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1. «¡Mysterium fidei!»
La fe viva, pues, atenta a los propios fundamentos a los que alcanza la certeza de la
revelación y de la verdad –Escritura, Tradición, Magisterio– y con la fuerza sobrenatural
que le es propia, permanece como el primer y constante presupuesto metodológico para el
estudio de la Eucaristía, tanto para quien explica la materia, como también para quien la
escucha y la sigue. A este propósito, podemos recordar las palabras de Pablo VI en la
Encíclica sobre la Eucaristía Mysterium Fidei (3-XI-1965): «En primer lugar queremos
recordaros una verdad bien sabida, pero muy necesaria para eliminar todo veneno de
racionalismo, verdad que muchos católicos han ratificado con su propia sangre y que
célebres Padres y Doctores de la iglesia han profesado y enseñado constantemente, esto es,
que la Eucaristía es un altísimo misterio, más propiamente, como dice la Sagrada Liturgia
es el Mysterium Fidei: sólo en él, de hecho, como sabiamente dijo Nuestro predecesor
León XIII, se contienen con singular riqueza y variedad de prodigios, todas las realidades
sobrenaturales... Luego es necesario que nos acerquemos, particularmente a este misterio,
con humilde reverencia, no siguiendo razones humanas, que deben callar, sino
adhiriéndonos firmemente a la divina Revelación» (nn. 15-20ss.).
Con la Cristología. El nexo es, todavía, más explícito y rico. El misterio eucarístico,
de hecho, hace referencia a la luz de la revelación, a la encarnación, a la pasión y muerte, a
la resurrección del Señor, a su definitivo retorno. Cristo mismo, en la plenitud de sus
misterios y en la eficaz fecundidad de la redención, se hace presente y se comunica, a partir
del misterio de su Pascua.
Con el tema de la Gracia. Podemos comprender el nexo tan pleno del misterio de la
gracia porque la plenitud de la vida divina se nos comunica con este misterio que contiene,
como se expresa el concilio de Trento, no sólo la santificación, sino al autor mismo de la
santidad 1. Él nos abre, de hecho, a la comunión trinitaria, a la conformación con Cristo, a
la vida según el Espíritu y a la plenitud de la filiación divina.
Las virtudes teologales. Están en íntima relación con la Eucaristía. Ésta las exige y
las ejercita, las alimenta y las hace crecer. Es «misterio de fe», sostén y viático de la
esperanza que nos da la prenda de la vida futura («futurae gloriae nobis pignus datur»). De
modo muy especial, es el sacramento de la caridad, según cuanto dice santo Tomás: «Del
mismo modo que el bautismo es llamado el sacramento de la fe, así la Eucaristía es llamada
“sacramento de la caridad, que es el vínculo de la perfección” (S. Theol. III, q. 73, a. 3 ad
3). De hecho, ella posee y comunica un dinamismo operativo de caridad hacia Dios y hacia
el prójimo, en cuanto culmen del amor de Cristo por el Padre y los hermanos, memorial de
su muerte gloriosa.
Con el tratado sobre la Iglesia las relaciones son de una gran riqueza y fecundidad.
Se pueden resumir en el doble aforismo acuñado por H. de Lubac: «La Eucaristía hace la
Iglesia. La Iglesia hace la Eucaristía». Tan íntima relación se deduce de la teología
patrística y medieval, en la cual la equivalencia de las expresiones Eucaristía=Corpus
Mysticum es fuertemente subrayada. En efecto, la Eucaristía es el «Corpus mysticum», es
decir, sacramental de Cristo. Y la Iglesia es el «Corpus reale», el cuerpo de Cristo aquí en
la tierra. Se puede afirmar con la teología más iluminada que el culmen de la eclesiología
es, precisamente, la eclesiología eucarística. De hecho, la Iglesia es el Cuerpo del Señor en
virtud de la Eucaristía, que es el Cuerpo y la Sangre del Señor que hace de todos un solo
Cuerpo y un solo Espíritu. La Iglesia es revelada plenamente por la Eucaristía en su
misterio y en sus exigencias. Ella alcanza en plenitud su ser, el Cuerpo del Señor. Además,
fuera de la Iglesia no hay Eucaristía.
• AG 9: Eucaristía y evangelización.
• Fracción del pan («fractio panis», «klasis tou artou»), expresión que nos remite al
gesto de la Cena, a la acción de Jesús entre los discípulos de Emaús (Lc 24, 13-25), a la
praxis de la comunidad apostólica (Hch 2, 42-46; 20, 7-11).
• Coena dominica, Cena del Señor o señorial («Kyriakos deipnos»: 1 Co 11, 20), en
referencia a la Cena en la que Cristo instituyó la Eucaristía y a la Cena que comparte con
nosotros, en espera del banquete escatológico (Ap 3, 20). A veces, se sintetiza en la
palabra «Dominicum» o «convivium dominicum».
• Anaphora, prosphora (la acción de la oblación, y los dones ofrecidos) que indican
la plegaria eucarística y la presentación-ofrenda de los santos dones.
• Ta Aghia, «sancta» las cosas santas, con el primitivo sentido del «sanctorum
communio», comunión en las cosas santas, según la antigua fórmula de presentación de los
dones antes de la comunión: «ta aghia tois aghiois», «las cosas santas a los santos».
El período que va desde el año 1965, año en que finaliza el concilio Vaticano II y
año de la publicación de la Encíclica de Pablo VI sobre la Eucaristía Mysterium Fidei, hasta
nuestros días, ha sido particularmente fecundo en escritos sobre la Eucaristía. En las
bibliografías especializadas se cuentan más de 2000 títulos bibliográficos. En torno a la
Eucaristía, a nivel de investigación teológica y de praxis litúrgica se recogen y concentran
muchos intereses de diferentes tipos: exegético, teológico, litúrgico, pastoral, ecuménico...
Trataremos de ofrecer una breve panorámica:
Son muchos los estudios exegéticos que han ofrecido una rica y renovada exégesis
y teología bíblica sobre los así llamados «relatos de la Institución». En particular, cabe
destacar los estudios literarios, ambientales, como aquéllos que hacen referencia al tiempo
pascual, los ritos de la Pascua judía y su relación, real o inexistente, según las diversas
sentencias, con la institución eucarística...
Particular importancia revisten los estudios bíblicos sobre el género literario
subyacente a la institución de la Eucaristía, a partir de las plegarias bíblicas, de modo
especial la «Berakàh» y la «Todàh».
Son notables también, los estudios referentes a la teología de Juan sobre el pan de
vida, a nivel de exégesis y de teología.
Perspectivas litúrgicas
Estos progresos son destacados en los Documentos de diálogo bilaterales con la Iglesia
Católica, y de modo especial en el BEM (Bautismo, Eucaristía, Ministerio) o Documento
de Lima preparado por la comisión Fe y Constitución del Consejo Ecuménico de las
Iglesias de Ginebra, de 1982.
Se puede decir que hoy, no son de gran interés para la teología las encarnizadas
discusiones anteriores al Vaticano II sobre la teología de la presencia real, con las diferentes
explicaciones de tipo escolástico o moderno; pocos son los estudios que se preocupan de
poner en claro la modalidad del sacrificio eucarístico y la relación con el único sacrificio de
la cruz; son también lejanas las posiciones teológicas que negaban la presencia real y la
transustanciación de los años 60 y 70. Pero es preciso preguntarse si estos problemas no
deben proponerse de nuevo, con fuerza, a la luz del Magisterio de la Iglesia, evitando
algunas posiciones superficiales.
Bibliografía
• PHILIP J. ROSATO, Linee fondamentali e sistematiche per una teologia etica del
culto, en AA.VV., Liturgia. Etica delle religiosità, Coro di Morale V. 5, Brescia,
Queriniana, 1995, pp. 11-73.
Por su parte, el teólogo milanés propone una posible futura articulación del tratado
en estos tres puntos de contenido y de método:
1. La celebración de la Eucaristía: revelación de la existencia del rito en la complejidad de
sus elementos constitutivos como hecho histórico; y, consecuentemente, la identificación
de su razón de existir.
1º. Reseñas bibliográficas. 2º. Estudios bíblicos. 3º. Estudios litúrgicos y entre estos: a) los
manuales; b) la Misa del Vaticano II; c) la cuestión de la ritualidad; d) la historia de la
celebración eucarística; e) la plegaria eucarística, con una atención específica a dos autores
italianos con contribuciones de gran relieve (C. Giraudo y E. Mazza), y otros que han
estudiado la tradición de las anáforas, con una atención particular al tema de la epiclesis.
Hoy se dan urgencias teológicas que requieren la atención para una serie de temas
teológicos conectados con la Eucaristía y la vida de la Iglesia:
• De la Eucaristía a la Trinidad.
En este sentido nuestra propuesta se articula desde una visión general del misterio
eucarístico en dos partes:
La primera parte, dividida en tres grandes capítulos, quiere pasar revista a la revelación del
misterio eucarístico, a la primitiva tradición patrística y litúrgica y a los documentos más
importantes de la Iglesia. Mientras que el tratado de la revelación es más preciso y
concreto; para las otras dos partes se ha procurado una visión de conjunto.
La segunda parte estudia, en síntesis y con un cierto vínculo que debe ser tenido siempre
presente, los tres grandes temas de la Eucaristía, con la sabia propuesta de distinguir para
unir: el sacrifico, la presencia y el banquete de comunión. También desde el carácter
esquemático de cada una de las partes se trata de dar plena razón de los temas teológicos
que un tratado sobre la Eucaristía no puede, de ninguna manera, dejar como información y
como tendencia teológica segura.
Una conclusión, del mismo modo que al principio una premisa, trata de poner de nuevo a la
Eucaristía en el centro de la vida de la Iglesia, para una Iglesia que sea comunidad
eucarística y presente en el mundo, un rostro eucarístico.
PRIMERA PARTE
LA EUCARISTÍA EN LA BIBLIA, EN LA TRADICIÓN Y EN
EL MAGISTERIO
Sumario:
La exposición del tema está articulada y requiere una visión clara del conjunto ya desde el
principio. Estos son los temas progresivos a tratar: 1. Los textos de la institución. 2. Los
diferentes contextos. 3. Los elementos de la Cena. 4. Los gestos rituales. 5. Las palabras de
la institución y su significado. 6. Contextos rituales significativos. 7. Las tres categorías
indisolublemente unidas: cena, presencia, sacrificio y cena, cruz, misa. 8. Algunas
orientaciones de teología bíblica.
Bibliografía:
Además del tratado general que se encuentra en los manuales son interesantes para el
estudio bíblico:
• AA.VV., La Cena del Signore en «Parola Spirito Vita», Quaderni di lettura biblica n. 7,
Bologna, Ed. Dehoniane, 1987.
• J.L. ESPINEL, La Eucaristía del Nuevo Testamento, editorial San Esteban, Salamanca
1980.
• S. CIPRIANI, Eucaristia, en Nuovo Dizionario di Teologia Biblica, Ed. Paoline 1988, pp.
521-530. Aquí nos podemos referir a los comentarios bíblicos a los textos de la institución
de Mateo, Marcos, Lucas, Pablo...
– Mc 14, 22-24;
– Mt 26, 26-28;
– Lc 22, 19-20;
– 1 Co 11 23-26.
v. 23. Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio, y bebieron todos de ella.
v. 24. Y les dijo: «Ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos.
v. 26. Mientras estaban comiendo, tomó Jesús pan y lo bendijo, lo partió y, dándoselo a sus
discípulos, dijo: «Tomad comed, éste es mi cuerpo».
v. 27. Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio diciendo: «Bebed de ella todos,
v. 28. porque ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para perdón de
los pecados.
v. 19. Tomó luego pan, y, dadas las gracias, lo partió y se lo dio diciendo: «Éste es mi
cuerpo que es entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío».
v. 20. De igual modo, después de cenar, la copa, diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza
en mi sangre, que es derramada por vosotros.
v. 23. Porque yo recibí del Señor lo que os he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en
que fue entregado, tomó pan,
v. 24. y después de dar gracias, lo partió y dijo: «Éste es mi cuerpo que se da por vosotros;
haced esto en recuerdo mío».
v. 25. Asimismo también la copa después de cenar diciendo: «Esta copa es la Nueva
Alianza en mi sangre. Cuantas veces la bebiereis, hacedlo en recuerdo mío».
v. 26. Pues cada vez que coméis de este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del
Señor, hasta que venga.
• existe entre ellos una unanimidad sustancial tanto por cuanto hace referencia al hecho
mismo de la institución, como por el contenido;
Los cuatro textos dependen de una fuente común que sería el texto más primitivo y
simple, al cual, seguidamente, se han añadido palabras y detalles de carácter literario,
explicativo del sentido de algunos vocablos, para su plena comprensión. Para algunos sería
el texto de Marcos. Para otros, la mayoría, el texto de Pablo o incluso un texto primitivo
híbrido.
Para una exacta comprensión de algunos detalles conviene evidenciar que Pablo hace
alusión en el v. 23 a una tradición: «Porque yo recibí del Señor lo que os he transmitido».
En tal caso estamos ante un texto primitivo que recuerda la primera predicación a los
Corintios, hacia el año 55, y el momento en el que él mismo recibió esta tradición como
proveniente del Señor, hacia el año 50.
A pesar de las semejanzas, y aunque dependientes de una fuente común, los textos son
clasificados, generalmente, en torno a dos tradiciones diferentes:
Pero es preciso llegar a la distinción hecha por algunos de dos impostaciones doctrinales
diferentes: una que daría a la Cena un carácter festivo, pascual (la primera) y la otra que
insistiría en el carácter sacrificial, fúnebre (la segunda).
No es difícil localizar las semejanzas y diferencias verbales entre las dos tradiciones
evangélicas. Las más notables son éstas:
– Mateo expresa la invitación: tomad, comed... bebed todos de él; Marcos: tomad... y todos
bebieron.
– el acento puesto en las palabras sobre el pan en Lucas y Pablo: que se (entrega) por
vosotros;
– la colocación de las palabras sobre el cáliz: mientras cenaban (Marcos y Mateo), después
de la Cena (Lucas y Pablo);
– la forma directa «ésta es mi sangre» (Marcos y Mateo) o indirecta (este cáliz es...),
(Lucas y Pablo);
El mandato de repetir está ausente en Marcos y Mateo y presente en Lucas y Pablo, el cual
lo repite también para el cáliz, con la añadidura de la palabra «osakis» cada vez... La
ausencia del mandato de repetir en Mateo y Marcos no se debe considerar una omisión
querida que indicaría la no voluntad institucional de repetición del gesto del Señor. Jesús
habría celebrado la Cena, pero no habría instituido un rito a repetir. Sin embargo, esta
interpretación restrictiva no se sostiene; la repetición está implícita en la praxis de la Iglesia
cuando tales Evangelios se escriben. Como observa P. Benoit una rúbrica se cumple,
también si no se repite verbalmente. La Iglesia hacía esto como memorial de Jesús, aunque
en Mateo y Marcos la rúbrica («Haced esto...) no aparece.
Pablo, por su parte, añade algunas palabras que parecen una explicación del sentido del
hacer esto como memorial. En algunas tradiciones litúrgicas posteriores estas últimas
palabras de Pablo son puestas en directo, como propias de Jesús, y contienen algunos
añadidos. Cfr. infra.
II CONTEXTOS DE LA INSTITUCIÓN
Una cosa es cierta, la institución ha sido realizada durante una cena, como se
evidencia de los textos y del contexto. Una cena de intimidad, de adiós, en un ambiente
religioso como el de las comidas judías. Pero ¿de qué tipo de cena se trataba?
El problema
Una primera dificultad contra la tesis pascual era ofrecida por la diferente
cronología de la Cena pascual según los Sinópticos y según Juan. En efecto, según los
Sinópticos, Jesús celebra la cena la víspera del viernes. Dicho viernes, sin embargo, según
Juan, sería precisamente el día ritual de la Pascua, como hacen ver los sumos sacerdotes
que se niegan a entrar en la residencia de Pilatos, para poder comer la Pascua (Jn 18, 28); la
prisa por la sepultura de Jesús se justifica por las mismas razones (Jn 19, 42). Según el
evangelista Juan, Cristo, el Cordero, es sacrificado a la hora en la que eran sacrificados en
el templo los corderos para la Cena pascual de la tarde y aquel día era el día de la
Preparación, parasceve (19, 14.31.42).
Diversos intentos se han dado para poner de acuerdo estas aparentes discordancias.
Jesús habría podido celebrar la cena según un calendario y un cómputo diferente, seguido
por algunos, como los esenios y la comunidad de Qumrán, como aparece en el libro de
los Jubileos. Es la solución de A. Jaubert 5.
Para otros autores no existe dificultad por el hecho de que una inmolación ritual de
los corderos se hiciera la vigilia del 14 Nisán. También con un cordero no inmolado
oficialmente por los sacerdotes en el templo se podía celebrar la pascua. Jesús, por lo tanto,
habría celebrado la Pascua o martes o jueves, anticipándola a la fecha oficial. Juan, sin
embargo, es fidedigno por cuanto respecta a la fecha oficial de la Pascua y por su deseo de
hacer coincidir la inmolación de Cristo en Cruz con el momento de la inmolación de los
corderos en el templo.
La interpretación pascual de la Cena del Señor se ha convertido en algo casi normal para la
teología litúrgica del Vaticano II que ha sacado a la luz la expresión «paschale
mysterium», (SC 5, 61; PO 5) y por los textos litúrgicos postconciliares.
Queda siempre como punto de referencia para esta interpretación el contexto apuntado por
los Sinópticos y, especialmente, la insistencia verbal de Lucas sobre el deseo de Jesús de
comer la Pascua con los discípulos.
Se puede decir que los Sinópticos hacen pascual la Cena en el sentido de que se trata de la
Cena de la Pascua de Jesús. Juan ve la inmolación del Cordero pascual en Cruz y Pablo
personaliza la Pascua en la inmolación y en la resurrección de Cristo que es nuestra Pascua.
Estamos muy lejos de alcanzar una unanimidad sobre este punto. También algunos
exegetas y liturgistas, precisamente privilegiando el texto de Lucas, pero en virtud de su
estructura algo singular (bendición del cáliz, bendición del pan, bendición del segundo
cáliz) están seguros de encontrar sólo una cena de adiós, en la cual el Señor no habría
utilizado las fórmulas de la Cena pascual sino sólo la de la «Birkat ha mazon», o bendición
del pan (del ácimo) 7.
Sin embargo, el carácter pascual de la muerte del Señor y de su resurrección no hay que
descartarlos e, indirectamente, esta visión pascual ilumina la Cena de Jesús, que permanece
envuelta en el misterio de la Pascua.
Puede ser útil recordar en este momento algunas líneas esenciales de la celebración
de la Cena pascual.
Las fuentes más antiguas que hacen referencia al hecho y al rito se encuentran en
los textos primitivos del Antiguo Testamento: Esd 12, 1-8; Dt 16; Lv 23, 5-8; Nm 28, 16-25.
Estos ritos iniciales han cambiado, seguidamente, a lo largo de los siglos. Una
reconstrucción del ritual pascual en tiempos de Jesús es sólo una hipótesis; los textos que
conocemos de la Mishnà son posteriores pero, quizás, transmiten gestos y palabras del
tiempo de Jesús. Es peligroso referirse a los rituales que ahora conocemos, sin tener esta
conciencia para verlos con un cierto relativismo.
Según este esquema, y en la hipótesis de que Jesús haya seguido este ritual al pie de
la letra, las palabras sobre el pan habrían sido pronunciadas al final del segundo Seder; las
palabras sobre el cáliz, después de haber cenado, al comienzo del tercer «Seder» en el
momento de la tercera copa o cáliz de la bendición...
No se puede probar que Jesús haya seguido punto por punto el ritual de la Pascua;
es más, se puede conceder que lo haya hecho con mucha libertad y originalidad como se
deducía de su estilo, para nada legalista, y con plena conciencia de referirse no a una
realidad pasada, sino a su Pascua próxima. Pero no se puede negar que ha tenido la
intención de asumir el pleno sentido de la Pascua y así lo han interpretado los evangelistas.
En las palabras de la Cena encontramos todo el peso de la asunción del carácter simbólico
de la Pascua antigua, lo renueva, lo personaliza, lo remite a su muerte próxima que es el
verdadero éxodo liberador, su paso al Padre (Jn 13, 1-2). En este sentido podemos decir
que Juan presenta mejor el sentido pascual de la muerte de Jesús y su inmolación en cruz
como cordero pascual.
Bibliografía:
2. La pasión
• 1 R 11, 29-31: el manto de Jeroboam hecho en doce pedazos para significar la repartición
del Reino en doce pequeños reinos por las doce tribus.
• Is 20, 2-3: el profeta se descalza y se despoja para hacer entender la suerte de Jerusalén.
• Jesús cumple una acción profética con la maldición de la higuera (Mc 11, 12-14).
Jesús, desde esta interpretación, con sus palabras y sus gestos realiza una acción
profética, demostrativa de lo que está por realizarse, su sacrificio. Invita a tomar parte en él.
La suya será una muerte violenta; será también una oblación voluntaria y salvífica. En esta
acción profética entran en juego el pan y el vino, las acciones de Jesús: el partir el pan, el
derramar el vino en la copa, las palabras alusivas a su pasión –sufrimiento y don– pero en
una absoluta conciencia y libertad de lo que está por suceder, como es subrayado, por
ejemplo, en Jn 13, 1-2. Puede anticipar en los signos lo que ya está viviendo. Esto no
significa que el gesto de Jesús se reduzca a una demostración de lo que está por suceder, o
sólo para advertir a los suyos de cuanto sucederá pronto. Es una acción demostrativa,
profética, pero a la vez real y constitutiva. Jesús, de hecho, no se limita a demostrar sino
que invita a comer, a participar y a hacer memoria, seguidamente, de cuanto cumple.
1. El pan
Es un don de Dios (Sal 104, 14ss.), medio de sustento esencial, al punto que quien
es privado de él muere. En el culto judaico es asumido como símbolo efectivo de la
comunión con Dios en los panes de la proposición y en los sacrificios pacíficos con la flor
de harina (1 S 21, 5; 1 R 7, 48; 2 Cro 13, 11; Esd 35, 23-30; Lv 24, 5-9). El pan ácimo, sin
levadura, recuerda la prisa por huir de la tierra de Egipto; tal hecho era evocado en las
plegarias de la Pascua. Es el pan ácimo de la Pascua (Esd 12 y 13). Pero el pan recuerda
también el alimento ofrecido por el Señor a los israelitas en el desierto, pan de los ángeles
comido por el hombre (Esd 16, 15ss.; Sal 78, 23; 105, 40...). Jesús mismo multiplicó los
panes para saciar a la multitud (Mt 14, 19 y paralelos; Jn 6, 1-11). Él mismo se define como
el Pan de vida y promete un pan que es su carne para la vida del mundo (Jn 6, 26ss. y
51ss.).
2. El vino
Interesante también el simbolismo natural y bíblico del vino, que según las
prescripciones rituales de la Pascua debía ser tinto. El vino, con el pan y el aceite está entre
los elementos esenciales para la subsistencia (Dt 8, 8; 11, 14). Era ofrecido como libación
sobre los sacrificios. Es símbolo de alegría (Sal 104, 14). El banquete con vino es signo de
los tiempos escatológicos (Is 25, 6; Jr 31, 12). Jesús mismo anticipa la alegría mesiánica
convirtiendo el agua en vino (Jn 2, 10ss.) y habla del festín escatológico cerca del Padre,
alegrado por la copa del vino nuevo del Reino (Mt 26, 29).
3. La copa
Recordemos finalmente que pan y vino son los alimentos de la Alianza hecha entre
Abraham y Melquisedec (Gn 14, 18ss.) y los frutos prometidos de la Sabiduría a sus
discípulos (Pr 9, 1-6) 10.
Bendijo–dio gracias. La fracción del pan y el ofrecimiento del cáliz eran llevados a
cabo mediante una plegaria de bendición. Lucas y Pablo hablan de «acción de gracias»
(«eucharistesas»). Marcos y Mateo de bendición por el pan («euloghesas») y acción de
gracias («eucharistesas») por el cáliz. Se trata en todos los casos de la plegaria de
bendición, «Berakàh» y de la acción de gracias que acompañaba los momentos de la
comida. Conocemos tales plegarias de bendición por la tradición, bien porque eran
referidas en las comidas comunes, como por tratarse de la bendición pascual:
«Bendito seas, Señor, Dios nuestro y rey de los siglos, que haces crecer el pan de la
tierra». Es la bendición inicial del pan.
«Bendito seas, Señor, Dios nuestro, Rey del universo que haces crecer el fruto de la
vid...» Es una de las bendiciones del cáliz. La gran plegaria de bendición, sin embargo,
suena así: «Bendito seas Señor, Dios nuestro, Rey del universo, que nutres el mundo entero
en tu bondad, en tu gracia y en tu misericordia...»
Jesús, como buen judío, estaba acostumbrado a utilizar este tipo de bendiciones,
como atestiguan los relatos evangélicos, especialmente antes de cualquier milagro (Jn 6,
11; Jn 11, 41-42). Pero él era el Hijo de Dios. Su plegaria tenía siempre acentos originales y
únicos. Es probable que no se hubiera contentado con pronunciar una fórmula sino, más
bien, improvisar una bendición propia al Padre, a la altura de las circunstancias, con el pan
y el cáliz entre sus manos, y en relación con el sentido que dicho gesto asumía por su
muerte próxima. Juan nos ha conservado una plegaria sacerdotal-sacrificial de Jesús en la
última Cena (cap. 17). Podemos, pues, pensar que improvisó una bendición especial,
original, de la cual el texto estereotipo de la institución nos ha conservado el hecho pero no
el contenido. Mucho se lamentaba san Basilio Magno de este silencio, ya que del contenido
de las palabras de bendición de Jesús en la última Cena: «ningún Santo nos las ha dejado
por escrito» (De Spiritu Sancto 27, 66: PG 32, 188).
Partió el pan. Con la misma fidelidad los cuatro relatos de la institución nos han
transmitido el gesto ritual de Cristo. El gesto expresa el compartir; quedará como vocablo
de la eucaristía cristiana primitiva: fracción del pan (Lc 24, 30; Hch 2, 42.46; 20, 7.11; 1
Co 10, 16). En el texto paulino citado se pone a la luz también la participación en el mismo
pan como signo de la comunión en el mismo cuerpo. Quizás esta expresión implica
también el gesto sacrificial del pan-cuerpo partido, según la interpretación de algunos
exegetas como Max Thurian, reforzada por la palabra «klomenon» (partido) que algún
códice antiguo añade a 1 Co 11, 24 para no dejar en suspenso la frase «que será... para
vosotros»: «to yper umon klomenon...» Para Max Thurian también el gesto de verter el vino
en el cáliz podría tener un sentido sacrificial, para indicar que la sangre misma será
derramada...
Los textos de la institución, por su carácter recopilativo, litúrgico, esencial, nos han
transmitido aquello que podemos llamar los textos de un nuevo «haggadàh», o explicación
y proclamación que Jesús presenta de sus gestos, invitando a los discípulos a acoger la
novedad del pan y del vino. El texto de Jn 6, 51 y ss., sobre la revelación del pan de vida,
es interpretado por algunos como reminiscencia de este «haggadàh» de la nueva Pascua
hecho en el momento de la Cena, puesto por Juan en otro contexto, en simetría con cuanto
hacía el padre de familia en la Cena, tanto como relato de cuanto había sucedido como
desde el sentido que tenían los alimentos pascuales. En efecto, él, como hemos visto en el
2º Seder pascual, explicaba el sentido del cordero a comer, del pan ácimo y de las hierbas
amargas. Pero, anteriormente, en la primera fracción del pan se decía: «Esto es el pan de la
aflicción que nuestros padres comieron en tierra de Egipto...» Las palabras de Jesús se
insertan en un clima de explicación del sentido simbólico y real de la Pascua.
En los dos casos, se trata de una frase muy simple: esto es mi carne o he aquí mi carne. Si
tal hipótesis es justa, detrás de la palabra que se refiere al cuerpo no aparecería en el
original la palabra soma, a traducir con gûf o gufâ en hebreo, correspondiente a cadáver o
cuerpo muerto, sino la palabra basar, sarx en griego, carne, como en la terminología del
Evangelio de Juan (1, 14 y 6, 51ss.).
La preferencia en los textos griegos de la institución por la palabra soma, puede ser
puesta en relación con la asonancia de la correspondiente palabra referida a la sangre, es
decir, aima; o bien por el sentido peyorativo de la palabra sarx para los cristianos venidos
del helenismo. En la simetría de las dos fórmulas, los vocablos soma-aima parecen,
además, más apropiados para expresar la completa realidad de la persona (carne y sangre),
como se ve por otros textos paralelos (cfr. Mt 16, 17), pero también por la asonancia
mnemónica de la fórmula.
Sin embargo, es plausible la hipótesis que subtiende a la palabra soma o sarx la expresión
hebrea o aramea que no indica sólo la carne, sino toda la persona, la humanidad misma de
Cristo con la connotación de la debilidad de su naturaleza humana. Tal interpretación
ofrece a las otras palabras de Jesús una perspectiva más personalista. El don que Cristo
hace de sí es su humanidad entera. Como observa J. Betz: «Si Jesús quiere dejar en el
despedirse un don que corresponda a su misión, se puede pensar que se deje a sí mismo»
(Eucaristia, en Dizionario Teologico, p. 615).
El complemento de la frase en Lucas, «que se entrega por vosotros», puede ser leído en
sentido pasivo, o de tiempo, como inminente realización: que esta para ser entregado por
vosotros. La preposición «uper» tiene un sentido oblativo, sacrificial «en favor de». Se
trata de una expresión simétrica con la de la sangre derramada «por vosotros», «por la
multitud». Es evidente el sentido sacrificial, la referencia a la próxima pasión, al don de la
vida en sacrificio, con una clara alusión al Siervo de YHWH que da la vida por la
muchedumbre (Is 53, 1ss.), como explicita mejor todavía la fórmula sobre el cáliz.
Las palabras sobre el cáliz, como se ha visto, han llegado hasta nosotros sin
notables diferencias. Mientras en Mateo y Marcos se da una más clara simetría con las
palabras del pan, en una proposición directa, Lucas y Pablo han cambiado sensiblemente la
redacción. En Mateo y Marcos se habla directamente: «Ésta es mi sangre, de la alianza...»
Los otros dos testimonios ponen en forma indirecta la referencia a la sangre: «Éste es el
cáliz de mi sangre...» O bien «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre». Por una
metonimia tenemos en esta forma literaria el contenedor (el cáliz) por aquello que allí es
contenido (la sangre); y el efecto (la nueva alianza) por la causa (la sangre derramada).
También para las palabras sobre el cáliz J. Jeremías propone una hipótesis de texto
esencial, en la lengua original de Jesús, hebrea o aramea, con la forma directa que hace
referencia a la sangre o a la sangre de la alianza. He aquí las posibles palabras:
En la fórmula sobre el cáliz tenemos la misma estructura que la del pan, pero más
rica en sus evocaciones:
Mi sangre: El vino tinto de la copa es identificado por Jesús con su sangre. También
la sangre, de igual modo que la «carne», evoca toda la persona; la sangre es lugar de la
vida. Como afirma de nuevo J. Betz: «La sangre de Jesús, derramada en la cruz, y en la que
según la concepción semita toda la persona de Jesús está presente (como si estuviera en ella
concentrada y concretizada) se ofrece de nuevo como una realidad presente en el cáliz»
(Eucaristia, en Dizionario Teologico, p. 615). Tenemos, por lo tanto, una evocación
personal y sacrificial al mismo tiempo. La sangre reclama el don voluntario de la persona
misma en el signo interior de la vida, es decir, la sangre.
Por vosotros y por muchos: Lucas acentúa el «por vosotros» sacrificial que tiene
como término inmediato los discípulos. Mateo y Marcos, sin embargo, sacan a la luz la
universalidad «uper pollon», por la multitud, en un sentido de totalidad o universalidad. De
esto modo Jesús evoca el cumplimiento en él de la profecía del Siervo de YHWH, que da la
vida en rescate de la multitud (Is 53, 12ss.; 42, 6).
Por la remisión de los pecados: Mateo sólo añade estas palabras que son una clara
explicitación del efecto salvífico de la sangre derramada. Alusión al sacrificio de expiación
y de propiciación (Lv 17, 11), a la luz de la Carta a los Hebreos que habla de la efusión de
la sangre necesaria para la remisión de los pecados (Hb 9, 22). Cabe observar que también
la alianza nueva prometida por los profetas comportaba la remisión de los pecados en el
don prometido del Espíritu Santo (Jr 31, 33-34 y Ez 36, 25-27).
A la luz de este concepto, las palabras del memorial, deben ser entendidas como la
institución del rito, haced esto, que debe hacer presente, en analogía con el memorial
antiguo, el gesto y el evento al cual Jesús se refiere: el don de su cuerpo, la efusión de su
sangre. Se trata de recordar en una evocación, no meramente subjetiva sino objetiva, la
pasión y muerte salvífica de Jesús con sus efectos de salvación. Una doble invitación, por
lo tanto, a hacer esto, pero ya no como evocación de la pascua, o de una comida fraterna o
religiosa, sino como memorial de su persona, consagrada a la muerte redentora. Tenemos,
por lo tanto, una efectiva sustitución del memorial de la Pascua con el memorial de la
pasión de Jesús, en la medida en que ésta es descrita como el verdadero cumplimento de la
Pascua judaica (cfr. supra).
Otras interpretaciones débiles del memorial como: «Haced esto para que Dios se
acuerde mí», no parecen atendibles en el contexto interpretativo de la comunidad primitiva.
La súplica escatológica
Con esta expresión es designada por P. Benoit la frase presente en Mateo y Marcos
después de la institución, pero también en Lc 22, 17-18, antes de la institución: «Os
aseguro que no beberé ya del fruto de la vid hasta el día en que lo beba de nuevo con
vosotros en el Reino de mi Padre», o bien «hasta que venga el Reino de Dios».
Varias son las interpretaciones de este texto. Para algunos se trata de un voto de
abstinencia en la espera del cumplimiento del Reino mesiánico. Convence más la
perspectiva de P. Benoit que interpreta estas palabras como una rendija de esperanza y de
glorificación futura, un anuncio de victoria, que se abre por Jesús en la espera del Reino del
Padre, pero al cual están invitados los discípulos. Con una bella expresión Benoit dice a
propósito del sentido que estas palabras revestían para la comunidad primitiva: «Esta
palabra contenía una cita al Reino futuro («rendez-vous dans le Royaume»), un futuro que
maravillosamente conviene como perspectiva de esperanza después de la unión al cuerpo y
sangre del Señor. Esta apertura sobre el futuro tomaba toda la importancia, más que el
anuncio ya realizado de que Jesús no bebería ya del vino en la tierra, es decir, que tenía que
morir».
– El otro aspecto del «zikkarôn», puesto a la luz por Max Thurian para comprender
la Eucaristía, es el del pan, sacrificio pacífico ofrecido como memorial (Le-azkarah)
(cfr. Lv 2, 1-2). Se trata del ofrecimiento de flor de harina, con aceite e incienso, quemado
como memorial ante el Señor: «es un sacrificio, consumado con el fuego, en suave olor al
Señor». El vínculo con el pan eucarístico pone de relieve esta categoría de sacrificio
sacramental, aplicada por la tradición cristiana a la Eucaristía (Justino en el Diálogo con
Trifón, 41, 1 y 117, 3, Orígenes en la Homilía XIII sobre el Levítico...). Jesús en la cruz es
este pan ofrecido en sacrificio de suave olor al que el Padre mira complacido. Cristo en la
Eucaristía es este pan ofrecido al Padre.
5. Berith hadassa. Tenemos aquí una categoría esencial del culto y de la historia de
Israel. Jesús la asume como celebración y memorial de la alianza nueva que procede de la
fidelidad de Dios, de la Hessed YHWH, cuya misericordia era recordada también en las
plegarias de la Cena pascual. La repetición ritual del gesto de Jesús nos permite renovar la
nueva alianza que Dios nos ofrece siempre en el sacrificio de su Hijo.
A la luz de las palabras de la institución está bien poner de relieve las tres categorías
o momentos implicados en el misterio.
Para una lectura sin prejuicios del relato de la Cena parece evidente el alcance
realista de las palabras y gestos del Señor. Pero ya que a la experiencia de los discípulos y a
la nuestra, en la celebración eucarística, no resulta evidente un cambio real del pan y del
vino, debemos preguntarnos si no se deben entender estas palabras sólo a nivel de
representación simbólica. La tendencia racionalista a lo largo de toda la historia de la
Iglesia trata de hecho de reducir la Eucaristía a símbolo sin realidad.
A la luz del realismo de la Cena y de la Cruz, que son momentos de vida plena,
debemos interpretar las palabras de Jesús que hablan de identificación real con lo que
ofrece. En efecto, en los símbolos del pan y del vino Cristo se ofrece a sí mismo, su cuerpo
(su carne) y su sangre son ofrecidos en sacrificio. Es el significado evidente de sus
palabras: ESTO es MI CUERPO. ESTO es MI SANGRE.
En primer lugar escuchemos a P. Benoit que habla del realismo de las palabras de
Cristo: «No es para ilustrar, en medio de tales imágenes, su próximo sacrificio que Jesús
recurrió a estos elementos; lejos de ayudar por sí mismos a comprender la muerte del
cuerpo y la efusión de la sangre, son ellos, por el contrario, los que tienen necesidad de este
acontecimiento para ser comprendidos. El pan y el vino eucarístico no se dirigen, pues, al
espíritu en calidad de símbolos: se encaminan, sobretodo, al cuerpo como alimentos. Es a
título de alimentos que interesan, en primer lugar. Y lo que deben comunicar a quien los
recibe, no es una idea o una enseñanza, sino una realidad muy concreta: el cuerpo y la
sangre del Señor. Tal es el plano concreto y realista en el cual se sitúa la salvación cristiana
y sobre el cual es importante insistir, puesto que este aspecto de las cosas no es apreciado
en su justo valor. La salvación de Cristo interesa al cuerpo y al alma... En la Eucaristía no
es solamente éste o aquel gesto del Cuerpo de Cristo el que actúa en nosotros, sino que es
este Cuerpo mismo en su plenitud de fuente de gracia que viene a nosotros... Esto exige que
el pan y el vino que recibimos sean, verdaderamente, la carne y la sangre del Señor...» 12.
MAX THURIAN, por su parte, pone de relieve el realismo lógico de la presencia que
es requerido por el realismo del memorial. Su texto está aplicado concretamente a la misa,
pero es válido para la Cena: «Si la Iglesia cumple en la Santa Cena este único memorial del
Señor que nosotros hemos venido describiendo, Cristo está allí presente realmente. El
memorial del Señor, sacramento del sacrifico de la cruz y de la intercesión celeste de
Cristo, tiene sentido sólo si el Señor está presente sacramentalmente en la Eucaristía; si no
el memorial no es más que un juego simbólico, tal vez conmovedor, pero sin realidad
ontológica. Es sólo en virtud de la presencia real de Cristo en la Eucaristía que puede ser un
verdadero memorial del Señor, un verdadero sacrificio en sentido bíblico. Todo lo que
hemos dicho adquiere realidad y significado sólo en la medida en que Cristo mismo, real y
personalmente presente actúa en la Eucaristía como sacerdote, como ofrenda y como
alimento» 14.
Toda reducción del sentido realista de las palabras del Señor reduce igualmente el
alcance del realismo de su sacrificio y de los efectos salvíficos de la Eucaristía.
No queda más que asentir con simplicidad ante la evidencia del significado de las
palabras del Señor. He aquí una bella reflexión exegético-teológica de P. Benoit: «¿Cómo
es posible esto? nos preguntamos después con Nicodemo. ¿De qué modo el pan y el vino
pueden convertirse en el cuerpo y la sangre del Señor? Es un misterio de fe que creemos
porque prestamos fe a la palabra del Señor. Él nos dice que éste es su cuerpo, que esto es su
sangre; y hemos visto que su intención y la naturaleza de su salvación no pueden
contentarse con una simple representación simbólica. Ahora bien si él quiere que este pan
nos dé realmente su cuerpo, puede, efectivamente, hacer esto. Su palabra es poderosa,
creadora. Lo que él profiere aquí no es un enunciado, sino una decisión. Él no constata que
el pan es su cuerpo, sino que decreta que esto suceda, que esto se dé. Su lenguaje no es
posterior al hecho, sino que suscita el hecho confiriendo al pan y al vino un valor nuevo...
La eficacia de las palabras de Jesús no cede en nada al realismo bíblico, y lo supera con
mucho porque el objeto de la conmemoración es de un orden totalmente nuevo. Los
elementos de los que se sirve no son ya, solamente, los accesorios de una intervención
divina, los cuales favorecen el recuerdo; son lo esencial de un elemento nuevo y definitivo,
el objeto mismo del sacrificio que ha rescatado el mundo, y cuya presencia debe renovarse
de manera real para alcanzar a los invitados en sus cuerpos» 15.
2. El realismo de la repetición
«... Es necesario dar a esta palabra el sentido ordinario que tiene en la literatura
rabínica y especialmente litúrgica, de la época. No significa, en absoluto, un acto
psicológico, subjetivo, humano, de vuelta al pasado, sino una realidad objetiva destinada a
hacer continuamente actual ante Dios, por Dios mismo, algo o alguien. Como ha
demostrado muy bien Max Thurian, este concepto de «memorial» está arraigado, también
él, en la Biblia. El memorial no se encuentra allí sólo como un elemento ritual esencial de
ciertos sacrificios, sino como aquello que da el significado final de todo sacrificio, y de
modo eminente, del de la Pascua. Es una institución, se puede decir, establecida por Dios,
dada e impuesta por él a su pueblo, para hacer perenne sus intervenciones salvíficas. El
memorial no sólo asegurará subjetivamente a los fieles su eficacia permanente sino que, en
primer lugar, la asegurará, como por una prenda que ellos podrán y deberán presentarle de
nuevo, la prenda de la propia fidelidad» 19.
En este sentido cada vez que se celebra la Eucaristía el Padre nos presenta a
nosotros y nosotros presentamos de nuevo al Padre el memorial, la realidad misma de la
persona y del sacrificio de su Hijo, memorial único, perenne, definitivo de su amor y de
nuestra redención.
Tal sentido realista es puesto de relieve por los textos eucarísticos de la comunidad
apostólica que serán examinados seguidamente. Pero es justo que se hable finalmente del
sentido del memorial según es interpretado por Pablo en las palabras de la anámnesis y
añadidas sólo por él como explicación: «Cada vez que comemos de este pan y bebemos de
este cáliz anunciamos la muerte del Señor hasta que vuelva». Algún exegeta se pregunta si
estas palabras no son también del Señor. Éstas están referidas como dichas por Jesús mismo
en la liturgia ambrosiana y en el Misal de Stowe. Normalmente son consideradas una
explicación «teológica» del memorial para aquéllos que no conocen el alcance del término
en la tradición semítica. Max Thurian comenta así el texto paulino:
«Esta repetición muestra que Pablo quiere explicar lo que significa el memorial
bajo otra forma. Celebrar la Eucaristía como memorial de Cristo y proclamar su muerte
hasta que el vuelva, son dos expresiones que se explican recíprocamente... Esta
proclamación no es una enseñanza, sino el anuncio solemne de un hecho o de una
persona... Se debe notar que en el texto de san Pablo «proclamar» está en indicativo y no en
imperativo y que el apóstol no quiere hablar de una predicación misionera, en cuanto que
sólo los cristianos participan en la Eucaristía. «Vosotros proclamad» no significa «vosotros
predicad a los de fuera (a los ausentes)», sino «vosotros haced una proclamación solemne
de la muerte del Señor por medio de la Palabra y del Sacramento. ¿Qué significa para la
Iglesia «proclamar la muerte del Señor» si no hacer presente, en la acción eucarística,
iluminada por la palabra de Dios, el acontecimiento único de la muerte redentora de Cristo,
de su sacrificio en la cruz? La proclamación de la muerte del Señor en este fragmento tiene
un carácter esencialmente litúrgico: por medio de la Palabra y del Sacramento, el
acontecimiento de la salvación es actual» 20.
CONCLUSIÓN
Sumario:
1. Los textos eucarísticos de la tradición lucana: A. Los discípulos de Emaús. B. Los textos
de los Hechos. 2. Otros textos paulinos. 3. La revelación del pan de vida en el Evangelio de
Juan: A. Cuestiones previas. B. Exégesis de Jn 6. C. Orientaciones de Teología bíblica. D.
Otros textos joáneos sobre la Eucaristía. Apéndice: A. La Eucaristía en la prefiguración del
A.T. B. Otros textos eucarísticos del N.T.
– la fórmula litúrgica del v. 30: «Cuando estaba a la mesa con ellos, tomó el pan,
dijo la bendición, lo partió y se lo dio...»
– las palabras del v. 35: «como lo habían reconocido al partir el pan» («en te klasei
tou artou»).
Bibliografía:
• CH. PERROT, Emmaus ou le rencontre du Seigneur (Lc 24, 13-35), en AA.VV., La Pâque
du Christ, mystère de Salut, París, Cerf 1982, pp.159-166.
Se trata del sumario que recoge la vida de la comunidad después de haber recibido
el bautismo y el don del Espíritu. La perseverancia y la cotidiana asiduidad
(proskarterountes) es la nota de una forma de vida eclesial y comunitaria en torno a la
palabra de los apóstoles, a la comunión (koinonia) entre los hermanos, a la fracción del pan
del Señor y a las plegarias a Dios Padre. Todo animado por la fuerza del Espíritu de
Pentecostés.
Hch 20, 7.11: «El primer día de la semana, estando nosotros reunidos para la
fracción del pan, Pablo conversaba con ellos... Subió luego, partió el pan y comió...» Se
trata de la celebración de Pablo en la comunidad cristiana de Tróade, con la resurrección
del joven Eutico que cae del tercer piso, abrumado por el sueño mientras Pablo predica
largo rato... El detalle del momento, el primer día de la semana, la reunión de la comunidad
y la larga predicación de Pablo como una liturgia de la palabra, ponen de relieve el sentido
eucarístico de este partir el pan.
En Hch 27, 33-38 se habla de otro gesto de Pablo que parte el pan en el barco.
Difícilmente puede ser considerado eucarístico, dadas las circunstancias.
En síntesis, los textos de los Hechos nos ofrecen estos resultados exegéticos.
Encontramos:
• el sentido de alegría que invade la celebración, con la alegría pascual y la simplicidad del
corazón;
• el vínculo entre la fracción del pan que constituye la comunidad y los compromisos de
comunión que de ella brotan.
Bibliografía:
• G. GHIBERTI, o.c.
• J. DUPONT, L’union entre les premiers chrétiens dans les Actes des Apôtres, en «Nouvelle
Révue thélogique» 91 (1969) pp. 897-915.
1. 1 Co 10
v.16. La copa de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de
Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?
v. 17. Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos
participamos de un solo pan.
La doctrina de estos dos versículos es muchos más rica. El cáliz con el vino, sobre
el cual se pronuncia la bendición es comunión, «koinonia», con la sangre del Señor. Se
afirma la verdad de la Eucaristía y la gracia de comunión con Cristo. Lo mismo vale para el
pan partido que es comunión con el cuerpo de Cristo. Tenemos de nuevo la doble realidad
de las palabras de la Institución soma/aima, cuerpo/sangre.
Tras esta propuesta de comunión vertical, con Cristo, se pone de relieve la realidad
de la comunión horizontal en la Iglesia. El único pan (y el único cáliz), Cristo, es el signo y
la causa de la misma comunión de todos en un solo cuerpo que es la Iglesia. Se establece
así el nexo profundo de la comunión en Cristo mediante el signo y la causa que es la
participación en el único pan y en el único cáliz.
2. 1 Co 11, 17-33
En los vv. 17-22 Pablo habla antes de nada, de los abusos que se manifiestan en las
asambleas cristianas, con divisiones y falta de acogida recíproca a la hora de las comidas;
abusos y divisiones, los «cismáticos», que banalizan el sentido del comer la Cena del Señor
(«Kyriakon deipnon faghein»). Pablo piensa en la doble dimensión de la Cena: la atención
al Señor Resucitado, ante cuya presencia se encuentra la comunidad cuando celebra, y en la
misma comunidad, la Ekklesìa, que por la celebración de la Cena del Señor se constituye
como Cuerpo del Señor. El sentido del misterio litúrgico y de la dimensión existencial de la
Eucaristía como expresión y compromiso de caridad son puestos de relieve.
Interviene aquí (vv. 23-26) la narración del sentido de la Cena del Señor que, de
nuevo, con fuerza Pablo reevangeliza, poniéndonos en guardia sobre la necesidad de
reevangelizar continuamente este misterio para no celebrarlo de manera indigna.
En los versículos siguientes (27-34), Pablo vuelve sobre el argumento. Con algunas
afirmaciones importantes:
vv. 27-29. Encontramos por dos veces el sentido de la Eucaristía como comer el pan
y beber el cáliz. En el v. 27 con la correspondiente equivalencia cuerpo/sangre:
«Por tanto, quien coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será reo del
Cuerpo y de la Sangre del Señor».
Se trata de una lección reforzada por la advertencia del v. 28-29: «Examínese, pues,
cada cual, y coma así el pan y beba de la copa. Pues quien come y bebe sin discernir el
Cuerpo, come y bebe su propio castigo».
Pablo tiene también un gesto para algunos que están enfermos y débiles o que están
muertos a causa de este modo indigno de participar en la Eucaristía. Probablemente no se
trate propiamente de enfermedades verdaderas sino de debilitamientos en la verdadera vida
cristiana.
En las cartas paulinas se dan quizás a otros niveles signos explícitos de la Eucaristía
que normalmente no son considerados por los autores o porque no son tan evidentes o
porque nada añaden a la doctrina (cfr. Ef 5, 20; Col 3, 17). Quizás el texto más importante,
de carácter eclesiológico y cristológico es Ef 5, 29. En el discurso sobre el misterio del
matrimonio cristiano, a imagen de la unión entre Cristo y la Iglesia, al sentido bautismal del
v. 26, se puede añadir la referencia «eucarística» y «nupcial-esponsal» de las
palabras: «Porque nadie aborreció jamás su propia carne; antes bien, la alimenta y la
cuida con cariño, lo mismo que Cristo a la Iglesia, pues somos miembros de su
Cuerpo». Algunos padres interpretan en sentido eucarístico y esponsal esta frase que
aludiría a Cristo que se da a sí mismo a la Iglesia, su Cuerpo y su Esposa, mediante el don
de la Eucaristía.
Bibliografía:
Para un estudio minucioso del tema debemos remitirnos a los trabajos exegéticos de
índole general ya citados al comienzo del capítulo, a los mejores comentarios actuales del
Evangelio de Juan y a las contribuciones específicas sobre el tema eucarístico. No se
puede, sin embargo, afrontar el texto de Juan sin algunas precisiones a todo el capítulo 6
del cuarto Evangelio.
1. Cuestiones previas para la comprensión del texto
Unidad redaccional
La exégesis del cap. 6 de Juan está plagada de dificultades desde el punto de vista
redaccional e interpretativo. Hay también autores, como A. Wikenhauser y otros, que no
serían contrarios a colocar este capítulo entre el 4 y 5, en vistas a la unidad literaria. Éste,
de hecho, más que un episodio ligado a aquél que precede y a aquél que sigue, es un bloque
doctrinal autónomo en su redacción y en su intención de catequesis. Es el capítulo más
largo del Evangelio con 71 versículos.
Por una parte tenemos los así llamados «cafarnaítas» que interpretan de manera
realista exacerbada el «comer la carne y beber la sangre», como un proceso biológico, hasta
en la digestión y sus consecuencias fisiológicas. Una posición demasiado realista que es
acusada con la palabra «estercorismo» y desestimada como irrespetuosa.
Quizás una clave de solución se encuentra en la justa exégesis del capítulo de Juan,
según los autores modernos. No todo debe ser interpretado en sentido espiritual o en
sentido eucarístico, como quizás entendían los Padres, eligiendo una clave totalitaria, pero
en una progresividad. De hecho hoy, los autores, tanto católicos como protestantes, con una
cuidada y lógica exégesis, distinguen las diferentes partes del capítulo y consideran, en la
actual redacción, el verdadero sentido eucarístico de la última sección, a partir del versículo
51c-58. Algunos comienzan antes (v. 48) o después (v. 52).
Una clave general de interpretación debe tener en cuenta la calidad del estilo
literario y de la personalidad de Juan como evangelista: él es testimonio y teólogo, atento a
la historia y capaz de penetrar en los misterios, documenta hechos y propone signos y
añade su visión «espiritual» y «sacramental». Su estilo es también como una cantinela
oriental que parece repetir, con diversas modulaciones, la misma melodía, pero cambia
progresivamente. O como el flujo del mar que baña la playa y se retira, para volver de
nuevo con más intensidad.
Para A. Feuillet, todo el capítulo propone un discurso que es, en su sustancia, propio
de Jesús. Juan lo enriquece con su visión teológica integral del misterio de Cristo, y a la luz
de la praxis sacramental de la Iglesia apostólica. Ciertamente, la última sección del capítulo
no podía ser comprendida hasta el fondo antes de la última Cena, cuando efectivamente
Jesús, de manera clara, expresa el modo de comer a Cristo, pan de vida, y de beber su
sangre.
2. Exégesis eucarística de Jn 6
Con la línea que parece más compartida consideramos que se puede ofrecer una
exégesis del texto que camina progresivamente hacia la revelación de la Eucaristía,
pasando necesariamente por la clave del capítulo que es la aceptación de Jesús como Verbo
Encarnado, pan de vida, mediante la fe don de Dios. Además, el significado propio de la
Eucaristía, de la que es explícito el sentido en los versículos 51c-58, debe ser comprendido
en su integridad global que reclama desde la acogida de Jesús, como el comer su palabra de
vida y hasta el nutrirse del Pan eucarístico. Se recupera así una cierta progresiva unidad en
la revelación, y una necesaria visión de conjunto de las condiciones para vivir la Eucaristía.
Muchos son los detalles del signo de la multiplicación de los panes que se
aproximan al tema de la Eucaristía: la cercanía de la Pascua, la fiesta de los judíos (v. 4); la
fórmula de bendición y fracción: «tomó los panes, dio gracias (eucharistesas) los
distribuyó...» (v. 11, cfr. v. 23). También la orden de recoger los pedazos (klasmata) que
parece una palabra eucarística, de la cual quizás viene el respeto por los fragmentos
eucarísticos, según la tradición de la Iglesia antigua. La abundancia del pan preludia la
riqueza del don del pan de vida para todas las generaciones.
En el milagro de Jesús que camina sobre las aguas podemos distinguir algunas
temáticas de revelación: su divinidad, Yo soy (YHWH) (¿con vosotros?). Tenemos aquí,
como en otros lugares en el evangelio de Juan, la clásica expresión que hace referencia a la
revelación de Esd 3.
• Existe el verdadero alimento, bajado del cielo, Jesús mismo que debe ser acogido con fe;
el signo que él da es superior al maná del desierto que comieron los padres (vv. 26-33).
• Jesús, «Yo soy», es este Pan de vida, bajado del cielo, entregado por el Padre, un pan que
da la vida a quien viene a él (vv. 35-47).
• Es necesario comer este pan, acercarse a Él mediante la fe, don del Padre (vv. 48-51ab).
v. 51c. y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo.
v. 52. Discutían entre sí los judíos y decían: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»
Tenemos en el v. 51 un retorno circular al alimento (brosis) el cual había prometido
el Hijo del hombre, enriquecido ahora con todos los conceptos propuestos seguidamente:
Pan vivo, Pan de Dios bajado del cielo, Pan que el Padre da... Después de haber afirmado la
identificación del v. 51a con las palabras de la revelación «Yo soy el pan vivo bajado del
cielo», ahora identifica el pan que dará con su carne. En esta palabra, «sarx», retorna el
concepto utilizado en Jn 1, 14 a propósito del Verbo hecho carne. De este modo retorna el
concepto «sarx-basar» que indica la naturaleza humana con su debilidad física, no moral, y
se establece una relación con el Pan bajado, y entre el misterio de la Encarnación y el
misterio del Pan eucarístico. El personalismo del significado de la carne, que señala,
precisamente, la persona entera, es subrayado por el pronombre «mía». La
partícula «per» («hyper») indica la donación de la vida y por la vida, en sentido sacrificial.
En algún códice se subraya con el añadido «que yo daré» («en ego dosso») por la vida del
mundo. Mundo, en este contexto significa toda la humanidad a salvar. Están en juego la
Encarnación acontecida y la Pasión anunciada.
v. 53. Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del
hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros.
v. 54. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último
día.
Todo está precedido por la fórmula joánea de un anuncio importante: «En verdad,
en verdad os digo...»
v. 56. «El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él.
v.57. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el
que me coma vivirá por mí.
v. 58. Éste es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y
murieron; el que coma este pan vivirá para siempre».
Tenemos una murmuración de los discípulos (v. 60), y una afirmación y respuesta
de Jesús donde se alude a su ascensión al cielo, donde estaba antes. Se reafirma su origen
divino, se anuncia su meta que completa el círculo de la vida de Jesús, del Padre al Padre,
mediante su bajada («katabasis») y su subida («anabainosis») (vv. 61-62). Para algunos se
trata de comprender el misterio de Jesús, y del Pan de vida a partir del misterio de su
Ascensión gloriosa. Desde aquel momento será preciso adherirse a Cristo mediante la fe (y
el sacramento).
Siguen dos versículos alusivos al Espíritu Santo y a la fe. «Es el Espíritu quien da
la vida (“to pneuma estín to zoopoioun”), la carne no sirve para nada. Las palabras que os
he dicho son espíritu y vida. Pero hay algunos entre vosotros que no creen» (vv. 63-64).
Las palabras sobre el Espíritu no son fáciles de descifrar. En el lenguaje conceptual y lleno
de alusiones de Juan evangelista pueden significar varias cosas a la vez. Un primer y obvio
significado: sólo el espíritu, y no la carne, es capaz de comunicar la vida. O bien: el
Espíritu hará comprender el sentido de estas palabras. O bien: Cristo dará su carne, carne
pneumática, resucitada y gloriosa, llena de Espíritu Santo.
Retorna en los últimos versículos el tema de la fe don del Padre. Para adherirse a
Cristo es preciso adherirse a sus palabras y a su persona. Algunos lo rechazan. El discurso
de Jesús se convierte en opción fundamental de la fe, también en la revelación del pan de
vida. Y Pedro hace aquí, en este contexto cristológico y eucarístico del evangelio de Juan,
su confesión de fe: «Señor ¿a quién iremos? Tu tienes palabras de vida eterna; nosotros
hemos creído y conocido que tú eres el Santo de Dios» (vv. 67-69). Sobre el trasfondo de
esta límpida confesión de fe tenemos la sombra tétrica de Judas el traidor, uno de los doce
(«eis ek ton dodeka») (v. 71).
Se evidencia claramente la rica síntesis de misterios. Tanto para que puedan ser
contemplados desde la perspectiva del Jesús que habla, como desde la perspectiva de Juan
que relata. Jesús afirma la realidad de su pasado, cerca del Padre, y de su presente, entre los
hombres; pero mira hacia el futuro: la inmediata pasión, resurrección y ascensión. Juan
contempla, ya cuando escribe, todos los misterios de Jesús realizados: la encarnación, la
pasión, la resurrección, la ascensión gloriosa y su presencia permanente en la Iglesia. La
Eucaristía reclama de manera indisoluble:
• La resurrección: es la carne del Hijo del hombre (título mesiánico de gloria), que
comunica la vida eterna y la resurrección del último día, carne vivificada por el Espíritu.
Sólo la carne resucitada puede comunicar la resurrección.
Del conjunto del evangelio de Juan y dada su unidad y riqueza simbólica podemos
tomar otros textos que pueden hacer referencia a la Eucaristía. Se trata, sin embargo, de
referencias secundarias a comprender en la unidad doctrinal del misterio de Cristo y según
la interpretación de la tradición eclesial. Entre estos textos señalamos:
• Jn 2, 1-11, con el episodio de las bodas de Caná de Galilea, para el tema del vino nuevo.
• Jn 19, 34, con el signo de la sangre emanada del costado de Cristo junto al agua. Los
Padres interpretan el agua y la sangre en referencia al bautismo y a la Eucaristía. Pero se
advierte que primariamente se alude al don de la vida (sangre) y después a la efusión del
Espíritu (agua).
Bibliografía:
• J. CABA, Cristo Pan de vida. Teología eucarística del IV Evangelio, Madrid, BAC 1993.
• V. PASQUETTO, Incarnazione e comunione con Dio, Roma, Teresianum 1982, pp. 70-97.
• ID., Abbiamo visto la sua gloria, Roma, Ed. Dehoniane 1992, pp. 61-85.
• G. SEGALLA, Gesù pane del cielo per la vita del mondo. Cristologia ed Eucaristia in
Giovanni, Padova, Messaggero, 1975.
APÉNDICE
Son a recordar los símbolos del sacrificio de Melquisedec (Gn 14, 18-20); el maná
del desierto, los diferentes sacrificios de expiación y los incruentos, así como los panes de
la proposición, el nuevo sacrificio predicho por Malaquías (1, 10 y ss.) y los frutos de la
Sabiduría (Pr 9, 1-5).
Todos estos textos tienen un significado tanto a la luz de los pasajes del Nuevo
Testamento, como a la luz de la tradición patrística, litúrgica y en la aplicación hecha por el
Magisterio de la Iglesia.
CONCLUSIÓN
CAPÍTULO SEGUNDO
Bibliografía:
Más accesible:
• La teologia dei Padri, IV, Città Nuova, Roma 1975, pp. 157-178.
Una rica cosecha di textos patrísticos en:
• A. PIOLANTI, Il mistero eucaristico, Libreria Editrice Vaticana, Città del Vaticano 1983,
pp. 148-204.
Del mismo director: La dottrina eucaristica di San Giovanni Crisostomo, Città del
Vaticano, LEV, 1997.
I. LA CELEBRACIÓN DE LA EUCARISTÍA
Se discute entre los autores sobre el carácter puramente eucarístico de este texto
primitivo, especialmente por el orden en que se hace la bendición, primero sobre el cáliz y
después sobre el pan partido y porque dichas plegarias se encuentran en libros posteriores
como simples plegarias para las comidas. Pero cuanto se dice sobre la participación
solamente de los bautizados en la Eucaristía calificándola de «alimento y bebida espiritual
para la vida eterna a obra de Jesucristo» es indicio de que dicha bendición ha de
considerarse una expresión, aunque primitiva, de la fe eucarística de la comunidad judeo-
cristiana a la cual pertenece este texto.
Hoy se considera que se trata de un doble rito: uno abierto también a los judíos y
que se trataría de una especie de comida religiosa y el otro claramente eucarístico reservado
a los cristianos 26.
y, reuniéndolos juntos,
A partir del siglo III los testimonios sobre la celebración de la Eucaristía son cada
vez más claros, tanto si se refieren al esquema celebrativo que permanece sustancialmente
igual al propuesto por Justino, como por los numerosos textos de plegarias
eucarísticas para la celebración.
• La liturgia de la Palabra, que se concluye con la homilía, precedida por el saludo: «La
gracia de nuestro Señor Jesucristo...»
• La presentación de los dones, precedida por una monición del diácono para la
reconciliación fraterna.
• La anáfora o gran plegaria eucarística pronunciada por el pontífice rodeado por los
presbíteros.
• La comunión de los fieles precedida por el anuncio del Pontífice: «Las cosas santas para
los santos: «ta aghia tois aghiois»; con la respuesta del pueblo: «Uno solo es santo, uno
solo es Señor, Jesucristo, bendecido eternamente por la gloria de Dios Padre» (Fórmula
todavía existente en las liturgias orientales). La comunión bajo las dos especies con las
fórmulas de clara confesión de la fe eucarística: «el cuerpo de Cristo»... «La sangre de
Cristo, cáliz de la vida». Con la doble respuesta del «Amén». La comunión se acompaña
con el canto del salmo 33 que es interpretado en sentido eucarístico: «Gustad y ved...»
• La plegaria de bendición sobre el pueblo y despedida del Diácono: «Id en paz» 29.
Bibliografía:
• AA.VV., Segno di unità. Le più antiche eucaristie delle chiese, Ed. Qiqajon, Bose 1996.
En otro lugar afirma: «La ofrenda de flor de harina hecha por aquéllos que eran
purificados de la lepra era una figura anticipada del pan eucarístico, dado por nuestro Señor
Jesucristo como ofrenda de su pasión... Nuestros sacrificios, o sea, el pan eucarístico y el
vino que nosotros le ofrecemos en cada lugar, glorifican su nombre» (Ibid., 41: PG 6, 564).
El pan y el vino son frutos de la tierra pero de ellos «se apodera la palabra de Dios y
la convierte en Eucaristía, es decir, en cuerpo y sangre de Cristo». «Así como el pan terreno
recibiendo la invocación de Dios no es ya el acostumbrado pan, sino la Eucaristía,
compuesta de dos elementos, terreno y celeste, así también nuestros cuerpos recibiendo la
Eucaristía no son ya corruptibles, teniendo la esperanza de la resurrección. Al contrario,
«nuestros cuerpos nutridos con la Eucaristía resurgirán a su tiempo» 31.
Cipriano de Cartago, obispo y mártir del siglo III, es otro testimonio cualificado de
la tradición de la Iglesia. Afirma la presencia real de la carne y de la sangre de Cristo en la
Eucaristía y el sentido sacrificial de este convite que es también el signo y la causa de la
unidad de la Iglesia que tanto tenía él en el corazón.
Por ejemplo, en la bella carta 63 contra los acuarios afirma que, contiene muchas
enseñanzas esenciales sobre la Eucaristía: «No es lícito romper el mandato del Señor en lo
que respecta al sacramento de su pasión y de nuestra redención... En efecto, si el Señor y
Dios nuestro, Cristo Jesús en persona, es el sumo sacerdote de Dios Padre, y si él el
primero se ofreció a sí mismo al Padre, y mandó hacer esto en su memoria, entonces sólo el
sacerdote hace las veces de vicario de Cristo, cuando imita lo que hizo Cristo y, sólo
entonces ofrece a Dios en la Iglesia un verdadero sacrificio en pleno sentido, si está
dispuesto a hacer la ofrenda como la ha visto hacer a Cristo» (Ep. 63, 17 y 14).
Estos testimonios pueden ser suficientes para ilustrar los diferentes aspectos de la fe
de la Iglesia de los primeros siglos en el misterio eucarístico. A partir del siglo IV los
testimonios patrísticos y litúrgicos son innumerables. Tendremos tiempo de ofrecer textos
más cualificados de los Padres en el momento oportuno. La insistencia sobre la presencia
real y sobre el sentido sacrificial de la Eucaristía en los textos de los Padres pre-nicenos es
importante en un momento en el que también fuera de la Iglesia católica son valorados
positivamente estos testimonios primitivos sobre el sentido pleno de la Eucaristía como
presencia y sacrificio de Cristo y como misterio que realiza la Iglesia 32.
Junto a estos testimonios es preciso tener en cuenta también las múltiples alusiones
a la Eucaristía que se encuentran en las Actas de los Mártires. Notable es el relato del
martirio de la comunidad de Abitene, a principios del siglo IV. En él tenemos el testimonio
de los fieles que, después de haber celebrado el «Dominicum», la Eucaristía del día del
Señor, soportaron el martirio.
CAPÍTULO TERCERO
EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA SOBRE LA EUCARISTÍA
Aunque reservando para la segunda parte del tratado el estudio más específico y
circunstanciado de algunas intervenciones del Magisterio, especialmente en torno al tema
del sacrificio y de la presencia real, está bien tener hasta ahora una visión sinóptica de las
diferentes intervenciones de la Iglesia y de las razones históricas que lo han provocado,
para poder colocar adecuadamente, junto a la Revelación y a la tradición primitiva, la
norma próxima de fe del Magisterio, tan importante en el ámbito de la doctrina eucarística.
La doctrina del concilio de Trento, amplia, articulada, precisa, queda como un punto
firme de la doctrina de la Iglesia católica sobre la Eucaristía, también por el hecho de que
las grandes afirmaciones de los capítulos doctrinales han sido formuladas en los cánones
como dogma de fe, según la revelación y la tradición de la Iglesia.
En el siglo XVIII con la Bula «Auctorem fidei», Pío VI condena los errores del
Sínodo de Pistoia, entre los cuales uno hace referencia al alcance dogmático del concepto
de transustanciación (DS 2629).
Pío X ofrece los documentos Sacra Tridentina Synodus de 1905 sobre la comunión
frecuente (DS 3375-3383) y Quam singulari sobre la primera comunión de los niños, en
1910 (3530-3536).
Este documento posee una rica documentación patrística y litúrgica en las notas que
dejan entrever a un gran experto como colaborador en la redacción (L. Ligier, SJ).
Esta breve reseña de los documentos más importantes del Magisterio de la Iglesia
nos servirá de punto de referencia en la exposición sistemática de los grandes temas del
misterio eucarístico; en el Magisterio, en efecto, encontramos la norma próxima de nuestra
fe; esto vale especialmente para la Eucaristía, cuya doctrina ha sido competentemente
definida en los aspectos más cualificados, como por ejemplo, sobre el sacrificio de la misa
y la presencia real del Señor en la Eucaristía 35.
CAPÍTULO TERCERO
EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA SOBRE LA EUCARISTÍA
La fe de la Iglesia en la Eucaristía, confesada con toda la riqueza de aspectos
resaltados por los Padres en las catequesis y en los comentarios bíblicos, celebrada y
confesada en la celebración misma de los misterios con los textos de las plegarias
eucarísticas, se conservó íntegra, excepto por algunas leves pero totalmente insignificantes
rupturas, a lo largo de los diez primeros siglos del cristianismo. Esta unanimidad a la cual
todavía hoy podemos tener acceso en las fuentes patrísticas, comunes a Oriente y
Occidente, es estímulo de unidad eucarística en la fe y en la vida para todos los cristianos.
Aunque reservando para la segunda parte del tratado el estudio más específico y
circunstanciado de algunas intervenciones del Magisterio, especialmente en torno al tema
del sacrificio y de la presencia real, está bien tener hasta ahora una visión sinóptica de las
diferentes intervenciones de la Iglesia y de las razones históricas que lo han provocado,
para poder colocar adecuadamente, junto a la Revelación y a la tradición primitiva, la
norma próxima de fe del Magisterio, tan importante en el ámbito de la doctrina eucarística.
La doctrina del concilio de Trento, amplia, articulada, precisa, queda como un punto
firme de la doctrina de la Iglesia católica sobre la Eucaristía, también por el hecho de que
las grandes afirmaciones de los capítulos doctrinales han sido formuladas en los cánones
como dogma de fe, según la revelación y la tradición de la Iglesia.
En el siglo XVIII con la Bula «Auctorem fidei», Pío VI condena los errores del
Sínodo de Pistoia, entre los cuales uno hace referencia al alcance dogmático del concepto
de transustanciación (DS 2629).
Pío X ofrece los documentos Sacra Tridentina Synodus de 1905 sobre la comunión
frecuente (DS 3375-3383) y Quam singulari sobre la primera comunión de los niños, en
1910 (3530-3536).
Este documento posee una rica documentación patrística y litúrgica en las notas que
dejan entrever a un gran experto como colaborador en la redacción (L. Ligier, SJ).
Esta breve reseña de los documentos más importantes del Magisterio de la Iglesia
nos servirá de punto de referencia en la exposición sistemática de los grandes temas del
misterio eucarístico; en el Magisterio, en efecto, encontramos la norma próxima de nuestra
fe; esto vale especialmente para la Eucaristía, cuya doctrina ha sido competentemente
definida en los aspectos más cualificados, como por ejemplo, sobre el sacrificio de la misa
y la presencia real del Señor en la Eucaristía 35.
Como cuestión complementaria, y aunque el tema pueda ser tratado en otro lugar,
conviene recordar ahora algunos principios que afectan a la materia y a la forma de la
Eucaristía. El interés que sugiere tratar en este momento el tema, mejor que en el momento
de hablar de la presencia eucarística, está especialmente en las páginas dedicadas a la forma
de la Eucaristía y en ella a la plegaria eucarística.
1. La materia de la Eucaristía
El pan
Según los relatos de la institución eucarística, Jesús instituyó la Eucaristía con pan y
vino. Con toda probabilidad Jesús se adecuó a la tradición judía, de la cena que precedía el
pan ácimo y el vino tinto, mezclado con agua, para temperar su fuerza. El pan era,
obviamente, de trigo. En el curso de la historia el uso del pan para la Eucaristía ha sido de
diferente calidad, manteniendo siempre el pan de trigo. Lo mismo se dice del vino, que más
allá del color se ha requerido siempre vino de la vid y no una bebida alcohólica, extraída de
otros frutos y aparentemente similar al vino.
Los occidentales han permanecido fieles al uso del pan ácimo. Los orientales, sin
embargo, han usado el pan fermentado. De esta variedad de usos ha brotado también en
ciertos momentos una gran polémica para justificar el uso del pan ácimo o del pan
fermentado. Para los occidentales las razones a favor del pan ácimo son, más allá del uso
hecho por el Señor, el sentido de pureza del pan no fermentado, según las palabras de Pablo
que recuerda la pureza pascual: «Purificaos de la levadura vieja, para ser masa nueva;
pues sois ácimos. Porque nuestro cordero pascual, Cristo, ha sido inmolado. Así que,
celebremos la fiesta, no con vieja levadura, ni con levadura de malicia e inmoralidad, sino
con ácimos de pureza y verdad» (1 Co 5, 7-8). Pero en el primer milenio, hasta el siglo XI,
también en Occidente se usaba el pan normal. Los orientales, sin embargo, justifican el uso
del pan fermentado para distinguirse de los hebreos, para expresar, por lo tanto, la novedad
de la comida pascual de Cristo Resucitado y para subrayar que se trata de pan que tiene en
sí el sabor del Espíritu Santo y se presenta mejor como signo de alimento.
En la Institución general del Misal Romano n. 282 se confirma la norma del uso del
pan ácimo por la Iglesia latina como única materia de la Eucaristía. Sin embargo, el n. 283
expresa el siguiente principio: «la naturaleza de signo exige que la materia de la
celebración eucarística se presente verdaderamente como alimento». Hay diversos intentos
en la Iglesia para hacer más adecuada esta doble exigencia del pan ácimo y de la forma del
alimento. El canon 924, § 2, precisa la naturaleza del pan que debe ser sólo de trigo y
elaborado recientemente, de modo que no haya peligro de alteración. El c. 926 recuerda la
obligación de celebrar en cualquier parte de la Iglesia latina con pan ácimo. En el Códice
de los cánones de la Iglesia Oriental (CCEO) c. 706 se habla de pan de trigo, hecho
recientemente.
El vino
En la tradición oriental tenemos hoy, sin embargo, la prescripción del uso del vino
purísimo, sin ser mezclado con agua (CCEO c. 706). Pero la tradición bizantina conoce
también el «zeon» o agua caliente mezclada con el vino de la primera comunión eucarística
como signo del fervor del Espíritu Santo. N. Cabasilas interpreta este gesto con las
siguientes palabras:
«Esta agua que no es sólo agua, sino que participa de la naturaleza del fuego, al
estar caliente simboliza el Espíritu Santo... Este rito eucarístico significa, pues, el misterio
de Pentecostés... Así a los sagrados dones, que ahora han alcanzado la perfección, se
añade esta agua simbólica» 74.
Según la prescripción del c. 927: «No es, en absoluto, lícito, incluso en el caso de
urgente y extrema necesidad, consagrar una materia sin la otra o incluso la una y la otra,
fuera de la celebración eucarística».
El tema ha sido suscitado también en los últimos años en el área protestante. Von
Allmen ofrece en su libro un estado de la cuestión y una respuesta pacata y serena.
También el BEM en el n. 28 hace una breve y discreta alusión al tema a nivel ecuménico.
Algunos sacerdotes que sufren de alergia al alcohol o para los cuales también la
mínima parte de alcohol en el vino es dañina, han planteado el problema de la posibilidad
de usar vino sin alcohol.
1º. No son materia válida de la Eucaristía las hostias a las cuales se les ha quitado el
gluten. Son, por el contrario, materia válida si se ha conservado la cantidad suficiente de
gluten que garantice la panificación. Los sacerdotes y los fieles, afectados por la celiaquía,
pueden obtener la licencia del Obispo para celebrar y comulgar con dicho tipo de hostias.
2º. En lugar del vino fermentado pueden usar el mosto los sacerdotes que no pueden
por prescripción médica, tomar ni siquiera la mínima cantidad de alcohol en el vino 77.
2. La forma de la Eucaristía
Históricamente se debe decir que lo que hoy llamamos la forma de la Eucaristía son
los mismos relatos de la institución, tal como se muestra en la exégesis histórico-literaria
son ya fórmulas breves y mnemónicas, por lo tanto, litúrgicas en uso en la primitiva
comunidad para celebrar el memorial del Señor. Sin embargo, en la antigüedad tenemos
algunos textos, como la Didaché y quizás la antigua anáfora de Addai y Mari, que no nos
han transmitido el relato de la institución en el interior de la plegaria eucarística. Tal
ausencia está justificada para algunos por la necesidad de observar la ley del arcano.
Justino en su Apología I, cap. LXVI parece indicar que la plegaria con la que son
eucaristizados el pan y el vino contiene la palabra del Señor, es decir, la narración de la
institución. A partir de la primera Anáfora occidental conocida, la de la Tradición
Apostólica, el relato de la institución aparece en todas las plegarias eucarísticas por
extensión, aunque sea con curiosas variantes tanto para el pan como para el vino.
• la teología de la palabra,
• la teología de la plegaria eucarística en general,
A partir del siglo IV se forman las diversas tradiciones anafóricas con estructuras
propias, con una evolución y creatividad que alcanza en algunas iglesias hasta el medievo.
Entre las diferentes tradiciones anafóricas orientales recordamos las de la tradición
alejandrina (coptos y etíopes), las de la tradición siro-antioquena (particularmente rica), con
las diversas anáforas de las iglesias maronitas, caldeas y armenias. La tradición bizantina
ha conservado el uso de las dos venerables anáforas de san Juan Crisóstomo y de san
Basilio, a las cuales se añade alguna vez también la alejandrina de san Atanasio.
Sin embargo, para subrayar que se trata de una plegaria de toda la Iglesia, muchos
son los elementos que en las diversas liturgias son también propios del pueblo, como las
aclamaciones, distribuidas a lo largo de toda la plegaria eucarística y, con frecuencia,
numerosas. Recientes plegarias eucarísticas, como la de la misa con niños, han acogido este
sentido dialógico de la plegaria eucarística que subraya y solicita la participación del
pueblo.
Bibliografía:
• ID., L’anafora eucaristica, Roma, ELV, 1992; Segno di unità. Le più antiche eucaristie
delle chiese, Edizioni Quiqajon, 1996.
e. La epiclesis
Una cuestión importante y polémica inserta en los temas que hacen referencia a la
forma de la Eucaristía es el valor de la epiclesis eucarística para la consagración de los
dones. Dicha cuestión se presenta de forma polémica, referida a las diferencias de
opiniones entre occidentales y orientales; para los primeros sólo las palabras de la
consagración tienen una fuerza sacramental; para los orientales es la epiclesis la que
consagra los dones eucarísticos. Propuesta de este modo la cuestión parece demasiado
superficial y en parte queda superada. Conviene, pues, explicar mejor el sentido de las
cosas.
Como hemos visto, la epiclesis es una invocación hecha por la Iglesia al Padre a fin
de que envíe el Espíritu Santo para cambiar el pan y el vino en el cuerpo y en la sangre de
Cristo. El puesto de la epiclesis es variable, según las diversas tradiciones. En la tradición
alejandrina y en el canon romano, aunque se dé de una manera más bien escondida, la
invocación al Espíritu es doble: una primera de la consagración (Quam oblationem...), para
la consagración de las ofrendas, una segunda después de la anámnesis y la oblación, para
pedir la santificación de los comulgantes y la aceptación del sacrificio (Supplices te
rogamos...).
El tenor de esta plegaria, después de las palabras de la consagración, parece atribuir en este
momento y a la acción del Espíritu la consagración de los dones. Tanto más que la
bendición del sacerdote, el canto, las mismas ceremonias y gestos de los celebrantes y del
pueblo (a la vez que la postración profunda), subrayan todavía hoy en las iglesias ortodoxas
el momento culminante de la consagración.
Para los orientales, sin embargo, era lógico atribuir, sin negar la eficacia de las
palabras de la institución, la plenitud de la consagración de los dones a las palabras de la
epiclesis y a la acción del Espíritu Santo.
Una reflexión más profunda debe llevar hoy a insistir sobre el sentido de las
palabras y sobre el momento de la consagración y sobre la necesaria acción del Espíritu
Santo invocado en la epiclesis a partir de una reflexión teológica en la cual emergen estos
datos.
1. Según los Padres de la Iglesia de Oriente y de Occidente el cambio del pan y del
vino es atribuido a las palabras del Señor y a su omnipotencia, y a la fuerza transformadora
del Espíritu Santo. Justino habla de las palabras del Señor. Ireneo insiste en la invocación
del Espíritu. La Tradición Apostólica refiere después de la consagración una epiclesis
consagratoria. Los Padres Orientales como Juan Crisóstomo hablan de la eficacia del
trueque del pan y del vino. Es esta doble convicción la que ordena, aunque de modo
diverso, en la plegaria eucarística el sentido de las palabras de la consagración y las de la
epiclesis. La conciencia de la necesidad de la acción del Espíritu Santo para el cambio del
pan y del vino, es afirmada en línea con la teología pneumatológica que atribuye al Espíritu
Santo el poder para hacer nuevas todas las cosas y que junto con Cristo está presente y
actúa en la Encarnación, en el Bautismo, en la Pasión, en la Resurrección y en Pentecostés.
Toda obra de salvación se cumple en el Espíritu Santo. Por lo tanto, también la Eucaristía.
La epiclesis subraya esta verdad y expresa y propone en una humilde plegaria esta
conciencia teológica.
8. Hoy podemos decir con certeza que la polémica ha decaído algo por parte de los
católicos. Nosotros creemos que la consagración se realiza mediante la acción de Cristo y
del Espíritu. Y que esta acción conjunta se expresa en la plegaria de epiclesis y en la
proclamación de las palabras de la institución. Las nuevas plegarias eucarísticas han puesto
de relieve este obligado equilibrio, con la primera epiclesis antes de la consagración, en la
línea tradicional alejandrina y del mismo canon romano, pero con mayor claridad. Por otra
parte, las plegarias de la tradición antioquena están en uso entre las iglesias orientales
católicas sin que esto suponga un perjuicio a la fe común en la acción de Cristo y del
Espíritu en la Eucaristía.
1. El problema histórico
Cuando hacia los años cincuenta de nuestro siglo, en la renovación teológica avanza
el deseo de restablecer más ampliamente la concelebración, probando formas menos claras
de expresar la concelebración ritual-sacramental, reduciéndola a las misas comunitarias de
más sacerdotes asistentes a la misa de un presbítero, o en la forma de misas sincronizadas,
el Magisterio de la Iglesia con el Papa Pío XII confirma algunos principios fundamentales.
2. La teología de la concelebración
3. Dimensión litúrgica
Bibliografía esencial:
CAPÍTULO SEGUNDO
Bibliografía: Cfr. en general los manuales, con las otras obras que serán citadas. Se
trata de una cuestión generalmente expuesta con amplitud, dada su importancia.
Tres son en realidad las grandes cuestiones implicadas en este capítulo esencial del
tratado, como se han presentado a lo largo de la historia y a las cuales ha dado una
respuesta adecuada el Magisterio de la Iglesia:
3. Las consecuencias o corolario que siguen de estos dos principios y que hacen referencia
a la duración de la presencia y la veneración del sacramento.
Efectivamente, nos preguntamos en primer lugar, ¿qué está contenido en la Eucaristía, o
mejor, qué se hace presente en la Eucaristía? Después nos preguntamos ¿cómo se puede
realizar esta presencia, qué relación existe entre los elementos eucarísticos del pan y del
vino y la Persona del Señor, entre el cuerpo y la sangre de Cristo, y el pan y vino del altar?
En consecuencia, se ponen de relieve algunas expresiones de la fe, como la veneración por
el sacramento del cuerpo y de la sangre de Cristo, la conservación de las especies
sacramentales, la duración de la presencia...
La raíz del tema está totalmente en el dualismo con el cual se nos presenta la
Eucaristía: afirmación de la presencia, del sacrificio, de la comunión del cuerpo y sangre
del Señor; por otro lado tenemos la necesaria verificación de la permanencia del pan y del
vino, según la percepción de nuestros sentidos. Dicho dualismo aparece en las palabras
mismas de la revelación eucarística, donde se enlaza un dualismo verbal. Se habla, en
efecto, de la fracción del pan, de la bendición del cáliz, de partir el pan y de beber
el vino del cáliz; pero se afirma que se trata de la realidad o sustancia
del cuerpo y sangre de Cristo. Estas palabras indican la realidad; aquéllas el aspecto
sacramental y simbólico.
I. PANORAMA HISTÓRICO
1. La antigüedad cristiana
En primer lugar, por cuanto hace referencia al hecho de la presencia. En los textos
eucarísticos de los Padres y de la liturgia de la Iglesia, nos encontramos con el mismo
dualismo revelado en los textos bíblicos. Se afirma con toda claridad la presencia del
cuerpo y de la sangre del Señor, y la dimensión sacramental del pan y del vino. ¿Cómo
traducir, pues, la relación entre la realidad y los signos sacramentales? Igual que para otras
realidades sacramentales, como es el caso del bautismo, se utiliza la terminología que
indica la verdad del contenido y la diversidad del modo. Los términos son similares a los
utilizados para expresar la relación entre el sacrificio de la cruz y el sacrificio eucarístico.
En griego: omoioma (semejanza), eikon (imagen), typos, antitypos, símbolo; otras palabras
son las correspondientes en lengua latina: figura, forma, imago, exemplum, similitudo,
species, sacramentum, mysterium... 84
Por cuanto se refiere al camino o modo de realizarse la presencia, están los verbos
simples: eucaristizar, bendecir, santificar, hacer; u otros más enérgicos: convertir, con la
palabra griega ghinestai...
Ambrosio en su catequesis sobre los misterios explica de este modo cuanto sucede
sobre el altar: «Antes de ser consagrado es pan, pero cuando se añaden las palabras de
Cristo, es cuerpo de Cristo... Y antes de las palabras de Cristo, el cáliz está lleno de agua y
vino; cuando las palabras de Cristo ejercen después su influjo, allí se forma la sangre de
Cristo que ha redimido al pueblo. Ved, pues, de cuántos modos la palabra de Cristo puede
cambiar todas las cosas. Luego, el mismo Señor Jesucristo nos ha asegurado que nosotros
tomamos su cuerpo y su sangre. ¿Acaso debemos nosotros dudar de su veracidad y de su
atestación?» Y en otro lugar: «... La misma naturaleza es transformada... La Palabra de
Cristo que pudo crear de la nada lo que no existía, ¿no pudo transformar en una sustancia
diferente lo que existe? No es menor empresa dar una nueva naturaleza a las cosas que
transformarlas» 88.
Por cuanto respecta al misterio del cambio, citamos a algunos Padres más antiguos
y algún texto de las liturgias primitivas:
«Nosotros comemos los panes presentados con acción de gracias y plegarias sobre
las ofrendas, panes convertidos por la plegaria en el cuerpo santo y santificante» 91.
«El pan es, en un primero momento, común: pero, apenas consagrado por la acción
sacramental, es llamado y convertido en el cuerpo de Cristo» 92.
Del Eucologio de Serapión (del tipo alejandrino) nos remitimos a las palabras de la
epiclesis: «Venga, Dios de la verdad, tu Santo Verbo sobre este pan, a fin de que el pan se
convierta (gennethai) en el cuerpo del Verbo, y sobre este cáliz, a fin de que el cáliz se
convierta (gennethai) en la sangre de la verdad» 93.
2. La teología medieval
En el siglo XIII, con los grandes escolásticos como Alberto Magno, Tomás y
Buenaventura, tenemos una elaboración más equilibrada. Se afirma la presencia
sacramental y real de Cristo. Se utiliza la terminología presencia, presencia real, continetur,
adest... Se encuentra después en el sistema hilemórfico y en los términos de sustancia y
accidentes la formulación filosófica adecuada para hablar de la presencia de la sustancia de
Cristo y la permanencia de los accidentes del pan y del vino. Se encuentra también el modo
de justificar el cambio: cambia la sustancia, quedan los accidentes. Se forja así la
terminología y la explicación de la transustanciación.
Las grandes síntesis sobre la presencia real de santo Tomás se encuentra expresada
en la S. Theologica III, qq. 75-77. Se trata de una doctrina que representa la mejor
exposición católica: ella ha influenciado en la doctrina posterior del Magisterio. He aquí
una breve guía para la lectura de la síntesis tomista:
• q. 75, a. 1: la presencia real; a. 2-4: sobre la conversión/transustanciación; a. 5: la
permanencia de los accidentes.
• q. 76, a. 1: la presencia del totus Christus; a. 2-3, en cada una de las especies; a. 4: la
cantidad del cuerpo de Cristo en el sacramento; a. 5-6: la presencia a modo de sustancia, no
localmente; a. 7-8: cuestiones referentes a los milagros eucarísticos.
Las posiciones de los Reformadores son un tanto diversas. Pero son bastante
unitarias en lo esencial
Pero antes de la aprobación definitiva se piensa que sería oportuno elaborar algunos
capítulos doctrinales que precedieran a los cánones. Se encargan algunos prelados, pero su
proyecto fue rechazado de nuevo el 8 de octubre. Los legados pontificios redactan entonces
los actuales capítulos que son presentados a los Padres el 9 de octubre. Con fecha 11 de
octubre en la Iglesia tridentina de San Vigilio, capítulos y cánones son aprobados por
unanimidad.
Esta doctrina marca un punto firme y autorizado de la doctrina católica, elaborada sobre la
estela de la Biblia, de la tradición y de las formulaciones de los concilios medievales arriba
citados. A ella se remite con fidelidad todo el Magisterio posterior, como se verá en el
examen doctrinal. He aquí el texto completo de los capítulos y cánones de la XIII sesión.
Así, pues, nuestro Salvador, cuando estaba para salir de este mundo al Padre, instituyó este
sacramento en el que vino como a derramar las riquezas de su divino amor hacia los
hombres, componiendo un memorial de sus maravillas [Sal 110, 4], y mandó que al
recibirlo, hiciéramos memoria de Él [1 Co 11, 24] y anunciáramos su muerte hasta que É1
mismo venga a juzgar al mundo [1 Co 11, 25]. Ahora bien, quiso que este sacramento se
tomara como espiritual alimento de las almas [Mt 26, 26]) por el que se alimenten y
fortalezcan [Can. 5] los que viven de la vida de Aquél que dijo: El que me come a mí,
también él vivirá por mí [Jn 6, 58], y como antídoto por el que seamos liberados de las
culpas cotidianas y preservados de los pecados mortales. Quise también que fuera prenda
de nuestra futura gloria y perpetua felicidad, y juntamente símbolo de aquel solo cuerpo,
del que es Él mismo la cabeza [1 Co 11, 3; Ef 5, 23] y con el que quiso que nosotros
estuviéramos, como miembros, unidos por la más estrecha conexión de la fe, la esperanza y
la caridad, a fin de que todos dijéramos una misma cosa y no hubiera entre nosotros
escisiones [cfr. 1 Co 1, 10].
Cap. 3. De la excelencia de la santísima Eucaristía sobre los demás sacramentos
Tiene, cierto, la santísima Eucaristía de común con los demás sacramentos «ser símbolo de
una cosa sagrada y forma visible de la gracia invisible»; mas se halla en ella algo de
excelente y singular, a saber: que los demás sacramentos entonces tienen por vez primera
virtud de santificar, cuando se hace uso de ellos; pero en la Eucaristía, antes de todo uso,
está el autor mismo de la santidad [Can. 4]. Todavía, en efecto, no habían los Apóstoles
recibido la Eucaristía de mano del Señor [Mt 26, 26; Mc 14, 22], cuando Él, sin embargo,
afirmó ser verdaderamente su cuerpo lo que les ofrecía; y ésta fue siempre la fe de la
Iglesia de Dios: que inmediatamente después de la consagración está el verdadero cuerpo
de Nuestro Señor y su verdadera sangre juntamente con su alma y divinidad bajo la
apariencia del pan y del vino; ciertamente el cuerpo, bajo la apariencia del pan, y la sangre,
bajo la apariencia del vino en virtud de las palabras; pero el cuerpo mismo bajo la
apariencia del vino y la sangre bajo la apariencia del pan y el alma bajo ambas, en virtud de
aquella natural conexión y concomitancia por la que se unen entre sí las partes de Cristo
Señor que resucitó de entre los muertos para no morir más [Rm 6, 5]; la divinidad, en fin, a
causa de aquella su maravillosa unión hipostática con el alma y con el cuerpo [Can. 1 y 3].
Por lo cual es de toda verdad que lo mismo se contiene bajo una de las dos especies que
bajo ambas especies. Porque Cristo, todo e íntegro, está bajo la especie del pan y bajo
cualquier parte de la misma especie, y todo igualmente está bajo la especie de vino y bajo
las partes de ella [Can. 8].
Cap. 4. De la Transustanciación
Cristo Redentor nuestro dijo ser verdaderamente su cuerpo lo que ofrecía bajo la apariencia
de pan [Mt 26, 26 ss.; Mc 14, 22 ss.; Lc 22, 19 s; 1 Co 11, 24 ss.]; de ahí que la Iglesia de
Dios tuvo siempre la persuasión y ahora nuevamente lo declara en este santo Concilio, que
por la consagración del pan y del vino se realiza la conversión de toda la sustancia del pan
en la sustancia del cuerpo de Cristo Señor nuestro, y de toda la sustancia del vino en la
sustancia de su sangre. La cual conversión, propia y convenientemente, fue llamada
transustanciación por la santa Iglesia Católica [Can. 2].
Cap. 5. Del culto y veneración que debe tributarse a este santísimo sacramento
No queda, pues, ningún lugar a duda de que, conforme a la costumbre recibida de siempre
en la Iglesia Católica, todos los fieles de Cristo en su veneración a este santísimo
sacramento deben tributarle aquel culto de latría que se debe al verdadero Dios [Can. 6].
Porque no es razón para que se le deba adorar menos, el hecho de que fue por Cristo Señor
instituido para ser recibido [Mt 26, 26 ss.]. Porque aquel mismo Dios creemos que está en
él presente, a quien al introducirle el Padre eterno en el orbe de la tierra dice: Y adórenle
todos los ángeles de Dios [Hb 1,6; según Sal 96,7]; a quien los Magos, postrándose le
adoraron [cfr. Mt 2,11], a quien, en fin, la Escritura atestigua [cfr. Mt 28, 17] que le
adoraron los Apóstoles en Galilea. Declara además el santo Concilio que muy piadosa y
religiosamente fue introducida en la Iglesia de Dios la costumbre, que todos los años,
determinado día festivo, se celebre este excelso y venerable sacramento con singular
veneración y solemnidad, y reverente y honoríficamente sea llevado en procesión por las
calles y lugares públicos. Justísima cosa es, en efecto, que haya instituidos algunos días
sagrados en que los cristianos todos, por singular y extraordinaria muestra, atestigüen su
gratitud y recuerdo por tan inefable y verdaderamente divino beneficio, por el que se hace
nuevamente presente la victoria y triunfo de su muerte. Y así ciertamente convino que la
verdad victoriosa celebrara su triunfo sobre la mentira y la herejía, a fin de que sus
enemigos, puestos a la vista de tanto esplendor y entre tanta alegría de la Iglesia universal,
o se consuman debilitados y quebrantados, o cubiertos de vergüenza y confundidos se
arrepientan un día.
Cap. 7. De la preparación que debe llevarse, para recibir dignamente la santa Eucaristía
En cuanto al uso, empero, recta y sabiamente distinguieron nuestros Padres tres modos de
recibir este santo sacramento. En efecto, enseñaron que algunos sólo lo reciben
sacramentalmente, como los pecadores; otros, sólo espiritualmente, a saber, aquellos que
comiendo con el deseo aquel celeste Pan eucarístico experimentan su fruto y provecho por
la fe viva, que obra por la caridad [Ga 5, 6]; los terceros, en fin, sacramental a par que
espiritualmente [Can. 8]; y éstos son los que de tal moto se prueban y preparan, que se
acercan a esta divina mesa vestidos de la vestidura nupcial [Mt 22, 11 s]. Ahora bien, en la
recepción sacramental fue siempre costumbre en la iglesia –de Dios, que los laicos tomen
la comunión de manos de los sacerdotes y que los sacerdotes celebrantes se comulguen a sí
mismos [Can. 10]; costumbre, que, por venir de la tradición apostólica, con todo derecho y
razón debe ser mantenida.
Mas porque no basta decir la verdad, si no se descubren y refutan los errores; plugo
al santo Concilio añadir los siguientes cánones, a fin de que todos, reconocida ya la
doctrina católica, entiendan también qué herejías deben ser por ellos precavidas y evitadas.
4. La teología postridentina
Tras la relevante intervención del concilio de Trento contra los Reformadores 95, la
teología católica defiende desde el modo más radical y como «tesela» de catolicidad la
doctrina del Magisterio, con algunas tendencias que pueden ser peligrosas para la justa
comprensión del misterio:
• Un realismo eucarístico, verdadero en sí, pero que en algunas formulaciones llega a una
especie de «nestorianismo» eucarístico o de «monofisismo», cuando por una parte se
exagera, al menos verbalmente, una presencia demasiado humana (el niño Jesús, el
Prisionero del tabernáculo) o sólo divina (el buen Dios...).
• Intentos de aplicar a la doctrina sobre la presencia real, las nuevas teorías sobre la ciencia
física y las definiciones de sustancia, a partir de Descartes y Leibnitz, que define la
sustancia para aplicarla, con un cierto concordismo, al misterio eucarístico.
En nuestro siglo se revela un gran interés por las cuestiones que respectan a la presencia
real. Permanecen en su sobriedad las formulaciones escolásticas, neoescolásticas y
tomistas, sobre la presencia y la transustanciación. Continúan los intentos de explicación, a
partir de las nuevas formulaciones, de la física moderna.
Bibliografía:
• E. SCHILLEBEECKX, La presenza eucaristica, Ed. Paoline 1968 (con algunas reservas para
las interpretaciones históricas).
Afirmaciones dogmáticas
• Lo que está contenido: cuerpo, sangre, alma, divinidad, todo Cristo (totus Christus).
Una ilustración general de esta afirmación, aunque sea más concisa en el canon 1, está
contenida en los breves capítulos 1-3 con estas ideas generales que se deducen de la lectura
del texto que debe ser tenido presente, con las notas ilustrativas que lo abastecen:
• Una afirmación general: después de la consagración del pan y del vino, está contenido
nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, bajos las especies de
aquellas cosas sensibles.
• Una respuesta a las objeciones: no choca que Cristo esté en el cielo, según su modo
natural de existir, y esté sacramentalmente entre nosotros en otros lugares con su sustancia,
con aquella forma de existir que aunque apenas podamos expresar con nuestras palabras,
debemos creer y admitir que es posible a Dios.
• Los argumentos: tal es la unánime tradición de la verdadera Iglesia; así deben ser
comprendidas las palabras de Jesús en la última Cena. Se rechazan, pues, todas las teorías
que niegan esta realidad.
Se subraya en el cap. 3 la excelencia de la Eucaristía sobre los otros sacramentos con estas
anotaciones:
• No sólo contiene la gracia, sino al autor mismo de la gracia, antes incluso de que se use
(ante usum). La fe de la Iglesia, a la luz de las palabras de la institución afirma la presencia
de Cristo todo entero.
• ex vi verborum: el cuerpo bajo la especie del pan, la sangre bajo la especie del vino;
• Cristo, el resucitado, con su unanimidad y divinidad está presente en cada una de las
especies y de sus partes.
Algunas anotaciones
4. Sin embargo, la distinción «vi verborum», «vi concomitantiae» se funda también sobre
un argumento de santo Tomás que parte de una hipótesis un tanto fantasiosa 97.
Conservando lo esencial de la doctrina del tridentino es preciso considerar la presencia
personal de Cristo bajo cada una de las especies y de sus partes; se debe después afirmar la
presencia del cuerpo viviente en el pan y de la sangre gloriosa en el vino, más que «vi
verborum», «vi sacramenti», en virtud del significado sacramental de las palabras y del
signo mismo del pan y del vino, que aluden al cuerpo sacrificado y a la sangre efundida.
Santo Tomás en este caso había visto bien prefiriendo la terminología «vi sacramenti» y
argumentando sobre la conveniencia de recordar en la separación de sus especies tanto la
efusión de la sangre en la pasión, como la doble ofrenda del pan como alimento y de la
sangre como bebida 98.
5. El tridentino sitúa la presencia real en el justo marco teológico que es el de las palabras
de la institución con la referencia al memorial-sacrificio y a la comunión. En el cap. 5,
hablando del culto al Santísimo Sacramento, no olvidará afirmar que Cristo ha instituido la
Eucaristía para la comunión: «instituido para ser tomado como alimento» (cap. 5).
2. La transubstanciación
Afirmación dogmática
Una segunda afirmación del Magisterio de la Iglesia es propuesta aquí como única,
necesaria y válida explicación de la verdadera, real y sustancial presencia de Cristo en la
Eucaristía: la transubstanciación. Dicha explicación es propuesta como exigencia de la
revelación y del realismo expresados por las palabras de Jesús en la afirmación de las
palabras de la institución sobre la identidad de su cuerpo en el pan que él daba a los
discípulos, tal es la persuasión de la Iglesia de Dios, desde siempre, confirmada ahora por
la definición del Concilio.
Tomemos ahora como punto de partida la doctrina de Trento en cuanto que a ella se
refieren, a continuación, todos los documentos posteriores, del mismo modo que el concilio
de Trento se inspira en las formulaciones de otros concilios precedentes. La doctrina
dogmática, con la conocida definición de la transubstanciación, se encuentra en el canon 2
y en el capítulo 4, casi con idénticas palabras. Tomemos como texto el canon poniendo en
sentido positivo la definición de la transubstanciación, con las palabras en latín:
MIRABILIS ET SINGULARIS CONVERSIO TOTIUS SUBSTANTIAE PANIS IN
CORPUS ET SUBSTANTIAE VINI IN SANGUINEM DOMINI NOSTRI IESU
CHRISTI, MANENTIBUS DUMTAXAT SPECIEBUS PANIS ET VINI. QUAM
QUIDEM CONVERSIONEM CATHOLICA ECCLESIA APTISSIME
TRANSUBSTANTIATIONEM APPELLAT.
Explicación de la terminología
Especies son las propiedades de las cosas, aquéllas que las hacen accesibles a
nuestros sentidos y califican y manifiestan una sustancia: cantidad, extensión, color, sabor,
peso. Sustancia y especie están siempre de por sí unidas. Cambiada la sustancia, cambian
las dos especies; pero un cambio límite de las especies cambia también la sustancia. No es
tan exacto hablar de especies como de apariencias, como si se quisiera subrayar la no
existencia de las especies que serían sólo apariencias.
¿De dónde viene esta palabra? Hemos visto como en la antigüedad se dan palabras
similares compuestas con el prefijo griego «meta», y «trans», que indican el modo y el
nivel del cambio. Se afirma que una posible raíz de la palabra puede encontrarse en la
expresión del Padrenuestro según el Evangelio de Mt 6, 11 y Lc 11, 3, donde se habla de
pan «epiousion» «suprasustancial» (en latín «panem supersubstantialem»); expresión que
los comentarios patrísticos atribuyen a la Eucaristía. En Occidente dicho término parece
surgir de nuevo en el medievo con diversas fuentes literarias o doctrinales. Para algunos el
primero en usar esta terminología es Etienne de Baugè, de la escuela teológica de Laon, en
Francia, hacia el año 1100. Para otros se trata de Hildebert de Lavardin, en el mismo siglo
XII. Pero ha sido Rolando Bandinelli, futuro Alejandro III, el primero, y posteriormente
Inocencio III, los que han divulgado esta palabra, quizás con anterioridad a una elaboración
de tipo aristotélico.
Sentido de la definición
• se ha dado una conversión total de la sustancia del pan y del vino en el cuerpo y sangre de
Cristo;
• quedan, sin embargo, y sólo, las especies del pan y del vino.
La definición del Tridentino se puede explicar a nivel simple con este razonamiento
articulado:
a. Según las palabras del Señor, claramente expresadas y así comprendidas por la Iglesia
con su fe, el pan no es ya pan, sino el cuerpo de Cristo; y el vino no es ya vino, sino la
sangre de Cristo;
b. Dado que, según el principio de no contradicción, una cosa no puede ser al mismo
tiempo dos, una sustancia no puede ser a la vez dos sustancias y, sin embargo, para nuestros
sentidos el pan y el vino permanecen tales.
c. Es preciso admitir que la única forma de salvaguardar la verdad de las palabras del Señor
es nuestra experiencia y la afirmación del cambio de la sustancia del pan y del vino y la
permanencia de la especie.
Pío XII en la Encíclica Humani generis, afirma, contra las teorías de un opúsculo
anónimo difundido en Roma en los años cuarenta, que es insuficiente a la profesión de fe
eucarística la afirmación de aquéllos que reducen las especies eucarísticas a «signos
eficaces de la presencia espiritual de Cristo y de su íntima unión con los fieles en su Cuerpo
místico» 100. El mismo Papa en su discurso de 22 de septiembre de 1956 en el Congreso
de Pastoral Litúrgica de Asís, condena como insuficiente la teoría escolástica que reduce la
relación entre la presencia de Cristo en el cielo y la presencia eucarística «a algo llamado
relación real y esencial de contenido y de presencia que las especies eucarísticas tendrían
con el Señor que está en el cielo». Se trata de la confutación de una teoría que algunos
atribuían a un ilustre profesor de la Gregoriana, P. Filograssi 101.
• «Las especies del pan y del vino, tras la consagración, tienen un nuevo significado y un
nuevo fin porque contienen una nueva realidad que llamamos ontológica».
«Conversa substantia seu natura panis et vini in corpus et sanguinem Christi, nihil panis et
vini maneat, nisi solae especies, sub quibus totus et integer Christus adest in sua physica
realitate, etiam corporaliter praesens, licet non eodem modo quo corpora adsunt in
loco» (DS 4413).
Algunos apuntes
1. La presencia del «totus Christus» en cada una de las especies es un dogma de fe que
brota también de la naturaleza misma del Cristo glorioso que no se puede dividir. En la
afirmación quizás hay algo de polémica contra los husitas, defensores a ultranza de la
comunión bajo las dos especies, como si con una sola no se diera una comunión en
el «totus Christus».
2. La presencia del «totus Christus» también en las partículas singulares y sus divisiones, e
incluso en una parte del vino consagrado en el cáliz, es una verdad de fe. La presencia
gloriosa del Señor no se divide. La antigüedad cristiana ha conservado la fe en la presencia
de Cristo en los fragmentos eucarísticos. En la secuencia del Corpus, Tomás cantó este
misterio: «Se recibe íntegro, sin que se le quebrante ni divida; recíbese todo entero.
Recíbelo uno, recíbenlo mil; y aquél lo toma tanto como éstos, pues no se consume al ser
tomado... Cuando se divide el sacramento, no vaciles, sino recuerda: Cristo tan entero está
en cada parte, cuanto antes en el todo. Se divide sólo el signo no se toca la sustancia; nada
es disminuido de su persona...»
El marco teológico-celebrativo
La presencia del Señor en la Eucaristía debe ser estudiada en su ámbito propio que
es el del memorial y el de la comunión eucarística. Presencia y memorial se exigen
recíprocamente, de otra manera se tendría sólo una celebración puramente simbólica. Pablo
VI en la Mysterium Fidei encuadra el tema de la presencia en el ámbito del sacrificio y del
memorial. Recordamos también las palabras de Max Thurian, ya citadas a propósito del
memorial, sobre la exigencia intrínseca de la presencia verdadera, real y sustancial del
Señor a fin de que el memorial no se reduzca a un simple juego de palabras.
• El misterio pascual es la realidad única, viva y actual de Cristo. El modo de estar presente
en su Iglesia. El misterio pascual es misterio «parusíaco», de presencia, aparición,
comunicación y comunión personal y vital. Es el misterio definitivo, que viene de su
situación definitiva, escatológica y se nos ofrece. Es siempre una presencia pero a través
del signo, que se ofrece en el misterio pascual: el cuerpo entregado y la sangre derramada,
pero ya en su realidad gloriosa y pneumática, colmados de Espíritu Santo.
Bibliografía:
• K. RAHNER, La presenza del Signore nella comunità di culto, en Nuovi Saggi, Ed.
Paoline, Roma 1969, pp. 479-494. Óptima síntesis teológica sobre la relación entre
presencia eucarística y otros modos de presencia.
2. La transustanciación
Recordemos que toda la fuerza de la definición de la Iglesia parte del dato de fe, es
decir, de la verdad de las palabras de Cristo y del poder de su voluntad que puede hacer y
hace del pan y del vino su cuerpo y su sangre. Toda teoría que no respete este cambio real
reduce la Eucaristía a una presencia puramente simbólica. Pertenece también a la
definición, la permanencia de la especie o propiedad del pan y del vino; ellos son el modo,
el vehículo con el que Cristo nos da, de manera sensible y humana su presencia
sacramental. No son, pues, rectas las explicaciones que reducen las especies a simples
apariencias; ni se puede admitir, la sentencia de algunos autores ortodoxos, como S.
Bulgakov, que habla de una transformación total, también de los accidentes. En dicho caso
Dios nos haría ver, gustar, tocar las especies que en realidad no lo serían ya. Una posición
que ya había sido defendida por Descartes.
Es, sobretodo, a partir del concilio de Trento cuando emergen en la Iglesia diversas
teorías que tratan de ir más allá de la definición conciliar, para ofrecer una válida y ulterior
explicación filosófico-teológica que, con frecuencia, se revela más bien inexacta.
Aplicaciones metafísicas
• La teoría de la «anihilatio». La sustancia del pan y del vino deja de ser porque Dios la
aniquila, y la sustituye por el cuerpo de Cristo. Es la sentencia medieval, ya rechazada por
santo Tomás, S. Th., q. 75, a. 3.
• se trata de una simple acción divina que convierte toda la entidad del pan y del vino en el
cuerpo y en la sangre de Cristo. Objeto de esta conversión es la sustancia del pan y del
vino;
• las especies sacramentales tienen una relación real con el cuerpo y sangre en cuanto que
los contienen («realis habitado continendi corpus Christi»).
Mientras florecían las explicaciones físicas, aparecían, por reacción, las teorías
«simbólicas» de la presencia y de la transustanciación. Vinieron a proponerse en un
opúsculo anónimo La présence reèlle (atribuido al francés Y. de Montcheuil, representante
de la «nouvelle théologie») que prácticamente reducía la presencia a un puro simbolismo
del cuerpo y de la sangre del Señor.
Posteriormente, llegaron las diferentes teorías que han interpretado la presencia real
a partir de la filosofía fenomenológica y existencialista. El núcleo central de estas teorías
está en la determinación de las cosas y de su sustancia, por tanto su verdadero ser, no está
tanto en su realidad física o metafísica (en sí), sino en su relación con la persona (para
nosotros); es la persona la que da el sentido a las cosas; ellas son tales por su significado y
por su destino, por su objeto y finalidad.
Muchas han sido las investigaciones sobre estas teorías. Desde el punto de vita
antropológico, catequético y bíblico, infelices han sido también los ejemplos propuestos. A
primera vista podemos decir que es desde estas premisas desde donde se acuñan las
palabras transignificación y transfinalización, como sustitutivas de la transustanciación.
Pensemos en un conocido ejemplo: un pedazo de tela (en sí) se convierte en una bandera
que representa la patria (para nosotros).
La aplicación hecha al misterio eucarístico ha sido propuesta así: las cosas son lo
que son para el hombre, su entidad está no en su composición físico-química, sino en su
sentido y en su finalidad. Ahora bien, lo importante en la Eucaristía no es su composición
físico-química o su entidad metafísica, sino su sentido, que cambia y su finalidad que muta.
Es alimento y bebida espiritual, signo del don espiritual de Cristo a nosotros. Por tanto, la
conversión eucarística se puede considerar como una transignificación y una
transfinalización, un cambio de significado y de finalidad.
Hemos visto como Pablo VI rechaza dichas teorías. Y esto con toda la razón del
mundo. Si el cambio concierne sólo al sentido y al fin de la Eucaristía, se trata entonces, no
de un cambio real, sustancial en sí, sino de un cambio sólo accidental y puramente
subjetivo. Algo que el hombre podría hacer, una mera proyección de sentido y de finalidad,
pero no es un cambio real y sustancial.
Algunos autores han querido investigar la cuestión observando que, si las cosas
tienen su significado y su finalidad, en una dependencia trascendental de Dios Creador,
entonces dicho sentido y finalidad trascendental depende también de su naturaleza. Lo que
se da es, por lo tanto, un cambio de sentido y de finalidad para nosotros, a partir de su
relación trascendente con Dios, como ocurre en la Eucaristía; el cambio de sentido y de
finalidad depende del cambio de la realidad ontológica. No se puede admitir como
explicación total la transignificación o la transfinalización, si no en cuanto exigen un
cambio sustancial, una transustanciación.
Perspectiva teológica
• Decir que cambia sólo la sustancia del pan sólo en la sustancia del Cuerpo y de la sangre
de Cristo o en la «sustancia» del totus Christi, parece demasiado poco, por el realismo con
el que se afirma la presencia del Señor en la Eucaristía. Pablo VI afirma que Cristo está
presente en su realidad física, aunque se trata de la conversión de la sustancia o naturaleza
del pan.
• Afirmar que cambia toda la sustancia física del pan y del vino, parece requerir también el
cambio de los componentes físico-químicos de las propiedades del pan y del vino y, por lo
tanto, la conversión en la sustancia físico-química de Cristo. Y también esto es demasiado,
porque no se respeta el dogma que afirma la real permanencia de las especies y parece un
poco exagerado traducir en términos físico-químicos la naturaleza del Cristo Resucitado.
• Es a partir del Cristo glorioso y resucitado, Señor de todo lo creado en el cual han sido
hechas todas las cosas y en el cual se asientan todas las cosas, que es preciso comprender el
misterio de la presencia y de la transformación del pan y del vino. Es la perspectiva del
Señorío de Cristo y de su dimensión pascual, escatológica, cuya entidad, aunque se escapa,
sabemos que no está limitada por el tiempo y por el espacio; él tiene el poder de someter
todas las cosas.
• Es a la luz del misterio del Espíritu Santo, creador, santificador y recreador, de su poder
de transformar las cosas y cambiarlas en realidades sobrenaturales que contemplamos la
Eucaristía, la presencia y la conversión actuada durante la celebración.
Bibliografía:
1. Desde el punto de vista histórico el desarrollo especial del culto eucarístico fuera de la
misa, más allá de la reserva y la comunión de los enfermos, se desarrolla en el medievo,
como reacción a la negación de la presencia real por parte de Berengario de Tours. Dicha
devoción está ligada también a la devoción a la humanidad de Cristo, al deseo de ver la
hostia y al fervor por los milagros eucarísticos. Incluso cuando alguna vez este culto se ha
desarrollado sin un verdadero sentido de la globalidad de la Eucaristía, abandonando la
participación en el sacrificio y en la comunión, ha desarrollado una serie de formas
populares que han hecho una fuerte presión en el pueblo: adoración prolongada,
procesiones, visitas al Santísimo y adoración nocturna.
Juan Pablo II ha querido revalorizar el culto eucarístico, después de una cierta crisis, con la
carta Dominicae Coenae, y con las recomendaciones de la Congregación para el Culto
Divino Inaestimabile donum, nn. 20-27.
4. Muchos son los motivos teológicos que pueden ayudar a redescubrir y desvelar el sentido
de la adoración eucarística. Fundamentalmente son los de la presencia del Señor, del
respeto que ya en la antigüedad se daba hacia los fragmentos de la Eucaristía, la fe del
Pueblo de Dios, los frutos de santidad... La conciencia de la presencia del Señor, revelada
por la exégesis bíblica y por la teología actual, hace del tabernáculo de nuestras iglesias y
capillas, el lugar de la presencia de Cristo en medio de su Iglesia, más allá de la
celebración. De un renovado amor por la Palabra, no puede dejar de brotar un amor
profundo a la Palabra hecha carne que mora en medio de nosotros.
5. Las actitudes espirituales que deben prevalecer en la adoración del Santísimo
Sacramento, según las bellas recomendaciones expresadas por la Iglesia en
la Eucharisticum Mysterium nn. 49-60, deben estar en sintonía con el misterio mismo de la
presencia, que viene del sacrificio y lleva a la comunión. Una espiritualidad que debe
inspirarse en la plegaria eucarística (alabanza, epiclesis, ofrenda, intercesión) y que se
expresa en adoración, coloquio familiar, comunión espiritual. Las formas de la adoración
pueden ser las más simples, como la plegaria silenciosa y la más solemne, al igual que la
procesión con el Santísimo. Se debe garantizar, sin embargo, siempre una digna celebración
y participación del pueblo.
Bibliografía:
CAPÍTULO TERCERO
Sumario:
Bibliografía:
Es clásica la obra de
• H. DE LUBAC, Corpus Mysticum. L’eucaristia e la Chiesa nel medievo, Jaca Book, Milán
1982.
Del mismo autor es justo recordar las páginas centrales sobre la Eucaristía y la Iglesia de su
conocido libro Meditazione sulla Chiesa Ed. Paoline, Milán 1955, pp. 176-196.
• AA.VV. Eucaristia e Chiesa. Atti della Settimana Teologica, en «Bollettino della diocesi
di Verona» 70 (1983), número monográfico sobre el tema con varios estudios que se
citarán: I.BIFFI, Eucaristia e Chiesa nel medievo e nel concilio di Trento, en Eucaristia e
Chiesa, o.c., pp. 501-513.
Para una visión del tema en la teología del Vaticano II y en la actual reflexión cfr. los
estudios de
• E. RUFFINI, Eucaristia e Chiesa nel Vaticano II, en Eucaristia e Chiesa, o.c., pp. 515-529.
PREMISA
Está claro que pueden darse diversos modos de participar en la Eucaristía y que la
eficacia del sacrificio eucarístico alcanza a aquéllos que no comulgan; también es verdad
que hay modos de estar en contacto con Cristo presente en la Eucaristía a través de la
adoración y el culto del Santísimo Sacramento; pero, debemos decirlo, incluso para
corregir cierto minimalismo eucarístico que se ha introducido en la visión de la Eucaristía:
el misterio eucarístico que expresa y realiza la comunión con Cristo y entre nosotros
requiere la participación digna y comprometida de los fieles en el banquete eucarístico.
Sobre este tema, aunque se han dado períodos de alejamiento por parte de los
cristianos de la comunión eucarística, no se han dado controversias ni herejías y no se
puede apelar a un Magisterio de la Iglesia articulado, como el que poseemos sobre el
sacrificio y sobre la presencia. La falta de problemas de tipo especulativo no disminuye la
importancia vital de este aspecto de la comunión que por el contrario, como se verá
enseguida, constituye el punto nodal de la reflexión eucarística de hoy, el empeño más
sentido de la Iglesia que quiere vivir según la lógica de la comunión eucarística con todas
las consecuencias, incluso sociales. Y aquí se sitúa también la espiritualidad y la mística de
la Eucaristía hoy, en torno al sacrificio de Cristo y a la comunión con Él, a fin de que se
realice el misterio de la Iglesia-Eucaristía: «muchos un solo cuerpo» (Rm 12, 5; 1 Co 10,
17).
1. PANORAMA HISTÓRICO
Este tema será retomado con frecuencia por otros Padres posteriores. Agustín
desarrolla con gran intuición catequética el proceso paralelo que lleva a la confesión del
pan y el proceso de los neófitos que se convierten en el Cuerpo de Cristo 109.
Pero es, sin duda, san Agustín quien mejor ha explotado cuanto se puede decir de la
relación Eucaristía-Iglesia, desde el múltiple simbolismo de unidad en la unión eficaz del
Cuerpo por medio de la Eucaristía. Hemos recordado ya el vínculo entre Cristo y la Iglesia
en el único sacrificio. Baste ahora citar uno de los muchos textos en los cuales se identifica
el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, con la Eucaristía que es recibida por los fieles: «¿Qué
ves sobre el altar? El pan y el cáliz (...) pero para la ilustración de vuestra fe, os decimos
que este pan es el cuerpo de Cristo y el cáliz es su misma sangre... Pero si queréis
comprender qué es el Cuerpo de Cristo escuchad al apóstol que os dice: “Vosotros sois el
cuerpo de Cristo” (...). Así pues, vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros, lo que
está sobre el altar es el símbolo de vosotros mismos, y lo que vosotros recibís es vuestra
realidad. Vosotros mismos lo confirmáis diciendo: Amén. Se os dice: He aquí el cuerpo de
Cristo; y vosotros respondéis: Amén, así sea. Sois, pues, miembros de Cristo para
responder en verdad: Amén» 111. Recordemos de nuevo el ya citado texto alusivo al
sacrificio eucarístico que es también sacrificio de la Iglesia: «Éste es el sacrificio de los
cristianos: “También siendo muchos somos un solo cuerpo de Cristo” (Rm 12, 5); y la
Iglesia lo renueva continuamente en el sacramento del altar, conocido por los fieles, donde
se ve que en lo que ofrece (la Eucaristía), se ofrece también a sí misma (la Iglesia)» 112.
Este aspecto eclesial tiene su formulación orante en las plegarias eucarísticas con
las cuales la Iglesia celebra el misterio. Ellas expresan todo el misterio de la Iglesia
comunidad, Cuerpo, Esposa y Pueblo de Dios. Ellas ponen a la Iglesia en «estado
eucarístico» mediante las diferentes expresiones de la plegaria: alabanza, acción de gracias,
invocación, ofrenda e intercesión. Ellas afirman, sobretodo, la unidad que se realiza por el
único Espíritu del Señor mediante la comunión en el único cuerpo y en el único cáliz.
Esta presencia eucarística de Cristo en todas las legítimas asambleas de los fieles,
bajo la presidencia del obispo y en comunión de fe y de amor, hace la Iglesia local en su
más simple expresión, incluso en una comunidad «pobre, pequeña, dispersa», pero que
posee la presencia de Cristo «por virtud del cual se recoge la Iglesia una, santa, católica y
apostólica».
Tomando como base estas enseñanzas podemos recordar ahora algunos aspectos
sistemáticos que ponen de relieve la relación con la Eucaristía como comunión con Cristo
en la Iglesia.
Son muchos los textos patrísticos y litúrgicos que evidencian esta gracia crística de
la comunión eucarística. Valga para todos la enseñanza de Juan Crisóstomo a propósito de
la Eucaristía: «Es el Cuerpo que fue ensangrentado, golpeado por la lanza, por quien brotan
las fuentes de salvación, las de la sangre y del agua por toda la tierra. Cristo es levantado de
los abismos en una luz fulgurante, y dejando aquí sus rayos, ha accedido hasta el trono
celeste. Ahora bien, éste es el cuerpo que él nos da para tener y comer» 129.
La comunión con Cristo, puesto que instaura una verdadera «simbiosis» («vive en
mí y yo en él»), requiere el compromiso constante de una vida evangélica, a fin de que se
pueda vivir en Cristo viviendo como Él. La relación entre el comer la Eucaristía y vivir la
Palabra adquiere aquí todas las lógicas consecuencias, especialmente las referentes al
precepto de la caridad.
Quizás uno de los textos más antiguos que ponen en relación la Eucaristía con la
acción y el don del Espíritu Santo es la homilía pascual del Anónimo cuartodecimano, en
ella leemos estas palabras: «Éstos son para nosotros los manjares de la sagrada solemnidad,
ésta la mesa espiritual, éste el gozo y el alimento inmortal. Nosotros que nos nutrimos del
pan bajado del cielo y que bebemos el cáliz que da alegría –como sangre viva y candente
que ha recibido la impronta del Espíritu celeste...» 131. En algunos textos de los Padres
posteriores tendremos la misma idea que vincula el tema, vino, fuego, sangre, espíritu y
caridad.
S. Efrén el sirio canta en uno de sus himnos: «En tu pan está escondido el Espíritu
que no puede ser comido. En tu vino hay un fuego que no puede ser bebido: el Espíritu en
tu pan, el fuego en tu vino, maravilla sublime que nuestros labios han bebido...» El Espíritu
Santo es el fuego al cual se acerca el que es puro y del cual se aleja quien es disoluto». E
Isaac de Antioquía: «Venid a ver, comed la llama que hará de vosotros ángeles de fuego y
gustar el sabor del Espíritu» 132.
Ambrosio de Milán escribe: «La comunión con Cristo es, pues, comunión con el
Espíritu. Cada vez que bebéis recibís la remisión de los pecados y os embriagáis del
Espíritu» (De Sacramenti, V, 3, 17).
El don del Espíritu Santo en la Eucaristía tiene un típico valor eclesial. Un autor
occidental discípulo de Agustín, Fulgencio de Ruspe, escribe entre otras cosas: «Se dice
que el Espíritu viene, mientras es implorado por los fieles, cuando crece y aumenta el don
de la caridad y de la humanidad... Por eso la Iglesia santa, mientras pide en el sacrificio del
cuerpo y de la sangre de Cristo, que le sea enviado el Espíritu Santo, pide, ciertamente, el
don de la caridad con el cual pueda «conservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la
paz» (Ef 4, 3) 133... Y con mayor insistencia, estableciendo el paralelismo entre Espíritu
Santo y caridad: «Así el Espíritu Santo que concede a la Iglesia la caridad y en ella la
conserva, santifica con su poder divino el sacrificio» 134.
Las epiclesis consagratorias ponen de relieve la acción del Espíritu Santo que llena
de sí el pan y el vino, de modo que los que comulgan se nutren del pan espiritual y de la
sangre espiritual. En algunas anáforas orientales, entre los gestos de Jesús en la cena se
recuerda que él «llenó el cáliz con su Espíritu...» 135.
Uno de los textos más altos sobre la unidad de todos en Cristo y en la Iglesia,
mediante la comunión eucarística es obra de Cirilo de Alejandría que comenta así el
capítulo 17 de Juan: «Para fundirse en la unidad con Dios y entre nosotros, y para
amalgamarnos los unos con los otros, el Hijo unigénito, sabiduría y consejo del Padre,
planeó un medio maravilloso: por medio de un solo cuerpo, su propio cuerpo, él santifica a
los fieles en la mística comunión, haciéndolos concorpóreos consigo y entre sí» 136. La
idea de la concorporeidad y consanguinidad de todos, con Cristo y entre nosotros, es
también propia de Cirilo de Jerusalén en su catequesis mistagógica IV (22ª), n. 3.
Como ha escrito Juan Pablo II: «El auténtico sentido de la Eucaristía se convierte
por sí en escuela de amor activo hacia el prójimo... La Eucaristía nos educa en este amor
del modo más profundo; ella demuestra, en efecto, el valor que tiene a los ojos de Dios
cada hombre, nuestro hermano y hermana, así se ofrece Cristo a sí mismo de igual modo a
cada uno, bajo las especies del pan y del vino. Si nuestro culto eucarístico es auténtico,
debe hacer crecer en nosotros la conciencia de la dignidad de cada hombre. La conciencia
de esta dignidad se convierte en el motivo más profundo de nuestra relación con el
prójimo» (Dominicae Coenae n. 6 y 4-7).
Los cristianos, pues, son invitados por la Eucaristía a instaurar una civilización del
amor que se inspire en el mismo modo de celebrar, uniendo la adoración y la condivisión y
difundiendo por todas partes la paz de Cristo.
También en este punto el Catecismo (n. 1397) recuerda cómo la Eucaristía nos
compromete en las relaciones con los pobres, citando un bello texto del gran Doctor de la
fraternidad eucarística, Juan Crisóstomo.
Bibliografía:
Son muchos los estudios sobre una ética que nace de la celebración y desde la experiencia
eucarística. cfr. por ejemplo, el pensamiento de un ortodoxo:
• Eucaristia, pane della pace, en AA. VV., Sul monte la pace, Teresianum, 1990, pp. 151-
174.
6. Síntesis de fe y de vida
A este Cuerpo de Cristo resucitado se incorporan día tras día todos los fieles que
acceden a la Eucaristía a fin de que en ellos se realice aquella transformación que Agustín
describía con estas palabras: «La fuerza de este alimento es la de producir la unidad, a fin
de que reducidos a ser el Cuerpo de Cristo» convertidos en sus miembros, seamos aquello
que recibimos» 146; es la misma convicción de León Magno en el texto ya citado: «la
Eucaristía no hace otra cosa más que cambiarnos en lo que recibimos» 147.
«Cuanto más dolorosamente se hacen sentir las divisiones de la Iglesia que impiden
la común participación en la mesa del Señor, tanto más apremiantes son las plegarias al
Señor para que vuelvan los días de la plena unidad de todos aquellos que creen en él» (n.
1398).
1. Diálogos teológicos
Pero a pesar de todo, en nuestro tiempo han sido notables los esfuerzos puestos en
marcha en las Iglesias para una mejor comprensión y formulación de la fe eucarística, tanto
por parte de autores individuales, como por parte de grupos de diálogo oficial a nivel de
Iglesias, como en documentos de grupos interconfesionales más o menos oficiales. En el
campo de las Iglesias de la Reforma es necesario reconocer el esfuerzo cumplido por
algunos autores para una plena recuperación de la doctrina eucarística tradicional de la
Iglesia primitiva a nivel bíblico, patrístico, litúrgico y teológico.
En el campo del diálogo oficial con los diversos grupos, Iglesias y comunidades
cristianas, es notable el esfuerzo cumplido por la Comisión oficial mixta católico-anglicana
sobre la Eucaristía (ARCIC I) con un notable acercamiento sobre el tema de la presencia,
de la transustanciación y del sacrificio-memorial. Pero el último juicio de la Iglesia católica
pone de relieve que no todas las dudas han desaparecido.
Entre los autores protestantes que han contribuido mucho a la mejor comprensión
de la Eucaristía citamos en particular a J. Jeremías, J.J. Von Allmen, Max Thurian (antes de
hacerse católico), J. De Wateville, cuyas obras hemos citado ya durante el curso de nuestro
estudio.
Otros diálogos sobre el argumento son aquéllos entre católicos y protestantes del
área centroeuropea recogidos en 1971 en el Documento de Combes y publicados bajo el
título interrogativo: ¿Hacia una misma fe eucarística?, Taizé 1972.
En los Estados Unidos han sido diversos los documentos de diálogo sobre la
Eucaristía entre católicos y luteranos. El último fruto de diálogo intereclesial prometido por
el Consejo ecuménico de las Iglesias es la formulación de la doctrina bíblica y teológica
sobre la Eucaristía en el Documento de Lima sobre el Bautismo, Eucaristía y
Ministerio (BEM).
3. Eclesiología eucarística
Bibliografía:
Entre los otros documentos cfr. Documento di Windsor sull’Eucaristia del 1971.
• K.W. IRWIN, American Lutherans and Roman Catholics in dialogue on the Eucharist; a
methodological critic and proposal, Studia Anselmiana n. 76, Roma 1979.
Respecto al Documento de Lima está, por ahora, siendo contrastado por parte de las
diversas Iglesias. Se necesita esperar al resultado concreto de la consulta para ver cuáles
son los verdaderos puntos de convergencia en torno a los temas fundamentales de la fe
eucarística. Una valoración del Documento desde el punto de vista eucarístico en
• HA SUN HO, La riflessione teologica sull’Eucaristia, alla luce del documento di Lima
“BEM”, P.U.U, Roma, 1991.
• B. SESBOÜÉ, Pour une théologie oecuménique, Cerf, París 1990, pp. 189-243.
• P. MC-PATLAN, The Eucharist makes the Church. Henri de Lubac and John Zizioulas in
dialoge, T&T Clark, Edimburgo 1993.
Cuanto aquí queremos decir reproduce de algún modo temas ya tratados, pero los
propone de nuevo con la urgencia de una teología para celebrar y vivir. Desde estas
perspectivas me parece que podemos encontrar las indicaciones más sugestivas de la
pastoral eucarística de hoy que se orienta precisamente hacia una eclesiología eucarística,
para una Iglesia que de la Eucaristía toma las directrices para ser en el mundo sacramento
universal de salvación.
Plenitud pentecostal del ESPÍRITU SANTO. La Iglesia que ora y actúa «en el
Espíritu Santo», pide y obtiene este don de Cristo que transforma el pan y el vino y reúne a
la Iglesia en la unidad del único Cuerpo eclesial. El sacerdote que ora y consagra lo
hace «en la persona de Cristo y en virtud del Espíritu Santo». La Eucaristía, cuerpo
glorioso de Cristo, está llena del Espíritu Santo que lo vivifica y es vivificante (cfr. PO 5).
El Señor es la fuente del Espíritu; con la comunión se renueva la efusión de este don que
sucedió sobre la cruz en el día de Pascua, según Juan y en el día de Pentecostés, según
Lucas. El Espíritu del Resucitado es aquél que hace la Iglesia y produce «comunión». La
Eucaristía aparece así como la experiencia de la máxima comunión a nivel vertical y
horizontal, como una imagen viva de la Trinidad. La Iglesia eucarística es Iglesia
trinitaria, hecha a imagen de aquella misteriosa comunión de personas en la única
naturaleza. También nosotros «aun siendo muchos, somos un solo cuerpo». Si Tertuliano
dijo que la Iglesia es «el cuerpo de los Tres», este principio se realiza en el misterio
eucarístico. Unidos en la misma vida divina, cada uno conserva su rostro, su irrepetible
personalidad. Por eso la Eucaristía no cancela si no aquello que es contrario a la unidad del
amor; deja subsistir todas aquellas diferencias de vocación, edad, cultura y carismas que
enriquecen la Iglesia... En una Iglesia que vive la comunión efectiva y afectiva resplandece,
por la Eucaristía, el rostro de Dios uno-trino.
La gozosa experiencia de plenitud no nos debe hacer olvidar los muchos límites de
nuestra Eucaristía. La celebración del misterio pascual nos remite inexorablemente a su
cumplimiento, al día de «su venida» definitiva. Se vive, pues, en toda celebración el «ya y
todavía-no» de la escatología que acrecienta la esperanza y el deseo de la venida de Cristo.
No se olvide que es en lo interno de la celebración donde brota del corazón de la Iglesia
Esposa, bajo el impulso del Espíritu, el «Marana-thà», como grito impaciente después de
cada encuentro con Cristo que ha dejado casi una herida en el corazón de la Iglesia. Pero
allí está también el «todavía-no» de la historia, es decir, la experiencia no total de ser
Iglesia eucarística por parte de los fieles por diversas razones.
Podría ser ilustrado este todavía-no de la Iglesia eucarística con algunas pinceladas
provocadoras:
Todavía-no todos los hijos de Dios que son invitados a la salvación y a la comunión
se sientan a la mesa eucarística. Cada celebración nos permite verificar cuántos sitios están
todavía vacíos y cuántos hermanos faltan a la llamada, o porque todavía no conocen el
Evangelio de la Eucaristía o porque conscientemente lo rechazan, o bien porque sigue
siendo para ellos indiferente.
Todavía-no todas las Iglesias que celebran la Eucaristía han alcanzado la unidad
visible que la Eucaristía quiere formar en una comunión orgánica.
Espera la resurrección corporal prometida por el pan que da la vida eterna; reconoce
que la Eucaristía deja en nuestros cuerpos semillas de resurrección que florecen tras el
misterioso período de la muerte y de la sepultura en la novedad de cuerpos resucitados.
Proclama, casi hasta el límite de la utopía, la esperanza de los Cielos nuevos y de la
Tierra nueva que la transformación eucarística prefigura en una «Pascua del universo» (cfr.
GS 38-39).
2. El compromiso de la evangelización
De la Eucaristía nace un empeño de evangelización con todas sus consecuencias:
anuncio gozoso de la resurrección del Señor y de la salvación, preparado por la
preevangelización del testimonio, profundizado en la catequesis, hecho eficaz y
significativo con las obras evangélicas y con el testimonio de la unidad de los creyentes en
Cristo y de la caridad: «a fin de que el mundo crea».
No hay que maravillarse de que tal vez el testimonio de una vida eucarística pida
hoy, como en los primeros tiempos de la Iglesia, la lógica del martirio: lo evidente de la
muerte violenta, pero también lo escondido del dar la vida y la sangre hasta la última gota,
día tras día.
Vivir como se celebra; vivir lo que se celebra, queda la lección de vida cada día
nueva en el don renovado de la Eucaristía.
Este rostro de la Iglesia no puede no ser un rostro mariano. La Iglesia que celebra la
Eucaristía recuerda la presencia de María en el misterio eucarístico. La Eucaristía es
el «corpus natum ex Maria Virgine». En las plegarias eucarísticas la Virgen María es
recordada e invocada. Pero hay más; según la feliz intuición de Pablo VI en la Marialis
cultus 16, María es modelo de la Iglesia en el ejercicio del culto divino. Toda celebración
eucarística es interiormente mariana porque la Iglesia debe conformarse a su modelo de
escucha de la Palabra, de gratitud, de invocación del Espíritu, de ofrenda de Cristo, de
intercesión por la salvación de todos. En la celebración eucarística y en la vida que brota de
ella, María es modelo de una Iglesia que vive hasta el fondo el misterio que celebra. Así
pues, la Iglesia que celebra la Eucaristía debe ser como María, su modelo: humilde, pobre,
discreta, fiel a Dios y a su gente, materna y acogedora, reserva de esperanza para la
humanidad porque tiende hacia las promesas de Dios que es fiel a su alianza.
Bibliografía:
El estudio del misterio eucarístico no puede dejar de suscitar al final una acción de
gracias, una «Eucaristía» y al mismo tiempo una súplica. La expresamos con una plegaria
extraída de la Liturgia de san Basilio:
BIBLIOGRAFÍA GENERAL
D.N. POWER, Il mistero eucaristico. Infondere nuova vita alla Tradizione, Brescia,
Queriniana, 1997, pp. 437-444 bibliografía seleccionada en inglés y en italiano.
2. Tratados sistemáticos
A. Tratados clásicos
A PIOLANTI Il mistero eucaristico, Firenze, 1955 (ed. española: Rialp, Madrid 1958).
ID. (ed.), L’Eucaristia. Il misterio dell’altare nel pensiero e nella vita della
Chiesa, Roma 1957.
A.M. ROGUET, L’Eucharistie, en Initiation Théologique, IV, París 1956, pp. 501-596.
(*) M. SCHMAUS, Dogmatica Cattolica, IV/1, Turín, Marietti 1966, pp. 227-480 (ed.
española: Rialp, Madrid 1962).
B. Tratados postconciliares
(*) J. BETZ, La Eucaristía como misterio central, en Mysterium Salutis IV/ 2, Madrid,
Ed. Cristiandad.
A. GERKEN, Teologia dell’Eucaristia, Roma, Ed. Paoline 1977 (ed. española: San Pablo,
Madrid 1991).
(*) A. PIOLANTI, Il mistero eucaristico, LEV, 1983 (ed. española: Rialp, Madrid
1958).
(*) V. CROCE, Cristo nel tempo della Chiesa. Teologia dell’azione liturgica, dei
sacramenti e dei sacramentali, Turín Leuman, LDC, 1992 (con amplio tratamiento sobre la
Eucaristía).
ID., Eucaristia, en Sacramentum mundi III, Brescia, Morcelliana, 1975, pp. 669-692 (ed.
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