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A su esquiva amada.

Andrew Marvell (1621-1678)

De tener suficientes mundo y tiempo, desiertos de la vasta eternidad.

no sería delito tu recato. No tendrás todo el tiempo tu belleza,

Dónde ir pensaríamos, sentados, ni habrá de resonar en tu sepulcro

y en pasar nuestro amor en largo día. el eco de mi canto: pues gusanos

Tú, en las riberas índicas del Ganges probarán tu inmortal virginidad:

en busca de rubíes; yo, plañendo tu honor sin par se habrá tornado polvo;

en las ondas del Humber. Te amaría muertas cenizas todo mi deseo.

desde diez años antes del Diluvio: La tumba es un lugar íntimo y bello,

y rehusar podrías, si quisieseis, pero creo que allí nadie se abraza.

hasta la conversión de los judíos.

Mi vegetal amor se extendería Por eso, ahora, cuando un fresco tinte

más vasto que un imperio y más despacio. vive en tu piel cual matinal rocío,

Unos buenos cien años yo daría y mientras tu alma diáfana transpire

para alabar tus ojos y tu frente, por cada poro fuegos instantáneos,

doscientos adorando cada pecho: vámonos a gozar mientras podamos;

y quizá treinta mil en cuanto resta. como amorosas aves de rapiña,

Mil años, por lo menos, cada parte, devoremos al punto nuestro tiempo,

si al fin tu corazón se me mostrase. en vez de perecer entre sus fauces.

Pues, Señora, mereces tal respeto; Envolvamos, pues, todas nuestras fuerzas,

y amarte no podría a menos precio. nuestra dulzura toda, en una esfera:

nuestros placeres, bastos, adentremos

Pero, detrás de mí, yo siempre escucho por el portal de hierro de la vida.

la carroza del tiempo, inexorable: Si parar no podemos nuestro sol,

y allende de nosotros se dilatan al menos obliguémoslo a correr.


Masa Los heraldos negros

César Vallejo César Vallejo

Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no


Al fin de la batalla,
sé!
y muerto el combatiente, vino hacia él un
Golpes como del odio de Dios; como si
hombre
ante ellos,
y le dijo: «¡No mueras, te amo tánto!»
la resaca de todo lo sufrido
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
se empozara en el alma… ¡Yo no sé!

Se le acercaron dos y repitiéronle: Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras
«¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!» en el rostro más fiero y en el lomo más
fuerte.
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;

o los heraldos negros que nos manda la


Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos
Muerte.
mil,

clamando «¡Tánto amor, y no poder nada


contra la muerte!» Son las caídas hondas de los Cristos del
alma
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
de alguna fe adorable que el Destino
blasfema.
Le rodearon millones de individuos, Esos golpes sangrientos son las
crepitaciones
con un ruego común: «¡Quédate
hermano!» de algún pan que en la puerta del horno se
nos quema.
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Y el hombre… Pobre… ¡pobre! Vuelve los


Entonces todos los hombres de la tierra ojos, como
le rodearon; les vio el cadáver triste, cuando por sobre el hombro nos llama una
emocionado; palmada;
incorporóse lentamente, vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
abrazó al primer hombre; echóse a andar… se empoza, como charco de culpa, en la
mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no


sé!

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