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Una vida de comunión con el Padre y con el Hijo

1 Jn. 1:5-2:28

Dios es luz, por lo tanto, debemos vivir en su luz (1:5- 2:28)

A. Pruebas éticas de esa comunión (1.5- 2:11)


1. Dios es Luz (1:5)
Aquí podemos observar el énfasis que hace el apóstol, lo primero es:
a. “Éste es el mensaje”; no hay otro. Este mensaje, por consiguiente, no está sujeto a
cambio ni modificación, ya que no se originó con Juan ni con ningún otro escritor.
b. “Éste es el mensaje que hemos oído de él”. Juan da a entender que Dios originó el
mensaje que Jesucristo hizo público. Juan escribe: “Lo hemos oído de él”. Esta es la
tercera vez que Juan utiliza la construcción hemos oído (véase también vv. 1, 3). Los
apóstoles oyeron el mensaje de labios de Jesús; ellos también lo conocieron a través de
las páginas del Antiguo Testamento. De allí que David escriba: “En tu luz vemos luz” (Sal.
36:9).
c. “Os declaramos”. ¿Qué le enseñó Jesús a los apóstoles durante su ministerio terrenal?
Juan lo resume en una oración. “Os declaramos: Dios es luz; en él no hay tiniebla alguna”.
Juan y los otros apóstoles recibieron esta declaración de Jesús con el mandato de darla
a conocer.
d. “Dios es Luz”. Juan formula declaraciones breves que describen la naturaleza de Dios.
En otros lugares él dice: “Dios es espíritu” (Jn. 4:24) y “Dios es amor” (1 Jn. 4:16). Aquí,
en el versículo 5, él revela la esencia de Dios en una breve declaración de solamente tres
palabras; “Dios es luz”. Dios no es una luz entre varias luces; tampoco es un portador de
luz; Dios no tiene la luz como una de sus características, sino que él es luz; y aunque
haya creado la luz (Gn. 1:3), él mismo es luz increada. Además, la luz de Dios es visible
en Jesús, quien dijo: “Yo soy la luz del mundo” (Jn. 8:12). En Jesús vemos la luz eterna
de Dios. Desde el momento de su nacimiento hasta el momento de su resurrección, la
vida de Jesús estaba llena de la luz de Dios. “Jesús era completa y absolutamente
transparente a la luz de Dios”. Y quien haya visto a Jesús ha visto al Padre (Jn. 14:9).
e. “En él no hay tiniebla alguna”. La luz es positiva, las tinieblas son negativas. En sus
escritos, Juan frecuentemente contrasta cosas opuestas, como ser la luz y las tinieblas,
la verdad y la mentira, el amor y el odio, lo bueno y lo malo, la vida y la muerte, la fe y la
incredulidad. Dios y las tinieblas están diametralmente opuestas. Cualquiera que tiene
comunión con Dios no puede estar en las tinieblas; está en la luz, gloria, verdad, santidad
y pureza de Dios.

2. Las Tinieblas y la Luz 1:6–7


a. Negativos. La comunión, tal como él dijo, es con el Padre y el Hijo, Jesucristo. Pero
comunión significa compartir íntimamente la plena luz de la presencia de Dios. No hay nada que
queda oculto ante el brillo de la revelación divina. En Dios no hay en absoluto tiniebla alguna ni
necesidad de ocultar nada. El pecador que se niega a armonizar su vida con la voluntad de Dios
no puede afirmar que tiene comunión con Dios. Quizá alguna de la gente que se oponía a la fe
cristiana cerca del fin del primer siglo, y que eran conocidos como gnósticos, decía: “Tenemos
comunión con Dios”. Sin embargo, esa gente continuaba caminando en las tinieblas, es decir,
encontraban intensa satisfacción en una vida de placer y pecado. Separaban la palabra del
hecho. Profesaban vivir para Dios, pero sus obras demostraban ser incompatibles con su
confesión. Vivían una mentira. ¿Cuáles son las obras que son contradictorias con la afirmación
de vivir para Dios? Son aquellas obras que no pueden mantenerse ante la luz de la Palabra de
Dios (Jn. 3:19–21)
Juan globaliza su descripción de la gente que vive en las tinieblas. El no dice “ellos” sino
“nosotros”. Si decimos que somos el pueblo de Dios pero continuamos viviendo en el pecado:
“Mentimos y no vivimos conforme a la verdad”. Si mentimos, no sólo mentimos con nuestra boca
sino con todo nuestro ser. Nuestras vidas están en contra de Dios debido a un corazón lleno de
odio a causa de una voluntad inclinada hacia la desobediencia.
El pecado aleja al hombre de Dios y de su prójimo. Desbarata la vida y aumenta la confusión.
En vez de paz, hay discordia; en vez de armonía, desorden; y en lugar de comunión, enemistad.
Sin embargo, cuando tenemos comunión con Dios, experimentamos la gracia de Cristo que
dispersa las tinieblas y nos llena de la luz de Dios.
b. Positivo. ¿Cuál es entonces la característica de una vida a la luz de la verdad de Dios? “Si
andamos en la luz, como [Dios] está en la luz, tenemos comunión unos con otros.” Andar en la luz
es algo continuo. Significa que vivimos en el resplandor de la luz de Dios, de modo tal que
reflejamos las virtudes y la gloria de Dios. Dios mismo vive en “luz inaccesible”, tal como lo
revela Pablo (1 Ti. 6:16). Vivir para Dios implica tener una sana relación con nuestro
prójimo. Esta verdad queda reflejada en el resumen del Decálogo: “Amarás al Señor tu Dios… y
amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt. 22:37–38). El anhelo de la gloria celestial ante la
presencia de Dios debe ir acompañado por un deseo ferviente de tener comunión con la iglesia
en la tierra.
Además, si andamos en la luz y tenemos comunión con Dios y unos con otros, nos damos cuenta
que nuestros pecados han desaparecido. Juan dice “y la sangre de Jesús, su Hijo, nos purifica
de todo pecado”. Jesús nos limpia y nos presenta a sí mismo como “una iglesia radiante, sin
mancha ni arruga, ni otra cosa semejante; sino santa e inmaculada” (Ef. 5:27; véase también
Heb. 9:14). Estamos ante Dios como si nunca hubiésemos pecado. El Hijo de Dios nos purifica
cuando, después de haber caído en pecado, vamos a él y buscamos remisión. Nótese que Juan
escribe el nombre Jesús para llamar la atención a la vida terrenal del Hijo de Dios, que
derramó su sangre por la remisión de los pecados. El pecado pertenece al mundo de las
tinieblas y no puede entrar en la esfera de la santidad. Por consiguiente, Dios entregó a su
Hijo para morir en la tierra. Por medio de la muerte de su Hijo, Dios quitó el pecado y la culpa
del hombre para que el hombre pueda tener comunión con Dios.
Cualquier creyente que ande en la luz de la Palabra de Dios descubre pecado en su vida.
Como creyente, sabe que la sangre de Cristo puede limpiarlo de todo pecado como lo
limpió cuando primero llegó a Cristo para la salvación.

2. La confesión del pecado (1:8- 2:2)


a. Negación. Otra afirmación que hacían los oponentes de la fe cristiana, quizá aquellos a
quienes se ha dado en denominar gnósticos, era que ellos habían avanzado a una etapa que
estaba más allá del pecado. Ellos decían que habían logrado su meta: la perfección.
Juan escucha a esta gente que afirma que ellos no tienen pecado. Pero cuando cita lo que ellos
afirman, él se incluye a sí mismo y a sus lectores. Coloca la afirmación en una oración
condicional y dice:
“Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la luz no está en
nosotros”.
Todo aquel que no siente necesidad de orar la quinta petición del Padre nuestro—“Perdónanos
nuestras deudas” (Lc. 11:4) porque piensa que no tiene pecado, se engaña a sí mismo. El Rey
Salomón hizo la siguiente sabia observación (Pr. 23:13):
El que oculta sus pecados no prospera, Pero el que los confiesa y renuncia a ellos halla
misericordia.
La elección de las palabras es significativa; Juan dice: “No tenemos pecado”. No escribe “no
pecamos”.
El sustantivo pecado describe la causa y la consecuencia de un acto de desobediencia; cuando
se usa como verbo, esta palabra describe la acción en sí misma.
En la época del apóstol Juan, los filósofos griegos postulaban una separación entre el cuerpo y
el espíritu.
El espíritu es libre, decían ellos, pero el cuerpo es materia que con el tiempo muere. En otras
palabras, si el cuerpo pecaba, el espíritu no era culpable de ello. Por consiguiente, el pecado no
puede afectar al espíritu. La primera epístola de Juan no da suficiente información como para
concluir que Juan estaba oponiéndose activamente al pensamiento griego. No obstante, sí
podemos decir que la Escrituras enseñan la universalidad del pecado al decir que en la raza
humana “no hay nadie que haga el bien, ni siquiera uno” (Sal. 14:3; 53:3; Ro. 3:12; véase también
Ec. 7:20).
Si decimos que no tenemos pecado, nos estamos engañando. Además, la verdad de la Palabra de
Dios no está en nosotros. En nuestra ceguera espiritual vamos directamente en contra de la
clara enseñanza de la Escrituras. Y Dios nos juzga por las palabras que hemos dicho, ya que
nuestras propias palabras nos condenan.
Vr. 9
El escritor exhibe un típico paralelismo semita. El versículo 8 es paralelo al versículo 6, y el
versículo 9 es una repetición parcial y una explicación más amplia del versículo 7. Dado su
mensaje afirmativo, el versículo 9 es uno de los pasajes más conocidos de esta epístola y aun de
todo el Nuevo Testamento.
b. Afirmación. El texto consta de tres partes. La primera es la condición, la segunda la
certeza y la tercera el cumplimiento.
“Si confesamos nuestros pecados”. Esta es la parte condicional de la oración que señala nuestro
reconocimiento del pecado. Abierta y honestamente enfrentamos el pecado sin ocultarlo ni
buscar excusas para el mismo. Confrontamos los pecados que hemos cometido, sin defendernos
ni justificarnos. Confesamos nuestros pecados para demostrar arrepentimiento y renovación en
nuestra vida. No se nos dice cuándo, dónde ni cómo confesar nuestros pecados, pero el
arrepentimiento diario del pecado nos lleva a una confesión continua. Lo que Juan en realidad
escribe es: “Si seguimos confesando nuestros pecados”.
Escribe la palabra pecados (en plural) para indicar la magnitud de nuestras transgresiones.
“El es fiel y justo”. Aquí tenemos la certeza. Dios es fiel a sus promesas. Es “un Dios fiel que no
hace el mal, recto y justo es él” (Dt. 32:4). No nos regaña ni rechaza; no se impacienta:
tampoco falta a su palabra.
La única condición que Dios requiere para el perdón es que confesemos nuestros pecados. Fiel a
las promesas hechas al pueblo de su nuevo pacto, Dios declara: “Perdonaré su maldad y no
recordaré nunca más sus pecados” (Jer. 31:34, Heb. 8:12; 10:17).
“[El] nos perdonará nuestros pecados y nos purificará de toda injusticia”. Nótese el
cumplimiento. Aunque los traductores ponen los verbos en tiempo futuro como si las acciones
de perdonar y purificar tendrán lugar en el futuro, el texto griego dice que Dios en realidad
perdona y purifica de una vez y para siempre. El primer verbo, perdonar, describe la acción de
cancelar una deuda y restaurar al deudor.
El segundo verbo, limpiar, se refiere a santificar al pecador perdonado de modo tal que queda
tener comunión con Dios. Dios toma la iniciativa, puesto que nos dice: “Venid, razonemos
juntos… Aunque vuestros pecados son como la escarlata, serán tan blancos como la nieve;
aunque son rojos como la púrpura, serán como la lana” (Is. 1:18).
Vr. 10
Este último versículo concluye la serie de oraciones condicionales. Al mismo tiempo, sirve como
introducción al próximo capítulo.

c. Conclusión. La declaración no hemos pecado revela la actitud arrogante del infiel que no se
ha arrepentido ni se ha regenerado. En el versículo 8 el incrédulo había dicho que no tenía
pecado; ahora afirma que no es un pecador. Si no es pecador, puesto que sostiene que no ha
pecado, se pone a la altura de Dios, el Impecable. Por medio de su Palabra, Dios declara al
hombre culpable de pecado. Pero si el hombre se niega a escuchar la evidencia que Dios
presenta, ese hombre está acusando a Dios de mentir (1 Jn. 5:10). En la secuencia de tres
versículos (6, 8, y 10), el escritor se mueve hacia una culminación: “mentimos” (v. 6), “nos
engañamos” (v. 8) y “le hacemos mentiroso” (v. 10).
Una vez más Juan se incluye a sí mismo y también a sus lectores al usar el pronombre personal
(implícito) nosotros. Si llegásemos al punto de decir que no hemos pecado, a pesar de toda la
evidencia, entonces la Palabra de Dios no tiene lugar en nuestras vidas. Y tal cosa significa que
somos incrédulos que han rechazado el evangelio de salvación. El escritor de Hebreos advierte
a sus lectores que no deben seguir el ejemplo de los israelitas rebeldes que perecieron en el
desierto. “Porque también a nosotros se nos ha predicado el evangelio, tal como a ellos:
pero el mensaje que ellos oyeron no les fue de utilidad, puesto que los que lo oyeron no lo
combinaron con fe” (Heb. 4:2).

Consideraciones, prácticas acerca de 1:5–10


Hay placas, murales y calcomanías para automóviles que le dicen al mundo que “Dios es amor”.
Sin embargo, nadie exhibe un cartel o señal que diga Dios es luz. Pero esto es precisamente lo
que hace Juan en su primera epístola. El dice en primer lugar: “Dios es luz” (1:5), y más
adelante escribe: “Dios es amor” (4:16). La luz viene antes que el amor, puesto que la luz
descubre lo oculto. Cuando tenemos comunión con Dios (1:3, 6) no podemos ocultar nuestros
pecados. Los pecados, como las tinieblas, no tienen lugar ante la luz de Dios. Deben quitarse.
¿Cómo quita Dios los pecados? Este es el método de Dios: En primer lugar, él nos limpia del
pecado con “la sangre de Jesús, su Hijo, [que] nos purifica de todo pecado” (v. 7). Y en
segundo lugar, él especifica nuestra parte en la remisión del pecado: “Si confesamos
nuestros pecados, él es fiel y justo y nos perdonará nuestros pecados y nos purificará de
toda injusticia” (1:9). La sangre de Jesús es suficiente para limpiarnos del pecado, pero
hemos de estar dispuestos a confesar nuestros pecados. La provisión de Dios y la
responsabilidad del hombre van tomadas
de la mano.
Confesar significa que yo digo lo mismo que Dios dice acerca del pecado . Dios aplica su ley y
dice: “Tú eres un pecador”. Y como el publicano que se quedó en el atrio del templo, yo
reconozco mi pecado y oro, diciendo: “Dios, ten misericordia de mí, el pecador” (Lc. 18:13,
bastardillas añadidas—el original griego tiene “el pecador”, no “un pecador”). Cuando Dios y el
hombre dicen lo mismo acerca del pecado, la sangre de Cristo disuelve la mancha del
pecado. Dios nunca más recordará el pecado. ¡El perdona y olvida! Ciertamente Dios es
amor.

3. La obediencia (2:3-6)
Como los hijitos pueden tener comunión los unos con los otros, 2:3-14.
V. 3 La obediencia a Cristo es la base de la seguridad.
“Sabemos es sabemos por medio de la experiencia , en contraste con el conocimiento esotérico
de los gnósticos.
V. 4 La desobediencia a Cristo constituye una evidencia de que no le conocemos. Éste es un
lenguaje franco y claro. La desobediencia a Cristo por parte de un cristiano profesante es
equivalente a ser mentiroso. La vida es una mentira.
V. 5 “Guarda su palabra” incluye no tan sólo Sus mandamientos específicos, sino también lo que
le agrada (Jn. 14:15-23)
V. 6 Cristo es manifestado en el creyente cuando guarda la Palabra de Cristo. Un compromiso
completo es amar a Cristo. La pregunta no es, “¿Eres dedicado?” sino, “¿Amas a Cristo?”

4. El amor por los demás creyentes (2:7-11)


V. 7 “El mandamiento antiguo...desde el principio” es el mandamiento que el Señor Jesús dio a
Sus apóstoles cuando estaba con ellos en la tierra, el cual repartió muchas veces (véase Jn.
13:34, 35; 14:21, 23, 24: 15:10, 12).
V. 8 Es un mandamiento nuevo hoy, a creyentes que son regenerados y en los cuales mora el
Espíritu Santo. Los creyentes han de hacer la voluntad de Dios. “Las tinieblas van pasando” -
Mire a su alrededor, y verá que todavía no han pasado. La niebla de ignorancia de la Palabra de
Dios todavía es muy evidente hoy en día.
Vs. 9, 10 El amor para con otro hermano es la prueba de la fe genuina. El aborrecimiento de
otro hermano es evidencia de que una persona no está en luz.
V. 11 Aborrecer a un hermano es estar en tinieblas; Amar a un hermano es estar en luz, (véase
Jer. 13:16).

B. Dos digresiones (2:12-17) (apartarse en un relato o discurso, para tratar un algo


que surge relacionado con él)
V. 12 “Hijitos (teknia) es hijos amados, que significa todos los creyentes, no importa su edad,
cuyos pecados son perdonados sobre la base de la sangre derramada de Cristo. La ley dice, “Si
el hombre hace, vivirá.” La gracia dice, “Si el hombre vive, hará.”
V. 13 “Padres” son santos maduros que han caminado con Dios por años. David escribió el Salmo
23 cuando era viejo. “Jóvenes” no son tan maduros como los padres, pero han aprendido cómo
vencer al enemigo por medio de la sangre de Cristo (Ap. 12:11). “Hijitos ( paidia) son aquellos que
saben que son hijos de Dios, mas eso es todo lo que saben.
V. 14 Los padres han alcanzado madurez espiritual por un largo período de tiempo. Los jóvenes
son fuertes porque conocen la Palabra de Dios y pueden vencer al malo; saben manejar la
espada del Espíritu. B. Los hijitos no han de amar al mundo, 2:15-28
V. 15 “Mundo” (kosmos) significa creación; orden; sistema. Bien podría tener uno de los tres
significados siguientes: 1. creación material; la tierra (Ef. 1:4); 2. La humanidad; el género
humano (Jn. 3:16); 3. El sistema mundial – satánico (Jn. 14:30; 16:11; 12:31; Ef. 2:2 – codicia;
ambición; placer; engaño.) Juan está hablando aquí del último significado, de dos sistemas
mundiales: el de Dios y el de Satanás. El hombre es súbdito del uno o del otro (Gá. 6:14; 2 P
2:20).
V. 16 “Los deseos de la carne” – Eva vio que el árbol era bueno para comer.
“Los deseos de los ojos” – Eva vio que el árbol era agradable a los ojos.
“La vanagloria de la vida” – Eva vio que el árbol era codiciable para alcanzar sabiduría.
V. 17 Este sistema mundial está pasando.

C. Prueba cristológica de la comunión, advertencia acerca del Anticristo y el mal


(2:18-28)
1. El contraste entre apostatas y creyentes (2:18-21)
V. 19 Los falsos cristianos no se quedarán bajo la predicación de la Palabra de Dios. Su salida
es su identificación.
V. 20 El Espíritu Santo es el Maestro del creyente (Jn. 16:12-15).
V. 21 El propósito de Juan es no darles algo nuevo. Ellos conocen el evangelio.

2. La persona de Cristo; el punto central de la prueba (2:22-23)


V. 22 Ésta es la señal del Anticristo. El niega a ambos, a Dios y a Cristo.
V. 23 Usted no puede negar al Uno sin negar al Otro.

3. La perseverancia en la fe, clave para seguir en comunión (2.24-28)


V. 24 Si la Palabra no mora en un cristiano profesante, eventualmente él se desviará de la
Verdad.
V. 25, 26 Ésta es una advertencia contra los falsos maestros.
V. 27 (Véase el v. 20). El Espíritu Santo es la autoridad final.
V. 28 Es posible para un creyente avergonzarse del rapto de la iglesia. La obediencia y
seguridad hacen que la venida de Cristo sea una expectación gozosa.

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