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Lo único bíblico es, se dice, que el hombre en la muerte, “sucumbe en cuerpo y alma”. Así
cristianamente no se podría hablar de inmortalidad del alma, sino de resurrección de todo
hombre.
La idea de que no es bíblico hablar del alma, se impuso de tal manera que hasta el Missale
Romanum de 1970 suprimió en la liturgia eclesial el término Anima, desapareciendo
también del ritual de sepultura.
Los nuevos puntos de vista toman fuerza debido a que lo que se presentaba como bíblico,
es decir, la absoluta indivisibilidad del hombre concordaba con la antropología moderna,
bajo la influencia decisiva de las ciencias naturales.
Esta antropología halla al hombre totalmente en su cuerpo, sin ser capaz de imaginarse un
alma separable de él.
Surge una nueva idea y es: no es el tiempo, es decir, un no-tiempo, algo que se encontraría
fuera de toda temporalidad y en consecuencia, también al lado de cualquier tiempo. La
muerte es un salir del tiempo y desemboca en lo no temporal. En el lado católico, tomó
importancia y se entró en discusión el dogma de la asunción corporal de María a la gloria
celeste. Esto ocasionó otro modo de pensar en cuanto a la relación de muerte y tiempo.
Se introdujo una nueva idea: el tiempo es una forma de la vida corporal. La muerte
significa el salirse del tiempo, penetrando en la eternidad. El fin de los tiempos es
atemporal.
La idea de que la resurrección ocurre en el momento de la muerte se ha impuesto hasta tal
punto, que se recoge también en el nuevo catecismo para adultos (catecismo holandés).
La vida después de la muerte es algo así como la resurrección del nuevo cuerpo. O sea lo
que el dogma dice de María, valía de cualquier persona.
La antigüedad no proporcionó ninguna clase de idea clara sobre la suerte del hombre tras la
muerte.
La forma definitiva sobre el alma la alcanza Tomás de Aquino, de acuerdo con Aristóteles;
afirma Tomás: el alma es la forma del cuerpo. La forma se hace realidad únicamente en
relación con la materia.
Hay que darle razón al concilio de Vienne para defender en su tercera sesión esta definición
de alma, considerándola como concepto adecuado de la fe: reprobamos como errónea toda
doctrina que afirme o ponga en duda que la subsistencia del alma racional no es
verderamente y por sí misma forma del cuerpo humano.
Lo que hace al hombre inmortal no es el ser él mismo, careciendo de toda relación, sino, al
contrario, su encontrarse referido al otro, la capacidad de su relación con Dios, esa apertura
es ni más ni menos que lo que llamamos ALMA.
Un ser es tanto más él mismo cuanto más abierto se encuentra, cuanta más relación es.
Resumen:
a- La idea cristiana de la inmortalidad arte indudablemente del concepto de Dios,
teniendo, en consecuencia, carácter dialogal. Precisamente porque Dios es el Dios de vivos
y llama por su nombre a si creatura, al hombre, es por lo que esta creatura no puede
fracasar.
b- De la fe en la creación se desprende el carácter de totalidad de la esperanza
cristiana. Lo que se salva es la criatura hombre, la totalidad y unidad de la persona, que se
manifiesta en nuestra vida corporal. Esto no quiere decir que no haya caduco en el hombre,
pero sí quiere decir que, en la superación de lo caduco, es donde adquiere concreción lo
permanente.
c- El factor de relación humana. El hombre dialoga no en solitario con Dios, ni se
adentra con él en una eternidad que al hombre sólo perteneciera, sino que el diálogo
cristiano con Dios pasa precisamente a través de los hombres.
para que esa vida en el más allá se desarrollara de manera satisfactoria era necesario el
mantenimiento del culto funerario al difunto en su tumba y, sobre todo, que se le aportaran
ofrendas alimenticias que evitasen que el fallecido padeciera de hambre y de sed en el otro
mundo.
Existen diversos conjuros en el «Libro de los Muertos» que ofrecen esa idea de intenso
miedo a tener que llegar a comer, por pura necesidad, los propios excrementos; dice, así, el
capítulo 51:
Lo peor de esta creencia era que solo los nobles solían ser momificados. Los más pobres
solo se podían permitir ser enterrados en la arena, con la esperanza de que el aire seco
frenara la descomposición. Esto hacía que tuvieran que darse mucha prisa en atravesar las
“12 Tierras del Infierno”, también denominada Duat.
Pero para comprender las creencias en el antiguo Egipto hay que saber que muchas de sus
costumbres de vida y tratamiento de la muerte se conformaban en torno a conexiones con lo
que ocurre en la naturaleza. Así, el movimiento de las estrellas, el ciclo de las inundaciones
del río Nilo, el cambio climático hicieron hincapié en un ideal de circularidad que se
extendía a otras instancias de la vida cotidiana de esta antigua civilización.
Siendo el cuerpo comprendido como la morada del alma, había una gran preocupación en
conservar el cuerpo de los que fallecían, por eso se desarrollaron varias técnicas de
momificación capaces de preservar un cadáver durante años.
El paraíso para los egipcios se llamaba Aaru y decían que era un lugar de infinita
abundancia. Los que entraban en Aaru tendrían de todo para el resto de la eternidad. Para
llegar tenían que ir primer a un sitio llamado Duat, el cual estaba en el cielo y era un mundo
místico que hacía de pasarela al paraíso. Era un sitio donde había enormes bosques, lagos,
zonas en llamas, acabando en unas grandes murallas de hierro. Curiosamente los antiguos
egipcios tenían mapas de este mundo invisible. Tenían localizados las zonas peligrosas con
fuegos, las cuales había que evitar.
En Duat también había demonios, criaturas malignas y vengativos dioses. Pasar por sus
dominios era una ofensa y por tanto el alma era consumida si lograban atraparla. Esto
significaba que la desdichada alma quedaría atrapada en el infierno para siempre.
Para poner las cosas más difíciles había un plazo para poder llegar al paraíso. Una de las
razones por las que los antiguos egipcios momificaban a los muertos era para conservarlos
el máximo tiempo posible. Tenían que llegar al paraíso antes de que su cuerpo se
descompusiera.