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PREAMBULO
La realidad humana es aprehendida por la vía de la actividad sensorial, que sirve de selector y de puente
entre la realidad psíquica y de su propio espacio somático. El cuerpo va a mediar entre dos psiques, y entre la
psique y el mundo.
Hay fenómenos que son capaces de modificar su estado afectivo, estos serán transformados en un
acontecimiento, que impone a la psique la evidencia de su presencia. Todo acto de conocimiento está
precedido por un acto de investidura, y éste es desencadenado por la experiencia afectiva que acompaña a
ese estado de encuentro, siempre presente, entre la psique y el medio (físico, psíquico, somático) que la
rodea.
La realidad psíquica atestigua los efectos oscilantes y sucesivos de su encuentro con este medio, cuyas
modificaciones señalaran a la psique sus reacciones al encuentro mismo. La psique decodificará estos signos
utilizando claves diferentes según el momento en que se opere la interacción. (proceso originario –
autoengentramiento, proceso primario cuando aparece lo separable, proceso secundario con las leyes que
rigen el espacio sociocultural)
En la organización de este fragmento de realidad que el sujeto habita e inviste, así como en el funcionamiento
de su cuerpo, el sujeto leerá primero las consecuencias del poder ejercido por la psique de otros que lo
rodean y que son los soportes privilegiados de sus investiduras. De ahí la 1º formulación de la realidad que el
niño va a darse: la realidad está regida por el deseo de los otros. (proceso primario)
Mientras se permanece en la 1º infancia el sujeto alberga la convicción de que todo lo que sucede o no
sucede a su alrededor, todo lo que toca su cuerpo y todo lo que modifica su vivencia psíquica, es testimonio
del poder que él imputa al deseo (suyo o de los padres).
Una vez pasada la infancia, el sujeto no podrá cohabitar con sus partenaires en un mismo espacio
sociocultural si no se adhiere al consenso que respeta la gran mayoría de sus ocupantes con respecto a lo
que ellos van a definir como realidad. Si no se la pudiera compartir el sujeto quedaría excluido de la sociedad.
De ahí que el sujeto tome en consideración esta 2º formulación: la realidad se ajusta al conocimiento que da
de ella el saber dominante en una cultura.
Las 2 formulaciones suponen que la psique ha podido dar ese paso fundamental que le permitió reconocer la
existencia de un “otra parte” ¿pero que sucede antes de este momento?
Mientras espacio psíquico y somático son indisociables, mientras ningún existente exterior puede ser
conocido como tal, todo lo que afecta a la psique, todo lo que modifica sus propias experiencias, responderá
al único postulado del autoengendramiento. La psique imputara a la actividad de las zonas sensoriales
el poder de engendrar sus propias experiencias. En este tiempo que precede a la prueba de la
separación, la realidad va a coincidir con sus efectos sobre la organización somática. La realidad es
autoengendrada por la actividad sensorial
Las tres formulaciones que he propuesto para definir la relación de la psique con la realidad, pueden aplicarse
a la relación presente entre la psique y el propio espacio somático. La actividad de las zonas sensoriales, el
poderlo todo del deseo, y lo que el discurso cultural enuncia sobre el cuerpo, darán lugar a tres
representaciones del cuerpo y a las tres formas de conocimiento que la psique se proporciona a su respecto,
tomas de conocimiento que se suceden en el tiempo, sin por ello excluirse entre sí. La relación de todo sujeto
con el cuerpo, dependerá del compromiso que haya podido anudar entre tres concepciones causales del
cuerpo.
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Nuestra relación con el cuerpo, así como nuestra relación con la realidad, son función de la manera en que el
sujeto oye, deforma o permanece sordo al discurso del conjunto. Sus reacciones son consecuencia de la
especificidad de su economía psíquica y no de la particularidad de su cultura.
Si el yo no conservara conjuntamente la certeza de habitar un mismo y único cuerpo, cualesquiera que sean
sus modificaciones, la permanencia necesaria de ciertos puntos de referencia identificatorios desaparecería.
Para lograrlo, el yo va a imputar una misma función relacional y una misma causalidad a cierto número de
impresiones y experiencias, aunque su cuerpo las haya vivido en tiempos y situaciones diferentes. Esta
analogía reconstruida en un después, cercano o lejano, del accidente acontecimiento, le es necesaria para
instalar ciertos puntos de almohadillado que se enlazaran entre si. Permitiendo al yo reencontrarse y
orientarse en una historia (la suya), historia que como todas, se caracteriza por un movimiento continuo.
De ahí la importancia que es preciso otorgar a ese conjunto de signos e inscripciones corporales que pueden
prestarse a semejante función de orientadores temporales y relacionales.
La puesta en historia de la vida somática exige la presencia de un biógrafo único, es preciso además que
pueda ocupar el lugar de aquel a quien le suceden los acontecimientos y no le lugar del acontecimiento
mismo.
No hay biógrafo ni autobiografía mientras a una primera indisociación espacio psíquico-somático no le suceda
una puesta en conexión de estos dos espacios, donde la psique y le cuerpo ocupan, cada uno, uno de los dos
polos. Esta puesta en conexión señala el paso de un cuerpo sensorial a un cuerpo relacional que permite a la
psique asignar una función de mensajero a sus manifestaciones somáticas, e igualmente leer en las
respuestas dadas a ese cuerpo mensajes que le estarían dirigidos.
El devenir de esta relación varía de sujeto a sujeto y debe ser modificable según las experiencias a las que lo
enfrentan la vida psíquica y la vida somática.
1. El acto que inaugura la vida psíquica plantea un estado de mismidad entre lo que adviene en una zona
sensorial y lo que de ellos se manifiesta en el espacio psíquico.
2. El yo no puede habitar ni investir un cuerpo desposeído de la historia de lo que vivió. Una 1º versión
construida y mantenida en espera en la psique materna acoge a este cuerpo para unirse a él. Forma siempre
parte de ese “yo anticipado” al que se dirige el discurso materno, la imagen del cuerpo del niño que se
esperaba. Si el yo anticipado es un yo historizado que inserta de entrada al niño en un sistema de parentezco
y con ello en un orden temporal y simbólico, la imagen corporal de este yo, tal como la construyó el portavoz,
conserva la marca de su deseo (el deseo materno) Hay un riesgo (necesario) de la creación de la madre de
una imagen en ausencia de su soporte real, puede encontrarse después con la no conformidad, con un
desajuste entre la imagen y el soporte. Puede que la imagen no pueda conciliarse con un cuerpo demasiado
diferente.
3. A partir del momento en que la psique pueda y deba pensar su cuerpo, el otro y le mundo en términos de
relaciones, comenzará ese proceso de identificación que hace que todo lugar identificatorio decida la
dialéctica relacional entre 2 yoes y que todo cambio en uno de los 2 polos repercuta sobre le otro. A partir de
este momento su cuerpo podrá volverse representante del otro y testigo de su poder para modificar la
realidad.
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Para que la vida somática se preserve, es preciso que el medio psíquico respete exigencias igualmente
insoslayables del soma. Para que la vida psíquica se preserve, es preciso que el medio psíquico respete
exigencias
igualmente insoslayables y que, además, actúe sobre ese espacio de realidad sobre la que el recién nacido
no tiene ningún influjo directo. En la mayoría de los casos es la madre la que se hace cargo de esta doble
función, y quien deberá organizar y modificar su propio espacio psíquico en forma tal que responda a las
exigencias de la psique del infans. Medio físico y psíquico llevaran la impronta del modelo que de ellos
propone el discurso cultural y, particularmente, el discurso paterno.
La madre será el agente privilegiado de las modificaciones que especifiquen el medio psíquico y físico que
reciben al recién nacido: el infans se la encontrará bajo la especie de este “modificador”. Si bien desde el
comienzo de la vida el padre ejerce una acción modificadora sobre el infans, en casi la totalidad de los casos
hay una persona (que generalmente es la madre) que cumple un papel alimentario privilegiado, al ofrecerle el
pecho o biberón, aportándole al infans una satisfacción vital. Esta persona tiene el poder de responder a las
necesidades, siendo la fuente de las primeras experiencias de placer y sufrimiento, viene a cumplir una
función de modificador de la realidad somatopsíquica mediante el cual se pronuncia la presencia de un
mundo habitado.
Por eso es también la madre aquella por la cual abrirá brecha en la psique del infans el primer “signo” de la
presencia o ausencia de un padre: su elección de estos “signos” dependerá de su relación con ese padre.
Aunque en un tiempo posterior el niño sera capaz de recusarlos, forjando los suyos propios, instaurando con
el padre una relación que concordará o no con la que la precediera.
Al no poder tomar conocimiento de un “modificador” separado, los movimientos afectivos coextensos con su
vivencia propia se presentarán a la psique como autoengendrados por su solo poder. Del lado de la madre
encontramos una psique que ya ha historizado y anticipado lo que se juega en estos encuentros, y que de
entrada decodifica los primeros signos de vida a través del filtro de su propia historia escribiendo así los 1º
párrafos de lo que pasara a ser la historia que se contara el propio niño sobre el infans que fue.
Entre los estímulos captados por nuestros receptores sensoriales, algunos en función de la cualidad e
intensidad de la excitación, pero más todavía en función del momento en que se efectúa el encuentro zona-
estímulo, serán fuente de una experiencia sensorial capaz de llevar su irradiación al conjunto de las zonas. El
placer o sufrimiento de una zona pasan a ser placer o sufrimiento para el conjunto de los sentidos. Estas
expericias somatopsíquicas de placer facilitarán la futura representación de un cuerpo unificado.
Opuestamente, la psique, en cuanto posea los medios para ello, intentará oponerse a ese poder irradiante del
sufrimiento, con el riesgo de no disponer más que de una representación fragmentada del espacio somático.
El objeto solo existe psíquicamente por su mero poder de modificar la respuesta sensorial (y por tanto
somática) y, por esta vía de actuar sobre la experiencia psíquica. De ahí la 1º constatación: en las
construcciones de lo originario, los efectos del encuentro ocupan el lugar del encuentro.
2º ese placer o sufrimiento que a la psique se presenta como autoengendrado, son el existente psíquico que
anticipa y prenuncia al objeto madre. Una experiencia de nuestro cuerpo ocupa el lugar que luego ocupará la
madre: al yo anticipado le hace pareja una madre anticipada por una experiencia de cuerpo.
3º antes de que la mirada se encuentre con otro (con una madre), la psique se encuentra y se refleja en los
signos de vida que emite su propio cuerpo.
Tres constataciones que prueban que el pictograma del zona-objeto complementaria es cabalmente el único
del que dispone el proceso originario.
Este poder de los sentidos de afectar a la psique permitirá transformar una zona sensorial en una zona
erógena. Si el placer o sufrimiento faltan, la reacción sensorial puede existir fisiológicamente, pero no tendrá
existencia psíquica.
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Los tres procesos son tres conjuntos de elementos constitutivos, tres escrituras o tres lenguas, poseedoras
cada una de leyes sintácticas propias. Una vez aprendidas estas tres lenguas, la psique continuará
utilizándolas a lo largo de toda su existencia. Una parte de los signos de lo primario y de lo secundario podrán
intercambiarse para desembocar en la formación de una suerte de lengua compuesta, con la lengua originaria
no sucede lo mismo. Ésta ignora que cuerpo y psique reaccionan y viven gracias al estado de relación
continua entre sí y de ambos con su medio. Solo puede dar forma a la corporización figurativa propuesta por
el pictograma. El proceso origniario no conoce del mundo más que sus efectos sobre el soma
Freud habla de una fuente somática del afecto, yo sugeriría “fuente somática de la representación psíquica
del mundo” para subrayar que si todo lo que existe llega a ser tal para el proceso originario, es sólo por su
poder de afectar la organización somática
Eje de investigación q se dirige a definir los movimientos de fundación del icc con vistas a ampliar los límites
de la analizabilidad y contribuir a definir las líneas hacia una teoría de los orígenes. Icc: como producto de
cultura fundado en el interior de la relación sexualizante con el semejante y como producto de la represión
originaria q ofrece un topos definitivo a las representaciones inscritas en los 1ros tiempos de dicha
sexualización.
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La estrategia de abordaje terapéutico dependía del modo en q se concebía el funcionamiento psíquico
precoz. Una técnica no puede ser sino la resultante de la concepción q "de la cosa misma" se tenga.
Se trataba de definir el tipo de trastorno. Diferencio entre síntoma, en tanto formación del icc, producto
transaccional entre los sistemas psíquicos efecto de una inlograda satisfacción pulsional, y algo de otro orden,
algo que no puede ser considerado como tal en sentido estricto, en la medida en q el funcionamiento pleno
del comercio entre los sistemas psíquicos no está operando, por su no constitución (como en el caso) o por
su fracaso, parcial/total (psicosis).
1) Si el icc es efecto de una fundación operada por la represión originaria, ¿a qué tipo de orden psíquico
responden estas inscripciones precoces q no son iccs en sentido estricto? (ya q no se produjo todavía el
clivaje psíquico)
2) Concebir el trastorno del sueño como efecto de una perturbación en el vínculo primordial con la madre, da
lugar al Interrogante: ¿cuáles serían las vías de pasaje, y a partir de qué premisas metapsicológicas del
psiquismo materno y del niño, esta perturbación se constituiría?.
Modelo:
α β ϒ
Ante cada embate de displacer, tenderá a reproducirse el más acá del principio de placer en una compulsión
de repetición traumática q no logra encontrar vías de ligazón y retorna a un circuito siempre idéntico dado q
es inevacuable, porq no es efecto de una tensión vital q se resolviera a través de una cantidad de alimento q
permitiera su disminución a cero, sino de una excitación indomeñable.
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a través de la trascripción de lo pulsional inscrito en el icc mediante la regulación de sus pasajes al
precc-cc.
Lo q se inscribe de inicio en la cría humana como pulsión destinada a atacar al yo y devenir pulsión sexual de
muerte, encuentra un modo de organización q constituye el soporte de la pulsión de vida.
Diferenciar el principio de placer, q rige las relaciones de pasaje de investimientos cuando los sistemas
psíquicos funcionan a pleno, de ese más acá del principio de placer q obliga a movimientos de ligazón q
permitan su instalación.
Del lado de la madre, proponemos q esta es, la función de la “madre suficientemente buena”, la q winnicott
considera como posibilitando el pasaje del principio de placer al principio de realidad, pero al abrir las vías
mismas de instalación del principio de placer.
El holding winicottiano puede ser entendido como la capacidad representacional de la madre q ofrece vías de
ligazón colateral para q la facilitación q lleva a instalar la alucinación primitiva no deje al niño librado a la
pulsión de muerte. Esta madre q Winnicott define como capaz de generar las condiciones de ilusión-
desilusión, es concebida como inscribiéndose en un orden q la pauta y la determina, madre q atraviesa con su
amor al lactante, pero q ya ha sido “atravesada por la castración”, es capaz de rehusarse al colmamiento
ilimitado.
En el Caso Dani, a diferencia de una madre q instaura y liga bajo los modos de su imaginario fantasmático,
en la cual es su propia determinación edípica, histórica, la q fija los límites de la contención-rehusamiento, fue
la membrana envolvente de mi consultorio, atravesada por una perspectiva de la teoría de los orígenes, lo q
definió un modo de aproximación clínico.
No perder de vista 2 premisas: no enjuiciamiento y no precipitar en la madre conductas q la subordinarán, a
una palabra ajena q la capturará en una pasividad traumatizante. Y abrir las vías de una simbolización q,
fallida, la precipitaba en un anudamiento patológico del cual había q propiciar un desanudamiento a partir de
las asociaciones q acompañaban nuestro intercambio discursivo.
Post scríptum
Recibí el llamado de la madre de Dani, a casi 3 años de las entrevistas. Habiendo tenido una niña hacía 9
meses, sentía nuevamente q no podía hacerse cargo de ambos. Consultaba respecto a la imposibilidad de
regular internamente ciertos sentimientos angustiosos. Se preguntaba si los niños estaban bien, si la
evolución de Dani era normal, necesitaba mi mirada neutral y opinión profesional para proseguir la crianza de
modo menos inquietante.
Convinimos una cita. Vinieron los 3 a la entrevista: Dani, su hermanita y su mamá. El motivo de consulta era:
¿Cómo tolerar, por parte de esta mujer, hija menor, favorita del padre y sometida a los celos de una madre q
había escogido a su hermano como hijo privilegiado, la ambivalencia q le producía la intromisión q Dani
ejercía en la relación con esta hija q venía a constituir el objeto reparador de su propio vínculo originario
fallido?
Ella dijo “…no sé cómo hacer para q ella no sufra cuando estoy con Dani”. Le dije “ella ya nació con un
hermano, es Dani el q tal vez podría sentirse mal con la presencia de la niña, viendo cómo ud. le da el pecho,
la cambia…”. Recordamos la situación respecto de su hermano. La asustaban los celos del niño, temía q
dañara a la pequeña.
Había establecido una alianza con esta hija, réplica de sí misma en su posicionamiento infantil, realizando la
fantasía de amor absoluto rehusado por su madre.
La función de un analista de niños recaptura, de un modo distinto, aquello respecto de la función materna:
desligar, por un lado, religando, por otro, para crear nuevas vías de recomposición. Ayudar a desanudar las
simbolizaciones fallidas y poner en marcha un movimiento de reensamblaje psíquico a partir de lo q de ellas
resulta.
La hiperkinesis y el trastorno del sueño respondían, en la estructuración psíquica precoz, a una falla de los
investimientos colaterales, luego de las ligazones yoicas, efecto de un déficit en la narcisización primaria.
Q Φ Ψ W
Cant ext
Neu de pasaje- ligazón- percepción
Las neuronas de ligazón cuando ingresan grandes cantidades de energía, pueden devenir neuronas
pasaderas, q arrasan el psiquismo, hay incapacidad de ligazón. Exceso de excitación q no logra tramitar.
¿Cómo es posible que la pulsión pueda no implantarse en el psiquismo humano?
2 concepciones de pulsión en Freud: 1) fuente: zona erógena. Meta: Placer de órgano. (sexual)
2) fuente: somático (hambre). Meta: Satisfacción. (autoconservación). El objeto es el
alimento.
Freud plantea hasta qué punto lo autoconservativo es sexual. Bleichmar dice q hay un error epistemológico
en Freud, sexualidad no es igual a genitalidad. Lo sexual se apuntala en lo biológico, pero no reconoce un 3er
elemento: el Otro. El adulto reduce a cero el hambre pero introduce la sexualización. Introduce un plus de
placer.
La pulsión sexual se apuntala en el Otro!!! “La verdad del apuntalamiento está ligado a la seducción”
Laplanche
Implantación: lo traumáticamente necesario, en tanto obliga al psiquismo a un trabajo q pone en marcha
nuevos mecanismos. Exceso q obliga una tramitación. Traumatismo estructurante.
Intromisión: tipo de ingreso al psiquismo q es inmetabolizable, obtura la producción psíquica. Modo de
inscripción de la pulsión, introduciendo elementos rebeles a toda metábola. Traumatismo desestructurante.
Metabolización: capacidad o no del psiquismo de tramitar.
Bleichmar recupera la diferencia entre narcisismo 1rio y 2rio. Desde el narcisismo 1rio la cría tiene un
estatuto, va a venir a completar, representación yoica del adulto.
Trasvasamiento narcisístico: solo se produce una vez q apareció el hijo real y concreto.
Función materna como doble conmutador. La madre le ofrece el pecho, lo excita pero le aporta vías
colaterales desde el narcisismo 2rio. Representaciones q se inscriben endógenamente. La operatoria del
adulto no es solo una cuestión de significante del discurso sino q es sobre el cuerpo.
Caso Dani: falla en la operatoria envolvente. El adulto lo parasita con sus representaciones y con el soporte
libidinal por medio del cual se transmiten las representaciones
Cuando comenzó su trabajo era un principio establecido que se debía hacer un uso muy limitado de las
interpretaciones. Entonces y por mucho tiempo, el psicoanálisis era considerado adecuado solamente para
niños desde el período de latencia en adelante.
El tratamiento de Fritz se llevó a cabo en la casa del niño, con sus propios juguetes. Este análisis fue el
comienzo de la técnica psicoanalítica del juego, porque desde el principio el niño expresó sus fantasías y
ansiedades principalmente jugando, y al aclararle consistentemente su significado, apareció material adicional
en su juego (método de interpretación característico de la técnica de Klein) Este enfoque corresponde a un
principio fundamental de psicoanálisis, la libre asociación. Al interpretar no solo palabras del niño, sino
también sus actividades en los juegos, aplicó este principio básico a la mente del niño, cuyo juego y acciones
(y toda su conducta) son medios de expresar lo que el adulto manifiesta predominantemente por la palabra.
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Otros dos principios del psicoanálisis, establecidos por Freud, que le sirvieron de guía: la exploración del
inconciente como tarea principal del procedimiento psicoanalítico y el análisis de la transferencia como medio
de lograr este fin.
El psicoanálisis no debiera llevarse a cabo en la casa del niño. La situación de transferencia solo puede ser
establecida y mantenida si el paciente es capaz de sentir que la habitación de consulta o pieza de juegos (y
todo el análisis) es diferente a su vida diaria del hogar. Solo en estas condiciones puede superar sus
resistencias a experimentar y expresar pensamientos, sentimientos y deseos que son incompatibles con las
convenciones usuales, y que siente que están en contraste con mucho de lo que se le ha enseñado.
Klein propone que los juguetes provistos por el analista debieran ser en general simples, pequeños y no
mecánicos porque le permiten al niño expresar una amplia gama de fantasías y experiencias.
Los jueguetes de cada niño eran guardados en cajones particulares, y así cada uno sabe que solo él y el
analista conocen sus juguetes, es parte de la relación privada e íntima característica de la transferencia
psicoanalítica.
Es esencial permitir que el niño deje salir su agresividad, pero lo que cuenta más es comprender por qué en
este momento particular de la situación de transferencia aparecen impulsos destructivos y observar sus
consecuencias en la mente del niño.
Debe permitirse que el niño experimente sus emociones y fantasías tal como ellas aparecen. Es parte de la
técnica no ejercer influencia educativa o moral, sino restringirse al procedimiento psicoanalítico que consiste
en comprender la mente del paciente y transmitirse que es lo que ocurre en ella.
Si la interpretación se relaciona a puntos salientes en el material, ellos son perfectamente comprendidos por
el niño. Si al analista traduce en palabras simples los puntos esenciales del material que le ha sido
presentado entra en contacto con las emociones y ansiedades que son más activas en ese momento; la
comprensión conciente e intelectual del niño es a menudo un proceso posterior. Los niños, aún muy
pequeños tienen una gran capacidad de comprensión, con frecuencia mayor que la de los adultos, ya que las
conexiones entre cc e icc son más estrechas y porque las represiones infantiles son menos poderosas.
Uno de los puntos importantes en la técnica del juego ha sido siempre el análisis de la transferencia. En la
transferencia con el analista el paciente repite emociones y conflictos anteriores. La experiencia enseñó que
podemos ayudar al paciente fundamentalmente remontando sus fantasías y ansiedades en nuestras
interpretaciones de transferencia a donde ellas se originaron (particularmente en la infancia y en relación con
sus primeros objetos). Pues reexperimentando emociones y fantasías tempranas y comprendiéndolas en
relación con sus primeros objetos él puede, por decirlo así, revisar estas relaciones en su raíz y de esa
manera disminuir efectivamente sus necesidades.
Ha de considerarse el uso de los símbolos de cada niño en conexión con sus emociones y ansiedades
particulares y con la situación total que se presenta en el análisis, meras traducciones generalizadas de
símbolos no tiene significado.
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El análisis del juego había mostrado que el simbolismo permitía al niño transferir no solo intereses, sino
fantasías ansiedades y sentimientos de culpa a objetos distintos de las personas. De ese modo
experimentaba un gran alivio jugando y este es uno de los factores que lo hacían tan especial para el niño.
En los niños, una severa inhibición de la capacidad de formar y usar símbolos, y así, de desarrollar la
fantasía, es señal de una perturbación seria.
Introducción
El Juego
La psicoterapia se da en la superposición de dos zonas de juego: la del paciente y la del terapeuta. Está
relacionada con dos personas que juegan juntas. El corolario de ellos es que cuando el juego no es posible, la
labor del terapeuta se orienta a llevar al paciente, de un estado en que no puede jugar a uno en que le es
posible hacerlo.
El juego debe ser estudiado como un tema por sí mismo. Klein se ha centrado sobre el uso del juego como
medio de comunicación del niño, y no se detuvo a observar al niño que juega así como tampoco ha escrito
sobre el juego en si mismo.
El jugar tiene un lugar y un tiempo. No se encuentra adentro ni afuera, es decir no forma parte del mundo
repudiado, el no-yo, lo que el individuo ha decidido reconocer como verdaderamente exterior, fuera del
dominio mágico. Para dominar lo que está afuera es preciso hacer cosas, no solo pensar o desear, y hacer
cosas lleva tiempo. Jugar es hacer. Para asignar un lugar al juego postuló la existencia de un espacio
potencial entre bebé y madre. Varía en gran medida según las experiencias vitales de aquel en relación con
esta o con la figura materna. Este espacio es algo distinto al mundo interior y a la realidad exterior.
Después de desarrollar dos casos Winnicot dice: Quizás un psicoterapeuta se habría abstenido de jugar en
forma activa con un niño. Con dos casos que él desarrollo demuestra como el rol activo del terapeuta a la
hora de jugar, permite hacer surgir aspectos creadores de la experiencia de juego.
Es posible decribir una secuencia de relaciones vinculadas con el proceso de desarrollo y buscar donde
empieza el jugar.
A. El niño y el objeto se encuentran fusionados. La visión que el primero tiene del objeto es subjetiva, y la madre
se orienta a hacer real lo que el niño está dispuesto a encontrar.
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El objeto es repudiado, reaceptado y percibido en forma objetiva. Este complejo proceso depende en gran
B. medida de que exista una madre o figura materna dispuesta a participar y a devolver lo que se ofrece. La
madre se encuentra en un ir y venir que oscila entre ser lo que el niño tiene la capacidad de encontrar y ser
ella misma, a la que espera que la encuentren. El niño vive cierta experiencia de control mágico, de
omnipotencia. En el estado de confianza que se forma cuando la madre puede hacer bien esto, el niño
empieza a gozar de experiencias basadas en un matrimonio de omnipotencia de los procesos intrapsíquicos
con su dominio de lo real. La confianza en la madre constituye un campo de juegos intermedio, en el que se
origina la idead e lo mágico. Este espacio potencial entre la madre y el hijo es lo que Winnicott denomina
campo de juego.
C. La etapa siguiente consiste en encontrarse solo en presencia de alguien. El niño juega sobre la base del
supuesto de que la persona a quien ama, quien es digna de confianza se encuentra cerca, y que sigue
estándolo cuando se la recuerda, después de haberla olvidado
D. En la etapa siguiente el niño permite la superposición de dos zonas de juego y disfruta de ella. Así queda
allanado el camino para jugar juntos.
El juego es por sí mismo una terapia. Conseguir que los chicos jueguen es ya una psicoterapia de aplicación
inmediata y universal. El juego es una experiencia siempre creadora. Se desarrolla en el límite teórico entre lo
subjetivo y lo que se percibe de manera objetiva. El juego de los niños contiene todo, aunque el
psicoterapeuta trabaje con el material, con el contenido de aquel. En una hora prefijada, o profesional se
presenta una constelación más precisa que en una experiencia sin horarios, en el piso de una habitación.
Winnicott plantea que hay que entender que puede efectuarse una psicoterapia de tipo profundo sin
necesidad de una labor de interpretación. El momento importante de las consultas terapéuticas es aquel en el
cual el niño se sorprende a sí mismo, y no el de las inteligentes interpretaciones del terapeuta.
Las interpretaciones ofrecidas fuera de la zona de superposición entre paciente y analista que juegan juntos,
da lugar a resistencias. Cuando el terapeuta carece de capacidad para jugar, la interpretación es inútil o
provoca confusión. Cuando hay juego mutuo, la interpretación, realizada según principios psicoanalíticos
aceptados, puede llevar adelante la labor terapéutica.
Resumen
En el juego el niño reúne objetos, manipula fenómenos de la realidad exterior y los usa al servicio de una
- muestra derivada de la realidad interna o personal, de los sueños, y los inviste de significación y sentimientos
oníricos.
- Hay un desarrollo que va de los fenómenos transicionales al juego, y de éste al juego compartido, y de él a
las experiencias culturales
- El juego compromete al cuerpo, debido a la manipulación de objetos y a que ciertos tipos de interés intenso
se vinculan con excitaciones corporales, aunque estas implican amenazas para el jugar.
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- El juego es satisfactorio, cuando hay un grado de ansiedad que resulta insoportable, ésta destruye el juego
- El elemento placentero del juego contiene la ingerencia de que el despertar de los instintos no es excesivo.
Debe asignársele un lugar especial a la primera entrevista. Un paciente trae a la primera entrevista
una cierta capacidad para creer que obtendrá ayuda y confiar en quien se la ofrece. Lo que la
persona que quiere ayudarlo debe ofrecer es un encuadre estrictamente profesional, en el cual el
paciente esté en libertad de explorar la oportunidad excepcional que le brinda la consulta para la
comunicación estará referida a las tendencias emocionales. El consultor debe ser capaz de
proporcionar una relación humana natural, flexible dentro del encuadre profesional.
Hay casos en los que los niños no necesitan ser derivados, ya que cuentan con hogares
suficientemente buenos, aunque presenten problemas clínicos. A veces basta con una pequeña
ayuda para que después la flia y la escuela cumplan con el resto del tratamiento.
Es importante que el consultor este prepardo para disfrutar del jugar. El juego del garabato consiste
simplemente en un método para establecer contacto con el paciente cuando este es un niño. Es un
juego reglado pero flexible, muy diferente al test, ya que tanto el consultor como el niño aportan su
propio ingenio.
Consiste en que el consultor hace un garabato y el niño debe decir a que se parece, o puede
convertirlo en alguna otra cosa. Después el niño es quien hace el garabato, y el consultor lo
completa dándole una nueva forma. Es importante que siempre se mantenga flexibilidad, y el
terapeuta se adapte a lo que vaya ocurriendo en cada caso singular.
El principio es que la psicoterapia se produce en un lugar donde se superponen la zona de juego del
niño y la del adulto o terapeuta. El juego del garabato es un ejemplo de cómo puede favorecerse esa
interacción.
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Tome nota mental de que la combinación del espacio donde debía estar la panza y las palabras
“algo anduvo mal” podría ofrecerme un claro indicio, ya al comienzo de esta sesión, de que L se
percataba de un problema, el cual podría estar vinculado a la panza. No dije nada. Como es natural,
me pregunte si no habría algún problema del tipo de “¿de dónde vienen los niños?”
2. Al de ella yo lo convertí en una cabeza, que pareció gustarle.
3. Al mío ella enseguida lo convirtió en un ave, con lo cual ponía en evidencia su capacidad
para la expresión propia en el dibujo.
5. Al mío lo transformo en alguien con un gran sombrero. Le pareció bastante gracioso que
el sombrero estuviese desprendido del costado de la cabeza. Podría tratarse de un chico o una
chica.
Interpolación: tres meses antes yo había mantenido una entrevista relevante con la madre. Al
describirme a L me relato un incidente que había tenido importancia en su niñez temprana. Tenía
que ver con sombreros. Si yo hubiese permitido que este relato de la madre dominase mis ideas en
ese momento, tal vez habría pensado que el dibujo 5 señalaba, como temática principal, los
sombreros; pero como siempre extraigo mis claves del propio niño, ya en esta entrevista con L había
averiguado que la temática principal estaría vinculada con el espacio entre las patas delanteras y las
traseras, sea cual fuere el significado que llegasen a tener. No obstante, los sombreros aparecieron
por cierto como una temática secundaria.
Continuación del juego:
6. El de ella, al que enseguida vio como un canguro con un sombrero puesto. Señalo que el
canguro tenía las rodillas apuntando hacia arriba, como suelen tenerla los canguros, y para
ejemplificarlo dibujo sus propias rodillas levantadas hasta el pecho. Es dable apreciar que uno de los
efectos de esto es que queda oculto el vientre; por otra parte, los niños suelen elegir el canguro por
la bolsa que tiene, y para indicar un embarazo visible en lugar de un embarazo oculto.
9. El mío, que convirtió en “un perro o algo así”. en este dibujo hay un espacio entre la cola y
el lugar donde estarían las extremidades. Evidentemente ella se dio cuenta de esto, porque volvió al
dibujo n°1 y le agrego una línea para mostrar la barriga.
10. El de ella, sobre el que estuvimos charlando. Yo le dije: “realmente es algo completo en sí
mismo; no necesita que se le haga nada. Me pregunto si no será una… (aquí debí sonsacarle como
llamaban en la familia a los productos de la defecación)… una tarea (busy). Dijo que era una víbora;
le dibuje entonces un plato alrededor y le sugerí que podíamos comerla en el almuerzo.
11. Al mío lo convirtió en un perro feroz, que parecía “listo para arremeter contra alguien”.
Esto demostraba la capacidad de L para llegar hasta algo propio de su naturaleza que no se
manifiesta en su comportamiento habitual, o en su apariencia.
16
12. Al suyo lo convertí en “un duende o algo así”. ella pensaba que estaba por comerse las
hojas de la rama.
13. El mío fue tratado por ella de un modo sumamente imaginativo. “es algo que se mete en
un túnel. Podría ser un topo”. Pensé que aquí estaba presente el simbolismo de la defecación, o el
nacimiento, o el coito, pero deje el asunto allí sin interpretar.
14. El suyo termino siendo una especie de pato que se ve en la oscuridad. Esto significaba
que estábamos cerca de un verdadero material onírico.
16. Ella trato al mío de modo similar, poniéndole al ave plumas sobre la cabeza.
17. Al suyo lo convertí en un pato, imitándola, y se lo dije. Le puse al pato un pez para que se
lo comiera.
Yo le había formulado ya algunas preguntas tentativas sobre sus sueños, pero no le resultaba fácil
hablarme de ellos. Aventuro el comentario de que eran horrendos. Yo le había dicho antes que sin
duda había algo horrendo que formaba parte de ella y con lo que ella no sabía qué hacer, y le
recordé el perro feroz, tema que se volvía a presentar en este dibujo (18) de “algo feroz que tiene
garras y grandes orejas y un ojo grande extraño con el cual puede ver en la oscuridad”
Aquí le añadí algo respecto de la forma en que podían volcarse las cosas de adentro si no hubiese
panza: tal vez caería algo feroz, como o que ella había dibujado. También le dije algo respecto de
las garras y de sus ideas de alcanzar eso que había dentro de la barriga de mama cuando estaba
por tener uno de los dos bebes que vinieron después de ella. Esta idea fue novedosa para L. no
estaba segura de recordar nada vinculado con el embarazo de su madre (desde luego, no usamos
esta palabra).
19. Yo comencé a hacer algo con el de ella, y juntos lo transformamos en un insecto.
20. El mío fue algo diferente de los otros garabatos, mas concentrado. Exclame: “¡este es
medio tonto, ¿no?”. Ella contesto: “¡No!”, y rápidamente lo convirtió en “alguna clase de animal con
antenas… tiene una pata grande y una cola. Puede ser lindo o ser horrendo”.
21. Al de ella lo convertí en lo que ella llamo “una dama elegante”. Mientras yo terminaba de
dibujar este, ella ya había comenzado el siguiente.
22. En una hoja más grande que las habituales. Dijo que “le resultaba muy difícil hacerlo” y
que ella tenia que ser “muy valiente… es un sueño aterrador”. Empezó con la parte de la oscuridad y
luego incorporo la cama, en la que ella yacía; después se concentro en los detalles de la COSA que
se arrojaba sobre ella. Tenía las rodillas levantadas (como describió al canguro, y como me había
mostrado con su propio cuerpo), una pata grande y una pequeña, y un solo ojo. Desde su punto de
vista era “lo mas horrendo posible”.
Trate de explorar que sentiría ella si esa COSA se le viniera encima, y todo cuanto pudo decir fue:
“seria horrendo para mi”.
17
En ese momento le dije que podía escoger entre seguir jugando o hacer alguna otra cosa, y dijo que
prefería hacer dos garabatos más. Así pues, le di todas las oportunidades para dejar el juego, o
cambiar de tema, y ver que sucedía.
23. Al mío lo convirtió en otro canguro, esta vez con una gran panza o bolsa y en ella un
canguro bebe. No tenía las patas flexionadas. Le dije que el canguro permitía pensar en una panza
con bebe adentro. Dijo que el canguro es un animal que hace cosas con sus patas y pega saltos. Le
transmití algo más de mi propia idea sobre esa cosa tan espantosa que se le viene encima
representa algo que ella nunca acepto del todo, y es que tiene sentimientos parecidos con respecto
al bebe que está adentro de la panza de su mama. La COSA horrenda seria entonces un retorno de
algo propio de ella, que ella era capaz de sentir como horrendo.
24. Al suyo lo convertí en un animal que le gusto. Como parecía con ganas de continuar
dibujando, seguí adelante con el juego.
25. Al mío lo convirtió en un chivo que embestía. Presumí que para L un chivo es un símbolo
del instinto masculino.
27. Sobre el mío dijo que iba a ser un ratón. Comento que el próximo dibujo sería el último de
la serie.
28. Al último, de ella, lo troco, con gran fantasía, en la cabeza de un hombre. Empezó
poniéndole anteojos; era obvio que se trataba de un retrato mío. El hombre estaba leyendo el
periódico. “no – se retractó – está cruzado de brazos”. A esta altura se la veía actuar con mucha
libertad; podía ver lo que quisiese en sus propios garabatos.
Ya estaba en condiciones de irse, y le comunique que iríamos a buscar a la mama, así que juntamos
entre ambos los dibujos, que ella quiso reexaminar en el orden correcto. Repasamos todos los
detalles significativos, y las interpretaciones. Saco del montón el dibujo hecho sobre la hoja grande,
el del sueño, y lo aparto diciendo que ese era “diferente”. De todos modos, metí todos los dibujos
dentro de una carpeta y le dije que eran suyos y podría tenerlos en cualquier momento que los
quisiese, pero yo se los guardaría. Esta es mi costumbre al terminar el juego.
Salió entonces a buscar a la madre. Mientras trasponía el umbral de la puerta principal, muy
contenta, le dije: “tal vez nos volvamos a ver algún día”. Ella respondió: “así lo espero”.
Observaciones generales: esta niña inteligente que comprendida dentro de lo que abarca el término
“normal” o “sana”, psiquiátricamente hablando. O sea, revela estar libre de toda organización
defensiva rígida. Es capaz de jugar y disfrutar con el juego. Tiene sentido del humor sin ser maniaca.
L es capaz de usar su imaginación, y luego de la debida verificación de la situación, de darme un
sueño significativo en el que aparece la ferocidad, precisamente el rasgo que falta clínicamente en
su personalidad.
A. Tema principal: la angustia se centraba en la COSA horrenda presente en el sistema de la
fantasía del tracto alimentario, y que esto se vinculaba con las ideas horrendas o destructivas que L
tuvo quizás respecto de esas COSAS del vientre de la madre que, a veces, la ponían gorda.
18
B. Tema secundario: la niña mostraba un recurrente interés por los sombreros, y esto bien
puede haber sido una secuela del episodio significativo que me relato la madre, al que todavía no
me he referido.
Cuando la entrevista con la madre (que verso principalmente sobre ella) se aproximaba a su término,
me comento algo relacionado con el manejo de L en sus primeros meses de vida, sobre lo cual se
sentía culpable. Dijo: “parece ridículo, pero sucedió cuando L tenía diez meses. Tuve que
ausentarme unos días, contra mi voluntad, pero deje a los niños al cuidado de una niñera que estaba
permanentemente cerca de casa y conocía las costumbres de nuestro hogar. Pensé que todo
andaría bien, pero debo haberme sentido en falta porque al regresar me precipite hacia donde
estaba L – ya no me acuerdo donde era que estaba – sin sacarme el sombrero. Lo espantoso del
asunto es que L quedo petrificada. No reaccionaba en absoluto ante nada de lo que yo le hacía. La
tome en mis brazos un largo rato, y a la postre se relajó y volvió a ser como era antes de que yo me
fuese. Todo retorno a la normalidad, salvo que a partir de entonces L le tuvo fobia a los sombreros.
Durante un largo tiempo (muchos meses) la beba no soporto a las señoras con sombrero puesto”.
Probablemente haya sido por esta fobia a los sombreros, y por la posibilidad de que hubiese
quedado algún residuo de esa pérdida de la madre durante tres días, a los diez meses, que la madre
resolvió traer a L a la consulta psiquiátrica, y no porque se mojase en la cama – lo cual no le
importaba a la madre en absoluto, y además ya se estaba resolviendo por la época de la consulta-.
C. Tercer tema: el tercer tema fue, en definitiva, el más importante. Se vinculaba justamente
con el rasgo faltante en la personalidad de L, la ferocidad. Estaba relacionada con el temor de L a
las cosas que, según ella imagino, crecían dentro de la panza de su mama, temor basado en una
concepción pregenital de las funciones orgánicas de la ingestión- retención- eliminación. También se
conectaba con sus propias mociones agresivas, la rabia que sentía por su madre que se apartaba de
ella con cada nuevo embarazo, y su ataque temeroso a los objetos horrendos imaginados en el
interior de su madre. Por detrás de todo esto se hallaba el ataque encubierto a los contenidos de la
madre, correspondiente a una relación de objeto basado en el instinto, o a un impulso de amor
primitivo, en cuya prehistoria estaba la idea del ataque a los contenidos del pecho, o apetito voraz.
Clínicamente la consecuencia fue que la personalidad de la niña se volvió más libre en general y
hubo un intercambio más suelto de sentimientos entre ella y su madre. Las interpretaciones no
produjeron el resultado pero contribuyeron al descubrimiento, por la propia niña, de lo que ya había
en ella. Esta es la esencia de la terapia.
Resumen: el juego del garabato es un juego sin reglas. Lo importante es el uso que se le dé al
material que el juego puede producir, especialmente en ese tipo de trabajo en una sola sesión que
yo denomino “consulta terapéutica”. El juego del garabato no ha de dominar la escena durante mas
d una sesión, o a lo sumo dos o tres. El principio es que la psicoterapia se produce en un lugar
donde se superponen la zona de juego del niño y la zona de juego del adulto o terapeuta. El juego
del garabato es un ejemplo de cómo puede favorecerse esa interacción.
19
El niño, durante un tiempo, tiene menos problemas en reconocerse en esa denominación (nene) de la que
generalmente se apropia completándola con un “de mama” o “de papa”. Es distinto para el adolescente que
oscila entre dos posiciones:
- El rechazo a todo cambio de status en un mundo relacional sin importar cuáles sean, por otra parte, las
modificaciones que se inscriben en su cuerpo.
- Una reivindicación ardiente o silenciosa y secreta de su derecho de ciudadano completo en el mundo de los
adultos y, muy a menudo, en un mundo que sea reconstruido por él y sus pares en nombre de nuevos valores
que probarían lo absurdo o la mentira de los que se pretende imponerle.
Entre las tareas reorganizadoras propias a ese tiempo de transición que es la adolescencia, considero que
una tiene un rol determinante tanto para su éxito como para su fracaso: ese trabajo de poner en memoria y de
poner en historia gracias al cual, un tiempo pasado, y, como tal, definitivamente perdido, puede continuar
existiendo psíquicamente en y por esta autobiografía, obra de un Yo que solo puede ser y devenir
prosiguiéndola del principio al fin de su existencia. Pero si ese trabajo de construcción-reconstrucción
permanente de un pasado vivido nos es necesario para orientarnos e investir ese momento temporal inasible
que definimos como presente, es necesario aún que podamos hacer pie sobre un número mínimo de anclajes
estables de los cuales nuestra memoria nos garantice la permanencia y la fiabilidad. Ha aquí una condición
para que el sujeto adquiera y guarde la certeza de que es el autor de su historia y que las modificaciones que
ella va a sufrir no pondrán en peligro esa parte permanente, singular, que deberá transmitirse de capitulo en
capitulo, para hacer coherente y que tenga sentido el relato que se escribe.
El concepto de modificación hace referencia a la reacción del aparato psíquico a lo que sugiere, cambia,
desaparece en la escena de la realidad y sobre su propia escena somática, es el organizador de los
mecanismo a los que este mismo aparato recurre para, según el caso, aceptar, negociar, rechazar, desmentir
este movimiento que aporta una parte de improviso y desconocido.
El valor de este concepto nos es confirmado por el análisis de la relación de interdependencia presente entre
lo modificable y lo no modificable en el registro relacional y en el registro identificatorio.
Es en el curso del tiempo de la infancia que el sujeto deberá seleccionar y apropiarse de los elementos
constituyentes de ese fondo de memoria gracias al cual podrá tejerse la tela de fondo de sus composiciones
biográficas. Tejido que puede sólo asegurarle que lo modificable y lo inexorablemente modificado de sí
mismo, de su deseo, de sus elecciones, no transformen a aquel que él deviene, en un extraño para aquel que
él ha sido, que su “mismidad” persiste en ese Yo condenado al movimiento, y por allí, a su auto-modificación
permanente.
Este mismo “fondo de memoria” juega un rol determinante en la relación abierta que el sujeto podrá o no
mantener con su propio pasado, y más especialmente con ese tiempo de la infancia marcado por la presencia
y el impacto de estas primeras representaciones sobre las cuales el sujeto ha operado ese largo trabajo de
elaboración, de transformación, de represión, cuyo resultado le hace ser el que es y aquel en el que deviene.
Esa parte de la infancia o esa parte de infantil que el analista descubre en todo sujeto, es la prueba de la
persistencia de ese fondo de memoria, o, por decirlo mejor, de lo que queda en nuestra memoria de ese
pasado en el que se enraízan nuestro presente y el devenir de ese presente. Lo que importa, es la
persistencia de ese nexo garante de la resonancia afectiva que deberá establecerse entre el prototipo de la
experiencia vivida y la que él vive, por diferentes que sean la situación y el reencuentro que la provoquen.
Este fondo de memoria, como fuente viviente de la serie de encuentros que marcarán la vida del sujeto,
puede bastar para satisfacer dos exigencias indispensables para el funcionamiento del Yo:
- Garantizarle en el registro de las identificaciones esos puntos de certidumbre que asignan al sujeto un lugar
en el sistema de parentesco y en el orden genealógico, y por consiguiente temporal, inalienable y al amparo
de todo cuestionamiento futuro sin importar los sucesos, los encuentros y los conflictos que hallará.
- Asegurarle la disposición de un capital fantasmático que no debe formar parte de ninguna “reserva” y al que
debe poder recurrir porque es el único que puede aportar la palabra apta al efecto.
20
Capital fantasmático que va a decidir lo que formará parte de su investidura y lo que no podrá encontrar lugar
en ella, las representaciones que podrá imantar para su provecho, su deseo, y aquellas que quedan
marcadas por el sello del rechazo, de lo negativo, de lo mortífero.
El tiempo de la infancia deberá o debería concluir con la puesta en lugar y al abrigo de toda modificación, de
lo que yo trato de delimitar para una parte bajo el término de “singular”. En ese trabajo, merced al cual ese
tiempo pasado y perdido se transforma y continua existiendo psíquicamente con la forma de discurso que le
habla, de la historia que lo guarda en la memoria, que permite al sujeto hacer de su infancia ese “antes” que
preservara una ligazón con su presente, gracias a la cual se construye un pasado como causa y fuente de su
ser.
En la adolescencia se juega, se modifica, se da a ver a sí mismo y a los otros, acompaña un movimiento
temporal que confronta a la psiquis con esta serie de aprés-coup cuyos efectos va a imponerse cada vez,
como una prueba de la diferencia que los separa de lo que han sido hasta entonces. Habrá que aceptar esta
diferencia de ser a ser, no solamente esta auto-alteración difícil de asumir, sino mantener una ligazón entre
ese presente y ese pasado, poder descubrir allí, según la situación vivida, una potencialidad que este
presente realiza o, “a mínima”, una causalidad que de sentido a la prueba que impone. A todo lo largo de
nuestra experiencia, la investidura de un tiempo futuro tiene como condición la esperanza de que él permitirá
la realización de una potencialidad ya presente en el Yo que inviste ese tiempo y ese placer diferidos.
21
Si el primer caso nos lleva al lado de la psicosis y de la confusión de tiempo que la caracteriza, el segundo se
encuentra en esos sujetos que nos sorprenden por el desinterés que manifiestan por su propia infancia, de la
que no guardan ningún recuerdo o muy pocos. Uno confronta un cuadro que se acerca al de la depresión
pero se separa de él en un punto esencial: el pasado como tiempo de la culpabilidad, de la nostalgia, del
duelo, de la felicidad perdida, esta sobre-investido por el deprimido. Es justamente esta sobre investidura la
que lo caracteriza y lo priva del quantum libidinal necesario para investir un futuro portador de cambio.
El tiempo de la infancia se constituye como un pasado, pero un pasado desafectizado. No se encontrará ni en
el registro del placer, ni en el del sufrimiento, el recuerdo de algunos momentos épicos, a los que puede
fijarse la memoria y a los que vuelva periódicamente, que ella puede investir como prueba de que se ha vivido
una historia que bien merece ser retenida, retomada, relatada.
Durante un buen periodo de su análisis, no se puede encontrar en el discurso de estos sujetos ningún rastro
de lo infantil, de las palabras que podrían dar voz al niño que han sido: a ese niño, ni lo aman ni lo odian; les
es indiferente, se han separado de él. Ese tiempo es despojado de todo poder emocional.
Las dos tareas específicas de la adolescencia tendrán un destino distinto en estos sujetos:
- La primera será más o menos llevada a buen puerto. El tiempo de la infancia, no solo estará cerrado, sino
encadenado. Deja a su disposición los reparos necesarios para que encuentre su lugar en un orden
“temporal” que inserta al sujeto en una línea, le asegura ese registro de su singularidad y le evita el rose del
lado de la psicosis.
- Pero erra en el caso de la segunda tarea: la puesta en lugar del área de los posibles relacionales. Para
investir la espera de un nuevo encuentro, es necesario que haya quedado investido el recuerdo de uno ya
vivido que ha formado parte de un posible realizado en nuestro pasado.
En los sujetos de los que yo hablo, este pasado vivido solo existe bajo la forma de una hipótesis abstracta
que ha perdido su poder emocional: un niño ha vivido, ha amado sin duda sus padres y ha sido amado por
ellos, pero ese niño solo sirve al adulto como simple reparo temporal. Ese “niño” no está suficientemente
investido como para que su historia relacional se ponga en lugar de ese pasado que inducirá a la anticipación
de una relación futura, fuente del investir. Sin embargo, este “niño” permite al adulto saber qué ha sido y qué
no lo es más.
Vemos una intrincación presente entre problemática identificatoria y problemática relacional, entre la libido de
objeto y libido narcisista o libido identificatoria:
Lo que caracteriza nuestros distintos cuadros clínicos es el rol que una podrá tener con respecto a la otra, el
exceso o la falta de la que podrá dar pruebas, las tentativas de desintricación que podrán manifestarse, sin
olvidar, sin embargo, que una desintricación verdaderamente exitosa no sería compatible con la prosecución
de una vida psíquica. He insistido sobre los caracteres que separan la identificación simbólica y sus puntos de
certeza, estables e inmutables una vez adquiridos, el registro imaginario que sostiene estos movimientos
sobre el tablero identificatorio necesarios para sostener el proyecto y el deseo del Yo, movimientos
efectivamente dependientes de los encuentros y por consiguiente, de la investidura de objetos que hará, a lo
largo de su existencia, ese mismo Yo. Encontramos también el principio de cambio y el principio de
permanencia que siguen en el proceso identificatorio y que deben poder preservar entre ellos un estado de
alianza. La otra cara que acompaña este mismo proceso es el basamento fantasmático de lo que yo defino
como espacio relacional. Aquí también se encontrarám actuando un principio de permanecnia y un principio
de cambio: permanencia de esta matriz relacional que se constituye en el curso de los primeros años de
nuestra vida y que es depositaria y garante de la singularidad del deseo del Yo y que se manifestara en esta
“marca” este “sello” que se volverá a encontrar en sus elecciones relacionales. De la otra parte, este principio
de cambio que baliza el campo de los posibles compatibles con esta “matriz”. Campo de posibles que fragua
el acceso a una serie de elecciones en los objetos a investir. Elección que siempre encontrará limites pero
cuya riqueza signa la parte de libertad de la que el sujeto podrá o no gozar de sus investiduras, sus objetivos,
sus pensamientos, su relación con los otros, con sí mismo y con su cuerpo. Pero elección relacional
indisociable del movimiento que lo sitúa en el lugar que ocupa en tanto inviste esta relación o es soporte de
la investidura del otro.
22
Veamos el término de “matriz relacional” y su relación con la repetición. Si la repetición como mecanismo
psicopatológico nos confronta con la movilización de un mismo y único prototipo relacional, de un “repetible” y
de un “repetido”, no solamente está presente en la totalidad de nuestras elecciones relacionales sino que
constituye ese hilo conductor que nos permite reconocernos en la sucesión de nuestras investiduras, de
nuestros objetos, de nuestros fines.
No se trata del retorno del mismo y único prototipo sino, más bien, cada vez, de una creación relacional, o sea
de una amalgama nueva entre el prototipo y lo que todo encuentro aporta de todavía no conocido ni
experimentado.
Si en el primer caso la repetición debe ser entendida como la fuerza que se opone a la elaboración de toda
nueva relación de objeto, en el segundo caso, lo que se repite, lo que debe repetirse, concierne a esta parte
de “igual” necesario para una elección compatible con la singularidad de aquel que la opera.
La vida del sistema psíquico va a manifestarse por esta sucesión de movimientos identificatorios que van a la
par de una modificación del espacio relacional.
La gama de posibilidades relacionales depende de la cantidad de posiciones identificatorias que el Yo puede
ocupar guardando la seguridad de que el mismo Yo persiste, se encuentra y se encontrara en ese Yo
modificado que ha devenido y que va a devenir. Inversamente, será imposible para ese mismo sujeto, toda
relación que lo lleve hacia una posición identificatoria que no puede ocupar. Tres razones mayores pueden
llevar a esta imposibilidad:
- El lugar puede estar prohibido.
- El lugar que le asignan descalifica la totalidad de los reparos que le permitirán establecer y preservar otras
relaciones.
- Un lugar que no puede más ligarse a aquellos ocupados en el pasado, un lugar fuera de la historia,
desconectado de ese trabajo de memorización y de ligazón necesario para que se reconozca en este
“modificado” imprevisto la “creación” de un Yo que lo precedía.
“Movimiento identificatorio y movimiento relacional no son entonces separables de ese movimiento temporal
que sirve de hilo conductor, de ligazón, tanto en la sucesión de las posiciones identificatorias ocupadas como
en la de los objetos de investiduras sucesivamente elegidos. El tiempo de la infancia cubre el tiempo
necesario para la organización y apropiación de los materiales que permiten que un tiempo pasado devenga
para el sujeto ese bien inalienable que puede por sí mismo permitirle la aprehensión de su presente y la
anticipación de su futuro.”
Estas construcciones compuestas constituyen el capital fantasmático del que debe poder disponer el Yo para
transformar el afecto, como tal irreconocible, en una emoción que él pueda conocer, nombrar, asumir. Mi
hipótesis es que, en el curso de las fases relacionales que recorre el niño, se van a anudar puntos señeros
entre ciertas representaciones fantasmáticas, sus vivencias afectivas, y un rasgo específico del objeto y de su
situación que las ha desencadenado. Vivencias afectivas que se caracterizan por la intensidad de la
participación somática que ha arrastrado.
Califico de leyenda fantasmática la interpretación causal que se da el Yo de la emoción que sufre en una
tonalidad de placer o de sufrimiento, interpretación que se sustituye a la puesta en escena fantasmática,
puente y causa del afecto. Cuanto más cerca de la infancia y de las primeras puestas en pensamiento, obras
del Yo, permanece uno, más esta leyenda permanecerá relativamente fiel a la acción y a la relación que el
fantasma pone en escena. Más se aleja uno de la infancia, y más la leyenda testimonia sobre la acción de la
represión, del respeto por las prohibiciones hacia ciertas representaciones de objeto y más difícil será la
puesta al día de la escena y del afecto que es su origen.
Nuestro funcionamiento como sujeto deseante, como sujeto capaz de ser afectado por ciertos sucesos,
encuentro, situaciones del mundo que nos rodea, exige que el Yo pensante haya quedado capaz de preservar
una relación de ligazón entre los representantes de los objetos, de los encuentros, de las situaciones que sólo
a ese precio pueden ser dotados en tal sentido de un poder de disfrute y de sufrimiento. El sujeto ocupa todos
los lugares en su fantasma; el objeto de fantasma que acompaña nuestras experiencias de gozo o
sufrimiento, “acompañamiento” sin el cual no tendríamos acceso ni a uno ni al otro, es el representante del
total de objetos que han ejercido un mismo poder en la vida del bebe y del niño que uno ha sido. La calidad
23
de la emoción nos prueba que esta encuentra su anclaje somático en una representación que junta y
condensa los rasgos de esos objetos parciales que, en un pasado cercano, eran los “delegados” del placer y
del deseo de dos cuerpos, de dos psiquis, de dos seres.
Pero aún debe el Yo ser capaz de unir algunas de sus emociones presentes con aquellas vividas en su
pasado. En caso contrario, le quedara la solución de evitar todo encuentro que lo obligaría a aceptar una tal
ligadura, o, si esta tentativa fracasa, a considerar toda emoción como una manifestación que encuentra su
causa y su sola causa en un ataque o un disfuncionamiento somático que en nada le concierne. El concepto
de emoción esta desposeído en ese caso de todo status psíquico, para ser reemplazado por el de afecto
tomado como sinónimo de enfermedad. Pero es posible una tercera solución: ser sumergido por esta emoción
sin causa que toma el nombre de angustia.
Una vez sobrepasada la fase oral, en estas “representaciones conclusivas”, de las que dije que anuda una
representación fantasmática, una vivencia afectica que se caracteriza por la intensidad de la emoción y de la
participación somática que ha arrastrado, y un rasgo especifico del objeto o del encuentro que los ha
desencadenado, este rasgo especifico puede ser reemplazado por una palabra que se depositará en la
memoria en forma de enunciados identificatorios: te amo, no te amo más, me matas, no eres más mi hijo…
frases banales, oídas por todo niño, pero el análisis nos dice por que un buen día, esos mismos enunciados
percibidos en tal o cual momento de la vivencia relacional, pudieron tomar el valor de un veredicto que los ha
grabado en la memoria del sujeto que, desde ese entonces, se arriesga a volver a oírlas toda vez que un
encuentro venga a movilizar la representación fantasmática que ellos habían puesto en palabras.
El Yo debe poder disponer de ese capital fantasmático para sostener su deseo, para que esas palabras
esenciales que son: amor, gozo, sufrimiento, odio, no sean más que palabras pero puedan movilizar la
representación fantasmática necesaria para la emoción de un cuerpo, con el anclaje del sentimiento en un
fantasma que es el único que puede hacer la palabra apta al afecto. Es este capital que decidirá los posibles
relacionales para su sujeto dado, la elección de sus soportes de investidura, las parejas sexuales que le son
accesibles.
El conflicto responsable de nuestros cuadros clínicos es: la coexistencia posible, conflictiva o imposible entre
ese núcleo de inseguridad, ese permanente de la identificación y del deseo y los compromisos, las
recomposiciones, las modificaciones que exigen el encuentro y la investidura de otros sujetos y otros fines.
He desarrollado largamente la función que va a tener el discurso de la madre, que puede proveer al Yo la
historia de ese bebé que ha precedido a su propio advenimiento sobre la escena psíquica. El niño podrá
aceptar que para la escritura de ese primer capítulo permanece dependiente de la memoria materna; pero,
una vez asumido ese préstamo obligado, será necesario que el Yo pueda devenir ese “aprendiz de
historiador”.
Es importante que el pasado pueda prestarse a interpretaciones causales no fijas, pues ellas deberán cada
vez revelarse com-posibles con las posiciones identificatorias que él ocupa sucesivamente en su marcha
identificatoria y en la puesta en lugar de los parámetros relacionales que resultan de ello. Lo propio de la
psicosis es desposeer al historiador de esa movilidad interpretativa.
La experiencia nos muestra con insistencia que el fin de la adolescencia puede a menudo signar la entrada en
un episodio psicótico cuya causa desencadenante a menudo se relaciona con un primer fracaso: fracaso en
una primera relación sexual o sentimental, fracaso imprevisto en un examen, etc.
El sujeto, los padres si tenemos ocasión de oírlos, nos aseguran que todo iba de maravillas hasta el momento
en que todo comenzó a ir de mal en peor. En sus relatos, ese momento generalmente está fechado: un
fracaso que, sin embargo, forma parte de la experiencia de muchos jóvenes, ha venido a arruinar el aparente
equilibrio en el que funcionaba el sujeto. La consecuencia más frecuente y más significativa es un brusco
retiro de investiduras que se manifiesta por una fase de retraimiento relacional, de solead acompañada a
veces de anorexia, antes que aparezcan los elementos que signan o anuncian la entrada de un sistema
delirante. Se podría creer que la causa del drama es el hecho de que el sujeto no puede asumir el fracaso de
un proyecto identificatorio o sexual-relacional que él creía parte de sus posibilidades. Pero, el fracaso es el
resultado de un movimiento de desinvestidura contra el cual el sujeto se defiende desde hace mucho tiempo
y, en realidad, desde siempre, gracias a diferentes prótesis encontradas en el exterior de sí mismo de las que
descubre repentinamente, sea la fragilidad, sea el lado excesivo del precio que exigen en cambio. Lo que se
da como causa de la descompensación es, en realidad, la consecuencia de este primer fracaso que ha hecho
24
imposible para el sujeto la investidura de su pasado en una forma que le permita investir ese devenir que
rechaza por falta justamente de esa investidura preliminar.
Este es un movimiento de desinvestidura cuya dimensión relacional no se acompaña por ninguna vuelta
sobre sí mismo de la libido sustraída al objeto.
Aquí es el sujeto mismo quién parece prescribirse la reducción máxima del trabajo del aparato psíquico pues
no dispone de la energía libidinal necesaria para su investidura; el Yo tiene grandes dificultades desde hace
mucho para investir su propio funcionamiento psíquico.
Por eso la cualidad, la intensidad y la fuerza de investidura por el Yo de su actividad de pensamiento, nos da
la medida de lo que el Yo aporta a sí mismo. Esa auto-investidura que sólo puede operarse si a partir de su
presente el Yo puede “lanzar sus pseudópodos” en el pensamiento de un Yo pasado y en el de un Yo futuro.
La investidura de un tiempo presente es siempre el resultado de una operación tanto económica como
fugitiva; tan constante como compleja: retiramos de la investidura del tiempo pasado esa parte de libido que
nos permite investir un tiempo futuro. El tiempo presente es el momento en que se operan ese movimiento de
desplazamiento libidinal entre dos tiempos que solo tienen existencia psíquica: un tiempo pasado y como tal
perdido salvo en el recuerdo que guardamos de él, un tiempo por venir y como tal inexistente, salvo en la
forma por la cual lo anticipamos.
El movimiento temporal y el movimiento libidinal no solo son indisociables, sino que son las manifestaciones
conjuntas de ese trabajo de investidura sin el cual nuestra vida se detendría. Este movimiento de
desplazamiento que sucede de manera constante y desconocida por nosotros, se impone a la inversa al
sujeto en esos momentos particulares de su existencia que lo enfrenten a una ruptura en el movimiento
temporal y relacional. Momento de ruptura entre un antes y un después que debe transformar en una ligadura
causal, momento de ruptura entre el futuro que repentinamente se devela y aquel que él esperaba.
¿Cómo no pensar que la organización inconciente que parece tratar el tiempo con desenvoltura, no lo utiliza
cuando elige ligar un elemento relacionable con el presente con otro elemento que concuerda con un
recuerdo antiguo o un fantasma del pasado?
La diferencia siempre presente en la vivencia subjetiva de sus pasados no debe sobrepasar un cierto umbral,
a riesgo de que el tiempo de uno vendría a desestructurar, desorganizar, el tiempo del otro.
Hay que diferenciar lo vivido del propio pasado tal como lo puede vivir el neurótico en el curso de un episodio
depresivo, de esta suspensión del movimiento temporal que puede preceder a la eclosión de un momento
psicótico.
En el cuadro clínico que intento aislar, esta suspensión del tiempo es la consecuencia del vacío que se ha
operado en la memoria por no haber podido preservar al abrigo de la prohibición y de la selección drástica
que un otro les ha impuesto, los recuerdos que preservan viviente y móvil la historia del propio pasado.
El sujeto guarda en su memoria ciertos sucesos, momentos, emociones que han balizado sus relaciones.
Cuanto más importantes en número son estos elementos, aunque siempre limitados y seleccionados según
motivaciones ignoradas por el historiador, más el sujeto podrá acrecentar su libertad de biógrafo y acordarse
un margen de invención, interpretación, creación. Inversamente, cuánto más puntales sean estos elementos,
mas tendrán función de eje en su construcción y más tendrán el riesgo de hacer caer toda posibilidad de
puesta en historia y en memoria de ese tiempo pasado, si desaparecen.
Solamente así, la investidura de esos elementos recordados y que deben permanecer recordables a fin de
que el sujeto pueda apelar a ellos cada vez que deba apoyarse en ese tiempo pasado para investir su tiempo
presente, nos enfrenta siempre a elementos que conciernen a momentos, huellas, de
movimientos relacionales. La psiquis solo puede aprehender en términos de deseo. Esta intrincación entre los
hilos del tiempo y los hilos del deseo, gracias a la cual el Yo encuentra acceso a la temporalidad, solo puede
hacerse si se opera directamente de entrada. El origen de la historia del tiempo del Yo, coincide con el origen
de la historia del deseo que lo ha precedido y que lo ha hecho nacer y ser. Será necesario entonces que esta
intrincación esté ya presente en la manera en que la madre va a vivir el tiempo de su relación con el niño y el
tiempo de esta infancia. Ella también va a construir su propia historia de tiempo relacional. Se encuentra que
esas dos historias -la de la madre y la que el hijo pone en marcha- se revelaran diferentes. Se encuentran allí
elementos, y, sobre todo, interpretaciones singulares dadas a los mismos hechos que han banalizado el
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tiempo de la infancia. Pero también es necesario que los dos historiadores hayan podido poner al amparo de
la desinvestidura y de la represión el recuerdo de un número mínimo de sucesos, experiencias, que serán
interpretadas y fantasmatizadas por los dos como la prueba de que, a todo lo largo de esa sucesión de
encuentros, momentos de placer compartido han formado parte de su relación.
El último carácter necesario para la construcción y memorización del pasado de y para todo sujeto: la doble
investidura de la que deberá gozar una parte de los materiales necesarios para eso. La puesta en memoria
de esta puntuación relacional y de las leyendas fantasmáticas cuyo recuerdo se preservara debiera o debería
operarse igualmente en los padres. La memoria compartida no solo de algunas de las experiencias
significativas que han jalonado su relación, sino igualmente del sentido que darán retroactivamante a la
persistencia del recuerdo que de ellos guardan. Puestas en sentido que van a reforzarse mutuamente, y a
mantener la función de ciertas circunstancias de la confirmación reciproca de su legitimidad. A las teorías
sexuales infantiles reprimidas, a la novela familiar criticada u olvidada, el sujeto deberá, al declinar la infancia,
añadir una historia que tendrá la particularidad de tener que plegarse a los caracteres de la comunicación, de
lo compartible, deberá despertar una lógica que tiene en cuenta lo posible y lo imposible, lo permitido y lo
prohibido, lo licito y lo ilícito.
Por eso necesita que este otro no venga a desposeerlo de la confianza que puede tener en su memoria, en
sus testimonios sensoriales, en una parte por lo menos de las interpretaciones que se ha dado de la emoción
que acompañaba tal o cual suceso particularmente significativo para su psiquis. El niño podrá adquirir la
convicción de que una relación ha existido, que los dos soportes han podido compartir experiencias de
alegría, de sufrimiento, en otros términos, que su memoria está asegurada de encontrar su complemento en
la memoria del otro, que una doble investidura viene a garantir la preservación, el valor, la verdad de esos
ejes que sostienen su construcción. Una condición necesaria para investir positivamente la memoria de su
propio pasado relacional en su investidura por el otro polo de la relación.
Poder hacer sus cuentas con el tiempo de la infancia y así aceptar su “declinación”, exige, como se ha visto,
que se puedan investir los recuerdos que uno guarda de ella y también que ese recuerdo relacional, tal como
uno lo memoriza, se revele investido por los dos.
El registro de la psicosis nos da un ejemplo paradigmático del peligro que puede representar la no-investidura
por el otro de la memoria que le sujeto habría podido guardar de sus experiencias relacionales. Su ausencia
se encuentra en el origen de ese fenómeno de desinvestidura que anuncia tan a menudo que sobrevendrá un
episodio psicótico. Desinvestidura, he dicho, que concierne en primer lugar a los pensamientos que tiene al
Yo-mismo como referente. Desinvestidura cuyas consecuencias, hablando temporalmente, aparecen en el
momento en que debería concluir, no el tiempo de la infancia, sino el de la adolescencia, y por consiguiente,
en el momento en que el sujeto debería investir su proyecto identificatorio que lo proyecta o anticipa en el
lugar de un padre potencial. Para que esta potencialidad sea investible, habría hecho falta que ya hubiera
sido reconocida como presente e investida por la madre y el padre y, en realidad, por los dos en este niño al
que hubieran debido presentársela de entrada, como una potencialidad presente y una promesa realizable en
su futuro.
La clínica analítica nos muestra que la espera de un niño puede movilizar un deseo de muerte que es la forma
que toma un veredicto de auto-destrucción cuyo blanco no es la persona entera sino esta promesa de
ser futuro que se lleva en sí. En este sentido pensamos en caso de Philippe, la madre de él no puede prever
ni para ella ni para su hijo la existencia de un lazo entre el tiempo de la infancia y el del adulto.
Construir su infancia como pasado: se podría extrapolar esta frase y leer allí la tarea que incumbe al Yo del
principio al fin de su recorrido. Tarea peligrosa y difícil de llevar al final, pues tendrá, conjuntamente, que
preservar su investidura de lo que era y no es más, e investir su auto-anticipación y, por lo tanto, eso que aún
no es. He insistido a lo largo de este trabajo sobre las condiciones que permiten que se preserve en nuestra
memoria un Yo pensado-pasado, soporte de investidura. Y que se puede deducirlo fácilmente de las hipótesis
que yo he defendido, que a mis ojos el Yo no puede auto-asirse, autopensarse, auto-investirse, a no ser que
se situé en paramentaros relacionales. Por eso ese Yo pensado-pasado, es también y siempre el vestigio de
un momento relacional.
“Construye tu futuro”, a este mandato que los padres y el campo social susurran en el oído del adolescente, el
analista sustituye un anhelo: “Construye tu pasado”.
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Aulagnier: Como una zona siniestrada
¿Qué características (propias del recorrido identificatorio) podrían explicar por qué asistimos al pasaje de una
potencialidad psicótica a su forma manifiesta, sobre todo al final de la adolescencia?
En un primer punto no es posible separar lo que es del orden de la representación pulsional de lo que resulta
del campo identificatorio. Existe una relación de interacción entre la distribución de la libido objetal y la
economía de la libido narcisista o de la libido identificatoria: los dos términos son sinónimos.
Podemos formular, siempre que permanezcamos en el registro de la neurosis, que: el frente de la escena
psíquica y de la escena sintomática están ocupados por el conflicto que confronta los dos “je”.
Esta e s la causa por la cual un neurótico puede formular su conflicto en términos que hablan de deseo de
amor, de goce, de prohibición, de castración. Pero el conflicto identificatorio permitirá que los dos
componentes del “je” preserven su indisociabilidad, para estallar en la relación del “je” con sus ideales o con
aquellos que los otros supuestamente le imponen.
En la psicosis suceden otras cosas. Aquí la prohibición no recae sobre el objeto, tal meta, tal proyecto
particulares, sino sobre toda postura deseante que no ha sido impuesta y legitimizada arbitrariamente por el
deseo, la decisión de una instancia exterior.
Sólo será aceptada por la mirada, el discurso y la investidura del otro, una posición deseante o de
identificante: puesto que yo privilegio el lenguaje de la identificación conforme metas narcisísticas al servicio
de la economía psíquica de la potencia prohibidora. Es por esta razón que en la psicosis el conflicto
identificatorio opone y desgarra los dos componentes del “je” (el identificante y el identificado). Esto explica la
dimensión dramática que pueden tomar los conflictos que se reactivan frecuentemente después de esta
reorganización de las investiduras propias de la adolescencia.
El segundo punto trata sobre este trabajo de historización de su tiempo pasado que realiza el “je”. El “je” es
esta historia a través de la cual se da y nos da una versión, sustituyéndose a un tiempo pasado y como tal
definitivamente perdido. El hecho de que un “tiempo hablado” garantice la memoria de un tiempo pasado es
un pre-supuesto para la existencia de un “je” que no podría ser si no estuviese, mínimamente reasegurado de
que efectivamente ha sido.
Esta construcción –historización de lo vivido es una condición necesaria tanto para la instalación de una
investidura del tiempo futuro, como para que el “je” tenga acceso a la temporalidad y para que pueda tomar a
su cargo e investir lo que definí con el término proyecto identificatorio. Pero para que ese proyecto sea
investido también hace falta que el “je” encuentre en sí mismo, tal como piensa ser en su presente, una
potencialidad que puede esperar realizar en su devenir futuro.
En relación a la temporalidad, hay que agregar que gracias a esta reconstrucción discursiva, gracias a esta
auto-biografía construída por el “je”, este último puede transformar un tiempo físico en un tiempo humano,
subjetivo, que da sentido, que puede ser investido.
Lo propio del sujeto humano, de todo sujeto humano, es retrotraer a un pasado más o menos cercano, la
causa de lo que él es, de lo que vive, de lo que espera, cuando se trata de sus afectos, de su economía
libidinal, de sus deseos.
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Vuelvo a la primera hipótesis la cual me parece, tiene una relación directa con la adolescencia: esta
“retroyección” causal, la mayoría de las veces va a privilegiar lo que podríamos llamar “tiempo de conclusión”
de una fase libidinal e identificatoria: tiempo de conclusión que sella, cada uno en su debido momento el
pasaje del estado de lactante al de niño, del estado de niño al de adolescente, del estado adolescente al
estado adulto.
El momento en que el sujeto entra en la adolescencia, el momento en que rehúsa continuar considerarse
como un niño, será aquel en el cual va a dar su forma estabilizada, aunque modificable, al relato histórico de
su tiempo y a lo vivido en su infancia. En este relato el sujeto hará responsable a su pasado, de lo que es y de
lo que tiene, de lo que no es y de lo que no tiene. Pasará lo mismo con el adulto.
Esto me conduce al último punto que me gustaría explicitar: la importancia que le adjudico a lo que defino
como fenómeno de téléscopage o de develamiento.
Defino como develamiento o fenómeno de téléscopage, una situación, una experiencia, un acontecimiento
que confronta, de manera imprevista, al “je”, con una auto-representación que se impone a él, con todos los
atributos de la certeza, cuando hasta ese momento ignoraba que hubiese podido ocupar un tal lugar en sus
propios escenarios.
De repente, un suceso, la mirada del otro, investida de manera privilegiada, devuelven al “je” una imagen de
él mismo que le devela el horror de una imagen ignorada por él.
Esta es una de las razones que explican por qué podemos a menudo encontrar en la psicosis el fenómeno
que desencadenó una fase de descompensación, un episodio delirante, eso catastróficamente vivido que
puede sellar la entrada al delirio.
Si hacemos coincidir, grosso modo, la adolescencia con la fase puberal, nos enfrentamos, en el registro del
cuerpo y de los emblemas identificatorios, con la presencia (que puede ser positiva o desestructurante) de
una nueva imagen, marcada por los signos aparentes de las propia identidad sexual. En el transcurso de la
adolescencia el sujeto realizará, a posteriori, lo pertinente a un proceso de des-idealización de los padres,
comenzando mucho antes. Confirmación necesaria para que pueda instalarse una suerte de pacto, de
arreglo, siempre parcial, por supuesto, pero de arreglo al fin entre esas dos generaciones.
Finalmente, existen algunos casos en los que el adolescente no puede autorizarse a esa des-idealización: lo
cual lo obligará a excluir de su espacio de pensamiento una parte de las informaciones que la realidad le
envía. Informaciones para las cuales estaría perfectamente preparado para decodificar y que sin embargo se
lo prohíbe. La consecuencia será una auto-mutilación de su propia actividad de pensamiento: éste es el
precio que paga para poder seguir ignorando lo que podría conocer acerca de la realidad afectiva de los
padres.
Este peligro da cuenta, no obstante de la urgencia que representa para el adolescente la posibilidad de
investir nuevos objetos, de proponer nuevas metas a su deseo, de elegirse nuevos ideales.
Personalmente pienso que la aparición de una sintomatología psicótica es siempre la forma manifiesta que
toma una potencialidad psicótica, existente mucho antes de la adolescencia. Esta potencialidad es la
consecuencia de esa grieta que se constituyó entre los dos componentes del “je”: la conjunción del
identificante y del identificado, no fue más un collage superficial que se mantuvo mediocremente y a menudo
bastante mal hasta el momento en que una conflictiva llegó a ponerla en peligro.
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El adolescente descubre que, en su recorrido identificatorio pasado, nunca había encontrado las condiciones
que le hubiesen asegurado el carácter autónomo, inalienable de una parte de sus referencias identificatorias
en el registro de lo simbólico y que le hubiesen garantizado su parte de libertad en la elección de los objetos,
de sus metas, de sus deseos.
Ejemplo clínico:
Jorge (Georges) tiene alrededor de 30 años y pide un análisis por problemas de orden neurótico. La mujer
con la cual está desde hace cuatro años se enamoró de otro hombre y tiene en mente dejarlo. Nada, ni en su
discurso, ni en sus síntomas, sugiere la presencia de defensas psicóticas. Tengo la sensación de que los
problemas profesionales le sirven para relativizar la herida afectiva que representa el riesgo de perder a su
mujer.
A pesar de que se halla resuelto al cabo de dos o tres meses y sin hospitalización, se trata sin duda de un
episodio psicótico. El análisis permitirá dilucidar las condiciones que lo desencadenaron, considerando
además en el transcurso del propio análisis, dos episodios idénticos, aunque más breves, que se presentarán
en virajes totalmente particulares de su recorrido.
El padre de Georges es judío, mientras su madre es católica practicante. Ninguno de los hijos fue educado en
alguna religión. Pero Georges siempre ignoró, hasta los 15 años que su padre era judío. Nunca supo porqué
se lo habían ocultado.
Vuelvo a mayo del 68 y a los 16 años de Georges. Este último jamás se ocupó de política. Lo que ocurre en
las calles de París es para él totalmente inesperado, “fascinante” y fuente de una gran perplejidad. Ese campo
social, en el cual había creído tener y guardar su lugar sin mayores problemas, le reenvía un discurso extraño
y desconocido para sus oídos, discurso que pone de relieve el poder bueno de los hijos y denuncia el poder
malo de los padres.
Cuando conocemos la historia de Georges, vemos que justo en el momento en que más hubiese necesitado
apoyarse en esos puntos de sostén ofrecidos por el campo social, éste lo enfrenta a un cuestionamiento de
sus certezas y sus valores, entrando en contradicción con las concepciones familiares y sobre todo
incompatibles con la situación de no-conflicto que esperaba preservar junto con las instancias parentales.
El padre vive mayo del 68 como una revolución de valores, inaceptable y que culminará en su ruina definitiva.
Afirma Georges, con todas las letras: “haciendo tuya esta lucha, te haces cómplice de mi futura ruina, de la
cual no podré salir… No me queda más que encarar el suicidio”. Acusación que bruscamente revela una
dimensión de la relación padre-hijo que Georges había logrado dejar velada y hace pedazos esa imagen de
buen hijo que había tratado de preservar con referencia identificatoria, evitando toda discusión con el padre.
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Desde los 12 años Georges tiene un amigo que representó para él una especie de hermano mayor, protector
e idealizado, imagen opuesta a la que le devuelve su verdadero hermano. Hicieron juntos todos los estudios y
también esta vez Georges consiguió evitar cualquier conflicto en sus relaciones. Este amigo es un militante
muy comprometido. Cuando Georges le expresa su reticencia para seguir las actividades políticas, el amigo le
advierte que si abandona las reuniones, si traiciona al grupo, no lo volverá a ver jamás más como uno de
ellos.
Segunda amenaza y segunda acusación leída en la mirada de alguien que hasta ese momento le aseguraba
la valorización de un identificado en el cual podía reconocerse.
Ultima réplica, de la escena, hecha por su madre: después de haber tratado de convencerlo de la inutilidad de
sus reuniones, exasperada por la negación que él oponía, su madre lo agarra de los hombros, lo sacude y le
grita: “estás loco como tu tío, sos parecido a él, hice todo para que seas diferente, pero no sirvió para nada”.
Acusación tanto más traumatizante considerando que para Georges el término locura está ligado a la imagen
de su hermano mayor que es epiléptico. Siempre quedó aterrorizado por las crisis que había asistido. Para él,
siendo niño, esas crisis eran el equivalente de la locura, en el sentido de que veía en ellas la manifestación de
una destrucción de todo carácter humano en el niño.
En el lapso de un poco más de un mes, Georges recibe el impacto de una serie de identificados inasumibles,
de los cuales el último lo enfrenta a lo que él no sabía que era la figura de la muerte y del horror: las
deshumanización y la locura de un niño.
Al cabo de pocas horas, se le impone a George la certeza delirante de que él tiene una misión secreta que es
el único que puede salvar al mundo, hacer compartir por todos un proyecto político de fraternidad, gracias al
cual todos los hombres se transformarían en hermanos felices e iguales. Se levanta el alba, camina por París
durante dos o tres días, se va bruscamente de la ciudad y va a trabajar a una fábrica del interior y luego,
vagabundea durante dos o tres meses, en condiciones que quedan borrosas y señalan la presencia de una
bouffée delirante.
Observamos que, enfrentado a la fragmentación de los identificados, el “je” sólo puede sobrevivir teniendo
que negar esa desposesión identificatoria, ese estallar, ese estallar de los soportes narcisistas,
proyectándose en la representación de un “je” que ya hubiese realizado su proyecto. Pero un proyecto
marcado con las armas del delirio.
El “medio ambiente psíquico”, tanto como el propio espacio psíquico en el cual advino el “je” de Georges, lo
enfrentaron a lo largo de su proceso identificatorio con conflictos y con escollos demasiado próximos.
Dejaron secuelas que trató como zonas siniestradas en las cuales prohíbe el acercamiento rodeándolas de
sólidas barreras y de carteles de señalización.
Entre los factores harto complejos responsables de estos “siniestros”, dos tuvieron un papel esencial. Primero
la epilepsia de su hermano con el cual compartió la habitación desde su nacimiento hasta los 6 años. Luego,
a partir de sus 3 años, la actitud enigmática y “traumática” de su tío paterno, aquel que la madre trata de loco,
y al cual lo acusa de parecérsele. Ese tío era sacerdote y en la familia de Georges gozaba de un prestigio
particular. Todo el mundo lo llamaba “Padre”, la madre hablaba de él como representante de Dios. En cuanto
a Georges, a pesar de no haber sido nunca bautizado, se le exigía llamarlo “Padrino”. Su tio, en el momento
de irse de la casa de Georges, donde almorzaba todos los domingos, le tomaba el mentón con su mano y
mirándolo fijo a los ojos y con un tono solemne pronunciaba esta frase sibilina: “nunca debes olvidar, hijo mío,
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de quién eres el hijo”. Siendo niño esta escena provocaba en él un estado cuya descripción hace pensar en
algo parecido al aniquilamiento.
Este tío morirá cuando Georges tiene 12 ó 13 años, quien con gran asombro constata que no se hablará
nunca más de él en la familia.
A partir de ciertas alusiones escuchadas por George, me pregunté si este tío, antes de morir, no habría
estado internado en un hospital psiquiátrico; y de ahí el secreto y el silencio con la esperanza de ocultar
semejante vergüenza.
Pedazos de su ruta guardaron huellas que hicieron de éstos “zonas siniestradas” encima de las cuales ya no
se puede construir.
A pesar de todo, pudo limitar los estragos gracias a sus amistades, a sus éxitos escolares, a su apego a un
profesor que tuvo un rol muy positivo en su vida. Así pudo retomar su recorrido identificatorio y aferrándose a
sus soportes externos para balizar los aspectos no peligrosos de su espacio identificatorio, para señalizar las
vías que pueden ser evitadas y aquellas que pueden recorrerse sin mayores riesgos. Por supuesto: la
preservación de su nueva construcción hubiese exigido que no ser sometida bruscamente a sacudidas muy
fuertes o reiteradas.
Creo que esas “zonas siniestradas” no lo son definitivamente, en todo “accidentado”. Pienso que una relación
analítica, puede en ciertos casos, despejar el terreno para que allí se pueda reconstruir y a veces construir
esa parte del edificio identificatorio que se había instalado o que debía haberse instalado.
Capítulo 11: Conceptos contemporáneos sobre el desarrollo adolescente, y las inferencias que de ellos se
desprenden en lo que respecta a la educación superior
OBSERVACIONES PRELIMINARES
La dinámica es el proceso de crecimiento que cada individuo hereda, se da por sentado un ambiente
facilitador, al comienzo del crecimiento y a lo largo de su desarrollo, considerándose una condición necesaria.
En un principio hay una dependencia absoluta, convirtiéndose paulatinamente en una dependencia relativa y
orientándose hacia una independencia. Esta no llega a ser absoluta, el individuo nunca es independiente del
medio.
TESIS PRINCIPAL
Utiliza el término materno para describir la actitud total de los bebés y su cuidado . El término paterno aparece
un poco más tarde, el padre poco a poco se convierte en un factor importante. Posteriormente viene la familia,
cuya base es la unión entre la madre y el padre, y la responsabilidad compartida por lo que crearon juntos, el
bebé.
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En esta teoría el cuidado del niño, la continuidad de dicho cuidado ha llegado a ser un rasgo central el
concepto de ambiente facilitador, y gracias a esa continuidad, puede el bebé en situación de dependencia,
gozar de continuidad en la línea de su vida.
Una fuente de confusión es considerar que si las madres y los padres crían bien a sus niños, habrá menos
problemas. Cuando se estudia adolescencia, en la cual los éxitos o fracasos del cuidado del bebé comienzan
a ser empollados, algunos de los problemas actuales se relacionan con los elementos positivos de la crianza
moderna.
Si se hace todo lo posible para promover el crecimiento personal de los descendientes, habrá que hacer
frente a resultados sorprendentes. Si los hijos llegan a encontrar algo, no será la totalidad, y la búsqueda de
esta última incluirá la agresión y los elementos destructivos que existen en ellos. Todo lo que les pase a los
adolescentes en esta etapa de crecimiento, más de una vez los harán responsables a los padres de lo les
sucede. Los padres recibirán su recompensa posteriormente, cuando más de una vez sus hijos quieran
parecerse a ellos en su modo de crianza de quienes serán sus nietos. Las recompensas hacia sus padres
llegaran siempre de modo indirecto.
En la época de crecimiento de la adolescencia los jóvenes salen de manera torpe y excéntrica, de la infancia,
y se alejan de la dependencia para encaminarse hacia su condición de adultos. El crecimiento no es una
tendencia heredada, sino, además, un entrelazamiento de suma complejidad con el ambiente facilitador. Si
todavía se puede usar a la familia, se la usa, y si ya no es posible hacerlo, es preciso que existan pequeñas
unidades sociales que contengan el proceso de crecimiento del adolescente.
Resulta valioso comparar las ideas adolescentes con las de la niñez. Si en la fantasía del primer crecimiento
hay un contenido de muerte, en la adolescencia el contenido será asesinato. Aunque el crecimiento en el
período de la pubertad progrese sin grandes crisis, puede que resulte necesario hacer frente a grandes
problemas de manejo, dado que crecer significa ocupar el lugar del padre.
En la fantasía inconciente total correspondiente al crecimiento de la pubertad y la adolescencia existe la
muerte de alguien. En la psicoterapia del adolescente la muerte y el triunfo personal aparecen como algo
intrínseco del proceso de maduración y de la adquisición de la categoría adulto. Esto plantea grandes
dificultades a los padres o tutores, y también a los adolescentes.
Aquí hay un punto central, el tan difícil de la inmadurez del adolescente. Los adultos deben conocerlo y creer
en su propia madurez como no creyeron hasta el momento ni creerán después.
El adolescente es inmaduro. La inmadurez es un elemento esencial de la salud en la adolescencia. No hay
más que una cura para ella, y es el paso del tiempo y la maduración que este puede traer. Esta inmadurez y
el hecho de no ser responsables, dura apenas unos pocos años, y es una propiedad que cada individuo debe
perder cuando llega a la madurez.
NATURALEZA DE LA INMADUREZ
El potencial en la adolescencia
Los cambios en la pubertad se producen a distintas edades, aun en chicos sanos. Estos no pueden hacer otra
cosa que esperar tales cambios, aquellos que se desarrollan tardíamente es posible encontrarlos imitando a
los que se desarrollaron antes, cosa que lleva a falsas maduraciones basadas en identificaciones, y no en el
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proceso de crecimiento innato. El cambio sexual no es el único, también hay un cambio en dirección al
crecimiento físico y de la adquisición de verdaderas fuerzas, aparece un nuevo peligro, que otorga a la
violencia, un nuevo significado. Junto con la fuerza llega también la astucia, y los elementos para usarlas.
Existe una fuerte propensión a la agresión, que se manifiesta en forma suicida; la alternativa es que aparezca
como una búsqueda de la persecución, que constituye un intento de alejamiento de la locura y la ilusión.
Lo más difícil es la tensión que experimenta el individuo, y que corresponde a la fantasía inconsciente del
sexo y a la rivalidad vinculada con la elección del objeto sexual.
Parece que el sentimiento latente de culpa del adolescente es tremendo, y hacen falta años para que en el
individuo se desarrollen la capacidad de descubrir en las personas el equilibrio de lo bueno y de lo malo, del
odio y la destrucción que acompañan al amor. La madurez corresponde a un periodo posterior de la vida, y no
es posible esperar que el adolescente vea más allá de la etapa siguiente.
Idealismo
Se puede decir que una de las cosas más estimulantes de los adolescentes es su idealismo. Se encuentran
en libertad para formular planes ideales. No es típico que los adolescentes adopten una visión de largo
alcance, que resulta más natural en quienes han vivido varias décadas y empiezan a envejecer.
Lo principal es que la adolescencia es algo más que pubertad física, aunque en gran medida de basa en ella.
Implica crecimiento, que implica tiempo. Y mientras se encuentra en marcha el crecimiento las figuras
paternas deben hacerse cargo de la responsabilidad. Si abdican, los adolescentes tienen que saltar a una
falsa madurez y perder su máximo bien: la libertad para tener ideas y para actuar por impulso.
RESUMEN
Hacen falta adultos si se quiere que los adolescentes tengan vida y vivacidad. La confrontación se refiere a
una contención que no posea características de represalia, de venganza, pero que tenga su propia fuerza. Es
necesario que donde existe el desafío de un joven en crecimiento, haya un adulto para encararlo. Y no es
obligatorio que ello resulte agradable.
En la fantasía inconsciente, estas son cuestiones de vida o muerte.
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