Está en la página 1de 3

1

EL DESAFÍO COTIDIANO DE PRACTICAR LA PAZ


La cruz y la paz en la iglesia

Con el primer pecado se rompen simultáneamente:

1) La comunión de los hombres con Dios


2) Las relaciones entre los seres humanos y
3) La mayordomía humana sobre la creación.

Desde entonces nos, a) escondemos de Dios (Gén. 3:8), b) culpamos a nuestros


prójimos (v. 12) y a la creación (vv. 10, 13), c) culpando así al Creador de haber
creado nuestro entorno así como es.

Tratamos de defender nuestra inocencia, tomando el rol de jueces sobre el bien y


el mal. Este trastorno espiritual solo se cura con nuestra rendición incondicional al
juicio de Dios, aceptando a Jesucristo como nuestro Señor y Redentor,
sometiéndonos completamente a la guía del Espíritu Santo.

UNIDAD RADICAL

Los que están entregando sus vidas para ganar a Cristo (Mr. 8:35), son llevados a
una nueva identidad y unidad en Jesús, sin importar más la oposición en la que se
encontraban antes, reconciliando los roces que existieron entre ellos. Buen ejemplo
es el Mateo el publicano y de Simón el cananista, enemigos a muerte que se
convierten en compañeros de camino al seguir a Jesús.

La enseñanza del amor a los enemigos va contra toda tradición y lógica humana,
pero Jesús la basa sobre el amor y la provisión que Dios otorga a todas sus criaturas
y ve en esta característica justamente la perfección de Dios (Mt. 5:48). La
misericordia y el amor de Dios derrumban toda separación y fundamentan la unidad
de los seguidores de Jesús, tanto con Él como entre ellos. No hay reconciliación
con Dios sin reconciliación con nuestros prójimos. No puedes estar bien con Dios
y en pie de guerra con tu hermano, con tu iglesia, o con la creación de Dios.

Ya no importan las separaciones sociales y culturales, porque el cuerpo de Cristo


es un nuevo organismo que no mantiene los límites y conflictos del mundo (Col.
3:11). A los apóstoles y a la joven iglesia les costó salir realmente de las divisiones
en las cuales pensaron toda su vida antigua.

Pedro aprende primero que también los gentiles pueden recibir el Espíritu Santo,
cruzando así un límite que era tanto nacional como también religioso. En varias de
sus cartas, Pablo lucha con todo su poder verbal para evitar la construcción de
nuevas divisorias en el cuerpo de Cristo. ¿Cómo distinguirán entre seguidores de
Apolos y de Pablo, si todos hemos muerto con Cristo en la misma cruz? ¿Cómo un
miembro del cuerpo va a decirle al otro que no lo necesita? ¿Cómo hermanos en la
2

fe van a llevar sus conflictos personales ante una corte mundana para que se decida
allí quien le debe a quién?

LAS AMENAZAS ACTUALES

Nos encontramos hoy ante una terrible tentación de, nuevamente, formar bandos.
Cualquier tema, sea importado de la política o de la sociedad, o sea genuinamente
de iglesia, sirve al enemigo para dividir el cuerpo de Cristo. Las redes sociales nos
hacen sentir constantemente en guerra existencial. Cualquier cuestión organizativa
o estilística, de gustos o preferencias, cualquier opinión sobre el COVID o la guerra
en Ucrania, la elevamos a un nivel ideológico, donde supuestamente debemos
elegir constantemente entre ‘herejía’ y ‘sana doctrina’, entre ‘salvación’ y
‘condenación’. En los peores casos, los testigos del evangelio nos sumergimos en
peleas sobre falsas alternativas políticas, olvidando que todo lo bueno, justo o
verdadero que existe en el mundo proviene de Dios y que ningún movimiento
político puede reclamar ser «la única alternativa bíblica».

Entrando en estos partidismos, copiamos exactamente el mismo sistema tribal del


mundo y de la carne, en vez de ser la nueva creación, la humanidad renovada y
reconciliada. Las luchas culturales en la sociedad infectan hoy al cuerpo de Cristo
como enfermedades autoinmunes, que activan las defensas del organismo contra
sí mismo. La lucha por la aceptación social y el poder político son algunos de los
virus que matan a muchas iglesias que, como Esaú, venden su primogenitura por
un guisado de lentejas.

LA PRÁCTICA

Siendo miembros del cuerpo de Cristo, toda nuestra vida se convierte en un ejercicio
de paz, de reconciliación, de perdón, de amor al prójimo. Todo el seguir a Cristo en
la vida consiste justamente en esto. El proceso de santificación se efectúa en el
diario morir de mis impulsos egoístas en favor del bien de otras personas a mi
alrededor. Ya no buscar el propio bien, el propio éxito o la propia justificación, sino
todo esto para mis prójimos. Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí (Gál. 2:20).

¡Qué desafío! ¿Pero cómo vamos a proclamar que Cristo es rey del universo, si el
reino de Dios, el mismo cuerpo de Cristo, está destrozado por divisiones y peleas?
Jesús en Mateo 18 nos da indicaciones contundentes sobre cómo proceder en 4
pasos ante conflictos entre hermanos (vv. 15-17), y nos da 3 impresionantes
promesas si cumplimos con este desafiante proceso (vv. 18-20). Pablo insiste en
que todo depende de la actitud de humildad y amor abnegado de nuestro Señor
ante nuestros prójimos (Fil. 2:1-8).

Nunca nos faltaron indicaciones claras y precisas, solo que nuestro «yo», nuestra
carne, está atemorizada ante el camino que nos describe todo el Nuevo
Testamento. Por esta razón Jesús, justo antes de su muerte ora por nuestra unidad
(Jn. 17), sin la cual el mundo no se dejará convencer acerca del evangelio (vv. 21-
23).
3

Quisiera que actuemos esta semana manteniendo en mente ¡que nuestra unidad
como cuerpo de Cristo es una condición para que el evangelio pueda convencer al
mundo!

¡Señor, ten misericordia con nosotros, tu iglesia!

POR ROBERT WIENS. Casado con Leoni, padre de 5 hijos. Director del Colegio
Privado Príncipe de Paz y mentor de los pastores de la Iglesia Evangélica Bíblica
del Paraguay. Posee estudios en Pedagogía y Teología, con especialización en
Resolución de Conflictos

También podría gustarte