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Resumen Lectura Numero 1

EL CONSENSO POST-CONSENSO DE WASHINGTON

Consenso de Washington: se refiere al conjunto de medidas de política económica de corte


neoliberal aplicadas a partir de los años ochenta para, por un lado, hacer frente a la reducción de la
tasa de beneficio en los países del Norte tras la crisis económica de los setenta, y por otro, como
salida impuesta por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) a los países
del Sur ante el estallido de la crisis de la deuda externa. Todo ello por medio de la condicionalidad
macroeconómica vinculada a la financiación concedida por estos organismos.
El concepto como tal fue acuñado por el economista británico John Williamson en un artículo
publicado en 1989, donde enunciaba una serie de medidas de estabilización y ajuste de las
economías respecto a las cuales determinadas instituciones con sede en Washington —mayormente
el FMI y el BM, así como el gobierno y la Reserva Federal de EE.UU.— parecían tener un
consenso sobre su necesidad. En términos generales, el entonces nuevo ideario apostaba por un
paquete conjunto de políticas económicas como: la lucha contra el déficit público por la vía de
reducción del gasto, las reformas para reducir la progresividad impositiva (El principio de
progresividad tributaria predica respecto a la necesidad de imponer impuestos al ciudadano de
forma progresiva según la capacidad de pago individual de cada uno ), la PRIVATIZACIÓN de
empresas públicas, la liberalización del comercio y de los MERCADOS de capitales a nivel
internacional, la minimización de las condiciones a la entrada de INVERSIÓN EXTRANJERA
DIRECTA y la desregulación de los mercados laborales internos, entre otras.
Tal y como se desprende de las medidas mencionadas, las principales características de este
enfoque han sido: el restablecimiento del mercado como mecanismo central para la asignación de
recursos en la economía; la priorización del SECTOR PRIVADO como motor de la economía y la
minimización del peso del sector público; la liberalización de mercados y la apertura como
estrategia fundamental de inserción en la economía mundial; y la negación de una economía del
desarrollo, mediante la utilización de un único análisis y aplicación de recetas universalistas para
todas las economías con independencia de su nivel de desarrollo y su contexto particular.
Más allá del giro radical que ello supuso en las políticas económicas de los países del Norte, la
influencia de estos en organismos internacionales como el FMI y el BM trasladó directamente estos
análisis y políticas a los países del Sur tras el estallido de la crisis de la deuda externa a primeros de
la década de los ochenta. La intervención por parte de estos dos organismos trataba de minimizar el
riesgo de colapso del sistema financiero internacional por medio de la oferta de financiación a los
países deudores del Sur que encontraban grandes dificultades para poder hacer frente a los pagos
correspondientes. No obstante, el acceso a financiación por parte de las INSTITUCIONES
FINANCIERAS INTERNACIONALES venía condicionada a la aplicación del ya mencionado
conjunto de medidas de política económica, comúnmente conocidas con el nombre de programas de
ajuste estructura.
Medidas del Consenso de Washington

Se consideró que había dos causas fundamentales que habían provocado la crisis de Latinoamérica.
Por un lado, el proteccionismo y el excesivo intervencionismo del Estado, y por otro, la incapacidad
del gobierno para controlar el déficit público. Las 10 medidas que se propusieron fueron enfocadas
a superar estos problemas fueron:.

1. Disciplina fiscal: Se consideró que los altos déficits que habían acumulado casi todos los países de
América Latina habían conducido a desequilibrios macroeconómicos que hicieron entrar a la región
en problemas inflacionarios
2. Reordenación de las prioridades del gasto público: Para hacer frente al déficit fiscal se optó por
reducir el gasto, más concretamente, redistribuirlo desde subsidios no justificados hacia la sanidad,
la educación e  infraestructuras.
3. Reforma tributaria: Basada en aumentos de los impuestos, sobre una base amplia y con tipos
marginales moderados. Es decir, el impuesto adicional que se pagaba por disponer de más renta era
bajo.
4. Liberalización de las tasas de interés: Para que fuesen establecidas por el mercado.
5. Tipo de cambio marcado, también, por el mercado.
6. Liberalización del comercio: Para llevar a cabo una política económica orientada al exterior
también se creyó necesario liberalizar las importaciones. La idea de proteger las industrias
nacionales frente a “las de fuera”, se consideró un obstáculo al crecimiento.
7. Liberalización de la inversión extranjera directa: Y así aportar capital, tecnología y experiencia.
8. Privatización: Se basaban en la idea de que la industria privada está gestionada más eficientemente
que las empresas estatales.
9. Desregulación: Se consideró una manera de fomentar la competencia en América  Latina, ya que
era donde se encontraban las economías más reguladas del mundo.
10. Derechos de propiedad: En una región donde los derechos de propiedad eran muy inseguros, se
optó por implantar  unos derechos garantizados como en EEUU.

Si nos atenemos a los resultados positivos, estos fueron los siguientes:

 Bajada de la inflación
 Bajada del déficit presupuestario
 Disminución de la deuda externa
 Aumento del flujo de capitales

Por otro lado, el Consenso de Washington ha sido foco de múltiples críticas desde diversos ámbitos
ya que muchos piensan que tuvo otras consecuencias no tan positivas y que era un dictado
«neoliberal» de Estados Unidos. Estos resultados negativos fueron los siguientes:

 No se consiguió un crecimiento económico (algunos académicos llaman a la década de los noventa,


“la década pérdida”)
 Aumentó la desigualdad
 Ausencia de progresos sociales
 Deterioro de los derechos humanos
Críticas y tendencias recientes

Estos paquetes de políticas y sus instituciones promotoras recibieron fuertes críticas como
consecuencia de sus graves efectos sociales sobre los sectores de la población más vulnerables, así
como por los escasos resultados de sus reformas a la hora de alcanzar uno de sus pretendidos
objetivos, esto es, estimular la actividad económica. Todo ello además, en un contexto en el que
otros países que no han seguido fielmente las propuestas del Consenso de Washington han obtenido
mejores resultados económicos, como Corea del Sur o China, entre otros.Dichas críticas, lanzadas
desde diversos ámbitos de la academia, agencias de NACIONES UNIDAS y amplios sectores de la
sociedad civil en los países afectados, llevaron desde mediados de los noventa a una amplia
demanda de superar la fase anterior y caminar hacia el que se vino a denominar el post-Consenso
de Washington. Desde esta perspectiva, se criticaba la fe ciega en el ideario neoliberal y en sus
recetas universalistas, acuñándose conceptos como “fundamentalismo de mercado” para explicar
esta tendencia que tanto se ha extendido por todo el mundo en los últimos treinta años. A este
respecto, la influencia de académicos como Joseph Stiglitz, economista jefe del BM entre 1997 y
2000 y premio Nobel de Economía en 2001, ha sido muy destacada. Sus críticas a la forma en que
se gestionó la transición de Rusia hacia el capitalismo neoliberal o la crisis financiera del sudeste
asiático en 1997 por parte del FMI, y en general al malestar causado por el actual formato de
globalización, han contribuido significativamente a alimentar el cuerpo teórico del post-Consenso
de Washington.Todo ello ayudó a provocar también diversos cambios en el discurso del BM desde
finales de los años noventa a partir de planteamientos neoinstitucionalistas, como en el caso de su
propuesta de Marco Integral de Desarrollo. La confluencia del FMI y del BM entre las muchas
instituciones que trabajan en el marco del logro de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM)
podría verse también como un cambio en esa dirección. Pese al cambio de discurso en la lógica de
priorización de la lucha contra la pobreza, la práctica de la condicionalidad macroeconómica, el
ajuste y las políticas de austeridad(La austeridad es un concepto muy empleado en el ámbito
económico al referirse a la aplicación de una política económica basada en la reducción de gasto
público y el aumento de impuestos) sigue aún muy vigente en los países del Sur y del Este que
reciben financiación de estas instituciones. En este mismo sentido, la crisis financiera de 2008 y la
respuesta a la misma por parte de gobiernos e INSTITUCIONES FINANCIERAS
INTERNACIONALES ha puesto de manifiesto que la presencia de los principios del Consenso de
Washington y sus políticas neoliberales desgraciadamente sigue siendo todavía muy amplia. Si bien
la reacción inicial por parte de muchos gobiernos, de la mano de la intervención pública y las
operaciones de rescate a la banca y otros sectores privados, evidenciaban lo inapropiadas que
habían sido las políticas previas de desregulación y liberalización de MERCADOS a ultranza, el
resultado final de todo ello, sin embargo, dista de alejarnos de dicho ideario y de la práctica
neoliberal. Es decir, como consecuencia de esto, la aplicación del principio de «PRIVATIZACIÓN
de las ganancias y socialización de las pérdidas» ha hecho que la crisis financiera, y la consiguiente
recesión económica, se acabe convirtiendo en una crisis fiscal para muchos de esos gobiernos, como
hemos visto en el caso de diversos países de la periferia europea. Paradójicamente, todo ello ha
hecho resurgir con gran fuerza el discurso y la práctica más neoliberal del Consenso de Washington.
La apuesta de nuevo por fuertes ajustes presupuestarios por la vía del gasto y la mayor
desregulación de los mercados laborales internos, entre otras medidas, se está traduciendo en un
drástico deterioro de los sistemas de protección social, con graves consecuencias sobre las
condiciones de vida de los sectores sociales más vulnerables, así como en amplio descontento y
rechazo popular.
Neoliberalismo
Significado correcto. El significado correcto de neoliberalismo se basa en la teoría económica
clásica, según la cual los mercados son los elementos más apropiados para hacer eficientes los
recursos, por lo que se intenta reducir la injerencia de otras fuerzas en la economía. Estas otras
fuerzas generalmente se refieren a los Gobiernos, que, según se cree, impiden que los mercados
lleguen al equilibrio.
El neoliberalismo es una corriente económica y política asociada al capitalismo. Sostiene que la
economía se debe regir por el libre comercio, estar desregulada y privatizada, es decir, con menor
intervención de las políticas del Estado.
El sistema neoliberal pretende capitalizar el accionar del Estado y generar mayor producción con
menor inversión social. Esta premisa recae en un dilema debido a que en la práctica no resulta justa
o equitativa
Desde la teoría, el liberalismo clásico defendía la libertad individual, el libre mercado, la igualdad
ante la ley, la igualdad de género, el capitalismo, la propiedad privada, la democracia y el estado de
derecho. Pero en la práctica, la corrupción y falta de moral no permitieron implementar esta teoría
de manera total.
El modelo capitalista defendía la circulación de gran cantidad de capital a nivel masivo, lo que
implicó un aumento de la inflación y una destrucción de la economía. A partir de 1929 tuvieron
lugar fuertes crisis económicas a nivel mundial, como la Gran Depresión.
Los principales defensores del neoliberalismo consideraban que las políticas monetarias basadas en
el modelo de John Keynes y la corriente liberal clásica fueron las causas de las crisis mundiales. En
base a esos fundamentos, los conservadores neoliberales se postularon nuevamente en el poder,
también a partir de la década 1980.
El sistema neoliberal exige reducir la intervención del Estado con una menor carga impositiva y una
menor restricción legislativa sobre mercado para que, de esa manera, las grandes empresas (que
representan un grupo capitalista de la minoría) puedan ejercer control de los negocios, las
industrias, la producción y el comercio interno y externo.
La privatización. Consiste en que los servicios como la educación, la salud, la seguridad, la
bancarización, entre otros, sean administrados por entidades privadas en lugar de estar regulados
por el Estado. Es decir, que el acceso a los servicios está restringido solo a quienes tengan dinero
suficiente. Las personas que no tienen acceso a una educación adecuada no podrán progresar en su
trabajo y en su vida profesional. Por ende, la privatización de todos los servicios solo promueve
beneficios para una minoría y la falta de calidad de vida para una mayoría.
El libre mercado. Consiste en que los precios de los bienes y de los servicios se regulen en base a
la oferta y la demanda, en un mercado libre de restricciones por parte del Estado. Defiende la
apertura de las importaciones y el control por parte del sector privado. Si esa modalidad no es
moderada y regulada, contribuye a un menor desarrollo de la producción del país y solo enriquece a
quien puede importar y vender esa mercadería a nivel nacional. No promueve el crecimiento
comercial del resto del sector productor, que se vuelve cada vez menos competitivo.
La competencia. Consiste en fomentar la competitividad en toda relación laboral, tanto en el
sistema productivo como en la oferta de servicios, a fin de obtener más variedad de opciones en el
mercado. El problema surge ante la falta de regulación para establecer límites en el accionar
comercial, lo que puede desencadenar en una competencia desleal a costa de la explotación laboral,
de la difusión engañosa, entre otros.
La principal característica del sistema neoliberal consiste en que solo una minoría de la población
accede a beneficios. Desde la teoría se plantea como una propuesta adecuada, pero llevada a la
práctica el modelo ha demostrado que no funcionó de manera eficiente ni justa para toda la
población, en especial, debido a la corrupción.
En 1989, John Williamson, director y vicepresidente del Banco Mundial, formalizó el "Consenso de
Washington" como un conjunto de principios para un mercado mundial unificado. Supone la
privatización del mundo. A saber:
1.- Los paises deudores deben hacer reformas fiscales para bajar los impuestos de los ricos para que
hagan inversiones productivas, y además ampliar la base de los contribuyentes, eliminando las
exenciones a los más pobres para que más puedan pagar.
2.-Liberalizar al máximo y lo más rápido posible los mercados financieros.
3.-Garantizar que se trate igual las inversiones autóctonas y las extranjeras para que aumenten las
inversiones extranjeras.
4.-Desmantelar el sector público, privatizando las empresas estatales.
5.- Desregularizar al máximo las economías de los países para que la competencia lo regule todo.
6.- Intensificar la protección de la propiedad privada.
7.-Liberalizar al máximo los intercambios entre países hasta que desaparezcan los aranceles
aduaneros.
8.-Impulsar los sectores que puedan exportar.
9.-Limitar los déficits presupuestarios.
!0.- Eliminar subsidios estatales a operadores privados. El Tercer Mundo debe dejar de
subvencionar la producción de alimentos, priorizando las infraestructuras.
Pues bien, esos diez mandamientos los intentan cumplir los dirigentes europeos a rajatabla,
presionando al resto con indecentes métodos. El resultado lo sufren, lo sufrimos, miles de millones
de personas en el mundo

Las principales ventajas del modelo neoliberal son:


El libre mercado. Promueve el comercio sin fronteras y con pocas restricciones del Estado para
comercializar con los diferentes gobiernos.
La competencia. Promueve la variedad de productos y de servicios, lo que genera un contexto de
mejora continua para destacarse en el mercado respecto al resto de las ofertas.
Las principales desventajas del modelo neoliberal son:
La desigualdad. Promueve un conjunto de estrategias económicas que tienen impacto social y que
generan una gran diferencia de clases. Por ejemplo, solo aquellos que tienen acceso a los servicios
privados, como la educación, podrán alcanzar un mejor desarrollo profesional. La mayoría de
quienes no tienen acceso a ese tipo de servicios, no pueden progresar.
El monopolio. Promueve que el poder sea controlado por una minoría elitista que acapara la
productividad y la oferta de servicios. Quienes no tienen o no pueden generar dinero, no logran
llevar a cabo sus propios negocios, pero sí son necesarios como mano de obra del sistema
productivo.
Los problemas económicos. Promueve un incremento de precios sin control y sujetos a las leyes
deliberadas del mercado en mano de los monopolios. Además, se genera una disminución de los
salarios ante la gran demanda de trabajo, por lo que la mano de obra se abarata.
Los problemas ambientales. Promueve la obtención de la mayor ganancia en el menor plazo
posible. En muchos casos eso implica no respetar los procesos y las normas establecidas para el
cuidado de los recursos y del medio ambiente, del aprovechamiento de los recursos no renovables,
de la calidad de vida de las personas o del desarrollo industrial responsable.
Las organizaciones sociales populares, los partidos políticos de izquierda y las corrientes que se
basan en ideas socialistas y comunistas, son los principales opositores de la filosofía neoliberal. Los
sindicatos laborales que ven amenazados sus principios y derechos adquiridos, luego de tantos años
de lucha, también se oponen a las ideologías neoliberales

Resumen

EL CONSENSO POST-CONSENSO DE WASHINGTON


J. E. Stiglitz1
Las esferas del poder internacional han sido sacudidas por la valentía de un académico que se ha
atrevido a criticar en voz alta al Fondo Monetario Internacional (FMI) y al Banco Mundial (BM). Su
crítica se enfoca en el pobre desempeño de estas instituciones en el contexto de la globalización.
Para ir precisando términos conviene mencionar que por globalización se entiende el proceso
internacional de supresión de las barreras al libre comercio, la liberalización financiera
internacional y la mayor integración de las economías

Joseph E. Stiglitz ha logrado con un solo libro, El Malestar en la Globalización (Stiglitz, 2002), lo que
no habían conseguido en décadas las denuncias izquierdistas sobre las políticas del FMI y el BM:
cuestionar efectivamente la estructura de poder de la política económica internacional. El
azoramiento y el pasmo es evidente en los funcionarios de estas instituciones que apenas si han
tratado de articular alguna respuesta, bastante inepta por demás (Rogoff, 2002). El mundo todavía
está a la espera de una respuesta oficial que vaya más allá de los ataques personales y ofrezca una
interpretación alternativa consistente con la profundidad de la crítica.

la visión neo-keynesiana, de la cual Stiglitz ha sido uno de los grandes constructores, y en razón de
lo cual recibió el premio Nobel de economía. Sobre esto volveremos posteriormente.
Conviene aclarar también que el libro de Stiglitz no es sólo una crítica a la gestión de la
globalización que realizan el FMI y el BM. De hecho, el propósito de nuestro autor es de mayor
envergadura. Su libro se entiende mejor como la crítica al llamado Consenso de Washington, el
cual comprende el conjunto de creencias ideológicas y convicciones teóricas que comparten la
tecnocracia de las instituciones financieras multilaterales, y la tecnocracia y los políticos de los
gobiernos nacionales que manejan las relaciones con estas instituciones multilaterales Para seguir
precisando términos, el Consenso de Washington es una combinación de fe neoliberal –el dogma
según el cual los mercados libres siempre asignan mejor los recursos, la intervención estatal es
indeseable y por tanto debe minimizarse (Stiglitz lo llama el “fundamentalismo del mercado”)–, y
de las tres políticas prioritarias en la agenda del FMI y el BM: la austeridad fiscal, la privatización y
la liberalización comercial del FMI y el BM: la austeridad fiscal, la privatización y la liberalización
comercial. A estas políticas habría que agregarles por lo menos otras cuatro que también figuran
en un lugar alto en la agenda de estas instituciones: la liberalización de los mercados de capitales
(liberalización financiera), el fomento de la inversión extranjera por los países clientes, la
flexibilización laboral, y la independencia de la Banca Central para reducir la inflación

No hay espacio ni tiempo para describir detalladamente la versión de Stiglitz sobre la crisis y el
ajuste que han sufrido estos países, pero el común denominador es la inconsistencia de las
políticas requeridas con las políticas exigidas e impuestas por el FMI. Según Stiglitz las políticas
adecuadas debieron ser expansivas a la manera keynesiana (políticas fiscales, monetarias y
cambiarias para recomponer la demanda agregada). Pero las instituciones financieras
multilaterales insistieron en disciplina fiscal (contracción del gasto estatal) y altas tasas de interés
(contracción monetaria). Como estas políticas del FMI son contraccionistas empeoraron la crisis de
los países que ya se encontraban en problemas por recesiones o desequilibrios macroeconómicos;
en muchos de estos países se generó, con variantes, una disminución del nivel de la actividad
económica, muchas empresas quebraron sofocadas por los altos intereses y, a continuación, las
cosas empeoraron por el aumento del desempleo, el empobrecimiento de la población y, en
ocasiones, por la perturbación social y económica que se expresaba en manifestaciones y
protestas violentas

Otro aspecto que critica duramente Stiglitz es la asimetría en el tratamiento de los países por
parte del FMI y el BM. A los más pequeños y apurados por los problemas macroeconómicos les
exigen disciplina fiscal, privatización, apertura incondicional de los mercados y banca central
independiente centrada en el combate contra la inflación. Mientras tanto, según cuenta Stiglitz,
Estados Unidos parece que fuera de otro mundo (del primero, por supuesto): tiene problemas
para mantener el balance fiscal, pero nadie le pide un ajuste; los Estados Unidos tiene problemas
para realizar privatizaciones (sólo se realizó en la década de los noventa una gran privatización –
una planta de uranio–, y se encontró con tan graves problemas que se ha propuesto su re-
nacionalización), pero nadie le ha pedido que acelere la privatización de los activos públicos; los
Estados Unidos ha protegido históricamente sus mercados y lo hace también coyunturalmente
cuando la capacidad de cabildeo de sus productores se impone

Como era de esperarse, los países industrializados –Estados Unidos, Canadá, los países miembros
de Europa Occidental y Japón–, tan fervientes predicadores de la apertura comercial, nunca
desmontaron sus subsidios a la agricultura, de hecho recientemente se asignaron más subsidios
monetarios a la producción agrícola estadounidense. Además, estos países han protegido sus
industrias cuando lo han considerado necesario, como en el caso reciente de protección
arancelaria que le concedió el gobierno de los Estados Unidos a la industria del acero. Seguir
protegiendo era la estrategia óptima por parte de los países poderosos ante un mundo que se
abría y que no les exigía que hicieran lo propio: ganaron así por punta y punta (exportaron más e
importaron menos). Una de las conclusiones importantes que se deriva del texto de Stiglitz es que
los países desarrollados son buenos predicadores pero malos practicantes. La hipocresía de la
política comercial promovida por los organismos multilaterales de crédito es evidente por lo
desigual: se aplica sin mayores resistencias en los países pobres –los que necesitan exportar su
productos agrícolas para competir en el mundo globalizado–, pero no se aplica en los países más
desarrollados que protegen sus mercados internos, negándoles a los países menos desarrollados la
entrada de sus productos y por consiguiente las divisas que tanto requieren para su propio
desarrollo. La experiencia de la liberalización comercial y financiera para Latinoamérica no ha sido
positiva. Después de la apertura económica hemos vivido, en Colombia y en Latinoamérica, una de
las peores décadas en términos de crecimiento económico y desarrollo social –según la CEPAL, en
Latinoamérica la pobreza aumentó y el ingreso se concentró aún más en la década de los
noventa–. El principio del siglo XXI

Otro de los planteamientos importantes del texto de Stiglitz, que es relevante para Latinoamérica,
es que no basta abrir indiscriminadamente la economía para promover el crecimiento. De hecho,
Stiglitz muestra que los países industrializados realizaron aperturas graduales hacia los mercados
internacionales mientras consolidaban sus industrias y sus ventajas comparativas; y que éste fue
también el caso de los países recientemente industrializados.3 En Latinoamérica lo hicimos al
revés, primero abrimos y luego quisimos consolidar nuestra base exportadora; tuvimos entonces
una apertura importadora o, en jerga económica, una apertura hacia adentro, que no ayudó a
consolidar la demanda regional. Más aún, una gran porción de nuestra agricultura y de nuestra
industria manufacturera fue arrasada por la competencia internacional.

En primer lugar, gran parte del apego a estas teorías inadecuadas es ideológico y se fundamenta
en una fe neoliberal (el “fundamentalismo de mercado”). Según Stiglitz las teorías económicas que
manejan el FMI y el BM no son muy útiles para el mundo en que vivimos. Si la teoría es mala
usualmente las políticas son malas o pésimas.
En segundo lugar, Stiglitz nos muestra que los errores del FMI no sólo son errores, sino también
políticas funcionales a intereses particulares que inciden fuertemente en la toma de decisiones de
esta institución. Más aún, Stiglitz explica que las instituciones financieras multilaterales ya no
responden como instituciones públicas a los intereses generales del mundo, sino que responden
primordialmente a los intereses del mundo desarrollado –al cual le conviene ampliar sus mercados
externos e invertir sin trabas a lo largo y ancho del planeta–, y en especial a los intereses de las
instituciones financieras de estos países –que buscan mejores oportunidades de colocar los
excedentes de liquidez internacional en unos mercados financieros abiertos y flexibles–.
En tercer lugar, Stiglitz plantea que la opacidad institucional del FMI y del BM, su gran autonomía
frente a los países a los cuales debieran rendir cuentas en cuanto instituciones públicas
internacionales (la democracia restringida de estas instituciones refleja la desigual distribución del
poder en la Naciones Unidas), así como la influencia de las instituciones financieras de los países
desarrollados en el FMI y especialmente la que ejerce el Tesoro Norteamericano, son factores que
no permiten generar mecanismos internos efectivos para aprender de los errores. En
consecuencia, los enfoques erróneos se han vuelto endémicos y se ha perdido el sentido de la
realidad. Predominan los mecanismos autoritarios de toma de decisiones y se genera un
enclaustramiento ideológico que hace a estas instituciones refractarias a la crítica; así, se
considera de entrada que todo lo que ellas recomiendan es correcto, si algo va mal es culpa de los
demás, especialmente de los países que se han flagelado con las políticas impuestas.
La misión original del FMI era impedir una nueva depresión mundial, como la que había tenido
lugar en los años treinta, a través de una acción colectiva global que asegurara la necesaria
liquidez de los países en situaciones de depresión o en dificultades financieras. Esta misión fue
definida por las Naciones Unidas cuando el FMI fue creado en 1944. Su inspiración se le debe al
gran economista británico John Maynard Keynes. De hecho, Stiglitz explica que la misión del FMI
se sustentaba en la visión keynesiana de que los mercados en su conjunto podían fallar y
requerían ser estabilizados con una acción colectiva global. Stiglitz muestra que el FMI fue
cambiando y modificó esta visión keynesiana, que le había dado el aliento, en su contrario: un
credo neoliberal a ultranza que se resume en el Consenso de Washington. Esta espectacular
metamorfosis ocurrió durante los años ochenta, cuando la influencia de los gobiernos neoliberales
de Reagan en los Estados Unidos y de Thatcher en la Gran Bretaña, y el apoyo conceptual de las
nuevas teorías económicas que criticaban al keynesianismo reinante e invocaban el libre
funcionamiento de los mercados y las expectativas racionales (Friedman, Lucas, Sargent, etc.),
permitieron que se impusiera el Consenso de Washington. El cambio en la correlación de fuerzas
permitió modificar la concepción de lo que debía ser y hacer el FMI. Stiglitz dice que Keynes se
revolvería en su tumba si pudiera observar lo que le ocurrió a su criatura.
Otra forma de reivindicación de la economía política, probablemente más importante, es el
reconocimiento de que la economía funciona en un sustrato social y político que no se puede
desconocer cuando se formulan políticas económicas (ver el pie de página 3). Por ello la economía
no es una ingeniería, sino una ciencia social. Por tanto, las políticas viables no son sólo las
técnicamente “correctas” desde el punto de vista del funcionamiento de los mercados, sino
también aquellas que no atentan contra el tejido social e institucional. De hecho, Stiglitz plantea
que las políticas económicas “correctas” para el funcionamiento de los mercados que generan
levantamientos populares y agitación política por la defensa del ingreso real de la población,
especialmente de la más pobre, terminan siendo las más perjudiciales (p. 156).
Un ejemplo concreto que tiene mucha relevancia para Colombia es el de la flexibilización laboral;
política que hace parte del libro de recetas del FMI y del BM. Stiglitz expone que en la visión
neoliberal los desequilibrios laborales se pueden corregir con flexibilidad de precios (salarios)
como en otro mercado cualquiera. Pero, como se explicó anteriormente, las teorías laborales
basadas en la información asimétrica específica del mercado laboral explican la existencia de
desempleo incluso en mercados competitivos. Por tanto, cuando se flexibiliza el mercado laboral
“los empleadores y propietarios del capital pueden estar felices y ver cómo aumentan sus
beneficios. ¡Ellos sí aplaudirán entusiastas el modelo fundamentalista de mercado del FMI y sus
prescripciones políticas!” (p. 116). Pero el país puede perder, pues, argumenta Stiglitz, las
ganancias en empleo de algunos sectores debidas a la flexibilización probablemente no
compensen el impacto masivo sobre la demanda agregada derivada de los menores salarios de
todos los trabajadores.
Resumen

Si existe un consenso en la actualidad sobre cuáles son las estrategias con más probabilidades de
promover el desarrollo de los países más pobres del mundo, es el siguiente: sólo hay consenso
respecto de que el Consenso de Washington no brindó la respuesta. Sus recetas no eran necesarias
ni suficientes para un crecimiento exitoso, si bien cada una de sus políticas tuvo sentido para
determinados países en determinados momentos.

Al referirme al Consenso de Washington, por supuesto me refiero a la presentación excesivamente


simplificada de las recomendaciones de los organismos financieros internacionales y del Tesoro de
los Estados Unidos.

El término ha pasado a ser tomado como referencia a las estrategias de desarrollo centradas en las
privatizaciones, la liberalización y la macro estabilidad (principalmente la estabilidad de precios);
un conjunto de políticas predicadas en base a una gran fe (más fuerte de lo justificable) en los
mercados libres de restricciones y encaminadas a reducir, incluso al mínimo, el rol del gobierno.

El consenso post-Consenso de Washington va más allá para detallar la naturaleza de las


fallas del Consenso de Washington4.

Por ejemplo, los mercados por sí mismos no producen resultados eficientes cuando la
tecnología está cambiando o cuando se aprende acerca de los mercados; dichos procesos
dinámicos hacen al corazón del desarrollo; asimismo, hay importantes externalidades en
este tipo de procesos dinámicos, lo cual genera un rol importante para el gobierno. Los
países exitosos del este asiático reconocieron este papel; las políticas del Consenso de
Washington no lo hicieron.
se prestó poca atención a otros atributos distintivos de los países en desarrollo, tales como
la prevalencia de los contratos de aparcería(El contrato de aparcería es un contrato
mediante el cual una parte, que se denomina propietario, acuerda con otra, que se llama
aparcero, la explotación en mutua colaboración de un fundo rural o de una porción de este,
con el fin de repartirse entre sí los frutos o utilidades que resulten de la explotación”
Mientras tanto, muchos países en vías de desarrollo tienen un sistema de aparceros; es
decir, el que trabaja la tierra tiene que darle al propietario el 50% de lo que se produce; es
como un impuesto del 50%. Pero esto nunca se critica. Porque la manera de resolverlo sería
una reforma agraria, y eso es una cosa que no interesa a nadie. El caso es que, si hablamos
de efectos negativos de los impuestos, eso sí que es un impuesto del 50% que pesa sobre las
capas más pobres de la sociedad”), que imponían a los agricultores una alícuota impositiva
efectiva del 50%, y en algunos casos del 66 2/3 %, un orden de magnitud superior al de
muchos de los demás sectores a los que se dirigió la atención.
Mientras que los organismos financieros internacionales hablaban mucho sobre la
importancia de “establecer los incentivos adecuados”, nunca se ocuparon del problema de
los incentivos.
Mientras que los críticos de las políticas del Consenso de Washington dicen que confiaron
demasiado en el fundamentalismo de mercado, la creencia de que los mercados por sí
mismos llevan a la eficiencia económica y que las políticas económicas deben concentrarse
en la eficiencia.
Ciertamente, los gobiernos pueden empeorar las cosas. Sin duda, el Consenso de
Washington representó, en parte, una reacción a los fracasos del Estado al tratar de corregir
las fallas del mercado. Pero el péndulo osciló demasiado lejos en sentido contrario y
durante demasiado tiempo. Las políticas del Consenso en muchos casos presuponían lo
peor sobre la naturaleza y capacidad de los gobiernos y aplicaron una misma regla para
todo.
El consenso post-Consenso de Washington reconoce que existe un rol para el mercado; el
tema es hasta qué punto los neoliberales reconocen que existe un rol para el Estado, más
allá del papel mínimo de hacer cumplir los contratos y los derechos de propiedad.

Por si esto no era lo suficientemente malo, Greenwald y Stiglitz fueron más allá y
demostraron que no debía haber ninguna imperfección en la información, ningún cambio en
la estructura de información, ninguna asimetría en la información 5. Estos problemas son
serios en cualquier economía, pero hacen al corazón del desarrollo. No existe ningún
fundamento teórico para creer que en las etapas tempranas del desarrollo los mercados,
por sí solos, llevarán a resultados eficientes.
Las empresas de las pequeñas comunidades y aldeas de China –de propiedad pública a
nivel local- fueron centrales para el éxito de China en los años ochenta y principios de los
noventa. El sistema de responsabilidad individual –que avanzó bastante cerca de la
privatización de la
tierra- fue el responsable del enorme aumento de la productividad agrícola. Es difícil
concebir que Corea o Taiwán se habrían convertido en los jugadores industriales que son
actualmente de no haber emprendido activas políticas industriales. Todos los países del este
asiático tenían altos índices de ahorro y es por lo menos plausible pensar que las políticas
de gobierno diseñadas para estimular el ahorro realmente hicieron lo que se esperaba de
ellas. Mientras que las empresas del resto del mundo se quejaban de la escasez de capital,
los gobiernos del este asiático suministraban capital a las empresas que probaban su
fortaleza a través de la exportación.
El éxito en el marco de las reformas fue aun más efímero –menos de una década- y el fin de
ese éxito se relacionó directamente con las fallas de la estrategia de reforma; por ejemplo,
la apertura de los mercados expuso a los países a la volatilidad de los mercados
internacionales de capitales, lo cual tuvo consecuencias sumamente negativas durante la
crisis financiera global de 1997-1998.
Africa Por ejemplo, las condicionalidades de políticas impuestas a los países de la región
con demasiada frecuencia se concentraron de una manera excesivamente estrecha en la
liberalización de los precios agrícolas, sin prestar suficiente atención a los prerrequisitos
para hacer que esto fuera efectivo, tales como mercados en funcionamiento para insumos y
productos, disponibilidad del crédito e infraestructura (especialmente vial); la insistencia en
una ventaja comparativa estática llevó a la falacia de composición en virtud de la cual el
aumento de las exportaciones de productos primarios por parte de muchos países
desembocó en el colapso de sus precios.
El problema, supuestamente, era una falta de ahorro interno. Pero cuando los países del este
asiático enfrentaron crisis –países con los niveles de ahorro más altos del mundo- se buscó
una nueva explicación. Ahora se trataba de una falta de transparencia (aparentemente
olvidando que la última serie de crisis se había producido en los países nórdicos, que se
encontraban entre los más transparentes del mundo). La culpa la tenían las instituciones
financieras débiles, pero si se encontraban esas instituciones financieras débiles en los
Estados Unidos y en otros países industriales avanzados, qué esperanza quedaba para los
países en desarrollo?
* FMI y el Tesoro de los Estados Unidos seguían entre las instituciones públicas
menos transparentes
* Tesoro de los Estados Unidos incluso se había resistido a reformas en los
Estados Unidos que hubieran mejorado la transparencia de los marcos contables
* terminó vetando (antes de los atentados del 11 de septiembre) la
iniciativa de la OCDE sobre el secreto bancario.
* Las prácticas contables del FMI siguen representando un obstáculo para la
redistribución de la tierra a través del mercado.

Por ejemplo, la investigación nos había demostrado que la liberalización de los mercados
de capitales producía más inestabilidad, pero no más crecimiento económico. Lo sabíamos,
la ciencia económica no lo recomendaba y, sin embargo, el FMI seguía promoviendo esa
liberalización.Sus motivos para hacerlo eran ideológicos y políticos. Desde luego, actuaba
de acuerdo con los intereses de los mercados financieros. A través de la presión que dichos
mercados ejercían en el Departamento del Tesoro de Estados Unidos, y de la presión que, a
su vez, el Tesoro ejercía en el FMI
En cierto sentido, no me sorprendió que ocurriera en la Casa Blanca. Pero lo que me
pareció especialmente inquietante fue que la ideología y la política tuvieran un papel tan
importante en las instituciones económicas internacionales, en las cuales se suponía que
estaban presentes profesionales de la economía. Por ejemplo, la investigación nos había
demostrado que la liberalización de los mercados de capitales producía más inestabilidad,
pero no más crecimiento económico. Lo sabíamos, la ciencia económica no lo recomendaba
y, sin embargo, el FMI seguía promoviendo esa liberalización.
se presentó toda una serie de otros problemas: por ejemplo, privatizaciones, manchadas por
la corrupción, de monopolios naturales que resultaron en precios más altos para los
consumidores al ejercerse el poder monopólico.
Algunos economistas argumentaban que las preocupaciones de índole distributiva podían
ignorarse, ya que creían en la economía del goteo; de alguna manera todos se beneficiarían;
una marea creciente levantaría a todas las embarcaciones.
Cuando no se producía el crecimiento, se agregaban “reformas de segunda generación,
incluyendo políticas de competencia para acompañar la privatización de los monopolios
naturales”. Cuando se señalaban problemas de equidad, el plus incluía la educación
femenina o mejores redes de seguridad.
En ciertas formas, esto representaba un nuevo cambio fundamental de perspectiva, pero en
ciertas otras era la continuación de la misma mentalidad. El Estado había sido largamente
considerado como el problema y los mercados como la solución. Las preguntas deberían
haber sido: ¿qué podemos hacer para mejorar la eficiencia de los mercados y del Estado y
cómo debería cambiar ese equilibrio a lo largo del tiempo, a medida que mejoran los
mercados y las competencias de los gobiernos? En lugar de hacer esas preguntas, el
Consenso de Washington había ignorado las fallas del mercado, viendo al gobierno como el
problema y proponiendo repliegues de gran escala en la participación del Estado.
Por ejemplo, en lugar de preguntar si podían fortalecer los sistemas de jubilaciones
estatales, se siguió prestando atención a las privatizaciones; cuando se notaron las falencias
de las jubilaciones privadas (sus altos costos administrativos, problemas de selección
adversa, la falta de protección para los jubilados contra los riesgos de la volatilidad del
mercado o de inflación, las dificultades para impedir el fraude), los problemas fueron
ignorados o bien se intentó abordar las fallas del mercado, simplemente dando por sentado
que sería más fácil hacer funcionar a los mercados que a las instituciones públicas.
Era fácil instruir a los países sobre buenas políticas: simplemente reducir el déficit
presupuestario. Pero un llamamiento a tener instituciones honestas no permitía ir demasiado
lejos. Del mismo modo que había controversias sobre lo que se quería decir con “buenas
políticas”, también había controversias respecto del significado de “buenas instituciones.
No se reconoció que al plantear tales exigencias, se ponía a las instituciones públicas en una
situación de resolución imposible: si no cumplían, perdían credibilidad, ya que se las
acusaba de no hacer lo correcto para su país; si accedían a las exigencias, perdían
credibilidad, ya que parecía que simplemente seguían las órdenes de los nuevos amos
coloniales. Cuando las reformas fracasaron en el cumplimiento de lo prometido, tal como
sucedió en un país tras otro, los gobiernos volvieron a perder credibilidad. Así, las
debilidades de las instituciones públicas fueron causadas en parte por las instituciones de
Washington.

El problema también lo ilustraron las confusiones entre fines y medios. Muchas veces, las
privatizaciones y la liberalización se tomaron como fines en si mismas y no como medios.
Al hacer esto, los verdaderos objetivos de desarrollo se vieron comprometidos.

Hay varios elementos más de un consenso post-Washington.


El primero es que no se
puede llegar a una estrategia de desarrollo exitosa simplemente dentro de los confines de
Washington, sino que esta tendrá que asegurar la participación del mundo en desarrollo
de manera importante y significativa.
El segundo elemento es que las políticas que aplican una misma solución para todo están
condenadas al fracaso. Las políticas que funcionan en un determinado país quizás no
funcionen en otro. En efecto, incluso cuando el contraste entre el éxito de las economías
del este asiático –que no siguieron el Consenso de Washington- y las que sí lo hicieron se
vuelve cada vez más claro, siempre queda la pregunta de hasta qué punto las políticas que
funcionaron tan bien allí pueden transferirse a otros países
Un tercer elemento es que hay determinadas áreas en las que las ciencias económicas aun
no han brindado pruebas suficientes, teorías lo suficientemente fuertes o comprobaciones
empíricas que resulten en un amplio consenso respecto de lo que deben hacer los países.
En estos casos, existe un consenso emergente: se debe dar a los países un margen para
experimentar, para utilizar su propio criterio, para explorar qué puede funcionar mejor
para ellos.
en primer lugar, ¿qué puede hacer cadapaís, por sí mismo, para profundizar un desarrollo
sustentable, estable, equitativo y democrático?
Pero eso nos lleva a la segunda pregunta:
¿cómo debería rediseñarse la arquitectura económica global, para hacer que la economía
global sea más estable, para promover la equidad entre los países y para aumentar la
capacidad de los países en desarrollo para ir en pos de sus objetivos y especialmente los
de desarrollo sustentable, estable, equitativo y democrático?

Joseph E. Stiglitz: "La desigualdad es una opción política más que una consecuencia
económica"

La teoría que siguen los economistas del nuevo capitalismo se resume en “si das
suficiente dinero a los de arriba, al final llegará a los de abajo”, pero esto “no es
verdad y nunca lo ha sido” Stiglitz afirma que las inversiones en Sanidad y Educación
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