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Eneatipo uno

ABORDAJE TERAPÉUTICO
LA TERAPIA DE LA LIVIANDAD

Lo primero que habría que decir es que no es un eneatipo que acuda con frecuencia a
psicoterapia, dado que no sufre demasiado. Suele hacer todo «tan bien» y estar «tan por
encima» que no es fácil encontrárselo en la consulta. Las razones y justificaciones
ocultan lo suficiente las emociones y sobre todo la ira –tan interiorizada y tan negada–,
de modo que estas no le suponen un motivo de preocupación; aunque quizá sí a quienes
están cerca.

Suele acudir por ataques de ansiedad o por molestias físicas que tienen su origen en
alguna tensión psicológica. También acuden para mejorar, desarrollarse y aprender a ser
mejores.

Se trata de un carácter muy castrador que tiene su fijación en el periodo anal del que
habla el psicoanálisis, en torno a los 2-3 años, momento en el que el infante aprende a
controlar los esfínteres y a interiorizar algunas normas de comportamiento, entre ellas la
prohibición de ensuciarse y la consiguiente obsesión por la limpieza. El pensamiento
mágico del niño considera que sus deseos tienen efecto en el mundo exterior, aunque no
se expresen. Al poseer un perro de arriba1 muy estricto, es necesario realizar ciertos
comportamientos para contrarrestar los deseos inconscientes, fundamentalmente sexuales
y agresivos, de manera que aminoren su culpabilidad.

Cuando acude a terapia suele hacerlo convencido de que su caso es algo más difícil
que el de los demás y por tanto necesita una terapeuta muy experimentada. Lo que hará,
aunque la haya elegido con esa premisa, será probar a la terapeuta, examinarla de un
modo exhaustivo, a menudo con preguntas trampa del tipo «quiero saber…» o

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mostrando interés por lo teórico con un «me gustaría conocer…» cuya finalidad es poner
a prueba la sabiduría de la terapeuta y decidir si esta le podrá contener o no. Necesita
figuras fuertes que aguanten sus envites y en quienes poder apoyarse.

Suele solicitar con cierta frecuencia que se le lea cómo va el proceso y es un eneatipo
que habitualmente va relatando en sesión los insight que va teniendo.

Si está ante una terapeuta que cumple el encuadre, que es correcta, que no se retrasa,
el Eúno piensa: «En ti se puede confiar», «eres de las mías». Sin embargo, no dejará de
enfrentarla para ver si puede confiar en ella o no hasta muy avanzado el proceso.

En la consulta mira directamente a la terapeuta, al principio mostrando cierto desafío,


y observa, muy acertadamente, las manías o costumbres de esta. Acude a terapia
pidiendo «caña» y lo que necesita es comprensión y poca caña, más bien apoyo para
hacer crecer a la niña o el niño que dejó de jugar demasiado pronto.

Se observa, al poco tiempo de iniciado el proceso, que está en guerra con el mundo.
Se deprimió en la adolescencia, vivió mucha tristeza y creó, a través de la idealización,
un autoconcepto elevado y perfecto que se esfuerza permanentemente en mantener, con
el que llega a la consulta.

Suele ser una persona bastante seca y arisca, de modo que el contacto físico no es algo
que busque y, si lo obtiene, parece perturbarla, así que hay que ser muy cuidadosa en
este terreno con ella. El afecto se encuentra bastante en el fondo y tiene una cierta
vergüenza a mostrarlo; en su mundo lo afectivo, lo emocional… son signo de debilidad.
Vive con el introyecto «las emociones han de estar bajo control».

Suele tener muchas fantasías de violencia y se permite a sí mismo hacer casi de todo,
dado que las y los demás no llegan a su altura, así que puede haber muchas dificultades
para limitarlo y a menudo la terapeuta se siente intimidada y/o provocada, aunque sus
formas son siempre muy correctas.

Da miles de explicaciones en respuestas a las que bastaría con poner un adjetivo. Suele
hablar en las sesiones de cómo mejorar las cosas y a los demás, y lo hace con muy
buena dicción y con un discurso muy razonable en el que es difícil intervenir y no hay
muchos resquicios para la terapeuta, puesto que al Eúno le gusta escucharse a sí mismo y
habla muy bien. Es como una obligación moral expresarse bien. Su discurso no admite
cuestionamiento alguno.

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Habla de principios y de moralidad y prácticamente todo el mundo del deseo está
sujeto a penalización. Por eso aquel que no se reprime tiene tendencias bastante
amorales, como, por ejemplo, el caso de un juez que acude de manera habitual a un local
de prostitución, en tanto que por el día juzga y penaliza a las prostitutas.

A veces sorprenden las dudas que acompañan a las decisiones pequeñas en la vida,
anda siempre buscando lo mejor y eso le dificulta decidir; estamos ante una persona que
tiene tan claro cómo deben actuar los demás que percibir en ella la duda asombra. A
menudo tras esa duda nos encontramos con un egoísmo reprimido, con un montón de
justificaciones para evitar la crítica de los demás que ellos imaginan feroz ante una
decisión «mal tomada». Si observamos atentamente, vemos el mecanismo de la
proyección, muchos introyectos y un punto de egoísmo, no quiere perderse nada de todo
a lo que cree tener derecho.

En algunos casos vive atormentado por la culpa, una culpa paralizadora. Siempre trata
de hacer lo correcto, pero a menudo él mismo es consciente de que no siempre lo
consigue, de modo que le da vueltas y más vueltas y le pone palabras y más palabras a
las emociones para no emocionarse, para no aflojar delante de la terapeuta y no mostrar
sus imperfecciones. No hay que olvidar que la persona fue querida porque se mostró
fuerte, de modo que en la relación terapéutica que se establezca tendrá esta tendencia y
creerá que si se muestra débil –es decir, si se emociona– no será apreciada por su
terapeuta. Su fuerza en la vida la saca de la rabia y de hacer las cosas bien y esto es lo
más alejado de sentimientos como la ternura, la cercanía, la tristeza…, emociones quizá
reservadas para los grandes males del mundo y no para los pequeños y cercanos, ante los
que hay que mostrar siempre una posición impecable. Por ello puede ser muy solidaria
con causas lejanas, y especialmente sádica con las deficiencias y dificultades de su
entorno.

Puede ser muy despectiva con las demás y lo es de una manera tan sutil que es muy
difícil intervenir. Ella va de buena y les cuenta a los otros que tiene que hacer esto o lo
otro por su bien, porque siempre tiene una manera mejor de hacer las cosas. Es muy
arduo el trabajo con el Eúno para ir desmontando todos esos juicios tan interiorizados y
grabados. Tiene opinión para todo, sobre todo para lo que no tenga que ver con su
intimidad, de la que es enormemente celoso.

El Eúno no atisba, ni por asomo, que se trata de juicios, es su modo de ver el mundo.
«¿Y es que no lo ven los demás así? ¿Es que no es así?». Si los demás no lo ven así es

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porque son torpes.

Un apunte también sobre su dificultad para hablar de su familia, que suele estar
idealizada, aunque siempre suele encontrar algún miembro «ajeno» (una cuñada o un
cuñado, por ejemplo) que no está a la altura de los de dentro, en quien descarga toda su
ira a modo de crítica. Crítica que presenta, a veces, de forma muy simpática y llena de
chascarrillos. Suele idealizar al progenitor de su mismo rasgo y al mismo tiempo no tener
en cuenta, o incluso descalificar, a su otra figura parental, si bien es cierto que esto no
aparece diáfano en el proceso por su tendencia a la idealización de su infancia, de sus
padres, de lo que en su vida ha acaecido y por la vergüenza que le da mostrarse alejado
de la imagen de impecabilidad que quiere transmitir.

Arremete para evitar la dependencia, al igual que ocurre con el Eséis. Solo que en este
la dependencia es más real y en el caso del Eúno sería para no estar nunca por debajo ni
sometido.

Presenta mucha dificultad para sentir, tapa el sentimiento con el hacer cuando el
sentimiento no es el adecuado, por ejemplo cuando siente envidia.

Una polaridad básica de este tipo de carácter es la que se establece entre las exigencias
del ideal de perfección, por una parte, y la realidad tal como es por otra. La persona se
siente dividida: una parte es punitiva y otra juguetona. Una es correcta y deslegitima
constantemente el deseo y la otra se da permiso para hacer lo que le viene en gana.

Otra de las polaridades a abordar es poder-impotencia, sobre todo al principio del


proceso terapéutico. El Eúno percibe que si le da todo el poder a su terapeuta se quedará
impotente, por eso para algunas terapeutas es tan difícil de manejar un proceso
terapéutico con este eneatipo, porque están acostumbradas a que el paciente les dé el
poder y, si no es así «de natural» les es difícil lidiar con estas primeras sesiones en las
que la mejor estrategia es asumir que esa persona necesita tiempo para confiar y que
durante ese tiempo el proceso «lo lleva ella».

Externamente son meticulosos, pedantes, correctos y escrupulosos hasta la


exageración. Podríamos inferir que su tendencia a arreglarlo todo, a corregirlo todo, se
corresponde con un interior muy «desarreglado» –quiero decir con muchas pulsiones
inconscientes.

A nivel intelectual tiene «toda la razón», mientras que a nivel emocional se siente

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absolutamente solo. Hay una gran carencia que le hace ser hipersensible al abandono y
que le impide pedir. En su lugar, exige que se le dé lo que quiere, pues en caso contrario
no se siente querido.

Esta exigencia continua de cómo deben ser las cosas, incluida la terapia, es una fuente
de conflictos para la relación terapéutica, pues a menudo se verá cuestionada la autoridad
de la terapeuta, ya sea en cuanto a su capacidad, al encuadre, a los cambios de hora…, e
incluso pueden llegar a aparecer actitudes de oposición muy rígidas. Las cosas no son de
una manera y de otra: son correctas o incorrectas. No hay grises ni términos medios.

Cuando la personalidad obsesiva contacta, se deprime, se desmorona. Si comienza a


sentir tristeza, dolor o, en definitiva, algo distinto de lo habitual, se enfada con la
terapeuta por su torpeza y empieza a dar vueltas y vueltas, e incluso puede llegar a
abandonar el proceso porque se siente muy ofendida. Si la miramos como la niña o el
niño que fue, nos daremos cuenta de que un fallo, un error –es decir, un sentimiento
desconocido o no controlado– es vivido como algo irremediable, de modo que se enfada
consigo misma y lo proyecta en el otro, a quien critica de manera despiadada, haciendo
bueno el refrán de ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.

El Eúno creció identificando el ser con el hacer, de manera que vive con la idea de que
si lo hace mal es malo y este introyecto es uno de los más difíciles de limar. Creció y vive
con la creencia de que si se equivoca dejará de ser visto y querido, así que aprendió a
ocultar sus «errores» y no concibe otra manera de vivir ni de relacionarse que no sea
mostrarse perfecto.

En la infancia se esforzó mucho para alcanzar el reconocimiento, de modo que su


terapeuta debe reconocer y marcar los avances, pero sobre todo mostrarle lo que es y no
caer en el error de aplaudir constantemente lo que hace. En la infancia aprendió a
competir y parece decir constantemente aquello de «yo soy mejor que…» en cada una
de sus intervenciones, así que hay que ser extremadamente cuidadosa con lo que se
apoya y con lo que se frustra; estaría lejos de la labor terapéutica de sanar la herida
apoyar esas actitudes rígidas y de corrección de la realidad; más saludable es apoyar todo
lo que sea espontáneo y se acerque a la ternura y la suavidad, tanto en la mirada hacia sí
mismo como hacia los demás. Hay que saber, además, que a mayor enfado consigo
mismo más crítica vierte fuera.

Se trata de una persona eminentemente racional, de manera que el trabajo ha de ir

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dirigido a movilizar su emoción y poner conciencia sobre su visceralidad. El trabajo
corporal puede ayudar a vencer sus rigideces siempre que pueda aceptarlo, de manera
que es conveniente introducir el movimiento o el contacto de una manera suave y
paulatina. Es importante no solo mover el cuerpo, sino también flexibilizarlo.

No hay que dejarse llevar por su tendencia a concentrarse excesivamente en un área


de la vida (trabajo, estudios, familia) que necesita mejorar, porque normalmente evita
prestar atención a otras áreas que se desmoronan. La sensación es que se separa o se
olvida de otros conflictos empleando muchas sesiones en un solo tema.

Es muy importante devolver el tono en el que habla y proponer suavizarlo, enseñar a


hablar sin sentar cátedra. Su trabajo pasa por mejorar las formas cuando interviene –el
«cómo» frente al «qué»–; aprender a relacionarse sin criticar ni juzgar, sin estar siempre
mejorando lo que tiene delante; limar la crítica punzante; bajar la mirada a lo emocional;
aprender a disfrutar con los demás sin culpa ni crítica.

Ha de aprender a mostrar lo que no tiene, lo que no sabe, perder el miedo a ser visto
como imperfecto. Debe mostrar sus equivocaciones y dejar de corregir la realidad.

Como su virtud es la serenidad, hay que insistir en que mire la realidad serenamente y
no esté, por definición, en contra de ella ni por encima. No tiene que pretender acelerar
los procesos, sino ejercitar la paciencia tanto para sí como para los que le rodean. Debe
conocer sus propios límites y vivirlos con tranquilidad: ser humano es comprender que
somos seres limitados y que así está bien, que no hay nada que mejorar ni que corregir.

El Eúno se plantea la vida con objetivos y si no los tiene se angustia. Este mismo
planteamiento lo lleva al proceso terapéutico, de manera que es relativamente habitual
que pida «un resumen de lo que llevamos hecho», «una idea de lo que ve la terapeuta de
él», «lo que queda por conseguir», etcétera.

Como terapeuta se corre el riesgo de engancharse intelectualmente y olvidarse de lo


emocional, así como de entrar en competencia con él. Es muy susceptible a la crítica, de
modo que las devoluciones se deben realizar con mucho tacto para que no las viva como
tal, sino a su favor. Hay que almohadillarlas dos veces y explicar para qué se hacen.

El sentido del humor puede ser un buen aliado y se puede pasar muy bien en terapia
con un Eúno. Reírse con él le alivia y si no olvidamos que está criticando, aunque sea de
un modo muy gracioso, podremos devolvérselo con afecto y lo recibirá sin problemas.

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Palabras de una Eúno: «Habló Blas –refiriéndose a sí misma–, punto redondo».

Cada vez que se le devuelve lo exigente que es con los demás, el Eúno se encargará de
recordarnos que también lo es consigo mismo, lo que le da permiso para serlo con los
otros, lo que es un punto ciego difícil de desargumentar.

Le ayuda la aceptación de sus errores sin juicio, el apoyo de su visión del mundo para
que la pueda flexibilizar y reírse en terapia, eso sí, todo ello después de haberle mostrado
nuestra «profesionalidad» y haber pasado la evaluación de forma positiva. Despenalizar
el deseo para que lo pueda mostrar, y contener y dar cauce a la rabia serán tareas a las
que habrá que dedicar mucho tiempo.

Nombrar que tras esa superioridad está el niño herido es más fácil. Además lo recibe
mejor que entender que con su lenguaje desvaloriza a los demás, que también son niños
heridos como ellos. Precisamente por ese niño herido que creció demasiado pronto y se
hizo «perfecto» en aras de ser aceptado olvidándose de mostrar emociones y guardando
la ira y convirtiéndola en un volcán a punto de estallar, ahora son ellos los que no aceptan
a los otros.

Otra de las cosas que es difícil devolver es su egoísmo, la mirada que tiene del mundo
como un lugar en el que él sí tiene derecho porque es «perfecto»; debajo de eso hay
mucha envidia que hemos de desvelar, aunque sea largo y costoso hacerlo.

Hay que asegurar y reasegurar todo el tiempo que nuestra mirada afectuosa está y va a
estar sea lo que sea con lo que se encuentre; que nosotros no le vamos a retirar el afecto
«si no son buenos». Así la persona podrá llegar a aprender que puede querer y ser
querida, porque el afecto no se acaba y no tiene que ser reservado para unos pocos;
seguirá estando aunque se equivoque y se vea su error. El afecto quedará indemne y el
enfado, si lo hubiera, será pasajero, no quedará instalado para siempre. El enfado es una
emoción en la que se entra y de la que se sale.

Por último, incluir lo intrascendente en su vida. No todas las conversaciones han de ser
sesudas, vivir también es no hacer nada, pasear, perder el tiempo, hablar sin palabras,
reír…

Si atendemos al contenido de las sesiones, se podría confundir con un Ecuatro en el


discurso; la clara diferencia se establece en el tono, que en el caso del Eúno es más
tajante y siempre acaba aleccionando y quedando por encima en el discurso, y es mejor

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en la dialéctica. Mientras que el Eúno es independiente, el Ecuatro es dependiente y su
crítica es más amarga.

Eúno y Eséis comparten el autocontrol y la formalidad. Se diferencian en que el


primero es más contenido y serio, y el segundo es más expansivo y alegre.

Eúno y Eséis (subtipo social) se asemejan en la rigidez y en la seriedad. Sin embargo,


el Eséis tiene un carácter mucho más culposo y se siente menos legitimado en su
agresividad que el Eúno.

Palabras de una Eúno en proceso: «Me encantaría manejar los sentimientos, tanto los
míos como los del otro. Si pudieran leer mi pensamiento, me meterían en la cárcel. La
vehemencia y la ira van por dentro».

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MECANISMOS DE DEFENSA

Formación reactiva. Hacer lo contrario de lo que se siente. Se define como la oposición


sistemática a las pulsiones inconscientes. Dicho de un modo más coloquial, se trata de
tapar una cosa con la contraria; se usa la acción controlada para tapar la emoción o el
deseo. Por ejemplo, ante un impulso sexual, actuar de modo moralista.

Idealización. Proceso psíquico en virtud del que se llevan a la perfección las cualidades
y el valor del objeto, ya sea de sí mismo como de las figuras importantes de la vida,
estableciendo un yo ideal, una familia ideal, una pareja ideal, etcétera.

Racionalización. Se trata de argumentar racionalmente en exceso, buscar razones


«lógicas» que ayuden a justificar y/o encubrir frustraciones y dolores. A la persona le
cuesta tanto dolerse en el aquí y ahora que argumenta hasta la extenuación para evitar el
contacto.

Retroflexión. Se trata de la inhibición de la acción dirigiéndola hacia uno mismo, que en


el caso de este eneatipo está muy presente en su intento de ajustarse al ideal de
perfección, ya que son capaces de maltratarse bastante. La fijación en los detalles
pequeños puede ser considerada una retroflexión y las rumiaciones también.

Introyección. Es el proceso por el que la persona incorpora sin digerir toda la


información que recibió de figuras relevantes: valores, normas y modos de conducta.
Ella, al no digerirlo y asimilarlo tal cual, impide el desarrollo y la expresión del propio ser
y en el caso del Eúno colude, a menudo, con sus deseos y rigidiza su conductas.

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PATOLOGÍAS FRECUENTES

• Trastornos obsesivo-compulsivos.

• Trastornos de la alimentación.

• Conductas autodestructivas.

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COINCIDENCIAS EN LAS BIOGRAFÍAS

• De pequeños les llamaron ariscos, sobre todo sus padres.

• Eran niños muy independientes. «Yo solito, mamá».

• Tiene problemas de vejiga, de columna y con la dentadura.

• Algunos manifiestan mucho temor a ahogarse y/o a que les «falte el aire».

• Les encanta leer.

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TESTIMONIOS
LO MÁS TERAPÉUTICO PARA EL ENEATIPO UNO

Testimonio 1. Descubrir lo agradable que es estar relajada, mirar con tranquilidad el


mundo sin pretender cambiarlo. Eso de apreciar las diferencias y experimentar que mi
manera no es la única posible, ni siquiera la mejor. En la vida hay muchos matices, se
puede dar más oportunidades a la gente. Menos mal que la gente que me rodea es
imperfecta, porque de lo contrario la exigencia conmigo misma sería enorme. Yo
tampoco tengo que ser perfecta siempre. Gracias a la imperfección del mundo me
puedo relajar un poco. Así que ¿para qué pretender modificar la realidad
continuamente?

También me hago una serie de preguntas e intento estar un poquillo alerta para no
caer en la acción sin conciencia. Por ejemplo, cuando noto que empiezo a
distanciarme de una persona, en vez de enfadarme o criticar, me pregunto: ¿Qué
necesito de ella? Porque critico cuando me siento dolida, dolida por no ser vista, por
no sentirme querida. Saber esto me ayuda a no caer en los viejos patrones.

Bajo la crítica hay una necesidad, casi siempre, de afecto. Y eso es lo que he
recibido de mi terapeuta, incluso cuando no me daba cuenta de que lo que necesitaba
era afecto y me enfadaba y criticaba y me ponía insoportable. Me acuerdo de más de
una vez en la que me enfadé con ella y supo ver que lo que necesitaba era un abrazo,
unas risas, no un serio razonamiento al estilo de mi madre. Este vínculo de
comprensión, aceptación, afecto y sentido del humor es lo que me va curando. El
cuidado me emociona.

Me he exigido ser perfecta para ser querida, pero ahora comprendo que no es cierto
que me vayan a querer más por ser perfecta. Mis imperfecciones me hacen humana. El
contacto se hace más fácil. Si fuera perfecta no comprendería el sufrimiento de los
demás. Mi imperfección me ayuda a ser empática. Tenerlo en cuenta hace que acepte
un poco más mis emociones y mi fragilidad.

He notado que criticar a otra/o se convierte en una trampa, porque me siento en la


obligación, para ser coherente conmigo misma, de decírselo directamente. Ser siempre
confrontativa no me compensa. Los vínculos basados en la crítica –tóxicos, por cierto–
ya no me ponen; me ha costado diferenciar entre qué es lo mío y qué es lo de la otra/o,

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y me he visto atrapada haciéndome cargo de todo –¡Qué cómodo para algunos!–. He
caído en manipulaciones sin darme ni cuenta. Me cansé de desempeñar la parte
confrontativa mientras el otro se dedica a la parte seductora. No quiero asumir la
responsabilidad cuando no la tengo.

Otra trampa es que al criticar luego me siento criticada con más facilidad; es una
relación directamente proporcional: cuánto más critico más criticada me siento.

En terapia me di cuenta de lo que he perdido al haber reducido mi parte niña a


cenizas y haberme quedado solamente con la parte adulta: fuerte, sin emoción. Ahora
voy recuperando la polaridad negada: el disfrute, lo lúdico, el corazón y la suavidad.
Por ejemplo, a la hora de tomar una decisión, en vez de sopesar ventajas,
inconvenientes, razones…, me pregunto qué me apetece. ¡Tampoco pasa nada si se me
ve el deseo! Soy responsable y seria, pero también puedo ser… ¡divertida! Además es
aceptar mi mediocridad y eso relaja bastante.

Testimonio 2. Cuando yo inicié mi terapia atravesaba un periodo depresivo y cuando


acabé tenía mucha más fuerza.

Me ayudó entender, poner palabras a lo que sentía, de alguna manera justificarme


también, darme permiso (esta palabrita es importante); fui más consciente y no me
avergoncé de mi poder personal. Me fie de mi criterio, de lo que para mí es seguridad
y confianza, en vez de disimularlo e ir de pacífica y de buena. (Aunque lo sea, como
casi todo el mundo, pero refiero a no «ir de»).

Siempre he necesitado paz, paz interna, no tensión, y eso es lo que consigo a veces.
Yo siempre me he vivido entre dos polos: acción/no acción, tensión/relajación,
lucha/paz, y entender las polaridades y encontrar matices fue fundamental.

Saqué a pasear la ira. Eso me dio seguridad y a los demás les permitió verla,
asustarse, perdonarme, cuestionarme, y a mí avergonzarme y asustarme con ellas/os.
Gracias a la conciencia de la ira puedo entenderme, la frustración, lo que duele, el
miedo, la soberbia…

También pude ver mi parte victimista y eso fue muy importante para explicarme
relaciones que había mantenido a lo largo de mi vida.

Trabajé la ternura, que me abrió a las relaciones desde otro lugar, y me hice más

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dócil.

Lo que no encontré en mi terapia fue juicio (algo que yo hago a menudo) ante las
cosas que llevaba, así que me sorprendí mucho.

Por otro lado, el hecho de «reforzar», es decir, de darme la razón, me ayudó a ver
que también yo me equivocaba (curiosamente) y que las cosas no tienen una mirada
única, que la mía es importante y también la de las/los demás.

Percibir y mostrar mi vulnerabilidad siendo acogida y no criticada me ayudó a ser


más fuerte y a la vez más humilde, aunque es verdad que para eso necesité mucho
tiempo.

Aprendí no tanto a amar la imperfección –como solía decir mi terapeuta– sino a


respetarla, y aún me sigue costando, porque si no sería perfecta (je, je).

Darme cuenta de que construí una «imagen fuerte» para no mostrar la parte más
vulnerable me abrió las puertas para dejar de ser prisionera y dejar también libres a
otros prisioneros de su propia historia (padres, jefes, hermanos, parejas, etcétera), me
hizo asumir mi responsabilidad y permitirme pedir, porque también yo necesito.

Importante: recuperar a la niña y mostrarle todo un mundo también para el disfrute y


el permiso para ello; y sobre todo lo que más me ayudó fue el amor, todo el amor de mi
terapeuta.

1 . Perro de arriba-perro de abajo: una de las polaridades básicas en Gestalt, quizá la más representativa del juego
neurótico. Consiste en la pelea entre los aspectos autoritarios y sumisos de la misma persona. El perro de arriba
se expresa en términos de «tú deberías», mientras que el de abajo se justifica y pospone sus compromisos.

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