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CUARTA PALABRA

Colgado en la cruz, débil y lastimado Jesús dice: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?”, frase que se repite en el salmo 22 desde el sufrimiento del pueblo de Israel frente
a las dificultades. Por eso, Jesús es quien nuevamente se dirige a su Padre pronunciando “Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” no como una simple oración sino como un
clamor verdadero desde la situación que está viviendo, que siente. Será que ¿Se siente Jesús
abandonado de Dios? Pues no, porque al aclamar a Dios dos veces muestra una clara conciencia
de que Jesús sabe que siempre Dios está presente, por eso lo invoca y se agarra de Él. Acto que
siempre debemos tener en cada momento de nuestra vida a pesar de que Dios guarde silencio,
así como lo hizo durante toda la pasión. Hablará, sí, pero no en ese momento máximo, cumbre,
límite, llenos de tormentas; sino que se pronunciará al tercer día, es decir cuando sea el
momento preciso para que nos rescate del pecado. De aquella soledad que también la
experimentó el mismo Jesús al ser abandonado de los suyos, de su dignidad, de su pueblo, ahora
sufre el silencio del Padre.

Silencio que muchas veces nosotros como humanos, desde nuestro razonamiento le
reprochamos a Dios porque creemos que no se hace presente en aquel problema o sufrimiento
que nos aqueja tanto y que le pedimos en oración de forma incesante, desde lo profundo de
nuestro corazón. Es acaso que ¿Está Dios ausente del dolor de los hombres? ¿Será que Dios no
ve nuestro dolor? Pues nuevamente lo repito Dios nos acompaña en todo momento, sea bueno
o no tan bueno, sin hablar y enmudecido. Sin embargo, Él tendrá siempre la última palabra,
quizá no en el momento más duro, sino en el momento que Él elija para la resurrección.

En esta palabra de desesperación Cristo nos enseña que a pesar de todo el sufrimiento que
pasemos tengamos confianza en que Dios siempre está con nosotros, no nos abandona. Como
cristianos católicos siempre debemos mantener viva las virtudes teologales, especialmente en
aquellos momentos de crisis, la esperanza, pues ese padecimiento del hombre no va a ser
definitivo ya que la cruz es camino de resurrección. Es este uno de los mayores misterios de
Dios, de aquel Padre amoroso y único Dios verdadero, que respeta la libertad humana hasta el
punto de no evitar el sufrimiento de sus hijos; pero eso sí, siempre, siempre está con nosotros y
por eso a pesar no de sentir su presencia, deberíamos mantener esa confianza de que en el
momento indicado veremos su mano obrar en nuestra vida.

Sonia Llumiquinga.

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