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Juego y Escuela

Cuando pensamos en la escuela como institución, no podemos dejar de pensar en aquellas


cuestiones estereotípicas que la caracterizan, cuestiones negativas, por nombrar algunas,
que la escuela es un espacio donde se apuesta al pensamiento unilateral, en el cual se
llevan a cabo procedimientos homogeneizadores y una práctica cultural de las clases
dominantes, donde el movimiento o la quietud de los cuerpos se encuentran sometidos bajo
un control disciplinario y normativo, y así podríamos seguir haciendo un listado de
problemáticas que tendrían que ver más con los interrogantes: para qué y cómo está
pensada la educación y cómo esta se desarrolla dentro de un sistema opresor.
Lejos de entender al docente como único héroe que es capaz de, con su profunda vocación,
innovarse y salvar a la educación de todas estas temáticas que vienen sucediendo desde el
inicio de la escuela podemos, como mínimo, plantearnos la siguiente pregunta: ¿Seremos
capaces, como futuros docentes, poder deconstruir ese espacio sumamente burocratizado,
adoctrinado, dividido e individualista en un espacio nuevo?
Con espacio nuevo me refiero a un espacio resignificado, donde los saberes no se
impongan ni se presenten como verdades acabadas, sino que docente y alumnos
construyan un saber, el cual se acceda a este saber mediante una curiosidad genuina y no
por imposición, donde se genere un lugar para lo espontáneo y la incertidumbre y el aula no
esté condenada a la inflexibilidad del docente ni a la rigurosidad de sus planificaciones.
Como futuros docentes, creo que nuestra tarea trasciende el simple hecho de extender
contenidos curriculares. Sino también está la tarea de comprometerse al desafío de ser
capaces de formular, entre todos, un espacio en donde se generen nuevas conexiones,
tanto personales como grupales, intelectuales y afectivas. Un espacio en el cual se permita
ciertas libertades que incentiven a la creatividad, la misma que posibilita la construcción de
diferentes realidades y a su vez permita formar ciudadanos que intervengan, debatan,
refuten o reformulen su propia realidad social. Al mismo tiempo crear un espacio de
contención y confianza como piso base para construir y apoderarse de todas estas
nociones.

Básicamente estaríamos hablando de generar las posibilidades para crear un espacio


lúdico, en donde el juego no aparezca sólo en los recreos como aquella actividad para
descargar y llenarse de energía, la cual se volverá a consumir en el aula bajo las prácticas
agotadoras y aburridas, sino como motor de cambio, de un espacio hegemónico a un
espacio propio. Este espacio lúdico en donde el juego se manifiesta con alegría, no solo de
los niños sino también del grande, es decir, del docente. Esa alegría que se le opone a la
tristeza pero no a la seriedad. Porque el juego requiere de una o más personas que se
comprometan a jugar, de verdad, siguiendo o no las reglas y sin ningún fin aparente. Un
espacio lúdico en el cual coexistan y se comuniquen las diferentes pluralidad de lúdicas.
“Aprender desequilibra”, dice Piaget, y este desequilibrio, también llamado por diferentes
autores como “vacío”, “crisis”, “caos”, es necesario para: redefinir ciertos límites o formular
nuevos, usar la libertad que se genera en este caos de manera creativa, además crear
espontáneamente, descubrir nuevas formas a las impuestas, generar un orden nuevo, ya
que “jugar es fundar un orden”, según Scheines.

Considero que juego-educación-escuela se convierte así en una terna superadora, la cual


posibilita la reformulación del espacio institucional, desde su más riguroso concepto.

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