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Azúcar al 100% (Celia Cruz)

Alberto Naranjo

En esas largas listas de reseñas musicales, siempre nos encontramos


con unos cuantos protagonistas responsables de haber ido
componiendo la historia poco a poco. También observamos otros que
simplemente engrosan un interminable ir y venir, sin más mérito que
su fugaz pasantía y un inevitable olvido. Por eso siempre se ha dicho
que “no es difícil llegar, sino mantenerse”. Aunque esto no revela el
esfuerzo que muchos artistas tienen que realizar para poder
perpetuarse a pesar de las modas de cualquier época; menos aún
cuando son las modas de las épocas las que se adaptan a algún
artista. Entre estos privilegiados artistas existe un capítulo único en
las memorias de la música caribeña escrito con jubilosa gloria y
exagerada solvencia por Celia Cruz, quien, con su particular
expresión, ha logrado que una generación tras otra no haya puesto
ningún reparo en dejarse seducir por su contagiosa alegría.

La vigorosa relación entre Celia Cruz y su público comenzó a gestarse


comenzando la década del cuarenta, cuando debuta en La Corte
Suprema del Arte; un espacio radial de la emisora CMQ, que servía
como caldo de cultivo para otros espacios musicales estelares de la
radio habanera. De allí, Celia Cruz pasó a la emisora Mil Diez, lo que
le permitió actuar personalmente en distintos barrios de La Habana,
dado el carácter ambulante de la programación de esa emisora, con el
beneficio de un contacto más directo con el público. Dicha estación
había sido lanzada hacia 1943 por el Partido Comunista Cubano, el
cual se había venido desarrollando a raíz de la Segunda Guerra
Mundial cuando los Estados Unidos de Norteamérica pactaron con
Rusia. Mil Diez tuvo mucho éxito gracias a su programación musical,
ya que las mayores corporaciones radiales en Cuba habían
concentrado su atención en las novelas, restándole importancia a la
música. Por allí desfilaron los mejores compositores, cantantes,
músicos, arreglistas y directores cubanos; no necesariamente por que
tuvieran una afinidad comunista, sino por la única oportunidad que

esta emisora les brindaba. Celia


Cruz fue una de las atracciones
exclusivas de Mil Diez durante
1943 y 1948, hasta que le llegó
una oferta para viajar a México
con el ballet Las Mulatas de
Fuego, dirigido por Federico
Rodney. De México viajaron a
Venezuela, en donde la
agrupación se disolvió. Aunque la
mayoría de los conducidos por
Rodney optó por regresar a Cuba,
Celia Cruz decidió probar suerte
en Caracas. Actuó en el Hotel
Majestic y con la Sonora Caracas,
así como en Radio Cultura
respaldada por la orquesta de
Rafael Minaya y en Radio Caracas
bajo la conducción de Luis Alfonzo
Larrain. Durante ese período es

contratada por el empresario disquero Nemías Serfaty, para que grabe


con la orquesta Leonard¹s Melody de Leonardo Pedroza un disco de 78
RPM para el sello Turpial, en un estudio de grabación ubicado en los
altos del Teatro Nacional. Después de aquel legendario Diamante
Negro interpretado por Alfredo Sadel, este disco de Celia es el segundo
que se graba en Venezuela profesionalmente. En él se incluye La
Mazucamba, un tema difícil para la voz ancha y grande de Celia, pues
hay que cantar su versos con mucha rapidez, pero ella, con su talento,
con su dicción perfecta, lo negocia sin problemas. Igual que pasara
con las orquestas de Minaya y Larrain, Celia logra que Pedroza y su
gente se adapten a su estilo.

Celia Cruz regresa a Cuba en 1949 y comienza a actuar en Radio


Cadena Suaritos, una emisora que hizo con una labor similar a la de
Mil Diez por la música cubana. Nuevamente impresiona Celia por su
perfecta adaptación a su nuevo ambiente musical, pero como los
programas de la estación eran grabados, faltaba esa relación directa
entre artista y público. Aún así la popularidad de Celia sigue en
ascenso, hasta que le llega en 1950 la invitación de la Sonora
Matancera para cubrir la vacante dejada por la puertorriqueña Myrta
Silva. Participa en un programa exclusivo de la agrupación, lanzado

por Radio Progreso en vivo y


ante público. El resto es historia.
Luego de vencer la resistencia de
los seguidores de la Matancera
que añoraban el desmesurado
estilo de Myrta Silva, teniendo
que enfrentarse a Celia, un
milagro musical, pero más
comedida y señorial que la
boricua, por añadidura haciendo
la transición desde las grandes
orquestas hasta las limitaciones

de un conjunto, sin mucha posibilidad para realizar matices musicales


y complejos arreglos con más posibilidades armónicas, así que la
tarea no era sencilla. En ese sentido, Celia perdía con la Sonora; pero
ganaba un público diario y en directo; ganaba el acompañamiento de
una agrupación de mucho arraigo concebida aparentemente para el
lanzamiento de grandes vocalistas, y poco después, ganaba el acceso
a grabaciones comerciales con el sello Seeco. Obviamente, esta
inspirada Celia Cruz en su etapa matancera es distinta a la solemne
de Mil Diez, o quizás, a la muy circunspecta que grabara en
Venezuela; se trataba de una Celia Cruz mucho más madura,
dispuesta a comenzar una jerarquía que aún detenta, no importando
los años ni sus modas.

La estadía de Celia Cruz con la Sonora Matancera se prolongó durante


11 años, nutridos de grabaciones y viajes por Norte, Centro y
Suramérica, el Caribe y Europa, aunque hacia 1960, la agrupación
toma un nuevo rumbo y se radica en México. Celia permanece con sus
compañeros durante un tiempo, pero decide viajar en 1961 a New
York en dónde se le presenta la
oportunidad de grabar junto a Tito
Puente. Se radica allí desde entonces,
para seguir grabando como solista, o
colaborando con Estrellas de Fania,
Johnny Pacheco, Sonora Ponceña, Ray
Barretto y Willie Colón, viajando además
por diferentes paises para consolidarse
como un icono universal de la música, al
punto de que a menudo ha sido
comparada con Ella Fitzgerald, en
ocasiones con Sarah Vaughn, quizás con
el propósito de otorgarle un título de

equivalencia monárquica, aunque ello sea innecesario. Celia Cruz ha


enloquecido a una multitud en Helsinki o festejado en París, Roma y
Amsterdam; ha recibido una estrella en el Hollywood¹s Walk of Fame,
un doctorado honoris causa en la Universidad de Yale, y un
reconocimiento especial del National Endowment for the Arts, aunque
su mayor tesoro es el constante aplauso de su público, incluyendo el
de todos los cubanos, al margen de cualquier intriga política, venga
esta de donde venga.

Celia Cruz nació el 21 de Octubre de 1924 en el Barrio Santo Suárez


de La Habana, Cuba. Segunda de cuatro hermanos, desde su juventud
los entretenía cantándoles. Inevitablemente, decenas de personas en
su vecindario comenzaron a percatarse desde muy temprano como su
peculiar vozarrón traspasaba las paredes, cortaba el viento, además
del porqué de su inmenso talento para la improvisación.

Durante una presentación en México en el año 2002, Celia sufrió un


percance que posteriormente los médicos diagnosticaron como un
agresivo tumor cerebral que lentamente fue minando la otrora
enérgica y avasallante Reina Rumba, hasta que su luz se extinguió el
16 de Julio de 2003.

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