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El término Consenso de Washington fue acuñado en el año 1989 por el economista John

Williamson con el objetivo de describir un paquete de reformas «estándar» para países en


desarrollo azotados por la crisis financiera, John Williamson usó el término para resumir una serie
de temas comunes entre instituciones de asesoramiento político con sede en Washington, como el
Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y Departamento del Tesoro de los Estados
Unidos. Incluía diez amplios grupos de recomendaciones políticas relativamente específicas:

1.- Disciplina fiscal: No más déficit fiscal. Presupuestos balanceados.

2.- La inflación como parámetro central de la economía. Para los impulsores del Consenso de
Washington, las políticas de ajuste y reforma estructural tienen su origen en la crisis de la deuda.

3.- Redirección del gasto público en subsidios («especialmente de subsidios indiscriminados»)


hacia una mayor inversión en los puntos clave para el desarrollo del país, servicios favorables para
los pobres como la educación primaria, la atención primaria de salud e infraestructura.

4.- Reforma Tributaria. El aumento del ingreso vía impuestos se considera una alternativa a la
reducción del gasto público para paliar déficits fiscales.

5.- Tasas de interés. A) las tasas de interés deben ser determinadas por el mercado. B) la necesidad
de tasas de interés real positivas, para incentivar el ahorro, por un lado y desalentar la fuga de
capitales.

6.- Tipo de cambio. Se considera que el tipo de cambio real debe ser lo suficientemente
competitivo como para promover el crecimiento de las exportaciones a la tasa máxima que el
potencial del lado de la oferta del país lo permita, al mismo tiempo que se mantenga un eventual
déficit de cuenta corriente a un nivel sustentable.

7.- Política comercial. La liberalización de las importaciones constituye un elemento esencial en


una política económica orientada hacia el sector externo (orientación hacia afuera).

8.- Inversión Extranjera Directa (IED). La liberalización de los flujos financieros externos no es alta
prioridad.

9.- Privatizaciones. En general, se considera que la privatización de empresas de propiedad estatal


constituyen una fuente de ingresos de corto plazo para el Estado y la lógica subyacente, que la
empresa privada es más eficiente que la estatal.

10.- Desregulación. Una forma de promover la competencia es mediante la desregulación, excepto


las que estén justificadas por razones de seguridad, protección del medio ambiente y al
consumidor.

Estas propuestas conformaron un decálogo del neoliberalismo recetado para abordar la crisis
económica de 1989 en Latinoamérica, sumida en una larga recesión conocida como la década
perdida.

Los resultados de estas reformas son muy debatidos. Algunos críticos se centran en los reclamos
de que estas dieron lugar a la desestabilización.También han culpado al consenso de Washington
por determinadas crisis económicas como la crisis económica de Argentina (1999 – 2002) y por
exacerbar las desigualdades económicas de América Latina.
El consenso de Washington ha sido además frecuentemente criticado por grupos socialistas y/o
antiglobalistas.

En la evolución del pensamiento sobre el desarrollo y la consiguiente aplicación de medidas


acordes con este, el Consenso de Washington marca un punto de inflexión determinante en la
orientación de las políticas económicas para las décadas posteriores, y contribuye
significativamente a la creación y consolidación del patrón de globalización neoliberal actualmente
dominante. Si bien durante los años setenta el pensamiento sobre el desarrollo logra superar la
obsesión previa por el crecimiento económico, las inversiones en infraestructuras y la
industrialización como objetivos en sí mismos, pasando a hacer más hincapié en la lógica de la
satisfacción de necesidades básicas y la lucha contra la pobreza, las desigualdades o el desempleo,
la década de los ochenta establece un giro radical en estos planteamientos, retomando una visión
reduccionista del desarrollo como meta a alcanzar y del camino para acceder a este.

El propio John Williamson ha resumido los resultados globales sobre el crecimiento, empleo y
reducción de la pobreza en varios países como «decepcionantes, por decir lo menos». Atribuye
este efecto limitado a tres factores: (a) el Consenso per se por no poner especial énfasis en los
mecanismos para evitar las crisis económicas, las cuales probaron ser muy dañinas (b) las
reformas, tanto las mencionadas en su artículo como, a fortiori, aquellas efectivamente aplicadas,
estaban incompletas; y (c) las reformas citadas no eran lo suficientemente ambiciosas con respecto
a la focalización en mejorar la distribución de los ingresos, necesitando ser complementadas con
mayores esfuerzos en este sentido. En lugar de argumentar para abandonar las diez fórmulas
originales, Williamson más bien concluye con que son «valores tradicionales» y «no vale la pena
debatirlos».

El término ha llegado a ser utilizado en un sentido más amplio como sinónimo del
fundamentalismo de mercado o neoliberalismo.

La crisis económica de Argentina del 1999 que terminó en 2002 se considera frecuentemente
como un ejemplo de la devastación económica que había sido causada, según algunos, por la
aplicación del Consenso de Washington; sin embargo, solo se aplicaron la mitad de las políticas. El
exviceministro de relaciones exteriores de la Argentina Jorge Taiana, en una entrevista atacó al
Consenso de Washington. «Nunca hubo un verdadero consenso para tales políticas», dijo, y hoy
«un buen número de gobiernos del hemisferio están revisando las hipótesis con las que aplicaron
esas políticas en los noventa» y agregó que estos están buscando un modelo de desarrollo para
garantizar el empleo productivo. Otros economistas cuestionan el punto de vista de que el fracaso
de la Argentina se puede atribuir a un estricto cumplimiento del Consenso de Washington.

¿Por qué fracasó el Consenso de Washington?

Williamson culpa de este fracaso a: (1) la forma en que se aplicaron las políticas; (2) lo incompleto
de las reformas y (3) que el paquete de políticas no incluyó mejoras a la distribución del ingreso
(Williamson, 2002). La primera de las causas mencionadas se atribuye, según Williamson, al hecho
de que los responsables de formular las políticas en América Latina no previnieron las
consecuencias adversas de “abrir prematuramente la cuenta de capital, permitiendo el flujo de
capitales al interior, lo que sobrevaluó la moneda”. El segundo motivo del fracaso, desde su
perspectiva, radica en que las reformas fueron incompletas. No se realizaron las reformas laboral y
fiscal, ni las de educación y desregulación. Para él, una tercera razón del fracaso del Consenso de
Washington tendría que ver con que pasó por alto las implicaciones de la aguda concentración del
ingreso. En conclusión, Williamson sugiere que el Consenso de Washington necesita
complementarse con reformas “de segunda y tercera generación”, incluyendo medidas para
mejorar la distribución del ingreso y el desempleo institucional.

En contraste, Ffrench-Davis destaca tres problemas principales: 1) la polarización entre las esferas y
los grupos, que se agudizó; unos cuantos sectores o empresas se modernizaron —y lograron
insertarse bien en la economía globalizada—, pero el resto se estancaron; 2) las políticas
macroeconómicas provocaron un nuevo desequilibrio comercial insostenible, y 3) la creciente
insatisfacción de amplios segmentos de la población, ocasionada por las políticas instrumentadas y
la distribución extremadamente desigual del ingreso, del poder y de las oportunidades.

Para Stiglitz, el fracaso de las políticas del Consenso de Washington se debió no sólo a la forma en
que fueron aplicadas (secuencia e intensidad), sino a las fallas en su diseño inicial, que las hizo
incapaces de alcanzar simultáneamente la estabilidad de precios y un crecimiento económico
sólido con desarrollo social, propone, por su parte, un conjunto más amplio de políticas, al que
denomina Consenso de Washington Plus, y en el que incluye diez políticas adicionales entre las que
se cuentan las reformas de "segunda generación".

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