judíos rezar cerca de la entrada.

Cuando los israelíes tomaron control de la zona en 1967, los creyentes de


ambas religiones rezaban juntos. Pero en 1994 un colono radical israelí, el
Dr. Baruch Goldstein, asesinó a 29 musulmanes que rezaban en la tumba.
La custodia se organizó bajo un esquema complicado que permite a cada
religión acceder a partes de la tumba en ciertos días y a la totalidad en
otros, pero impide que se encuentren ambas a la vez. Desde la última
Intifada, este plan sigue en pie, pero el sitio, rodeado de controles y
alambradas en un vecindario bajo estricto toque de queda militar, presenta
su mensaje de piedad inextricablemente unido a la violencia y la
desconfianza.

ESPERANZAS DE RECONCILIACIÓN
Una de las premisas fundamentales del movimiento ecuménico, que ha
tratado el problema desde finales del siglo XIX, es que si musulmanes,
cristianos y judíos quieren llegar a respetar y entenderse unos a los otros,
una de las vías principales pasa por Abraham. Fisher, de la Conferencia de
Obispos Católicos, dice: "No podemos dejar de hablar los unos con los
otros sobre él". Pero el hecho de que se haya identificado el camino no lo
hace más transitable.

En cualquier caso, los líderes islámicos moderados han reclutado


periódicamente a Abraham para tender puentes. En 1977 el presidente
egipcio Anwar Sadat, al anunciar en el parlamento israelí la valiente
iniciativa que daría lugar a los acuerdos de 1979 de Camp David, invocó:
"Abraham, la paz esté con él, el tatarabuelo de los árabes y los judíos".

Más recientemente, buscando una forma de acercarse a Estados Unidos


que pasara el escrutinio de los dogmáticos clérigos del país, el presidente
iraní, el moderado Muhammad Jatamí, propuso un "diálogo de
civilizaciones" con Abraham como denominador común en 1998.

La Iglesia Católica ha emprendido una iniciativa teológica más amplia.


Los teólogos del Concilio Vaticano II de 1962-65, conmocionados por el
holocausto, releyeron las cartas de San Pablo. Indicaron que Pablo
denominó la Alianza entre Dios y los judíos como irrevocable y
recordaron el pasaje en el que compara a los cristianos como una rama de
olivo silvestre injertada en el árbol del judaísmo. "Si la Alianza entre Dios
y los hijos de Abraham muere", dice Fisher, "la rama se marchita junto a
las raíces. Los cristianos quedarían huérfanos". El documento resultante
del Vaticano II desarmó siglos de antisemitismo y comenzó a rehabilitar la
noción de Abraham como judío.

Es una rareza histórica y un signo de esperanza que incluso cuando las tres
religiones se peleaban sobre Abraham, continuaron (sin admitirlo)
intercambiándose historias sobre el patriarca. Los préstamos y
contrapréstamos, tan antiguos como el conflicto mismo, constituyen una
lectura mucho más placentera. Tal vez la historia más esperanzadora sea
un viejo relato islámico cuyas raíces, según la hipótesis del estudioso
Reuven Firestone, se remontan tanto al judaísmo como al cristianismo.

Tiene lugar después de que Abraham ha estado a punto de sacrificar a su


hijo, sea cual sea de los dos. El momento de la verdad acaba de pasar y la
mano del padre ha sido detenida. Cuando el chico yace sobrecogido sobre
el altar, Dios lo mira con orgullo y compasión y promete concederle
cualquier plegaria. "Oh Dios, esto te suplico", dice el chico. "Que cuando
cualquier persona de cualquier era te encuentre a las puertas del cielo,
siempre que crea en un solo Dios, te pido que les permitas entrar en el
paraíso". — Informes de Azadeh Moavevi/Teherán, Nadia Mustafa/
Nueva York, Matt Rees y Jamil Hamad/Hebrón y Eric Silver/Jerusalén.

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