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Antiguo Régimen

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La Bastilla, fortaleza del rey en París usada como cárcel, era considerada como símbolo del Antiguo
Régimen por sus enemigos, y su toma como el inicio de la Revolución que llevó al Nuevo
Régimen (1789-1799). Sus escombros fueron objeto de un comercio parecido al que doscientos años
más tarde tuvieron los del muro de Berlín.

Antiguo Régimen (en francés: Ancien Régime) es el término que los


revolucionarios franceses utilizaban para designar al sistema de gobierno anterior
a la Revolución francesa de 1789-1799 (la monarquía absoluta de Luis XVI), y que
se aplicó también al resto de las monarquías europeas cuyo régimen era similar.
El término opuesto a este fue el de Nuevo Régimen (en España, Régimen liberal).
Puede aplicarse también como equivalente a una época que, prácticamente,
coincidiría con lo que se conoce como Edad Moderna.

Índice

 1Origen de la expresión
 2Definición
 3Extensión
o 3.1El modelo francés
o 3.2El caso español
o 3.3Otros países europeos
 4Características
o 4.1Economía y demografía
 4.1.1Demografía
 4.1.2Comercio
 4.1.3Industria
o 4.2Sociedad
o 4.3Sistema político
o 4.4Pensamiento, cultura y arte
 5Véase también
 6Referencias
 7Bibliografía
 8Enlaces externos

Origen de la expresión[editar]
Aunque su utilización es contemporánea a la Revolución, la mayor responsabilidad
de su fijación en el ámbito literario le pertenece a Alexis de Tocqueville, autor del
ensayo El Antiguo Régimen y la Revolución.1 En ese texto indica precisamente
que «la Revolución francesa bautizó lo que abolía» («la Révolution française a
baptisé ce qu'elle a aboli»); Tocqueville opuso confusamente este concepto al
periodo medieval, oposición que se hizo común en la historiografía durante los
siglos XIX y primera mitad del XX, y que historiadores posteriores han discutido,
especialmente François Furet.2
Desde el punto de vista de los reaccionarios enemigos de la revolución, el término
Antiguo Régimen fue reivindicado con un punto de nostalgia, siguiendo el tópico
literario del «paraíso perdido» (o el manriqueño «cualquiera tiempo pasado fue
mejor»). Talleyrand dijo que «los que no conocieron el Antiguo Régimen nunca
podrán saber lo que era la dulzura del vivir» («ceux qui n'ont pas connu l'Ancien
Régime ne pourront jamais savoir ce qu'était la douceur de vivre»).[cita  requerida]
La aplicación del término a las estructuras económicas y sociales se atribuye
a Ernest Labrousse,3 y fue difundido por la contemporánea escuela de Annales,
con gran aceptación en España a través de hispanistas como Pierre
Vilar o Bartolomé Bennassar. Su utilización con este sentido, que no era usual
antes, se hizo habitual por los autores del tercer cuarto del siglo XX, como Antonio
Domínguez Ortiz, Gonzalo Anes o Miguel Artola, que terminaron por fijar el
concepto en la historiografía española. La aplicación del término a la historia de
las instituciones españolas es muy anterior, pero parece que también se originó
por influencia francesa, como es el caso de la obra del hispanista de finales
del XIX, Georges Desdevises du Dézert,4 recogida por Antonio Rodríguez Villa en
1897.5

Definición[editar]
Mapa de Europa, de Herman Moll (1703). Los colores utilizados por el cartógrafo no designan entidades
políticas existentes, sino más bien el recuerdo de las antiguas divisiones geográficas de época romana
(Galia, Italia, Germania), junto con otras que sí eran efectivas (Imperios turco y ruso, Confederación
Helvética, Reinos de Portugal, Suecia o Polonia).

Desde el punto de vista del materialismo histórico, el Antiguo Régimen se puede


definir como una formación socioeconómica, es decir, la combinación peculiar
de modos de producción y relaciones sociales para un ámbito espaciotemporal
más o menos amplio, que construye su adecuada superestructura política y que se
justifica por su correspondiente ideología. En tal sentido son tres las
características de una sociedad de Antiguo Régimen, a saber:

1. sistema económico: en transición


del feudalismo al capitalismo;6
2. relaciones sociales: determinadas por la oposición
entre la sociedad estamental y una burguesía que
no puede acceder al papel de clase dominante
que ocupan los estamentos privilegiados;
3. sistema político: monarquía absoluta o, como
poco, monarquía autoritaria. La tensión
fundamental en este ámbito es la que se produce
entre la centralización del poder y el respeto a
los privilegios de todo tipo (personales,
estamentales y territoriales), que mantenían una
gran multiplicidad de jurisdicciones y fueros.

Extensión[editar]
Recreación moderna que presenta las efectivas divisiones políticas después del Tratado de
Westfalia (1648), que cierra la guerra de los Treinta Años con un nuevo equilibrio europeo sobre el
naciente concepto de relaciones internacionales en pie de igualdad.

El concepto de Antiguo Régimen puede aplicarse con propiedad a los reinos


de Europa occidental que tienden a definirse desde finales de la Edad
Media como monarquías autoritarias y, más tarde, como monarquías absolutas —
ambos términos de los analistas de la historiografía, que no usaban los implicados
—. El primer ejemplo fue, sin duda, Portugal. Para finales del siglo XVI,
solo Francia, Inglaterra y la Monarquía Hispánica se pueden añadir a la lista.
Inglaterra superará el concepto a lo largo de los siglos XVI y XVII derivando hacia lo
que se ha denominado como Estado nación. Los demás, durante la crisis del
Antiguo Régimen (1751-1848). Para el resto de Europa, el concepto es de uso
problemático (ver apartado otros países europeos, en este mismo artículo). Para el
resto del mundo, únicamente América, durante el periodo que fue colonizada por
las potencias europeas, podría (forzando mucho el concepto) considerarse en algo
semejante al modelo vigente en sus metrópolis.7 La independencia
americana coincide con el final del Antiguo Régimen; de hecho, contribuye
decisivamente a él. Los otros continentes son colonizados posteriormente, ya en
época industrial o Nuevo Régimen. El caso de Japón representa una formación
económico social que, de alguna manera, muestra similitudes con las
occidentales, por lo que algunos autores le han aplicado el concepto de
«feudalismo» o el de «monarquía absoluta» (no tanto «Antiguo Régimen»), y sería
esa similitud —frente a la diferencia de China, un imperio hidráulico—, junto con la
no sumisión colonial, lo que explicaría la posibilidad de su acceso acelerado a la
modernidad en la Era Meiji.8
La imposibilidad de retrotraer el concepto a entidades políticas de un periodo
anterior, incluso en Europa, viene del hecho de que las formas políticas
medievales eran de carácter feudal, dependientes en alguna medida del Imperio o
del Papado, o bien eran alguna forma de ciudad-estado; por otro lado, el naciente
comercio era aún algo marginal, y la sociedad estamental (ya definida) aún no
había producido sus mecanismos e instituciones finales. En ningún caso
responden a los requisitos propuestos.
La duración temporal del Antiguo Régimen coincidiría con lo que llamamos Edad
Moderna: del siglo XV al XVIII. Esto es válido tanto para Francia (desde el fin de
la guerra de los Cien Años hasta la Revolución francesa) como para España (de
1492 a 1808). No obstante, algún autor, como Arno Mayer, argumenta la
persistencia de rasgos propios del Antiguo Régimen en la Europa de finales del
siglo XIX y hasta la Primera Guerra Mundial.9
El modelo francés[editar]
Artículo principal: Antiguo Régimen en Francia

La reconciliación de Enrique III y Enrique de Navarra, por Rubens (1628). Un episodio de la guerra de


los tres Enriques, que terminó ganando el de Navarra, futuro Enrique IV.

El Antiguo Régimen tomado como modelo se desarrolló en Francia, al emerger la


monarquía francesa de la dinastía Valois de su enfrentamiento con Inglaterra en
la guerra de los Cien Años, marginando a la rival Borgoña y sometiendo a la
mayor parte de los estados nobiliarios más o menos levantiscos
(Normandía, Provenza...). La vuelta de la sede pontificia de Aviñón a Roma tras la
resolución del Cisma de Occidente supuso una disminución del control que había
llegado a alcanzar la monarquía francesa sobre la Iglesia, e Italia pasará a ser el
principal tablero de juego en la disputa de la hegemonía europea. En ese
contexto, Luis XI sería un buen ejemplo de rey autoritario para el
siglo XV. Francisco I, en la mitad inicial del siglo XVI, no consiguió prevalecer sobre
su enemigo Carlos V, ni en las guerras europeas ni en la expansión colonial, pero
consiguió asentar un poder interior indiscutible. El turbulento periodo que llevará a
sus sucesores a las guerras de religión de la segunda mitad del siglo XVI terminará
con el breve pero decisivo reinado de Enrique IV, que inaugura la dinastía de
Borbón. En el reinado de Luis XIII y la minoría de edad de Luis XIV, validos
como Richelieu y Mazzarino irán hábilmente concentrando el poder real en medio
de una complicada coyuntura europea e interior (guerra de los Treinta
Años y Fronda). No se alcanzará su paradigma más acabado hasta la monarquía
absoluta de Luis XIV, que pudo hacerse llamar «el Rey Sol».
Identificados, al menos en teoría, el interés del Estado, el del Pueblo y el del Rey,
se avanza en la construcción de un mercado de dimensiones nacionales, con el
respaldo de un imperio colonial (que sufre grandes altibajos al albur de las
continuas guerras); se moderniza la administración y los impuestos (la gabela,
la tallación) todo lo que los privilegios estamentales o territoriales permiten; se
consigue la imposición del catolicismo (revocación del Edicto de Nantes) y el
control de la Iglesia (galicanismo); o se prestigia el francés como la lengua común
(y la culta de Europa, en sustitución del latín) y el vehículo de una
pujante cultura (Molière, Racine, Corneille) que destrona al Siglo de Oro español,
institucionalizada en la Académie Française.
No obstante, la acumulación de contradicciones entre la cerrada sociedad
estamental y la pujanza de la burguesía llevó a la Revolución francesa de 1789,
que fue modelo de las demás revoluciones burguesas que transformaron los
sistemas políticos europeos en monarquías constitucionales a lo largo del
siglo XIX o repúblicas en el horizonte de la Primera Guerra Mundial.
El caso español[editar]
Artículo principal: Instituciones españolas del Antiguo Régimen

El mendigo, de Murillo. A pesar de individuos e instituciones caritativas que veían en el pobre una


imagen de Jesucristo, el Antiguo Régimen asociaba la pobreza extrema y públicamente exhibida a todo
género de vicios, tal como muestran la literatura picaresca genuinamente española y los arbitristas. No
faltaron leyes destinadas a reprimir la mendicidad y proyectos de encerrar a los pobres en asilos, lejos
de la visión del público, frustrados por el endémico déficit presupuestario de la monarquía española. 10

El modelo español se diferenció del francés en lo que Ignacio Vicent López llamó


«una cuestión de estilo».11 El reinado de los Reyes Católicos fue decisivo en la
elaboración de este estilo, que se fundamentaba en la conciencia de la monarquía
católica. Este sistema se prolongaría con variaciones bajo los Habsburgo hasta
que a la llegada de los Borbones se adopte el modo francés, en lo que llegaría a
ser una monarquía absoluta, aunque nunca pudo librarse de las huellas del
antiguo estilo.
El éxito es indudable y aventajó al de la monarquía francesa durante el siglo XVI:
se consigue un conjunto territorial sin parangón (Felipe II pudo decir «en mis
dominios no se pone el sol») que, aunque poco cohesionado, puede ser
eficazmente gobernado desde un centro localizable en Castilla tras la guerra de
las Comunidades (1521) y la elección de Madrid como capital política (1561); de
Castilla se drenan una fabulosa cantidad de recursos impositivos
(alcabalas, regalías, servicios de unas Cortes comprensivas, quinto real de las
remesas metálicas americanas) que se gastan en la política europea que identifica
los intereses de la Monarquía Católica con los de la causa del catolicismo. El éxito
queda confirmado por la propia Leyenda Negra, explicada tanto por la realidad del
cruel dominio sobre América (de la que los propios colonizadores fueron
conscientes, solventándolo en la polémica de los naturales), la represión de la
disidencia política (a la que se forzaba a la asimilación o
la expulsión: conversos, moriscos; o las más minoritarias conductas
consideradas antinaturales y, únicamente hasta principios del siglo XVII, los
mínimos focos de brujería y protestantismo) y la impotencia de sus enemigos,
resignados a combatir con propaganda antiespañola a la potencia hegemónica (el
paralelismo con el antiamericanismo del siglo XX es claro).
El control interior queda garantizado por una creciente burocracia —el régimen
polisinodial de los Consejos—, que se implanta territorialmente a través de
los virreyes en los reinos y los corregidores en las ciudades. El control de los
estamentos privilegiados se logra por la sumisión del clero (patronato regio,
reformas de Cisneros) y la nobleza, acostumbrada a poner y quitar reyes en
las guerras civiles castellanas de la Baja Edad Media, de las que la guerra de las
Comunidades son el último episodio.12 El rey se convierte en gran maestre de
las órdenes militares —desde Fernando el Católico—, implica a la aristocracia en
su política de nombramientos (institución de la grandeza de España con Carlos V)
y deja claro que, a cambio de ejercer sin injerencias el poder político, les garantiza
el poder social y económico (institución del mayorazgo, leyes de Toro). Los
desmochamientos de torreones —que sufre incluso Gonzalo Fernández de
Córdoba, el Gran Capitán, al que se le pidieron las famosas cuentas de su gestión
en Italia— son un claro mensaje simbólico. Los puestos burocráticos son un buen
banderín de enganche para la baja nobleza y la burguesía. A falta de una policía
digna de tal nombre —pues la Santa Hermandad no pasó de ser un cuerpo militar
—, se disponía de la red informativa y represiva de la Inquisición —cuya sumisión
al poder real prueba su utilización en algún destacado caso, como el de Antonio
Pérez—.
Escultura ecuestre en bronce de Felipe IV, diseñada por Velázquez y esculpida por Pietro Tacca con
asesoramiento científico de Galileo. El sábado 9 de abril de 1677, alguien colocó un pasquín en la Casa
de la Panadería de la Plaza Mayor de Madrid, que decía: «¿A qué vino el señor don Juan?: A bajar el
caballo y subir el pan». Se refería —además de a la inflación rampante— al valido Juan José de Austria,
que había hecho trasladar la estatua desde la fachada de Palacio hasta el Buen Retiro. Hoy, la estatua
puede verse en la Plaza de Oriente de Madrid.

El fracaso quedó claro con la decadencia. El brillo cultural del Siglo de Oro no


ocultaba que la economía, estimulada por la revolución de los precios del siglo XVI,
entró en declive en el XVII, siglo de crisis general que empujará a la despoblación
en particular a la Europa del Sur, mucho más a España, y más aún al hasta
entonces decisivo centro castellano. Las soluciones políticas (desorden monetario,
reformas fiscales repetitivas) no consiguieron más que agravar la situación, y los
intentos más vigorosos de centralización (Unión de Armas del conde duque de
Olivares) precipitaron la crisis de 1640.
El cambio de dinastía de 1700 (Felipe V de Borbón) produjo el encauzamiento del
sistema hacia un absolutismo con características similares al francés, que produce
intentos bienintencionados, como la racionalización fiscal como el Catastro de
Ensenada, y también otras reformas ilustradas que no llegan a aplicarse
completamente, como las de Esquilache (expulsado del poder por el motín que
lleva su nombre tras una liberalización del precio del trigo, hasta entonces
sometido a tasa) o el expediente de la ley agraria, eternamente tramitado, que
pretendía resolver el hambre de tierra de los campesinos. La Revolución francesa
truncó las expectativas del reformismo.13
El Antiguo Régimen perdura brevemente en el siglo XIX hasta la guerra de la
independencia española, cuando, al promulgarse la Constitución de
1812 en Cádiz, se abrió el proceso de constitucionalismo. Por otra parte, el
término Antiguo Régimen tuvo el mismo significado que en Francia, a pesar de
que el final de dicho régimen no fue tan drástico como el francés. Tras los años de
ocupación francesa y la final derrota de Napoleón en 1814, se produjo
la Restauración absolutista, lo que provocó la involución de la política española al
Antiguo Régimen durante la mayor parte del reinado de Fernando VII. Su sombra,
aunque ya fuera del poder, continuó presente durante el segundo tercio del
siglo XIX con las guerras carlistas, a pesar de la sucesión de textos
constitucionales, la llegada de liberales más o menos moderados al Gobierno —
casi siempre tras pronunciamientos— y de iniciarse una modesta industrialización.
La Revolución de 1868 con el derrocamiento de la reina Isabel II de España no
cerró definitivamente la tentación involucionista, pero ya en un contexto
completamente diferente: la Restauración de Alfonso XII o las dictaduras de Primo
de Rivera o Franco, por mucho que recuperara esta última la nostalgia del Imperio,
tienen otra definición.
Véanse también: Historia de España,  Monarquía Católica,  Leyenda Negra  y  Capital
(política).
Otros países europeos[editar]
Como mostraba el mapa del comienzo, la situación espacial de Europa era de una
extraordinaria complejidad, que no eliminaron ni los tratados de
Westfalia (Münster y Osnabrück, 1648), ni los posteriores de Utrecht y
Rastatt (1714). Lo que sí produjeron fue una clara modernización de las relaciones
internacionales, en un sentido pragmático que olvidaba las fantasías medievales
(herencia del Dominium mundi) y el fundamentalismo religioso aún vigentes en el
siglo XVI. En 1648, los Habsburgo de Madrid se resignan a la independencia de
las Provincias Unidas y reconocerán poco después la de Portugal, pero siguen
controlando débilmente Italia y Flandes, además de un inmenso imperio
americano cuya gestión es cada vez más problemática. Polonia se expande al
este y sur. La amenazadora cercanía del Imperio turco continuará hasta el sitio de
Viena de 1683. Las monarquías escandinavas siguen dominando el Báltico,
aunque abandonarán los asuntos centroeuropeos a los destrozados principados
alemanes, principales víctimas de la crisis del siglo XVII, entre cuyas ruinas
destaca el naciente Reino de Prusia; ya libres de cualquier injerencia del
emperadorHabsburgo de Viena, que concentrará su interés en sus estados
patrimoniales de Austria. Francia, con un Luis XIV en minoría de edad que sigue la
guerra contra España al tiempo que sale de sus problemas internos de la Fronda,
controla temporalmente Cataluña hasta el Tratado de los Pirineos (1659), que la
dividirá. Inglaterra, sumida en la guerra civil, parece un pigmeo territorial que ni
siquiera controla Escocia o Irlanda (teóricamente comparten la persona del mismo
rey, y se debaten en la simultánea Guerra de los tres reinos); pero será el gigante
del futuro, al salirse del modelo del Antiguo Régimen.
La reina  Cristina de Suecia, por Sébastien Bourdon (1653). Protagonizó un sonado episodio con su
traslado a los Estados Papales después de su abdicación, donde fue acogida por el Papa, en previsión
de un triunfo de la Contrarreforma en el norte de Europa que nunca se llegó a producir. La interpretación
de su vida ha sido objeto de muchas especulaciones y, más que ser muestra de la condición común de
la mujer en el Antiguo Régimen, lo es de excepcionalidad.

El Tratado de Utrecht, además de sancionar el papel de Inglaterra como potencia,


proporcionará a Austria los territorios europeos españoles e iniciará la alianza
franco-española (Pactos de Familia) que caracterizará las relaciones
internacionales hasta 1789.
Para la mayor parte de la Edad Moderna en Inglaterra u Holanda, el término
Antiguo Régimen no es aplicable, dado que desde el siglo XVI o XVII están en el
Nuevo Régimen económica, social y políticamente (hasta tal punto no ve
discontinuidad con la Edad Contemporánea, que la historiografía anglosajona
llama Modern History al periodo desde la Edad Media hasta la actualidad).
En cuanto a cómo encajar cada una de las piezas del resto de este rompecabezas
europeo en el concepto Antiguo Régimen, ya se advertía al comienzo que, con la
salvedad de Francia, Portugal y España, para el resto de Europa, el término es
poco significativo: en la dividida Italia se puede identificar con el dominio de los
Habsburgo (desde la batalla de Pavía hasta la Unificación). En Centroeuropa, la
descomposición del Sacro Imperio, el ascenso de los Habsburgo, la Reforma
protestante, la guerra de los Treinta Años y el surgimiento de Prusia fueron
dibujando y desdibujando un panorama que no se aclaró hasta la unificación
alemana, ya en la Edad Contemporánea y con distintos criterios. Los países
escandinavos desarrollaron monarquías nacionales desde la Edad Media, aunque
la definición de su personalidad definitiva no llegó hasta el siglo XX. Su evolución
económica y social fue en cierta manera similar a la de Europa Occidental,
interviniendo en los procesos intelectuales clave (Renacimiento, Reforma,
Ilustración) e implicándose en los conflictos europeos, especialmente en la guerra
de los Treinta Años, en que fueron decisivos. Polonia no presenciará la formación
de la monarquía fuerte que intentó la dinastía Jagellón, sino una república
nobiliaria que jugó incluso a la política de Europa Occidental con la elección de un
rey Valois. Tanto el dominio turco en los Balcanes (desde la toma de
Constantinopla hasta las guerras de finales del siglo XIX) como en Rusia la
época zarista (de Iván el Terrible hasta las revoluciones rusas de 1917) cubren la
dimensión temporal, pero no la caracterización propuesta: son vastos imperios que
no pueden medirse con los criterios de la dinámica económica, social o política del
Antiguo Régimen de Europa Occidental.

Características[editar]

Pieter Brueghel el Joven: El censo de Belén o El pago del diezmo (1566), un tema religioso camuflado
en una escena costumbrista, ambientada en el crudo invierno del norte de Europa.

Pieter Brueghel el Viejo, padre del anterior, nos pinta cómo Los segadores, en el verano, se confían a
los ritmos anuales que repiten procesos de larga duración. La vida humana se somete a ellos con la
misma fatalidad que al pago de los impuestos.

Economía y demografía[editar]
La propiedad de la tierra, principal factor de la producción, estaba sometida
a vinculaciones que incluían los mayorazgos en poder de la nobleza, las manos
muertas en poder del clero y las tierras comunales de los ayuntamientos. La
naturaleza compartida de este tipo de propiedad, con un propósito de
permanencia en el tiempo, hacía que no se podía disponer libremente de ella, con
lo que la existencia de un mercado libre de tierras era imposible.14
Lo mismo podría decirse del mercado libre para los otros dos factores de
producción: ni capital (sospechoso de representar una forma de riqueza no
compatible con el modo de vida noble o clerical, y aún lejos de la acumulación
necesaria para una revolución industrial) ni trabajo (impropio de los privilegiados, y
considerado como una maldición bíblica) se venden libremente en
el mercado como mercancías sujetas al libre juego de oferta y demanda.
Demografía[editar]
El crecimiento del tamaño de las ciudades (solo unas
pocas: París, Londres, Sevilla, Madrid, Roma, Nápoles, Estambul, superan los 10
000 habitantes),15 a pesar de funcionar como sumideros demográficos y de
recursos de todo tipo, contribuyó decisivamente a la transición del feudalismo al
capitalismo (el papel de Londres fue fundamental para la creación de un mercado
nacional, el de París, intermedio; el de Madrid, un relativo fracaso). 16 Pero no
hacía olvidar que seguía la época preindustrial, y la ocupación de la inmensa
mayoría de la población, la de las omnipresentes zonas rurales, 17 seguían siendo
actividades agropecuarias de productividad y rendimientos bajísimos, cuyas
técnicas evolucionaban muy lentamente (la larga duración braudeliana),
condenando a la dependencia de los ciclos naturales y las periódicas crisis de
subsistencia repetidas cíclicamente, coincidiendo con los meses mayores previos
a las cosechas, cuando el trigo estaba más caro. No es casualidad que
esas coyunturas generaran movimientos de descontento conocidos como motines
de subsistencia,18 que en algunos casos podían tener repercusiones políticas
(Motín de los gatos, Motín de Esquilache, o la propia Revolución francesa) o en el
peor de los casos hambrunas que llevaban a crisis demográficas (la conocida
como trampa malthusiana). De hecho, es habitual en demografía hablar de
un Antiguo Régimen demográfico, que se caracterizaba por altas tasas
de natalidad y mortalidad, escaso crecimiento natural que se contrarrestaba por
los años de mortalidad catastrófica, elevada fecundidad (requerida con afán por
las familias titulares de explotaciones agrícolas), compensada con
el celibato (la nupcialidad, a edades muy tempranas que a veces se retrasaba, no
afectaba a la totalidad de la población) y la muy baja esperanza de vida.
La Casa del Peso de Medina del Campo donde se guardaban los pesos y medidas oficiales para
garantizar los intercambios comerciales en sus famosas ferias.

Comercio[editar]
El comercio estaba controlado por los gremios y las asociaciones gremiales, que
controlaban la calidad y cantidad de producción que se realizaba en todo
momento. La aspiración a controlar de la vida económica pretendería que solo
aquellos que pertenecieran a un gremio o tuvieran autorización real podían
dedicarse a la fabricación y distribución de productos, desde el más rico de
los obligados del abasto al más miserable tablajero. La misión de controlar la
fidelidad del comercio era una responsabilidad de la autoridad desde tiempos
antiguos (la mensa ponderaria del foro romano). En el Antiguo Régimen español
dependía de instituciones como el Repeso o el Fiel almotacén, controladas por
los ayuntamientos (o la Sala de Alcaldes en la corte), que vigilaban la correcta
aplicación de las medidas en los intercambios, sobre todo los del comercio
alimentario, el más sensible para la paz pública. La dispersión metrológica (no
coincidían las medidas de cada localidad) se intentó remediar con el prestigio de
algunas medidas locales, como la vara de Burgos, pero hubo de esperarse al final
del Antiguo Régimen, con los trabajos científicos de conformación del sistema
métrico decimal. Se consideraba idóneo el acceso con los menores intermediarios
posibles del productor al consumidor, y la reventa y todo tipo de especulación con
el precio intentaba prohibirse, incluso con sanciones religiosas (pecado-delito
de usura) lo cual no quiere decir que se consiguiera siempre, como demuestra la
práctica de la vida cotidianade en el mercado.19 Semejante pretensión no se irá
materializando con eficacia hasta la conformación del estado burgués liberal del
Nuevo Régimen, como explica Michel Foucault.20 La apertura del mundo a los
europeos con la Era de los Descubrimientos trae como consecuencia la
primera economía-mundo.21 Las compañías privilegiadas tomaban el control
monopolístico de rutas y productos (el cacao de Caracas primero para
los Fugger,22 y luego para la Compañía Guipuzcoana; el abastecimiento de Madrid
para los Cinco Gremios Mayores...).23 Las primeras y más eficaces fueron las
neerlandesas (WIC y VOC), seguidas por las inglesas (Compañía de las Indias
Orientales y Merchants Adventurers, que se basa en una guilda anterior). Ambas
naciones (a través de la bolsa de Ámsterdam y la de Londres) encabezan el
naciente capitalismo comercial tras el saco de Amberes, que hasta entonces era la
encargada de drenar hacia el norte de Europa los recursos americanos extraídos a
través de la monopolística Casa de Contratación de Sevilla o el puerto de Lisboa.

Barrière Saint-Martin, proyecto del visionario arquitecto Claude Nicolas Ledoux (1788).


Las aduanas interiores, los pontazgos, registros y portazgos, como este, que controlaría el acceso de
los productos a París en vísperas de la Revolución francesa, eran características del Antiguo Régimen.

Industria[editar]
La industria estaba entorpecida con excesivas reglamentaciones e impuestos.
Existían aduanas internas; los pesos y medidas variaban según las regiones;24
algunos artículos, en especial los cereales (verdadera base de la pobre
alimentación de la mayor parte de la población), eran sometidos a una obsesiva
política de proteccionismo paternalista, con lo que o bien debían consumirse en el
lugar de producción, o bien estaban sometidos a tasa, o en cualquier caso hacían
imposible la seguridad del suministro; para otros se aplicaban derechos de aduana
(no solo exteriores sino interiores a los estados) que en muchos casos anulaban el
intercambio.25
No existe, por lo tanto, libertad económica ni competencia, ya que todo estaba
controlado por los gremios, por las Corporaciones o por el propio Estado, que en
algunas ocasiones, funcionaba como agente económico él mismo: reales
manufacturas como las de armamento (la Real Fábrica de Artillería de La
Cavada), o de bienes suntuarios (la Real Fábrica de Tapices, de Porcelana del
Buen Retiro, de Cristal de la Granja) y las regalías o los estancos de sal, tabaco
(la Real Fábrica de Tabacos de Sevilla y la de Madrid), aguardiente y naipes.
El mercantilismo en sus variadas formas, metalismo, bullonismo, colbertismo, es
la doctrina económica que justifica la política económica dominante:
el proteccionismo. En la mayor parte de las ocasiones, consigue lo contrario de lo
que pretende. Ni el poder ni los teóricos de la época disponen de instrumentos
fiables de análisis económico, y tampoco comprenden el funcionamiento del
sistema económico (que no es ni el del inexistente mercado libre ni el de la
autarquía aldeana medieval). Fisiocracia y librecambio o
liberalismo económico aparecen en el siglo XVIII como propuestas alternativas
que van abriéndose camino en una coyuntura de transformación del sistema.
Sociedad[editar]

Fray Martín de Vizcaya repartiendo pan a los pobres, de Francisco de Zurbarán (1639), Monasterio de


Guadalupe. La sopa boba de los conventos justificaba socialmente tanto a estos como la forma de vida
de pícaros y mendigos. Ninguno de esos grupos tendría cabida en una sociedad que respondiera al
criterio burgués de la ética del trabajo.

Las características principales del Antiguo Régimen es la organización de la


sociedad en tres estamentos definidos desde el nacimiento : dos estamentos
privilegiados como la nobleza (laica) y el clero (que en su parte alta correspondía a
los hijos segundones de las familias nobles) estaban por encima del resto de las
personas y el Tercer Estado o el Común (los campesinos, inmensa mayoría de la
población, y los burgueses, comerciantes o artesanos). Los derechos de las
personas no eran igualitarios, sino que, legalmente, los nobles laicos y
eclesiásticos tenían una serie de privilegios que no tenían los pecheros. Aunque
los estamentos son cerrados, no son impermeables, y es posible el paso de un no
privilegiado a una situación de privilegio, por ennoblecimiento o por la entrada en
el clero.
El papel que la exclaustración de las órdenes religiosas, con la
consiguiente desamortización y el fin del celibato del clero secular tuvo en
la Reforma protestante es una de las cuestiones que hizo alejarse del Antiguo
Régimen a los países que optaron por ella. Son los países católicos del suroeste
de Europa (y Polonia) los que presencian el triunfo de la Contrarreforma, que
significa en términos sociales el triunfo de la sociedad estamental: la configuración
piramidal del clero, los tres votos del clero regular, el celibato del clero secular, la
justificación de la presencia económica de las instituciones religiosas (se llegó a
decir, desde la postura liberal-burguesa, que la Iglesia, con los diezmos y
las manos muertas creaba la pobreza que justificaba su existencia) y su presencia
en todos los órdenes de la vida, pública y privada. 26
La interpretación historiográfica de la naturaleza de la sociedad estamental dio
origen a un notable debate entre los que, cercanos al materialismo
histórico (escuela de Annales, o de Past and Present), utilizan el concepto
de clase, y los que, desde una posición institucionalista (y también próxima
al funcionalismo sociológico y antropológico de las perspectivas emic frente a las
perspectivas etic), prefieren hablar de una sociedad de órdenes. Así, Roland
Mousnier identifica al honor, el estatus y el prestigio como marcadores sociales
más significativos que la riqueza. Según esta perspectiva, la sociedad se dividía
verticalmente según los rangos sociales (relaciones de patronaje
o clientelismo entre patrón y cliente: maîtres-fidèles), y no horizontalmente según
las clases.
En particular, las élites de la sociedad del Antiguo Régimen pueden entenderse
como una clase privilegiada formada por una nobleza y un clero identificados en
sus intereses económicos e interpenetrados por las estrategias
de vinculación familiar de tierras y cargos en la Iglesia, la burocracia, el ejército y
la Corte (según la interpretación materialista); o bien un conjunto no homogéneo
de órdenes como la nobleza de espada y la nobleza de toga (noblesse d'épée y
noblesse de robe) más diferentes entre sí que con el campesinado o
la burguesía (según la interpretación institucionalista o funcionalista). 27
El papel de la burguesía ha sido también objeto de profundas controversias, pues
si en algunos casos y periodos parece ser el apoyo principal de los monarcas para
aumentar su poder, en una alianza mutuamente beneficiosa en la formación de un
mercado nacional y en detrimento de las feudales nobleza y clero; en otros parece
que la monarquía no es sino la superestructura que ejerce el poder en beneficio de
las tradicionales clases dominantes, y los burgueses encumbrados solo esperan la
oportunidad para "traicionar" a su clase y ennoblecerse, abandonando los oficios
viles y mecánicos por las profesiones y artes liberales, cuando no dar el paso
definitivo de la compra de tierras, el matrimonio desigual con nobles empobrecidos
y el definitivo ennoblecimiento, muchas veces por simple compra ante unos reyes
siempre faltos de dinero.28 Sea por esa razón, sea por cuestiones económicas,
como la ruina de la industria castellana, incapaz de aprovechar la oportunidad del
mercado americano que sí beneficia al norte de Europa, la debilidad o fortaleza de
la burguesía marca la diferencia entre unos casos nacionales y otros.
Temeridad de Martincho  en la plaza de Zaragoza, grabado de la serie Tauromaquia de Goya (1815).

Lo mismo podría decirse del campesinado: liberado de la servidumbre en Europa


Occidental desde la Baja Edad Media (mientras que en Europa Oriental caía en
ella) puede encontrar en el Antiguo Régimen una oportunidad de participar
del excedente productivo con los señores que habrían de extraerlo en su totalidad
mediante coerción extraeconómica, según predice el modelo marxista. Hasta qué
punto es posible o no esto determinará la posibilidad de que surja la figura
del labrador rico (el orgulloso Pedro Crespo de El Alcalde de
Zalamea de Calderón o Camacho el rico del Quijote de Cervantes) que pueda
comenzar una acumulación primaria de capital en el campo. En todo caso, la
famosísima respuesta del "villano" Pedro Crespo al "linajudo" don Lope:
Al rey la hacienda y la vida
se ha de dar, pero el honor
es patrimonio del alma,
y el alma sólo es de Dios.29

nos recuerda, por lo provocadora, que los campesinos no podían aspirar a la


misma clase de honra que los nobles: no es para estos la honradez burguesa de
ser fiable en los negocios, sino la opinión o fama que nadie pudiera cuestionar de
la continuidad de la sangre, garantizada por la castidad de las mujeres de la
familia (y que el propio Calderón se encargó de codificar en dramones como A
secreto agravio, secreta venganza). Bastaba ser hijo de algo (hidalgo), provenir de
una esclarecida estirpe, a ser posible venir de godos. Al menos los campesinos,
sobre todo en la mitad norte de la península ibérica (de algún modo parecido a
los ingleses libres de nacimiento, que no tienen equivalente en el campesinado
francés) participaban orgullosos en la categoría de cristiano viejo, que les ponía
imaginariamente a mayor altura que muchos nobles a los que el Tizón de la
nobleza infamaba por tener ascendencia cristiana nueva.30 Mientras que el abismo
social que separaba la orgullosa nobleza francesa de los humildes plebeyos era
considerado algo natural, y garantía de la distinción de las élites (aunque creó
también un enorme resentimiento que explica la violencia revolucionaria), era un
lugar común en el siglo XVIII que los viajeros extranjeros se asombraran de la
osadía de la plebe británica, que parecía tener derecho a gritar y empujar a
cualquiera, sin reparar en rangos, cuando se cruzaba con él por la calle. En
España, el casticismo de la aristocracia, que imitaba la vestimenta y la cultura
popular de los majos (por ejemplo, la tauromaquia), no era un síntoma de
igualdad, sino un arma de lucha social e ideológica contra los
modernizadores afrancesados. A pesar de la oposición de la mayor parte de los
ilustrados, el público taurino es una muestra interclasista que goza de una
políticamente inofensiva capacidad de decisión democrática en el premio al torero,
y de la posibilidad de identificación con el encumbramiento individual de un
personaje proveniente de las bajas capas sociales, como posteriormente ocurrirá
con el deporte. La función social es clara, y no nueva: el entretenimiento amortigua
los conflictos (el Panem et circensis romano, expresión parafraseada en la
expresión española Pan y Toros) y proporciona cohesión social e identidad.
Posteriormente, cuando el adjetivo había perdido su carga revolucionaria, se
acuñó el término Fiesta Nacional para referirse a los toros.
Véanse también: Estamento y  Privilegio.

Véanse también: Cristiano nuevo,  Clero,  Nobleza,  Burguesía  y Campesino.


Sistema político[editar]

Las distintas partes del territorio francés, más compacto que la Monarquía Católica pero igualmente
difuso en cuestiones de soberanía.
El Imperio europeo de Carlos V fue la máxima expresión tanto de acumulación de poder como de
diseminación territorial. En distintos colores, la herencia de su abuela materna, Isabel la Católica (azul),
de su abuelo materno, Fernando el Católico (naranja), de su abuela paterna, María de
Borgoña (morado), y de su abuelo paterno Maximiliano de Habsburgo (verde). El territorio de Milán no
es heredado, sino conquistado en disputa con Francia, aunque teóricamente tributario del Sacro
Imperio, que ha obtenido por elección. No hay que olvidar los territorios extraeuropeos que están en
proceso de descubrimiento y conquista.

Artículo principal: Monarquías autoritarias


Las monarquías autoritarias que acumulan el poder político que la nobleza tenía
en la Edad Media basan su poder en unos mecanismos como el ejército,
constituido por mercenarios que el rey contrataba, aunque en caso
de guerra eran reclutados civiles de manera forzosa para la defensa del país. El fin
de las mesnadas medievales controladas por la nobleza da a este estamento una
nueva función, no de poder militar sino económico y social, y su posición en
la Corte junto al rey le dará su medida de poder político.
Para el aumento de su poder, en la Baja Edad Media, las ciudades libres (islas en
el océano feudal) representaron un apoyo para los reyes contra los privilegiados.
De ellas obtiene los recursos en forma de impuestos a las actividades mercantiles,
mientras que la mayor parte de la riqueza, las propiedades rurales de los
privilegiados, no es sujeta a imposición. Una vez asentado el poder real, el rey
procuraba restringir las funciones de los representantes de las ciudades,
sean burguesía, patriciado urbano o como se les quiera calificar. Casi nunca
convocaba a las Cortes y, cuando lo hacía, se reservaba siempre el derecho de
tomar la decisión final. Las Cortes estaban constituidas por representantes de los
tres estamentos (nobleza, clero y tercer estado), pero en el caso de Castilla (pues
las de los reinos de la corona de Aragón se reunían por separado) solo se
convocaba a los representantes de las ciudades, y para aprobar impuestos.
Cuando las instituciones representativas alcanzan protagonismo
(Parlamento inglés en el siglo XVII, Estados Generales en 1789), el modelo se
rompe.
El titular de la Corona tiene en sus manos todos
los poderes (ejecutivo, legislativo y judicial), aunque en la práctica tiene que utilizar
una enorme burocracia y designaba unos representantes a los que encarga el
gobierno en su nombre, secretarios, ministros o en el caso español, un valido.
La discontinuidad territorial y la confusión de jurisdicciones era más la norma que
la excepción de las entidades políticas, tanto estatales como infraestatales.
Las fronteras eran cambiantes e inseguras, y había multitud
de enclaves, exclaves, territorios de fuero especial, e incluso
con soberanía compartida (Andorra) o alterna (Isla de los faisanes, y facerías del
Pirineo navarro). Cuando Felipe II quiso hacerse una idea clara de sus
posesiones, no recurría a los mapas de la biblioteca del Monasterio de El Escorial,
que le mostrarían un confuso rompecabezas, sino a las Relaciones
Topográficas (un esfuerzo protoestadístico solo comparable al Catastro de
Ensenada dos siglos posterior) o a las vistas que encargó tomar a Anton Van der
Wyngaerde. El sueño de las fronteras naturales (la Francia del Rin a
los Pirineos que retrospectivamente parece su misión histórica) es más una idea
del nacionalismo del siglo XIX, como el destino manifiesto que llevó Estados
Unidos al Pacífico.
Artículo principal: Monarquía absoluta

La ejecución de María Estuardo (1587), reina de Escocia.

A partir del siglo XVII puede hablarse de la presencia de una monarquía


absoluta que tiene la soberanía del Estado. Esta monarquía se justificaba sobre el
supuesto de la procedencia divina del poder, de quien lo recibe sin intermediarios
(por ejemplo, la nación o el pueblo). El rey solo tiene que justificarse ante los ojos
de Dios. El ejemplo más acabado es la Francia del Rey Sol, Luis XIV, que
encontró su mejor teórico en Bossuet.
El rey declaraba la guerra y hacía la paz; comandaba los ejércitos; determinaba
los gastos y fijaba los impuestos; nombraba y destituía a los funcionarios y dirigía
la administración entera. Las provincias eran administradas por los intendentes,
con poder omnímodo y arbitrario.
El rey hacía las leyes, que eran la expresión de su voluntad personal, pues si bien
debía tener en cuenta las "costumbres fundamentales del reino", tales costumbres
eran contradictorias y vagas, y hubiera sido difícil definirlas claramente. Sus
súbditos no tenían propiamente ningún derecho ejercible o exigible ante el Estado
(que no tiene entre sus funciones garantizar derechos, como sí tendrá el Estado
de derecho), aunque sí una difusa constelación de derechos, libertades y
privilegios, no universales sino diferentes según la condición individual, familiar,
corporativa o territorial de cada uno, y un conjunto igualmente difuso de deberes
con el rey, cuya capacidad de exigirles su cumplimiento era más amplia en teoría
que en la práctica.
Además, el rey dirigía la administración de justicia, pues esta se dictaba en su
nombre y por funcionarios que el designaba. Se usaba la tortura judicial para
lograr la confesión de los acusados, a quienes se juzgaba en secreto y a los que
se aplicaban cruentas penas corporales (las marcas con hierros candentes, la
picota, el látigo) incluyendo una amplia panoplia de tipos de penas de muerte
adecuadas a la categoría del reo o del delito (decapitación con distintas armas,
degollamiento, ahorcamiento, hoguera, desmembramiento...). El suplicio
de Ravaillac, asesino de Enrique IV de Francia, pasa por haber sido uno de los
más truculentos.31 La homogeneización de la pena capital fue una
peculiar conquista de la Revolución, que igualó las condiciones empezando
literalmente por la cabeza (la guillotina). En España cumplió la misma función
el garrote (que, aun siendo igual para todos, se podía graduar en vil y noble según
la parafernalia que le rodeaba).32 El fusilamiento parece que también fue una
macabra modernización, aplicado sobre todo en el ejército.
La libertad individual estaba amenazada constantemente por la policía, que podía
prender a cualquiera con una simple orden del rey, la "carta sellada" (lettre de
cachet). No se explicitaba la causa de la detención, sino que simplemente se
indicaba que "tal era la voluntad del rey" (car tel est mon bon plaisir). Existía
la censura previa, que ejercía fundamentalmente la autoridad eclesiástica (el nihil
obstat). No se concedía la libertad de conciencia o libertad religiosa, sino que se
aplicaba el principio cuius regio eius religio (el rey impone la religión al súbdito) de
la Dieta de Augsburgo.
Carlos I de Inglaterra, aquí magníficamente retratado con el máximo de decorum regio por Antón Van
Dyck, fue decapitado en 1640, incapaz de crear una monarquía absoluta sobre una sociedad burguesa

Voltaire con Federico II en Sanssouci, por Adolph von Menzel (1850).

La monarquía francesa de los Borbón, desde la instauración de esta dinastía, fue


hábilmente afianzándose en el poder a partir de una débil situación, tanto en el
exterior (hegemonía española) como en el interior, en buena parte por la división
religiosa no zanjada por las guerras de religión. Enrique IV, antiguo protestante,
las había finalizado con el Edicto de Nantes, que convertía a las plazas de
seguridad hugonotes en un estado dentro del estado; las regencias en las
minorías de edad de Luis XIII y Luis XIV y la personalidad de
los validos o ministros (Richelieu, Mazarino, Colbert), consiguieron hacer de
Francia a finales de siglo la principal potencia de Europa. Simultáneamente
la Monarquía Hispánica entra en la profunda decadencia a la que contribuyeron
tanto las políticas acomodaticias y corruptas del Duque de Lerma (valido de Felipe
III), como las agresivas y de reputación del Conde-Duque de Olivares (valido
de Felipe IV), que al forzar los inestables equilibrios territoriales con su intento
de Unión de Armas, provocó la crisis de 1640 y llegó a un paso de acabar de
hecho con el Imperio español. El absolutismo no llegará a España hasta
los Decretos de Nueva Planta, después de que Felipe V de Borbón gane la Guerra
de Sucesión (1715) tanto a sus enemigos europeos como a los que dentro de la
península ibérica (especialmente Valencia y Cataluña) aspiraban a continuar con
un Habsburgo más respetuoso a los fueros territoriales.
La incapacidad de formar monarquías absolutas en otros reinos puede
ejemplificarse con el caso inglés, donde los Tudor, monarquía autoritaria que
mantuvo el equilibrio con el Parlamento mientras se producían los cambios
sociales de la Reforma, dieron paso a los Estuardo, que en la pugna por aumentar
su poder, perdieron literalmente la cabeza.
Lo expuesto con anterioridad, y a lo que tenderían más o menos los diferentes
casos, es lo que podría considerarse el modelo ideal de absolutismo. Era muy
relativo hasta qué punto los monarcas llamados absolutos podían ejercer un poder
semejante, e incluso es planteable si ni siquiera tendrían la pretensión de
organizar la vida pública en toda su extensión,33 ya que se dejaban enormes
espacios en que el poder se ejerce por multitud de intermediarios (los "estados"
nobiliarios, la poderosísima jurisdicción eclesiástica, los territorios forales, y todo
tipo de corporaciones, como los ayuntamientos, los gremios, las Universidades...).
La capacidad de decisión de los reyes estaba minada por el crónico déficit de
recursos financieros, que tan pronto como se reciben (y aun antes) son gastados
en el ejército y el suntuoso lujo de la corte (enormemente necesario para mantener
el prestigio de la monarquía y la fidelidad de la nobleza, atraída a su servicio).
Artículo principal: Despotismo ilustrado
En el siglo XVIII se produce una variante del absolutismo, el despotismo ilustrado,
en que un rey absoluto ejerce su poder, de forma paternalista, bajo el lema "todo
para el pueblo pero sin el pueblo", pero sigue poseyendo la soberanía del Estado,
no es necesaria una Constitución, la voluntad del rey es la ley. Más que en las
poco atractivas personalidades de Luis XV o Luis XVI, el exotismo de los
franceses buscaba el modelo del monarca ideal fuera de sus fronteras; alguno tan
lejos como Montesquieu, con sus Cartas persas.
En España, hizo lo propio José de Cadalso con sus Cartas marruecas. No
obstante, suele convenirse en que muestra de este tipo de monarquía serían las
de Carlos III en Nápoles y España, la de José I de Portugal (con su ministro,
el marqués de Pombal) la de José II en Austria, la de Federico el
Grande de Prusia, y con lejanía al modelo, la de la zarina Catalina la Grande de
Rusia. La amistad (por impropio que sea este nombre para una relación tan
desigual) de ilustrados con fama de disolventes, como Voltaire, con alguno de
estos reyes, no debe hacer olvidar que, como decía Johann Baptist Geich, el sabio
calentándose en su brasero no es precisamente a lo que debe temer ni el monarca
ni la estructura de la que es cúspide. 34
Pensamiento, cultura y arte[editar]
El ser humano, centro de la reflexión intelectual

Miguel Ángel, en La creación de Adán (izquierda, techo de la Capilla Sixtina, 1510), parece querer pasar el
testigo del teocentrismo medieval al antropocentrismo humanista, antes de que la Reforma y
la Contrarreforma cierren el paso a la Utopía.
En cambio, El Juicio Final (derecha, del mismo autor, en el mismo edificio, pero en la pared del altar, entre
1535 y 1541), abre el camino del manierismo, presentando a un Cristo airado, en un entorno más pesimista, tras
el Saco de Roma, cuando Italia ya está en el Antiguo Régimen, definido en este entorno como el predominio de
los Habsburgo. Sus desnudos serán posteriormente adecentados por el giro moral del Concilio de Trento.

Las relaciones entre lo que en términos materialistas se llama


"superestructura ideológica" y las partes más básicas de la estructura económico-
social, son de muy delicado encaje y no suscitan mucho consenso.
El predominio de la Iglesia en el pensamiento, la educación y la cultura sigue
siendo abrumador y, como en la Edad Media, sigue siendo la principal justificación
del orden político y social y no está separada del Estado (por mucho que
mantengan una relación conflictiva, como prueba el regalismo, con distinta fuerza
en Francia y España). No obstante, en cuanto a su papel ideológico, desde
el Humanismo y el Renacimiento, el antropocentrismo sucede
al teocentrismo como constante en las concepciones culturales. El erasmismo y
sus vicisitudes en España son una buena muestra de las dificultades que
encontraba el pensamiento avanzado incluso gozando de la protección real, 35 y no
fue el único ni el más sonado, como prueban los casos, perseguidos por la
Inquisición, del profesor y poeta Fray Luis de León, del arzobispo Bartolomé
Carranza, o del intendente Pablo de Olavide. El clima en Francia no era más
permisivo, como prueban los casos en que se vio envuelto Voltaire. La Europa
protestante tendió a ser más tolerante, sin desconocer la represión, como
probó Miguel Servet.
La Universidad, que había sido una institución pujante y en desarrollo durante la
Baja Edad Media, con la escolástica, experimentará un periodo de alejamiento de
la vanguardia científica y cultural, que pasa a otros ámbitos (las academias,
las sociedades científicas), hasta el siglo XIX. Como excepción, como en tantas
otras cosas, en la Monarquía Hispánica las universidades (Salamanca y Alcalá en
la Península y las de nueva creación en América) atraviesan una edad de oro
(Biblia Políglota Complutense, escuela de Salamanca, neoescolástica)
respondiendo a claro papel social: suministrar cuadros a la burocracia y el clero y
elevar o mantener la condición social de una nobleza triunfante y una burguesía
acomodaticia y claudicante en cuanto a su capacidad disolvente de la formación
económico social. El máximo brillo quizá lo alcanzaron como consecuencia de los
debates justificativos de la colonización americana conocidos como Junta de
Burgos y Junta de Valladolid. Este último realizado en la Universidad de
Valladolid acogió el famoso debate entre Bartolomé de las Casas y Juan Ginés de
Sepúlveda sobre la polémica de los naturales y las Leyes de Indias (1550-1551).
En 1527 esta universidad también había sido sede de la conferencia que
cuestionó el erasmismo.


La Sorbona, universidad de París, en un grabado del siglo XVII.
Era la más prestigiosa del mundo católico. Otras también eran
muy destacadas, como Lovaina, Coimbra o las
españolas. Oxford y Cambridge quedaban en el ámbito del
anglicanismo.
 

Clase de esgrima en la universidad de Núremberg, grabado de


1725. Las universidades del Antiguo Régimen no fueron
precisamente el centro de la revolución científica, que utilizó
otros ámbitos más propicios a la innovación.
 

El Colegio de España en Bolonia, prestigioso centro de estudios


jurídicos donde acudían estudiantes españoles.
 

Universidad de Salamanca, la más prestigiosa de las españolas.


Más que por su contribución al aumento del saber (anclado en el
neoescolasticismo), le dieron fama las espectaculares disputas
entre estudiantes y órdenes religiosas que controlaban los
distintos colegios. Los intentos ilustrados por reformarla
(Meléndez Valdés) fueron inútiles.36
 

Universidad de Alcalá, fundada por Cisneros, llegó a gozar de un


espectacular florecimiento. Personajes imprescindibles de la
cultura española como San Ignacio de
Loyola, Quevedo o Jovellanos asistieron a ella. Tras
la desamortización se trasladó a Madrid, con lo que la ciudad
pasó a ser un fantasmal escenario de conventos y cuarteles,
hasta su segunda refundación en los años setenta del siglo XX.
 

Universidad de Valladolid institución que acogió el famoso


debate entre Bartolomé de las Casas y Juan Ginés de
Sepúlveda sobre la polémica de los naturales y las Leyes de
Indias (1550-1551), o la conferencia que cuestionó
el erasmismo (1527).
 

La casa de la primera imprenta en México. La actividad


intelectual de la América española fue muy notable desde el
comienzo de su colonización.
Que, en cambio, fueran Italia y Flandes, emporios de la burguesía bajomedieval
unidos por las rutas mercantiles del oeste europeo, las que destaquen en ambos
movimientos culturales (Humanismo y Renacimiento), no debe ser casualidad. Las
monarquías nacionales más adecuadas al modelo Antiguo Régimen los siguen por
difusión, e incluso impulsados por la oportunidad de legitimación que el
mecenazgo de la vanguardia artística e intelectual, y los programas
arquitectónicos, proporcionan a las pujantes monarquías. Clero y nobleza no se
quedan atrás por emulación. El papel social del artista evoluciona desde
el anonimato gremial de la Edad Media hasta la pseudodivinización de Rafael.
La academización y profesionalización terminarán llevando a la independencia del
artista, con mayor o menor aureola bohemia, que puede confiar en un mercado
para su producción, liberado de los encargos, en un proceso que no se completa
hasta el siglo XIX.
Tras la ruptura y reubicación que supuso la Reforma Protestante y
la Contrarreforma Católica, Manierismo y Barroco fueron sucesivamente los estilos
artísticos que se difunden desde Italia a toda Europa desde mediados del XVI y
XVII. En mayor o menor medida se ponen al servicio de la ideología y las clases
dominantes, aunque también habrá arte burgués allí donde la burguesía lo es,
como Holanda.
Tras la crisis de la conciencia europea de finales del siglo XVII,37 que abre el
camino a la Ciencia Moderna que sigue el paradigma newtoniano y
al enciclopedismo; en el siglo XVIII la cultura se debate entre el mantenimiento del
monopolio de la Iglesia, y los principios del Sapere aude kantiano que representa
la Ilustración. Del aletargamiento cultural de la España de la primera mitad del
XVIII puede ser muestra que el catedrático de matemáticas de la Universidad de
Salamanca sea un personaje tan extravagante como el visionario Diego de Torres
Villarroel. Predomina el aislamiento (cuando no la ignorancia) de las corrientes
europeas, a excepción de los novatores o figuras aisladas como Feijoo o
el Marqués de Mondéjar. Los intentos de modernización ilustrados son
importantes en las últimas décadas del siglo,38 impulsados por Carlos III y Carlos
IV, y se difundieron a América, que pasa a ser "redescubierta" intelectualmente
(mediciones de Jorge Juan y Antonio de Ulloa, expediciones naturalistas
de Cavanilles y Humboldt, y el primer programa médico moderno, que fue
la vacunación contra la viruela) justo en el momento en que internamente está
surgiendo la conciencia americana que llevará al movimiento emancipador. 39
El Barroco tardío y el Rococó son los estilos artísticos de comienzos del XVIII, aún
manteniendo la ideología dominante de las clases privilegiadas; Neoclasicismo y
el Prerromanticismo los de su final, abiertos a la nueva realidad.
Además del triunfo de la estética racionalista y la técnica academicista,
desprestigiadora de los excesos sensoriales barrocos, el Neoclasicismo se ve
impulsado por el descubrimiento de las ruinas de Pompeya y su difusión por toda
Europa (a lo que contribuyó la moda del Grand Tour, o naciente turismo
aristocrático), que coincide en el tiempo con acontecimientos intelectuales
disolventes para el Antiguo Régimen: el inicio de la publicación de
la Encyclopédie (1751) o las volterianas reflexiones sobre el terremoto de
Lisboa (1755); la moda en Europa y América es encontrar las sobrias virtudes de
la Roma republicana (más que la decadente imperial): es un buen ejemplo la
elección de Cincinato (el modelo de paterfamilias que abandonó sus bueyes para
acudir a la llamada del servicio público como dictador temporal y que, terminada la
duración de su cargo, vuelve a su arado) para nombrar a Cincinnati, una ciudad de
nueva creación en los nacientes Estados Unidos. Benjamin Franklin, embajador en
Francia, fue testigo de cómo la decadente corte de Versalles acogía con simpatía
a la naciente República con una mezcla condescendencia y admiración ante los
que imagina (y se imaginan a sí mismos) como una mezcla de buen
salvaje y Nueva Roma.
Por otro lado, la estética prerromántica del Sturm und Drang, el taciturno modelo
juvenil del Werther de Goethe o las Noches lúgubres de José Cadalso presagian
ya una época convulsa, en que las contradicciones insolubles de la Ilustración,
que no puede conciliar el Antiguo Régimen con las emergentes fuerzas de la
Revolución, se resolverán violentamente: el sueño de la razón produce monstruos,
como tan genialmente expresó Goya.

Plenamente rococó El
columpio de Fragonard (1767) presenta de Totalmente opuesta a la obra anterior, la exposición pública
forma cínica y acrítica —aunque será bien (1784) del Juramento de los Horacios de Jacques Louis
aprovechada por sus enemigos— la David (que posteriormente se encumbró como pintor de la
decadente y corrupta sociedad del Antiguo Revolución y de Napoleón), sirvió no solo de manifiesto del
Régimen, incapaz de superar sus Neoclasicismo, sino de implicación del arte en el debate
contradicciones que imposibilitan el sociopolítico, al ser interpretado como una llamada al
desarrollo de las nuevas fuerzas sociales, compromiso en defensa de la Nación —esa nueva idea
productivas e ideológicas. La misma revolucionaria— en vísperas de la Revolución francesa.
función podría verse en las novelas
del Marqués de Sade.

Véase también[editar]
 Crisis del Antiguo Régimen
 Nuevo Régimen
 Trifuncionalidad protoindoeuropea

Referencias[editar]
1. ↑ De Tocqueville (1856); reeditado en español como De
Tocqueville (2005).
2. ↑ François Furet tiene numerosas obras dedicadas al tema,
desde La Révolution française, en colaboración con Denis
Richet (Fayard, París, 1965).
3. ↑ Célebre por su concepción de la historia en tres planos:
económico, social y político. Desde su La crise de l’économie
française à la fin de l'Ancien Régime et au début de la
Révolution (1944), que le hizo ganar su cátedra en la Sorbona,
se dedicó a construir la historia económica y social del Antiguo
Régimen.
4. ↑ L’Espagne de l’Ancien Régime. Les institutions, París, 1899;
traducción al castellano: La España del Antiguo Régimen,
Madrid, FUE, 1989.
5. ↑ Rodríguez Villa, 1897.
6. ↑ El término quedó acuñado en el célebre debate que a
mediados del siglo XX mantuvieron personalidades de
la historiografía y la economía más o menos cercanas al
paradigma del materialismo histórico, en su versión inglesa o
francesa (revistas Past and Present y Annales), como Maurice
Dobb, Karl Polanyi, R. H. Tawney, Paul Sweezy, Kohachiro
Takahashi, Christopher Hill, Georges Lefebvre, Giuliano
Procacci, Eric Hobsbawm y John Merrington, entre otros. Una
recopilación de los artículos con sus respuestas se hizo
en Hilton (1976), traducido en Hilton (1977).
7. ↑ Aun así, existe alguna utilización del concepto para la América
española: GUERRA, Francois Xavier (1988) México: del
Antiguo Régimen a la Revolución, México, FCE. ISBN
9681629728
8. ↑ Entre otros, Anderson (1974, pp. 435-
462) y Takahashi (1986) trataron el tema durante los debates
historiográficos entre historiadores materialistas.
9. ↑ Mayer, 1981.
10. ↑ Arsenio Moreno Mendoza, Murillo, la "Santificación" de la
pobreza, en Pandora: revue d'etudes hispaniques, ISSN 1632-
0514, N.º . 4, 2004, págs. 19-34.
11. ↑ Vicent López, 1994.
12. ↑ Obras clásicas son Maravall (1979) y Pérez (1998).
13. ↑ BERNAL, Antonio Miguel (1979) La lucha por la tierra en la
crisis del Antiguo Régimen, Taurus. ISBN 8430630422.
ORTEGA, Margarita (1986) La lucha por la tierra en la Corona
de Castilla al final del Antiguo Régimen: El expediente de ley
agraria (Serie Estudios) Madrid, Ministerio de Agricultura. ISBN
8474794579
14. ↑ La resistencia de la economía tradicional a la institución del
mercado libre, considerada como "natural" por el liberalismo
económico, es magistralmente explicada por Karl Polanyi
(1989) La gran transformación Madrid, La Piqueta ISBN 84-
7731-047-5.
15. ↑ VRIES, Jan de (1984-1987): La urbanización de Europa,
1500-1800, Barcelona, Crítica. ISBN 84-7423-330-5
16. ↑ RINGROSE, David (1985) Madrid y la economía española,
1560-1850. Ciudad, Corte y País en el Antiguo Régimen,
Madrid, Alianza Universidad. ISBN 84-206-2443-8
17. ↑ Un estudio regional clásico de una zona agrícola española es
el de GARCÍA SANZ, Ángel (1986) Desarrollo y crisis del
Antiguo Régimen en Castilla la Vieja: Economía y sociedad en
tierras de Segovia de 1500 a 1814, Akal ISBN 8476001274
18. ↑ El estudio de éstos, y su difusa ideología se hizo por E. P.
Thompson (1979) La economía moral de la multitud
19. ↑ ALFARO ROCA, Ángel Luis (1990) Fuentes Documentales
para el estudio del comercio alimentario en Madrid en el siglo
XVIII en Fuentes Documentales para la Historia de Madrid,
Madrid, Consejería de Cultura ISBN 84-451-0173-0
20. ↑ FOUCAULT, Michel (1975) Vigilar y Castigar, Madrid, Siglo
XXI ISBN 84-323-0332-1. El control público de la vida, más allá
del espiritual tradicional de la Iglesia, no es propio de la época
anterior a la formación del Estado liberal, aunque el Estado
absolutista las vaya preconfigurando: será confiado a
instituciones de encuadramiento como La Escuela, la Cárcel,
el Ejército, que ponen a cada uno en su lugar en la sociedad
burguesa, poco amiga de la promiscuidad de las calles del
Antiguo Régimen, cuyos aromas tan bien describe Patrick
Süskind en El perfume
21. ↑ Concepto de Fernand Braudel (El Mediterráneo y el mundo
mediterráneo en la época de Felipe II) desarrollado
por Immanuel Wallerstein (El moderno sistema mundial)
22. ↑ Familia de banqueros alemanes que consiguió la elección
imperial de Carlos V, que se vio obligado a premiarles con la
contrata del mercurio de Almadén, señoríos en Castilla
(Almagro) y muchas otras prebendas (siguen teniendo en su
honor el nombre una calle en Madrid: la Calle del
Fúcar). Ramón Carande Carlos V y sus banqueros.
23. ↑ CASTRO, Concepción de (1987) El pan de Madrid. El abasto
de las ciudades españolas del Antiguo Régimen. Madrid,
Alianza ISBN 84-206-2492-6
24. ↑ El estudio clásico (desde un punto de vista materialista) de la
metrología histórica es el del polaco Witold Kula Las medidas y
los hombres
25. ↑ Un estudio muy completo de la situación fiscal de la
Monarquía Hispánica es el de Miguel Artola La Hacienda del
Antiguo Régimen. Con anterioridad, la Universidad Autónoma
de Madrid había dirigido (1977) La "renta nacional" de la
Corona de Castilla (La Economía del Antiguo Régimen) ISBN
8460008398
26. ↑ Una obra de referencia para la Iglesia en el Antiguo Régimen
en España es la de CALLAHAN, William J. (2000) Iglesia,
Poder y Sociedad En España 1570-1874, Nerea, Madrid. ISBN
8486763126
27. ↑ MOUSNIER, Roland (1970) La Plume, la faucille et le
marteau: institutions et société en France du Moyen Âge à la
Révolution; (1974-1980) Les Institutions de la France sous la
monarchie absolue, 1598-1789
28. ↑ La naturaleza del Estado moderno y su relación con la
burguesía y los estamentos privilegiados, y la transición del
feudalismo al capitalismo es ampliamente analizada por Perry
Anderson (1979) El estado absolutista (1974 en inglés).
29. ↑ Biblioteca de autores clásicos: Calderón de la Barca, en
Centro Virtual Cervantes: [1]
30. ↑ El cardenal Francisco de Mendoza y Bovadilla compuso un
famosísimo libelo: El tizón de la nobleza española, o máculas y
sambenitos de sus linajes (Barcelona, La Selecta, 1880) escrito
en 1560 como memorial al rey Felipe II donde ponía en tela de
juicio la limpieza de sangre de la nobleza española. También
fue famoso el Libro verde de Aragón, igualmente del siglo XVI.
31. ↑ FOUCAULT, Michel Vigilar y Castigar
32. ↑ Mariano José de Larra ironiza con amargura sobre la pena de
muerte en garrote en uno de sus artículos de costumbres,
publicado en 1835 en la revista Mensajero [2]
33. ↑ Bartolomé Clavero, un historiador del derecho, ha
desarrollado en varias obras la idea de que no puede siquiera
llamarse Estado a las entidades políticas anteriores a
la Revolución Liberal, por ejemplo en Tantas Personas como
Estados. Madrid. Tecnos. 1986.
34. ↑ Acerca de la influencia de la ilustración sobre las revoluciones,
recopilado junto a otros textos, traducido y estudiado por
MAESTRE, Agapito (1988) ¿Qué es Ilustración?, Madrid,
Tecnos, ISBN 84-309-1538-9
35. ↑ El libro clásico sobre el tema es el de BATAILLON,
Marcel Erasmo en España
36. ↑ Torremocha Hernández, Margarita (1998) La vida estudiantil
en el Antiguo Régimen Madrid, Alianza.
37. ↑ HAZARD, Paul La crisis de la conciencia europea
38. ↑ SARRAILH, Jean La España ilustrada de la segunda mitad
del siglo XVII
39. ↑ FRÍAS NÚÑEZ, Marcelo (1992)Enfermedad y sociedad en la
crisis colonial del antiguo régimen: Nueva Granada en el
tránsito del siglo XVIII al XIX, las epidemias de
viruelas (Cuadernos Galileo de historia de la ciencia), Madrid,
CSIC.ISBN 8400072456

Bibliografía[editar]
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Borbones. Madrid, Alianza Universidad. ISBN 84-206-
2044-0.
 ANES, Gonzalo (1988). Economía y sociedad en la
Asturias del antiguo régimen. Barcelona,
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 ANES, Gonzalo; TEDDE, Pedro; FONTANA, Josep y
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 DE TOCQUEVILLE, Alexis (1856). L'Ancien Régime et la
Révolution. París: Michel Lévy Frères.
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 FURET, François; RICHET, Denis (1965). La Révolution
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 HILTON, Rodney, ed. (1977). La transición del
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 MAYER, Arno (1981). The persistence of the Old
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York: Pantheon. ISBN 9780394511412.
 PÉREZ, Joseph (1998) [1970]. La revuelta de las
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 RODRÍGUEZ VILLA, Antonio (1897). «La España del
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Historia. Informe VII, cuadernos I al III, 31.
 TAKAHASHI, Kohachiro. Del feudalismo al capitalismo:
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 TUÑÓN DE LARA, Manuel (dir.) (1987). Historia de
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 VICENT LÓPEZ, Ignacio M.ª (1994). «Felipe V y la
Monarquía Católica durante la Guerra de Sucesión:
una cuestión de estilo». Espacio, Tiempo y Forma.
Serie IV: Historia Moderna, 7: 397-424.
 WALLERSTEIN, Immanuel (1979). El moderno
sistema mundial La agricultura capitalista y los
orígenes de la economía-mundo europea en el siglo
XVI. Madrid, Siglo XXI. ISBN 84-323-0342-9.
 WALLERSTEIN, Immanuel (1984). El moderno
sistema mundial II El mercantilismo y la consolidación
de la economía-mundo europea, 1600-1750. Madrid,
Siglo XXI. ISBN 84-323-0481-6.

Enlaces externos[editar]
  Wikcionario tiene definiciones y otra información
sobre régimen.

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