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El desafío cotidiano de practicar la paz: “LA CRUZ Y LA PAZ EN LA IGLESIA”

Con el primer pecado se rompen simultáneamente la comunión de los hombres


con Dios, las relaciones entre los seres humanos y también la mayordomía humana sobre
la creación. Desde entonces nos escondemos de Dios (Gén. 3:8), culpamos a nuestros
prójimos (v. 12) y a la creación (vv. 10, 13), culpando así al Creador de haber creado
nuestro entorno así como es. 

Tratamos de defender nuestra inocencia, tomando el rol de jueces sobre el bien y


el mal. Este trastorno espiritual solo se cura con nuestra rendición incondicional al juicio
de Dios, aceptando a Jesucristo como nuestro Señor y Redentor, sometiéndonos
completamente a la guía del Espíritu Santo.

UNIDAD RADICAL

Los que están entregando sus vidas para ganar a Cristo (Mr. 8:35), son llevados a
una nueva identidad y unidad en Jesús, sin importar más la oposición en la que se
encontraban antes, reconciliando los roces que existieron entre ellos. Buen ejemplo es el
del publicano Mateo y de Simón el cananista, enemigos a muerte que se convierten en
compañeros de camino al seguir a Jesús.

La enseñanza del amor a los enemigos va contra toda tradición y lógica humana,
pero Jesús la basa sobre el amor y la provisión que Dios otorga a todas sus criaturas y ve
en esta característica justamente la perfección de Dios (Mt. 5:48). La misericordia y el
amor de Dios derrumban toda separación y fundamentan la unidad de los seguidores de
Jesús, tanto con Él como entre ellos. No hay reconciliación con Dios sin reconciliación con
nuestros prójimos. No puedes estar bien con Dios y en pie de guerra con tu hermano, con
tu iglesia, o con la creación de Dios.

Ya no importan las separaciones sociales y culturales, porque el cuerpo de Cristo


es un nuevo organismo que no mantiene los límites y conflictos del mundo (Col. 3:11). A
los apóstoles y a la joven iglesia les costó salir realmente de las divisiones en las cuales
pensaron toda su vida antigua.

Pedro aprende primero que también los gentiles pueden recibir el Espíritu Santo,
cruzando así un límite que era tanto nacional como también religioso. En varias de sus
cartas, Pablo lucha con todo su poder verbal para evitar la construcción de nuevas
divisorias en el cuerpo de Cristo. ¿Cómo distinguirán entre seguidores de Apolos y de
Pablo, si todos hemos muerto con Cristo en la misma cruz? ¿Cómo un miembro del
cuerpo va a decirle al otro que no lo necesita? ¿Cómo hermanos en la fe van a llevar sus
conflictos personales ante una corte mundana para que se decida allí quien le debe a
quién?
LAS AMENAZAS ACTUALES

Nos encontramos hoy ante una terrible tentación de, nuevamente, formar bandos.
Cualquier tema, sea importado de la política o de la sociedad, o sea genuinamente de
iglesia, sirve al enemigo para dividir el cuerpo de Cristo. Las redes sociales nos hacen
sentir constantemente en guerra existencial. Cualquier cuestión organizativa o estilística,
de gustos o preferencias, cualquier opinión sobre el COVID o la guerra en Ucrania, la
elevamos a un nivel ideológico, donde supuestamente debemos elegir constantemente
entre ‘herejía’ y ‘sana doctrina’, entre ‘salvación’ y ‘condenación’. En los peores casos, los
testigos del evangelio nos sumergimos en peleas sobre falsas alternativas políticas,
olvidando que todo lo bueno, justo o verdadero que existe en el mundo proviene de Dios y
que ningún movimiento político puede reclamar ser «la única alternativa bíblica».

Entrando en estos partidismos, copiamos exactamente el mismo sistema tribal del


mundo y de la carne, en vez de ser la nueva creación, la humanidad renovada y
reconciliada. Las luchas culturales en la sociedad infectan hoy al cuerpo de Cristo como
enfermedades autoinmunes, que activan las defensas del organismo contra sí mismo. La
lucha por la aceptación social y el poder político son algunos de los virus que matan a
muchas iglesias que, como Esaú, venden su primogenitura por un guisado de lentejas.

LA PRÁCTICA

Siendo miembros del cuerpo de Cristo, toda nuestra vida sé convierte en un


ejercicio de paz, de reconciliación, de perdón, de amor al prójimo. Todo el seguir a Cristo
en la vida consiste justamente en esto. El proceso de santificación se efectúa en el diario
morir de mis impulsos egoístas en favor del bien de otras personas a mi alrededor. Ya no
buscar el propio bien, el propio éxito o la propia justificación, sino todo esto para mis
prójimos. Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí (Gál. 2:20).

¡Qué desafío! ¿Pero cómo vamos a proclamar que Cristo es rey del universo, si el
reino de Dios, el mismo cuerpo de Cristo, está destrozado por divisiones y peleas? Jesús
en Mateo 18 nos da indicaciones contundentes sobre cómo proceder en 4 pasos ante
conflictos entre hermanos (vv. 15-17), y nos da 3 impresionantes promesas si cumplimos
con este desafiante proceso (vv. 18-20). Pablo insiste en que todo depende de la actitud
de humildad y amor abnegado de nuestro Señor ante nuestros prójimos (Fil. 2:1-8).

Nunca nos faltaron indicaciones claras y precisas, solo que nuestro «yo», nuestra
carne, está atemorizada ante el camino que nos describe todo el Nuevo Testamento. Por
esta razón Jesús, justo antes de su muerte ora por nuestra unidad (Jn. 17), sin la cual el
mundo no se dejará convencer acerca del evangelio (vv. 21-23).

Quisiera que actuemos esta semana manteniendo en mente ¡que nuestra unidad
como cuerpo de Cristo es una condición para que el evangelio pueda convencer al
mundo! 
¡Señor, ten misericordia con nosotros, tu iglesia!

POR ROBERT WIENS

Casado con Leoni, padre de 5 hijos. Director del Colegio Privado Príncipe de Paz y
mentor de los pastores de la Iglesia Evangélica Bíblica del Paraguay. Posee estudios en
Pedagogía y Teología, con especialización en Resolución de Conflictos.

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