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Vol. 89 (2017) MANRESA pp.

275-287

Una propuesta de pautas para


el discernimiento
Francisco José Ruiz Pérez
A continuación se proponen pautas para preparar al discernimiento personal y
grupal en ámbitos de vida religiosa apostólica. Están elaboradas al socaire de
encuentros con grupos de religiosos y religiosas, preocupados por enfocar rees-
tructuraciones congregacionales. Así que estas pautas no tienen ninguna pretensión
distinta a la de expresar, sin más, intuiciones aplicables en el difícil arte de discer-
nir. Carecen de un tratamiento crítico y fundamentado; sólo pueden apelar a su pro-
pio recorrido en la praxis pastoral.

I. Primer paso: Dios, para empezar

1. Un par de considerandos
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D
os discípulos de Juan, invitados por su maestro, inician una nueva sin-
gladura vital al lado de Jesús. Pero éste, antes de nada, les marca el
modo de hacerlo. Cuando le preguntan por dónde vive, Jesús les ofre-
ce la mejor manera de saber no sólo dónde, sino para qué vivía y por qué otros
podrían imitarlo: “Venid y lo veréis” (Jn 1,39). Es decir, se ofrece como primer
referente necesario, inmediato e inspirador para clarificar la propia existencia.
Ante Él es como descubrimos nuestro con Él y nuestro hacia los demás.
¿Y si en medio de nuestras preocupaciones institucionales, en estos
tiempos de opciones estratégicas para la vida religiosa apostólica, nos per-
mitiéramos una especie de vayamos y veamos a Dios primero? Antes inclu-
so de poner planificaciones sobre la mesa, precisamos una contemplación
fundamental de Dios mismo en su desplegarse en la historia, de la forma
como vierte su vida divina en la realidad y hace camino de salvación. Para
evitar ser absorbidos por las cuestiones segundas derivadas de las lógicas
institucionales, debemos parar en los horizontes primeros.
Así le sucedió al discipulado de Jesús. Los discípulos que fue reclutan-
do, antes de conocerlo, no suman sino un haz de anhelos personales, deseos
recónditos y frustraciones de sueños. Después de conocerlo, aquellos anhe-
los personales, deseos recónditos y sueños frustrados son purificados y
cobran figura. Ante Jesús, acaban teniendo un proyecto. Las crisis poste-
riores de disgregación, que se producen esporádicamente en el grupo, se
Francisco José Ruiz Pérez

superan porque Jesús se vuelve a recuperar como origen de la llamada pri-


mera. Sin Él no aciertan a continuar.
Es decir, los discípulos viven una experiencia inicial de haberse dejado
subyugar por Dios. En el origen de su vocación hay un impacto que tocó
voluntades y se tradujo en proyecto vital. Dios pre-
Dios no queda secuestrado cede a todo discipulado. Si los discípulos llegaron a
en el recinto limitado tener una visión –jugando con la terminología de
de las necesidades cualquier estrategia institucional–, esa visión sólo
se la había podido ofrecer Dios. Porque antes no
humanas, sino que habla y habían sido capaces de ella.
actúa incluso desde más Dicho esto, la propuesta para un primer paso en
allá de ellas. el a) discernimiento es doble:
Hemos de contemplar. Solemos andar ocupa-
dos en los medios, pero no nos detenemos lo suficiente en el fin. Hay que
orar (más) el Misterio.
b) Hemos de contemplar para actuar. Desde Dios –no sin Él– vemos
mejor –o dicho de otro modo: ¡es como hay que ver!–. Desde Dios –no sin
Él– elegimos mejor –o dicho de otro modo: ¡es como hay que elegir!–.
En síntesis, en tiempos de búsqueda afanosa para reorganizar nuestras
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congregaciones, hay que orar (más) el Misterio, sin duda, pero para así ser-
vir mejor (no necesariamente más).

2. Dios y su estilo de hacer salvación en la historia

Es preciso profundizar en el modus operandi paradójico de Dios con el


que escribe historia de salvación. De parte de Dios se da una iniciativa gra-
tuita dirigida a la humanidad que es desproporcionada. Entre lo que Dios
da de sí y lo que el ser humano esperaría de Él, es imposible encontrar una
correspondencia justa. Dios no queda secuestrado en el recinto limitado de
las necesidades humanas, sino que habla y actúa incluso desde más allá de
ellas. En una palabra: Dios sorprende.
Acudamos a dos consideraciones bíblicas, muy genéricas y sacadas sólo
con la voluntad de ejemplificar lo anterior.

La elección injustificada

Israel se siente siempre objeto del acercamiento inesperado de Dios.


Irrumpe en su camino: elige, llama, impone preceptos, promete, reconvie-
ne, amenaza, perdona, anima. Los primeros credos veterotestamentarios
son una recopilación de hechos significativos de liberación histórica, cuya
realización última se adjudica a Dios. Es quien establece alianza a partir de
Una propuesta de pautas para el discernimiento

una elección motu proprio por su pueblo, brotada de su decisión soberana,


no de los logros o de las particularidades concretas del pueblo mismo.
Sólo un botón de muestra de ello. El Deuteronomio quiere subrayar que
Yahvé es el Dios de Israel y que Israel es el pueblo de Yahvé (cf. Dt 26,17-
19). Pero en esa elección hay una matización importante: no se puede justifi-
car. El segundo discurso de Moisés es especialmente representativo en ese
sentido. El asentamiento en la tierra prometida en absoluto es un éxito asig-
nable al pueblo, sino que “cuando Yahvé tu Dios te haya introducido en la
tierra a la que vas a entrar para tomarla en posesión, y haya arrojado delan-
te de ti a naciones numerosas [...], siete naciones numerosas más fuertes que
tú, cuando Yahvé tu Dios te las entregue y las derrotes, las consagrarás al ana-
tema...” (Dt 7,1-2a). La razón efectivamente es que “no porque seáis el más
numeroso de todos los pueblos se ha prendado Yahvé de vosotros y os ha ele-
gido, pues sois el menos numeroso de todos los pueblos; sino por el amor que
os tiene y por guardar el juramento hecho a vuestros padres” (Dt 7,7-8a).
En el caso posible de que, una vez asentado, el pueblo se atribuya la haza-
ña, Moisés le recuerda la raíz de su identidad: “No por tus méritos ni por la
rectitud de tu corazón vas a tomar posesión de su tierra, sino que sólo por la
perversidad de estas naciones las desaloja Yahvé tu Dios ante ti; y también
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por cumplir la palabra que juró a tus padres, Abraham, Isaac y Jacob. Has de
saber, pues, que Yahvé tu Dios no te da en posesión esta espléndida tierra por
tus méritos, porque eres un pueblo de dura cerviz” (Dt 9,5s).

El escaso eco de un título cristológico llamativo

Que Dios sorprende, hasta no entenderlo, es la experiencia de muchos


contemporáneos de Jesús, quienes no están dispuestos a dar pábulo a un
pretendido Mesías que identifican, sin dudarlo, como el hijo del carpintero
(cf. Mt 13,55-58). Ni mucho menos están dispuestos, porque ningún hijo de
carpintero puede ser Mesías. La gloria divina es imposible que se mezcle
con virutas de madera. Pero Jehoshua –el Jeshú de siempre, conocido en
Nazaret– se mostraba tercamente ahí delante y era inconfundible: se trata-
ba de él, el hijo del carpintero, y esa era la credencial que espontáneamen-
te le asignaban sus vecinos desde el primer instante.
Pero Jesús no cesa de advertirles que Dios opta por ese modo de encarnar-
se, no por otro. No hay alternativas. Si a Jesús no se le confiesa como el Me-
sías por ser el hijo del carpintero de la vida ordinaria, a Dios mismo se le pone
en cuestión y a su capacidad de generar vida extraordinaria. Tan contundente
es el dato, que la fe llega a desvanecerse por completo. Jesús no puede hacer
milagros… En nuestros términos: todo discernimiento queda abortado.
Francisco José Ruiz Pérez

3. Una conclusión

Los tiempos de crisis como los nuestros vienen revueltos con mucho
descreimiento respecto a que Dios sea posible y al margen de maniobra que
tenga en un escenario donde dominan condicionan-
Discernir exige primero tes que agostan la esperanza. Estamos llenos de lec-
recobrar la memoria turas excesivamente planas de la realidad. La histo-
sobre el modo ria de salvación advierte de que no podemos olvidar
que Dios perfora esas lecturas. Por ese motivo, dis-
paradójico del proceder cernir exige primero recobrar la memoria sobre el
de Dios. modo paradójico del proceder de Dios.
II. Segundo paso: actitudes previas al discernimiento

1. Introducción

Además de reconocer que Dios es sorprendentemente posible, el discer-


nimiento necesita otro preámbulo para realizarse: el que tiene que ver con
la posesión de actitudes espirituales que lo propicien. Al discernimiento no
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se puede llegar de cualquier manera.
Traigamos a colación dos experiencias concretas de discernimiento,
extraídas de Moisés y de Jesús, que ponen contorno a esas actitudes.

La inviabilidad de los análisis de realidad sin Dios

Moisés intenta realizar algo parecido a lo que es el discernimiento, partien-


do de un análisis de la realidad sobre la situación oprimida de su pueblo en Egip-
to. Pero ese análisis de la realidad es distinto antes y después de tener experien-
cia de Yahvé. La diferencia entre un momento y otro es sencillamente abismal:
a) Antes de experimentar verdaderamente a Yahvé, en Moisés el discer-
nimiento no existe. Lo que funciona es un juicio prematuro de la realidad:
“En aquellos días, cuando Moisés ya fue mayor, fue a visitar a sus herma-
nos, y comprobó sus penosos trabajos; vio también cómo un egipcio gol-
peaba a un hebreo, a uno de sus hermanos. Miró a uno y a otro lado, y no
viendo a nadie, mató al egipcio y lo escondió en la arena” (Ex 2,11-12).
Moisés detecta opresión y la pretende subsanar inmediatamente con la vio-
lencia. La solución parece mostrar compromiso personal, sin duda. Pero no
es la solución de Yahvé. Moisés pretende salvar al margen de Él.
b) Conocemos de sobra la experiencia de Moisés en Horeb, el monte de
Dios, refugiado en el país de Madián (cf. Ex 2,15). El Dios que se le mani-
Una propuesta de pautas para el discernimiento

fiesta está impresionado ante la situación que contempla: “He visto la opre-
sión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he
fijado en sus sufrimientos [...]. El clamor de los israelitas ha llegado a mí,
y he visto cómo los tiranizan los egipcios” (Ex 3,7.9). Yahvé también rea-
liza un análisis de la realidad, que confirmaría incluso el análisis de Moi-
sés. Y, sin embargo, sólo ante Yahvé, Moisés acaba optando por una solu-
ción distinta: un proyecto de liberación.
Expresado de otro modo: la experiencia radical de Moisés es a) que
Dios hace análisis de realidad y b) que él, Moisés, primeramente lo ha de
hacer suyo para dar entonces una mejor respuesta a la realidad.

La necesidad de la suspensión del juicio

La tan conocida escena en Jn 8,1-11 de la mujer atrapada en adulterio


nos dibuja el modo de Jesús de realizar análisis de realidad y de usarlo
como una base de discernimiento.
La escena no deja duda de que el adulterio es innegable. La situación, en
ese sentido, es extraña, porque no se discute si la mujer cometió o no adulte-
rio. Para los acusadores que buscan el linchamiento es evidente cómo enjui-
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ciar la situación: la mujer es adúltera; por lo tanto, es culpable; y, en suma,
merece la muerte. Cuando se presentan a Jesús, ya han enjuiciado a la mujer.
En cambio, Jesús parece que no quiere enjuiciar la situación. Separa la
culpa del castigo. Y remite la culpa finalmente a una posibilidad de vida: en
aquel adulterio entiende que podría haber oportunidad para un cambio existen-
cial. La muerte no es la única salida. Jesús logra entrever esa posibilidad sus-
pendiendo el juicio y metiendo cuanto acontece en perspectiva de salvación.

2. Para enfocar el discernimiento

Siguiendo la estela de las dos experiencias de discernimiento anteriores,


se pueden extraer tres conclusiones, todas ellas apuntadoras de sendas acti-
tudes que propician el discernimiento:
a) Dejarnos impactar. En Moisés empieza a barruntarse el discerni-
miento desde el momento en que se deja afectar por la realidad. Es lo
mismo que aprecia en Yahveh. La vida divina se permite exponerse. Se
verifica así algo clave para discernir: es factible si y sólo si nos exponemos
y nos hacemos vulnerables ante la fractura de la historia humana. Cuando
consentimos en que la realidad apele al corazón y le formule a él directa-
mente preguntas, entonces se puede activar en nosotros el discernimiento.
En otras palabras, si queremos meter dinamicidad a un cuerpo apostólico,
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como puede ser una congregación de vida religiosa apostólica, no le aho-


rremos exposición al mundo. Son muy evidentes los procesos de inmovili-
zación en instituciones, responsabilidades y personas, provocados por una
pérdida clamorosa de contacto con la realidad. La inmovilización puede
traducirse en que se den soluciones antiguas y des-
En la historia viadas a problemas totalmente nuevos, por miedo a
de la Iglesia encontramos atentar contra la instalación en la que nos encontra-
mos.
una ley repetida: nunca se b) Mirar la realidad desde Dios. Sería muy bueno
corresponde la cuestionarnos si sabemos qué está pasando en los
aptitud para analizar la grandes ámbitos de la vida social, si manejamos un
suficiente y correcto análisis de la realidad. Pero
realidad con la efectividad igualmente sería esencial que nos preguntáramos
para transformarla. hasta qué punto también ese análisis de realidad es
parte de nuestra experiencia de Dios. El discerni-
miento no está solucionado desde el momento en que se acude al mejor
analista. Discernir no es cuestión de expertos. Porque si nos remitimos a la
historia de la Iglesia, encontraremos una ley repetida: nunca se correspon-
de la aptitud para analizar la realidad con la efectividad para transfor-
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marla. Ni san Juan de Dios, ni la Madre Teresa de Calcuta partían de espe-
cialidades médicas en paliativos. San Ignacio de Loyola no estudió teolo-
gía para luego escribir los Ejercicios. San Juan María Vianney, el santo
Cura de Ars, mereció el juicio académico en el Seminario Menor de Verrié-
res de que su debilidad en los estudios era extrema; sin embargo, se con-
vertirá en un acompañante espiritual de primer orden en Ars… En todos
ellos es asumido el modo de mirar Dios las cosas, y ese modo lo convier-
ten en su propia vida.
c) No condenar inmediatamente la realidad. Discernir pasa por desacti-
var el prejuicio apresurado y sordo que impide la imaginativa de la miseri-
cordia. El discernimiento reclama una fuerte carga de pasividad, que per-
mita que se manifieste el trozo de verdad que existe en el otro o en la situa-
ción que reclama acción. Un espacio libre de juicios, posibilitadores de una
comunicación profunda, es el requisito que los Ejercicios exigen para toda
la experiencia espiritual que proponen. Se trata de un imperativo absoluto,
que san Ignacio quiere llevar a su grado máximo de realización: “… se ha
de presuponer que todo buen christiano ha de ser más prompto a salvar la
proposición del próximo, que a condenarla; y si no la puede salvar, inquira
cómo la entiende, y, si mal la entiende, corríjale con amor; y si no basta,
busque todos los medios convenientes para que, bien entendiéndola, se
salve” [Ej. 22].
Una propuesta de pautas para el discernimiento

III. Tercer paso: la libertad como condición de posibilidad del discer-


nimiento

1. Un supuesto necesario

Antes de lanzarnos a tomar opciones, es muy importante revisar las con-


diciones personales y corporativas de posibilidad para toda elección. La
espiritualidad ignaciana viene a recordarnos que los preámbulos del discer-
nimiento son tan importantes como los procesos de elección misma. El
desde dónde partimos para hacer elección es tan crucial como el qué de la
elección. De alguna manera, ese desde dónde cualifica al qué. Partiendo de
ese principio, el discernimiento pide ineludiblemente que reconozcamos la
alienación de nuestro corazón interesado.
Bien mirado, lo que tenemos que elegir puede que no sea tan complica-
do de hallar. La escena del joven rico de Mt 19,16-22 deja la extraña sen-
sación de que sabe perfectamente qué es lo que tiene que elegir, pero no
quiere. Y eso es lo que le imposibilita realizar finalmente el seguimiento.
Para los Ejercicios, ¡ese es el problema! El seguimiento se dirime básica-
mente en no ser sordos a su llamamiento: es decir, que el llamamiento exis-
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te; lo que no se da por descontado es que lo percibamos sin más. De hecho,
los Ejercicios son descritos como “todo modo de preparar y disponer el
ánima para quitar de sí todas las afecciones desordenadas y, después de qui-
tadas, para buscar y hallar la voluntad divina en la disposición de su vida
para la salud del ánima” [Ej. 1]. Antes de elegir, se nos abre la tarea de pre-
parar y disponer.
Preparar y disponer, ¿qué exactamente? San Ignacio habla de que el
desorden de ciertos afectos produce una distorsión fatal de la libertad y
la pueden comprometer seriamente. Nuestras elecciones están amena-
zadas por el fracaso total, muchas veces, no por razones externas o
coyunturales, sino por la desfiguración interior de mi libertad. Una
libertad hipotecada por afectos desordenados está condenada a equivo-
carse.
La pregunta a hacerse antes de un proceso de elección es si hemos reci-
bido la gracia de haber trabajado suficientemente nuestros afectos desor-
denados. San Ignacio afirma que es preciso quitar, es decir, apartar sufi-
cientemente los afectos desordenados como para que no influyan en la bús-
queda de la voluntad de Dios. Dos tareas simultáneas se abren a partir de
aquí:
a) El discernimiento no puede superar con éxito ni la inconsciencia del
pecado –el pecado que nunca ha sido detectado y al que no se le ha puesto
Francisco José Ruiz Pérez

nombre–, ni los vacíos de reconciliación –las heridas del corazón sin cica-
trizar se vuelven tiranas en contra del juicio certero–. Discernir obliga a
realizar recorridos objetivadores por nuestro pecado y los efectos que ha
generado en nosotros y en otros.
b) Antes de una planificación de un cuerpo apostólico como puede ser
una congregación, hay que detectar aquellos temas que suponen desorden
de los afectos o aspectos que suscitan que los afectos se desordenen: ¿hay
confrontación de líneas ideológicas (teológicas, identitarias, políticas)?,
¿existe desencuentro de generaciones, de tradiciones distintas?, ¿hay
polarizaciones regionales y culturales?, ¿existe disputa entre visiones
estratégicas?, ¿hay luchas de poder? Allí donde se detecte que corporati-
vamente emergen bloqueos de seguimiento, lecturas malintencionadas de
la realidad, demandas repetidas de saneamiento de las heridas, lagunas
pretendidas de información…, allí se necesita un intenso preparar y dis-
poner.

2. A pesar de todo, el discernimiento es posible

Que la libertad esté problematizada, no significa que esté anulada. Esa


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es una de las convicciones firmes de la espiritualidad ignaciana: a pesar de
todo, existe “mi mera libertad y querer” [Ej. 32]. También corporativamen-
te: las instituciones son capaces de hacer opciones, aunque sus procesos
sean mucho más largos y lentos que los personales.
¿Pero es posible aceptarlo en tiempos de recesión institucional?
¿Somos libres realmente cuando estamos decreciendo? ¿No adopta
entonces la libertad la forma de una estrategia de supervivencia, marca-
da más por la necesidad? Por si fuera poco, en el escenario de disminu-
ción de nuestras congregaciones, los mecanismos de negación del prin-
cipio de realidad son muy efectivos y resistentes a contrapesarlos, y nos
plantan en la desolación: pérdida de la perspectiva corporativa, erosión
de la autoridad del gobierno, dinámicas autoinculpatorias que minan la
plausibilidad –menos brillante– del presente institucional, caída del
celo apostólico, rechazo de las pasividades biológicas, imposibilidad
para la movilidad, aumento del factor cansancio, colapso de las deci-
siones, etc.
La consecuencia es que vivimos un cierto descreimiento de la libertad
precisamente por los datos de crisis que recibimos continuamente. Circula
entre nosotros un discurso insistente sobre condicionamientos inamovibles.
Es casi inevitable estar abrumados cuando aparece ante nosotros un esce-
nario de tensiones de elección como éste:
Una propuesta de pautas para el discernimiento

Mantenimiento dispersión geográfica vs. Concentración geográfica


Ubicación céntrica de las comunidades vs. Ubicación periférica
Atención a los más desfavorecidos vs. Atención a los más influyentes
Presencia en instituciones vs. Ausencia o cierre de instituciones
Instituciones vs. Carismas personales
Atención necesidades de los mayores vs. Organización provincial en función de los jóvenes
Cantidad y dispersión de tareas vs. Calidad y especialización de los trabajos
Colaboración de los laicos vs. Colaboración con los laicos
Lo provincial vs. Lo interprovincial

Y, sin embargo, volvamos a la tesis ignaciana: la libertad es posible. Posi-


ble en toda crisis. La teología cristiana no hace de las crisis zonas oscuras, opa-
cadas al Espíritu. Al contrario, son posibilidades para Dios. La historia de la
Iglesia da pruebas constantes de ello. Esa historia nos asegura que, a pesar de
todo, siempre se verificó que la libertad fue efectivamente posible. Nos da la
certeza de que en el Espíritu es preciso elegir, porque es posible hacerlo ¡inclu-
so en estas circunstancias! El contexto puede ser el más fatídico, pero no pone
en cuestión nuestro personal “principio y fundamento”: nuestra vocación –la
raíz misteriosa que explica nuestra vida– tiene entidad ¡también! ahora. Esta-
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mos aquí irremediablemente por algo… que, eso sí, es necesario discernir.

IV. Cuarto paso: el papel de la autoridad en el discernimiento

Una de las críticas más oídas respecto al modo como hoy la vida reli-
giosa apostólica afronta su presente es que no toma opciones –que es como
decir que no hace discernimiento–. El desfondamiento del ánimo que eso
produce es notorio. Y, lo queramos o no, se señala que es un problema de
quienes han asumido el servicio de la autoridad.
En la temática del discernimiento debe haber una etapa obligada de refle-
xión sobre el papel del servicio de la autoridad. Porque, al menos en la vida
religiosa apostólica, ese servicio debe llevar a puerto el complejo proceso de
discernir. Todo ello nos remite a algunas consideraciones sobre la autoridad.

1. Una distinción: poder y crédito

La RAE recoge dos acepciones de autoridad, de entre otras muchas, que


resalto por su relación con el discernimiento. En parte, autoridad es “poder
que gobierna o ejerce el mando, de hecho o de derecho”. En parte, autori-
dad es “prestigio y crédito que se reconoce a una persona o institución por
su legitimidad o por su calidad y competencia en alguna materia”.
Francisco José Ruiz Pérez

Se supone que quien tiene una responsabilidad institucional dispone de


ambas autoridades y que ha de usarlas para llevar adelante su servicio. Las
dos dimensiones de autoridad tienen sus peculiaridades:
a) Para quien le es conferida, la autoridad supone disponer de fuerza de
transformación de la realidad. Significa ser poderoso, tener poder –nue-
vamente la RAE: “dominio, imperio, facultad y jurisdicción que alguien
tiene para mandar o ejecutar algo”–.
b) Pero para quien le es conferida, también es cierto que vive que la
autoridad no se justifica sólo por instancias externas, sino que precisa de
una fundamentación distinta, no escrita, muy ligada a los cómos se ostenta
la autoridad. Implica reconocimiento.
Ya vemos en todo ello que se anuncian tres problemáticas conectadas
entre sí: cómo vive su autoridad-poder quien la tiene, cómo se recibe la
autoridad-crédito y qué relación adecuada ha de tener la autoridad-poder
con la autoridad-crédito.

2. La autoridad de Jesús

Jesús sirve de respuesta para las problemáticas planteadas. Seguir la


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pista a cómo Jesús usa la autoridad-poder, por un lado, y a cómo constru-
ye su autoridad-crédito, por otro, es posiblemente el mejor modo de ver
cómo en Dios se soluciona la cuestión humana del poder y de cómo este se
puede poner al servicio del Evangelio. La autoridad en Jesús tiene los
siguientes registros:
a) El poder humano es algo que se consigue. Nos afanamos por obte-
nerlo. Es conquista. Por el contrario, la autoridad en Jesús realiza otro
camino. Mientras para el pueblo los escribas tienen autoridad-poder –su
erudición, avalada con las credenciales oficiales de entonces–, sin embar-
go, carecen de autoridad-crédito. En Jesús sucede lo contrario: la autoridad
le viene a Él, se le da crédito –“Y quedaban asombrados de su doctrina,
porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas”
(Mc 1,22)–.
b) El poderoso recuerda siempre al que no lo es su lugar inferior. El
poder cataloga. En cambio, al ejercer su autoridad, Jesús crea entornos de
fraternidad. Para hacerlo se sitúa justamente en el nivel más bajo –que es
el más verdadero– (cf. Flp 2,5-11; Mt 11,25-27; Mt 19,13-15).
c) Al que detenta el poder se le envidia o se le teme. En cambio, al que
tiene una autoridad como la que muestra Jesús se le admira y hasta se le
imita (cf. Mt 20,20-28).
d) El poder humano tiende a la aparatosidad y a la apariencia. Por con-
Una propuesta de pautas para el discernimiento

tra, aquel que tiene autoridad como crédito la expresa con discreción, casi
con la elegancia del silencio (cf. Lc 14,7-11).
e) El poder humano es efímero: dura sólo lo que duran las circunstan-
cias que le confieren su carácter coercitivo. La autoridad ejercida en el esti-
lo de Jesús, en cambio, resiste el tiempo; incluso se ve confirmada y justi-
ficada cada vez más, sencillamente porque es una autoridad basada en el
amor (cf. Jn 15,1-17).

3. Desafíos de la autoridad

El reto que asume Jesús en relación a la autoridad es el reto, mutatis


mutandis, de la autoridad en nuestras instituciones. Los que tienen respon-
sabilidad se han de confrontar con dos desafíos, que ciertamente lleva a un
no pequeño trabajo espiritual:

a) La difícil relación con la autoridad-poder

Nuestra relación con la autoridad-poder experimenta hoy dos dificulta-


des de bastante repercusión. Por un lado, culturalmente la autoridad-poder
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está bajo sospecha. No goza de la presunción de inocencia y se encuentra
sometida a un desprestigio constante.
Pero, por otro lado, culturalmente también se está rehuyendo del ejerci-
cio de la autoridad-poder. Ya Juan Pablo II, en su exhortación apostólica
Vita consecrata, lo denuncia: “En la vida consagrada ha tenido siempre una
gran importancia la función de los Superiores y de las Superioras […]. Pero
es preciso reconocer que quien ejerce la autoridad no puede abdicar de su
cometido de primer responsable de la comunidad, como guía de los her-
manos y hermanas en el camino espiritual y apostólico. En ambientes mar-
cados fuertemente por el individualismo, no resulta fácil reconocer y aco-
ger la función que la autoridad desempeña para provecho de todos. Pero se
debe reafirmar la importancia de este cargo, que se revela necesario preci-
samente para consolidar la comunión fraterna y para que no sea vana la
obediencia profesada” (43).

b) La difícil tarea de recibir autoridad-crédito

El segundo desafío afecta a la autoridad-crédito –la autoridad como


ascendiente, prestigio moral, peso personal– y es más sofisticado. Sin
embargo, recibir autoridad-crédito puede ayudar sobremanera en el desa-
rrollo de los procesos de discernimiento.
Francisco José Ruiz Pérez

Para obtener esa autoridad es clave que quien tiene responsabilidad eje-
cutiva muestre que no queda fuera de la verdad o de la corresponsabilidad
de cuanto propone o dispone. Nunca debería distanciarse excesivamente de
aquello que obliga a hacer. El mensaje tiene mucho del mensajero. Puesto
que el modelo primero de autoridad es Jesús, el gobierno religioso ha de
tener mucho de asunción personal de lo que determina. El que asume la
responsabilidad ejecutiva tiene que ser ejemplar: es modelo de aquello que
manda, aunque también ha de ser consciente de que su ejemplaridad no es
ausencia de defectibilidad.
Junto a lo anterior, la autoridad-crédito se recibe en la medida en que se
logre equilibrar el proyecto con el sujeto que lo realiza. Nunca la causa
debería sacrificar a la persona. La autoridad-crédito entra en zozobra desde
el momento en que se percibe que se ha perdido la sensibilidad por el fac-
tor humano.

V. Quinto paso: la necesidad de elegir

Los pasos indicados hasta ahora en el proceso de discernimiento anun-


cian una concatenación de momentos distintos, esenciales unos a otros.
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Discernimos cuando comprendemos que es a Dios a quien tenemos real-
mente que discernir. Para que eso sea posible, precisamos realizar dos
buceos complementarios en nosotros: uno nos lleva a nuestros deseos
–deseo de dejarnos afectar por la realidad; deseo de mirar el mundo desde
las claves de la misericordia de Dios; deseo de no condenar inmediatamen-
te la realidad–; otro nos conduce a los impedimentos para discernir – pre-
sencia de afectos desordenados, tensiones de elección mal enfocadas, pro-
blemas en nuestra particular relación con la autoridad–. Pero esa concate-
nación quedaría inconclusa si se evita la decisión. En lenguaje ignaciano,
el discernimiento aboca a determinaciones.
En este aterrizaje final del discernimiento, siempre el más pascual, ten-
gamos en cuenta lo siguiente:

a) Distinguir quién es quién en el discernimiento

En el proceso de discernimiento ha de primar la claridad de las instan-


cias que intervienen en él. Todo proceso de toma de decisión ha de ser diá-
fano respecto a
● dónde se sitúan los puntos de deliberación apostólica

● y dónde se sitúa el punto de toma de decisión.

La complejidad creciente de la misión hace que la praxis apostólica sea,


Una propuesta de pautas para el discernimiento

en conjunto, mucho más sofisticada que en otros momentos. Por un lado, el


discernimiento se enriquece con ello enormemente; pero, por otro, puede fra-
casar: o porque hay confusión de competencias, o porque se producen puen-
teos de las instancias implicadas, o porque se genera frustración ante la con-
fusión que crea una arquitectura compleja de toma de decisión. Por eso, es
esencial que los puntos de deliberación apostólica tengan definidos qué nivel
es el suyo y cómo pueden verter su luz al proceso general de discernimiento.

b) Tomar la decisión

En la espiritualidad ignaciana la falta de toma de decisión es un signo


alarmante de crisis. San Ignacio lo vivió personalmente. En su recorrido
espiritual inicial abundan las dudas, ese estado en el discernimiento del que
se debe salir, porque frustra finalmente el paso encarnatorio que es toda
opción hecha por Dios.
Así que el discernimiento aboca a la toma de una decisión. A la hora de
darle forma, tanto por lo que afecta a quien la asume como a quien la tiene que
formular para ser comunicada, podrían ser de utilidad tres consideraciones:
● Necesidad de que la decisión transparente fundamentación espiritual
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(¡Obedecemos al Espíritu!). El fruto del discernimiento realizado ha de
insinuar que ha existido búsqueda espiritual. El recurso a palabras funda-
cionales del carisma de la congregación o a discernimientos corporativos
de peso reciente ayudan a captar que la decisión se halla dentro del marco
carismático e identitario. Eso supone una ayuda para quien ha de acoger el
discernimiento como un fruto madurado y maduro del Espíritu.
● Necesidad de la claridad en la formulación de la decisión (¡Sabemos

qué hemos de hacer y cómo lo hemos de hacer!). El discernimiento debe


afinar al máximo la concreción de lo que se solicita. Necesitamos metas
suficientemente claras. Precisamos también medios para obtenerlas. Propo-
ner imposibles o animar a vaguedades idealistas es síntoma de un mal plan-
teamiento de la decisión.
● Necesidad de la humildad (¡Nos podemos equivocar!). En quien tiene

la autoridad debe haber dos presunciones: una primera de que su juicio es


limitado, contextualizado, mediado; y una segunda de que su juicio siempre
será limitado, contextualizado, mediado. Después de tomar la decisión, es
posible que accedamos a una luz mayor de discernimiento. El Espíritu puede
seguir trabajando para proponer nuevas perspectivas, o nuevas posibilidades
de elección, o una profundización inesperada de la decisión, o una corrección
total de esta. El proceso de discernimiento debe contar con que todo continúa
siendo penúltimo, no definitivo, hasta el mismo proceso de discernimiento…

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