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SERIE DE ORIENTACIÓN FAMILIAR

Por Joel R. Beeke

La iglesia debe mantener el rol que Dios ha dado a la familia de establecer un legado piadoso. En
esta serie, el Dr. Joel R. Beeke ofrece una visión pastoral y orientación bíblica para edificar
familias cristianas sólidas.

Libros de la serie:
El culto familiar
La familia en la iglesia
Cómo evangelizar a los hijos del pacto
La Familia en la Iglesia
Autor: Joel R. Beeke

ISBN Paperback 978-1-946584-77-9

ISBN Mobi 978-1-946584-78-6

ISBN ePub 978-1-946584-79-3

Publicado en ©2018 por Proyecto Nehemías

170 Kevina Road, Ellensburg WA 98926


www.proyectonehemias.org

Traducido del libro The Family at Church, © 2004, 2008


por Joel R. Beeke, publicado por Reformation Heritage Books
Traducción por Cristián Morán

A menos que se indique algo distinto, las citas bíblicas están tomadas de la Nueva Biblia
Latinoamericana de Hoy (NBLH) © 2005 por The Lockman Foundation, La Habra, California.
Las citas bíblicas marcadas con RV60 están tomadas de la Versión Reina-Valera 1960 ©
Sociedades Bíblicas en América Latina, 1960.

La transformación a libro digital de este título fue realizada por Nord Compo.
Para

Henry y Lena Kamp


Los mejores parientes políticos del mundo;
piadosos, amables, dadivosos, y agradecidos
CONTENIDO

La escucha de Sermones

La importancia de la predicación1

Cómo prepararse para oir la palabra predicada2

Cómo recibir la palabra predicada3

Cómo practicar la palabra predicada4

La asistencia a las reuniones de oración


La necesidad de las reuniones de oración5

La base bíblica de las reuniones de oración6

La historia de las reuniones de oración7

Los propósitos de las reuniones de oración8

La implementación de las reuniones de oración

La importancia de las reuniones de oración10

Índice de textos bíblicos


LA ESCUCHA DE SERMONES

«Por tanto, tengan cuidado de cómo oyen».


— Lucas 8:18
La importancia de la predicación 1

Juan Calvino instruía con frecuencia a su congregación sobre oír correctamente la palabra de
Dios. Les enseñaba cómo debían asistir al culto público y oír la palabra de Dios predicada.
Calvino quería que los padres y los hijos comprendieran la importancia de la predicación, que
desearan la predicación como una bendición suprema, y que participaran activamente en el
sermón. Calvino decía que los oyentes deberían tener la «disposición de obedecer a Dios
completamente y sin reservas». 1
Calvino tenía dos importantes razones para enfatizar la escucha de la palabra predicada.
Primero, creía que pocas personas escuchan bien los sermones. Más de treinta veces en sus
comentarios y nueve veces en su Institución, Calvino habló de cuán pocas personas reciben la
palabra predicada con fe salvadora. Dijo: «De cien personas que oyen el mismo sermón, veinte
lo aceptarán con pronta fe, y las demás no harán caso de él; se reirán de él, lorechazarán y
condenarán» 2. Si la escucha apropiada era un problema en la época de Calvino, ¿cuánto más lo
es hoy, cuando los pastores tienen que competir por la atención de personas diariamente
bombardeadas por diversos medios de comunicación?
Segundo, Calvino enfatizaba que debía escucharse correctamente porque tenía la
predicación en alta estima. Consideraba la predicación como un medio que Dios usaba para
conferir salvación y bendición. Calvino decía que el Espíritu Santo es el «ministro interno» que
usa al «ministro externo» de la palabra predicada. El ministro externo «expone con la voz la
palabra que se recibe con los oídos», pero el ministro interno «comunica verdaderamente lo que
se proclama, [que] es Cristo» 3. Así, Dios habla mediante la boca de sus siervos por medio de su
Espíritu: «Dondequiera que se predica el evangelio, es como si Dios mismo viniera para estar en
medio nuestro» 4. La predicación fiel es el medio que el Espíritu usa para hacer su obra salvadora
de iluminar, convertir, y sellar pecadores. Calvino dijo: «Hay […] una eficacia interna cuando el
Espíritu Santo derrama su poder sobre los oyentes para que reciban la palabra por fe» 5.
Al igual que Calvino, los puritanos tenían la predicación en alta estima. Como amantes de la
palabra de Dios, no se contentaban con simplemente afirmar la infalibilidad, la inerrancia, y la
autoridad de la Escritura. También leían, examinaban, predicaban, oían, y cantaban la palabra
con deleite, buscando el poder aplicador del Espíritu Santo que acompañaba la palabra.
Consideraban los sesenta y seis libros de la Sagrada Escritura como la Biblioteca del Espíritu
Santo. Para los puritanos, la Escritura era Dios hablando a su pueblo como un padre habla a sus
hijos. En la predicación, Dios nos da su palabra como verdad y poder. Como verdad, la Escritura
es confiable hoy y por la eternidad. Como poder, la Escritura es el instrumento de transformación
que el Espíritu de Dios usa para renovar nuestras mentes.
Como protestantes evangélicos del siglo XXI, debemos combinar nuestra defensa de la
inerrancia bíblica con una demostración positiva del poder transformador de la palabra de Dios.
Ese poder debe manifestarse en nuestras vidas, en nuestros hogares, en nuestras iglesias, y en
nuestras comunidades. Debemos mostrar que, aunque otros libros puedan informarnos o incluso
reformarnos, solamente un Libro puede transformarnos conformándonos a la imagen de Cristo.
Solo como «cartas vivientes de Cristo» (2Co 3:3) podemos esperar ganar la batalla por la Biblia
en nuestros días. Si ocupáramos la mayor parte de nuestra energía en conocer y vivir las
Escrituras, ¿cuántas personas más serían afectadas por el poder transformador de estas? El
movimiento puritano nos enseña mucho a cultivar el poder transformador de la palabra. Los
predicadores puritanos explicaban claramente cómo esta efectúa la transformación personal.
Daban instrucciones prácticas para leer y escuchar la palabra de Dios 6. El Catecismo mayor de
Westminster resume el consejo puritano en la pregunta 160: «De quienes oyen la palabra
predicada se requiere que la escuchen con diligencia, preparación, y oración; que examinen lo
que oyen mediante las Escrituras; que reciban la verdad con fe, amor, sumisión, y buena
disposición, como palabra de Dios; que mediten y la consideren en sus corazones; y que
produzcan el fruto de ella en sus vidas» 7.
Además de Lucas 8:18, «tengan cuidado de cómo oyen», compartiré algunas enseñanzas
puritanas acompañadas de mis propias observaciones sobre la escucha de la palabra de Dios,
dividiendo el asunto en tres pensamientos: cómo prepararse para oír la predicación de la palabra,
cómo recibir la palabra predicada, y cómo practicar esa palabra. Al estudiar cada punto,
deberíamos preguntarnos: ¿estoy realmente oyendo la palabra de Dios? ¿Soy un buen oyente del
evangelio proclamado, o solo soy un oyente crítico, o descuidado? ¿Me doy cuenta de que,
como dijo Charles Simeon, cada sermón «acrecienta ya sea nuestra salvación o nuestra
condenación» 8? ¿Estoy enseñando a mis hijos a ser buenos oyentes?
Cómo prepararse para oir la palabra
predicada 2

Los teólogos de Westminster escribieron: «De quienes oyen la palabra predicada se requiere que
la escuchen con diligencia, preparación, y oración» (Catecismo mayor, pregunta 160). Esto
implica varias aplicaciones prácticas:

1. Antes de venir a la casa de Dios para oír su palabra, prepárate y prepara a tu familia con
oración. Los puritanos decían que deberíamos vestir nuestros cuerpos para la adoración y
nuestras almas con oración.
Ora por la conversión de los pecadores, la edificación de los santos, y la glorificación del
nombre trino de Dios. Ora por los niños, los adolescentes, y los ancianos. Ora pidiendo oídos que
oigan y corazones que entiendan. Ora por ti mismo, diciendo: «Señor, ¡qué real es el peligro de
que yo no oiga bien! De las cuatro clases de oyentes en la parábola del sembrador, solo una oyó
adecuadamente. Ayúdame, Señor, a concentrarme plenamente en tu palabra cuando esta venga a
mí, para que no perezca a pesar de haberla oído. Que tu palabra circule libremente en mi
corazón; que esté acompañada de luz, poder, y gracia».
Ora para ir a la casa de Dios como un pecador necesitado, con un corazón limpio de deseos
carnales, y aferrándote a Cristo en busca del poder purificador de su sangre. Ora por la presencia
santificadora de Dios en Cristo; por verdadera comunión con él, en mente y alma.
Ora para que el predicador reciba la unción del Espíritu Santo; a fin de que abra su boca con
valentía para dar a conocer los misterios del evangelio (cf. Ef 6:19). Ora para que, cumpliendo
sus promesas (Pr 1:23), Dios derrame a través de sus ordenanzas el poder del Espíritu que
inculpa, aviva, humilla, y reconforta.

2. Ve con un buen apetito de la palabra. Un buen apetito fomenta la buena digestión y el


crecimiento. Pedro incentivó el apetito espiritual, diciendo: «deseen, como niños recién nacidos,
la leche pura de la palabra, para que por ella crezcan» (1P 2:2). De la misma manera, Salomón
aconsejó: «Guarda tus pasos cuando vas a la casa de Dios, y acércate a escuchar en vez de
ofrecer el sacrificio de los necios» (Ec 5:1).
Un buen apetito de la palabra significa tener un corazón tierno y enseñable (2Cr 13:7) que
pregunta: «Señor, ¿qué quieres que yo haga?» (Hch 9:6, RV60). No tiene sentido esperar una
bendición si vienes a adorar con un corazón endurecido, falto de preparación, o centrado en lo
terrenal.
Los puritanos decían que la preparación para la adoración debería comenzar la noche del
sábado. Tal como la gente cocía el pan la noche del sábado para que estuviera caliente la mañana
del domingo, la gente debería estudiar la palabra la noche del sábado para que el domingo sus
corazones estén listos para la adoración.
Si sabes qué texto se predicará el domingo, pasa tiempo estudiándolo la noche del sábado.
Asegúrate de que tú y tus hijos duerman lo suficiente el sábado por la noche, y luego, la mañana
del domingo, levántate temprano para prepararte para la adoración sin prisa.

3. Al entrar en la casa de Dios, medita en la importancia de la palabra predicada. El alto y santo


Dios trino del cielo y de la tierra se encontrará contigo para hablarte directamente. Thomas
Boston escribió: «La voz está en la tierra, [pero] el que habla está en el cielo» (Hch 10:33) 1. ¡Qué
asombroso pensamiento! Puesto que el evangelio es la palabra de Dios, y no la palabra del
hombre, ve a la iglesia buscando a Dios. Aunque debes apreciar profundamente los esfuerzos de
tu pastor por entregarte fielmente la palabra de Dios, ora para que «no veas a nadie sino a Jesús
solo» (Mt 17:8). Los predicadores son simplemente embajadores que te traen la palabra de Dios
(2Co 5:20; Heb 13:7). No te concentres en ellos, sino en la palabra de Dios que traen, recordando
siempre que un día rendirás cuenta a Dios por cada sermón que él te haya ofrecido.
Enseña a tus hijos que cada sermón cuenta para la eternidad. La salvación es por fe, y la fe
resulta de oír la palabra de Dios (Ro 10:13–17). Cada sermón, por lo tanto, es una cuestión de
vida o muerte (Dt 32:47; 2Co 2:15–16). El evangelio predicado nos elevará hasta el cielo o nos
hará descender al infierno. Afianzará nuestra salvación o hará más grave nuestra condenación.
Nos atraerá con las cuerdas del amor (Os 11:4) o nos dejará en los lazos de la incredulidad. Nos
hará más blandos o nos endurecerá (Mt 13:14– 15); iluminará u oscurecerá nuestros ojos (Ro
11:10); y abrirá nuestro corazón a Cristo o lo cerrará ante él. David Clarkson escribió: «Mientras
más cerca del cielo alguien sea elevado por la predicación del evangelio, más se hundirá en el
infierno si no hace caso de él» 2. «¡Pon atención, por tanto, a tu manera de oír!» (Lc 8:18).
Además, recuerda que cada domingo recibes alimento y provisiones espirituales para la
semana que comienza. Los puritanos se referían al domingo como «el día en que el alma va al
mercado» 3. Así como cada semana los puritanos iban al mercado para abastecerse de víveres,
nosotros nos proveemos de bienes espirituales para la semana escuchando sermones y luego
meditando en ellos durante los días que siguen. Todo esto debe ser reforzado con prácticas
devocionales diarias y vida cristiana.

4. Al entrar a la casa de Dios, recuerda que estás entrando a un campo de batalla. Muchos
enemigos se opondrán a que escuches. Internamente, puedes ser distraído por preocupaciones y
ocupaciones del mundo, deseos carnales, frialdad de corazón, o un espíritu crítico. Externamente,
te pueden distraer la temperatura o el clima, la conducta o la vestimenta de otros, ruidos, o
personas que deambulan. Satanás se opone intensamente a que escuches la palabra de Dios,
sabiendo que, si la oyes de verdad, te perderá. Por eso, Satanás trata de alterarte antes de que el
sermón comience, te distrae durante el sermón, y quita el sermón de tu mente tan pronto como
este termina. Como un ave que arranca la semilla recién sembrada, Satanás intenta quitar la
palabra de tu mente y de tu corazón para que no pueda echar raíz. Samuel Annesley aconseja
que, cuando Satanás te tiente durante el culto, lo reprendas diciendo: «¡Vete, Satanás! Ya no
parlamentaremos. Si otros descuidan la salvación, ¿significa que debo hacerlo yo también? El
hecho de que no se salven, ¿aliviará mi propia perdición? Por medio de Cristo, me niego a
obedecerte» 4. Ora reiteradamente pidiendo fuerza para vencer a todos tus enemigos escuchando
bien.

5. Finalmente, ve con una fe tierna y expectante (Sal 62:1, 5). Sé pronto para oír, lento para
hablar, y resuelto, como María, para considerar la palabra de Dios en tu corazón. Aduce la
promesa divina de que la palabra de Dios no regresará a él vacía (Is 55:10–11). Ve con el espíritu
de los ninivitas, diciendo: «¡Quién sabe! Quizá Dios se vuelva, se arrepienta y aparte el ardor de
su ira, y no perezcamos» (Jon 3:9).
Ve con un temor reverencial de Dios y de su majestad. Ve para deleitarte reverencialmente
en Dios y su palabra (Sal 119:97, 103). Di como David: «Es muy pura tu palabra, y tu siervo la
ama» (Sal 119:140). Como el salmista, ama los testimonios de Dios «en gran manera» (v. 167),
más que el oro (v. 127), y hasta el punto en que ello casi te consuma (v. 20). El amor de David
por la palabra de Dios era tan ferviente que meditaba en ella «todo el día» (v. 97). Dependiendo
del Espíritu, cultiva esa clase de amor por la palabra de Dios.
Cómo recibir la palabra predicada 3

Cuando el rey Jacobo II de Inglaterra combatía a los puritanos, envió una proclamación a todos
los pastores de la Iglesia de Inglaterra demandando que fuera leída a cada congregación el
domingo. A los puritanos les molestó tener que leer esta declaración pues sabían que el proyecto
de ley se oponía tanto al cristianismo del Nuevo Testamento como al estilo puritano de
predicación. Un predicador puritano respondió diciendo a su congregación: «Debo leer esta ley
del rey Jacobo II en esta iglesia, pero no está escrito que ustedes deban escucharla». La
congregación salió de la iglesia, y el pastor leyó la ley a una iglesia vacía. El punto de la historia
es este: muchas personas escuchan los sermones con poco entusiasmo, como si no tuvieran la
obligación de oír la palabra de Dios. De la misma manera, muchos predicadores predican como
si estuvieran hablando a bancas vacías en vez de personas con almas eternas.
La palabra de Dios debe involucrar tanto al predicador como al oyente. No puede haber
crecimiento si el oyente no obtiene provecho de la palabra. Esa recepción implica, como dijeron
los teólogos de Westminster, que «quienes oyen la palabra predicada [deben examinar] lo que
oyen mediante las Escrituras, [y recibir] la verdad con fe, amor, sumisión, y buena disposición,
como palabra de Dios» (Catecismo mayor, pregunta 160). A continuación hay algunas directrices
para escuchar correctamente la palabra de Dios.

1. Escucha con una conciencia comprensiva y tierna. La parábola del sembrador, contada por
Jesús (Mt 13:3–23; Mr 4:1–20; Lc 8:4–15), nos presenta cuatro tipos de oyentes que escucharon
la misma palabra:
• El oyente superficial y empedernido. Este oyente es como un camino duro. La semilla del
sembrador —es decir, la palabra de Dios— deja una escasa huella en este corazón rígido. El
evangelio no penetra en este oyente, y la ley no lo amedrenta. Un pastor podría predicar los
diez mandamientos completos, abordando las necesidades y los pecados de la gente, pero el
oyente empedernido no hará caso. Cuando un predicador se dirige a la conciencia de esta
persona, su corazón endurecido transfiere la culpa a otros. Rara vez cambia su vida cuando
la palabra de Dios lo declara culpable. No se interesa en la predicación.
• El oyente fácilmente impresionable pero resistente. Una parte de la semilla cae en terreno
pedregoso. A partir de ella comienza a brotar una planta, pero pronto se seca y muere
porque carece de nutrientes suficientes. La planta no puede sobrevivir porque no puede
desarrollar raíces entre las piedras. Jesús presenta aquí a un oyente que inicialmente parece
escuchar bien la palabra. Este oyente quisiera que la religión fuera parte de su vida, pero no
quiere oír de ese discipulado radical que implica negarse a sí mismo, tomar su cruz, y seguir
a Cristo. Por eso, cuando llega la persecución, este oyente no vive el evangelio de manera
práctica. Quiere ser amigo del mundo, de la iglesia, y de Dios. Tal como Israel, este oyente
no responde a la palabra de Dios cuando se lo desafía a escoger: «“¿Hasta cuándo vacilarán
entre dos opiniones? Si el Señor es Dios, síganlo; y si Baal, síganlo a él”. Pero el pueblo no
le respondió ni una palabra» (1R 18:21). Como oyentes, no podemos tener a Dios y al
mundo; la amistad del mundo es enemistad contra Dios. Debemos elegir.
• El oyente tibio y distraído. Parte de la semilla de la palabra de Dios cae en terreno
espinoso. Como dice Lucas 8:14, «La semilla que cayó entre los espinos son los que han
oído, y al continuar su camino son ahogados por las preocupaciones, las riquezas y los
placeres de la vida, y su fruto no madura». Esta clase de oyente trata de absorber la palabra
de Dios con un oído mientras con el otro presta atención a negocios, tasas de interés, fondos
de pensiones, e inflación. Solo sirve a Dios en forma parcial. Las espinas ahogan
rápidamente la palabra de Dios.
• El oyente comprensivo y fructífero. Parte de la semilla de Dios cae en terreno rico y fértil.
Jesús dice que este oyente escucha y entiende la palabra de Dios (Mt 13:23). Tal como una
semilla echa rápidamente raíz en terreno fértil, la palabra de Dios se implanta en el entusiasta
corazón de este oyente. Así como una planta brota desarrollando raíces profundas y
mostrando hojas saludables, la palabra de Dios se integra profundamente en la vida, la
familia, las ocupaciones, las relaciones, y la conducta de este oyente. Con la ayuda del
Espíritu Santo, este oyente aplica la enseñanza del evangelio que recibe el domingo a su
vida los otros días de la semana. Cree sinceramente que, si Jesucristo ha sacrificado todo por
él, nada es demasiado difícil de rendir en obediencia agradecida a Cristo. Busca el reino de
Dios antes que todo lo demás (Mt 6:33). La gracia reina en su corazón. Estos oyentes
producen fruto «treinta, sesenta, o cien veces» más de lo que se sembró (Mt 13:23).
2. Escucha atentamente la palabra predicada. Lucas 19:48 describe personas que estaban muy
atentas a Cristo. Traducido literalmente, el texto dice: «estaban pendientes de él, oyendo». Lidia
mostró esa apertura de corazón cuando «puso atención» o «enfocó su mente» en lo que Pablo
decía (Hch 16:14). Tal atención implica deshacerse de los pensamientos erráticos, el letargo
mental, y la somnolencia (Mt 13:25); considera el sermón como una cuestión de vida o muerte
(Dt 32:47).
No debemos escuchar los sermones como espectadores, sino como participantes. El
predicador no debería ser el único que trabaje. Escuchar bien es un trabajo arduo; implica adorar
a Dios continuamente. Un oyente atento responde rápido —ya sea con arrepentimiento,
resolución, determinación, o alabanza— y esto honra a Dios. Como dice Proverbios 18:15, «El
corazón del prudente adquiere conocimiento, y el oído del sabio busca el conocimiento». Los
verbos que se usan aquí hablan de una acción mental vigorosa.
Demasiadas personas llegan a la iglesia esperando recibir todo en bandeja. No tienen ganas
de pensar, aprender, o crecer. Simplemente quieren que se les predique algo familiar. No ansían
crecer en la gracia y en el conocimiento del Señor Jesucristo. Tal pasividad no parece normal
porque, en otras áreas de la vida, los humanos se resisten a recibir todo en bandeja. Un niño
sentiría vergüenza si su madre lo alimentara frente a sus amigos. En la escuela y el trabajo, la
gente espera desafíos intelectuales, pero en la iglesia, algunos no quieren ser desafiados
emocional, intelectual, o espiritualmente. Prefieren recibir palmaditas en la espalda, o que los
dejen en paz, en lugar de ser inculpados y desafiados por la palabra de Dios. En vez de oír
instrucción clara sobre la vida cristiana a partir de las cartas de Pablo, esta gente preferiría oír
poco más que una historia bíblica cada domingo.
Jesús no dio todo en bandeja a sus oyentes. En una parábola, les habló de un juez injusto.
Jesús comparó a Dios con este juez, pero no gastó tiempo en explicarles largamente que Dios no
es injusto. Más bien, los desafió a usar sus mentes para dilucidar la difícil enseñanza de esta
parábola. Puesto que esperaba que sus oyentes aplicaran discernimiento y energía, Jesús podía
hacer declaraciones fuertes sin disculparse. Por ejemplo, en Lucas 14:26, dijo: «Si alguien viene
a mí, y no aborrece a su padre y madre, a su mujer e hijos, a sus hermanos y hermanas, y aun
hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo». Jesús dejaba frecuentemente inexplicada la
verdad que proclamaba. Habló, por ejemplo, de cortar manos, sacar ojos, y cortar pies. Dijo que
algunos de los hijos de la oscuridad son más astutos que los hijos de la luz. Usó metáforas,
hipérboles, y otras figuras de lenguaje. Corriendo el riesgo de ser malinterpretado, se negó a dar
todo en bandeja a quienes lo seguían.
Jesús dijo a sus oyentes: «tengan cuidado, por lo tanto, de la manera en que oyen». También
nos ordenó entender lo que oímos. Nos desafía a pensar, y eso requiere trabajo. La palabra
atender deriva de dos vocablos latinos: el primero significa «a/hacia», y el segundo es tendo, que
significa «estirar» o «inclinar». De ahí obtenemos la palabra tendón —una fibra que se estira—.
Por lo tanto, la palabra atención significa literalmente que debemos estirar nuestras mentes
escuchando. Esto implica extendernos con todas nuestras fuerzas mentales y espirituales para
comprender el sentido de un mensaje. ¿Estás estirando tus músculos espirituales al escuchar la
palabra? ¿Estás atento a la palabra predicada?
Mientras escuchas la palabra, pregúntate: ¿qué diferencia quiere Dios ver en mí después de
este sermón? Pregúntate qué cosa nueva quiere él que tú sepas; qué verdades quiere él que tú
creas, y cómo quiere que las pongas en práctica. En cada sermón que oyes —incluyendo los
referidos a los temas más básicos del evangelio—, Dios te ofrece verdades para creer y poner en
práctica. Ora para que la gracia actúe mientras escuchas.

3. Escucha con una fe sumisa. Como dice Santiago 1:21, «reciban ustedes con humildad la
palabra implantada». Esta humildad implica un corazón en actitud sumisa, «una disposición a oír
los consejos y los reproches de la palabra» 1. Mediante esta fe, la palabra se implanta en el alma y
produce «el dulce fruto de justicia» 2.
La fe es la clave para recibir la palabra con provecho. Lutero escribió: «La fe no es un logro,
sino un don. Sin embargo, solo llega escuchando y estudiando la palabra». Si un medicamento
carece de su ingrediente principal, dicho medicamento no será eficaz. Asegúrate, por lo tanto, de
escuchar los sermones sin dejar fuera el ingrediente principal — la fe—. Busca gracia para creer
y aplicar la palabra completa (Ro 13:14) con sus promesas, invitaciones, y amonestaciones 3.
Thomas Manton escribió: «La palabra completa es el objeto de la fe». Por lo tanto,
necesitamos «fe en las historias, para nuestra advertencia y amonestación; fe en las doctrinas,
para incrementar nuestra reverencia y admiración; fe en las amenazas, para nuestra humillación;
fe en los preceptos, para nuestra sujeción; y fe en las promesas, para nuestro consuelo. Todo ello
tiene su utilidad: las historias, para hacernos precavidos y cautelosos; las doctrinas, para
iluminarnos dándonos un verdadero sentido de la naturaleza y la voluntad de Dios; los preceptos,
para dirigirnos y tratar de regular nuestra obediencia; las promesas, para animarnos y
reconfortarnos; y las amenazas, para aterrarnos, para acudir nuevamente a Cristo, para bendecir a
Dios por nuestro escape, y para estimular nuestro deber» 4.

4. Escucha con humildad y examinándote seriamente. ¿Me examino humildemente cuando se


predica la palabra de Dios? ¿Tiemblo ante su impacto (Is 66:2)? ¿Cultivo un espíritu humilde y
sumiso, recibiendo la verdad de Dios como un discípulo, y estando íntimamente consciente de mi
propia depravación? ¿Me examino seriamente cuando se predica, escuchando para mi propia
instrucción en vez de hacerlo para la instrucción de otros? No debemos responder como Pedro,
que dijo a Jesús: «Señor, ¿y este, qué?». Debemos oír a Jesús amonestándonos: «¿a ti, qué? Tú,
sígueme» (Jn 21:21–22). Cuando se nos presentan las marcas de la gracia, debemos preguntar:
¿experimento yo estas marcas? ¿Escucho las verdades de Dios deseando ser amonestado o
corregido en mis extravíos? ¿Me entusiasma que la palabra de Dios sea aplicada a mi vida? ¿Oro
para que, como dijo Robert Burns, el Espíritu aplique su palabra a mis «ocupaciones y
emociones» 5?
Cuando un doctor te dice cómo mantener tu salud o la de tus hijos, ¿no escuchas
cuidadosamente para poder seguir sus instrucciones? Cuando el médico celestial te da
instrucciones divinas para tu alma, ¿no deberías escuchar con la misma atención para seguir sus
instrucciones en tu vida?
Cómo practicar la palabra predicada 4

Los teólogos de Westminster dijeron: «De quienes oyen la palabra predicada se requiere que la
[…] mediten y la consideren en sus corazones; y que produzcan el fruto de ella en sus vidas»
(Catecismo mayor, pregunta 160). La palabra escuchada debe también ser practicada. Estas son
algunas maneras de hacerlo:

1. Esfuérzate por retener lo oído y orar por ello. Hebreos 2:1 dice: «Por tanto, debemos prestar
mucha mayor atención a lo que hemos oído, no sea que nos desviemos». Thomas Watson dijo
que no deberíamos dejar que los sermones pasen por nuestras mentes como el agua pasa por un
colador. Escribió: «Nuestras memorias deberían ser como el cofre del arca, donde se guardaba la
ley» 1. Joseph Alleine dijo lo siguiente como una manera de recordar la palabra predicada: «Ven
de tus rodillas al sermón; y vuelve a tus rodillas desde el sermón» 2. Mucha gente considera útil
tomar apuntes para retener la enseñanza del sermón. Una anciana me dijo: «Tomo
minuciosamente apuntes de los sermones. Cuando doblo mis rodillas el domingo en la noche,
pongo mis apuntes delante, subrayo las cosas que debería esforzarme por practicar, y luego oro
por cada una». A muchas personas, tomar apuntes les ayuda a recordar formas específicas en que
Dios desafía sus corazones. Sin embargo, debemos reconocer que tomar apuntes no es para
todos. A algunos, escribir les impide escuchar activamente porque los hace perder el hilo de las
ideas. En tal caso, tomar apuntes hace más daño que bien. Haz lo que sea que te ayude a recordar
y orar por los sermones que oyes.

2. Familiarízate con las verdades que has oído. La Guía de Westminster para el culto público
aconseja a los padres llevar a cabo un «repaso de los sermones, especialmente llamando a sus
familias a dar cuenta de lo oído» 3. Cuando llegues a casa desde la iglesia, ten una conversación
edificante y práctica con tus seres queridos sobre el sermón que han oído. Hablen del sermón con
palabras que aun el menor de tus hijos pueda entender. Anima a tus hijos a tomar apuntes del
sermón. Mi esposa y yo hemos adiestrado a nuestros hijos para tomar apuntes desde que tenían
siete años. Cada domingo, después del último servicio, leemos esos apuntes como familia y
vamos comentando los sermones. A veces, las conversaciones ayudan a nuestros hijos más que
los sermones mismos. Continúa intentando hacer esta revisión de los sermones dominicales aun
cuando la conversación no produzca los resultados deseados. Es mejor quedarse corto que no
intentarlo en absoluto. Además, comenta los sermones con otros creyentes; Dios bendice esa
clase de compañerismo. Malaquías 3:16 dice: «Entonces los que temían al Señor se hablaron
unos a otros, y el Señor prestó atención y escuchó, y fue escrito delante de Él un libro memorial
para los que temen al Señor y para los que estiman su nombre».
Comparte algunas de las lecciones que estás aprendiendo de la palabra. A medida que
hables con otros, estas lecciones los ayudarán y asimismo se arraigarán más en tu propia mente.
Proverbios 27:17 dice: «El hierro con hierro se afila, y un hombre aguza a otro».
No participes de conversaciones frívolas y mundanas tras el sermón. Las conversaciones
superficiales sobre política, personas, deportes, o eventos noticiosos son la forma en que Satanás
envía sus buitres a arrancar la buena semilla de la Palabra. En lugar de eso, habla de la Biblia, de
Cristo, del alma, y del mundo externo en la medida en que se aplique al sermón. Y cuando
hables de este, evita hacerlo con un espíritu crítico. No juzgues el sermón con severidad. Un
espíritu así enfría la vida espiritual. No hables de lo que faltó, sino concéntrate en lo que sí se
dijo. Escucha con un espíritu amoroso, convirtiendo cualquier decepción sobre la predicación en
peticiones y no críticas.
Y lo más importante, familiarízate personalmente con el sermón meditando en privado sobre
lo que has oído en público. Pablo escribió a los corintios: «Ahora les hago saber, hermanos, el
evangelio que les prediqué, el cual también ustedes recibieron, en el cual también están firmes,
por el cual también son salvos, si retienen la palabra que les prediqué» (1Co 15:1–2). La
meditación nos ayuda a digerir la verdad y personalizarla. Un sermón correctamente meditado
con la ayuda del Espíritu Santo será más provechoso que semanas de sermones no aplicados.
Medita en cada sermón como si fuera el último que oirás, porque bien podría ser así. Si estudiar
el texto en privado te ayuda a meditar, por favor toma el tiempo de hacerlo. Lee comentarios
sobre el texto tales como los de Juan Calvino, Matthew Henry, Matthew Poole, y autores
contemporáneos que expongan las Escrituras en forma sana y diestra. Finalmente, ora por el
mensaje y aplícalo a tu vida.

3. Lleva el sermón a la acción. El sermón no termina cuando el predicador dice «Amén». Más
bien, allí es cuando el verdadero sermón comienza. Según una antigua historia escocesa, una
esposa le preguntó a su marido si el sermón había llegado a su fin. «No», contestó él, «Ha sido
pronunciado, pero aún debe alcanzar su fin». Busca siempre vivir los sermones que escuchas,
aun si eso significa negarte a ti mismo, cargar tu cruz, o sufrir por causa de la justicia. Escuchar
un sermón que no reforme tu vida jamás salvará tu alma.
Santiago 1:22–25 nos dice: «Sean hacedores de la palabra y no solamente oidores que se
engañan a sí mismos. Porque si alguien es oidor de la palabra, y no hacedor, es semejante a un
hombre que mira su rostro natural en un espejo; pues después de mirarse a sí mismo e irse,
inmediatamente se olvida de qué clase de persona es. Pero el que mira atentamente a la ley
perfecta, la ley de la libertad, y permanece en ella, no habiéndose vuelto un oidor olvidadizo sino
un hacedor eficaz, este será bienaventurado en lo que hace». Demasiadas personas escuchan un
sermón, se miran en el espejo de la palabra, y salen de la iglesia reconociéndose culpables, pero
el lunes por la mañana abandonan todas las verdades que han oído. ¿Qué valor tiene una mente
llena de conocimiento cuando no va acompañada de una vida igualmente fructífera?
Escuchar de verdad significa aplicar la palabra de Dios. Si no practicas la palabra de Dios
después de oírla, no has escuchado verdaderamente el mensaje de Dios. Tal como la semilla que
cae en tierra buena produce fruto, la persona que de verdad entiende la palabra produce fruto en
su vida.
Muchas personas no viven las verdades bíblicas que oyen. Estas son algunas de las razones
que lo explican:
• No tienen fe salvadora. Como dice 2 Tesalonicenses 3:2, «no todos tienen fe». Algunas
personas se oponen al evangelio por incredulidad y rebelión, otras permanecen indiferentes,
y otras que son demasiado perezosas espiritualmente para preocuparse, no reciben «el amor
de la verdad para ser salvas» (2Ts 2:10). Debemos preguntarnos: ¿soy un cristiano de
verdad? ¿Es posible que no esté progresando en practicar la palabra de Dios porque nunca
he sido salvo?
• Aman demasiado el pecado. El autor de Hebreos habla de los placeres del pecado. A
menudo oigo personas decir: «Sé que esto no está bien, pero sencillamente es así como hago
las cosas». O se excusan, diciendo: «simplemente no puedo dejarlo», o «podría estar
haciendo algo peor».
• Suprimen lo que oyen. Ahogan las acusaciones provenientes de Dios, y apagan la voz de
la conciencia con carnalidad y ocupaciones.
• Se concentran más en el predicador que en aplicar el sermón. A menudo estas personas se
dedican más a cambiarse de iglesia que a dar testimonio cristiano. Para tales personas, es
especialmente apropiado el consejo de John Newton:

Lo que he observado de muchos que, inoportunamente, corren de un lugar a otro en


busca de nuevos predicadores, me ha recordado Proverbios 27:8: «Como pájaro que
vaga lejos de su nido, así es el hombre que vaga lejos de su hogar». Tales oyentes
inestables rara vez prosperan: habitualmente presumen de ser sabios; tienen la cabeza
llena de opiniones; su espíritu se vuelve árido, crítico, y censurador; y están más
centrados en discutir sobre quién predica mejor que en obtener beneficio de lo que
oyen. Si en verdad pudieras hallar a un hombre que tuviera en sí mismo el poder de
administrar bendición a tu alma, podrías seguirlo de un lugar a otro, pero como la
bendición está en las manos del Señor, es más probable que la recibas esperando donde
su providencia te haya colocado y donde él se haya encontrado contigo antes 4.

• No obedecen la voz de Dios. El primer amor de un cristiano motiva un ardor. Sin embargo,
cuando ese primer amor se escurre, algunos creyentes empiezan a recaer. Muchos vacilan
porque nunca se les dijo cómo obedecer la palabra. Nunca se les enseñó cómo ser
amorosos, perdonadores, y santos, o cómo manifestar los frutos del Espíritu (Gá 5:22–23).
Sin embargo, la Biblia habla mucho de obedecer a Dios, hacer el bien, y no cansarse de
hacer el bien. En Romanos 12, Pablo instruye a la iglesia sobre la conducta cristiana. La
carta de Santiago nos habla sabiamente de cómo usar la lengua, hacer buenas obras, y seguir
la voluntad de Dios. ¿Cómo podemos poner en práctica lo que la palabra de Dios nos
ordena hacer? A continuación hay algunas directrices para practicar la vida cristiana.

1. Escucha con atención sermones que nos enseñan cómo vivir. Al igual que los creyentes de
Berea, estudia las Escrituras para ver si lo que oyes es verdad. Escucha con discernimiento.
Cuando tengas la convicción de que un mensaje es bíblico, pregúntate: ¿cómo puedo poner este
sermón en práctica? Quizás acabas de oír un sermón sobre la necesidad de huir de ciertos
pecados. Pregúntate: ¿cómo puedo evitar los pecados que se han señalado? ¿Qué pasos debo
dar? O quizás acabas de oír un sermón sobre por qué los cristianos deben hablar a otros de
Cristo. Te acabas de convertir y nunca has hablado de Cristo a tus padres. Pregúntale al Señor
qué debes decir, piensa en cómo hacerlo, y luego ora por la oportunidad para hablar.

2. Pide consejo a cristianos mayores o con más experiencia. Habla de la vida cristiana con
personas espiritualmente maduras. Por ejemplo, pregúntale a alguien: ¿qué significa amar a
nuestros enemigos? Deja que te explique lo que significa para ella.
Si aun después de estudiar la Biblia, consultar con creyentes maduros, y examinar tu propia
conciencia y motivos, no sabes hacia dónde Dios te está guiando, retrocede. Pregúntate: ¿cuál es
el mandamiento global de Dios para todas mis acciones? ¿No es que debo amar a Dios sobre
todas las cosas y a mi prójimo como a mí mismo (Mt 22:37–39)? Darte cuenta de eso te alejará
del amor proveniente de ti mismo o del diablo y te llevará a un amor centrado en Dios.
Amar a Dios y a nuestro prójimo impone una vida de servicio. Quienes en verdad aman a
Dios sirven a Dios y a su prójimo, porque así es como Cristo vivió en esta tierra. Cristo dejó su
gloria de lado para despojarse y ser un siervo de su Padre y de los pecadores (Fil 2:6–8).
Practicar las verdades que oímos nos hace más semejantes a él.

3. Agradece a Dios por todo lo que recibes de los sermones. Glorifica a Dios cuando seas capaz
de poner su instrucción en práctica. Me temo que, a menudo, recibimos poco porque no
recibimos con gratitud. El Catecismo de Heidelberg afirma que «Dios dará su gracia y su Espíritu
Santo a solamente aquellos que, con sinceros deseos, los pidan continuamente de él, y sean
agradecidos por ellos» (pregunta 116) 5.

4. Apóyate en el Espíritu Santo. Ruega a Dios que la palabra venga acompañada de la bendición
eficaz del Espíritu Santo (Hch 10:44). Bajo dicha bendición, la palabra predicada será un poder
transformador en nuestras vidas. Si ignoramos estas instrucciones, la palabra predicada llevará a
nuestra condenación. Como escribió Thomas Watson, «La palabra será eficaz de una forma u
otra: si no hace que tu corazón sea mejor, hará que tus cadenas pesen más» 6.
En Lucas 8:18, Jesús nos advierte: «Por tanto, tengan cuidado de cómo oyen; porque al que
tiene, más le será dado; y al que no tiene, aun lo que cree que tiene se le quitará». En el día del
juicio, a los oyentes desatentos les serán quitados todos los medios de gracia. Será demasiado
tarde para que oigan otro sermón. El mercado de la gracia gratuita se habrá cerrado para siempre,
y la puerta del arca de Dios estará eternamente cerrada.
Por otro lado, si hemos aprendido a ser oidores y hacedores de la palabra de Dios,
recibiremos mucho en esta vida. Una verdad correctamente recibida y practicada pavimenta el
camino para más verdades cristianas. Con el tiempo, practicar aquellas verdades lleva a los
creyentes a la plenitud de Cristo. Crecerán en la gracia y en el conocimiento de Cristo hasta que
aparezcan en Sion, llenos de la plenitud de Dios.
¿Cómo podemos saber si el Espíritu de Dios nos está aplicando la palabra? Podemos saberlo
observando lo que precede, acompaña, y sigue a esa aplicación. El Espíritu, antes de aplicar,
hace espacio para la palabra en nuestras almas. Luego, gracias a su aplicación, experimentamos
una sensación de rectitud y poder —ya sea el susurro de la brisa apacible del evangelio (1R
19:12) o el trueno del Sinaí (Éx 19:16)—. Eso nos persuade de que estamos recibiendo
exactamente lo que necesitamos para nuestras almas. Y lo más importante, cuando Dios aplica su
palabra a nuestras almas, se hace evidente en nosotros «el fruto de justicia que es por medio de
Jesucristo, para la gloria y alabanza de Dios» (Fil 1:11). Nuestra antigua naturaleza es hecha
morir y el pecaminoso culto del yo empieza a disminuir; nuestra nueva naturaleza es estimulada
y la presencia de Cristo en nuestras vidas aumenta. Si tal evidencia de la obra del Espíritu no está
presente en nosotros, sabemos que la palabra no se está usando con provecho. «Porque por el
fruto se conoce el árbol», dice Mateo 12:33b. Estos frutos incluyen una verdadera conversión
(Sal 19:7a), sabiduría (Sal 19:7b), gozo (Sal 19:8a), paz (Sal 85:8), dulzura (Sal 119:103),
libertad (Jn 8:31–32), alabanza (Sal 119:171), y luz para el moribundo (Sal 19:8b).
¿Eres un oyente activo de la palabra de Dios? ¿Practicas esa palabra? ¿O escuchas los
sermones con poco entusiasmo? Si es así, arrepiéntete de tu pecado y comienza a escuchar
activamente la palabra. No basta con que asistas a la iglesia. Debes ser un oyente y un hacedor
activo de la palabra. Thomas Watson advierte a los oyentes tibios: «Es aterrador el caso de
aquellos que se van al infierno cargados de sermones» 7.
Si toda tu vida has sido un oyente poco entusiasta, recuerda la parábola que Jesús contó
sobre los dos hijos cuyo padre les pidió trabajar en su viña. El primer hijo dijo que iría, pero
cuando llegó el momento, no fue. El segundo hijo rechazó a su padre, pero después se arrepintió:
regresó a la viña y trabajó para su padre. Si tú no has escuchado la instrucción del Padre, regresa
a él arrepentido y con humildad. Busca su gracia para oír, obedecer, y poner en práctica la
palabra de Dios.
«Por tanto, tengan cuidado de cómo oyen».
LA ASISTENCIA A LAS REUNIONES
DE ORACIÓN

«Todos estos estaban unánimes, entregados de continuo


a la oración junto con las mujeres, y con María la madre de Jesús,
y con sus hermanos».
— Hechos 1:14
La necesidad de las reuniones
de oración 5

«Mientras la reunión de oración no ocupe un lugar más alto en la estima de los cristianos, jamás
veremos mucho cambio para mejor en nuestras iglesias en general». Así escribió Charles
Spurgeon en su famosa exposición «Solo una reunión de oración» 1.
Al decir «la reunión de oración», Spurgeon se refería a un encuentro formal de miembros de
una congregación cristiana, en momentos establecidos, con el propósito de orar unidos. Tales
reuniones son el foco de este artículo. Por esta razón, en lo que sigue hablaré de «oración
colectiva» (o «congregacional») para referirme a esas reuniones distinguiéndolas de los servicios
formales de adoración.
En Norteamérica, las reuniones de oración están pasando momentos difíciles. Hoy, menos
del diez por ciento de los miembros se reúnen para orar en iglesias que alguna vez tuvieron
reuniones vivas y guiadas por el Espíritu. En muchas iglesias, las reuniones de oración se han
vuelto frías y aburridas. Otras iglesias nunca han desarrollado la tradición de reunirse
regularmente para orar como congregación.
Lewis Thompson escribió correctamente: «Si es cierto que la piedad concreta de una iglesia
no supera lo que se observa en la reunión de oración — entendiendo que esta, como un
barómetro, registra fielmente todos los cambios en la vida espiritual—, entonces es seguro que la
atención prestada por el pastor y su gente a la conducción de la reunión de oración jamás será
demasiada» 2.
Es tiempo de reestudiar la importancia de las reuniones de oración, porque la iglesia que no
ora junta de manera ferviente no puede esperar experimentar reforma o avivamiento. ¿Hemos
olvidado que las iglesias de la época de la Reforma solían llevar a cabo servicios diarios de
predicación y oración? ¿Es sorprendente que, en el último medio siglo, la fe reformada haya
experimentado más avivamiento en Corea que en casi cualquier otro lugar del mundo, cuando
los cristianos allí se reúnen para orar las 365 mañanas del año (a las 5 en verano y a las 6 en
invierno)? Observemos más de cerca las reuniones de oración; específicamente su justificación
bíblica, su historia, sus propósitos, y su implementación como reuniones congregacionales
regulares. Que Dios nos convenza de que perdimos nuestro primer amor en cuanto a la oración y
nos ilumine para recordar de dónde hemos caído, cómo deberíamos arrepentirnos, y cómo
podemos volver a hacer las primeras obras (Ap 2:4–5).
La base bíblica de las reuniones
de oración 6

La base de la oración colectiva se arraiga en la Escritura. En su libro sobre la historia de las


reuniones de oración, J. B. Johnston afirma que las raíces de la oración colectiva están en
Génesis 4:26, donde leemos: «Por ese tiempo comenzaron los hombres a invocar el nombre del
Señor». Johnston escribe: «Movidos por la gracia, los hombres, así entonces como ahora,
disfrutaban de la oración social, y en consecuencia, el poder de esta los guiaba para practicarla
como hoy» 1.
Los patriarcas también participaron de la oración colectiva. Génesis 21:33 dice que
Abraham «plantó un tamarisco en Beerseba, y allí invocó el nombre del Señor, el Dios eterno».
Esa clase de oración grupal en bosquecillos, a menudo llamados «proseuchas» (lugares de
oración distintos a los altares sacrificiales), continuó a lo largo del período patriarcal, aunque más
tarde se le dio un mal uso, idolátrico (Dt 16:21). David y sus amigos participaron de la oración
colectiva (Sal 4:13–14; 66:16) como asimismo los judíos devotos en Babilonia (Sal 137:1– 2). En
Nehemías 9, al menos once levitas se turnaron para orar y confesar los pecados al Señor delante
de los hijos de Israel (vv. 4–5). Aun los marineros que arrojaron a Jonás por la borda invocaron
primero colectivamente el nombre del Señor (Jon 1:14).
Malaquías 3:16–17 afirma la importancia de reunirse en busca de compañerismo espiritual,
dentro del cual la oración muy probablemente jugaba un rol: «Entonces los que temían al Señor
se hablaron unos a otros, y el Señor prestó atención y escuchó, y fue escrito delante de él un libro
memorial para los que temen al Señor y para los que estiman su nombre». A partir de este texto,
John Brown de Haddington concluyó que a Dios le complace totalmente la oración colectiva.
Dijo que Dios «escucha atentamente, y oye, y registra honrosamente lo que se dice; y estima y
perdona a los que prestan atención conscientemente» 2.
El Nuevo Testamento continúa modelando la oración colectiva. Los servicios de oración se
llevaban a cabo cada mañana en las sinagogas de los judíos y en el templo, pero más importante,
Jesús lideró frecuentemente a sus discípulos en oración grupal, tanto antes de su muerte (Lc 9:18)
como después de su resurrección (Jn 20:19, 26). Getsemaní parece haber sido uno de los lugares
favoritos de Cristo para orar (Jn 18:1–2).
Jesús mismo provee un mandamiento explícito para las reuniones de oración en Mateo
18:19–20: «si dos de ustedes se ponen de acuerdo sobre cualquier cosa que pidan aquí en la
tierra, les será hecho por mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres reunidos
en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos». El verbo griego que se usa aquí para decir
«ponerse de acuerdo» es συμφωνέω (sumphōneō), que significa «sonar juntos». Esta palabra se
usa frecuentemente para describir la armonía de instrumentos musicales que suenan juntos, lo
cual da origen a la palabra «sinfonía». Jesús dice que, si expresas peticiones junto con otros
creyentes, él hará lo que pidan, si lo hacen de acuerdo con la voluntad de él (1Jn 5:14). En un
sermón titulado «La reunión social de oración», predicado en 1844, Edwin F. Hatfield de Nueva
York dijo que el texto de Mateo sugiere que «dos o más almas, orando juntas, tienen mucha más
razón para esperar éxito que si oran separadamente por las mismas cosas» 3.
Peter Masters va un paso más allá afirmando que, en Mateo 18:19–20, Cristo no solo nos
hace una promesa, sino que también nos da un mandato. Escribe: «Cuando el Señor pronunció
estas palabras, estaba instruyendo a los discípulos en asuntos de la iglesia —particularmente el
procedimiento para tratar con la mala conducta—. No se dirigía a un puñado casual de creyentes
como quien daba una oportunidad opcional de orar a quienes querían reunirse informalmente
(aunque su promesa ciertamente incluye esto). Estaba dando instrucciones oficiales a sus iglesias.
Estaba inaugurando el deber de la oración colectiva» 4.
En el libro de Hechos, la práctica de la iglesia del Nuevo Testamento refuerza especialmente
el mandato de las reuniones de oración. Hechos 1 y 2 nos muestran que la reunión de oración de
la iglesia, bendecida por el Espíritu, dio origen a Pentecostés. Tras la ascensión de Jesús al cielo,
los discípulos continuaron fervientemente en oración hasta que el Espíritu fue derramado: «Todos
estos estaban unánimes, entregados de continuo a la oración junto con las mujeres, y con María
la madre de Jesús, y con sus hermanos» (Hch 1:14). En Pentecostés, 3000 se convirtieron como
fruto de que los discípulos expresaron colectivamente sus peticiones y anhelos. Después de
Pentecostés, los discípulos continuaron resueltamente en «las enseñanzas de los apóstoles, la
comunión, el partimiento del pan y la oración» (2:42). Cuando Satanás afligió a la iglesia inicial
con una persecución intensa, la iglesia del Nuevo Testamento se reunió para orar como
congregación hasta que el Señor oyó sus clamores y los llenó de valentía para seguir predicando
(4:24–31). Hechos 4:24 dice: «unánimes alzaron la voz a Dios». La palabra griega usada aquí
significa realmente «un concierto de voces».
No obstante, la persecución volvió a propagarse con furia. Cuando Jacobo fue decapitado y
Pedro encarcelado, los creyentes buscaron una vez más la guía de Dios en reuniones de oración.
Durante ocho días, oraron con fervor en varios lugares diferentes hasta la hora en que Pedro
había de ser ejecutado. El Señor, entonces, intervino de manera extraordinaria enviando un ángel
para liberar al apóstol (Hch 12:7). Tan pronto como Pedro fue liberado de la cárcel, acudió
directamente a la reunión de oración. Obviamente, él sabía dónde estarían reunidos los creyentes.
La iglesia, de manera muy similar a como sucede hoy con nosotros, apenas pudo creer que Dios
había respondido sus oraciones y traído a Pedro de regreso ileso (v. 16).
En Hechos 13, cuando la iglesia se expandía, ciertos profetas y maestros de Antioquía,
incluyendo a Bernabé y otros líderes destacados, ministraban, ayunaban, y oraban juntos.
Mientras participaban de ello, el Espíritu Santo reveló que quería que Bernabé y Saulo fueran
apartados para su obra misionera (vv. 1–2). El versículo 3 dice: «Entonces, después de ayunar,
orar y haber impuesto las manos sobre ellos, los enviaron». El erudito del griego A. T. Robertson
afirma que el original en realidad habla de «muchos rostros vueltos hacia arriba». Lo que se
retrata aquí son numerosos rostros que, mirando hacia arriba unidos, apelan a Dios en el cielo.
Pablo reconocería más tarde que las oraciones de los santos fueron una de las razones más
importantes que le permitieron perseverar en el ministerio (2 Corintios 1:8–11).
Hechos 16 nos cuenta cómo la primera iglesia de Europa nació en una reunión de oración
de mujeres, cuando el corazón de Lidia se abrió al mensaje del evangelio (Hch 16:13–15). Más
tarde, una noche, Pablo y Silas sostuvieron una reunión de oración en la cárcel. Mientras los
discípulos «oraban y cantaban himnos a Dios», otros prisioneros escuchaban (Hch 16:25). Dios
respondió esas oraciones enviando un terremoto que puso a Pablo y Silas en libertad. El carcelero
y su familia se convirtieron; el evangelio triunfó, y la iglesia fue reconfortada (vv. 26–40). Dios
confirmó una vez más que él bendice las reuniones de oración.
Las cartas del Nuevo Testamento también recomiendan las reuniones de oración. Johnston
dice que, probablemente, Efesios 5:19 y Colosenses 3:16 se refieren a reuniones de oración.
Aunque estos textos están sujetos a diversas interpretaciones, en las epístolas hay otros ejemplos
de iglesias del Nuevo Testamento que parecen haber orado colectivamente, tales como las
iglesias de Aquila, Ninfas, y Filemón (1Co 16:19; Col 4:15; Flm 12). Las epístolas también
fomentan la oración colectiva usando reiteradamente la segunda persona del plural cuando
llaman a los creyentes a la oración (Ef 6:18; Fil 4:6; Col 4:2; 1Ts 5:17; 1Ti 2:1–2; 1P 4:7).
La práctica de la iglesia del Nuevo Testamento muestra que las reuniones de oración
deberían apoyar las asambleas de adoración establecidas en lugar de competir con ellas. Las
reuniones de oración cumplen la función importante pero auxiliar de congregar a la iglesia en
torno a la proclamación de las Escrituras.
La historia de las reuniones de oración 7

Las reuniones de oración han sido una parte clave del cristianismo evangélico a lo largo de la
historia de la iglesia. Sin embargo, no siempre han sido conducidas de la misma forma ni
designadas con el mismo nombre. Algunas han llevado a la formación de sociedades formales de
oración o a acuerdos mundiales de oración.
A través de los años, las reuniones de oración han influido particularmente en tiempos de
persecución y de avivamiento. En períodos de persecución, la iglesia ha sido frecuentemente
forzada a reunirse en hogares privados tanto para la adoración congregacional como para la
oración colectiva. Ocurrió así tanto con la iglesia antigua de las catacumbas como con grupos
posteriores como los valdenses, los lolardos, los husitas y los hugonotes 1.
En los tiempos de la Reforma, los soldados llevaban frecuentemente a cabo reuniones de
oración. Johnston comenta: «Estas reuniones de oración realizadas por los soldados de la
república holandesa ya en los tiempos de Guillermo el Taciturno, príncipe de Orange, tienen
mucha relación con toda la ola de libertad civil y religiosa que nosotros disfrutamos hoy. Si
rastreamos los orígenes de la libertad norteamericana —todo lo que tiene de noble y cristiana— a
través de cualquier línea histórica posible (hasta los puritanos ingleses, hasta Holanda o hasta los
presbiterianos escoceses), hallaremos que su cuna es la reunión de oración» 2.
Durante la persecución llevada a cabo por los Estuardos en Escocia, pequeños grupos se
reunieron en oración para ayudar a los creyentes a mantener la fe y el valor. Continuaron
reuniéndose hasta la Revolución gloriosa de 1688, y luego, los creyentes siguieron reuniéndose
regularmente para orar durante la semana en sus hogares. En ese tiempo, los grupos solían
organizarse por género —hombres y mujeres se reunían por separado—. Generalmente, los
pastores se reunían entre ellos. Algunos pastores realizaban sesiones de oración con los niños de
sus congregaciones. Según Arthur Fawcett, hay abundante evidencia de que, a menudo, las
reuniones de oración de niños eran «llevadas a cabo por los propios niños» 3. En estos grupos, los
niños aprendían a orar en voz alta públicamente sin avergonzarse. Más tarde, muchos de esos
niños llegaron a ser pastores o presbíteros gobernantes de iglesias cristianas.
Algunos grupos de oración fueron organizados formalmente como «sociedades de oración»
por los «covenanters» escoceses. Dichas sociedades suplieron las necesidades de los covenanters
cuando estos tuvieron escasez de pastores para organizar los lazos de sus iglesias.
Posteriormente, las sociedades de oración se hicieron más sistemáticas, y a menudo, con
requisitos de membresía estrictos. Por ejemplo, en 1714, Ebenezer Erskine y otros dieciséis
hombres firmaron una lista de reglas para la sociedad de oración de Portmoak en Fife, Escocia.
Ser miembro exigía asistir a las reuniones de oración al menos dos veces al mes. En cada reunión
oraban tres a seis miembros. Cada semana se abordaba una pregunta de «teología práctica», y los
miembros votaban para elegir qué pregunta se discutiría la semana siguiente. Si un miembro
faltaba a dos o más reuniones seguidas, debía dar una explicación. Después de varias ausencias
injustificadas, se pedía a ese miembro que abandonara la sociedad 4.
En el siglo XVII, las reuniones de oración fueron populares en ciertas áreas de Holanda,
especialmente entre los refugiados religiosos. Fawcett cuenta de un grupo de pastores exiliados
que se reunían semanalmente para orar. En una reunión, el puritano John Howe, conocido por
sus grandes dones de intercesión, oró con tal fervor que comenzó a sudar intensamente. Su
esposa llegó por detrás, le quitó la peluca, le secó el sudor con un pañuelo, y le volvió a poner la
peluca —todo mientras él seguía orando—. Más o menos en la misma época, James Hog, quien
más tarde fuera ministro de Carnock, escribió que, cuando él estudiaba en una de las
universidades holandesas, se reunió con muchos que formaban sociedades religiosas y
«derramaban sus corazones ante el Señor en oración unánime» 5.
Las reuniones de oración fueron especialmente influyentes en tiempos de avivamiento. El
avivamiento de la década de 1620, en Irlanda, fue impulsado por reuniones de oración 6, y así
también lo fueron los avivamientos de la década de 1740. Dos generaciones antes, Josiah
Woodward había publicado An Account of the Rise and Progress of the Religious Societies in the
City of London, que describía cuarenta grupos de oración diferentes en Londres 7. A medida que
los avivamientos se extendían, las reuniones de oración se multiplicaban. Thomas Houston
escribe en The Fellowship Prayer Meeting: «Los avivamientos que, bajo el ministerio de Wesley y
Whitefield, se produjeron en diversas partes de Inglaterra, llevaron al establecimiento de
reuniones sociales de oración; y en este período, cuando tanto dentro como fuera de la clase
dirigente nacional todo estaba bajo el letargo de la muerte espiritual, esta organización fue un
medio poderoso para impulsar a las mentes fervientes a ir tras los intereses eternos» 8.
Las reuniones de oración influyeron también en los avivamientos del siglo XVIII en
Escocia. Antes del avivamiento de 1742, habían surgido numerosas sociedades de oración. En
1721, se estableció una sociedad en Kilsyth; floreció por algunos años, luego murió en la década
de 1730, pero resucitó en 1742 justo antes de que estallara el avivamiento. Durante las reuniones,
había oraciones públicas, canto de salmos, lectura bíblica, y diálogo basado en preguntas del
estudio de Thomas Vincent sobre el Catecismo menor 9.
Durante el Gran avivamiento de Escocia, las reuniones de oración empezaron
frecuentemente con niños y luego se extendieron a los adultos. Por ejemplo, en la parroquia de
Baldernock, un maestro de escuela permitió a cuatro estudiantes reunirse solos para orar y cantar
salmos. Según The Parish of Baldernock, «En el transcurso de dos semanas, diez o doce [niños]
más experimentaron avivamiento y una profunda percepción de su culpa. Algunos no tenían más
de ocho o nueve años, y otros, doce o trece. Estaban tan entregados a la “única cosa necesaria”
que se reunían tres veces al día —por la mañana, al mediodía, y por la noche—». Los adultos,
entonces, comenzaron a hacer reuniones de oración dos o más veces por semana. En las
reuniones hubo muchas conversiones, tanto de adultos como de niños.
El fervor se propagó rápidamente a otras parroquias. The Parish of Kirkintillock informa:
«En abril de 1742, se vio a unos dieciséis niños de la ciudad reunirse en un granero para orar. El
señor Burnside [pastor de ellos] lo oyó, se reunió frecuentemente con ellos, y siguieron haciendo
progresos. Cuando esto se informó, impresionó a muchos más. Pronto, unos ciento veinte [niños]
experimentaron un interés fuera de lo común, y como solía suceder, se formaron sociedades de
oración».
La reacción de Johnston ante ese avivamiento fue validar y apoyar las oraciones de los
niños. Preguntó: «¿Por qué no alentar las reuniones de oración de los niños? ¿Por qué no podría
Dios aún perfeccionar las alabanzas a la gloria de su gracia provenientes de la boca de los bebés?
10
.
Jonathan Edwards también alentó la oración de los niños. Al responder las objeciones
hechas por algunos críticos a las reuniones de oración de niños, escribió: «Dios, en esta obra, ha
mostrado tener en singular estima a los niños pequeños. Jamás hubo entre los infantes una obra
tan gloriosa como la que se ha visto últimamente en Nueva Inglaterra. A Dios le ha placido, de
una manera maravillosa, perfeccionar la alabanza de las bocas de los chiquitos y de los que
maman; y en comparación con los grandes y los entendidos del mundo, muchos de ellos poseen
más del conocimiento y la sabiduría que le agradan y hacen aceptable su adoración. He visto
muchos efectos positivos de las reuniones religiosas de los niños, y en estas, Dios ha parecido
con frecuencia hacerlos suyos y descender realmente del cielo para estar entre ellos. He conocido
varios casos probables de conversiones de niños en tales reuniones» 11.
En 1747, Edwards publicó el libro que se conoce como An Humble Attempt 12. Edwards dijo
que las razones que lo motivaron a escribir sobre el «acuerdo de oración» fueron dos: primero, se
dio cuenta de que los avivamientos de mediados de la década de 1730 y principios de la década
de 1740 no se repetirían mientras el pueblo de Dios no orara fervientemente por un avivamiento;
y segundo, quiso dar más apoyo teológico a un documento escrito por algunos pastores
escoceses titulado simplemente Memorial.
David Bryant nos cuenta la historia del Memorial: «Provenientes de muchas sociedades de
oración que, hacia 1740, ya funcionaban en Escocia, especialmente entre los jóvenes, hacia 1744
un comité de pastores resolvió que era hora de hacer más. Decidieron probar un “experimento”
de dos años que, mediante una estrategia de oración común, uniría a todos los grupos de oración
y a todos los cristianos que oraran en su nación. Pidieron que, cada noche de sábado y cada
mañana de domingo, así como también el primer martes de cada trimestre, se orara
específicamente por un avivamiento. Hacia 1746, estaban tan satisfechos con el impacto de su
experimento que redactaron un llamado a la oración (Memorial) para la iglesia en todo el mundo,
especialmente en las colonias. No obstante, esta vez el “acuerdo de oración” duraría siete
años» 13.
Citando Zacarías 8:20–22, Edwards dijo que las ricas promesas de Dios nos alientan a
esperar un gran éxito de la oración colectiva, y en especial, de los acuerdos mundiales de
oración 14. Dijo: «Aquello que para Dios es el tema recurrente de sus promesas, el pueblo de Dios
debería convertirlo en tema recurrente de sus oraciones». Concluyó que, cuando los creyentes de
todo el mundo perseveren en acuerdos unidos de oración, Dios concederá un avivamiento fresco
que «se propagará hasta alcanzar a quienes están en las más altas posiciones y hasta despertar
naciones completas» 15.
Durante la vida de Edwards, su libro tuvo una influencia limitada. Vuelto a publicar ya
entrado el siglo XVIII, en Inglaterra, influyó en William Carey (1761–1834) y su grupo de
oración. También afectó a John Sutclif (1752–1814), un pastor bautista muy conocido en Olney
que, cada semana, dirigía reuniones de oración por avivamiento en las iglesias bautistas de la
Asociación Northamptonshire —a la cual pertenecía su iglesia—. Esas reuniones de oración se
extendieron a través de las islas británicas impactando particularmente los avivamientos del siglo
XVIII en Gales. En su libro Revival Sketches, Heman Humphrey escribe: «Uno de los
avivamientos religiosos más importantes, si consideramos sus efectos, es el que se produjo en el
“Principado de Gales” bajo Howell Harris y Daniel Rowlands. Se lo impulsó y promovió
mediante sociedades de oración y conferencias religiosas» 16. Al final, decenas de miles se
convirtieron a través de Gran Bretaña desde la década de 1790 hasta la de 1840 17.
A fines de la década de 1790, el tratado de Edwards se convirtió en un manifiesto clave para
el Segundo gran avivamiento de Norteamérica. Fue reimpreso en 1794 por David Austin, y más
tarde, ese mismo año, habiendo discutido el libro, un grupo de pastores de Nueva Inglaterra
reunidos en Lebanon, Connecticut, decidieron promover un acuerdo renovado de oración
siguiendo el plan escocés original expuesto en el tratado de Edwards. Veintitrés de estos pastores
firmaron una circular que fue enviada «a los pastores e iglesias de cada denominación cristiana
de los Estados Unidos». Luego de llevar exitosamente a cabo oraciones en muchas
denominaciones diferentes, hubo más circulares y acuerdos de oración 18.
A lo largo de las tres décadas que duró el Segundo gran avivamiento, la oración colectiva
fue ampliamente aceptada como la llave primordial de Dios para abrir la puerta del avivamiento.
Los líderes de la época, tales como Nathanael Emmons (1745–1840) y Timothy Dwight (1752–
1817), enseñaron que había un vínculo indisoluble entre las promesas de Dios y la oración. No
que la oración pudiera cambiar los propósitos de Dios, sino que, como escribió Dwight, la
oración es «el medio de procurarse bendiciones, porque sin ella, las bendiciones jamás se
obtendrán» 19 Así, como era de esperar, hubo muchos movimientos de oración tanto en el ámbito
congregacional como en acuerdos de oración más grandes y organizados por áreas geográficas.
Típicamente, estos movimientos enfatizaban orar por el derramamiento del Espíritu Santo sobre
las vidas personales, las familias, las iglesias, y la raza humana. A su vez, estas reuniones de
oración congregacionales y acuerdos de oración dieron ímpetu al establecimiento de numerosas
sociedades misioneras que procuraron valientemente llevar el evangelio a los inconversos de
Estados Unidos y a los paganos de todo el mundo. Por ejemplo, solo en la primera década del
siglo XIX se estableció la Sociedad Misionera de New Hampshire (1801), la Sociedad Misionera
del Condado de Hampshire en Massachusetts (1801), la Sociedad Misionera de Rhode Island
(1801), la Sociedad Misionera de Piscataqua (1803), La Sociedad Misionera de Maine (1807), la
Sociedad Misionera de Vermont (1807), y asimismo muchas otras sociedades misioneras
organizadas por diversos grupos denominacionales 20.
El tratado de Edwards alimentó también otros avivamientos a fines de la década de 1850.
The Power of Prayer, de Samuel Prime, explica cómo la oración colectiva dio paso al famoso
avivamiento de 1857– 1859 (a veces llamado el Tercer gran avivamiento) a través de la costa este
de los Estados Unidos, que luego se extendió hacia el oeste resultando en la conversión de
cientos de miles de personas.
Comenzando en el otoño de 1857, seis hombres se reunieron cada mediodía para orar juntos
en la sala del consistorio de una iglesia reformada de Nueva York. La oración fue el medio que el
Espíritu usó para hacer germinar las semillas del avivamiento. A principios de 1858, más de
veinte grupos de oración se reunían al mediodía en Nueva York. En Chicago, más de 2000
personas se reunían cada día para orar en el Teatro Metropolitano. El movimiento se extendió a
casi todas las ciudades más grandes de Estados Unidos, llegando más tarde a las islas británicas y
el resto del mundo. Surgieron reuniones de oración en todas partes: iglesias, campus
universitarios, hospitales, entre los marinos, en campos misioneros, y en orfanatos y colegios
universitarios. Por dar solo un ejemplo, en Hampden-Sydney College, un estudiante encontró a
otro leyendo Alarm to the Unconverted, de Joseph Alleine, y le dijo que había otros dos
estudiantes que eran adeptos a la misma literatura. Los cuatro hicieron una reunión de oración
siendo hostigados por otros compañeros. Cuando el rector oyó que los cuatro jóvenes estaban
siendo acusados de reunirse para orar, dijo con lágrimas: «Dios se ha acercado a nosotros», y él
mismo se unió a ellos en el siguiente encuentro. Un avivamiento extraordinario barrió la
universidad y sus alrededores. Pronto, más de la mitad de la universidad estaba yendo a
reuniones de oración 21. Los eruditos estiman que al menos dos millones se convirtieron en los
avivamientos de fines de la década de 1850, mientras que cientos de miles de cristianos profesos
fueron profundamente afectados 22.
En la década de 1860, Charles Spurgeon organizó reuniones de oración en el Tabernáculo
Metropolitano. La gente se reunía cada día a las 7 a. m. y a las 7:30 p. m. Más de 3000 iban a la
reunión cada lunes al final del día. Una noche, un visitante preguntó a Spurgeon cómo se
explicaba el éxito de estas reuniones. Spurgeon lo condujo al santuario, abrió la puerta, y le
permitió observar a los participantes. No era necesario agregar nada.
Los grandes avivamientos del siglo XX fueron igualmente inspirados por la oración. El
avivamiento galés de 1904–05, el avivamiento de Riga (Letonia), en 1934, y avivamientos más
recientes en Rumania y Corea, todos nacieron y fueron alimentados con oración 23. Hoy, la
mayoría de las iglesias evangélicas llevan a cabo reuniones semanales de oración, pero la oración
parece ser muy tibia. Necesitamos urgentemente que las iglesias se unan en un tipo de oración
que el Espíritu pueda usar para producir avivamiento a escala mundial.
Nuestro Día nacional de oración es un paso en la dirección correcta, pero se necesita mucho
más. En nuevos acuerdos de oración, los creyentes deberían orar fervientemente alrededor del
mundo para que el Espíritu de Dios produzca un avivamiento espiritual mundial. Oremos de todo
corazón con John Sutcliffe: «Oh, que miles de miles, en grupos pequeños, en cada una de sus
ciudades, pueblos, y aldeas, se reúnan al mismo tiempo, y en pos de un único fin, ofreciendo sus
oraciones unidas como muchas nubes de incienso en ascenso hasta el Altísimo! ¡Que él colme de
bendiciones a todas las tribus dispersas de Sion!» 24.
Los propósitos de las reuniones
de oración 8

Según John Brown de Haddington, las reuniones de oración y compañerismo cumplen los
siguientes propósitos:

1. Promover y aumentar el conocimiento de las verdades, ordenanzas, y obras de Dios


(Col 3:16; Sal 111:2).

2. Expresar y ejercitar una solidaridad mutua entre los miembros (Ro 15:1–2; Gá 6:2).

3. Provocar y animar mutuamente a la santidad y a la virtud en toda forma de


conversación (Heb 10:24–25; Ef 4:15–16).

4. Comunicar recíprocamente dones y gracias para edificación mutua (1P 4:10; Ef


4:12–13).

5. Hacer [que los miembros sean] fieles y amigables vigilantes, consejeros, y


reprensores mutuos (1Ts 5:14; Heb 3:13; 10:24).

6. Que [los miembros] puedan unirse en oración, alabanza, y otros ejercicios


espirituales (Mt 18:19–20) 1.

La lista de Brown resume el fundamento bíblico de las reuniones de oración. A tales


propósitos pueden agregarse:

7. Orar juntos es frecuentemente el medio que Dios usa para iniciar o desarrollar un
avivamiento.

8. Orar juntos aumenta el compromiso de los creyentes con el reino de Jesucristo en sus
casas, a través de la nación, y alrededor del mundo.
9. Orar juntos provee un importante oasis espiritual en medio de una semana ajetreada.
R. J. George escribe: «[La reunión] llega a medio camino entre los domingos para
detener la acelerada ola de mundanalidad y sustraer al cristiano de los exigentes
cuidados de la vida terrenal. Lo hace “sentarse en los lugares celestiales con Cristo”» 2.
Las reuniones de oración cultivan un espíritu tierno y devocional como también una
fuerza interior apacible en medio de las pruebas 3.

10. Orar juntos acrecienta la unidad de la iglesia. Como dice Johnston, en las reuniones
de oración «la unidad tiene su cuna; allí se la mece; se la instruye; en ellas se convierte
en una cuerda de tres hilos; y allí es el centro de la unidad de la iglesia, porque ese es el
suelo —el genial suelo junto a los aguas— en que la unidad hunde profundamente sus
raíces y de donde extrae su poder vital para unir en una hermandad atrayente» 4.
Peter Masters lo dice de la siguiente manera: «En la reunión de oración, la
preocupación por nosotros mismos como creyentes individuales se diluye, y nos
convertimos en un grupo de personas que anhela la bendición de otros y la prosperidad
de la causa. En la reunión de oración, se nos refina y aguza como un cuerpo unido de
personas. La reunión cimenta uniones y promueve el respeto. Nos oímos mutuamente
orar; nos subordinamos los unos a los otros; nos apreciamos mutuamente. Como dice el
antiguo dicho, sentimos mutuamente nuestros espíritus, y se estimula y ahonda nuestra
unidad y estima. Apropiándonos de una frase muy típica, la iglesia que ora unida
permanece unida» 5.

11. Orar juntos saca provecho de la vida espiritual de la iglesia para el bien de todos los
ministerios de esta. Cuando los miembros son llamados a ejercer en la oración los
dones que el Espíritu capacita en ellos, el poder espiritual generado por la reunión de
oración impregna todos los otros ministerios de la iglesia. Así, la reunión de oración
sirve como un importante vínculo que conecta el poder del Espíritu con la capacidad
humana de ser instrumentos 6.

12. Orar juntos hace que los creyentes sean más cristocéntricos. David Bryant escribe:
«La inclinación a orar es la respuesta natural de un corazón enteramente cautivado por
todo lo que Cristo es para nosotros, por nosotros, sobre nosotros, dentro de nosotros, a
través de nosotros, y delante de nosotros. En la oración, Cristo define nuestras
prioridades; es él quien abre la puerta al cielo para presentar nuestras oraciones; Cristo
nos da unidad en sí mismo mientras oramos; y él es la respuesta final a todas nuestras
oraciones. En otras palabras, la oración y la supremacía de Cristo deben caminar juntas
a perpetuidad» 7.

13. Orar juntos es una escuela de oración para toda la iglesia. El don de la oración se
desarrolla en los creyentes a medida que oyen las oraciones de los demás. Aprenden a
apreciar la especificidad de la oración, el ruego apasionado, la lucha cristocéntrica, y la
frescura de los modos de expresión. El hierro se afila con hierro. Los creyentes jóvenes
aprenden de los más viejos, y los más viejos son animados por la sinceridad de las
peticiones de los más jóvenes 8.

14. Orar juntos enriquece la oración privada. Nos hace darnos cuenta de que, debido a
las intercesiones de Cristo y de los verdaderos creyentes, cada vez que oramos estamos
entrando a una reunión de oración activa las veinticuatro horas del día. Sin duda, esto
debería aumentar nuestra expectación y nuestro fervor cada vez que oramos «en
privado».

15. Orar juntos demuestra nuestra completa dependencia del poder soberano y la
generosa bendición de Dios para todos sus ministerios y todo nuestro trabajo en su
iglesia y en su reino. Es un reconocimiento colectivo de que, sin Cristo, no podemos
hacer nada, mientras que, con él, tenemos grandes expectativas. Orar juntos nos ayuda
a dirigir nuestra vista al cielo; al Dios de la cosecha que ha prometido grandes cosas.
Enfoca nuestras mentes en bendiciones de gran escala 9.
La implementación de las reuniones
de oración 9

A continuación se sugiere un orden y una distribución del tiempo para una reunión de oración
congregacional.
• 7:30–7:45 Inicio a cargo del líder
Un líder designado por el consistorio comienza la reunión con el canto de un salmo
apropiado, una lectura bíblica corta, y una breve meditación que abunde en verdad concisa,
estimulante, y pensada para despertar a los aletargados y edificar a los espiritualmente
hambrientos. R. J. George aconseja: «En vez de hacer observaciones doctrinales o
controvertidas, apunta a que sean prácticas, experienciales, y devocionales» 1. Todo el comienzo,
incluyendo la meditación, no debería superar los quince minutos. Normalmente, el líder debería
exponer la meditación con sus propias palabras, pero ocasionalmente puede elegir leer algunos
comentarios edificantes de un autor bíblico.
• 7:45–7:50 Recepción de peticiones de oración
Durante los siguientes cinco minutos, el líder recoge las peticiones de oración (tanto
verbales como escritas). Estas deberían centrarse en la gloria de Dios y la venida de su reino.
Pueden incluir necesidades de los individuos y familias de la iglesia, iglesias específicas, la
denominación, la nación, esfuerzos evangelísticos, o algún ministerio de la iglesia. A
continuación, el líder lee la lista y anima a la gente a orar sin pausas dilatadas y lo
suficientemente alto para que otros puedan oír 2. Las peticiones privadas o triviales deberían ser
evitadas en una reunión pública. Nada enfría una reunión de oración tan rápido como las pausas
largas, las oraciones inaudibles, y las peticiones triviales.
• 7:50–8:25 Oración a cargo de los miembros
Se debería recordar a la gente que todas las oraciones necesitan la bendición del Espíritu
Santo. La oración debe ofrecerse con el espíritu correcto: arrepentimiento humilde, confesión
humilde, petición humilde, fervor humilde, y alabanza humilde. Y toda oración debería ser
pronunciada en el nombre de Jesucristo, fuera del cual ninguna oración es verdaderamente
contestada.
• 8:25–8:30 Oración de cierre y doxología
Después de aproximadamente una hora, el pastor o líder debería orar para terminar. Si se
produce un silencio excesivamente largo después de alguna oración, el líder puede decidir
terminar la reunión un poco antes. Se puede concluir cantando otro salmo o una doxología

REGLAS SUGERIDAS Y DIRECTRICES PRÁCTICAS


1. El consistorio (o consejo, o junta) debería supervisar las reuniones y seleccionar a la
persona que liderará el tiempo devocional que abrirá cada reunión. Para implementar las
reuniones se podría designar un subcomité, pero el consistorio debería seguir teniendo la última
palabra.

2. El consistorio debería proveer a los miembros de la iglesia directrices para las reuniones
de oración. Estas directrices deberían incluir una breve lista de los propósitos de las reuniones. El
documento debería alentar a toda la congregación —incluidos los niños— a asistir a las
reuniones de oración.

3. El consistorio debería enfatizar que solo los miembros profesos de la congregación


pueden liderar las reuniones u orar en ellas de viva voz. Eso evitará los problemas que una visita
podría provocar al orar sin conocer las directrices de las reuniones.

4. El lugar, la hora, y otros detalles de las reuniones deberían ser claros. Deberían estar
impresos en el boletín. El pastor, desde el púlpito, debería orar regularmente por estas reuniones
enfatizando la importancia de ellas ante la congregación. Debería, con frecuencia y
amablemente, animar a todo el rebaño a asistir a estas reuniones, enalteciéndolas sobre las demás
actividades y ministerios. Las reuniones pueden llevarse a cabo en distintos lugares de la iglesia
siempre que la acústica sea buena y haya asientos cómodos. Si se usa micrófono, debe decirse a
la gente a qué distancia de la boca hay que sostenerlo.

5. A lo largo de la reunión, las personas deberían tratarse unas a otras con humildad y
afecto. Eso significa que deben evitarse discrepancias, cuestionamientos, o expresiones
controvertidas en la oración, como también términos difíciles de entender para el miembro típico.
El tiempo de oración no debería usarse para predicar, explicar doctrina, o corregir a alguien. Una
reunión de oración no es el lugar para debatir o discutir. Estas reuniones solo edifican cuando se
concentran en necesidades comunes de oración.
6. Se debería orar por cosas grandes y pequeñas. Deberían orar por la gloria de Dios, el
crecimiento de su pueblo, la conversión de los pecadores, y un avivamiento mundial. Deberían
pedir que sus pastores, misioneros y estudiantes de teología sean ungidos por el Espíritu Santo,
que sus oficiales sean fieles, que la iglesia viva en paz y unidad, y que cada ministerio y
programa de extensión de la iglesia florezca y dé cien veces más fruto. Deberían orar por la gente
mayor, los que están solos, los enfermos, y los jóvenes; por los matrimonios en problemas, las
familias rotas, y los hijos pródigos. Deberían orar por los líderes del gobierno, por el abandono
de pecados nacionales tales como el aborto y el quebrantamiento del Día de reposo, y por un
resurgir de la verdad y la moral bíblica en la tierra.
Sin embargo, también deberían orar por peticiones más pequeñas y personales,
concentrándose en una o dos —de preferencia, no abordadas aún— a fin de que, como regla
general, sus oraciones no excedan los cinco minutos. Aquellos por los cuales se ora deberían ser
mencionados por nombre. Deberían abordarse sus necesidades específicas en forma muy similar
a como lo hizo Pablo en Romanos 16 y otras cartas 3.

7. En una congregación, las personas tienen dones diferentes. En la reunión de oración,


deben recordar que Dios no valora las oraciones considerando la elocuencia o destreza de estas,
sino más bien mirando el corazón. Nadie debería ser reprobado por hacer pausas u orar de
manera entrecortada. En lugar de eso, debemos tener paciencia con las debilidades de los demás.

8. Antes de estas reuniones, la gente debería orar en privado para pedir la bendición del
Espíritu Santo. Deberían pedir a Dios la bendición de un avivamiento obrado por el Espíritu y
basado en la Escritura. Como dijo Spurgeon, «No vacilemos en incredulidad, u oraremos en
vano. El Señor dijo a su iglesia: “Abre bien tu boca, y la llenaré…”. Queremos un avivamiento
de doctrina anticuada, un avivamiento de la religión doméstica, un avivamiento de fuerza
consagrada vigorosa» 4.
La importancia de las reuniones
de oración 10

Erroll Hulse escribe:

Puedes saber con bastante precisión cómo es la iglesia observando el comportamiento o


el contenido de su reunión de oración semanal. ¿Sienten un interés evangelístico
genuino? Si es así, se expresará en las oraciones. ¿Anhelan sinceramente que los
miembros inconversos de la familia se conviertan? En tal caso, sin duda se notará.
¿Tienen una visión mundial y un deseo ferviente de avivamiento y gloria para nuestro
Redentor entre las naciones del mundo? Una preocupación así no puede reprimirse. ¿Se
duelen sinceramente por el hambre, la guerra, y la necesidad del evangelio de paz entre
las multitudes sufrientes de la humanidad? La reunión de oración contestará esa
pregunta. En ella, la intercesión revelará prontamente una iglesia amorosa que se
preocupa por quienes están oprimidos y abrumados por pruebas y cargas. Quienes
enfrenten, no obstante, pruebas demasiado dolorosas o personales para ser expuestas
en público, en la reunión de oración hallarán consuelo, porque allí el Espíritu Santo
obra especialmente 1.

Edwin Hatfield concluyó su sermón sobre las reuniones de oración diciendo que quienes
participan en ellas de manera consciente y habitual suelen «experimentar un deleite más dulce y
puro en el ejercicio mismo [de ellas]», «crecer de manera más rápida y firme en la gracia»,
«convertirse en los cristianos más devocionales, activos y útiles», y «llegar a ser, por así decirlo,
la vida y el alma de la iglesia» 2. ¿Y tú? ¿No es eso lo que aspiras a ser?
¿Apoyas las reuniones de oración de tu iglesia con tu presencia y tus oraciones personales?
¿Has entendido los propósitos y el valor de ellas? ¿Estás de acuerdo con Matthew Henry, que
dijo que «cuando Dios se propone extender misericordia, estimula la oración»? ¿Crees que Dios
se complace soberanamente en vincular avivamiento y oración? ¿Entiendes que el éxito de tu
pastor y tus misioneros está íntimamente ligado a tus oraciones?
¿Reconoces el valor de asistir a la reunión de oración juntos como familia —el valor de
enseñar a tus hijos verbalmente y con el ejemplo que, así como tu propia familia se une orando
junta, la familia de la iglesia crece y permanece unida orando unida—? Enseña a tus hijos que,
además de los servicios de adoración del domingo, ninguna actividad de la iglesia es tan
importante como la reunión de oración congregacional. Instrúyelos para que sepan que, teniendo
la oración privada y colectiva como instrumento, son los verdaderos cristianos —y no los
políticos o los poderes mundanales— quienes poseen la llave del futuro de la familia, la iglesia, y
la nación.
Si cada familia temerosa de Dios, en cada iglesia piadosa alrededor del mundo, tomara en
serio la reunión de oración congregacional, ¿qué impacto tendría eso alrededor del planeta? Si a
Dios le parece bien hacer lo que dos o tres piden conforme a la voluntad de él, ¿qué hará cuando
se trate de miles, o millones? Creo que la Escritura y la historia de la iglesia nos enseñan que el
futuro de nuestros hijos, de nuestra familia, de nuestra iglesia y de nuestras naciones depende de
que el pueblo de Dios asalte conjuntamente el propiciatorio. La oración es el medio normal que
Dios usa para colmar la tierra de sus bendiciones celestiales.
Si tu pastor anunciara que en la próxima reunión de oración estará el Apóstol Pablo, asistiría
la congregación completa. Eso, por supuesto, no ocurrirá, pero sucederá algo más importante:
estará el Señor Jesucristo. En cada reunión de oración donde dos o más se congregan en su
nombre, él es el invitado silencioso que, no obstante, habla. Ha prometido no perderse ninguna
reunión; oirá cada susurro; tomará cada oración en serio. Tenemos la costumbre de registrar
nuestras citas en nuestro calendario. ¿No marcarás en el tuyo las reuniones de oración de tu
iglesia como citas de la más alta prioridad para toda tu familia? ¿No te prepararás para ellas, y
tratarás de llevar contigo a uno o dos amigos?
En Hints and Thoughts for Christians, el pastor del siglo XIX John Todd escribió dos
capítulos titulados: «Cómo hacer que nuestras reuniones de oración sean aburridas» y «Cómo
hacer que nuestra reunión de oración sea interesante». Para hacer que una sesión de oración sea
aburrida, su sugerencia es: «Supón que la reunión es esta noche. No ores hoy por ella. Busca
alguna excusa para no ir; quizás cansancio, o el riesgo de resfriarte. Si vas, llega tarde. No sientas
la responsabilidad de orar. Si oras, haz la oración más extensa que puedas. El mundo está lleno
de cosas que necesitan oración: ora por todas. Si no, usa tu tiempo de oración para regañar a los
presentes. Luego, después de la reunión, critica delante de tu familia a quienes oraron» 3.
Hacer que la reunión sea interesante requiere más trabajo. Este es un resumen de las
sugerencias de Todd: «Haz que la reunión de oración viva en tu corazón. Considera algún
versículo o pensamiento que pueda enriquecer la oración. Ora por la reunión en tu culto familiar;
pide que Cristo se manifieste en ella; ruega que el Espíritu Santo esté presente para estimular,
alegrar y animar cada corazón. Siéntete responsable por ello. Haz que tu presencia allí sea un
deber solemne, un hábito, y un privilegio. Sobre todo, ora en la reunión. Participa. Ora de manera
breve y variada. No repitas todo el tiempo lo mismo. Evita orar por lo que ya se ha mencionado.
Ten esperanza; cree cuando Cristo promete que estará aun en medio de dos o tres reunidos en su
nombre» 4.
Queridos amigos, atesoremos las reuniones de oración. Involucrémonos en ellas con todo
nuestro corazón, recordando que los avivamientos habitualmente comienzan con estas reuniones.
Como dijo un teólogo, «Al Espíritu Santo le encanta responder las peticiones que vienen
seguidas de muchas firmas».
Permanezcamos orando. Oremos sin cesar. Dios es capaz de hacer «mucho más
abundantemente de lo que pedimos o entendemos» (Ef 3:20). ¿Quién sabe lo que hará?
Índice de textos bíblicos

ANTIGUO
TESTAMENTO

Génesis
4:26 43
21:33 43

Éxodo
19:16 34

Deuteronomio
16:21 43
32:47 12, 16

1 Reyes
18:21 17
19:12 34

2 Crónicas
13:7 10

Nehemías
9:4-5 34

Salmos
4:13–14 44
19:7a 35
19:7b 35
19:8a 35
19:8b 35
62:1, 5 14
66:16 43
85:8 35
111:2 65
119:20 14
119:97 14
119:97, 103 14
119:103 14
119:127 14
119:140 14
119:167 14
119:171 21
137:1–2 35
44

Proverbios
1:23 10
18:15 16
27:8 30
27:17 27

Eclesiastés
5:1 10

Isaías
55:10-11 14
66:2 22

Jonás
1:14 44
3:9 14

Zacarías
8:20-22 58

Malaquías
3:16 27
3:16-17 44

NUEVO
TESTAMENTO

Mateo
6:33 18
12:33b 35
13:3–23 16
13:14–15 12
13:23 18
13:25 19
17:8 11
18:19–20 44, 45, 65
22:37–39 32

Marcos
4:1-20 16

Lucas
8:4–15 16
8:14 17
8:18 7, 12, 33
9:18 44
14:26 20
19:48 18

Juan
8:31–32 35
18:1–2 45
20:19, 26 44
21:21–22 23

Hechos
1:14 37, 46
2:42 46
4:24 46
4:24–31 46
9:6 10
10:33 11
10:44 33
12:7 47
12:16 47
13:1–2 47
13:3 47
16:13–15 48
16:14 19
16:25 48
16:26–40 48

Romanos
10:13–16 12
11:10 12
13:14 22
15:1–2 65

1 Corintios
15:1–2 28
16:19 48

2 Corintios
1:8–11 48
2:15–16 12
3:3 5
5:20 11

Gálatas
5:22–23 31
6:2 65

Efesios
3:20 81
4:12–13 65
4:15–16 65
5:19 48
6:18 49
6:19 10

Filipenses
1:11 34
2:6–8 33
4:6 49

Colosenses
3:16 48, 65
4:2 49
4:15 48

1 Tesalonicenses
5:14 65
5:17 49

2 Tesalonicenses
2:10 30
3:2 29

1 Timoteo
2:1–2 49

Filemón
12 48

Hebreos
2:1 25
3:13 65
10:24 65
10:24–25 65
13:7 11

Santiago
1:21 22
1:22–25 29

Pedro
2:2 10
4:7 49
4:10 65

1 Juan
5:14 45

Apocalipsis
2:4–5 41
1. Leroy Nixon, John Calvin, Expository Preacher (Grand Rapids: Eerdmans, 1950), 65.
2. Juan Calvino, Institución de la religión cristiana (Rijswijk: FELiRé, 1994), III.XXIV.12.
3. John Calvin, Tracts and Treatises, trad. Henry Beveridge (Grand Rapids: Eerdmans,
1958), 1:173.
4. John Calvin, Commentary on the Synoptic Gospels (Edimburgo: Calvin Translation
Society, 1851), 3:129.
5. Commentary on Ezekiel, 1:61.
6. Samuel Annesley, «How May We Give Christ a Satisfying Account [of] Why we Attend
upon the Ministry of the Word?», en Puritan Sermons 1659-1689, Being Morning Exercises
at Cripplegate (Wheaton, Ill.: Richard Owen Roberts, 1981), 4:173–198; David Clarkson,
«Hearing the Word», en The Works of David Clarkson (Edimburgo: Banner of Truth Trust,
1988), 1:428–446; Thomas Manton, «The Life of Faith in Hearing the Word», en The
Complete Works of Thomas Manton (Londres: James Nisbet, 1873), 15:154–74; Jonathan
Edwards, «Profitable Hearers of the Word», en The Works of Jonathan Edwards: Sermons
and Discourses 1723–1729, ed. Kenneth P. Minkema (New Haven: Yale, 1997), 14:243–77;
Thomas Senior, «How We May Hear the Word with Profit», en Puritan Sermons, 2:47–57;
Thomas Watson sobre la escucha eficaz de la palabra, en A Body of Divinity (Grand Rapids:
Sovereign Grace Publishers, 1972), 377–80; tres artículos breves de Thomas Boston en The
Complete Works of the Late Rev. Thomas Boston (Wheaton, Ill.: Richard Owen Roberts,
1980), 2:427–454; Thomas Shepard, «Of Ineffectual Hearing the Word», en The Works of
Thomas Shepard (Ligonier, Penn.: Soli Deo Gloria, 1992), 3:363–84.
Varias fuentes del siglo XIX se sitúan en la tradición puritana: una carta de John Newton
titulada «Hearing Sermons», en The Works of John Newton (Edimburgo: Banner of Truth
Trust, 1985), 1:218–25; un ensayo de John Elias titulado «On hearing the Gospel», en John
Elias: Life, Letters and Essays (Edimburgo: Banner of Truth Trust, 1973), 356–360; y el
análisis más minucioso y útil, Edward Bickersteth, The Christian Hearer (Londres: Seeleys,
1853).
7. Westminster Confession of Faith (Glasgow: Free Presbyterian Publications, 1997), 253.
8. Charles Simeon, Let Wisdom Judge: University Addresses and Sermon Outlines
(Nottingham: Inter-Varsity Fellowship, 1959), 19.
1. Boston, Works, 2:28.
2. Clarkson, Works, 1:430–31.
3. Véase James T. Dennison, Jr., The Market Day of the Soul: The Puritan Doctrine of the
Sabbath in England, 1532–1700 (Grand Rapids: Reformation Heritage Books, 2008).
4. Puritan Sermons, 4:187.
1. Watson, Body of Divinity, 377.
2. Ibíd., 378.
3. Ibíd.
4. Thomas Manton, The Life of Faith (Ross-shire, Escocia: Christian Focus, 1997), 223–24.
5. The Works of Thomas Halyburton (Londres: Thomas Tegg, 1835), xiv.
1. Watson, Body of Divinity, 378.
2. Joseph Alleine, A Sure Guide to Heaven (Edimburgo: Banner of Truth Trust, 1999), 29.
3. Westminster Confession of Faith, 386.
4. Newton, Works, 1:220–21. Cf. D. Martyn Lloyd-Jones, Preaching and Preachers (Grand
Rapids: Zondervan, 1971), 153–54.
5. Doctrinal Standards, Liturgy, and Church Order (Grand Rapids: Reformation Heritage
Books, 1999), 81.
6. Watson, Body of Divinity, 380.
7. Ibíd.
1. Only a Prayer-meeting (Ross-shire: Christian Focus, 2000), 9
2. Lewis O. Thompson, The Prayer-Meeting and Its Improvement (Chicago: W. G. Holmes,
1878), 16.
1. J. B. Johnston, The Prayer-Meeting, and Its History, as Identified with the Life and Power
of Godliness, and the Revival of Religion (Pittsburgh: United Presbyterian Board, 1870), 27.
2. John Brown, «Divine Warrants, Advantages, Ends, and Rules, of Fellowship-meetings for
Prayer and Spiritual Conference», en Christian Journal; or, Common Incidents Spiritual
Instructions (Londres, 1765), segunda parte, 18.
3. «The Social Prayer-Meeting», en The American National Preacher 8, 18 (1844):171.
4. The Power of the Prayer Meeting (Londres: Sword & Trowel, 1995), 19.
1. Johnston, The Prayer-Meeting, and Its History, 131–37.
2. Ibíd., 137.
3. Arthur Fawcett, The Cambuslang Revival (Londres: Banner of Truth Trust, 1971), 65–67.
4. Donald Fraser, The Life and Diary of the Reverend Ebenezer Erskine (Edimburgo:
William Oliphant, 1831), 523–26.
5. Fawcett, The Cambuslang Revival, 58–59.
6. The Prayer-Meeting, and Its History, 110, 145; cf. Thomas Houston, The Fellowship
Prayer-Meeting, 80–84.
7. Cf. F. W. B. Bullock, Voluntary Religious Societies, 1520–1799 (Londres, 1963).
8. Citado en Johnston, The Prayer-Meeting, and Its History, 154.
9. Fawcett, The Cambuslang Revival, 71–72.
10. Johnston, The Prayer-Meeting, and Its History, 165–66.
11. Citado por ibíd., 173.
12. El título completo de esta obra fue An Humble Attempt to promote an explicit agreement
and visible union of God’s people through the world, in extraordinary prayer, for the revival
of religion and the advancement of Christ’s kingdom on earth. Hoy también puede
encontrarse como A Call to United, Extraordinary Prayer (Ross-shire: Christian Focus,
2003).
13. Jonathan Edwards, A Call to United, Extraordinary Prayer (Rossshire: Christian Focus,
2003), 16–17.
14. Un estudio útil de Edwards y el acuerdo de oración se encuentra en Edward Charles
Lyrene, Jr., «The Role of Prayer in American Revival Movements, 1740–1860» (tesis
doctoral, Southern Baptist Theological Seminary, 1985), 31–81.
15. Edwards, A Call to United, Extraordinary Prayer, 18.
16. Revival Sketches and Manual (Nueva York: American Tract Society, 1859), 55ss.
17. Erroll Hulse, Give Him No Rest: A Call to Prayer for Revival (Durham: Evangelical
Press, 1991), 78–79.
18. Lyrene, «Prayer in American Revival Movements», 97–100.
19. Timothy Dwight, Theology Explained and Defended, 4:127.
20. Lyrene, «Prayer in American Revival Movements», 102–136; Oliver Wendell Elsbree,
The Rise of the Missionary Spirit in America: 1790– 1815 (Williamsport, Pa.: Williamsport
Printing and Binding, 1928), 47–83; Charles L. Chaney, The Birth of Missions in America
(South Pasadena, Calif.: William Carey Library, 1976), 154–79.
21. Johnston, The Prayer-Meeting, and Its History, 185–87.
22. Cf. Lyrene, «Prayer in American Revival Movements», 187–218.
23. Hulse, Give Him No Rest, 103–107.
24. David Austin, The Millennium (Elizabeth Town, N.J.: Shepard Kollock, 1794), iv.
1. Brown, Christian Journal, 18–19.
2. R. J. George, Lectures in Pastoral Theology, Second Series: Pastor and People (Nueva
York: Christian Nation, 1914), 30.
3. Thompson, The Prayer-Meeting and Its Improvement, 19, 27.
4. Johnston, The Prayer-Meeting, and Its History, 77.
5. The Power of Prayer Meetings, 15–16.
6. George, Lectures in Pastoral Theology, Second Series: Pastor and People, 30–31.
7. Edwards, A Call to United, Extraordinary Prayer, 24.
8. Masters, The Power of the Prayer Meeting, 16.
9. Ibíd., 15.
1. George, Lectures in Pastoral Theology, Second Series: Pastor and People, 39.
2. Spurgeon, Only a Prayer Meeting, 20.
3. Erroll Hulse, «A Lively and Edifying Prayer Meeting», en Reformation Today, nro. 95
(ene – feb 1987):22.
4. Spurgeon, Only a Prayer Meeting, 9.
1. «The Vital Place of the Prayer Meeting» (Pensacola, Fla.: Chapel Library, s. f.), tratado 3,
primera página.
2. «The Social Prayer Meeting», en The American National Preacher 8, 18 (1844):177–80.
3. Cf. Phil Arthur, «How to Spoil a Prayer Meeting», en Evangelical Times, septiembre 2005,
p. 15.
4. Hints and Thoughts for Christians (Nueva York: American Tract Society, 1867), 99–110.

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